Sin demora la compañía nos dispusimos a la escalada de las escarpadas paredes para llegar a un pequeño túnel que se adentraba más en la montaña. Era tan angosto aquel corredor que hasta los enanos se veían obligados a ir inclinados y ninguno de nosotros se salvo de los arañazos, magulladuras y golpes producidos por el rápido paso que llevábamos por el oscuro pasaje. Tan dificultoso era nuestro camino que hasta el mismísimo montaraz, Abârmil, se llevo más de un buen porrazo.
Pronto comenzamos a ver una luz cegadora al final de dicho túnel, al salir todos quedamos cegados debido al contraste de luz al que nuestros ojos se sometieron, pero no tardamos en oír y ver que aquel escandaloso ruido que apreciamos desde el interior de la mazmorra era en realidad un gran ejercito con múltiples estandartes que caminaba por el cauce seco de un río muy antiguo hacia algún lugar que desconocíamos. Todos estábamos tan atónitos ante lo que sucedía ante nuestros ojos hasta que Dimas el enano dijo sobresaltado:
-¡Abârmil! ¡Tu rostro esta bañado en sangre!-
Rápidamente todos miramos hacia el montaraz que efectivamente estaba herido de un anterior golpe durante el trayecto del túnel.
-No me gusta el aspecto de esa herida querido amigo. Pierdes demasiada sangre.- le dije al montaraz.
Serke nos alerto del peligro al que nos exponíamos quedándonos allí y volvimos a entrar hacia el túnel. Una vez a salvo pedí ayuda a Inglor para sanar las heridas de Abârmil usando mis conocimientos sobre medicina élfica. Burzumgad también quiso ayudar con sus medicinas orcas, pero le advertí que no sabíamos que efecto podían tener las mismas en un humano, ya que estas eran diseñadas para la anatomía de los orcos, así pues le sugerí mejor que me ayudara a aplicar las que yo disponía.
La decisión de volver sobre nuestros pasos fue inmediatamente acatada, volvimos hasta la misteriosa celda y salimos por su puerta de nuevo llegando al lugar donde antes se encontraba la ventisca que nos azotaba, aunque esta ya no hacia apto alguno de presencia la nieve seguía en el suelo. Mire a Barin mientras nos disponíamos a continuar la marcha en otra dirección que no fuera la del inmenso campamento militar orco y le pregunte por Alion.
-Amigo Barin, parece que nuestra querida paloma no esta disfrutando mucho del viaje. Ahora que tenemos que volver a escalar será mejor que inventes una forma de llevarla y poder usar tus manos libremente.- le dije.
Así pues Serke y su primo cargarían con el montaraz que aun estaba débil de su golpe y al frente de la escalada Burzumgad e Inglor nos guiarían. Yo me encontraba no muy lejos de los enanos y cercano a Gandalf, quien era acompañado de la pequeña gondoriana, al que le dije:
-No me gusta nada el tamaño de ese ejercito que hemos visto antes, ni sus estandartes, algo raro sucede en estas tierras… tal vez deberíamos mandar un mensaje al rey del Bosque Verde para advertirle de tal mala presencia del enemigo.- dije con mucha preocupación mientras Gilford y Dimas también me escuchaban.
Rey elfo, junto a su amigo Aikanáro Telrunya, de los Bosques de Herindat en las lejanas tierras de Ianna. (Virreinato entre la Primera y la Segunda edad, segun el computo de Ianna)
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