La mujer concluyó su explicación sin una sonrisa, y quedó mirándome, mientras liaba su larga cabellera bruna en una coleta ajustada.
- De modo que icenos – dije a Elvira una vez que ella le revelase el nombre de su pueblo.- jamás he oído de vosotros, pero bien, si os comportáis como nuestros aliados en esta situación difícil, demostrareis buena voluntad...
-Con buena voluntad no basta- dijo Serke, quién aún se estaba terminando de quitar de los brazos las sogas de los orcos.- dispensadnos, pero hemos caído en trampas, y somos algo desconfiados...
-Nosotros también podríamos desconfiar de un grupo en el que se incluye a un orco- replico rápidamente la bella Elvira, los puños apoyados en las caderas arrogantes cubiertas por los ajustados pantalones de cuero.– pero no lo haremos. Nos han informado debidamente.
-¿Quiénes?- preguntó el enano Gilford.
- Sabios druidas, maestros del saber, maese enano- replicó Elvira mientras sus acompañantes seguían callados. Yo me dije que grande sería el rango y abolengo de aquella muchacha para imponer silencio a aquellos dos hombres intimidantes.
La respuesta me llegó de inmediato, al enterarme por boca de la propia Elvira que el resto de nuestro grupo llevaba consigo (quizás habiéndola rescatado de casualidad) a una tal Boadicea, prima de ella, y por sobre todas las cosas, hija del rey de su pueblo.
O sea que esa muchacha que, con ropas humildes y gestos por momentos rudos, nos guiaba, era de sangre real, y eso explicaba muchas cosas.
Caminamos largo trecho, sorteando precipicios y saltando grietas.
De pronto y al parecer respondiendo a una orden gestual de la muchacha, Gurt y Altora- tales los nombres de los guardaespaldas de Elvira- dejaron al paso sus cosas, y se aprestaron a partir.
- ¿Van acaso por los nuestros y la princesa, vuestra prima? – preguntó Cindor.
-Nos costaría la cabeza si lo olvidáramos- rió con humor el corpulento Altora.
- Sabe cuidarse sola, aún de los orcos- dijo Elvira mirándome de soslayo, aunque sonriente
No bien quedamos a solas con ella, Elvira nos guió por extraños y solitarios parajes de montaña. Realmente parecía conocer de manera envidiable aquella zona. Se diría una montaraz- mujer. Escaló pendientes y nos indicó atajos con total seguridad. Apenas si hablaba, limitándose a tan sólo los gestos indispensables.
Nosotros marchábamos a la zaga, y sin una palabra, y los jóvenes de la compañía, sobre todo Maelor, Serke y Cindor parecían hechizados por su belleza. Ella pareció advertir las miradas y se volvió a los jóvenes.
Umbrías son las montañas, mas la ciudad brilla:Se diría una gran mortaja flotando entre el cielo y la tierra.
Quién se adelante hacia ella procedente de Ithilien la verá brillar cuando aún le resten millas para arribar la misma.
Quién llegue a ella desde el interior de Mordor la advertirá contenida en el valle como una gema de ominosa belleza.
Quien se acerque con oído atento se asombrará del rechinar de la portentosa maquinaria (ingenio de alta relojería) que mueve tu gigantesca torre.
Pensar que (ay!)muchos piensan que la ciudad sólo cobija dolor y miedo.
Ya sabrán la verdad.
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