Un Tuk en los campos del Pelennor

28 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Beorn
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1. ¡Despierta Mediano!

Al igual que su protagonista, esta historia no es una historia corriente; del legado dejado por canciones y poemas de tiempos olvidados intentare aunar aquí las notas que narran la presencia de Peregrin Tuk en las desoladas planicies de Minas Tirith, los Campos del Pelennor...


Amanecía una vez más en la Tierra Media, al menos eso suponía la bulliciosa ciudad que veía como un día mas las nubes negras de Mordor cubrían el Sol; ya no eran los gallos los que anunciaban el amanecer sino las bestias sin pluma enviadas para anunciar que el plazo de espera había concluido.
En lo alto de sus 7 anillos de marfil el viento desgastaba la roca pálida.
- Despierta de una maldita vez, el Senescal tiene cosas importantes que comunicarte y el día que hemos esperado durante años por fin ha llegado, para bien o para mal- Con una mano tapando sus ojos y la otra haciéndole señas de su estado de conciencia a Gandalf, Peregrin Tuk despertó poco a poco, - No te lo diré dos veces, parece que aun no conoces al Senescal, asuntos de mayor importancia me requieren y no puedo perder el tiempo con vagos como tu, adiós- y girando sobre sí mismo el mago blanco abandonó la estancia; aun se oía el sonido de sus botas alejarse calle abajo cuando Pippin consiguió pronunciar algunas palabras
- Es muy pronto Gandalf, cierra la ventana y vuelve a dormirte va...- al ver como nadie le contestaba se desperezó violéntame y se sentó en la cama, mas fue asomándose por la pequeña ventana a sus espaldas cuando comprendió la prisa de Gandalf, las nubes negras de Barad-Dûr lo cubrían todo, desde el sol hasta el corazón de las bestias que corrían de un lado para otro allá abajo perseguidas en balde por sus dueños, contemplaba estas escenas de desconcierto cuando un aberrante graznido rasgó el cielo de lado a lado y Pippin se cayó de la cama, las bestias aladas de Mordor habían llegado, y tan solo con su presencia distante conseguían aterrorizar a toda la población.
Alguien se acercaba a la habitación, Pippin se dio la vuelta aun en el suelo y vio como Beregond le hacia señales para que saliera.
 - Maese Peregrin el Senescal te espera inquieto, sígueme por favor- de un salto se incorporó el hobbit y se dispuso a seguir a Beregond por un camino empedrado que le llevaría directamente a los aposentos del señor de la Ciudad Blanca.
Tras unos minutos donde no se cruzaron palabra alguna llegaron a una puerta con el emblema del árbol blanco tallado en ambas hojas, Beregond le dio un par de golpes y se retiró camino abajo no sin antes despedirse de Pippin.
- Pasa de una vez Mediano- se oyó desde dentro, y casi como si le cogieran de las solapas de la camisa entro en la cámara donde Denethor le esperaba, siempre a varios escalones por debajo del trono de un rey que jamás iba a llegar.
 - Tu pereza en estos momentos es algo que me inquieta maese Peregrin- dijo el Senescal mientras contemplaba los detalles labrados de su silla.
 - Señor, ruego me disculpe pero...-
- No hay peros que valgan, y menos en la hora de la muerte- y una sombra negra le cubrió el rostro y los ojos se le tornaron grises.
 - Ha llegado el momento joven amigo de que tus dioses y los míos preparen nuestro lecho en el mas allá, ¿no sientes el fuego en la cara? ¿No sientes en el paladar esa sensación que se tiene cuando te caes y sabes bien que no volverás a levantarte?
- Lucharemos todos juntos para que eso no suceda y...-
- ¡No!, no hay lucha posible ante el poder que se cierne ante nosotros, no hay murallas que resistan tal destino ni corazones que aguanten tal terror-
- ¿No hay esperanza entonces?-
- Empiezas a comprenderlo, tu al igual que yo sabes que hay mas allá de la oscuridad, mas allá de los parpados de fuego, porque tu al igual que yo has mirado donde ningún mortal debería mirar, mas allá del terror y la desolación no hay nada, solo el vacío.
Un silencio mortal atravesó la sala.
- Mi espada esta a vuestros pies mi señor, me habéis llamado y aquí me tenéis-
- Lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad, y aun siendo la hora de nuestra derrota debemos ganarnos el recuerdo de aquellos que nos sigan, si es que queda alguien...Marcha ahora a la armería, en el 4º anillo, yo me quedare aquí esperando la llama que me consuma.
Y sin mediar más palabras con un gesto de reverencia Pippin dio media vuelta y salió de la estancia; arriba 4 bestias sin pluma ni corazón volaban en círculos, como los buitres a la espera de carne fácil.

A pesar de que el clamor de las gentes y los animales que aun quedaban en la ciudad era intenso, Pippin no oyó nada en su camino a la armería, solo veía como la gente abría y cerraba la boca muy rápidamente, lloraban en silencio y tocaban cornos sin voz, solo oía sus pasos sobre el pavimento blanco, y fue en ese momento cuando Pippin dejo de ser un sencillo Hobbit de la Comarca, cuando comprendió todas las enseñanzas, todos los consejos y todas las miradas, ahora todo estaba claro.
Desde la armería, Beregond le hacia señales con la mano, pues la gente que se agolpaba era mucha.
- Sígueme, el señor de la ciudad ha apartado algunas cosas para ti.
Y subieron por una escalera de caracol adosada al edificio que llevaba a un segundo piso, dentro había gran número de armaduras y armas de todo tipo, mas en un rincón había apartado algunas piezas dignas de mención.
- Nunca había visto en esta ciudad vestimentas tan ricas como las que el Senescal ha reservado para ti amigo, solo los hijos de los reyes portaban este tipo de atuendo, y este sin duda alguna es uno de los mejores.

Colgado de un perchón había una armadura íntegra, blanca como el marfil, en la coraza un árbol blanco labrado en plata, y en los antebrazos y perneras multitud de inscripciones élficas y humanas con bendiciones y protecciones para su portador; en cada guantelete se podían ver escenas de la llegada de Elendil a la tierra media y en las caderas multitud de escenas de caza, un gran pañuelo grisáceo asomaba por el cuello.

- Esta espada- continuo Beregond- perteneció a uno de los hijos del Senescal cuando era niño, si la memoria no me falla juraría que la empuñó Boromir, aunque no lo parezca es extremadamente liviana-

Perplejo aun, Pippin se acercó a la espada y la levantó lentamente dejándose cegar por su brillo y pureza y en ese momento, mientras su mano se asía con fuerza a la empuñadura de cuero notó la fuerza del guerrero, del viajero y el amigo.



2. ¿Notas como tiembla?

El bullicio del piso de abajo llegaba a oídos de Pippin mientras esbozaba una sonrisa.
-Te ayudaré a ponértela- y mientras Pippin se quitaba sus ropas maltratadas por el viaje Beregond descolgaba las partes de la armadura blanca una a una.

Cerca había una ventana amplia con vistas a los campos de Pelennor, una tierra parda que se lamentaba por las heridas que estaban por venir.
Mientras Pippin se apoyaba en el quicio de madera Beregond comenzaba a ceñirle las correas de la armadura, poco a poco, ya con la mirada perdida en los bosques de verde oscuro de mas allá, Pippin iba notando la presión que ejercían las correas y el peso de las protecciones blancas y por un momento se vio a si mismo, dormitando bajo un árbol y riendo de las cosas insignificantes de la vida, sus amigos estaban con el y todos hacían bromas y aros de humo, el agua pasaba cerca y oía su cantar entre las rocas, y no quiso salir de su ensoñación porque se sentía bien en ella, hasta que notó como la ultima correa de la espalda se le ciñó con rudeza, y despertó, y vio a Beregond con una rodilla en el suelo ofreciéndole la empuñadura de la espada que debería velar por su vida en la batalla.

- Si me viera el bueno de Merry...- Ya no era un hobbit el que pronunció esta sentencia, un caballero blanco de melena rizada ocupó su sitio en la estancia junto a Beregond, cuando de repente el temor cundió en ambos cuando oyeron las trompetas y los cornos tocar a romper en la puerta de la ciudad.
- ¡Son los capitanes del Oeste! Han llegado por fin- y ambos pudieron contemplar asomados a la ventana como una columna teñida de azules, verdes y cobaltos atravesaba la puerta de la ciudad mientras sus integrantes saludaban con gran alegría y agitaban los cientos de estandartes como un mar embravecido; tras el seco sonido de las puertas al cerrarse volvió el silencio.

- Si la flecha roja llegara a su destino aun tendríamos esperanzas de victoria, mas los capitanes del oeste han dejado muchas tropas defendiendo sus plazas, pues el ataque que prepara Mordor golpeará con brutalidad a todos por igual.
- Vosotros me habéis vestido y alimentado, dime que he de hacer y lo cumpliré sin dilación.
- Cuando venía para la armería Gandalf me dio un mensaje para ti- y le entregó un pequeño sobre -Yo ahora he de marchar, espero poder verte antes de que todo sea locura y desesperación- y poniéndole una mano en la hombrera derecha se despidió del Hobbit.
Pippin abrió con cuidado la nota y esto es lo que leyó:

Baja al muro principal de inmediato
La tierra se queja al paso de nuestros enemigos
¿Notas como tiembla ya?

Aun con la mirada en el papel amarillento, sintió un cosquilleo en la planta de los pies, la tierra se quejaba, como bien decía Gandalf en su nota, al paso de las tropas del ojo, y Pippin comprendió que el horror que venia del este era mucho mayor del que el había imaginado, sin más dilación enfundó su espada y salió corriendo calle abajo.
La armadura no limitaba su capacidad de movimientos y notaba como el aire se le metía entre las placas de la coraza, la gente a su paso se quedaba perpleja pues no recordaban que tal insigne personaje se alojara entre ellos, algunos gritaban - ¡El Rey de los medianos ha venido a ayudarnos!- pronto llegó al muro principal, donde Gandalf le esperaba impaciente.
- ¿Eres tu Peregrin Tuk de la Comarca?- preguntó con una sonrisa en la cara.
- Eso creo yo - dijo Pippin abrazando al mago blanco mientras sentía como el calor de su cuerpo entraba también en el y como su fuerza era mayor que nunca.
- Subamos a aquella celda de la muralla, allí podremos hablar con mas claridad- el muro se alzaba cerca de 20 metros, mientras subían notaban como poco a poco el bullicio de la gente se alejaba más y más.
- El día de la batalla final ha llegado por fin joven Peregrin, si cae esta plaza todo estará perdido, si las murallas de Minas Tirith arden en llamas, arderán las planicies de Rohan, los árboles de Fangorn, y los huertos de la Comarca.-
- Pero el Senescal dice que la batalla está perdida de antemano, lo ha visto en...-
- Cuando se mira al terror de cara no puede verse otra cosa que terror, y tu lo sabes bien joven amigo, y por lo que sé el Senescal ha mirado demasiado a través de ese vacío de muerte y desesperación, tanto que sus ojos no ven mas allá de estas nubes negras.
- Pero Gandalf, no acabo de entender que puede hacer un hobbit como yo en una batalla como la que está por venir sobre nosotros, nosé...
- Sí que lo sabes pequeño amigo, a lo largo de tu viaje desde la Comarca lo has ido sabiendo poco a poco, y si no, no tienes más que mirarte, las huestes de Sauron están ya muy cerca, ¿lo notas ya? ¿Notas como tiembla la tierra?

Y súbitamente, a lo lejos, ambos pudieron ver como una gran mancha negra salía de la oscuridad y lo cubría todo, eran guerreros sin rostro, asaeteados con estandartes rojos, cientos de miles divididos en columnas que se perdían en el horizonte, decenas de olifantes que devastaban los pocos árboles que quedaban el pie.
- Ya han  llegado y él viene liderándolos
-  ¡¿Sauron en persona?!- Exclamo Pippin.
- El  Rey Brujo viene en su lugar, jamás pensé que fueran tantos, que Eru nos asista.
A medida que la masa se acercaba se podían distinguir artefactos e ingenios mecánicos nacidos en Barad-Dur comandados por los hombres del Este, cientos de Haradrim montaban en bestias sin pelo con la mirada perdida en el odio y la cólera.

Un sollozo próximo atrajo la atención de Gandalf de vuelta a la muralla, Pippin lloraba desconsolado apoyado en la piedra blanca mientras el viento tapaba su rostro con los cabellos dorados, y durante un momento todo fue silencio en la ciudad y fuera de sus murallas, como si la ciudad misma se doliese al sentir el dolor del pequeño hobbit.
Gandalf, arrodillándose tomó a Pippin de la mano y este dejó de llorar, se enjugó las lágrimas con la manga blanca de su armadura y la mano del peregrino le despejó la cara.

- En esta hora apartada del tiempo nuestros caminos intentan esconderse de nosotros, mas no dejes que la niebla que nos cubre ahora cubra tu corazón Pippin, porque si esta batalla ha de ser ganada no lo será por las corazas o las espadas, sino por el corazón de la gente libre, -más abajo, se podía oír como cientos de caballos se disponían a salir por la puerta principal- ha llegado la hora, bajemos ahora y luchemos juntos.

El realizar un ataque directo sobre las huestes de Mordor hubiese sido un auténtico disparate, por lo que los capitanes del oeste dispusieron una estrategia por la que atacarían desde diferentes flancos para dividir al enemigo con la esperanza de que huyeran al verse rodeados.


3. El estandarte de Gondor

Abajo, en las ajetreadas calles de la ciudad blanca, se iban formando las escuadras que pronto saldrían a librar batalla, Pippin permanecía pegado a los faldones de Gandalf constantemente, hasta que llegó el momento de montar.
- En esta ocasión cabalgaremos juntos pero no en la misma silla amigo mío, toma este estandarte, cuando te lo indique desátalo, y no te separes de mi, ¡vámonos!

Avanzaron largo rato por estrechas callejuelas hasta llegar a un portón lateral de la ciudad, oculto a los ojos de Mordor, lentamente fueron saliendo, primero los arqueros a pie, los capitanes y la caballería, encabezada por dos figuras blancas.
Nadie hablaba, solo se oían los cascos de los caballos y el pesado avance de los hombres de a pie, que serían los encargados de dividir las huestes del sur en dos y causar el pánico para que salieran en desbandada.

Tras un largo rodeo, la caballería llegó a una loma pronunciada, los arqueros y hombres de a pie esperaban abajo, ocultos entre los árboles, la señal del peregrino blanco para cargar con todas sus fuerzas sobre el enemigo que distaba apenas 500 metros.
- Es el momento Peregrin, desata el estandarte de la casa de los senescales pues para eso estás aquí, para portar el estandarte que nos dará la victoria en el valle y mas allá de él.

Temblando, el pequeño hobbit tiró de la cuerdecita que amarraba la banderola triangular plateada, con un golpe de viento se desplegó entera y a punto estuvo de perder el equilibrio, mas sintiendo la fuerza de antiguos portadores enarboló con orgullo el estandarte de la que ahora era su casa.

Los hombres del Harad pronto advirtieron el desafío, algunos dudaron ante la majestad de aquellas dos figuras de luz que les desafiaban desde la loma, pero pronto fueron arengados por los tambores de guerra y ya reestructuraban la formación cuado de repente una lluvia cegadora de penachos blancos cayó sobre ellos, muchos cayeron y cundió el caos en las filas, las ordenes de los mandos superiores no conseguían llegar a su destino; en medio de este caos, dos columnas de gondorianos surgieron de la maleza y cargaron por los dos flancos causando grandes daños, mas el numero de los hombres del Harad los triplicaba y pronto se vieron en problemas; fue entonces cuando el estandarte de Gondor bajó de la colina.

- ¡Ahora hombres de Gondor, por vuestras tierras, por vuestro senescal, por vuestro Rey, cargad!

...Las historias y canciones se pierden en este punto, todas cantan victorias, cantan cornos llegados de la tierra de los caballos, cantan barcos y nuevos estandartes, algunas cantan como dos saetas blancas cruzaron la cara del enemigo de lado a lado enseñándole de una vez por todas que aquellas no eran sus tierras...


  
 

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