Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 13: Vuelta a los caminos

Entre las nubes de polvo levantadas por los trabajadores voluntarios, se podían ver dos figuras cubiertas de polvo que avanzaban con paso lento y cansado hacia la posada más cercana, para reposar un tiempo y volver al trabajo. La posaba estaba vacía en el momento que entraron, aquella hora era la mejor para comer, porque todo el mundo estaba trabajando en la reconstrucción de la ciudad o de guardia. Aracart y Barahir se sentaron en su mesa habitual y pidieron algo sustancioso. En poco tiempo tenían ante sí sendos platos repletos de carne asada y patatas. Comieron con voracidad y sin dejar tiempo para hablar entre bocado y bocado. Cuando terminaron se recostaron en los bancos de madera en los que estaban sentados. Aracart se tumbó boca arriba con los ojos abiertos y una expresión nerviosa que había llegado a ser habitual en él desde la rotura del cerco.

- ¿Qué te pasa?- Le preguntó Barahir- Llevas un tiempo muy nervioso-

Aracart meditó un instante antes de responder, ni él mismo sabía realmente por qué estaba nervioso.

- Necesito partir- Respondió- Algo me manda partir sin demora. No sé lo que es, pero sé que es una presencia más poderosa que yo. Siento que no soy dueño de mi propio destino.

Barahir meditó sobre la respuesta de Aracart. Era una respuesta extraña, de eso no cabe duda. Pero de algún modo tenía razón en una cosa. Debían irse pronto. Él mismo sentía esa misma necesidad de partir, aunque en menor medida. Sentía que debían estar en otra parte, en un lugar lejano. Cuando se dejaba llevar veía una montaña separada de cualquier cordillera, o a veces veía un bosque muy tupido y oscuro, aquel bosque de su sueño le provocaba escalofríos.

-Siento lo mismo, mis sueños me indican que me marche. ¿Dónde? No lo sé. Pero debo partir en poco tiempo. Mis sueños son cada vez más frecuentes.

- ¿Qué ves en esos sueños?

- Veo una montaña, separada de cualquier otra cordillera. Un lago y un busque oscuro y muy tupido, cuando me acerco al bosque me despierto aterrorizado. En él hay algo maligno.

- Lo mismo que yo. Pero en mi sueño yo consigo entrar en el bosque y veo cosas horribles. Los árboles sangraban, arañas del tamaño de jabalíes. Muertos con piel tirante que no les cubría la cara y dejaban ver el interior de su mandíbula. En mi sueño muero luchando contra esas criaturas, pero cuando me clavan una espada, me pica una araña o un árbol me atrapa me despierto.

- Sueños muy extraños. ¿Serán proféticos?

Aracart se quedó pensativo ante la pregunta. No sabía que responder. Si eran proféticos entonces el moriría… Mientras Aracart pensaba, Tasare entró por la puerta. Ya no vestía su antigua túnica blanca, que acabó hecha trizas al pelear con ella. Ahora vestía una ropa de campesino, de color marrón y sucia por el polvo. En la cintura le colgaba su maza, del tipo lucero del alaba, por su forma. Le había cogido un cariño extraño, incluso le había puesto nombre y le había pagado una desorbitada suma de dinero a un mago para que la encantara y que dañara más a los orcos y otras criaturas del mal.

- ¡Hola!- saludó alegremente- ¿Cómo estáis?-

Levaba varios días de buen humor. Ninguno de los dos sabía por qué, pero sospechaban que Tasare ya no era tan pura como solía ser… Había recibido un baño de sangre, algo que no debía recibir ningún clérigo que se precie, pero además se le notaba una alegría extraña, como cuando…. Mejor sería dejarlo, pensaba Aracart, no podía seguir aquella línea de pensamiento, era algo imposible sin que perdiera sus dotes, y había demostrado habitualmente en las obras que aún la poseía, curando a los obreros que se herían por accidente.
Se sentó a su lado y pidió comida. Aracart notó que miraba de reojo a Barahir y éste apartaba la vista, sonrojado. Tasare y él… Aracart los maldijo mentalmente a ambos si tenía razón.

- Tasare, tenemos que partir.- Dijo Aracart a bocajarro.

Tasare se quedó con un pedazo de carne en el tenedor delante de la boca.

-¿Iros? ¿Tan pronto? Los trabajos de reconstrucción acaban de comenzar y se necesitan todas las manos posibles.

- Debemos partir- Insistió- No te podemos explicar por qué, pero sabemos que lo que nos induce a partir es más poderoso que nosotros.

- Tiene razón, Tasare- Intervino Barahir- Debemos partir. ¿Vendrás con nosotros?

Aracart parecía a punto de decir algo, pero se lo calló. Pensaba que una mujer en el grupo sería una distracción innecesaria, aunque su sus sospechas de lo ocurrido entre ambos eran ciertas… Barahir no querría partir sin ella.

- Iré con vosotros- Respondió- ¿Cuándo partiremos?

-Mañana, al amanecer. Preparad lo que necesitéis ahora, estad en la Puerta Este. Os estaré esperando.

Acto seguido, pagó su parte al tabernero y salió de la posada.

- Sospecha de lo nuestro, ¿Verdad?- Preguntó Barahir con algo de miedo
- Imposible- respondió Tasare- Nunca nos ha visto juntos salvo cuando estaba él delante, no puede saberlo.- Su tono denotaba que intentaba convencerse a sí misma.

Barahir le cogió la mano y la miró a los ojos.
- Durante el viaje debemos parecer solo compañeros. Habrá que hacer abstinencia.
- De acuerdo- Se resignó Tasare.

*********

Aracart dio un paseo hasta los cuarteles. Su mente divagaba. Serían verdad sus sospechas sobre Barahir y Tasare… Si eran ciertas podría ser un problema, hay ciertas cosas que un enamorado no puede ver ni hacer, como dar el golpe de gracia a un compañero moribundo, pero no quería pensar en eso. Daba mala suerte pensar en la muerte antes de un viaje peligroso. Mientras pensaba en estas cosas no notó que una figura encapuchada, al parecer invisible a todas las personas que pasaban por la calle, le seguía y conocía sus movimientos.


Llegó al cuartel, estaba vacío, como de costumbre a esa hora. Los soldados estarían comiendo y los desafortunados estarían de guardia. Cerró la puerta tras de sí, pero no escuchó el sonido de cuando la puerta golpea contra el marco. Se dio la vuelta rápidamente al tiempo de desenvainaba la espada que le colgaba a la cintura, la espada de Mithril, mientras escuchaba otro sonido de acero desenvainarse. Paró una estocada casi sin verla, por instinto. Se enfrentaba a una sombra. Intercambiaron un par de golpes más y ambos retrocedieron unos pasos. Su rival era una figura delgada, vestida completamente de cuero negro y con una espada también negra de la que goteaba un líquido que podría ser veneno. La figura atacó con una velocidad anormalmente rápida, Aracart consiguió desviar un par de tajos y una estocada a malas penas. La técnica de su rival era perfecta, no dejaba descanso y no parecía cansarse. Intercambiaron un par de golpes rápidos más y Aracart decidió pasar a la acción. Su espada se inflamó en llamas anaranjadas y se preparó para defenderse. Su rival, lejos de sentir miedo, soltó una carcajada por lo bajo y su espada comenzó a brillar con fulgor oscuro. No era un brillo, era una propagación de la oscuridad. Aquello era realmente funesto. Aracart atacó con un grito. Estallaron chispas cuando las espadas se encontraron. La espada de Aracart comenzó a brillar con una luz blanca y pura, igual que contra los Balrogs. La cara de su rival, que hasta entonces solo dejaba translucir desprecio, dejó paso a una mueca de terror. La oscuridad de su espada era repelida por el brillo cegador del fuego. Retrocedió unos pasos mientras con la mano izquierda se protegía los ojos de aquel fulgor inesperado. Aracart aprovechó la oportunidad y de un golpe rápido le segó el brazo con el que empuñaba la espada a la altura del codo. Extinguió la luz de su espada, aún no quería matar a aquel asesino. Debía interrogarlo. El hombre gritaba presa del pánico y del dolor. Se arrastraba patéticamente en dirección a la puerta. Aracart le pisó la entrepierna y el asesino dejó escapar un nuevo grito de dolor. Aracart sonrió. Disfrutaría con “interrogar” a aquél asesino. Le dio un golpe en la cabeza y lo metió en un saco. Se lo colgó a la espalda y salió al exterior. Conocía un lugar abandonado donde nadie escucharía los gritos. Caminó durante unos minutos y salió por la Puerta Norte, ahora prácticamente en desuso. No había nadie vigilando, mejor, no quería que nadie lo viera salir. Llegó a una cueva a las afueras de la ciudad. La había descubierto de pequeño, cuando su padre le llevó a visitar la capital. Aquel lugar que años antes había escuchado los gritos emocionados de unos niños, escucharían otro tipo de gritos. Gritos de dolor.
Lo torturó durante horas. Le hizo todo tipo de horribles torturas que le hicieron gritar de dolor y llorar como un niño. Aracart disfrutó con cada uno de aquellos gritos de dolor. Al final no le consiguió sacar nada. Gritaría como un niño, pero no habló. Si algo había que decir en su favor, es que era fiel a su señor. Finalmente, murió entre gritos de dolor. Aracart se levantó sonriendo. Le habría gustado que durase más, pero no había sido posible. Levantó el cuerpo ensangrentado y lo enterró. Seguidamente se lavó en una charca cercada y volvió a la ciudad. Cuando llegó al cuarte ya había caído la noche. Preparó su escaso equipaje, viajaría como un montaraz, con ropas de cuero y una capa verde. Llevaba un arco de tejo en la mano, que luego colgaría en el caballo y una aljaba de flechas, con las suficientes para cazar alguna presa durante el viaje y defenderse de posibles enemigos. El único metal que llevaría sería el de sus dos espadas. Andúril y… Ahora que lo pensaba, su espada de mithril no tenía nombre. La de Barahir se llamaba Hielo, incluso la maza de Tasare tenía nombre, Lucero, vale, era simple, pero era un nombre. En un acceso de inspiración le salió un nombre de los labios.

- Ígnea- En honor a las llamas anaranjadas que la poblaban cuando usaba su poder. Guardó a Ígnea en su funda tras limpiar la sangre reseca que llevaba y se durmió en el catre. Si Aracart tenía razón, Barahir no llegaría hasta pasada la media noche, de estar con Tasare.

*********

Se levantaron poco antes del amanecer, cuando los soldados aún descansaban. Aracart tenía la mente despejada, aunque Barahir tenía la mirada perdida de una noche dedicada al amor… Se vistieron con las ropas de montaraz y salieron a las cocinas. Aracart había pagado al cocinero para que les preparara unas raciones de campaña que les duraran un mes o más. Se encontró con las raciones para mantener a tres hombres enormes durante por lo menos mes y medio. Si de algo podía alardear el cocinero era de generoso. Recogieron la comida, consistente en un pan con frutos horneado dos veces, que alimentaba y podía durar meses si no se mojaba. Salieron los dos con los tres fardos de comida para el viaje. Cuando llegaron a la Puerta Este Tasare ya estaba ahí esperando. Barahir y ella se sonrieron y le pasó el fardo con la comida. Cogieron unos caballos que les habían dado de regalo por su heroica defensa de la ciudad y partieron. El caballo de Aracart era un semental negro de naturaleza agresiva. El de Barahir era un caballo pequeño de las montañas, con un color como el de la piedra, y el de Tasare era un yegua de color claro y pacífica, que contrastaba con el caballo de Aracart. Cabalgaron a buen paso durante días siguiendo el camino del río, que los llevaría a la encrucijada de Bree. Pasaron esa etapa rápido. Los recuerdos de la ciudad quemada y de la masacre llevada a cabo aún seguían vivos en su mente y no quería revivirlos. Continuaron cabalgando hasta la Colina de los Vientos.

Llegaron al caer la noche. Se encontraron con una colina yerma y con la cima pelada y sin hierbas. Las piedras de la antigua Torre de Amon Sûl coronaban la cima como una la corona de un rey caído. Acamparon en las cercanías de la colina, en una zona rodeada de juncos, en la que el viento no les azotaba tanto como en el exterior y en la que se podían ver huellas de botas de montaraces, esa zona era usada como zona de acampada. Prepararon una cena frugal, encendieron un fuego en el que asaron un par de conejos que Aracart había cazado durante el día con su arco. Las despellejaron y las clavaron en unos espetones improvisados para asarlos al fuego. Aracart se fijó que Tasare intentaba estar lo más cerca posible de Barahir y que deseaba estar a solas con él. Pensaba en dejarles un rato a solas. Cuando terminaron de cenar Aracart decidió salir a explorar los alrededores.

- Voy a explorar. Volveré en un par de horas.-

- No te pierdas- le dijo Tasare- Estas frondas son muy traicioneras-

- Tranquila, no me perderé- respondió con una sonrisa- Conozco esta zona desde hace muchos años. Nací cerca de aquí.
Sin más explicaciones cogió su arco y a Ígnea y salió hacia la cima. Se escondió en las cercanías para confirmar sus sospechas sobre aquellos dos. En efecto, cuando ellos pensaban que no había peligro de ser descubiertos se empezaron a escuchar unos jadeos sofocados. Aracart sonrió, “Parece que Barahir ya es un hombre”. Riéndose para sus adentros se volvió y comenzó a escalar la colina. Cuando llegó a la cima miró a su alrededor. Desde aquella posición podía ver todas las cercanías. El bosque de Chet era un hervidero de vida y de cantos de lechuzas. Pero en los alrededores no se escuchaba nada. Eso inquietó a Aracart. En sus años como montaraz había aprendido a escuchar la vida del bosque. Pero allí no si escuchaba nada. Ninguna lechuza ululaba en las cercanías, ningún roedor nocturno salía de su madriguera. Era muy extraño. Frunció el entrecejo y se tumbó en la cima y miró las estrellas. Mirarlas siempre le había tranquilizado, eran como un bálsamo para él. Allí estaban la Hoz y otras muchas constelaciones inmutables. Siempre estaría allí. De pronto escucho un grito. O mejor un alarido. Era un grito terrorífico, que helaba la sangre en las venas y te quitaba todo el valor. Su sonido era extremadamente agudo, tanto que hacía daño en los oídos. Se fue tan de pronto como comenzó. Aracart se levantó cubierto de sudor frío, el sudor del miedo. En toda su vida nunca había experimentado un terror así, ni siquiera luchando contra los Balrogs. Se levantó presuroso y corrió al campamento. Se encontró a Barahir y Tasare semidesnudos, abrazados en uno al otro y con el miedo marcado en sus rostros.

- ¿Qué ha sido eso?- Preguntó Barahir, no parecía tener tanto miedo como Tasare, sería por las atrocidades que había vivido.

- No lo sé, sonaba desde todos lados a la vez. Sea lo que sea, no es un ser vivo.- No sabía por qué había dicho eso último, pero de algún modo lo sabía.

- Era un eco- Respondió con voz queda Tasare

- ¿Un eco?- Barahir no lo creía así- ¿De qué?-

Tasare tardó en responder, dudando si tenía que decirlo. Cuando al fin habló lo hizo con hilo de voz.

- Hace mil años aquí hubo una emboscada, contra el Portador del Anillo.

- No puede ser. Están muertos.- Respondió con dudoso aplomo Aracart.

- Ya estaban muertos antes, están atados a la vida de su señor. Si él vive, ellos también.

- El Portador del Anillo lo destruyó, acabó con Sauron.

- Un maia no puede morir tan fácilmente. Y menos aquél. Está vivo, pero regenerándose. Sus servidores también comienzan a despertar.

- ¿No insinuarás….? –

- Sí. Nazgûl.



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