Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 15: El Concilio Blanco.

Aracart, Barahir y Tasare desayunaron rápidamente y un elfo les guió al lugar donde se celebraba el concilio. Estaba en una balconada, en la que se disponían muchas sillas en círculo alrededor de un pequeño pedestal, parecía que antes había algo colocado ahí, pero ahora estaba vacío. Los tres se sentaron donde el elfo les indicó, al lado, de nuevo, de los nobles humanos. Conforme pasaba el tiempo iban llegando más asistentes, hasta que todas las sillas fueron ocupadas. Había un par de enanos, elfos vestidos de verde y con capas oscuras, otros elfos vestidos de gris, un elfo con larga barba- Extraño- pensaba Aracart- no sabía que los elfos tuvieran barba- y muchos elfos de Rivendell. También había dos figuras con capas azules y encapuchadas. En poco tiempo se llenaron todas las sillas y comenzó el concilio.

Primero se levantó uno de los elfos de Rivendell, con ropas de erudito, que habló a todos.

- En esta hora oscura habéis venido a Rivendell para buscar respuestas, puede que las encontréis o que salgáis de aquí con más dudas. Os aconsejaremos, aunque un consejo es un regalo valioso y peligroso. Declaro que queda abierta esta nueva reunión del Concilio Blanco. Cedo la palabra a Theorn, hijo de Thor, de la Montaña Solitaria.

- Amables elfos- Dijo con forzada educación- compañeros humanos, vengo pidiendo consejo. Desde hace algunos meses los alrededores de la Montaña Solitaria y el Valle no son seguros. He sido enviado por la Montaña y el Valle para buscar consejo. Oscuras figuras aparecen por la noche, desaparecen los caminantes solitarios sin dejar rastro, bandas de trasgos vuelven a atacar a los grupos de viajeros en busca de esclavos para sus minas, los lobos huargo aúllan en la noche como no lo habían vuelto a hacer en décadas. Y aún viene lo peor. No hemos tenido noticia de los habitantes del Bosque Negro, desde hace varios meses no recibimos sus mercancías que nos solían enviar por el río. Enviamos mensajeros, pero ninguno volvió. El Valle envió una pequeña tropa, unos cincuenta soldados. Tampoco volvieron. Si alguno de los presentes tiene alguna respuesta o algún consejo, que nos lo diga. No sabemos que hacer, sentimos en los huesos que se acercan días oscuros.

Después de su pequeño discurso se sentó mirando a los asistentes. Un elfo se levantó y miró a los enanos.

- No tenemos respuesta a esas oscuras revelaciones. Pero os daremos un consejo. Armaros. Reforzad las defensas de las ciudades. Entrenad nuevos soldados, pronto algo se revelará. Minas Tirith ha caído. De Rohan no quedan nada más que pequeños grupos dispersos después de la derrota en Helm, en la que murió el rey. Los enanos de las Cavernas Centelleantes se salvaron encerrándose en sus cuevas, pero ahora no quieren salir, se han encerrado vivos tras las puertas de piedra para protegerse del exterior y han echado a los refugiados que se salvaron de la masacre de Helm. Annuminas se ha salvado, pero a un gran precio en vidas y recursos y ahora intenta resurgir. Pocos lugares podrán ofreceros ayuda cuando estalle la tormenta.

- Me temía que dijerais eso- Contestó el enano con un suspiro- Gracias de todos modos.

El enano se sentó apesumbrado en su lugar mientras uno de los nobles se levantó mirando a los asistentes con desprecio.

- Yo, Ternarus, representante de Annuminas, tomo la palabra.- dijo sin que nadie se la diera- La ciudad de Annuminas os exige ayuda. Como representante de la ciudad y del reino os ordeno que partáis a la ciudad para ayudar en las tareas de reconstrucción y en otras posibles batallas.

- ¡Te atreves a exigirnos ayuda!- Saltó uno de los elfos- ¡Nosotros no somos tus vasallos! Rivendell es un lugar independiente de cualquier reino humano. No os debemos pleitesía ni puedes darnos órdenes, solo puedes pedir y tus peticiones serán escuchadas o no.

- ¡Y tú te atreves a alzar la voz contra mí!- Exclamó indignado Ternarus- soy representante del reino de Arnor y os puedo exigir lo que me plazca. ¡Aquí soy la máxima autoridad!

- En eso te equivocas estúpido humano- Dijo el que habló al principio, que parecía ser el dirigente de Rivendell.- Soy Eldacar, dirigente de Rivendell desde que partió Elrond. Aquí presente también está Círdan el Constructor de Barcos- Dijo mientras señalaba al elfo que llevaba barba- y los magos azules Alatar y Pallando.

Ante la revelación de que los magos azules estaban presentes Ternarus enmudeció. La sorpresa no fue menor en el resto de los asistentes. Los enanos se revolvieron en sus asientos, los elfos susurraban entre sí, pues acababan de recibir la noticia. Los humanos dejaron de mirar a todos con desfachatez y superioridad. En aquél círculo había dos Istari. Los dos magos se levantaron las capuchas. Ambos eran muy parecidos, sus rostros ligeramente arrugados denotaban gran sabiduría, tenían una barba corta de color oscuro, al igual que el pelo. Lo más extraño es que no tenían sus varas de poder.

- Hemos venido para preveniros de la oscuridad que se avecina. En Rhun, nuestra morada, los hombres están inquietos. Desaparecen personas por las noches y se vuelven a ver orcos en aquellos lugares. Algunos de los habitantes de Rhun se han marchado, no sabemos a dónde. Yo, Pallando y mi hermano Alatar hemos venido para advertir y aconsejar.

- Por poco tiempo- Intervino Alatar- Mañana partiremos de nuevo, no podemos dejar abandonado nuestro hogar en este momento de crisis.

- Agradecemos vuestra ayuda- Dijo Ternaurus

- Tú eres el que menos derecho de decir nada- dijo Pallando- Has venido a este lugar con prepotencia exigiendo ayuda para reconstruir tu ciudad. ¿No has pensado que si los elfos parten su ciudad también caerá? Las sombras se cierran y ya tenéis bastante gente trabajando allí. Si no me equivoco has venido para aumentar tu poder en la ciudad. Si llevaban a los elfos de Rivendell el pueblo te respetaría y adoraría. Has hecho este viaje por intereses egoístas, tu ciudad no te importa nada. Solo te importa tener más y más poder. ¡Ja! Eres un iluso. Ni auque llevaras a todos los enanos de la Montaña Solitaria el pueblo te respetaría. Nunca respetaría a un hombre que huyó nada más empezar la contienda y que no derramó su sangre por su ciudad.

Ternaurus se quedó callado con la cabeza gacha, reconociendo así que las palabras de Pallando eran ciertas. Durante unos instantes reinó el silencio antes de que Eldacar volviera a tomar la palabra.

- Ahora pueden hablar los emisarios del Bosque Negro-

- Gracias- Intervino uno de los elfos de verdes ropajes- Venimos pidiendo consejo ante lo que ocurre en nuestro bosque.- Miró al resto de los asistentes y anunció- El Bosque Negro ha caído.

La reacción no se hizo esperar. Los elfos se quedaron boquiabiertos y se escucharon gritos de ¡No! e ¡Imposible! Los enanos agacharon la cabeza apesumbrados por la funesta noticia. Los humanos se quedaron callados, transluciendo que no les importaba nada el destino del Bosque.

- ¿Cómo ha ocurrido?- Dijo uno de los elfos.

- Lentamente. Primero, las arañas comenzaron a multiplicarse, tuvimos que hacer varias cacerías para que no resultaran un verdadero peligro. Luego fueron las bandas de orcos, estaban desorganizadas pero eran muchas. Pasamos varios meses luchando contra ellos, perdimos demasiados hombres. A partir de ahí dejamos de comerciar, no teníamos tiempo de hacerlo mientras los orcos pululaban por nuestro territorio. Al final llegó lo peor. Muertos. No espectros sino muertos alzados. Elfos, orcos, humanos… Los que han fallecido durante siglos en nuestro bosque se han alzado de sus tumbas y fosas comunes. Hemos visto como antiguos amigos y compañeros nos atacaban y mataban. No hay forma de pararlos, los muertos no pueden morir. Perdimos muchos elfos en esta inútil lucha, y al final Celeborn y Tharanduil ordenaron la evacuación del bosque. Ahí murieron más, pero no solo soldados. Los muertos nos acosaban continuamente mientras huíamos por los caminos secretos del bosque. Ahora los supervivientes están en Lórien.

Aracart meditó sobre las palabras del elfo. Arañas, muertos… Igual que en sus sueños. Sintió que un escalofrío le recorría la columna mientras miraba a Barahir, tenía el mismo aspecto que debía de tener él mismo. Demarcado y pálido. Tasare miraba a ambos con incertidumbre, sin saber que les ocurría. Eldacar volvía a tener la palabra.

- No hay nadie que pueda saber por qué ha pasado eso.- Estaba conmocionado- Los Magos azules tampoco saben nada y están preocupados de que algo parecido ocurra en su país. Ahora cederemos la palabra a los viajeros. Los asistentes clavaron sus miradas en Aracart y los demás. Aracart se levantó inseguro y comenzó a hablar.

- Desde hace un par de años noto que algo está ocurriendo. Yo era de Bree, vi lo que habían echo los orcos con mi ciudad. Después estuve un año entero encerrado en un templo, el templo de los fénix- Los magos azules miraron a Aracart con interés.- Después partí hacia Gondor, a Minas Tirith. Allí serví como guardia de la Ciudadela durante los meses antes de su caída. Fui el único superviviente de la masacre y no fueron los simples orcos los que nos derrotaron. Había un Balrog con ellos, él fue el que nos derrotó y aplastó la resistencia. Quedé inconciente y cuando desperté los orcos se habían ido y encontré al rey muerto, le llevé su espada al senescal- Hizo una pequeña pausa- El senescal me dijo que me la quedara, que me quedara a Andúril. – Los asistentes le miraron extrañados mientras desenvainaba la espada que llevaba a la espalda y la dejaba en el pequeño pedestal.- No sé por qué me la dio, pero es la menor de mis preocupaciones. Mientras regresaba a Arnor, a defender Annuminas me encontré con Barahir- Le señaló- Era del Templo de Agua y traía funestas noticias, los balrogs habían destruido del templo y más tarde me enteré de que habían destruido el resto de los templos.- Alatar y Pallando se miraron entre sí “No lo sabían” pesó Aracart- Ambos servimos varias semanas en la defensa de la ciudad. Al final atacaron Balrogs, no uno sino tres o más, no recuerdo bien. Los pudimos matar con la ayuda de decenas de supervivientes de los templos, que no se encontraban en ese momento allí. Ganamos la batalla. A partir de entonces comencé a tener sueños, sueños en los que aparecía un bosque que ahora puedo identificar como el Bosque Negro. Yo moría luchando dentro de él. Justo antes de partir un hombre me atacó. Iba vestido totalmente de negro y la espada que llevaba era también de acero negro.- Aracart miró a los magos azules- Usaba la misma técnica con la espada que en los templos, al igual que yo concentro las llamas en la espada, él concentraba la oscuridad. Le derroté y le interrogué, pero no logré sacarle nada. Durante el viaje escuchamos los gritos de un Nazgûl, que creíamos acabados. Por todo esto hemos venido aquí.

Se sentó y esperó la respuesta. La aparición de los balrogs era una novedad para la mayoría de los asistentes, normal, Annuminas era el único lugar donde había supervivientes después de que atacaran los balrogs, aún no se había corrido la voz.

- Funestas nuevas nos traes- Dijo Alatar desde su sitio- Me apeno de que mi templo y el de los demás Istari hayan sido destruidos. Me inquieta la aparición de los Balrogs, no se habían vuelto a ver desde que Gandalf acabara con el Balrog de Moria. Muy malas noticias nos has traído. Lo que más me inquiera es lo que has dicho sobre el asesino. ¿Con poderes parecidos? Esto es peor de lo que pensaba. Serán asesinos infalibles, solo podrán igualarlos los de los otros templos y ahora son tan pocos… - Su voz se fue apagando- No se que podremos hacer ahora. En este concilio se han planteado muchas preguntas y ninguna ha tenido una respuesta clara. Os daré un consejo a los tres- Les dijo mientras los miraba- Tened cuidado, mucho cuidado. Algo de verdad hay en vuestros sueños. Puede que sean proféticos.

Los asistentes al concilio se quedaron callados, el sol se alzaba alto en el cielo. Era más de mediodía.

- Levanto esta reunión del concilio. No se ha podido resolver nada aquí. Que los escasos consejos dados os sean de utilidad. Os ofrezco la comida y las camas de la casa mientras dure vuestra estancia.

Los asistentes se levantaron. Había terminado la reunión del Concilio Blanco, una reunión a la que solo había asistido uno de sus fundadores y que había generado más preguntas que respuestas. Se fueron a comer. La comida trascurrió en silencio. Nadie quería hablar después de lo escuchado. Aracart, Barahir y Tasare pasaron el resto del día en su habitación conjunta, meditando sobre lo que se había dicho aquél día. Se hizo la noche y los dos hombres volvieron a soñar con el Bosque. Se despertaron otra vez al unísono, se miraron con el miedo reflejado en sus ojos. Quién sabe que les pasaría si partían hacia el bosque. Volvieron a tumbarse y cayeron en un sueño intranquilo.
El sol salía por el Este.



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