Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 6: Llegada a Minas Tirith

En una noche de marzo, en Minas Tirith, una figura solitaria se adentra en la ciudad. Era una figura alta y robusta, con una capa blanca y gruesa de las que se usan para viajar por la nieve y no ser visto. Los guardias de la puerta le permiten el paso creyendo que era un viajero recién llegado a la ciudad que buscaba cobijo. El personaje preguntó por una posada y los guardias le indicaron el camino a una de las más modestas, situada a escasos metros de donde se encontraban llamada La Blanca, en honor a la ciudad.

La figura se alejó de los guardias y un soplo de aire levantó su capa dejando ver la empuñadura de una espada llena de runas extrañas.

- Llama a Bergil- Ordenó el sargento de la puerta a uno de los soldados.

El soldado anónimo corrió presuroso a cumplir la orden.

Al poco, un hombre de mediana estatura, con marcas en la cara de antiguas luchas embutido en una armadura ligera, apareció por la puerta con dos soldados tras él.

- ¿Estás seguro de que era él? No podemos permitirnos una equivocación.- Dijo el recién llegado.
-Era él- Afirmó el sargento- la descripción coincide con la que nos enviaron. Incluso en la espada.

El recién llegado volvió la cabeza en dirección a la posada donde habían enviado al forastero. Con un gesto de la mano, el recién llegado hizo que sus hombres los siguieran.

Cuando llegaron a la posada, el recién llegado abrió la puerta y se adentró en la posada. La posada era un lugar lúgubre y sumido en la penumbra provocada por el humo y la suciedad de las lámparas. Había unos cuantos hombres de aspecto pobre en la barra que callaron al ver entrar a unos soldados y un extraño forastero vestido con una extraña ropa roja, con una coraza de cuero pintada de rojo y decorada con las runas que usaban los tecnomagos para hechizar las armaduras. A su lado había una capa de viaje blanca y una espada en sus rodillas. La empuñadura de la espada estaba grabada con múltiples runas de aspecto extraño.

El recién llegado se acercó al forastero y se sentó a su lado.

- ¿Eres el pájaro incandescente?
- Soy el ave roja que brilla como el fuego.

El forastero conocía la seña de la orden de la Llama de Anor, pero… ¿Se la habría sacado a alguien o era el enviado por ellos? El general no podía permitirse el lujo de ser confiado. Tras haber sobrevivido a varios intentos de asesinato por individuos encapuchados, no era tan confiado como lo era antes.

- ¿Eres el general?- Preguntó el forastero. El general no dejó de notar que su acento no era de Gondor, le pareció reconocer el acento del Arnor, o puede que de Eriador.

- ¿Quién eres tú para saberlo?- preguntó a su vez el general.
- Soy Aracart, soldado del Templo y enviado para protegerlo.
- ¿Te ha enviado el Maestre?
- Sí, partí hace un mes de camino a Gondor por las montañas blancas y por fin he llegado a mi destino.
- Soy el general Bergil, al que debes proteger. Ven, continuaremos la conversación el otro lugar.

Bergil salió de la posada seguido de sus soldados de de Aracart. Cruzaron las calles de la ciudad y llegaron al sexto muro de Minas Tirith, la zona más segura en caso de ataque con excepción de la misma ciudadela, hogar del rey y del resto de la casa real.
La casa de Bergil era grande pero austera, sin pinturas en las paredes ni alfombras en los suelos que dieran calidez a los fríos muros de mármol blanco.

- Siéntate- Dijo el general. Lo dijo con el tono de voz con el que hablan los que acostumbran a dar órdenes.
Aracart obedeció y se sentó en un sillón marrón que había en el centro de la sala. En ese momento, Aracart aprovechó para examinar con más detenimiento al general. Era un hombre de unos 55 años, de piel clara y pelo oscuro, con la cara marcada de cicatrices de viejas batallas, símbolos de la “gloria” de la guerra. Sus ojos eran oscuros, con un brillo en la mirada que Aracart no logró descifrar, un brillo nostálgico.

- Bien- dijo Bergil- cuéntame tu viaje hasta aquí.
-No hay mucho que contar, atravesé las montañas con ayuda de un compañero del templo que regresó nada más acabar las montañas. Cuando estuvo solo, busqué el camino tal como me lo indicaron y llegué a la ciudad.
- ¿Tuviste experiencia de lucha antes de llegar al Templo? Me refiero a experiencia de batalla.
- Si, serví en la 3ª Compañía de Montaraces de Arnor, en el Bosque Viejo. Estuve defendiendo en fuerte del bosque y asaltando caravanas orcas durante varios meses, antes de que se decidiera abandonar el lugar.
- Me he enterado de lo del bosque, y también sé lo de Bree. Tengo entendido que eras de allí, ¿me equivoco?
- No, no se equivoca.
- Una desgracia aquello, las cenizas de la ciudad quedarán como tributo a los que allí murieron.

Estas últimas palabras fueron seguidas de un silencio sepulcral.



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