Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 4. El entrenamiento

Aracart se despertó extrañado, no sabía en que lugar estaba. Aún pensaba que pronto oiría la campana que llamaría las tropas a formar en el fuerte. Pero no. Cuando abrió los ojos, la consciencia se abalanzó sobre él, y con ella los recuerdos. La escaramuza, la clérigo, Bree destruida, el templo… Eran demasiadas cosas para asimilarlas de una vez.


Se incorporó al tiempo que se desperezaba. Miró alrededor y vio, ante su asombro, unas vestiduras idénticas a las que llevaba Amrem en la víspera. Se las puso y salió al pasillo.
Se trataba de un pasillo estrecho, todo lleno de puertas, cada una con una placa metálica con unas letras que rezaban a quién pertenecía la habitación. Por fortuna al final de pasillo había una puerta cuya placa ponía: Comedor común – Campo de entrenamiento.
“Debe de ser esta” pensó. Al abrirla se encontró en la sala en la que había estado hablando con Amrem el día anterior. Solo que en este momento se encontraba ocupada por unos quince personajes vestidos como él, a la usanza de la orden. Uno de ellos le vio entrar y tal vez, al escrutar su semblante, tuvo compasión de él. Su rostro expresaba una perplejidad que daba pena. Acercándose a él le tendió la mano al tiempo que preguntó:

- ¿Eres el nuevo? Si es así déjame que te guíe al lugar donde reparten la comida. No es gran cosa, pero te acostumbrarás.

El hombre con el que había hablado era de la estatura de Aracart, con los brazos tremendamente largos y unas manos enormes para su tamaño. Su rostro era alegre y sin ninguna cicatriz. “No ha sido soldado, eso está claro”. Siguió al hombre hasta una fila en la que cogieron un plato cada uno y unos cubiertos. Al llegar al principio de la cola Aracart arrugó la nariz, el olor de la comida era nauseabundo.
- ¿Qué es esta bazofia?- Preguntó asqueado.

- No lo sé- le respondió su nuevo compañero- Pero sabe peor que huele. Por lo menos quita el hambre y alimenta.

Aracart se sirvió con un cucharón una especie de puré marrón que era la causa del olor y cogió un trozo de pan. Cuando llegaron a la mesa el hombre se dirigió a Aracart.

- Se me ha olvidado presentarme- se excusó- Me llamo Serke. – Mientras decía esto le tendió la mano a Aracart por encima de la mesa.

- ¿Te llamas Sangre?

- ¿Sabes Quenya? Esto es muy extraño, sobre todo cuando los elfos son cada vez más escasos. Volviendo a mi nombre, mis padres me lo pusieron porque, según la matrona, nací bañado en sangre y eso no era demasiado normal entre mi pueblo.

- ¿Tu pueblo?

- Si. Soy de un pequeño pueblo al norte de Dol Amroth. Allí nacer bañado en sangre como es normal el los otros pueblos es un mal augurio. Todos los que nacen así se llaman Serke.

Tras esta aclaración terminaron de comer en silencio, no podían abrir la boca por temor a que el mejunje que allí llamaban comida les saliera por donde había entrado. Cuando ya habían terminado y mordían el pan para quitar el sabor agrio de su boca sonó una campana.

- Vamos- Dijo Serke- Nos llaman al patio de armas.

Salió por una puerta seguido por Aracart y salieron al patio que Amrem le enseñó el día anterior. Allí les esperaba Amrem. Vestía las mismas ropas que el día anterior y ante él se apilaban espadas de entrenamiento. Se diferenciaban de las espadas de verdad en que estaban romas y las cubría una resina transparente para evitar riesgos.

Cuando los “alumnos” se situaron ante Amrem. Este les miró y les dijo:

- Ya sabéis como os dividís.

Ante esa simple frase los alumnos se separaron dejando a Aracart en el sitio frente a Amrem.

- Tú- dijo refiriéndose a Aracart- Ve por esa puerta. Allí te forjarán la espada.

Aracart entró por la puerta que le señaló Amrem. La sala era pequeña. Estaba formada por un yunque, un horno y varias herramientas de herrero colgadas de una pared. En el centro estaba un hombre fornido, de hombros anchos y manos quemadas por trabajar en la forja.

- Eres el nuevo- No era una pregunta- Ven aquí- Ordenó.

Aracart se acercó al herrero. Este le agarró la mano y la inspeccionó. Sin mediar palabra entre una acción y otra se puso a forjar.

- Vete.- Ordenó.

Aracart salió de la forja con el entrecejo fruncido. “Que hombre más raro” Pensó “Ni siquiera me ha mirado a la cara”.
Al salir fuera se encontró con Amrem. Éste estaba entrenando a un grupo de hombres, por sus movimientos precisos al manejar la espada parecían soldados. Todos ellos llevaban una espada de práctica y un escudo de madera, además de un chaleco acolchado y un yelmo de cuero con protecciones que llegaban a los hombros, cubriendo el cuello.

Amrem le ordenó que se pusiera un chaleco, el casco y cogiera la espada y el escudo. Tras esperar que Aracart terminara de prepararse habló en voz alta:

- Ya sabéis que el entrenamiento es el estandarizado por Gondor para los soldados a pié. Todos vosotros habéis sido soldados así que ya conocéis el número correspondiente a cada golpe, tajo y estocada. Así que… ¡En fila!- Bramó.

Cada uno de los hombres de Amrem se puso en fila a tres metros entre sí para evitar que un movimiento mal ejecutado diera en un compañero.
Este entrenamiento no difería demasiado de los practicados en el fuerte cada mañana. Tras una hora ininterrumpida de series, empezaron los combates individuales.

Tras ajustarse los pertrechos falsos formaron dos filas opuestas. Tras terminar un combate el primero de cada fila salía a combatir. La zona de combate individual era un círculo de piedras en el suelo. Los combates eran a tres toques. Primero luchó Serke contra un tal Zaquin, el combate estuvo bastante igualado y acabó tres a dos, con ventaja de Zaquin. Los luchadores fueron pasando y al fin le tocó a Aracart. Su rival era un hombre delgado y fibroso, posiblemente fuera un antiguo montaraz, como Aracart. La técnica de su rival estaba basada en el ataque relámpago, golpes rápidos y una retirada para pensar su siguiente movimiento. Enseguida le golpeó a Aracart en el codo. Su contrincante parecía estar en todos lados. El posible montaraz, Aracart había oído decir a Amrem que se llamaba Tarko, le volvió a atacar, esta vez desde abajo. Aracart hizo una finta a la derecha y logró tocarle en el hombro. La pelea continuó un largo rato, con resultado de empate dos a dos. Amrem decidió terminar la pelea antes de que anocheciera. Cuando la pelea acabó se quitaron los cascos y se dieron la mano reconociendo la destreza del rival.

La hora de la comida había pasado pero comieron algo de pié mientras Amrem les explicaba estrategias de combate en campo abierto. Seguramente ninguno de los presentes dirigirá algún ejército, pero Amrem pensaba que esos conocimientos eran necesarios para ser un buen soldado y ascender en la jerarquía militar. Les explicó que la base de la victoria era la formación de los hombres en el campo. Los soldados tenían que formar una unidad, no disgregarse. Si eso pasaba la derrota estaba asegurada. El enemigo penetraría entre las fila y la moral se vendría abajo. Y si la moral es baja, un ejército está condenado a perder. Le explicó que un ejército puede vencer a un enemigo diez veces mayor en número si se mantiene la formación y si la moral es alta. Tras la charla sobre estrategias militares los mandó a descansar. El sol se acababa de poner y mañana se despertarían temprano.

Cuando Aracart entró en su habitación se quitó la ropa y agitó sus entumecidos músculos. Hacía más de un año que no hacía un entrenamiento tan intensivo y sus músculos protestaban. Tras eso se tumbó en la cama y durmió toda la noche.



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