Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 14: Llegada a Rivendell

Partieron rápidamente, con una prisa inducida por el miedo. Barahir y Tasare se vistieron con celeridad y comenzaron a recoger los fardos. Aracart ensilló los caballos y cargó los fardos que le iban dando. Apagaron el fuego echándole tierra húmeda encima y partieron sin más demora. Cabalgaron por el camino hasta dejar a los caballos exhaustos. El sol salió por el horizonte y ellos aún seguían cabalgando. Un miedo irracional les hacía huir. Por fin, pararon a media mañana. Pararon en un recodo del camino, dónde había un pequeño arroyo de agua fresca. Quitaron las sillas a los caballos y se sentaron en la hierba. El miedo había pasado, pero no sabían de dónde provenía. Se resistían a la idea de que fueran de verdad los Nazgûl.

- No han podido ser ellos.- Aracart expresó en voz a alta el dudoso pensamiento que los tres tenían en mente.- Si hubieran sido ellos, Sauron habría despertado, y no lo ha hecho.

- De eso no puedes estar seguro- Replicó Tasare- En la Tercera Edad, Sauron despertó años antes de que se rebelara su verdadera identidad. Se llamó a sí mismo el Nigromante y todos los sabios pensaron que era un poderoso mago, no el mismo Sauron. Incluso Gandalf pensaba así.

Aracart seguía siendo escéptico. Necesitaban consejo urgente de alguien más sabio que cualquier humano. Y solo en un lugar se podían encontrar a aquellos seres.

- Tenemos que ir a Rivendell.- Anunció- Necesitamos consejo.

Barahir asintió conforme, pero Tasare dudó un instante. Aracart sabía por qué, Rivendell. Estaba en un valle angosto, de difícil acceso. Era una isla brillante en medio de la oscuridad que reinaba en el resto del mundo.

- Partiremos mañana, los caballos y nosotros necesitamos un descanso. Hemos cabalgado durante toda la noche.

Descansaron a la sombra de un gigantesco sauce con raíces que sobresalían del suelo. Aquél árbol le traía recuerdos a Aracart del Bosque Viejo.

-Este árbol me recuerda al Bosque Viejo.

-¿Por qué? – Preguntó Tasare.

-Se parece al Hombre Sauce, o más bien a su esqueleto. El mismo sauce que atrapó a los compañeros del Portador del Anillo.

-¿Aún sigue en pié? Tiene miles de años.

- Tendrá todos los años que quiera, pero es de buena madera y tiene algo más. Nadie lo sabe seguro. Se llegó a decir que era un ent arbóreo malvado, o un ucorno especialmente activo. Ahora no lo puede saber nadie, los orcos lo quemaron.

- ¿Quemaron aquél árbol?- Exclamó Tasare- Era el último vestigio de lo que fue en su momento el bosque viejo. Era casi sagrado.

- A los orcos les importa un bledo todo eso. Les molestaba y lo quemaron.

- Han destruido tantas cosas…- Barahir habló en voz queda, susurrando. A su mente acudían imágenes de la destrucción de su templo, de sus compañeros.

Los tres se quedaron callados un largo rato, sumidos en sus pensamientos. Tasare puso su mano sobre la de Barahir y éste le sonrió, aunque fue una sonrisa vacía y triste. Partieron después de comer algo, cabalgaron a paso lento, para recuperarse un poco de la cabalgada de la noche y de la mañana, y acamparon a un lado del camino cuando cayó la noche. Hicieron guardias, primero Barahir, luego Tasare y por último Aracart. Hacia el final de la guardia de Aracart, se escuchó un sonido de ramas rotas cerca de ellos. Aracart se puso tenso y puso la mano en la empuñadura de Ígnea y la desenvainó a medias. El ruido seguía aproximándose, entonces, de repente, salió de entre los matorrales un conejo perseguido por un zorro. Aracart soltó una carcajada, el miedo de la otra noche le había vuelto miedoso. Siguió riéndose entre dientes y despertó a sus compañeros. Barahir se levantó rápidamente, pero Tasare tardó bastante. No le estaba sentando bien este viaje. Poco acostumbrada a las incomodidades del campo abierto lo estaba pasando mal. Apenas dormía por las noches por el miedo a que algo saliera de la espesura y los atacara. Apenas comía y había adelgazado. Aracart le preguntó antes de planear el viaje si los podría llevar directamente abriendo un portal, como había echo cuando lo llevó al templo, entonces Tasare le respondió de malas maneras y con voz agria “No”. Así de simple, era como si no quisiera o pudiera hacerlo. Tal vez sí que estaba perdiendo sus poderes clericales. Aracart sacó las raciones de campaña y se las dio a sus compañeros. Tasare la mordisqueó de mala gana, aunque se la acabó terminando. Recogieron las mantas sobre las que habían dormido y partieron. Los días siguientes fueron monótonos, siguiendo el mismo camino durante días y viendo casi el mismo paisaje. Siete días después el paisaje empezó a cambiar. Los árboles comenzaron a desaparecer y fueron dejando paso a las rocas. Llenaron todas las cantimploras en el último arrollo que encontraron, en las tierras de los trolls el agua escaseaba. Recorrieron la árida tierra de los trolls avanzando a trompicones con sus caballos. En seguida llegaron a las zonas más rocosas. Llegados a este punto ya no había ningún sendero. Aracart los guió como pudo, buscando los posibles caminos que los llevaran a su destino. Pasaron muchos días en aquel paraje desolado y la comida comenzaba a escasear.

- Solo nos queda comida para una semana.- Dijo Barahir cuando ya llevaban cinco días buscando un camino inútilmente.- O volvemos al bosque y cazamos para sobrevivir o atravesamos este paraje ya.

- Tasare- Dijo Aracart de repente- Cuando me descubriste abriste un portal para llevarme al templo. ¿Por qué no lo vuelves a hacer?-

- No-

- ¿Por qué? O lo haces o no podremos llegar a Rivendell nunca y puede que muramos de hambre antes de llegar a la siguiente ciudad.-

- No lo haré- Tasare siguió en sus treces. Aracart comenzaba a irritarse.

- ¡Dime por qué no!- Le gritó- ¡Es que no puedes o ¿que quieres que muramos de hambre y después te irás tú sola?!

- ¡No puedo!- Dijo gritando y con lágrimas en los ojos- ¡No puedo maldita sea! ¡Hace tiempo que solo puedo curar! ¡Ahora soy casi una inútil!- Acto seguido se ocultó la cara entre las manos y dejó que las lágrimas le resbalaran por la cara y le recorrieran la manos y los brazos. Barahir le rodeó los hombros con el brazo y miró a Aracart con una mezcla de rencor y culpa en el rostro. Aracart los dejó a solas y salió del campamento y se acercó a un pedrusco. Se apoyó contra él y cerró los ojos. Aquello estaba saliendo muy mal. No podían avanzar. No les daba tiempo a volver al bosque aunque racionaran la comida. Solo podían avanzar o morir. Recorrió el pedrusco y le dio la vuelta, entonces lo vio, un sendero oculto tras él, que casi había desaparecido y subía montaña arriba y puede que los llevara al otro lado. Volvió corriendo al campamento emocionado.

- ¡He encontrado un sendero! ¡He encontrado un sendero!- Exclamó alegre.- Recoged los fardos y venid conmigo.- No tenían problema con los caballos, los habían dejado cuando comenzó el terreno rocoso, habrían muerto por falta de alimento y agua. Aracart guió a sus confusos compañeros hasta la roca y les enseñó el sendero. Aquello era una nueva esperanza. Avanzaron trepando durante todo el día, ni siquiera comieron poseídos como estaban por un extraño vigor. Cuando cayó la noche, el cansancio les llegó con todo su peso y cayeron agotados sobre la tibia piedra, calentada por el sol del día. Comieron algo y durmieron. Sobre el resto de los días en los que estuvieron en la montaña solo recordaron una cosa, el cansancio. Siguieron aquel sendero durante días, hasta que cruzaron la montaña y llegaron al valle. Allí se encontraron con un lugar verde, lleno de pinares. Continuaron el sendero que atravesaba ese bosque de pinos.

- Ya debe de faltar poco- Dijo Barahir mientras seguían un sendero marcado con piedras blancas- Estas piedras no están aquí por casualidad.

Y tenía razón, esas piedras fueron colocadas por los elfos para marcar el camino hacia Rivendell. Llevaban poco tiempo en el camino cuando unos elfos les salieron al paso y les dieron el alto.

- Alto humanos.- Dijo el primero y que parecía ser el jefe- ¿Qué hacéis aquí?-

Los elfos iban vestidos con ropas marrones y verdes para camuflarse entre la espesura. Estaban armados con arcos y llevaban los carcajes en la cintura, para que las capas no les molestaran al sacar las flechas. El jefe llevaba un broche de plata con una estrella que sujetaba la capa.

- Venimos a pedir consejo.

- No recibimos a todo el que lo pide en estos días. Solo recibe a los grandes señores de las razas de los hombres, enanos y elfos y- Dijo mirando su aspecto pobre y descuidado- vosotros no los sois. Os acogeremos en Rivendell esta noche y mañana partiréis con provisiones.

- ¿Hemos viajado cientos de millas para ver a los sabios elfos y nos vais a prohibir pedirles consejo?- Preguntó Tasare escandalizada y furiosa al tiempo que acercaba la mano donde tenía colgada la maza- ¿Qué clase de elfos sois?

- Somos unos elfos al borde de la extinción, si no son los orcos seréis vosotros, humanos engreídos. Seguidme y que no se hable más.

Se dio la vuelta y avanzó por el sendero seguido por los elfos.

- Sigámosle- Dijo Aracart con voz cansina- No sirve de nada discutir con él y necesitamos alimento.

A continuación avanzó con paso lento y cansado, ligeramente encorvado por el peso del cansancio acumulado durante días. Siguieron a los elfos durante un par de horas, hasta que llegaron a la Casa del Reposo. Rivendell era una edificación que en sí misa era una obra de arte. Los enrevesados relieves hechos con martillo y cincel que poblaban las paredes, parecían casi reales. Los muros del lugar eran de piedra, pero una piedra de aspecto cálido. Los elfos los condujeron a través de la entrada principal y los dejaron en una especie de salón recibidor.

- Esperad aquí- anunció uno de los elfos- pronto llegará alguien que os conducirá al comedor.

Se desplomaron sobre unos bancos de madera que estaban junto a las paredes y cerraron los ojos, agotados por los rigores del viaje. Pronto llegó un elfo que les indicó el camino a sus habitaciones, donde ya estaba lista la comida. El elfo les dejó allí devorando la comida sabiendo que ellos no prestarían atención a nada más que al hecho de comer, al menos durante algún tiempo. Terminaron la comida en poco tiempo y se echaron a dormir en las camas que estaban en la habitación.

- Buena comida al fin.- Dijo con un suspiro Barahir, que no estaba acostumbrado a los viajes tan largos.

- Cuando continuemos viajando tendremos que comer esta misma comida durante mucho tiempo, así que tendrás que acostumbrarte.- Respondió Aracart.

Sonrió al ver la cara que puso Barahir ante esta revelación y se escuchó una carcajada de Tarare a la que se unieron los dos hombres en poco tiempo. Ese momento de relajación les hizo olvidar los rigores del viaje. Así les encontró un criado elfo, riéndose a mandíbula batiente sobre las camas y a algunos con lágrimas de risa en los ojos. El elfo carraspeó para llamar la atención, cuando se relajaron, aunque aún tenían una sonrisa en la cara, empozó a hablar.

- El consejo ha decidido incluiros en el concilio que se celebrará mañana al amanecer. También os invita a cenar con el resto de los asistentes al concilio en la sala común. A la hora de la cena vendrá un elfo para guiaros, y- añadió mirando con una mueca de desprecio las ajadas ropas de los aventureros- espero que llevéis mejores galas.

- No tenemos nada más que ponernos- dijo Tasare al instante-

-En los armarios encontraréis algo de ropa para poneros, no la destrocéis.- Dijo esto como si se estuviera dirigiendo a unos niños pequeños con ropa nueva para que no la rompieran nada más destrozarla. Estaba claro que los consideraba inferiores. Dicho esto salió de la estancia con paso raudo, como para escapar del hedor humano.

Pasaron un largo rato eligiendo algo que ponerse, la mayoría de las ropas que había les iban pequeñas a los hombres, mientras que a Tasare le iban bien pero no le gustaba ningún vestido, “Mujeres” pesó Aracart “No se conforman con nada, aunque sea en esta situación.” Por fin Aracart y Barahir encontraron unos trajes que les iban bien, aunque algo ajustados de la cintura y el pecho, aunque lo que importaba era que entraran. El de Aracart era un traje marrón y verde oscuro y el de Barahir era de un azul intenso. Mucho tiempo después Tasare encontró algo que le gustaba, se trataba de un hermoso vestido blanco con adornos de hilo de plata. Se asearon en unas bañeras con agua fría que encontraron en un baño adyacente a las habitaciones. Primero entraron Barahir y Aracart y después Tasare. Después de un largo rato llegó el elfo que los iba a guiar hasta el comedor. Aunque los hombres ya estaban listos desde hacía largo rato, Tasare aún se encontraba en el baño y cada cuarto de hora gritaba – Ya casi estoy- Ya llevaban siete avisos. Por fin salió y vio al impaciente elfo esperando junto a sus compañeros. Había que decir que Tasare estaba hermosísima, llevaba el pelo recogido en una coleta y el vestido le iba perfecto. Aracart y Barahir parecían un par de mendigos a su lado, con los trajes demasiado ajustados que parecían siempre que estaban a punto de reventar, el pelo enmarañado y una barba de varios días en sus rostros.

El elfo los guió a través de los pasillos de la gran sala sin que se cruzaran con ningún elfo. Todos deberían estar en la sala común desde hacía rato. El elfo les condujo a través de una puerta doble y entraron al gran comedor. En la amplia sala se podían apreciar tapices con escenas de las tres edades anteriores y algunas armas elfos colgadas a modo de trofeo. En la sala se disponían tres mesas enormes, aunque no llenaban ni la mitad del amplio comedor. Todas las mesas estaban llenas, casi todos los comensales eran elfos, aunque se podían ver un par de enanos con ricas ropas y un grupo de humanos de aspecto noble.

- ¿Y el resto de los elfos de la casa?- Preguntó Tasare. Solo había unos doscientos elfos, la décima parte de los que cabían en aquél lugar.

- Estos son todos- dijo el elfo con voz cargada de tristeza- Desde que la Tercera Edad estaba a su término, los elfos comenzaron una migración masiva que ha dejado todas sus antiguas viviendas casi desiertas. Solo quedamos estos aquí, un par de centenares en Lórien y un millar en el Bosque Verde, aunque los elfos del Bosque han empezado a huir, un poder oscuro amenaza con volver a poner la palabra Negro en su nombre. Las arañas pueblan las zonas más oscuras del lugar, los orcos han comenzado a aventurarse a su interior y un poder aún más oscuro ha despertado otra vez en la fortaleza del interior del bosque.

Esa descripción les recordó a Barahir y Aracart sus sueños, el bosque oscuro y aterrador. Ambos se estremecieron a la vez al tiempo que intentaban disimularlo. El elfo les guió hacia el lugar donde estaban los humanos. Los sentó en una esquina de la mesa para mantenerlos lo más alejados posibles de los otros humanos, pronto descubrieron por qué. Nada más sentarse, los otros hombres les lanzaron una mirada llena de superioridad, mirando con desprecio las ropas prestadas que llevaban puestas Aracart y Barahir y unas miradas con algo de lascivia a Tasare. Su actitud era de creerse superiores a todo y todos los que los rodeaban, incluso a los sabios elfos sentados en la mesa central. Trataban con desprecio a los criados que los atendían, e incluso llegaron a insultar a uno por una banalidad. Tasare, Barahir y Aracart no hablaron con ellos en toda la cena y los nobles tampoco lo intentaron. Cuando la cena ya llegaba a su fin, los comensales estaban repelando los postres y los enanos eructaban y se soltaban los cinturones, entonces uno de los elfos de la mesa del centro se levantó y con voz clara se dirigió a los asistentes.

- Mañana se reunirá el concilio Blanco, o al menos lo que queda de él. Los visitantes del exterior que tengan preguntas que hacer podrán plantearlas y puede que obtengan respuesta. Se celebrará al amanecer, ruego a los invitados que asistan y que no planteen sus preguntas en privado.- Esta última frase la dijo mirando a los nobles humanos.

Pronto la sala se llenó del ruido de sillas moviéndose y de decenas de conversaciones. Los compañeros se retiraron a sus habitaciones y se echaron a dormir para recuperarse del arduo viaje.

Aquella noche Aracart volvió a tener aquél sueño.

Se encontraba en el linde de un tupido y oscuro bosque que irradiaba un aura maligna. Miraba en la dirección contraria al bosque y veía a lo lejos una montaña, azul por la distancia, que estaba separada de cualquier otra cordillera. Se daba la vuelta y se adentraba en el bosque. La atmósfera cambiaba bruscamente, del frescor del exterior a una sensación de opresión en el pecho que impedía respirar con normalidad. Avanzaba por el bosque, adentrándose en él cada vez más. Pronto se encontró con las arañas. Arañas enormes con varios ojos y pinzas horripilantes, tenían el tamaño de un perro. Aracart les asestaba espadazos como podía, estaban por todos lados. Al tiempo se retiraron y dejaron paso a otro enemigo. Muertos. Cadáveres que caminaban hacia él lentamente con las armas en mano. Llevaban armaduras de todos los lugares de la Tierra Media y sus armas estaban cubiertas de óxido pero seguían siendo mortales. Aracart se defendió de esta nueva amenaza, desvió estocadas, segó brazos y cabezas, paró tajos, pero no servía para nada. Los muertos no podían volver a morir. Si a uno le cortaba la cabeza seguía atacando; si le cortaba un brazo, éste seguía atacando aún sin brazo y el brazo se le enganchaba en los pies y le intentaba hacer perder el equilibrio. Al final, uno de estos brazos le tiró al suelo. Cuando cayó, la respuesta de los muertos no se hizo esperar. Le atacaron cuando estaba indefenso. Le herían en lugares no mortales, para aumentar su sufrimiento. Al final uno de ellos, con una armadura de buena hechura le cortó el cuello con un cuchillo oxidado.

Se despertó sobresaltado y cubierto de sudor, descubrió que Barahir también estaba despierto en las mismas condiciones que él. No hizo falta que preguntara. Ya sabía lo que le había despertado. El aquel momento el sol se alzaba en el Este, era la hora del concilio.



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