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RETOS
El Hobbit (la película) - Nudo
(16 de Mayo de 2003, a las 18:38)

continuación (esperando no reventar el servidor)

Gandalf, los Enanos y Bilbo, más la cuota femenina de El Hobbit (representada por la mujer elfa) comienzan a atravesar una cadena montañosa. Es de noche, llueve, y se esconden en una gruta que se abre en un recodo del camino. Los Enanos se duermen rápidamente y comienzan a roncar de forma escandalosa. La Elfa intenta cantar una hermosa canción, pero los ronquidos la distraen, obligándola a empezar el tema una y otra vez. Al final, enfadada, sale de la gruta a cantar, pero comienza a llover más fuerte y la Elfa vuelve a entrar en la cueva, maldiciendo de tal forma que hasta el mismísimo Bandobras Tuk palidecería de vergüenza.

Los ronquidos aumentan y de pronto, una grieta se abre en el fondo de la gruta. Aparece un grupo de trasgos, con todo el aspecto de haber sido despertados violentamente de un plácido sueño. El primero de ellos grita, tremendamente enfadado: "¿quién estaba cantando?", pero los ronquidos ahogan sus palabras. La Elfa, sin embargo, lo ha escuchado, porque sus orejas son afiladas y sus oídos, agudos, y se pone en pie de un salto. Gandalf se despierta también, pero demasiado tarde: los Trasgos se llevan a los Enanos y al Hobbit, pero no al mago, que desaparece con un fogonazo. A la Elfa no hay quien la coja, porque lo mismo anda por el suelo que por el techo y da volteretas en el aire (sobre el que se mantiene suspendida durante un tiempo físicamente improbable). Diecisiete Trasgos deciden atacar al unísono, pero la Elfa saca diecisiete flechas, las coloca sobre el arco y dispara. Los Trasgos se echan a reír, revolcándose por el suelo, porque las flechas han salido por la culata, desapareciendo por la entrada de la cueva, pero a los diez minutos, las diecisiete flechas vuelven a entrar y matan a los Trasgos. Bueno, estrictamente, dieciséis flechas se clavan sobre el ojo de un trasgo, y la flecha restante mata a los otros dieciséis. Pero ya es demasiado tarde. La grieta se ha cerrado y nuestra elfa se queda fuera. "Otra vez me dejan al margen", piensa ella, pero luego sonríe y añade "queda esperanssssssa" y sale corriendo de la malhadada gruta.

Los Enanos y el Hobbit son presentados ante El gran Trasgo, que babea, moquea y ventosea de manera envidiable. El trasgo se quita varias capas de lodo de la cara, y mira a los enanos con odio, abriendo la boca y mostrando doce hileras de dientes puntiagudos y afilados, llenos de babas y lodo. Los Enanos y Bilbo vomitan un poco ante la repugnante imagen, y El Gran Trasgo se lo toma a mal, lanzándose contra ellos. Pero en ese momento aparece Gandalf en medio de un fogonazo que deja bizqueando a todo el mundo. Levanta su espada, que brilla significativamente, y le corta una oreja al Gran Trasgo. Éste aúlla de dolor y mira sorprendido al mago, sin saber a qué viene el tajo en la oreja, cuando podía haberle matado. Gandalf capta su gesto de duda y le explica: "prepárate, esta es la versión extendida, para mayores de 16 años; tengo carta blanca" y diciendo esto le arranca otra oreja (y van dos). El trasgo, sabiendo la masacre que le espera, intenta huir, pero Gandalf vuelve atacarle, y comienza a cortarle con la espada cada uno de los dedos de pies y manos, que caen al suelo envueltos en sangre y agitándose agitándose entre espasmos durante varios minutos. Luego pasa a las piernas, brazos y tronco. La cabeza del trasgo queda suspendida en el aire durante unos segundos, girando sobre sí misma. Gandalf le da la espalda, mira por el rabillo del ojo hacia atrás, sonríe y le lanza una estocada final con un brusco giro de sus tobillos. La espada atraviesa la boca del trasgo, sale por el cogote, y vuelve a entrar, apareciendo por un ojo.

El resto de los trasgos contemplan horrorizados la carnicería. Algunos lloran, llamando a sus madres, y todos se tapan los ojos, temblando. Gandalf aprovecha el momento para huir con los Enanos y el Hobbit, que miran al mago con un pelín de miedo.

Después de atravesar varios túneles, llegan a una bifurcación. A la izquierda hay un puente que termina en una acogedora salida. A la derecha, unas escaleras gigantescas, medio derruidas, que se hunden en abismos insondables. "¿Por dónde?" preguntan los Enanos y Bilbo. "Por la derecha, muchachos" Y comienzan a bajar por las escaleras, mientras Gandalf les explica: "no tengo recuerdos de este lugar, pero en caso de dudas, ¡los atajos largos traen retrasos largos!". Los demás asienten asombrados, agradeciendo el olfato infalible del mago. Pero a mitad del descenso, las escaleras, ya en un estado cochambroso, comienzan a resquebrajarse bajo sus pies. Cerca del final, descubren que un tramo se ha roto, y la comitiva se queda aislada en un pequeño bloque, que se bambolea peligrosamente de un lado a otro. 35 minutos después, el bloque sigue bamboleándose. Bombur se ha dormido. Gandalf empieza a lanzar a los Enanos hacia el otro extremo, agarrándoles de las barbas, sin escuchar sus razonables quejas. El mago, exhausto después de lanzar a todos los enanos, hace un último esfuerzo y lanza a Bilbo con tal fuerza que el hobbit sale despedido más allá de la plataforma donde le aguardaban los doloridos enanos, cayendo en el vacío. Todos lloran su muerte y hasta Gandalf moquea un poco, pero con disimulo. Al final de las escaleras encuentran unas nuevas escaleras, pero éstas van hacia arriba. Suben trabajosamente por ellas y vuelven a encontrarse en la misma bifurcación de antes. Los Enanos miran a Gandalf, y éste dice: "ahora por la izquierda; todo recto, seguid los carteles de salida; no miréis atrás, para no tropezar". Y salen a cielo abierto. Llegan a un pequeño bosquecillo y se tumban en la hierba, llorando de nuevo por la muerte de Bilbo.

Mientras, Bilbo cae a toda velocidad por un interminable agujero, golpeándose con las paredes de la gruta, hasta que endereza su cuerpo, reduciendo la superficie de rozamiento al mínimo. Aumenta vertiginosamente su velocidad, y adelanta en su caída a varios objetos extraños que habían caído hace tiempo, y que todavía no habían llegado al fondo: un hombre barbudo, dando órdenes, con un altavoz en una mano y un libro grueso en la otra cuyo título es "Cómo convertir un buen guión en un guión espectacular"; una cajita de madera, con una G sobre la tapa; un soldado con aspecto noble, sabio y justo, llorando; y otras cosas más. Pero sobre todo, centra su atención en un anillo, brillante y redondo como un anillo. Lo coge al vuelo y se lo pone, descubriendo con sorpresa que se ha vuelto invisible. Luego se da cuenta que no sólo el anillo se ha vuelto invisible: ¡también él!

Una hora más tarde, llega al fondo del abismo. O eso deduce, pues ha chocado con algo, y su caída se ha detenido. Al principio todo es oscuridad y silencio, pero al poco tiempo, dos pequeñas esferas luminosas aparecen frente a él, y una voz quejumbrosa musita: "mi cabessa, mi cabessa, ¿dónde tengo la cabessa?, gollum, gollum".

"¿Quién eres?" pregunta Bilbo, contrariado. "Soy La Criatura El Gollum ", contesta la criatura, que a partir de ahora llamaremos Gollum, para abreviar. Y continúa, diciendo: "Te enseñaré la salida si me prometes no volver a golpearme la cabeza gollum, gollum, gollum, y si me respondes a un acertijo". "Vale", contesta Bilbo, contento por salir bien parado de tan espinoso asunto. "Contesta si puedes: en ESTE BANco están sentados un padre y un hijo; el padre se llama Juan, y el hijo ya te lo he dicho. ¿Cómo se llama el hijo". Bilbo medita nervioso, porque ese acertijo no lo conoce, aunque le suena. Gollum se acerca gruñendo, y el hobbit piensa que quizás la criatura no sea tan bondadosa como parecía por la voz. Se pone nervioso y grita "'¡Tiempo, tiempo!". Gollum chasquea la lengua, lamentando su negra suerte, pues no recuerda la respuesta, así que tiene que dar por buena la del hobbit. "Muy bien. Espera aquí, que voy a buscar una cosa." Y desaparece. Bilbo espera durante varias horas, pero al ver que Gollum no regresa, decide marcharse por unas escaleras que consigue descubrir palpando el suelo, pues no ve nada en la oscuridad. Mientras Gollum, que tampoco ve nada, no encuentra su anillo mágico, pues eso era lo que buscaba. Da la vuelta e intenta encontrar a palpo a Bilbo, pero como no consigue verlo, deduce que éste ha encontrado el anillo, se lo ha puesto, y ha desaparecido de su vista. Maldice durante varios días. Meses más tarde empieza a comprender que si no veía al hobbit quizás era por la misma razón por la que no veía nada más, y decide mudarse a otra gruta algo más iluminada.

Pero Bilbo, mientras, ha encontrado la salida, siguiendo las indicaciones de Gandalf (camino de la derecha, bajada de escaleras, y el resto lo deduce él sólo) y descubre a lo lejos al mago y a los Enanos, llorando. Se pone el anillo y aparece en medio de ellos, dándoles un susto de muerte. Cuando se recuperan de la impresión, se ponen de nuevo en marcha.

Mientras descienden por la montaña, empiezan a escuchar a su espalda espeluznantes aullidos de lobos, y al mirar hacia atrás, confirman su impresión: una manda de lobos les persiguen (aunque no saben si son lobos o hienas; en cualquier caso, son terribles y grandes). Gandalf se detiene un momento, buscando la mejor forma de huir. A la izquierda puede ver un agradable sendero de montaña, rodeado de árboles frutales, y a la derecha una peligrosa pendiente. "Por la derecha" dice sin dudar. Los Enanos y Bilbo, un poco escarmentados, plantean la posibilidad de tomar el sendero de la izquierda, pero Gandalf les corta en seco: "¿os imagináis lo espectacular que puede resultar la bajada por el camino de la derecha?". A ese planteamiento no le caben muchas objeciones, así que sin dudarlo, se lanzan por el camino de la derecha. No han dado ni dos pasos, cuando la pendiente por la que descienden gritando se vuelve completamente vertical, y todos caen, mientras Gandalf dice "¡espectaculaaaaaaaar!". Aterrizan sobre las copas de unos pinos. Pero los lobos les han seguido por el mismo camino, aunque afortunadamente todos ellos van a parar a un claro del bosque, fuera del alcance de nuestros magullados héroes. Todos respiran aliviados, cuando, lentamente, comienzan a escuchar un repetitivo y profundo sonido que va creciendo por todo el bosque. Gandalf descubre una multitud incontable de trasgos que se acercan al pie del árbol donde se encuentra subido, mientras baten palmas con las manos y gritan "oh, oh, oh, oh" ¿Qué nueva amenaza los amenaza? De pronto, los trasgos abren un pasillo, mientras continúan con su infernal estruendo: a lo lejos, un trasgo con chándal, portando una antorcha, se acerca corriendo, mientras se limpia el sudor de la frente con su mano libre. Los gritos se elevan por encima de los árboles, algunos trasgos lloran de la emoción. Lo va a conseguir, lo va a conseguir. El trasgo de la antorcha se detiene satisfecho ante el árbol, y se lanza en plancha contra el tronco, golpeándose la cabeza de forma innecesaria y cruel. Pero el mal ya está hecho. Las llamas trepan voraces por la corteza, alcanzando en un segundo las ramas más altas. Gandalf grita con voz poderosa palabras en otra lengua desconocida, aunque con un acento gracioso. No pasa un minuto, cuando el cielo se llena de Águilas, Petirrojos, Quebrantahuesos, Ardillas Voladoras, Avestruces, Mirlos acuáticos y varios pingüinos. Los Enanos escogen las monturas más apropiadas, al igual que Gandalf. Pero ¿Bilbo? ¿Qué pasa con Bilbo?. Todas las aves se han retirado ya, excepto una enorme avestruz, a la que el hobbit consigue agarrarse, después de un arriesgado salto de 37 centímetros. El avestruz remonta el vuelo con dificultad. Están a salvo ¡bufff!

Contando con llegar a los nidos de sus inesperados porteadores, la comitiva se sorprende al ver que giran a la derecha, en dirección a una casita de madera, alrededor de la cual, deambulan sin control todo tipo de bestias salvajes. Divisan también a un hombre extraordinariamente grande que sale de la casa. Su asombro se dispara, al ver que un segundo más tarde, el hombre se ha convertido en un oso, se rasca la espalda contra la puerta de la casa, y vuelve a convertirse en hombre. Los Enanos y Bilbo recuerdan el aviso que les dio Gandalf al salir de Hobbiton, el aviso que les dio Gandalf al partir de Bree, el aviso que les dieron los Trolls antes de morir, el aviso que les dio Elrond al dejar Rivendel, el aviso que les dio la mujer elfa antes de ponerse a cantar, el aviso que les dio el Gran Trasgo antes de morir, y el aviso que les dieron las aves mientras volaban: ¡No os fiéis de los hombres! ¡Son un desastre! Y éste encima, se rasca la espalda sin la menor consideración. Nada bueno puede salir de todo esto.

Las aves están realmente cansadas, así que al llegar a la altura de la casa de madera, giran sobre sí mismas, y dejan caer su carga. Los Enanos van cayendo de uno en uno, mientras el hombre, que se llama Beorn, los cuenta: uno, dos, tres,..., doce, trece, un mago, catorce y un no sé qué, quince. Gandalf se pone en pie lentamente, mientras sus huesos crujen grimosamente al colocarse en sus lugares habituales, y se presenta. "Hola, soy Gandalf el mago, amigo de Radagast" Pero Beorn responde: "No conozco a Radagast; nadie conoce a Radagast y nadie le conocerá; el único mago que conozco es Saruman y es malo con la naturaleza. Yo soy bueno con la naturaleza, así que no somos muy amigos. De cualquier forma, si hubieseis caído todos de golpe, desconfiaría; pero así, de uno en uno, es otra cosa. Pasad a mi casa".

En el interior de la casa, el desorden está a la orden del día. Todo son platos rotos, muebles volcados, excrementos de todo tipo de animales, resecos o recientes y humeantes. Los Enanos sonríen, agradecidos, pero Bilbo y Gandalf cruzan una mirada inquisitiva y suspicaz: deben estar atentos. Después de una magnífica comida, Beor empuja la mesa hacia atrás, ajusta su cinturón varios agujeros más allá y se duerme plácidamente, convirtiéndose en un oso.

"Es el momento", dice Gandalf. "Si la cabra loca de la entrada no ha mentido, Beorn ha comenzado a hibernar. Levantaos lentamente y huyamos en silencio". Bilbo se lleva la mano a la cabeza, recordando el sigilo habitual de los Enanos. Efectivamente. Ni uno sólo consigue levantarse de la mesa sin hacer el ruido suficiente como para despertar a un muerto de la Ciénaga de los Muertos. Todos eructan, pero Beorn sigue roncando; varios tropiezan con las sillas, pero Beorn sigue roncando; y dos o tres no aciertan a abrir la puerta antes de atravesarla; pero Beorn sigue roncando. Una vez fuera, echan a correr hacia la derecha, pero al poco tiempo, Gandalf descubre que el Este no siempre está a la derecha, así que decide orientarse por la estrella polar, que parece más seguro.

Varias horas después, llegan a los lindes de un bosque enorme. Gandalf se detiene, y sin más preámbulos, les dice: "Debo irme". Los enanos y Bilbo se sienten consternados, abatidos y hambrientos. De nada sirven sus ruegos. El mago se lleva los dedos a la boca, y emite un silbido tan agudo, que a Balin se le rompen los tímpanos (lo cuál no es baladí, pues explica porqué acabó partiendo a Moria, a pesar de los gritos de súplica de toda su familia, desaconsejándole tamaña locura). Cuando el silbido se apaga por fin, y después de que varias bestezuelas hayan caído de los árboles, un caballo verde aparece trotando graciosamente en la lejanía. Asombrosamente, el caballo se acerca a ellos a cámara lenta, y aunque su porte pierda por ello gran parte de la fuerza que de él se esperaba, ese trote espaciado permite ver cómo su larga crin ondea al viento del amanecer, provocándoles a todos unas ganas extraordinarias de comprar algo con lo que lavarse la cabeza. Cuando el caballo se acerca a ellos por fin, después de unas horas que parecen horas, Gandalf les dice: "aunque lo parezca, no es uno de los Mearas" Bofur se ríe con estruendo, pensando que era un chiste, al equivocar la "a" que recibía el acento, pero Gandalf aclara el problema ortográfico, y todos ríen la graciosa equivocación del bueno de Bofur, de forma estruendosa, como sólo los enanos saben hacer. Bilbo agradece el contrapunto cómico, aunque no viniera a cuento, para relajar la tensión que se palpaba en el ambiente. Y tras eso, Gandalf se marcha. Varias horas después, todavía pueden divisar al Peregrino Gris, a 20 metros, pues el caballo mantiene su apacible trote, a pesar de los reiterados y violentos taconazos del mago, que comienza a perder los estribos, en sentido real y figurado.

Al día siguiente, al amanecer, los Enanos y Bilbo pueden dejar de mirar al sur, pues Gandalf se pierde definitivamente tras un recodo del camino, situado a unos 45 metros de donde se encuentran. Después de frotarse el cuello, para animar sus paralizadas articulaciones, miran de nuevo al bosque y comprueban con horror que es negro de verdad, y no sólo oscuro, como les había parecido al amanecer del día anterior (la última vez que lo habían mirado).

Entran en él y comienzan a caminar hacia el este, o hacia la derecha, o hacia donde sea que les lleve ese camino sinuoso y siniestro. La única ventaja es que no necesitan un guía, pues sólo hay una dirección. Pasadas unas horas, se detienen frente a un río que atraviesa el sendero, y deciden pasarlo de un salto, pues a nadie le apetece mojarse las botas, y a Bilbo, menos que a nadie, pues no las tiene. Todos consiguen cruzarlo con graciosas y espectaculares cabriolas. Todos excepto Bilbo y Bombur. Bilbo salta detrás de Kili, que había hecho un triple salto mortal con tirabuzón, y por querer imitarle, el buen hobbit se queda a medio gas sobre el agua, cayendo estrepitosamente en la corriente, que le arrastra al fondo. Todos los Enanos lloran su muerte incomprensible, injustificable e increíble, una vez más, pero al poco tiempo, Bilbo aparece nadando contra corriente, a mariposa. Sin embargo, esta vez, su inesperada reaparición no causa la alegría habitual. Dwalin le dice: "estás horrible" o algo parecido, pero con aire lúgubre, porque Bombur yace en el suelo, dormido. Un encantamiento le ha provocado tal estado, al pisar ligeramente el agua. Echan a suertes si llevárselo a cuestas o comérselo, y lamentablemente, sale la primera opción.

Después de unas horas, Thorin descubre que Bombur se estaba haciendo el dormido, para ahorrarse la caminata. Aunque Bombur sabía que los Enanos siempre echaban a suerte si debían comerse o no a un compañero hechizado, el pobre enano estaba tan cansado que decidió arriesgar. El cabreo de sus compañeros es tal, que después de arrojar a Bombur al suelo, vuelven a echar a suertes si se lo comen o no, pero la buena estrella sigue sin acompañarles, y Bombur vuelve a salvar el pellejo.

Después de varias horas, todos comienzan a preguntarse si no habrán estado dando vueltas en círculo, aunque el camino siga una perfecta línea recta, porque el bosque no parece terminar nunca. Están exhaustos y hambrientos (y miran a Bombur lamentando nuevamente su suerte), cuando unas voces cristalinas y un rico olorcillo a carne a la brasa les convence para que abandonen el camino. A sólo unos metros, pueden divisar una simpática estampa: diez o doce Elfos (aunque lo lógico hubiera sido que hubiese alguno más), todos con largas y lisas melenas, se sientan ante un fuego. Los Enanos y Bilbo se lanzan con los ojos desencajados hacia la carne de la hoguera, pero en cuanto ponen un pie en el claro, las luces se apagan y todo se queda en silencio. Se queda en silencio durante sólo unos segundos, porque en seguida empiezan a escuchar lamentos profundos que salen de las graciosas gargantas de los graciosos elfos. Las luces vuelven a encenderse, y los Enanos y Bilbo comprueban horrorizados que los Elfos han enredado sus graciosas melenas entre las ramas de los árboles, y aúllan graciosamente de dolor, intentando liberarse. Thorin no puede evitar reírse a carcajadas, siendo imitado al instante por sus compañeros. Bilbo, en cambio, no se ríe, pues ve cómo por la izquierda, un millón de arañas se acercan cantando y golpeando el suelo con sus patas (que eran muchas, porque eran arañas). Y aunque el estruendo es ensordecedor, la risa de los Enanos permite que las bestias se acerquen a ellos sin ser notadas. Los Elfos, al descubrir a las arañas, y recordar que es una película para mayores de edad, entienden que no sólo su fin esta cerca, sino que va a ser un fin extraordinariamente desagradable, como así es. Los Enanos se baten en duelo como Enanos farfullantes, pero de nada sirve. Al poco rato son una masa informe de hilos pegajosos, manos, pies y capuchones, arrastrados por las arañas, que vuelven a cantar. Pero Bilbo evita ser capturado poniéndose el anillo, y va matando una a una a todas las arañas. Y cada vez que mata a una, se pone a cantar la canción de las arañas, imitando la voz de la que acaba de dar muerte. Por este ardid tan ingenioso, el hobbit elimina a todas, libera a los Enanos y recobra nueva fama. Los Enanos le prometen incontables riquezas por su inestimable ayuda, mientras cruzan los dedos a su espalda, y unos instantes después se ponen de nuevo en marcha. Pero de nuevo, olor a comida les hace perder el sentido, excepto a Bilbo, que corre tras sus compañeros, aunque tomando la precaución de ponerse el Anillo antes.

Esta vez, sin embargo, el Anillo produce un nuevo efecto en el hobbit. Las últimas veces que se lo había puesto, había visto frente a él un ojo inmenso, rodeado de fuego y sin párpados, pero la visión aparecía y desaparecía, y con un golpe en la cabeza, acababa desapareciendo por completo. Esta vez, y después de golpearse la cabeza hasta casi perder el sentido, comprueba horrorizado que la imagen no desaparece, y el Ojo se planta ante él, con todo su horror. Y siente que el Ojo le habla, diciéndole: "Te veo, jo, jo. Te veo". Bilbo ríe, pensando que es un juego, pero el Ojo aclara este punto: "No es un juego. Te veo, y eso no es bueno para ti. Un momento. Alguien llama a la puerta" Pasan unos segundos y Bilbo puede escuchar el ruido de una pesada puerta al abrirse, y una voz querida y anhelada que dice: "¡No puedes pasar!". La voz del Ojo responde: "¡No quiero pasar; ya estoy dentro, jo, jo, jo!" A lo que otra voz, de mujer (y ya van dos), añade: "A pesar de esto, sigo pensando que Gandalf debe presidir el Concilio", a lo que una tercera voz añade: "la hierba de los medianos confunde a Gandalf el Gris, Gandalf el domesticador de pajaritos, Gandalf el Simple, Gandalf el Tonto", a lo que la primera voz, la de Gandalf, responde: "Haré como que no te he oído". A lo que sigue un tumulto extraño de zumbidos, gritos y piedras cayéndose, como si una torre se derrumbara de golpe. Bilbo, horrorizado, se quita el anillo, y descubre que los Enanos no están. Aguza el oído y se pone a correr en dirección nor-noreste, o sea, hacia la derecha, pero para arriba, hasta alcanzar a una partida de Elfos que corren graciosamente con los Enanos hechos prisioneros. Llegan a un puente, entran por la puerta de un castillo, y Bilbo va tras ellos, sigilosamente.

Una vez dentro, los Enanos son interrogados por el rey Flan-Dhul y la reina (van tres) del lugar. El rey habla de forma extraordinariamente lenta, y cuando la mitad de los Enanos y tres cuartas partes de los Elfos están ya dormidos, la reina decide intervenir, sin pedir permiso, mientras el rey continúa con su monótono y parsimonioso monólogo. La reina es hermosa, y por tanto, buena. Pero mientras habla, de vez en cuando parece recibir un calambrazo y por unos instantes les da la sensación de estar viendo su radiografía. Esto hace sospechar a los Enanos (a los que no habían caído bajo el hechizo de sueño del rey), y Thorin decide no hablar. De manera que son llevados a los calabozos. Una vez allí, Bilbo se aparece ante Thorin y le explica un plan que ha preparado. Sólo necesita trece toneles vacíos, y todo irá sobre ruedas. Thorin le pregunta que porqué necesita trece toneles vacíos, y Bilbo le dice que es una intuición. Así que el hobbit se marcha a las despensas del castillo, y ve que hay catorce toneles vacíos. Esto le llena de confusión, pero al recordar que con él, hacen 14, cae en la cuenta y se alegra. Vuelve a por los Enanos y juntos, regresan a las despensas. Pero al llegar, comprueban horrorizados que han desaparecido 13 toneles. Y encima, el ruido de unos pasos se acerca. Así que Bilbo empieza a meter a los Enanos en el tonel. Los ocho primeros entran sin dificultad, pues comienzan con Fili y Kili. Pero Bilbo ha dejado para el final a los más grandes, y se ve y se las desea para encajar a los últimos. Cuando los pasos se acercan hasta ellos, Bilbo, que se ha puesto el anillo (sin percibir nada extraño esta vez, para su alivio) descubre que no eran sólo pasos los que se acercaban, sino también dos elfos, que vienen a sacar la basura. Cogen el tonel, maldiciendo alegremente por lo mucho que pesa y lo tiran por una trampilla. Bilbo va tras él, y ambos caen al agua, otra vez. La tapa del tonel se abre, y los Enanos que tienen los ojos vueltos hacia esa dirección, y que no han perdido el sentido por las estrecheces del tonel, comprueban horrorizados cómo Bilbo se ahoga, incapaz de dar una brazada más debido al cansancio. Así que los Enanos que pueden, lloran la muerte del hobbit. Pero unos minutos después, Bilbo aparece de nuevo y Thorin, el único que conserva el sentido, se alegra mucho.

Llegan a un embarcadero y Bilbo saca como puede a los Enanos del tonel. A lo lejos, se divisa una ciudad de hombres (indudablemente era de hombres, pues tiene un aspecto siniestro). Y como no hay nadie más por allí, van hacia el lugar, con la esperanza de que les aprovisionen para llegar a la Montaña Solitaria. Cuál no será su sorpresa cuando los hombres, todos mal encarados, les dan de todo, insistiendo especialmente en el tema de las armas. Los Enanos no entienden para qué necesitan armas, si solo tienen que entrar por la puerta secreta y recoger su tesoro, pero los hombres comienzan a silbar, haciéndose los despistados. Así que a la mañana siguiente, son despedidos por toda la ciudad, cuyos habitantes hacen sonar alegremente a su paso, sus máquinas registradoras. Thorin lo entiende como un mal presagio, y se pone a calcular cuánto podrá costar la ayuda de estos desinteresados tipejos.

continuará (y ya es el final)



tar calion II (Hombre)

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