La decisión de Varyar

07 de Septiembre de 2005, a las 20:29 - Ezequiel C. Ferreyra
Concurso de relato corto La Tierra Media verano 2005 - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

         Venía bajando hacia el sur, siguiendo la rivera del Anduin, desde altura de los Campos Gladios, costeando el Gran Río, sin adentrarse demasiado en dirección al Bosque Negro, pero tampoco muy cerca de la ribera, donde era más factible que alguien lo detectara. El hombre, que se llamaba Varyar, usaba una cota de malla debajo de un flotante manto verde oscuro con capucha. Vestía amplias calzas verdes introducidas en unas botas largas de color negro, y de su cinto colgaba una espada larga y recta, en una sencilla vaina de cuero, y una aguzada daga en su vaina. También llevaba un arco, un carjac con flechas y un morral en su espalda.
         Al encontrarse solo, tenía una gran movilidad, pudiendo avanzar de una manera que  a un grupo de  hombres les sería dificultoso  lograr, tanto en velocidad como en discreción... Pero era también cierto que encontrarse completamente solo en un lugar salvaje y peligroso como aquel, y con avanzadas exploratorias de orcos por los alrededores, la situación de un solo humano se volvía también bastante riesgosa...
         Cerca de ocho años antes Varyar había  vivido en Minas Ithil, siendo parte de la guarnición que defendía a la ciudad, y  allí había tenido una vez familia: una mujer y un hijo, los cuales habían muerto en  el asedio de dos años, y toma de la ciudad por parte de los ejércitos orcos (la cual ahora era conocida como Minas Morgul, convertida en un lugar tenebroso e insalubre, habitado por malignos seres).
         Cuándo se produjo la caída de la ciudad, él se encontraba con una pequeña unidad luchando fuera de los muros, realizando emboscadas, hostigando dentro de sus fuerzas a las huestes de orcos que, por los pasos de las montañas, continuamente seguían llegando para mantener el asedio... -¡Cómo intentar retener el fluir del agua con las manos! –se decía a sí mismo, cada vez que recordaba esa terrible situación. En cada escaramuza que tenían con el ejercito de orcos, los hombres morían sin poder ser reemplazados. Y por cada monstruo que lograban matar, dos bestias mas llegaban para ocupar su lugar...
         Varyar se había sentido terriblemente frustrado, impotente por no poder contener el flujo de tropas del enemigo, y cambiar en algo la situación de su ciudad, y lograr salvar a su familia. -¡Si sólo hubiera podido volver a entrar a la ciudad! –se lamentaba a menudo  -¡Hubiera podido, tal vez, hacer algo para salvarlos! (Sin embargo él sabía que en nada habría podido cambiar la situación de ellos... su suerte estaba echada desde que había empezado el sitio; y si él se hubiera encontrado dentro de los muros a la caída de la ciudad, también estaría muerto ahora... Pero pese a la lógica, seguía martirizándose con la idea de que “al menos, de esa forma no tendría que lidiar con la culpa y angustia de haber sobrevivido”).
         Debido a su tragedia, su sangre se había secado como una raíz sin agua, y una tristeza sin límites vivía en sus ojos grises. Tenía tan solo treinta años, era alto y fuerte, y en su cabello corto  negro, aún no tenía cana alguna, pero se sentía extremadamente viejo y cansado...
         Luego de la caída de Minas Ithil  se había visto forzado al exilio, buscando refugio, con unos pocos soldados sobrevivientes, en  Minas Tirith. Y desde entonces se desempeñaba como batidor, explorador de terreno y cazador de orcos, para el ejército de la ciudad. Y en esta peligrosa tarea, que le permitía cobrar algo de venganza, se encontraba Varyar en esos momentos:  Cruzando a la rivera no controlada por los hombres de Gondor, había estado siguiendo distintos grupos  de orcos, por muchas millas hacia el norte. Por alguna razón estaban muy activos en esa dirección, y en el Bosque Negro, donde ingresaban en gran número, juntando fuerzas (y en todas las direcciones posibles), posicionándose como piezas de un cruel juego de ajedrez...
         Dos día atrás había decidido regresar para dar informes, y procuraba rápidamente desandar el largo camino que había hecho; peligrosamente se había alejado mucho, por curiosidad, a fin de averiguar que maligno interés podría tener el enemigo en la zona del Bosque Negro, cosa que no había conseguido hacer... Pero ahora debía ser extremadamente cuidadoso en su regreso, ya que no podía contar con ayuda alguna hasta Cair Andros, donde recién encontraría una guarnición de soldados. Si en su camino de vuelta encontraba la cantidad de orcos que había visto llegando hasta ese punto, temía que tal vez no podría volver con vida. Algo extraño estaba ocurriendo en la zona, podía presentirlo...
         Se desplazaba sigiloso, prestando atención a cualquier posible indicio de actividad enemiga. Había realizado cerca de medio día de caminata cuando pudo percibir en el aire olor a humo y a carne quemada. Obviamente había un campamento; sabía que debía alejarse rápidamente del sitio, cosa que había empezado a hacer cuando de pronto oyó el sonido de un lamento,  el de un llanto... El sonido le puso la piel de gallina, tanto como cuando había escuchado por primera vez el redoble de tambores orcos, años atrás durante el ataque de Minas Ithil. El sonido era terriblemente triste, y le provocó una súbita angustia...
         Varyar se maldijo a sí mismo: -¿Cuál sería la fuente del mismo? ¡Con orcos adelante o no, debía ir a ver de donde provenía ese lamento!
         Colocándose  el carjac en su espalda, junto a su morral,  tomó de él una flecha con la que tensó el arco que había robado, y exhalando fuerte una vez, empezó a avanzar con cuidado, en la dirección donde provenía el lamento. Éste cesó de manera brusca, así como lo había oído... Pero siguió avanzando, y cerca de cien metros adelante, agazapándose entre los matorrales llegó a una terrible escena  de sangre y muerte, y a la vez tan conocida para él. En el suelo de un amplio claro se encontraban dispersos en el suelo, montones de despojos sanguinolentos, de cuerpos humanos y sus cabalgaduras, cubiertos de flechas, decapitados y miembros cortados. Pudo contar cerca de quince cuerpos, que observando mas detalladamente, notó que se trataba, para su sorpresa, de elfos... Pudo ver también  que habían pagado un alto tributo por sus vidas, por la pila que superaba la veintena de  cuerpos de orcos muertos que había  apilados en un montón...
         Fue entonces, que la vio: Una hermosa joven, de aproximadamente unos dieciocho  años (aunque con los elfos la edad era difícil de determinar), atada contra uno de los arboles, la cual se encontraba amordazada, ahogándose con un sucio trapo que los orcos le habían metido en la boca para silenciarla. Éstos tenían una fogata encendida donde dos mas, en cuclillas, calentaban las negras hojas de sus cuchillos, mientras uno observaba, divertido, la situación al lado de la joven...
         Tenía que actuar rápidamente, e intentar una jugada arriesgada. No podía simplemente irse y dejar a esa mujer en ese suplicio. No podía quedar impasible frente a esa situación...
         Pensó en disparar una flecha al corazón de la joven, a fin de evitar su tortura, pero en definitiva, se delataría también. De modo que se decidió a una acción  directa y procurar salvarla, donde mataría hasta liberarla o moriría en el intento. 
         Había contado ocho monstruos hasta el momento (cinco que se encontraban distraídos robando a sus muertos, a unos treinta metros de su posición, y tres mas que custodiaban y estaban martirizando a la joven elfo, pero probablemente habría mas en los alrededores).
         Ciertamente era una situación de la cual le sería bien difícil salir vivo, pero él debía intentar el rescate...
         Tratando de posicionarse detrás de la joven, se movió haciendo una curva, protegido por los matorrales, los árboles y las desigualdades del terreno. Desde allí solo tenía una vista directa de los tres orcos más cercanos, los cuales debían ser eliminados rápidamente, antes de que los otros comenzaran a atacar coordinadamente. Contaba con el arco para abatir a cuantos pudiera, y para la lucha cuerpo a cuerpo que seguiría indefectiblemente, tenía una daga larga y su espada. Y también esperaba que la claridad del día le ayudará en el combate...
         Se ubicó a unos tres metros del árbol donde la jovencita atada trataba de respirar difícilmente por el trapo que tenía en la boca. Allí dejó su morral en el suelo y plantó cuatro flechas, para disponer fácilmente de  ellas, clavando sus puntas en el suelo. Luego tensó fuertemente el arco, levantándolo, buscando hacer puntería...
         Uno de los orcos, con la hoja del cuchillo al rojo por el fuego se incorporó, y girando en dirección a la joven, empezó a acercársele con una macabra risa en su asquerosa cara. Era el momento de actuar, y entonces Varyar disparó... La flecha atravesó el pecho del orco, dejándolo sin vida y cayendo hacia atrás con un ahogado grito.
         Otra flecha volvió a cruzar el  aire alcanzando a otro en un ojo, que sin entender que había pasado, se desplomó sobre sus rodillas, con tremendo dolor y haciendo terrible ruido antes de caer muerto hacia delante, rompiendo el astil de la dura flecha de madera al caer contra el suelo.
         Varyar volvió a disparar, pero esta vez el tercer orco, repuesto de la sorpresa, saltando a tiempo hacia un costado, esquivó la flecha, dando señal de alarma al resto de los monstruos. El orco, habiéndolo visto, y armado de su espada curva, avanzó en la dirección en que se encontraba, pero la siguiente flecha de Varyar lo alcanzó en el hombro haciéndolo frenar en seco a la altura del árbol donde estaba atada la muchacha. Después de disparar, sosteniendo en su mano izquierda el arco, salió de su escondite, atacando al orco con su daga. Frente a frente, el orco herido cruzó en un movimiento el brazo en que tenía su espada para decapitar a Varyar, el cual agachándose enterró su arma en el estomago de su enemigo, desbalanceado por el golpe que había intentado dar, cortando el vientre del orco hacia arriba, abriéndolo como una fruta madura. Y la criatura gritando de dolor cayó muerta,  pesadamente, en su propia sangre.
         Varyar, giró sobre sí mismo, y cortó velozmente las ligaduras de la muchacha, justo cuando una flecha de oscuro penacho se clavaba en un árbol a su derecha. La elfo se desplomó, cayendo sobre sus rodillas, pero entendiendo la urgencia de la situación trató de volver a incorporarse,  sacándose de la boca el inmundo trapo.
         Sin tiempo para dirigirse a la mujer, e ignorándola, Varyar soltó el arco, despojándose instantáneamente del carjac con las flechas a fin de tener mayor libertad de movimientos. Luego corrió, dando un fuerte grito de combate, contra los orcos, que desorganizados, a su vez corrían en su dirección.
         Cambio de mano la daga, mientras iba hacia el encuentro de los dos orcos más cercanos que venían corriendo en paralelo, uno por su derecha y el otro por su izquierda. Desenvainó su espada con la mano derecha y con la daga lista en la mano izquierda, arremetió contra el orco más grande, que venía por su lado derecho. Sabía que la cimitarra del de la izquierda podía hundirse entre sus hombros, pero no tenía por costumbre esperar el ataque del enemigo. El orco sorprendido ante esa reacción, trató de parar un golpe demoledor que Varyar le daba, pero no pudo conseguirlo. El mandoble del humano partió en dos la curva hoja de la cimitarra y hundió a un tiempo el casco y el cráneo de su aterrado contrincante.
         Luego giró como una felino, a tiempo para detener el golpe del orco con la cruz de la daga. Hubo un rápido intercambio de fintas y paradas, mientras las hojas rectas y la curva giraban en una deslumbrante danza mortal. Hasta que al fin con un fuerte golpe de su espada logró decapitar al orco, cuyo cuerpo se desplomó haciendo un ruido sordo.
         Un tercer orco  alcanzó a ponerse a su lado, e intentar atravesarlo con un largo cuchillo curvo. Varyar, instintivamente, ladeando su cuerpo,  logró salvarse de la cuchillada, resbalando la hoja del cuchillo en su cota de malla. Replicando a su vez, clavó con fuerza su daga en el cuello del monstruo, dándole muerte...
         Pero entonces recibió un golpe quemante en el brazo izquierdo, viendo como de éste afloraba un penacho negro de un lado, y una punta sangrienta por el otro... Bajó el brazo con dolor,  momento que aprovechó  uno de los orcos que llegaba a su lado, saltando hacia adelante con un brillo maligno en los ojos oscuros. Éste levantó una espada corta, de hoja ancha,  con la intención de descargar un golpe mortal sobre Varyar, que aún no había podido reaccionar, hallándose a merced de su atacante. Pero, de improviso, el orco abrió la boca, lanzó un quejido y, después de trastabillar, se desplomó emitiendo un siniestro gorgoteo, con una flecha que atravesaba su garganta.
         La mujer, tomando el arco y las flechas que Varyar segundos antes tirara, le había salvado con un certero disparo...
         Varyar veía que solo quedaban dos orcos más al parecer: El que le había herido, y uno enorme, con un collar de dientes humanos alrededor de su cuello, armado con una cimitarra, que corría a su encuentro. Ciertamente no podría salir vivo si el orco volvía a dispararle, pero para su fortuna, la joven elfo, con su aguzada vista, volvió rápidamente a entesar el arco y a disparar por encima de su cabeza en dirección de la criatura, alcanzándola con la flecha en el pecho. Soltando el arco, el orco llevó sus manos hacia el astil de la misma, y de un tirón la arrancó de su cuerpo, dando un terrible grito... Pero una segunda flecha volvió a clavarse en su pecho, y esta vez cayó muerto, con un gemido, rodando por el suelo.
         Varyar no perdió tiempo en pensar sobre lo que ocurría a su alrededor, concentrándose en enfrentar al  inmenso orco que, con  fauces babeantes, le atacaba dando golpes a diestro y a siniestro, con la contundencia del rayo.  Varyar paraba los golpes como podía, esperando una oportunidad para poder contraatacar. Era como un lobo acorralado y herido, alerta para aprovechar una oportunidad que le permitiera dar vuelta a la situación.
         El simiesco monstruo dio un terrible golpe descendente, con la intención de partir a Varyar por el medio, pero éste se corrió a último momento, salvando así su vida y logrando efectuar un corte en el muslo de orco. Enfurecido por la herida, la sudorosa y sucia criatura, levantó nuevamente la siniestra cimitarra para asestar otro golpe, pero falló al calcular la  velocidad del hombre, el cual  se introdujo dentro de su guardia, y con un fuerte golpe con el filo de su espada, le hizo caer al suelo con sus entrañas al aire.
         Ya no quedaban enemigos en pie, aunque probablemente, pronto estarían infestando el área...
         Varyar, con la flecha  atravesándole el brazo, giró en dirección de la mujer que tenía entesado el arco y se encontraba arrodillada en el suelo, y le habló, esperando que le entendiera. Le preguntó si entendía su idioma, a lo cual sin hablar la elfo asintió con la cabeza, desentesando el arco.
         El hombre, envainando su espada, recogió  su daga que se le había caído durante la lucha, y levantando el brazo izquierdo, quebró el astil de la flecha que lo atravesara, tirando del lado del penacho con un terrible dolor que lo hizo marearse y exclamar un gemido de dolor que reprimió. Arrojando el pedazo de madera ensangrentada al suelo, caminó por entre los  cuerpos caídos de los elfos muertos y tomó un manto gris que se encontraba extrañamente limpio de sangre, a un costado  de los cuerpos ensangrentados, y un pedazo de tela de uno de los cadáveres. Entonces se dirigió hacia la mujer, y llegando donde ella, le tendió su mano derecha ayudándola a levantarse, la cual ella tomó, incorporándose. Por un breve instante sus cuerpos se tocaron, brindando dicho contacto una extraña tranquilidad y seguridad a ambos... No se encontraban ya solos, y siempre es mejor morir en compañía de alguien.
         Varyar le ofreció el manto que había tomado, y recién entonces ella se percató de que estaba casi desnuda, lo cual la hizo ruborizarse... Y aceptando el mismo, se lo puso encima.
         Súbitamente  la mujer corrió, sin decirle palabra alguna,  hacia los cuerpos caídos de la gente de su raza y empezó a hurgarlos. Varyar pensó con tristeza, que se habría vuelto loca por la situación vivida, y mientras se vendaba el brazo con un trapo que había recogido momentos antes,  le gritó que debían irse. Ella le miró con ojos tristes, un momento, desde los restos ensangrentados, pero bajando la cabeza  reanudó su extraña tarea, sacando a la luz un pequeño morral de entre los cuerpos. Luego, con los ojos llorosos,  susurró unas palabras, de triste sonido,  en su idioma.
         Ella recogió otro morral más grande, donde metió el pequeño que encontrara antes, y levantándose, se alejo de la terrible pila en dirección de Varyar, con el morral colgado de un hombro, junto con el carjac de flechas y el arco colgado en el hombro, y así ambos empezaron a correr hacia el área más boscosa, recogiendo de camino el morral de Varyar. Continuaron su marcha en dirección al oeste durante unas  horas, y luego giraron hacia el sur (tal vez si eran seguidos lograrían perderlos). Pese al cansancio y dolor que sentían,  siguieron corriendo durante unas horas más, hasta que al fin decidieron detenerse. Varyar, se sentó apoyado contra el tronco un árbol caído. Mientras que la elfo buscando, dentro del morral que llevara, algunas prendas, cambio su ropa desgarrada fuera de la mirada del hombre, detrás de un ancho tronco de árbol, Aunque conservó encima de ellas el manto que Varyar le diera; luego regresó donde su salvador, sentándose enfrente de él. Desde la liberación de la joven no habían intercambiado palabra alguna, y en esa ocasión solo él había hablado... Nada sabían el uno del otro, ni intereses ni motivaciones, salvo que tenían un enemigo en común del cual intentar escapar... Varyar le extendió un poco de carne ahumada, la cual después de observarla un pequeño momento, la joven empezó a comer con fruición, y pronunció sus primeras palabras al hombre que le había salvado: -¡Gracias! –le dijo la joven elfo (Palabra que trascendía en su significación a entrega del pequeño trozo de carne). Él le alcanzó su odre con agua, del cual ella bebió unos tragos.
         Ella se presentó en el idioma del hombre de Gondor, pero con expresiones y formas que hacía mucho tiempo ya no eran usadas  por los hombres. Según lo que Varyar entendió, la joven elfo se llamaba Lindelen, y provenía de un asentamiento elfo, en el lado norte de Bosque Verde (comprendiendo Varyar que se trataba del nombre que antaño había tenido el Bosque Negro). Dicho asentamiento había empezado a ser  abandonado por los cambios terribles que el bosque experimentaba, corrompiéndose por el mal, poblándose de terribles criaturas.  Ella era parte de un grupo de refugiados que se dirigían hacia el sur, al Bosque de Lorien, en busca de refugio, pero su caravana había caído en una emboscada orca, y todos habían sido masacrados, entre ellos sus padres y familiares...
         Varyar le dijo que se trataba de un hombre de Gondor y que también intentaba ir hacia el sur, pero la conversación no pudo continuar, ya que observando que el sol se ocultaría pronto ella le propuso seguir avanzando, y que llegaran lo mas cerca posible del río... El temor que la joven parecía experimentar por el lugar en que se encontraban, reflejado en sus ojos, le bastó a Varyar para saber que sus sospechas sobre el bosque eran acertadas, y pese a la oscuridad ya reinante, siguieron avanzando un buen trecho en dirección de los lindes del bosque, donde se decidieron a pasar la noche, ayudándose él uno al otro a trepar un gran árbol, encaramándose entre las ramas del mismo.
         Fue una noche incomoda, en la cual durmieron escasamente, sin hacer ruido, ni hablar entre sí... Los sonidos no naturales del bosque no eran nada tranquilizadores, no sabían si los orcos u otras criaturas podían estar tras sus pasos... Al amanecer empezaron a avanzar nuevamente, en silencio, buscando el Anduin. Y afortunadamente lograron llegar a la ribera sin problemas. Allí evaluaron los peligros que les acechaban, tanto en el Bosque como en la ribera del río, y se decidieron a intentar un cruce a la otra orilla. Para ello recogieron un trozo de madera de dos metros de largo, la corteza de un viejo árbol. Después de permanecer ocultos y silenciosos entre los matorrales, durante unas horas, reponiendo fuerzas, se metieron con el trozo de madera en las frías aguas del río para intentar cruzarlo.
         La corteza, volteada sobre el agua podía ofrecerles una cierta  protección y camuflaje, y sumergidos ambos (con solo la cabeza fuera del agua), poco a poco, fueron adentrándose en el río, dejándose llevar por la fuerte  corriente...
         Unas dos  horas antes de que anocheciera, lograron llegar a la otra orilla extenuados, mojados y tiritando del frío, aunque  felices de encontrarse vivos. Si bien creían estar mas seguros, siguieron avanzando perpendicularmente a la costa, internándose en la arboleda. Aunque avanzaron mucho en la oscuridad, decidieron hacer un descanso, metiéndose en unos matorrales, donde escondidos, se abrazaron temblando, aferrándose fuertemente el uno contra el otro,  para sentir menos frío, mientras las estrellas brillaban en lo alto. Y mirando a sus amadas estrellas, Lindelen, la bella elfo de espesos y sedosos cabellos negros, cerró sus ojos y se durmió profundamente... Encontrándola la mañana de la manera en que se había dormido: Abrazando, y siendo abrazada a su vez, por el hombre de la triste mirada, llamado Varyar, que la  había rescatado dos días antes.
         Al levantarse, siguieron caminando hacia las montañas que a muchísimas millas de distancia se alzaban a lo lejos. El área boscosa que atravesaban pese a no ser muy tupida, tenía una vegetación saludable, no como la del Bosque Negro, y se respiraba en el aire cierta pureza que del otro lado del río ya no existía... Si bien ambos imaginaban que en esta orilla los orcos también vagaban peligrosamente, esperaban que su presencia fuera menor a la que existía cruzando el Anduin.
         Unas horas después de emprender la marcha, encontraron un pequeño arroyo de límpida agua, y ya sintiéndose mas seguros, decidieron levantar un campamento. Allí aprovecharon para encender un fuego, secar sus ropas y revisar sus posesiones. Varyar encontró que sus alimentos se habían echado a perder en su mayoría, a excepción de la carne, la cual aún podía ser comestible. Lindelen se alejó unos momentos del campamento regresando con varios frutos del bosque, con los cuales se alimentaron. Mientras conversaban, ella atendió la herida que Varyar tenía en el brazo, la cual afortunadamente no se encontraba infectada.
         Ambos se contaron sus historias con detalle, y después de guardar unos minutos en  silencio, volvieron a hablar ahora sobre tiempos felices y lejanos, regocijándose ambos con la presencia del otro. La terrible situación que habían atravesado los había unido de una manera misteriosa, instalándose “extraños sentimientos” en ambos. Estos sentimientos fueron profundizándose en los siguientes días de caminata, dándose cuenta que sus destinos se encontraban  entrelazados...
         Finalmente llegaron a los linderos del Bosque  de Lorien, donde al internarse en él  pronto fueron detenidos por arqueros elfos que vigilaban el lugar. Estos, apuntando sus flechas contra el hombre, y hablando en idioma elfico, le dijeron a Lindelen que podía entrar al bosque, permiso que el mortal no tenía.
         La cara de Lindelen se puso pálida en extremo ante ese ultimátum, haciendo un involuntario gesto de dolor. Varyar le preguntó que es lo que habían dicho, y ella, con voz entrecortada, le tradujo la advertencia...
         Él entonces le confesó lo que había callado durante tantos días de peligrosa caminata: -¡Te amo, Lindelen! Mi destino está junto a ti, y si he de morir,  entonces moriré... pero no me alejaré de tu lado. Con esas palabras el corazón de Lindelen se conmovió, ella tampoco podía alejarse de ese hombre que “la había cautivado”... Se encontraba en una disyuntiva tremenda. Pero ella hizo visible su elección con un fuerte abrazo a Varyar, y un beso en los labios del humano, para horror de los elfos que los contemplaban. Ella se irá con él adonde fuera...
         Pero Varyar también sabía que ella no podría sobrevivir lejos de todo lo que conocía, su cultura y sus congéneres, así que en ese momento pidió a  Lindelen que tradujera fielmente sus palabras a los elfos apostados. Pidió permiso para entrar al bosque, y ser conducido ante sus reyes, y que ellos juzgarán. El se  encontraba dispuesto a afrontar la muerte, y si ese fuera su destino, lo aceptaba por amor a Lindelen.
         Los elfos al escuchar la traducción de Lindelen, intercambiaron miradas y  desentesaron sus arcos. Contestándole a la joven elfo, que lloraba desconsoladamente, que podían pasar.
         Varyar fue desarmado entonces, y conducido hasta el centro del bosque junto con su amada, la cual  rehusó a separarse de su lado en todo momento... caminaron bastante por el bosque y luego cruzaron en bote una corriente de límpida agua, tras la cual pronto se encontraron en el centro del reino de Lorien.
         El humano se maravilló del sitio en que se encontraba, no creyendo haber visto algo tan hermoso en su vida.
         Rápidamente fueron conducidos antes los Señores de Lothlórien, Galadriel y Celeborn, quienes después de interrogarlos, y observar el amor que entre ellos se tenían, decretaron, con justicia, que podrían seguir juntos y vivir en Lorien. Aunque fue impuesta a Varyar una orden: que ya nunca podría volver a abandonar el lugar y regresar con sus hermanos, los seres humanos. Que el día que intentara salir del bosque, irremisiblemente sería muerto... Él aceptó la condición sin pesarle, porque sabía que su destino era al lado de Lindelen.
          De ese modo, la joven elfo y el hombre de Gondor, se instalaron juntos en Lorien, el bosque de permanente primavera, y vivieron allí, amándose, lejos del convulsionado mundo exterior, hasta que la muerte de Varyar (en la ancianidad) los separó “brevemente por largos años”... ya que un día volvieron a encontrarse nuevamente, para estar juntos por toda la eternidad.

  
 

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