Nadie habría apostado por una noche tan inquietante como la que aguardaba a la inesperada comunidad que acababa de abandonar aquella desvencijada posada. El sueño no llegó a cerrar los ojos de Dimas, ansioso por departir con sus viejos amigos, y por saber de las andanzas de los nuevos. En concreto le llamaba la atención el laconismo y discreción de Gilford, más joven que él y de quien apenas sabía nada por más que le inquiría sobre su pasado, y ello a pesar de que le constaba que era oriundo de las Colinas de Hierro, donde también tenía su morada .
La guardia transcurría sin mayores novedades. Y en el trascurso de la noche Dimas, Burzumgad y el peregrino gris gastaron una broma a Abarmil, a quien despistaron y malhumoraron por momentos. Finalmente todos estallaron en fuertes risotadas, a pesar de las reprimendas de Inglor.
- Las risas harán más liviana la carga que nos espera- Sentenció Dimas dando palmaditas a Inglor
Cuando aún no se habían repuesto de la broma, y mientras algunos como Serke se desperezaban del sueño, algo puso a todos en alerta.
- ¡Espectros!- gritó Sarelle mientras procedió a repartir rápidamente antorchas entre el grupo.
- ¡Por Durin que hemos de mandarlos de nuevo a la oscuridad!- respondió Dimas mientras instintivamente sacó su hacha mientras blandía la antorcha
El pavor inicial se transformó en incertidumbre al ver que uno de los espectros esquivó la flecha de Rúmil. Después todos convinieron en aceptar las indicaciones de Serke y con el fuego intentaron abrirse camino entre las sombra amenazantes. Entonces fue cuando Burzumgad atisbó en la oscuridad unos dólmenes de los que salían estos seres malignos. Todos fueron conscientes de la necesidad de quebrarlos y en ésta labor se implicó activamente Gandalf con sus artilugios esotéricos, pero requirió prontamente el concurso del resto. A los pasos de Gilford y Rumil siguieron los de Dimas, que con su antorcha ayudó al prudente Barin para asustar a los espectros. Al instante se acercó al rohirrim Serke, pero vio que los espectros sólo se asustaban momentáneamente. Por eso, muy pronto, el aguerrido enano comenzó a correr velozmente con la antorcha en mano hacia uno de los dólmenes más próximos. En la carrera el fuego refulgía en su hacha lanzando destellos a las tinieblas. Parecía no llegar. Pero por fín se puso delante de la entrada y con un varios golpes estruendosos con su hacha de mitrhil en la puerta del dolmen, las jambas cedieron, y tras unos segundos de ruido ensordecedor parecieron ceder. Pronto miró hacia atrás por si alguno de sus compañeros requería su ayuda.
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