Arnor

23 de Enero de 2005, a las 22:47 - Sir Shacolly Cuthalion
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Nunca había visto una tarde tan hermosa en mi vida, todo era hermoso, la suave brisa surcaba los campos haciendo que la tierna hierba se meciera lentamente al igual que las hojas de los sauces, los cuales parecían estar reverenciando las altas montañas del este,  el aroma que traía la brisa era tan pura y dulce que creí que me encontraba en algún reino de elfos, el sol se oculto lentamente tras los montes enrojeciendo las grandes nubes blancas que avanzaban perezosamente al este y permitiendo a las estrellas mostrarse débilmente, pero con más fuerza a cada instante, lentamente todo caía en una calma envolvente y silenciosa, cada paso que había dado para acercarme a mi lugar de descanso fue acompañado de recuerdos de mi vida en los campos verdes de mi gente, recordando como el viento mecía la larga cabellera de mi madre y de mis hermanas mientras jugaban con mi padre cerca del río mientras yo sentado sobre un árbol los observaba sin querer jugar pero divertido.

De repente me di cuenta de donde estaba, de qué es lo que hacia en un lugar como ese, de porque estaba parado firmemente mirando al frente con miedo y odio a la vez esperando el momento indicado para enfrentarme a lo que tanto temía.

- Escuchen mis valientes guerreros, nunca más tendrán la oportunidad de mostrar de la madera con que están hechos los hombres de Arnor, este día será recordado por todos los pueblos libres, los bardos cantaran las hazañas que se hagan este día, las madres contaran a sus hijos y los abuelos a sus nietos lo que aquí sucedió y de cómo la gente de Arnor luchó por su libertad, sabrán que el mal no tiene lugar en este mundo, por eso quiero que hoy aprieten sus empuñaduras y alcen sus escudos, hagámosles sentir miedo y bañémonos con la sangre impía de ellos, hagámosles sentir nuestra ira, que nuestras espadas se regocijen cortando la carne de aquellos que quieren destruir nuestras tierras, ¡¡¡por ARNOR!!!- Grito nuestro capitán, el cual se vio por momentos muy alto, y como poseído por viejos héroes.

- ¡¡¡POR ARNOR!!!- Grité junto con todos los demás guerreros que como yo sentían ya la sangre de ellos chorreando por nuestros brazos.

Sin previo aviso la vanguardia empezó a avanzar hacia ellos, todos empezamos a movernos en busca de nuestro destino, avanzo gritando injurias y levanto mi espada en muestra de desafío, pero ellos contestan con una multitud de gritos más alta que la nuestra. Después de haber avanzado unos trescientos metros logre ver lo que me parecían ser orcos y sureños, y creo que todos se dieron cuenta de ellos pues la espada del capitán emitía un celeste pálido, y esa espada solo hace eso cuando hay orcos cerca, y según cuentan por ahí esa espada se la dio un elfo poderoso de tiempos olvidados.

Avanzamos otro tramo y gracias al destino miré hacia el cielo, pues sin que nos diéramos cuenta la retaguardia de ellos había disparado una lluvia de flechas y ya caían sobre nosotros, mil veces bendije el día en que me compre ese escudo roñoso de bronce mientras escuchaba a tres ponzoñosas flechas rebotar en mi escudo, pero la misma suerte no la corrieron muchos, pues vi caer a muchos de mis compañeros lo cual encendió más aun mis ansias de vengarme por todo lo que esas aberraciones habían hecho.

Escudo en alto y espada en mano avancé sin preocuparme por mis compañeros, muchos morían y es mejor morir luchando que por una flecha ponzoñosa disparada desde lejos, no se cuanto avance sin preocuparme de ellos pero en el momento exacto en que baje mi escudo pude verlos a no mas de cincuenta metros corriendo frenéticamente hacia el lugar en que me encontraba.

- ¡¡¡¡POR ARNOR!!!!- Grité al momento en que empezaba a correr directamente hacia ellos en busca de un encuentro que seria muy violento, mientras corría parecía todo un sueño mudo, donde a pesar de ver a alguno de mis compañeros gritando y a ellos en lo mismo no los escuchaba, sino que solamente mi respiración agitada y mi acelerado pulso, sentía cada mota de polvo que pisaba, cada gota de sudor que recorría mi cuerpo, cada movimiento era un lento actuar de toda mi musculatura en conjunto, todo era lento, sin embargo fugaz.

A cada paso que daba estaban más cerca, levanté mi espada, puse mi escudo frente a mí, apoyado en mi pecho y cargue contra la primera cosa de dos piernas que tuviera al frente, era un hombre mezquino pues su piel oscura y su baja estatura eran signo de ello, al momento en que nuestros escudos chocaron el salto un metro hacia atrás y lanzó una estocada a mis piernas, pues  era lo único que no estaba cubierto por el escudo y la espada, pero con un rápido movimiento salte sobre él con la punta de mi espada apuntándole al cuello, sus ojos nunca los voy a olvidar en el momento mismo en que su garganta era seccionada y su sangre salpicaba mis ropas y mi escudo, pero no pude disfrutar de mi pequeña victoria, pues al momento vi como una lanza iba directamente dirigida a la base de mi estomago que por mi movimiento había quedado totalmente descubierto, poco podía hacer por esa estocada y viéndola como se acercaba lentamente a mi estomago decidí poner el brazo derecho, es mejor perder un brazo que la vida habiendo hecho tan poco, pero en ese momento la lanza se quebró y un gran caballo paso a mi lado salvando mi integridad, me dispuse a rematar a  aquel que quería empalarme, pero no lo encontré, en vez de ello escuche un gran estampido, una explosión venida de más adelante y vi caer un pedazo del caballo que me salvara a tres metros más delante aplastando a unos cuantos hombres en la caída.

Seguía avanzando cubriéndome con un escudo que en cualquier momento  se quebraría, pues ya estaba en muchas partes resquebrajado, eran pocos los adversarios que me hacían gastar mas de dos estocadas en ellos pero de repente me encontré en un circulo de cadáveres, tanto de ellos como de mis compañeros, la causa era un gran hombre cubierto con una malla y armado con una gran hacha de doble filo, con el cual prácticamente partía en dos al que se le cruzara, y yo estaba en su camino, ¿qué podría hacer yo contra el?, nada más verme vi como impulsaba su hacha hacia mi cintura, no hallé nada mejor que tirarme de cara al suelo y tratar de rebanar sus pies con mi espada, pero su hacha fue mas rápida y cayo sobre mi espada haciéndola pedazos, pero una esquirla le salto en la pierna y se le enterró, aproveche ese momento para levantarme y golpearlo con mi escudo en la nariz.

No sabría decir de adonde saque fuerzas, pero mi escudo resquebrajado se partió en la cara de ese “hombre”, porque ahora que lo tenia frente a mi con la cara destruida más bien parecía una mezcla de orco con algún hombre, pero preferí no pensar en eso, ya que sin espada ni escudo no me quedo más que tomar su hacha y valerme de ella para combatir, mientras me levantaba con el hacha fuertemente agarrada vi lo que me quito toda esperanza de volver a casa, a unos trescientos metros al sur se encontraba una aberración de monstruosidad, algo tan horrible como el mismo Sauron, era uno de aquellos terribles brujos de Angmar y su terrible poder estaba siendo utilizado al máximo, ya que los guerreros que trataban de acercarse a él morían de diversas maneras, pero la más frecuente era la de reventarse y volar por los aires en mil pedazos, eso era mucho más de lo que yo estaba dispuesto a ver, por lo que dando espalda a ese espectáculo encare lo que era una marea creciente de orcos del tamaño de un humano bajo, pero cubiertos de mallas y armados con grandes cimitarras, eso no me entusiasmo mucho, y menos la idea de que no veía a ningún compañero cerca, por lo visto me había alejado demasiado de mi ejercito y me encontraba solo a varios pasos de la vanguardia de ellos pero perder las esperanzas de regresar con vida no me amilano en los más mínimo, ya que si iba a morir seria llevándome miles de vidas enemigas conmigo.

La sangre salpicaba todas mis ropas, a momentos era sangre negra como la noche y a ratos era roja como un rubí, veía miembros volar lejos de mí y caer sobre mis enemigos, escuchaba sus maldiciones en idiomas que no conocía y a veces en mi propia lengua, mucho me imaginaba ser Húrin en el momento en que fue capturado por los orcos de Morgoth, pero yo era sólo un soldado común de Arnor, es más ni siquiera era un dúnadan de una pureza irrefutable por lo que sentí cierta vergüenza el pensar que yo pudiera ser Húrin, sin embargo verme a mi rebanando a enemigo que tuviera al frente, sin que siquiera pudieran tocarme me hacia reincidir en el pensamiento, por lo que lentamente fui aceptando ese tipo de pensamiento como una posible intervención mágica de algún gran guerrero de tiempos inmemorables. Pocos lograban salir vivos del primer embate de mi nueva hacha ya que la manera en que la manejaba no daba tiempo para apartarse o atacarme, pero los orcos no se cansaban de llegar y los hombres tampoco, muchas veces tuve que saltar para salir de los montículos de cadáveres con que estaba llenando el campo de batalla, al igual que muchas veces tuve que agacharme para esquivar algunas flechas cobardes tiradas a la distancia.

Hubo un momento en que me tropecé y caí de rodillas justo frente a la aberración de un brujo de Angmar, me miró por unos segundos y se disponía a levantar su mano para acabarme cuando una espada salida de no se donde voló por los aires y  fue a cortarle la cabeza, era la espada de mi capitán, él que se hacercaba a mí a paso rápido, primero para ayudarme a ponerme a salvo mientras lograba volver a mi antigua posición de combate y segundo para recuperar su espada ensuciada con sangre blasfema de un brujo, venia con cara de asombro mientras me gritaba que mis hazañas se conocerían en todos los pueblos libres de occidente si lográbamos ganar la batalla, también gritaba algo con relación a que nunca había visto un hacha ser blandida tan diestramente, pero yo sólo tenia ojos para ver como movía su espada y su escudo tan diestramente que los pocos enemigos que tenían la chance de acercársele caían como hojas secas en otoño.

Cuánto tiempo estuve cercenando miembros y cabezas poco lo sé, pero las sombras crecieron y los pies resbalaban por la cantidad de sangre derramada en el campo de batalla, pero desde hacia tiempo que los humanos no se me acercaban, eran solo los orcos los que trataban de atraparme con sus brazos o de herirme con sus cimitarras y lanzas ponzoñosas, ya el sol se ocultaba lejos en el horizonte y mis miembros no respondían como al inicio de la batalla cuando sentí el cuerno de mi capitán soplar a lo lejos, era un sonido que solo podía significar el peligro en que se encontraba mi capitán, pero estaba más allá de mi alcance, por más que intentaba moverme mas allá de donde estaba resultaba en una mayor ferocidad de parte de los también cansados orcos.

Por más hachazos que propinaba no lograba acercarme al lugar de donde había sonado el cuerno, pero paso a paso y hachazo a hachazo iba haciéndome un camino hacia ese lugar que por ahora era mi única meta, y al cual anhelaba  llegar, pues de alguna manera quería poder pagar mi deuda de vida con mi capitán, pero algo en mi cabeza me dijo que ya nunca encontraría a mi capitán, eso fue lo que me motivo a avanzar temerariamente, incluso rompiendo a ratos los distintos cercos que se habían formado alrededor de muchos compañeros míos. Lenta la agonía y rápida la ira, esa era mi frase que yo ocupaba para con mis enemigos, pero en un momento de furia uno no se da cuenta inmediatamente de lo que pasa alrededor, por eso mientras avanzaba lentamente no me percate de una reluciente armadura blanca que se encontraba tirada muy cerca de mí, pero al momento en que me di cuenta de quien era el personaje tirado ahí, un compañero muy estimado, al cual yo no conocía mucho, pero que sin embargo llegue a considerar un amigo, se encontraba con el escudo roto y el yelmo hendido, su espada yacía rota bajo él y su cabeza a pocos pasos de su cuello, su sangre manaba todavía de las heridas infringidas por ellos, no pude más que llorar, y me acerque con pena a su cuerpo sin vida, no se por qué, pero en ese momento nadie se atrevió a acercarse a mi, su cuerpo todavía estaba caliente, y su mano apretaba con fuerza la empuñadura de su quebrada espada, la que en un tiempo brillaba ante la presencia de bestias inmundas y ahora yacía quebrada y alejada de toda gloria que tubo en algún momento. ¿Por qué Oromë no llegaba en su caballo blanco de brillantes cabellos junto con Tulkas corriendo a su lado para yo poder alejar de las posibles violaciones y ultrajes al cuerpo de él, de la posible carroña y descuartizamiento?, ¿por qué nadie me ayudaba?, ¿por qué ellos se estaban acercando a donde yo me encontraba? No, no dejaría a nadie que se acercara al cuerpo de él, si con mi vida debía pagar por el cuidado de su cuerpo lo haría, mas no importaba ya nada, pues veía como huían los que ayer marcharan orgullosos de descender de los mismos dioses y de jactarse de su organización y capacidad bélica, había unos cuantos que preferían morir con orgullo a regresar con una derrota en los hombros, yo no estaba entre esos, no era un cobarde ni un orgullosos, yo era un hombre que rendía culto a un muerto en batalla, solo que mi rito seria de Sangre y no tendría fin, poco a poco me iban cerrando el paso, pero yo no huiría, yo esperaría pacientemente sobre el cuerpo de él para protegerlo, serian ellos los que tendrían que acercarse a mi, lo cual por lo visto fue entendido inmediatamente por ellos ya que lentamente empezaron a cerrar el cerco y se acercaban con las armas en alto y gritando cosas ininteligibles, pero iba un hermano de sangre traidor al rey entre ellos, fue a ese al que mi hacha escogió como tributario primero para el rito de Sangre, miedo era lo que logre ver en sus en el momento que su espada era partida junto con todo su pecho por un imparable golpe de mi hacha, después del traidor siguieron todos aquellos que se atrevieran a pisar el lugar donde había corrido la sangre de él, que podían hacer contra mi hacha?, nada, nada mejor que mostrarme su sangre como ofrenda para el rito de Sangre, pero lo que vi en ese instante me lleno de una ira increíble, por un lado se acercaba un trol de las cavernas con un gran martillo directamente hacia mi, iba conducido por un cobarde traidor al rey, que no hallaba nada mejor que ocupar a tamaña bestia inmunda para acosarme y hacerme perder la guardia del cuerpo de él por unos instantes, mientras que por el otro lado veía a tres arqueros orcos apuntarme sus ponzoñosas flechas a la espalda con sus asquerosos arcos compuestos, pero qué podría hacer en esa situación, poco, tan cobardes eran que no daban lucha de frente, pero qué importaba, mi fin estaba cerca, no me movería de donde estaba, enfrentaría al trol y dejaría a Manwë la dirección de esas flechas que seguro dispararían al momento en que les diera la espalda. Cuando luchas con un trol siempre tienes la ventaja de la rapidez y la inteligencia, por lo que el pobre trol solo lograba recibir pequeñas herida a través de la cota de mallas que tenia encima cada vez que me trataba de atacar, pero de un momento a otro el trol cayo muerto, con tres flechas incrustadas en su cuerpo, flechas de orcos, esas que pueden traspasar la mejor de las armaduras y romper la mejor de las mallas. Manwë estaba conmigo, pero me abandonó en ese mismo instante... ¿por qué? No tengo ni la más mínima idea, ya que en el mismo momento en que giro para encarar a mi nuevo enemigo veo tres flechas dirigirse a mi pecho y una espada apuntar a mi espalda, ¿qué podría hacer?...
     
-Vamos abuelo!!! Cuéntame lo que le pasó a ese guerrero tan diestro.

-Lo siento pero no puedo porque no sabría...

-¿Cómo no vas a saber?, me has contado toda la batalla ¿y no sabes lo que le pasó?

-No, no es que no sepa, pero no quiero recordar lo que le pasó en ese instante, mucha tristeza había en él por la pérdida de su capitán...

-Pero abuelo ¿por qué lloras?

-Porque es muy triste, y vienen épocas más tristes aun, épocas en las que ninguna criatura estará al margen de los acontecimientos, me duele cada vez que tengo que recordar la caída de mi pueblo... pero no importa, acuéstate y duerme, hasta mañana.

-Hasta mañana abuelo.

El viejo hombre se alejó y cerró la puerta, luego fue a su habitación y tomó una vieja espada quebrada que tenia guardada en un cofre y pensó para si mismo que hubiera sido un gran guerrero si no hubiera decidido defender ese cuerpo, pero si el cuerpo no fue recuperado, por lo menos lo fue su espada en recuerdo del guardián.


  
 

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