La dama de la noche envolvío con su oscuro manto el cielo, poblándolo de estrellas que brillaban con fuerza, era una noche con luna llena, y allí, la compañía se encontraba en el pequeño llano. Muchos eran los pensamientos de aquella variopinta compañía, algunos incluso sentían nostalgia por su tierra, y un pequeño viento de frío les movía los cabellos. Ya habían hechado sus pequeños bártulos al suelo y se preparaban para dormir, pues estaban cansados. Sin embargo, pronto estubieron comiendo algo, y algunos empezaron a discutir en pequeños grupos, mientras que otros miraban el horizonte preocupados y absortos en sus pensamientos.
''¿Quémazon y muerte? ¿Indeseables personajes? Dos caminos se extienden hacia nosotros, pero me da la sensación de que ninguno es lo suficiente seguro... ¿Balrog? No aquí en las montañas, no; no es posible un balrog con vida. Pero ya Thranduil nos avisó de los... dragones...
¿Qué camino, izquierda o derecha? en cualquier caso, será mejor que por la mañana tomamos la decisión, con la claridad del sol, pues me temo que de nada servirá meditar sobre los caminos ahora, con la oscuridad de la luna, aunque con la pequeña luz de las estrellas...- pensó el Peregrino, y dicho esto, pegó un gran bocado a una lemba que sostenía en su mano.
Mientras, Dimas, Burzumgad y Serke hablaban sentados en un pequeño coro La astucia de Serke, o su rapida decisión, hizo que no encendieran fuego, pues podían ser detectados. Y eso, sería un error imperdonable en la traicionera montaña.
- De veras que me inquieta la hora en que llegue mañana- dijo Burzumgad- había un olor más... era algo grande... de hecho, sentía que una penetrante y oscuro mirada acechaba, mientras alguien olfateaba el ambiente con no muy buenas intenciones...
Sin embargo, a pesar de lo dicho, Burzumgad empezó a olvidar sus preocupaciones para pensar en su tierra natal. Serke, se levantó y dijo:
- Ese ejército, tan grande... ¿quién demonios lo puede comandar?
- Eso quisieramos saber- dijo Gilford, que estaba medio dormido.
Mientras tanto, Rúmil, Barin e Inglor charlaban animadamente, aunque el tiempo que empezaba a empeorar, hizo que pronto estubieran apiñados.
- Espero Alion, que llegues con suerte a tu destino, si mañana te mandamos a volar.-le dijo Barin a Alion, quién estaba ahora acurrucada en su rodilla.
Mientras, Maelor empezó a notar que Abârmil se había recuperado más pronto, y que ahora ya no palidecía, y que hablaba jubiloso y que reía.
- ¡Escucha Dimas, este chiste es muy bueno! ¡Llega un enano a un bar y pide una chuleta de cordero...
- Ese chiste es muy viejo- interrumpió Burzumgad, y la compañía se quedó sin saber como era el chiste.
Pero la dama de la noche pronto hizo que las estrellas dejaran de brillar, y que la oscuridad se extendiera como un manto oscuro sobre la compañía.
- Bueno, creo que es menester reposar- dijo Gandalf, levantándose para dejar de estar absorto en sus pensamientos- mañana creo que será un día largo, y tenemos que decidir algunas cosas. Además, nuestros enemigos también se van a dormir.
Dicho esto todos se asomaron, y vieron como en la llanura, el ejército enemigo, diminutos como hormigas, empezaban a montar el campamento para dormir. Algunos dormían en grandes tiendas, otros dormían en el puro y enbarrado, aparte de rocoso y duro, suelo de montaña. Estubieron un pequeño tiempo mirándolos, pero no hubo más novedades, solo que los enemigos hicieron algunas antorchas y fogatas. La compañía se echó a dormir, y Inglor, se puso listo para la primera guardia, y fue decisión suya, hacerla Burzumgad, pues este se había ofrecido para cualquier guardia.
Largo a pesar de las entretenidas charlas se les hizo el tiempo, y de vez en cuando vieron con asombro las pequeñas trifulcas en el campamento orco. A Inglor le impresionó como muchos orcos parecían estar en desacuerdo con otros y se enzarzaban en grandes discusiones. Afortunadamente, al final de su guardia las discusiones pararon y el ronquido de los enemigos hacía eco en la montaña.
Barin hizo la segunda guardia. Estaba cansado, y añoraba las tierras de su pueblo en el terreno rocoso y duro de la montaña. Estaba harto de la escala, pero quizás, en los caminos cambiarían de paisaje. Sin embargo, al final Barin acabó haciendo la guardia con Dimas, que se despertó de una pesadilla, y acabaron charlando hasta el final de la guardia, cuando ambos volvieron a conciliar el sueño. A Barin ni a nadie les había pasado la ansia que tenía el enano por entrar en alguno de los lugares excavados tiempo atrás por los enanos allí.
Maelor hizo la guardia, y la más oscura y tenebrosa oscuridad, vio como los lobos aullaban cerca del campamento orco. Vio incluso como a la luz de las hogueras, varios lobos cayeron sobre los orcos y los mataron, arrastrando sus cadáveres muertos lejos de la luz del fuego. Pero no, no sucedió nada para alarmarles. Finalmente, despertó a Abârmil para la última guardia.
Ya empezaba a desaparecer la oscuridad, y Abârmil meditaba.
- ¡Espero tener tiempo para gastarles una broma a Burzumgad, Dimas y el Peregrino Gris, como ellos me hicieron a mí!- dijo esbozando una sonrisa cómica para sí- Sí, con Rúmil y con Inglor, a ver si se me ocurre algo...
Sin embargo, ya dejó de pensar en eso, pues le pareció ver en el cielo el rostro de una persona amada que hacía tiempo que no veía. Suspiró, pero eso no le impidió que siguiera jubiloso, alegre y perfectamente sano. Hay que ver, como es de eficaz la medicina elfica, se dijo Abârmil, aunque ni él, ni nadie sabía, que tal vez había sanado tan rápido porque Burzumgad había hecho un trueque, tal vez un poco arriesgado. Cuando Rúmil fue a extenderle la medicina, no se había dado cuenta de que esta era la del orco. Sí, pero ahora estaba quizás hasta más sanos que toda la compañía. Finalmente la rojiza luz del amanecer les iluminó, y todos entre pesares y bostezos, se despertaron lentamente. Todos decían lo mismo; hemos dormido de maravilla.
- ¡Que bien he dormido! ¡Si en los próximos días dormieramos tan bien como hoy, os juro que me sentiría...! ¡Pero Abârmil, como puede ser que te hayas recuperado tan pronto!- dijo Rúmil boqueabierto, y Burzumgad no pudo evitar soltar una gran carcajada. Abârmil respondió con una ovación a Rúmil.
- Bien, ahora subamos- dijo Abârmil con cierto brío a la vez que trepaba rápidamente.
No tardaron en estar al lugar donde estaban los dos mencionados caminos. Una pequeña neblina se había hecho presente, aunque no era ninguna dificultad para la compañía.
- Bien, dos caminos se hayan ante nosotros. Elijamos cual, nos parece más beneficioso. Y también, tenemos que votar si enviaremos a Alion a Thranduil.- dijo el Peregrino voz con una senera voz.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
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