Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 3: Fénix

- ¿Dónde estoy?- Eso fue lo primero que salió de los labios de Aracart cuando vio el lugar donde se encontraba. Se trataba de una sala con paredes de piedra altas y blancas, al igual que las columnas que sostenían el techo que se perdía en las alturas. El suelo también era blanco, aunque con un mosaico que representaba a Gandalf en la batalla del Pelennor. En la pared derecha, que miraba al este, se veían varias ventanas altas que daban a un balcón desde donde se divisaban las montañas, sean cuales sean.

- Estás en el santuario de la Orden de la Llama de Anor. Fundado por Gandalf en algún momento antes de la Guerra del Anillo.

Aracart se dio la vuelta y observó al individuo que se acercaba. Era alto y musculoso “Debe de ser un guerrero veterano- Pensó Aracart” vestía una túnica roja que contrastaba con el blanco inmaculado del resto de la sala. Ceñida al cinto llevaba una espada larga con la empuñadura llena de runas. Lo más extraño de este hombre era su pelo, blanco como el de Aracart y sus ojos extremadamente claros. El resto de su cara era de facciones duras y tenía una cicatriz que le iba desde la oreja derecha hasta la barbilla.

-¿De qué santuario estás hablando?
- ¿Es que no has escuchado lo que Tasare ha dicho?
- Sí, pero no lo entiendo- Hasta entonces no se había dado cuenta que la supuesta clérigo estaba tras el guerrero.
- Te lo explicaré mas tarde. Ahora debemos comprobar si de verdad eres un Fénix.

Acto seguido, sin dar tiempo a Aracart para preguntar o reaccionar, el guerrero de rojo creó una bola de fuego con sus manos y se la lanzó a Aracart. La bola le impactó en el pecho, pero, por asombroso que parezca, Aracart no notó el impacto. Las llamas se extendieron por todo él sin que sintiera nada. De hecho solo lo sabía por que las veía bailar ante sus ojos. Tras unos instantes el guerrero de rojo apagó las llamas con un gesto de su mano y se dirigió hacia él.

Ahora si que el corselete se chamuscó, esa bola de fuego había sido demasiado para la ropa de Aracart, que cayó al suelo hecha cenizas. Todo excepto la manga derecha y unos jirones del pantalón.

- ¡Qué demonios haces! ¡Podías haberme matado maldito!- Aracart estaba fuera de sí.
- Es normal que te enfades. Esta prueba era necesaria para saber si eres un Fénix, y la has superado.
- ¡Pues claro que la he superado! ¡Y si no fuera un fénix habría achicharrado!
- ¿Estás más tranquilo?
- Un poco- Aunque la verdad es que cada vez estaba más enfadado.
- Entonces te mostraré el santuario.

El guerrero se dio la vuelta y se dirigió al final de la sala donde habían unas puertas dobles. Aracart siguió al guerrero de rojo a través de las puertas dobles y entró a una sala más pequeña que la anterior, aunque con el mismo estilo. Esta sala estaba llena de mesas y sillas. Aracart suponía que era el comedor.

El guerrero de rojo se sentó en una silla cercana y con un gesto de la mano invitó a Aracart a hacer lo mismo. Cuando se sentó el guerrero de rojo comenzó a hablar.

- Ahora que te hemos probado como Fénix me presentaré. Soy Amrem de Rohan, de la casa de Eorl.
- ¿La familia real?- Interrumpió Aracart.
- Exacto.- No parecía molesto por la interrupción- Soy sobrino del rey Thangil. Pero eso es mi pasado, ahora soy un miembro activo del la orden.
- Hablas de la orden, pero no me has explicado lo que es de verdad.
- Tienes razón. La historia de la orden se remonta antes de los hechos ocurridos en la Guerra del Anillo. Como ya te he contado fue Gandalf quién fundó este templo. Unos pocos años antes de que Saruman lo traicionara, encontró a un muchacho que, por gracia de los Valar, poseía el poder de controlar el fuego. Ese muchacho fue el primarca de nuestra orden. Se llamaba Artel. Ya después de la Guerra del Anillo, Gandalf reunió a los magos que quedaban, Radagast, Alatar, Pallando y Artel. Justo antes de partir a la tierra de Aman les encargó la misión de proteger la Tierra Media. En una profecía contaba que Melkor, o Morgoth, volvería de los Abismos Intemporales para reinar en Arda. La profecía decía también que unos caballeros que controlaban los elementos se enfrentarían a él y sus huestes.

Aracart intentaba asimilar todo lo que había dicho, ¿Qué volviera Melkor? ¡Era imposible!

- Nosotros somos los que se enfrentarán a él cuando llegue el momento- Continuó Amrem- Bueno- Rectificó- nosotros y los otras tres órdenes.
- ¿Hay más de estas órdenes?
- Por supuesto. La orden de la tierra, fundada por Radagast. La orden del agua, fundada por Alatar. Y la orden del viento fundada por Pallando. Aunque la orden de la tierra no son guerreros, son sanadores y magos de la naturaleza.

Acto seguido se levantó y, sin esperar a que Aracart se levantara, se dirigió a una puerta que estaba cerca de un rincón de la sala. Cuando Aracart lo alcanzó el ya había atravesado la puerta y se encontraba en lo que parecía un patio de armas o un campo de entrenamiento.

- Este- dijo Amrem abriendo los brazos para abarcar todo el patio- es el campo de entrenamiento. Aquí practicarás con la espada y a manejar tus recién descubiertas habilidades.

Aracart miró a su alrededor. El patio estaba lleno de muñecos de entrenamiento y otros artilugios para mejorar con la espada. Pero por primera vez miró el paisaje alrededor del templo, lo que vio lo dejó sin habla. Estaba en la cima de una montaña entre cadenas montañosas. Todas las cumbres estaban heladas y llenas de nieve.

- ¿Por qué no hace frío en este lugar? Preguntó.
- Porque… La verdad no lo sé ni me importa mientras funcione. Ahora ven, te tienes que presentarte ante el maestre.
-¿El maestre?

Amrem, ignorando su pregunta, cruzó el patio y pasó bajo un arco que daba a un pasillo. Al final del pasillo se encontraba un estudio con la puerta abierta.

- Se presenta Amrem con el novicio Aracart, maestre.
- No hace falta que seas tan recto Amrem.- Dijo una voz grave-Esto no es el ejército.

Amrem se hizo a un lado y Aracart vio al maestre de la orden. Era un hombre de estatura media pero ancho de espaldas y robusto. Su piel era negra, al igual que su pelo. Pero sus ojos eran blancos.

- ¿No es el ejército?- Preguntó Aracart- ¿Esto no era una orden militar?
- No- Respondió el maestre- Esto es una orden consagrada a la enseñanza de los fénix, no inculcamos valores militares ni estrictas normas. Aunque algunos de nuestros internos, como Amrem, se empeñen en que así sea.- Al mismo tiempo que decía estas palabras dirigía una mirada entre reprobadora y divertida a Amrem- Dejémonos de tonterías. Aún no me he presentado- Se levantó y le tendió la mano a Aracart- Me llamo Cretus del Lejano Harad.

Aracart estrechó la mano que el Maestre le tendía al tiempo que lo observaba atentamente. Era normal que no hubiera reconocido sus rasgos, en Arnor era muy raro ver gente del sur, y cuanto menos Haradrim. Tras eso el Maestre tomó asiento y se dirigió de nuevo a Amrem.

- ¿Y Tasare? ¿No ha sido ella quién ha traído al novicio?-
- Sí Maestre, ha sido ella. Pero no sé donde se encuentra en este momento.-
Tasare… Aracart se había olvidado por completo de ella. El maestre tenía razón, la había visto al llegar pero… ¿Dónde se encontraba la supuesta clérigo?

- Da igual- respondió el Maestre- siempre va y viene a su antojo por el santuario, ya aparecerá. Si la ves, dile que la espero.
- Si Maestre-
- Bueno, novato- dijo dirigiéndose ahora hacia Aracart- Mañana empezará tu entrenamiento- Viendo que Aracart lo iba a interrumpir, hizo un gesto negativo- Antes de que preguntes que tipo de entrenamiento será te tengo que comunicar una advertencia.- Su expresión se tornó sombría, cosa que no presagiaba nada bueno- Si decides entrenarte serás un proscrito, no podrás volver a tu hogar ni tampoco vivir de forma normal. Si decides abandonar el templo sólo podrás convivir con los privilegiados que conocen el secreto de esta orden.
- No necesito pensarlo, no tengo hogar, ni familia, ni nada en el mundo.
- Palabras tristes, ¿Qué fue de tu familia?
- Han muerto en la destrucción de Bree.
- ¿Bree destruida?- El Maestre parecía consternado.- Imposible- Dijo para sí mismo- ellos no podían saber que estaba allí-

- De qué estas hablando- Preguntó Aracart- Que estaba allí el qué-
- Nada en lo que tengas que pensar, Amrem te llevará a tu habitación para descansar del duro día.
- Acompáñame- Dijo el interpelado.

Al mirarle a la cara, Aracart vio huellas de pesadumbre en su rostro. ¿Conocería a alguien de Bree?

El aposento de Aracart consistía en una cama, un perchero y un lugar donde colocar la armadura y las armas.

- Aquí vivirás durante el tiempo en que permanezcas aquí, las armas te las proporcionaremos mañana, al igual que unas vestiduras decentes.

Aracart bajó la mirada y vio que aún tenía las vestiduras de montaraz que llevaba en el campamento, aunque en este momento estaban bastante más destrozadas por las peleas que había tenido. Además de la “prueba” que Amrem realizara cuando llegó. Sin pensarlo más y sin ni siquiera despedirse ni decir nada más, cayó rendido en la cama con lo que le quedaba de ropa.



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