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GENERAL
El Retorno del Rey: 25 años
(21 de Abril de 2005, a las 23:34)

Sin ninguna intención precisa sacó el Anillo y se lo volvió a poner. Al instante sintió el peso abrumador de la carga, y otra vez, y ahora más poderoso y apremiante que nunca, la malicia del Ojo de Mordor, escudriñando, tratando de traspasar las sombras que él mismo había creado para defenderse, pero que ahora sólo le traían inquietud y dudas.
Como la primera vez, Sam advirtió que el oído se le había agudizado, pero que las cosas visibles de este mundo eran vagas y borrosas. Las paredes de piedra del sendero le parecían pálidas, como si las viera a través de una bruma, pero en cambio oía a lo lejos el desconsolado burbujeo de Ella-Laraña; y ásperos y claros, y al parecer muy próximos, oyó gritos y un fragor de metales. Se levantó de un salto y se aplastó contra el muro que bordeaba el sendero. Se alegró de tener puesto el Anillo, porque otra compañía de orcos se acercaba. O eso le pareció al principio. De pronto cayó en la cuenta de que no era así, que el oído lo había engañado: los gritos de los orcos provenían de la torre, cuyo cuerno más elevado se alzaba ahora en línea recta por encima de él, a la izquierda del Desfiladero.
Sam se estremecióy trato de obligarse a avanzar. Era evidente que allá arriba estaba ocurriendo algo diabólico. Tal vez los orcos, pese a todas las órdenes, se habían dejado llevar por la cruledad y estaban torturando a Frodo, o hasta cortándolo en pedazos, como salvajes que eran. Escuchó, y un rayo de esperanza llegó a él. No cabía ninguna duda: había una lucha en la torre, los orcos estaban en guerra unos contra otros, la rivalidad entre Shagrat y Gorbag había llegado a los golpes. Por débil que fuera, la esperanza de esta conjetura bastó para reconfortarlo. Quizás había una posibilidad. El amor que sentía por Frodo se alzó por encima de todos los otros pensamientos, y olvidando el peligro girtó con voz fuerte: -¡Ya voy, señor Frodo!
Se quitó el anillo del dedo, inspirado quizá por alguna misteriosa premonición de peligro, aunque a sí mismo se dijo solamente que deseaba ver con mayor claridad. - Más vale que eche una mirada a lo peor - murmuró-. ¡No es prudente andar a tientas en una niebla!
Duro, cruel y áspero era el paisaje que se mostró a los ojos del hobbit. A sus pies más alta del Ephel Dûath se precipitaba en riscos enormes y escarpados a un valle sombrío; y del otro lado asomaba una cresta mucho más baja, de bordes mellados y rocas puntiagudas que a la luz roja del fondo parecían colmillos negros: era el siniestro Morgai, la más interior de las empalizadas que defendían el país. A lo lejos, pero casi en línea recta, más allá de un vasto lago de oscuridad moteado de fuegos diminutos, se veía el resplandor de un gran incendio; y de él se elevaban en remolinos inquietos unas enormes columnas de humo, de color rojo polvoriento en las raíces, y negras donde se fundían con el palio de nubes abultadas que cubrían la tierra maldita.
Lo que Sam contemplaba era el Orodruin, la Montaña de Fuego. Una y otra vez los hornos encendidos en el fondo abismal del cono de ceniza se calentaban al rojo vivo, y entonces la montaña se henchía y rugía como una marea tempestuosa, y derramaba por las grietas de los flancos ríos de roca derretida. Algunos corrían incandescentes hacia Barad-dûr a lo largo de canales profundos; otros se abrían paso a través de la llanura pedregosa, hasta que se enfriaban y yacían como retorcidas figuras de dragones vomitadas por la tierra atormentada. En esa hora de trabajos, contemplaba Sam el Monte del Destino, y la luz oculta detrás de la mole enorme de los Ephel Dûath para quienes subían desde el oeste, se volcaba ahora resplandeciendo sobre las caras desnudas de las rocas, que parecían tintas en sangre.
En aquella luz terrible, Sam se detuvo horrorizado, pues ahora, mirando a la izquierda, veía en todo su poderío la Torre de Cirith Ungol. El cuerno que había visto desde el otro lado no era sino la atalaya más alta. La fachada oriental tenía tres grandes niveles; el primero se extendía allá abajo en un espolón de la pared rocosa; la cara posterior se apoyaba en un acantilado, del que emergían bastiones puntiagudos y superpuestos, más pequeños a medida que la torre ganaba altura, y los flancos casi verticales de buena albañilería miraban al noreste y al sudeste. Alrededor del nivel inferior, doscientos pies por debajo de Sam, un muro almenado cercaba un patio estrecho. La puerta de la fortaleza, en la pared más cercana, la que miraba al sudeste, se abría a un camino ancho, cuyo parapeto exterior corría al borde de un precipicio, y luego de doblar hacia el sur serpeaba cuesta abajo en la oscuridad y alcanzaba la ruta que llevaba al Paso de Morgul. Y desde allí cruzaba por una grieta del Morgai e iba a desembocar en el valle de Gorgoroth hasta llegar a Barad-dûr. La senda en que Sam estaba descendía en algunos trechos mediante tramos de escalones tallados en la roca, en otros por un sendero empinado, para unirse al camino principal bajo los muros amenazantes próximos a la Puerta.
Al observarla Sam comrendió de pronto, casi con un sobresalto, que aquella fortaleza habñia sido construida no para impedir que los enemigos entrasen en Mordoe, sino para retenerlos dentro. Era en verdad una de las antiguas obras de Gondor, un puesto oriental de avanzada de las defensas de Ithilien, edificado luego de la última Alianza, cuando los hombres del Oesternesse vigilaban el maléfico país de Sauron, donde todavía acechaban muchas criaturas. Pero aquí en Narchost y Carchost, las Torres de los Dientes, la vigilancia se había debilitado, y la traición había entregado la torre al Señor de los Espectros del Anillo; y ahora, desde hacía largos años, estaba en manos de seres maléficos. Al retornar a Mordor, Sauron la había considerado útil, pues aunque no tenía muchos servidores, le sobraban en cambio los esclavos sometidos por el terror; y ahora, como antaño, el propósito principal de la Torre era impedir que huyesen de Mordor. Pero si un enemigo era tan temerario como para tratar de introducirse secretamente en el país, entonces la Torre era también una atalaya última y siempre alerta contra cualquiera que lograse burlar la vigilancia de Morgul y de Ella-Laraña.
Sam entendía muy bien que deslizarse por debajo de aquellos muros de muchos ojos y evitar la vigilancia de la puerta era del todo imposible. Y aun si entraba, no podría llegar muy lejos: el camino del otro lado de la puerta estaba vigilado y ni las sombras negras agazapadas en los recovecos donde no llegaba la luz roja lo protegerían durante mucho tiempo de los orcos. Pero por desesperado que fuera aquel camino, la empresa que ahora le aguardaba era mucho peor: no evitar la puerta y escapar, sino trasponerla, a solas.

Pensó un momento en el Anillo, pero no encontró en él ningún consuelo, sólo peligro y miedo. Tan pronto como viera el Monte del Destino, ardiendo en lontazana, había notado un cambio en el Anillo. A medida que se acercaba a los grandes hornos donde fuera forjado y modeldo, en los abismos del tiempo, el poder del Anillo aumentaba, y se volvía cada vez más maligno, indomable excepto quizá para alguien de una voluntad muy poderosa. Y aunque no lo llevaba en el dedo, sino colgado del cuello en una cadena, Sam mismo se sentía como agigantado, como envuelto en una enorme y deformada sombra de sí mismo, una amenaza funesta suspendida sobe los muros de Mordor. Sabía que en adelante no le qquedaba sino una alternativa: resistirse a usar el Anillo, por mucho que lo atormentase; o reclamarlo, y desafíar el Poder aposentado en la foraleza oscura del otro lado del valle de las sombras. El Anillo lo tentaba ya, carcomiéndole la volunad y la razón. Fantasías descabelladas le invadían la mente; y veía a Samsagaz el Fuerte, el Héroe de la Era, avanzando con una espada flamígera a través de la tierra tenebrosa, y los ejércittos acudían a su llamada mientras corría a derrocar el poder de Barad-dûr. Entonces se disipaban todas las nubes, y el sol blanco volvía a brillar, y a una orden de Sam el valle de Gorgoroth se transformaba en un jardín de muchas folres, donde los árboles daban frutos. No tenía más que ponerse el Anillo en el dedo, y reclamarlo, y todo aquello podría convertirse en realidad.
En aquella hora de prueba fue sobre todo el amor a Frodo lo que le ayudó a mantenerse firme; y además conservaba, en lo más hondo de sí mismo, el indomable sentido común de los hobbits: sabía que no estaba hecho para cargar semejante fardo aun en el caso de que aquellas visiones de grandeza no fueran sólo un señuelo. El pequeño jardín de un jardinero libre era lo único que respondía a los gustos y a las necesidades de Sam; no un jardín agigantado hasta las dimensiones de un reino; el trabajo de sus propias manos, no las manos de otros bajo sus órdenes.
- Y además todas esas fantasías no son más que una trampa -se dijo-. Me descubriría y caería sobre mí, antes que yo pudiera gritar. Si ahora me pusiera el Anillo me descubriría, y muy rápidamente, en Mordor. Y bien, todo cuanto puedo decir es que la situación me parece tan desesperada como una helada en primavera. ¡Justo cuando hacerme invisible podría ser realmente útil, no puedo utilizar el Anillo! Y si encuentro alguna vez un modo de segir adelante, no será más que un estorbo, y una carga más pesada a cada paso. ¿Qué tengo que hacer, entonces?
En el fondo, no le quedaba a Sam ninguna duda. Sabía que tenía que bajar hasta la puerta, y sin más dilación. Con un encogimiento de hombros, como para ahuyentar las sombras y alejar los fantasmas, comenzó lentamente el descenso. A cada paso se sentía más pequeño. No había avanzado mucho, y ya era otra vez un hobbit disminuido y aterrorizado. Ahora pasaba justo por debajo del muro de la Torre, y sus oídos naturales escuchaban claramente los gritos y el fragor de la lucha. En aquel momento los ruidos parecían venir del patio detrás del muro exterior.



Mungo Knotwise (Hobbit)

Saqueador (246 mensajes)


- ¡Bueno, bueno!- dijo Sam-. ¡Parece que he llamado a la puerta principal! Pues bien, a ver si alguien acude! - gritó-. ¡Anunciadle al Capitán Shagrat que ha llamado el gran guerrero Elfo, y que trae consigo la espada élfica!
El Retorno del Rey, La Torre de Cirith Ungol
Desde el 14 de Marzo de 2004
 

 
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