Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 24:

Un grito recorre los pasillos de piedra. No va solo. Al momento los muros de piedra crean el eco de decenas de gritos de lucha, dolor y victoria. El ruido del metal contra el metal recorría el lugar junto a los gritos. Se escuchaba el sonido de espadas, hachas, martillos, escudos. Pronto paró. Las polvorientas estancias de piedra volvieron al silencio que habían tendido durante siglos. Unos pasos de pies calzados con botas de hierro lentos resonaron en los pasillos. Unos orcos aparecieron tras un recodo del pasillo. Tras de sí había un rastro de sangre que conducía al lugar de la lucha. Allí yacían los cuerpos de un grupo de los pocos enanos aún no se habían rendido. Las minas habían caído de nuevo en manos de los orcos, tras meses de luchas sin descanso, el número de los orcos había superado a la maestría de los guerreros. Poco a poco habían caído frente a las negras cimitarras orcas. Ahora la batalla había terminado y los supervivientes enanos se retiraban a lo más profundo de las minas, esperando vanamente que los orcos no los encontrarían allí. Ya habían renunciado a la esperanza de que sus parientes les enviaran ayuda, pues habían pasado seis meses desde que se enviara a los reinos enanos la petición de ayuda y nadie había acudido aún, tal vez ni siquiera hubieran recibido el mensaje. Los orcos continuaron avanzando entre risas. Estaban seguros de que las minas habían caído y no esperaban encontrar más resistencia que pequeños grupos dispersos. El grito feroz de un humano los sacó de su error. Desde una de las salas semi-derruidas de las minas apareció un fuerte grupo de enanos con Barahir a la cabeza. Atacaron con una furia suicida, pues sabían que era casi imposible que alguien consiguiera escapar de las minas con las puertas vigiladas. Barahir se lanzó con el escudo por delante desviando las cimitarras que se dirigían hacia su pecho mientras con la espada atacaba sin piedad. Los orcos comenzaban a temer a este humano, pues era considerado un guerrero imbatible y con sed de sangre. Cada vez que entraba en combate, sus rasgos se contrarían en una mueca de furia y odio ante los seres que tanto daño le habían producido a los suyos. Los orcos se desmoralizaron e intentaron huir, pero los enanos les atacaron por las espaldas desprotegidas. La carnicería fue rápida y brutal. Los enanos masacraron a los orcos sin piedad ni remordimiento, pues ellos mismos no la recibirían de sus enemigos. Pronto el pasillo se llenó de cadáveres ensangrentados. La sangre salpicaba las paredes de Moria y caía al suelo formando charcos resbaladizos.
- Coged la comida que lleven encima.- Ordenó Barahir, que se había convertido poco a poco en el caudillo de los rebeldes enanos.- En poco tiempo llegarán más orcos atraídos por el ruido de la lucha.
Los enanos cogieron los que pudieron y corrieron hacia el túnel por el que habían venido. Se metieron en un pequeño pasadizo que, oculto tras un montón de escombros, les llevaría a los pasadizos más profundos y a su salvación. Mientras los primeros enanos bajaban, los ruidos de un nutrido grupo de orcos los alertaron a todos. Unos gritos furiosos indicaron que habían encontrado a sus camaradas.
-¡Bajad rápido!- Gritó Barahir mientras corría hacia el pozo. Se lanzó a la oscuridad del oscuro pozo mientras los enanos corrían tras él. Bajaron por los agarraderos de piedra lo más rápidamente mientras el último enano cerraba la escotilla tras él. Mientes escuchaban los ecos de los gritos enfurecidos de los orcos, los enanos terminaron de bajar por el pozo y se encontraron en un oscuro túnel de piedra, abierta a golpe de pico. Era uno de los antiguos túneles mineros del Reino del Enano.
-¿Estamos todos?- Preguntó Barahir a los enanos.
- Falta Durnen.- Dijo uno de ellos. Barahir maldijo por lo bajo. No se podían perder más hombres en estas simples escaramuzas. Era necesario que los enanos fueran el máximo número posible si querían tener alguna oportunidad cuando los orcos fueran abandonando las minas para proseguir la conquista.



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