-Se que tu pequeño país es vasallo de Gondor, eso me han dicho...- me dijo Leandro, dejando flotar en el aire mi respuesta.
-Aliado de Gondor- repliqué velozmente.
Leandro se pasaba la lengua enorme por los labios espesos y cubiertos por las cicatrices de cien guerras.
-¿Así te han hablado? Oye, viejo ¿Puede un orco ser respetado por un rey tarko que por añadidura está casado con una elfa? ¡No seas ingenuo, Burzumkam! ¡Ellos nos aborrecen y te traicionarán, y traicionarán a los tuyos y los masacrarán luego de usaros para sus fines!
Pensé durante un parpadeo antes de contestar y fue una suerte, por que mi respuesta, de habersela dado, lo habría encolerizado de veras. Después de todo ¿Adrede había pronunciado mal mi nombre para provocarme?
Un revuelo hizo que Leandro se alejara de mi, luego de decirme algo en esa forma nueva de lengua negra que no se si era despedida o amenaza. Luego el capitán habló con otros orcos, aparentemente los reprendió y se perdió entre la masa de la tropa.
Algunos otros, entre griteríos, traían a un humano delgado y fibroso, de cabellos rubios y gesto cansado.
El hombre se resistía vivamente. Un uruk lo golpeó con el plano de su espadón en la espalda y el hombre rodó por tierra. Luego, lo arrastraron hacia nosotros.
- ¡Quédate con los otros! – gruñó el uruk mientras blasfemaba y pateaba de nuevo al caído.
Maelor y Gilford se acercaron presurosos al caído a fin de socorrerlo. Los guardias uruks miraban y se reían:
- ¡Mirad a los niños buenos! ¡que solidarios...!
Barin, Rúmil y yo tentamos acercarnos también, pero los guardias nos arrojaron piedras mientras seguían burlándose. El hombre reaccionó. Vestía como montaraz y parecía joven, pero sabemos cuan difícil es calcular la verdadera edad de un montaraz.
- ¿Quiénes sois?- preguntó al fin – me llamo Cindor, venía a mi casa del Bosque verde y ya veis, estos malditos orcos me han capturado...
A las preguntas del enano acerca de sus intenciones, Cindor respondió:
– Había oído acerca de una misión que el rey Thranduil envió a estos pagos a fin de investigar los últimos y desagradables hechos. Mi intención era unírmeles, y ya veis, me atraparon...
-Nosotros somos parte de la compañía- dije yo, adelantándome.
Cindor se asustó de mí, tal cual lo esperaba, pero Maelor se puso en el medio.
-Tranquilo, amigo. Aunque no lo creas existen hoy orcos de médula noble. ¿No haz oído acaso hablar de Burzumgad, Señor de la ahora liberada Minas Morgul?
Aquello no pareció convencer a Cindor, quien, a medida de que yo me le acercaba, seguía buscando la empuñadura de un arma que ya no tenía. Yo me limité a alzar la palma en un saludo de paz.
-Eres montaraz, amigo, tus ropas te delatan, de ser así de seguro conoces ese gran capitán de los tuyos y mi amigo, Abârmil, residente en Ithilien...
Y recién allí Cindor halló sosiego, masajeándose en mentón con barba de cuatro días.
Umbrías son las montañas, mas la ciudad brilla:Se diría una gran mortaja flotando entre el cielo y la tierra.
Quién se adelante hacia ella procedente de Ithilien la verá brillar cuando aún le resten millas para arribar la misma.
Quién llegue a ella desde el interior de Mordor la advertirá contenida en el valle como una gema de ominosa belleza.
Quien se acerque con oído atento se asombrará del rechinar de la portentosa maquinaria (ingenio de alta relojería) que mueve tu gigantesca torre.
Pensar que (ay!)muchos piensan que la ciudad sólo cobija dolor y miedo.
Ya sabrán la verdad.
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