Cuando nos preparamos a descansar, Delior viene avisándonos sobre unos cuantos orcos que hay a pocos minutos de nosotros.
- Yo creo que aunque estemos cansados, sería una insensatez descansar, con los orcos delante nuestra. Además, no sabemos si hay más orcos. Yo creo que si descansamos, debe ser en un lugar seguro, después de matar a los orcos que tenemos delante, claro.
Dicho esto, mis demás camaradas opinan, y nos ponemos a preparar las cosas para el ataque. Yo me quito mi pesada armadura para estar vestido con mi fina capa y ropa élfica, al estilo montaraz, que me proporciona mayor rapidez aún y es más silenciosa. Además de mi espada, llevo mi arco y unas cuantas flechas, por si se presta la ocasión de sorprenderles con mis certeras flechas. En ese momento noto que la joya ha desaparecido, la intentó buscar, pero sigue sin aparecer.
- Bah, un problema menos- pienso- espero que nadie la vuelva a coger, es peligrosa, aún destruída, y sobre todo si les da por volverla a unir.
Mientras los demás se siguen preparando, le digo bromeando a ulbar:
- Tranquilo, que ahora saltaré sobre los orcos como hice sobre un troll en cierta taberna de Bree .
- Sí es así, y al levantarte te vemos todos los dientes, eres un tipo con suerte- dijo Miquel a nuestras espalda riéndo.
- ¿Oye, y la mujer la vamos a dejar aquí escondida?- pregunté extrañado- No me fío de ella, se podría escapar. O alguien la cargue con nosotros o dejamos a alguien aquí de vigilante. Yo me ofrezco voluntario para ambas cosas. Quizás su silencio es lo que más me preocupa, si la llega a encontrar el enemigo o escapar, quizás dijera más de lo que a simple vista parece.
- Creo que podemos confíar en ella- dice Farawyn.
- Creo que Entaguas tiene razón- dice Miquel.
- Dejad de discutir, tenemos que darnos prisa, Entaguas, quedate vigilándola, ya volveremos nosotros.
Farawyn y la mujer me lanzan una mirada que me deja helado. Yo me río, menudo carácter que tienen, me pregunto si no son hermanas. Entonces, mientras los demás se van, yo me quedo con la mujer a solas para vigilarla.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
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