Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Capítulo 19: Lórien

Los tres compañeros avanzaron por el camino empedrado a medias en dirección a los bosques de Lórien. Desde lejos se podía admirar el hermoso bosque de los elfos. Sus árboles Mellorn, los más hermosos que había sobre la tierra conocida. Admiraron los inmensos árboles y descansaron para comer a su sombra. No encendieron ningún fuego, para no prender aquellos árboles milenarios tan queridos por los elfos.

- Se respira paz- Dijo Tasare- No se ha olvidado a los elfos-

Desde el incidente en Moria estaba muy silenciosa, era una mejora que hablara por ella misma y que no respondiera con monosílabos. Aparte de esto tenía razón, en el bosque se respiraba paz. Aracart admiró los inmensos árboles y la vegetación verde. Las flores estaban abiertas aunque no era la época, en otoño no solía haber flores. Aunque, como se dijo Aracart, esa regla no se podía aplicar a ese bosque. Las amarillas elanor salpicaban la hierba verde junto a otras flores blancas cuyo nombre no conocía. Continuaron caminando por el camino que a medida que avanzaban si iba transformando en un sendero. Las piedras se limitaron a marcar el borde del sendero y más tarde ni siquiera eso.

- Si aún hay elfos aquí se esconden muy bien- Dijo Barahir aquella tarde.

- Los elfos solo se dejan ver cuando ellos quieren, nunca antes- Respondió Aracart

- De todos modos deberíamos haber visto alguna señal de que ellos están aquí ¿No?-

Aracart soltó una carcajada como toda respuesta. Aracart era un buen guerrero, pero no sabía nada de los bosques. Era un hombre de ciudad y no de campo.

- ¿De que te ríes?- Le preguntó Barahir después-

- De tu ignorancia. Un elfo no deja rastro si no quiere dejarlo, ni huellas ni ningún signo de su presencia. Eres muy inexperto en este tema. Eres un hombre de ciudad que nunca comprenderá el bosque.

- ¿Y tú si?- Replicó asqueado Barahir

- Me crié en un bosque, casi toda mi vida ha pasado bajo los árboles. Fui montaraz antes de soldado y mi padre no era mal cazador. Me enseñó los secretos del bosque y de sus habitantes.

- No lo sabía – Dijo Barahir sabiendo que se había puesto en evidencia-

- ¡Calla!- Dijo Aracart en un susurro alto- He oído algo.

Estaba seguro de que no eran elfos, no hacían ruido como había comprobado en Rivendell. En aquellos momentos escuchaba un sonido de pisadas apresuradas. De pies calzados de acero. O eran soldados amigos, o eran algo peor. Aracart desenvainó a Ígnea y Barahir y Tasare hicieron lo propio sabiendo que algo estaba mal. Ellos no escuchaban nada, aún. Pronto las pisadas se hicieron más audibles. Los tres compañeros no tenían lugar donde esconderse en aquél bosque de árboles y hierba, sin matorrales. Pronto vieron a unos cien metros unas figuras oscuras con cimitarras en la mano y ellos también les vieron. Eran orcos, de los grandes. Uruks de Mordor. Un grupo de cinco cuando les vieron gritaron y corrieron hacia ellos. Aracart encendió su espada, eran demasiado fuertes para luchar en desventaja numérica. Barahir hizo lo mismo y Tasare susurró unas palabras, una plegaria tal vez. Los orcos cargaron hacia ellos entre gritos eufóricos con las armas sobre la cabeza. Aracart aprovechó eso. Atacó al vientre desprotegido saltando a un lado y lanzándole un tajo. El orco cayó entre gorgoteos, Barahir paró el contundente golpe de uno de ellos y Tasare le dio en la cabeza con la maza destrozando yelmo y hueso. Ya habían caído dos, Aracart le cortó el cuello a uno con la misma punta de la espada mediante una certera estocada y Barahir le seccionó el brazo y después la cabeza a otro. Tasare se defendía como podía del otro orco, hasta que Aracart le golpeó con la empuñadura de la espada en la nuca y cayó. Tasare estaba jadeando de miedo y cansancio, aunque empuñara una maza seguía siendo en el fondo una sanadora, no una guerrera. Barahir también jadeaba pero levemente. Aracart estaba sonriente por volver a derramar sangre, se acercó al orco que había tumbado sin matarlo, lanzó su arma lejos y le puso la punta de la espada en el cuello.

- Sujétale los brazos.- Le ordenó a Barahir. El orco estaba inconsciente, pero al sentir el frío acero en la garganta se despertó poco a poco.

- ¿Hablas común?- Le preguntó hoscamente Aracart

- Lo hablo- respondió el orco con voz grave y enfurecida.- ¡Soldadme míseros humanos!-

- Te liberaremos si nos dices lo que queremos. ¿De dónde veníais?

- No te lo diré maldito pálido.

Aracart presionó un poco la punta de la espada en el cuello del orco, lo justo para que corriera la sangre.

- ¿Lo dirás ahora?- Dijo con una sonrisa maníaca en la cara

El orco vio en sus ojos que le haría cualquier cosa, sin remordimientos ni dudas, era mejor responder.

- Veníamos de incendiar la ciudad de los orejas picudas.

- ¿De qué hablas?- Aracart estaba preocupado, los elfos del Bosque Negro habían emigrado forzosamente a estos bosques huyendo del propio. Si habían matado a los elfos de los dos países podía ser el final de los elfos en la Tierra Media.

- Nuestro amo nos ordenó atacar a los elfos- dijo con gesto alegre- les atacamos durante la noche, miles de nosotros. Los elfos dieron la alarma, pero no sirvió de nada. Les lanzamos antorchas a las murallas de madera de la ciudad elfa y empezó a arder. Solo tuvimos que esperar. Nos situamos en las entradas y esperamos que los elfos huyeran del infierno en que habíamos convertido su ciudad. Matar a los elfos fue muy fácil, los guerreros estaban solos protegiendo a sus familias, estaban preocupados más por sus mujeres que por ganar. Los fuimos eliminando junto a quiénes intentaron proteger. Veréis que en las afueras de la ciudad hay multitud de elfos mirando hacia la nada. O más bien lo que queda de ellos.

- ¿Quién es tu señor?-

- Tu puta madre, paliducho.

- Responde- Dijo mientras le apretaba más todavía la espada al cuello.

- ¡No lo sé! Nos envía órdenes a través de otros de mayor rango. Los soldados no sabemos nada.

- Está claro que no sabes nada, ahora te liberaré.- Levantó la espada y la puso vertical sobre el cuello del orco, para descargar un golpe mortal.

- ¡Me dijiste que me liberarías!-

- Te liberaré. De tu miserable vida.- Bajó la espada, se escuchó el silbido del acero contra la carne, el orco gorgoteó, se ahogó en su propia sangre entre espasmos, finalmente su vida se apagó.

- Si le hubieras cortado la cabeza había sufrido menos.- Le recriminó Tasare.

- Él hubiera hecho lo mismo conmigo. No me habría dado una muerte limpia.

- ¿Te rebajas a su nivel?

- Se merecen cosas peores- Intervino Barahir, cerraba y abría los puños, seguramente recordando lo que vio en su templo.- Cosas peores- repitió para sí mismo.

- Debemos ir a la ciudad, estará a un día de camino. Las palabras del orco me intrigan. Nunca dicen la verdad a menos que saquen provecho, pero si lo que ha dicho es verdad… Es un gran golpe para las naciones libres. Los elfos de Rivendell se marcharán a los puertos atemorizados y las naciones humanas se tambalearán. Vamos- Dijo mientras comenzaba a andar.

- ¿Cómo encontrarás la ciudad? Está escondida.- Dijo Barahir acercándose a él.

- Los orcos vinieron en esa dirección- Dijo señalando el interior del bosque- allí iré. Si han quemado la ciudad pronto captaremos el olor.

Caminaron durante lo que quedó de tarde y hasta bien entrada la noche. Durmieron por turnos, haciendo vigilancia. Podía haber más orcos en las cercanías. Lo que quedaba de noche transcurrió tranquilamente y en silencio. Durante su guardia, Aracart no lo dejó de notar, demasiado silencio en un bosque. No cantaban los pájaros, no se escuchaban los ruidos de los animales nocturnos. “Un bosque no puede ser tan silencioso” se dijo mientras observaba las sombras de la noche. Se quedó de guardia el resto de la noche, no despertó a Tasare, a la que le tocaba la última guardia de la noche. Les despertó a ambos al amanecer, desayunaron frugalmente y partieron hacia el interior del bosque. Pronto lo olieron, el olor acre a madera quemada y algo más. Algo mucho más macabro. El olor a carne quemada. Caminaron más deprisa, espoleados por el temor de lo que había ocurrido. A media mañana lo vieron, a lo lejos, entre los árboles. Cenizas y estacas clavadas en la tierra. A Aracart le sonaba, estacas en el suelo y clavadas tenían… No quería pensarlo, pero era la realidad. Cuando llegaron vieron una enorme hilera de estacas clavadas en el suelo, con cabezas elfas clavadas en ellas. Las cabezas estaban consumidas por el fuego, pero algunas tenían rasgos parcialmente reconocibles. Había unas pocas de menor tamaño, niños elfos, el futuro de la especie. Barahir vomitó cuando vio de cerca esta escena, el estómago se le vino a la garganta y devolvió el desayuno. Tasare no vomitó, pero empalideció. Aracart solo sintió rabia. Lanzó un grito de odio hacia el cielo, donde estaban los Valar. No notó como se le acercaba Tasare tras comprobar que Barahir estaba bien.

- Ahora están en Valinor, junto a los Valar.

- Tus Valar debían de haberlos protegido, no dejar que murieran. ¿Para qué los queremos si no nos ayudan cuando les necesitamos.

- Ellos no podían evitar esta tragedia.

- ¿No? Con todo el poder que tienen, un inmenso poder, ¿No podían haber evitado, siquiera avisado, a los elfos? ¿No podía haber avisado a los habitantes de la Minas, a los Rohirrim? ¡¿A mis familiares en Bree?! ¡No! Ellos no intervienen salvo para vanagloriarse de victorias que dicen que son suyas, ¡pero ellos no intervienen nunca! ¡Somos nosotros, elfos, humanos y enanos los que luchamos! ¡Ellos se quedan tranquilamente en Valinor esperando a que todos muramos! ¡Entonces intervendrán! ¡Defenderán nuestras tumbas y no nuestras vidas!

Aracart se alejó molesto, sin dejar tiempo a que una perpleja Tasare pudiera responder. Nunca imaginó que aquel hombre de pelo blanco tuviera tanta rabia en su interior. Intentó ir tras él pero Barahir la cogió del brazo.

- Déjale, se lo que pasa por su cabeza.

- ¿Tú también sientes esa rabia? ¿Esa frustración?

- No, él ha visto morir en un par de años a muchas más personas de las que yo veré morir en lo que me resta de vida. Recuerda que él era de Bree. Sobrevivió a Minas Tirith, a la masacre de aquella ciudad. Su templo. Todo lo que él ha podido llamar hogar ha sido destruido y sus habitantes asesinados. Se siente impotente por no poder evitar eso. Yo he perdido un hogar, el tres. Yo solo me puedo hacer una idea de lo que le ocurre, tú no te puedes imaginar lo que él ha pasado. A ti nunca te ha ocurrido algo parecido. ¿Verdad?

- Tienes razón- Dijo mientras miraba como el montaraz se adentraba en la ciudad hecha cenizas.

Aracart caminó furiosamente durante un rato, hasta que llegó a una especie de fuente ennegrecida por el fuego. En su momento debió de tener agua, aunque el fuego la había evaporado. Se sentó en el suelo ceniciento con la espalda apoyada en la fuente y cerró los ojos. Nunca había esperado volver a ver algo tan atroz. Mientras se adentraba por la ciudad vio que los esqueletos de los árboles quemados no habían podido aguantar el peso de las plataformas que tenían en sus troncos y habían caídos. Entre esas plataformas se podían ver cadáveres destrozados por la caída, algunos descabezados, otros quemados, otros tan destrozados que habían quedado reducidos a un amasijo de carne irreconocible. Cerró lo ojos a la destrucción que le rodeaba. No quería volver a saber nada del mundo y sus problemas. Había pensado en retirarse aunque fuera joven. Había visto más horrores que la mayoría de los veteranos de guerra, pero cada vez que pensaba en dejarlo todo y no volver a involucrarse en una batalla, le volvía a atenazar la sensación de apremio que sentía cada cierto tiempo, había llegado a ser una sensación desquiciante que le estaba llevando a la locura. En aquél momento la volvió a sentir, opresiva e intranquilizadora. Necesitaba partir de nuevo. No podían permanecer ahí mucho tiempo, los carroñeros llegarían pronto. No podían hacer nada por los elfos, se los dejarían a las bestias de alimento.

Se levantó y se dirigió a la salida, donde estaban Barahir y Tasare juntos, Aracart les miró desde lejos, sin que se dieran cuenta. En un principio no le gustó su relación, pero ahora pensaba que su amor era un faro esperanzador en la negrura en la que estaba sumido el mundo. En aquellos momentos, mientras les observaba sintió algo extraño pero no desconocido, era lo mismo que sintió cuando le atacaron en Annuminas y en Rivendell. Los asesinos. Desenvainó la espada y se dirigió hacia Tasare y Barahir. Al verle sus rostros se transformaron, tal vez pensaron que iba a matarlos y desenvainaron sus armas.

- ¡Los asesinos han vuelto!- Les gritó mientras corría hacia ellos- ¡Estad alertas, vendrán pronto!

Por el gesto de Barahir dedujo que no estaba muy seguro de sus palabras, pero unas figuras de negro que avanzaban hacia ellos las verificaron. Aracart y Barahir prepararon sus espadas, la de Aracart comenzó a llamear, y la de Barahir brilló con su luz azul. Eran una docena, demasiados. Se acercaron lentamente y sin prisas, rodeándoles. Los tres compañeros se colocaron de tal forma que se defendían las espaldas mutuamente. Los asesinos atacaron primero, con sus espadas negras absorbiendo la luz de los alrededores. Aracart paró el golpe del primero de ellos y esquivó el del segundo. En aquél momento su espada sufrió un cambio. Volvió a brillar con la luz blanca y pura, como las otras veces y contra los Balrogs. No sabia de dónde podía provenir aquella luz pero en aquél momento solo pensaba en matar. Destrozó la nariz del adversario con el que había cruzado las espadas y acto seguido le rebanó el gaznate, salpicando se sangre. Con aquella luz no se cerraban las heridas, como con el fuego pero era mucho más beneficiosa. Sus contrincantes estaban levemente cegados y no desaprovechó la ocasión. Estocó a uno de ellos mientras se cubría los ojos con las manos. Mientras sacaba la espada de aquél cuerpo inerte otro le atacó, rozándole el brazo y produciéndole más dolor que el que producían las espadas normales. Se vengó de aquél mal nacido rajándole el vientre. El resto retrocedía, Tasare le había destrozado el brazo a uno y se retorcía de dolor en el suelo y Barahir había matado a otros dos y se encaraba con un tercero. Aracart le ayudó a rematar a este, ya habían caído siete pero se sentía terriblemente cansado, aquella luz consumía sus energías de forma alarmante. Atacó antes de que se agotara por completo, con Barahir a su diestra y Tasare a su siniestra. El resto de sus contrincantes cayeron en poco tiempo. Con la cabeza destrozada por los diestros mazados de Tasare o atravesados por las espadas de los guerreros. Barahir se dejó caer al suelo después de rematar al último de ellos. El brazo le dolía terriblemente y le chorreaba sangre hasta la muñeca.

- Déjame ver eso- Le dijo Tasare- No tiene buena pinta- Dijo confirmando los pensamientos de Aracart.- Haré lo que pueda.

Impuso las manos sobre la herida y susurró unas palabras. Aracart sintió un alivio inmediato, pero aún le dolía. La herida solo se había cerrado a medias, pero Tasare le vendó el brazo con un trozo de ropa de los rivales caídos.

- ¿Qué hacemos con éste?- Dijo Barahir señalando al que Tasare le había destrozado el brazo. Estaba tendido en el suelo, retorciéndose de dolor por las heridas que Tasare le había causado.

- No lo mates aún- Le dijo Aracart- Debemos averiguar quién le envía.

Se acercó a él y le apretó el brazo destrozado, el asesino se retorció de dolor y gritó inhumanamente.

- Dime quién te envía- Le dijo apretando más la mano.

- Nunca- Respondió con la boca ensangrentada, se había mordido el labio para no gritar, aunque de poco le había servido.

- No hablará- Intervino Tasare.

- Lo hará- Replicó Aracart- Barahir, llévatela.

- ¿Qué?- preguntó extrañado.

- Voy a hacer cosas de las que no me enorgulleceré y no quiero que ella las vea. Llévatela- Repitió mientras ataba de pies y manos al asesino a las estacas de las cabezas elfas, de forma que no se pudiera mover.

- De acuerdo- Barahir lo había comprendido y tampoco él quería que Tasare lo viera. Sabía que en la guerra se solía torturar a los prisioneros, aunque él prefería no saber como los torturaban.- Ven – Le dijo a Tasare mientras la cogía del brazo- alejémonos.

Cuando se alejaron, Aracart sacó el cuchillo que llevaba en la bota y se lo acercó a la cara del hombre. En sus ojos se veía miedo, había visto los ojos de Aracart y sabía que no tendría piedad, no solo eso sino que disfrutaría. No había enviado a Barahir y Tasare fuera para que no vieran las torturas. No. Les había enviado fuera para que no vieran su expresión de placer mientras torturaba a aquél hombre. Le hizo un corte en la cara, a la altura del ojo, cuando llego hasta la cuenca ocular paró. En todo aquel proceso el apresado no gritó, pero se notaba que se había mordido la lengua por la sangre que le caía por la comisura de la boca.

- Dime lo que quiero saber o te saco el ojo.- Le amenazó con una sonrisa macabra.

- No- Dijo con una valentía que no sentía.

- Tú lo has querido- Siguió avanzando con el cuchillo y lo clavó desde abajo al ojo. El grito que lanzó fue sobrecogedor, un grito de agonía. Aracart retiró el cuchillo con el ojo del asesino en la punta, chorreando de sangre. El asesino siguió gritando durante un rato hasta que se tranquilizó levemente. Lágrimas de dolor le caían por el rostro.

- ¿Hablarás ahora?- Le preguntó amenazándole con el cuchillo.

- No…- Su voz era temblorosa, denotaba miedo y dolor.

- De acuerdo, sufrirás más.

Se alejó del prisionero y buscó dos piedras, una grande y plana y otra más pequeña, imperfecta y con esquirlas afiladas. Se acercó al asesino y le bajó los pantalones. Colocó la piedra plana debajo de sus genitales y levantó la otra piedra. El asesino, previendo lo que iba a hacer, se intentó mover y huir de aquel loco “Qué patético” pensó Aracart mientras lanzaba un golpe con todas sus fuerzas. La respuesta del asesino no se hizo esperar, gritó inhumanamente al sentir los dos testículos reventados. Aracart se salpicó de sangre y líquido seminal en las manos. Lanzó las piedras lejos mientras el asesino gritaba atado. Sus gritos eran atroces de escuchar. Barahir y Tasare temblaron al escucharlos en la distancia, no quería ni imaginar lo que le estaba haciendo a aquél hombre.

- Hablaré- Dijo el asesino entre sollozos- Te diré lo que quieras.

- Quién te envía, responde.

- Te lo diré…- Empezó a hablar con voz débil y Aracart se tuvo que acercar para escucharle. Cuando el asesino terminó de hablar cogió su cuchillo y se lo puso en la sien.- Por favor no- Suplicó el hombre.

- Tranquilo, no dolerá.- Y verdaderamente no le dolió cuando el cuchillo atravesó su sien y se alojó en su cerebro. Aracart se levantó con satisfacción. Había conseguido sacar la información que quería y había disfrutado haciéndolo.

Barahir y Tasare volvieron a atardecer y se encontraron a Aracart haciendo hoguera.

- ¿Le sacaste algo?- Preguntó Barahir.

- Sí- Meditó un momento su respuesta.- Sirven a un ser más poderoso que nosotros.

- ¿A quién?-

- A Sauron, ha vuelto.


Capítulo 20: Oscuras revelaciones.

- Imposible- Dijo Barahir- Sauron fue destruido cuando el Portador destruyó el Único.

- No fue destruido, es demasiado poderoso. Fue terriblemente dañado, tanto que quedó reducido a una sombra. Al igual que cuando Isildur le arrebató el anillo con esta misma espada- dijo tocando el pomo de Andúril- y regresó, ahora también ha regresado. Algo ha encontrado que le ha hecho terriblemente poderoso. No se ha mostrado de forma corpórea, el asesino solo había escuchado la voz de Sauron en su cabeza cuando le daba órdenes.

- Sigo sin creer que Sauron haya vuelto. ¿No será un balrog poderoso? –

- Sauron puede volver- Intervino Tasare antes de que Aracart respondiera. – Siempre vuelve. Sobrevivió a la Guerra de la Ira, consiguió que los Valar confiaran en él antes de huir de nuevo a la Tierra Media para fortalecerse. Engañó a Celebrimbor que le enseñara el arte de forjar anillos. Antes era sirviente de Aulë, de él aprendió los secretos de la forja. Es más poderoso que ninguno de los Maia y rivaliza con algunos Valar. –

Barahir calló, dudando. No podía creer que Sauron hubiera vuelto, no quería creer que hubiera vuelto. Si el asesino había dicho la verdad… Ahora que pensaba aquello, observó que no había nadie con Aracart cuando llegaron.

- ¿Dónde está el asesino?- Preguntó a Aracart.

- Muerto, lo metí dentro de la ciudad. –

- ¿Lo has matado a sangre fría?- Le preguntó Tasare.

- No podía hacer otra cosa, si le dejaba vivo, podría intentar matarnos de nuevo o ir en busca de refuerzos, era demasiado arriesgado.

- Podrías haberlo atado.

- ¿Y llevarlo con nosotros? ¿O dejarlo aquí para que muriera de hambre y sed? Si lo hubiésemos llevado con nosotros podría gritar y alertar a nuestros enemigos, recuerda que hace poco pasó un ejército por aquí. Y además, matarlo era más piadoso que dejarle aquí para que los lobos o el hambre lo mataran, mejor morir rápidamente.- Había dicho esto con voz neutral y fría, como si torturar y matar a sangre fría fuera algo normal.

- Debemos partir- dijo Barahir- pueden venir bestias.

- Hoy no, como mucho vendrán los cuervos y buitres, pero los lobos tardarán aún un par de días, en estos bosques no hay bestias peligrosas, vienen de fuera. Y si te preocupan lo orcos- miró a las ruinas de la ciudad- ya han destruido todo lo que tenían que destruir y matado lo que tenían que matar, no volverán.

Acto seguido cogió una ración de campaña y se sentó cerca de la hoguera. Barahir y Tasare se sentaron al otro lado, el uno junto al otro. Hasta entonces habían confiado ciegamente en aquel montaraz, pero después de escuchar los gritos del asesino no podían mirarle sin rememorar aquellos aullidos inhumanos producidos por las torturas. Cenaron sus raciones en silencio, abrazados frente a la hoguera y pensando que deberían hacer después. Barahir y Aracart irían al Bosque Negro, pero ambos pensaban que sería mejor dejar a Tasare en alguna aldea de los Beórnidas que encontraran por el camino, si encontraban alguna. No habían dicho nada de esto a Tasare, porque sabían que se lo tomaría muy mal. Querría ir con ellos pero era demasiado peligroso. Aracart había visto en sus sueños que moriría en aquel bosque, aunque no quería creerlos cada vez soñaba más a menudo que moría atravesado por las espadas de muertos alzados. Un escalofrío le recorrió la espalda. “¡No! No moriré en ese bosque, no moriré, no moriré…” Se repitió para sus adentros intentando en vano convencerse. A Barahir le ocurría algo parecido, pero él no tenía miedo a morir, sino al bosque mismo. Sabía que tenía que entrar pero la mera idea le aterrorizaba. Como le aterrorizó en su sueño. Solo entró una vez, pero salió en seguida y el sueño no se repitió más. Ambos hombres estaban meditabundos y Tasare notaba que sus pensamientos no estaban allí, sino en su destino, su oscuro destino. No hablaban de ello, nunca lo habían mencionado pero Tasare sabía que la iban a dejar en la primera aldea que encontraran. No sabía exactamente dónde pero lo sabía. Ella nunca había tenido aquellos sueños que despertaban de vez en cuando a Barahir con los ojos desencajados por el miedo y el cuerpo bañado en sudor. Los tres cayeron en un sueño intranquilo, no montaron guardias ante la insistencia de Aracart de que la zona era segura, al menos aquella noche. Se despertaron al amanecer, espabilados por los rayos de sol que caían a través de los escasos árboles que quedaban intactos cerca de la ciudad. Cubrieron de tierra la hoguera y partieron después de desayunar.

- ¿Hacia dónde nos dirigiremos?- preguntó Barahir.

- Hacia los campos Gladios- respondió Aracart mientras comenzaba a caminar- Cruzaremos el río Gladio y a partir de ahí continuaremos por el camino que cruza el Anduin y avanzaremos por el norte hasta El Viejo Camino del Bosque. En aquel punto hay un asentamiento Beórnida, cobran peaje por cruzar por ahí. Ellos mantienen el lugar libre de Orcos y nosotros les pagamos por ello, por un algo que deberían hacer sin pagar, para defendernos. – Su voz denotaba que no estaba de acuerdo con el peaje, sobre todo después de que aquél médico les estafara la mitad de sus monedas, porque luego con las prisas no recuperaron su dinero.- Con suerte conseguiremos alojamiento en el asentamiento y comida- “Y dejar a Tasare a su recaudo” añadió para sus adentros.

Caminaron durante días, hasta encontrar el río Gladio. No era más que un arroyo en aquellos momentos pero en su día fue un río bastante más grande. Cruzaron por un vado que estaba cerca de allí, aunque por la mitad tuvieron que nadar. Salieron empapados y con parte de la comida llena de agua, maldiciendo al río continuaron su camino. A partir de allí avanzaron por el camino, aunque más que un camino parecía un sendero. Hacía años que nadie pasaba por allí y estaba lleno de maleza y troncos caídos. Después de un par de días llegaron al Anduin. Observaron con desaliento por dónde tenían que cruzar, un puente de cuerda, que consistía en tres cuerdas colocadas una para los pies, una a media altura y otra a la altura del pecho. Se turnaron para cruzar, porque dudaban de la resistencia del puente. Primero cruzó Aracart, firmemente sujeto con ambas manos y cruzando arrastrando los pies, Barahir cruzó de idéntica manera aunque Tasare cruzó rápidamente, aunque no desvió la vista de la otra orilla en ningún momento. Tras cruzar el puente continuaron avanzando hacia el norte, aunque le Bosque se veía desde su posición y el sendero del Este se adentraba en él.
- ¿Por qué no entramos por aquí?- Indagó Tasare mientras miraba hacia el lejano bosque.

- El sendero lleva directamente a Dol-Guldur, no me atrevo a dirigirme a ese lugar oscuro sabiendo que un ejército orco ha pasado por Lórien, pueden haberse establecido de forma temporal en la vieja fortaleza.

El asunto quedó zanjado, aunque aquella no era la única razón. Tenía la firme intención de adentrarse en el Bosque solo en la compañía de Barahir. Continuaron por el camino durante una semana, hasta llegar al asentamiento Beórnida. El terreno que pisaban estaba cubierto de hierba verde y árboles dispersos, de cuando en cuando se podían ver panales de abejas. Se decía que los beórnidas no comían carne, solo vegetales y miel de sus propias abejas. El asentamiento consistía en apenas una chabola rodeada de una empalizada de madera con estacas afiladas. Un hombre corpulento salió a recibirlos. Llevaba burdas ropas de cuero y un hacha en la mano. Aracart se sorprendió al comprobar lo mucho que se parecía el beórnida a un rohirrim.

- ¿Tenéis dinero?- Inquirió. Ni siquiera se interesó en preguntar su procedencia y su destino.

- Por supuesto- Respondió Aracart sacando la bolsa de dinero.

- Son quince monedas de plata, cinco por cabeza.

- La mujer no cruza con nosotros- dijo Aracart sacando diez monedas de la bolsa y poniéndoselas en la mano.

- ¿Qué estás diciendo?- Le dijo Tasare a medias confundida y a medias enfadada- ¿Cómo que no cruzaré con vosotros?- Barahir la cogió de la mano y la instó para que callara.

- Te lo explicaré luego- Le susurró al oído.

El beórnida gruñó y mordió una moneda para comprobar si era auténtica. Tras pasar el basto examen, las monedas fueron a parar a uno de los bolsillos que el hombre tenía en el chaleco de cuero.

- ¿Podemos comprar provisiones aquí?- Le preguntó Aracart al beórnida.

- Solo tememos bizcochos de miel, nutritivos y resisten tanto tiempo como otras raciones de campaña. Además de tener mejor sabor.- Les respondió.

- ¿Hay alojamiento?- Preguntó Barahir mientras sujetaba a una nerviosa Tasare.

- En el establo- gruñó el Beórnida- no meto extraños en mi propio hogar.

- ¿Cuánto costará?-

- Si solo duerme, uno moneda de cobre* la noche, una de bronce si hay que darle además de comer.
*Una moneda de bronce son cien de cobre, una de plata cien de bronce y una de oro cien de plata.

- Me parece justo, ella se quedará aquí hasta que volvamos-

- ¡No! - Gritó al darse cuenta de lo que pretendían hacer sus compañeros- ¡No podéis entrar en el bosque sin mí! Os podrían matar si no tenéis a nadie que os sane.

- Os dejaré para que discutáis solos- Dijo el beórnida regresando a su choza.

- Nuestra decisión está tomada- Le dijo Aracart desviando la mirada del beórnida y posándola en Tasare.

- ¿Nuestra? Barahir, ¿Tú también estás de acuerdo?-

- Yo lo propuse- Le respondió mientras la abrazaba- Puede que muramos ahí dentro y no me lo perdonaría si te ocurriera algo.

- No podéis partir y dejarme aquí.- Les dijo con los ojos bañados en lágrimas.

- Tenemos que hacerlo- Dijo Barahir también con lágrimas en los ojos.- Aquí estarás segura. Volveremos en unas pocas semanas, un mes a lo sumo. – Mientras decía esto su mirada se desviaba de Tasare para posarse en el Bosque, a escasos kilómetros de la encrucijada.

Aracart dejó que los dos se despidieran y se dirigió a la choza del beórnida. Lo encontró fuera con dos sacos de comida.

- Con esto tendréis bastante para todo el viaje- Le dijo- Una moneda de plata.

Aracart le entregó la moneda y otras cinco más.

- Que no le pase nada a la mujer, ¿Entendido?

- La cuidaré como si fuera mi hija- Dijo mientras recogía las monedas que le tendía Aracart. “Si fuera así hubieras rechazado la plata” pensó mientras cogía los dos fardos y se guardaba uno en su mochila. Salió de por la puerta de la empalizada y se acercó a Barahir.

- Hay que irse ya- dijo mientras le lanzaba uno de los sacos- No podemos demorarnos.

- Lo sé- dijo mientras guardaba las provisiones en la mochila y se la cargaba a la espalda.- Adiós Tasare- Le dijo mientras la besaba.

- Adiós- Respondió Tasare- Volved vivos- Se levantó y abrazó a Aracart- Ocúpate de que vuelva con vida- le susurró para que Barahir no le escuchara.

- Hasta la vista- Respondió Aracart mientras se separaba de ella y miraba a Barahir- Adelante.

Los dos hombres comenzaron a caminar al bosque. Les separaban pocos kilómetros desde la encrucijada y llegaron alrededor del mediodía. Se pararon en el linde del Bosque. Despedía un halo tenebroso parecido al que despedían los balrogs. Asustados miraron una última vez atrás. Desde ahí aún se podía ver la encrucijada. Se quedaron mirando el lugar donde estaba Tasare, segura. Justo lo contrario que ellos. En aquel momento se alegraron profundamente de que Tasare se hubiera quedado allí, había un poder tremendo en aquél bosque. Entonces vieron un ligero resplandor en la encrucijada, un brillo blanco y puro. Se parecía terriblemente al que había salido de Tasare en aquella batalla en Annuminas. Con esta última despedida de Tasare, los dos hombres se adentraron en el bosque por el oscuro sendero. Su destino les esperaba dentro.



1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos