Desde aquella explanada, pudimos contemplar durante toda la noche la vida nocturna del campamento orco con sus tiendas, sus grandes fogatas y sus riñas. Cada cierto tiempo algunos orcos se enzarzaban en encarnizadas peleas que ponían en tensión a la compañía. Yo por mi parte, no me encontraba muy bien por lo que no pude dormir a lo largo de la noche.
La mañana llegó a nosotros como un bálsamo reparador. Con la nueva luz, todos nos encontramos más animados y con renovadas fuerzas para continuar la marcha. Pero, sin duda, el que mejor se encontraba era Abârmil. El montaraz se había repuesto por completo y se podría decir que ahora se encontraba casi en mejor estado que los demás. Todos los demás nos encontrábamos gratamente sorprendidos por tan milagrosa recuperación pues nunca habíamos visto ninguna medicina con tal efecto. “Me parece que otras pócimas han sanado al montaraz”, pensé, aunque preferí no comentar nada con el resto del grupo: ya habría tiempo para explicaciones.
Tras un momento para el desayuno y después de levantado nuestro campamento, nos dirigimos a la siniestra encrucijada, dejando a nuestra espalda la imagen, más siniestra si cabe, del campamento orco.
Una vez allí nos detuvimos y yo les dije a mis compañeros:
– Debemos elegir el camino que tomaremos. Yo lo he estado meditando y, no he llegado a ninguna conclusión. Tendremos que decidir entre todos.
En ese momento, Burzumgad levanto la mano y se dispuso a hablar.
– El de la izquierda – dijo el orco – y es una simple corazonada, ya que los dos parecen igualmente sombríos. En cuanto a lo de Alion, no creo que nadie esté en desacuerdo con enviarla.
En efecto, todos estuvimos de acuerdo en enviar a Alion con un mensaje y también confiamos en el buen olfato del orco para elegir el camino.
Por ello, me dispuse a redactar un mensaje en un pergamino explicando la situación a Thranduril. Una vez terminado lo enrollé y se lo até a la paloma en la pata. Sáralle la cogió entre sus manos y la soltó al cielo. Mientras Alion se alejaba por el límpido cielo, nosotros nos adentrábamos en la más tenebrosa de las tinieblas.
Mithrandir, Mithrandir, cantaban los elfos, ¡oh Peregrino Gris!. Pues así les gustaba llamarlo.
Soy la espada en la oscuridad. Soy el vigilante del Muro. Soy el fuego que arde contra el frío, la luz que trae el amanecer, el cuerno que despierta a los durmientes, el escudo que defiende los reinos de los hombres. Entrego mi vida y mi honor a la Guardia de la Noche, durante esta noche y todas las que estén por venir. Juego de Tronos. GRR Martin
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