Gandalf susurró algo a Alion y seguidamente la soltó. Todos mirábamos la paloma, en silencio, y después a Barin, que, después de todo, él fue el portador de la paloma, él le puso el nombre y él se había ocupado de ella durante todo el viaje, desde luego le había tomado cariño al ave.
Tras algún que otro suspiro, nos encaminamos hacia las dos sendas que, aun a la luz del alba, hacían encogérsele el corazón al más osado, ninguna de las dos auguraba nada bueno. Rúmil propuso seguir el olfato de Bruzumgad y tomar el camino de la izquierda:
-Yo hablé de corazonada- sonrió el orco– no se aún si es buena opción, a juzgar por los pocos elementos de juicio de que dispongo.
-Si sois tan dubitativos la decisión la tomaré yo ¡no tenemos todo el tiempo! – pareció perder en algo los estribos Gandalf - ¡vamos por la izquierda tal como tu lo recomendaste, Burzumgad!
Así pues, tomamos el de la izquierda, que, a diferencia del otro, descendía.
-Yo iré a la retaguardia- dije.
Al adentrarnos, un olor denso y pútrido como de cien cadáveres invadía el sendero, el cual se convertía ahora en tan solo una cavidad, en una grieta formada entre dos grandes muros. El paso era estrecho, y el suelo empedrado. De las ennegrecidas paredes colgaban y asomaban matojos aparentemente muertos y una niebla espesa y fría parecía engullirnos hasta la cintura, dejando ocultos nuestros pasos y dando la sensación de estar avanzando dentro de un riachuelo.
- Este olor… es como si hubiera algo muerto por aquí…- Dijo Maelor en un susurro, que caminaba delante de mí.
-No sería de extrañar que lo que pisamos fueran una hilera de cadáveres en descomposición, o ya descompuestos. Cualquier cosa puede yacer bajo esta neblina, amigo Maelor.- dije mirando a mi compañero gondoriano.
Yo avanzaba detrás, con mi mano derecha aferrada a la empuñadura de mi espada, y con la izquierda tanteando el muro. Reiteradas veces volví la cabeza, creyendo haber oído pasos y voces tras de mí. Pero tan solo había vacío. Más de una vez me jugó mi desconfiada mente la mala pasada de percibir alguien que nos seguía, y más de una vez desenvainé. Maelor me ofreció su sitio en la fila, e ir él en la retaguardia, pero insistí en que no hacía falta. Decidí distraerme con algo, sino, acabaría a mandobles con las paredes. Me acordé de los primeros pasos que dimos toda la compañía, cuando aún no conocía a nadie y manteníamos entretenidas charlas durante el camino, y reíamos contando anécdotas de otros tiempos. Ahora, sin embargo, marchábamos en silencio, y sin reír, atentos a cualquier sonido o movimiento.
Al cabo de unos instantes, la inmunda grieta se abrió para dar paso a un bosque, allí detuvimos el paso, con la neblina siempre presente. Se hicieron algunos comentarios:
Abârmil comentó que aquel bosque no invitaba, precisamente, a acampar en él, y todos estuvimos de acuerdo. Burzumgad olisqueaba el aire, confuso.
- Se ven troncos desgajados como por la acción de brazos poderosos, y tocones quemados...si a eso sumamos este olor... ¿es que no lo percibís vosotros también? Es...olor a animal grande y tosco…
Pese a que el orco no lo nombraba, era más que evidente a qué se refería, pero al igual que él, ninguno de nosotros estaba dispuesto a nombrar, ni siquiera a aludir semejante enemigo. Sólo Dimas exclamó:
- ¡Por Aulë! Estamos en tierra de dragones!
Reanudamos de nuevo el paso hacia el bosque, pero con las armas en alto. Yo tomé mi arco al igual que otros, y avanzábamos en fila sin dejar de mirar en todas direcciones. De pronto, la niebla se levantó y nos envolvió, seguida de un rugido que intimidó a todo el grupo:
-¿Qué demonios era eso? ¿De donde viene?- grité yo, sin saber a dónde dirigir mi flecha.
-¡Malditos mortales! morid bajo el fatal aliento de Garchôt y sus hijos…
La niebla desaparecía y la inmensa figura del Dragón se alzaba desplegando las alas y escupiendo humo por los orificios nasales a medida que hablaba. Pero además de él, sus hijos volaban hacia nosotros raudos y contundentes.
Dimas y Burzumgad plantearon sus estrategias mientras corríamos en busca de cobijo.
-¡Dimas, si estás dispuesto a entretener al dragón, hazlo, los arqueros deberíamos dispersarnos para dispararle desde todos los flancos, y el resto debería ocuparse de sus hijos, que pronto nos cercarán!¡Suerte compañero enano!
-Si, es cierto- dijo la primera Voz. -Creo que deberíamos dar un nombre a esa comarca. ¿Cual sugiere?
- El Maletero se encargó de ello hace ya algún tiempo- dijo la segunda voz. - El tren de Niggle-Parish está a punto de salir: eso es lo que ha venido gritando durante años. Niggle-Parish. Les envié un mensaje a los dos para comunicárselo.
-¿Y qué opinaron?
-Se rieron. Se rieron, y las Montañas resonaron con su risa.
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