NARRACIÓN 12ª - (GRUPO 1º) (01 de Marzo de 2007, a las 15:23)
Gandalf se apartaba unas gotas de sudor con la mano de su frente. En el lejano techo, estaba escrito en lengua común y con sangre, ‘’ La sangre aquí derramada no sirvió para nada. Ahora, el terror reina en estos lugares’’. Ningún compañero pareció fijarse en aquello. Extraño enigma le había tocado resolver. Estaba realmente preocupado. Su sabiduría le hacía imaginarse algo de lo que estaba pasando, pero solo eran suposiciones, aunque sabía que había algo oscuro y terrorífico en aquel lugar. Lo notaba. Algo poderoso y cruel.
La compañía siguió descendiendo por aquellas oscuras profundidades. Había un gran miedo en el ambiente, y el aire estaba cargado de terror. Muchas palabras se podían escribir, pero ninguna se aproximaba al ambiente de incertidumbre y miedo que muchos sentían al bajar por aquellas escaleras por una infinita oscuridad. Miedo, mucho miedo, quizás era la palabra más adecuada. Muchos divagaban en sus pensamientos en aquella creciente oscuridad cuando la voz de Farahir les indicó que parasen:
- ¡Alto! La rapidez de los hechos me impide daros una explicación lógica de todo esto. Pero no quiero que desconfiéis, así que os hablaré. Somos espías al servicio de Thranduil, que hace tiempo nos mandó la misión de guiaros en vuestra misión. Se que parece poca explicación, y muchas dudas por resolver que con esta frase no son contestadas, pero es lo máximo que puedo deciros. No desconfiéis. Nosotros os guiaremos mejor en estas profundidades, las cuáles hemos aventurado a veces.
Tras esto, todos siguieron bajando, esta vez en cabeza junto a Gandalf, quién intercambiaba algún dato con ellos para asegurarse de que no era falso lo que decían. Poco después la mujer que llevaban prisionera empezaba a sollozar. Su lastimoso llanto interrumpía el silencio. Serke sintió algo en la oscuridad y se preocupó. ¿Qué mal vivía allí? En ese momento, tres silbidos sonaron. Una flecha atravesó el sombrero de Gandalf, y dos flechas rozaron la entrepierna de Inglor y Abârmil, quiénes solo pensaron en agradecerle a aquel enemigo la mala puntería que había tenido. Gandalf iluminó el lugar con la vara, y un gran resplandor hizo que pudiesen ver el lugar donde se encontraban.
Estaban ya al final de la escalera, apenas tres escalones quedaban. Ante ellos se extendía una estancia de tres metros de ancho, y larga como un pasillo, con una gran puerta oscura al final. En medio de la sala, había un pequeño altar, donde estaban empaladas varias cabezas, tanto de hombres como de mujeres, que tenían coronas grandes doradas. Aquello pareció causar mucha rabia en la icena, que soltó un grito de furia. Pero lo peor, era que aquella estancia estaba plagada de enemigos. Tres gigantescos hombres orientales soltaban los arcos. Eran hombres gigantescos, de casi tres metros, auténticos gigantes, con una armadura dorada, y muy bien armados, con lanzas, espadas y cuchillos, escudo y otros cuantos mazas. También había muchos trasgos, parecidos a los orcos de Moria, pequeños y gritones, y un uruk-hai que parecía ser el jefe del grupo. Todos soltaron un quejido, y tanto los gigantescos hombres del este como los orcos desenvainaron sus armas y se lanzaron a la carga contra vosotros. La compañía, desenvainó sus armas también y se prepararon para darles una bienvenida afortunada. No tardaron en estar enzarzados en una sangrienta lucha, y tampoco se dieron cuenta de que aquellos gigantescos orientales no eran fáciles de matar. Dimas, emocionado, no dudo en gritar aquella famosa frase mientras cortaba cabezas con su hacha:
Un saludo. En breve colgaré la narración del segundo grupo, en la que se unirá Cindor. Esta narración, más corta, me gustaría más que avanzaráis en la lucha contra los orcos, y los hombres del este, son mucho más poderosos, y como mucho quizás podáis matar uno en este asalto(ya que hay que tener en cuenta que estáis rodeados de orcos).
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
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