Había inflingido un duro golpe a Garchôt, pero la herida que más sentía era la que padecía ahora su orgullo. Rugió furibundamente de tal manera que pensé que mis tímpanos iban a explotar en mil pedazos. Yo seguía apostado delante suyo con tensión inenarrable aguardando el posterior movimiento de la bestia, que no fue otro que una lluvia incesante de fuego en todas direcciones. Tamaño fue el ígneo diluvio que me fue imposible esquivarlo; noté como un intenso calor se alojaba en mi espalda; me desaté la capa tan rápido como fui capaz y me puse a rodar para apagar las últimas llamas que me asaltaban. Estaba completamente a merced del dragón, girando descontroladamente a los pies de la infernal criatura, un simple pisotón y mi ánima visitaría las estancias de Mandos. Garchôt lo sabía y por ello se tomó un segundo de delicioso y vengativo placer antes de asestar el golpe fatídico, pude leer mi inminente muerte en su gigantesco ojo con el que me miraba a escasos dos metros de distancia. Mas dicho instante de contemplación fue suficiente para que mis diligentes amigos, Dimas y Serke, se apresuraran en intervenir con un valiente ataque que obligó al dragón a darse la vuelta amenazado.
Lo que siguió fue espectacular, el ser pareció rodearse de un aura de poder oscuro, acercó su faz a sus dos enemigos y susurró unas palabras, en lo que me pareció Lengua Negra, que retumbaron imperecederas en nuestras cabezas cual grito desgarrador en la lejanía. Dimas y Serke quedaron completamente inmóviles. Los demás, por no ser los principales destinatarios del ataque, pudimos hacer acopio de fuerzas sobreponiéndonos a aquel hechizo de maldad al ver que nuestros dos camaradas caían al suelo rodeados por un manto negro en el que podían entreverse bípedas lenguas mefistofélicas danzando alrededor como buitres ante su moribunda presa. Una denodada andanada de flechas hizo blanco sobre el desnudo vientre de Garchôt que comenzó a dar patentes síntomas de cansancio, probablemente más por el hechizo que por las saetas incrustadas en su anchuroso abdomen.
No es el momento de vacilar - grité -, debemos asestar un golpe final al dragón ahora que se encuentra exhausto.
Entonces realizaron su entrada en escena los hijos de Garchôt para proteger a su progenitor. En cuanto tomaron tierra, Maelor, corrió raudo como un meara hacia uno de ellos; se apoyó con su pie derecho sobre una gran roca que había en medio de la revuelta y dio un salto magistral para caer sobre la cabeza del bicho. Éste comenzó a agitarse coléricamente: batiendo sus alas, sacudiendo la cola, girando la testa y zarandeando sin sentido sus brazos. Por un momento pareció que Maelor caería, sin embargo logró arrancar con su espada el cuerno que adornaba la cabeza del reptil, para posteriormente salir disparado anegado por su deletérea sangre.
Casi sin poder asimilar la nueva situación, me vi cercado por los otros dos hijos de Garchôt. Apostados delante de mí me mostraron sus afilados colmillos mientras salivaban un líquido viscoso y hediondo que caía sobre sus robustos brazos cuyas desgarradoras uñas lucían con actitud furiosa. Yo estaba magullado, extenuado, con las sombrías palabras del hechizo en mi mente y desconcertado, pero aún vivo. No precisaba más. Así poderosamente con ambas manos la empuñadura de mi espada y reté a mis contrincantes con más coraje que buen juicio. Ambos comenzaron a lanzarme dentelladas, coletazos y manotazos por doquier. Tras sentir como una garra hacía jirones mi camisa y la piel de mi espalda, logré con un veloz movimiento que en uno de ellos golpeara al otro, lo cual me facilitó un momento de suspiro. Retrocedí hacia los primeros árboles del bosque y busqué un terreno más favorable para eludir los golpes.
En escasos segundos los árboles empezaron a ser abatidos cuales pajas de heno, pero allí me resultaba más fácil mantenerme con vida, por lo menos durante un tiempo. Así, de pronto vi como se acababan los árboles en derredor y mi improvisada defensa volvía a estar desnuda. Notaba como la sangre goteaba por mi columna, necesitaba ayuda. Un rayo de luz se cruzó de nuevo en mi camino cuando pude ver a Burzumgad y a otros detrás atacando a mis dos enemigos. El orco trepó ágilmente por la espalda de uno de los dragones y cercenó su cuerno con una contundente estocada. Al tiempo, aprovechando la confusión, mi espada penetró el vientre de la otra bestia, la hice girar y la saqué de nuevo, la criatura soltó una llamarada que me acertó de lleno de pecho para abajo. Otra vez me vi rodando envuelto en llamas. Una vez apagadas me reincorporé, con la ropa quemada incrustada en mi piel observé como ambos dragones estaban muertos, ya únicamente restaba Garchôt. Miré la hoja de mi espada y comprobé como su otrora acerado destello se había tornado negro con el contacto de la sangre de dragón. Reparaba en aquel milagro cuando noté como el suelo retumbaba extraordinariamente bajo mis pies; levanté la mirada y vi a Garchôt mas iracundo que nunca dirigiéndose directamente hacia mí. Apartó de un manotazo a Inglor, Burzumgad y Gilford que salieron despedidos a muchos metros de mí, para luego prepararse a golpearme con su ataque más mortal. De repente un cegador destello refulgió en la batalla y el dragón se quedó ciego por momentos, una lluvia de flechas provenientes de miles de ocultos lugares se cernió sobre Garchôt. Su abdomen manaba incesante sangre y no veía, mas seguía en pie y a nosotros nos tocaba acabar el trabajo.
Sárelle y yo nos miramos con complicidad y corrimos sin mediar palabra hacia él, enhiesto aunque tambaleante; nuestros aceros comenzaron a brillar mágicamente, detrás de mí podía escuchar la voz grave y continua del Peregrino Gris en una lengua oculta; nos apoyamos en sus patas traseras y clavamos nuestras espadas en la dañada panza; Rúmil tensó dos flechas en su fabuloso arco y las hizo volar magistralmente en dos direcciones; las saetas se encendieron con níveo fuego e hicieron diana en cada una de las dos heridas recién inflingidas. Sárelle y yo caímos de inmediato ante el movimiento de dolor que produjo sobre Garchôt aquellas fatales heridas.
All that is gold does not glitter,
Not all those who wander are lost;
The old that is strong does not wither,
Deep roots are not reached by the frost.
From the ashes a fire shall be woken,
A light from the shadows shall spring;
Renewed shall be blade that was broken,
The crownless again shall be king.
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