La Decisión de los Valar

21 de Octubre de 2006, a las 09:56 - Dimthulë
Concurso de relato corto dramático 2006 - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Tocaba la hora del crepúsculo en las laderas del Taniquetil y la tenue luz del sol bañaba dulcemente toda la extensión de Aman para dejar paso al resplandeciente Isil. El hasta entonces apacible silencio que solía reinar en los atardeceres del Reino Bendecido había menguado y se había convertido en algo funesto y maléfico. Este ominoso ambiente anunciaba vientos de cambio, congoja, la confirmación definitiva de un final largamente anunciado. Lamentablemente y pese a tener el absoluto conocimiento de que algo está por venir, el corazón nunca deja de recibir el cruel impacto de una emoción sobrecogedora y dolorosa.
Así es como se sentían los nobles Vanyar en la ciudad de Valimar, al igual que sus parientes los Noldor en Tirion, que comentaban entre ellos los inauditos acontecimientos que habían tenido lugar sólo dos días atrás en las costas de Eldamar. Pero eran sobre todo los bondadosos Teleri, desde su puerto en Alqualondë, y los exiliados en Tol Eressëa, quienes tenían el espíritu más turbado respecto al asunto que agitaba aquellos días Valinor: la mancillación de las Tierras Inmortales, la desobediencia de los Númenoreanos y la mismísima ira de Ilúvatar presenciada por los ojos de los habitantes del Reino Bendecido, que había llevado al Único a cambiar la forma de Arda y alejar las Tierras Imperecederas del mundo tal y como se conocía hasta entonces.
Ahora todos los ojos estaban puestos en el Anillo del Juicio, donde se habían reunido una vez más los todopoderosos Valar para establecer una valoración de estos hechos. Ni siquiera el esquivo Ulmo, Señor de las aguas, faltó a la cita. Allí estaban todos los gobernantes de Arda: el Rey supremo Manwë Súlimo y su esposa Varda la iluminadora de estrellas, el indómito Oromë, Yavanna la dadora de frutos, Aulë el hacedor, Tulkas el poderoso, Nienna la piadosa, los hermanos Mandos y Lórien, amos del destino, y las Valier Vairë, Estë, Nessa y Vána. Gloriosos y esplendorosos como una puesta de sol en primavera desde la más alta de las montañas, estas deidades habían gobernado desde el principio de los tiempos la forma y visión de su padre, el gran Eru Ilúvatar, en cuya concepción ellos mismos participaron. Y el resultado de esta visión es el mundo, también llamado Arda, ubicado en medio de los confines del espacio y el tiempo, del vacío de las estancias intemporales.
Desde el momento en que entraron en Arda, los Valar se habían visto forzados a luchar varias veces en terribles guerras y a tomar decisiones extremadamente difíciles incluso para su sabiduría. Comenzando por la primera guerra contra Morgoth antes de la llegada de los Primeros Nacidos, pasando por la rebelión de los Noldor en Aman que culminó con el exilio de estos y engendrando toda una edad de batallas en Beleriand, y culminando con la Guerra de la cólera que terminó con el reinado de terror de Morgoth, lo cierto es que nunca jamás pensaron los Valar que el mal pudiera llegar nuevamente a sus costas desde entonces. Pero así había sucedido.
Porque Ar-Phârazon, último gobernante de Númenor, y reino de los Edain o Grandes Hombres, finalmente había sucumbido a la rama más despiadada del mal, y el camino de esta noble estirpe se había perdido para siempre. Se ha dicho en diversas ocasiones que el Hombre, a causa del espíritu indómito que le fue otorgado por Ilúvatar, es el ser más parecido a Morgoth y que por esta causa una sombra de corrupción siempre le acecha cual ave carroñera dispuesta a destruir su espíritu si este no encuentra la fuerza suficiente para superar las adversidades que encuentra a lo largo de su vida. Esto es algo que no ocurre demasiado a menudo en esta desdichada raza muy diferente a su predecesora, la de los Eldar. Y fue así que, envidiando la inmortalidad y beatitud de los que viven en la tierra de Aman, quisieron ir más allá de sus propias posibilidades egoísta y codiciosamente, y asaltaron las costas de Eldamar reservada a los Inmortales y vetada a los Hombres por prohibición expresa de los Valar.
En el mismo instante en que Ar-Phârazon el Poderoso pisó la tierra inmaculada, los Valar invocaron a Ilúvatar por vez primera desde que la hechura del mundo fue completada y dejaron que fuese Él, desde los espacios intemporales, quien controlase el destino de los acontecimientos. Ilúvatar cambió la forma de Arda; Hundió completamente bajo las aguas del mar la isla de Númenor, que desde ese día fue conocida como Akäbelleth, pero no se conformó sólo con eso para castigar la desobediencia de los Hombres: también retiró las Tierras Inmortales de los círculos del mundo, de modo que nadie pudiera encontrarlas sin autorización expresa, e hizo que se volviera redondo. Sí, así es; Mientras que antes de este cambio el mundo tenía fronteras, conocidas como Puertas de la noche, que conducían al vacío intemporal, ahora un viajero siempre daría vueltas y nunca encontraría modo de escapar.
Como ya se ha dicho, dos son los días que habían transcurrido desde la consumación de estos hechos. Arda volvía a ser nuevamente gobernada por los Valar. Fue entonces cuando se puso en debate la historia pasada, presente y futura del mundo. Y entonces, el Rey supremo Manwë tomó la palabra y comenzó a hablar:
- Nos encontramos aquí reunidos una vez más en el sagrado Anillo del juicio como ya venimos haciendo cada vez que una crisis asola el mundo que se nos ha encomendado gobernar, cargo que hemos aceptado por amor al mismo. Sin embargo, y pese que desde hace ya innumerables años que la sombra de nuestro par Melkor se extendió por los confines de Arda, es en estos días cuando nuestro bienamado mundo ha vivido un cambio de naturaleza dramática como consecuencia de esta oscuridad, y nunca volverá a ser el mismo. Arda ha cambiado; Los Hombres de linaje más noble se han extraviado en las tinieblas, el tiempo de los Eldar en el mundo visible toca a su fin, y los vasallos del Señor Oscuro no solo han vuelto a resurgir con ímpetu, sino que han cumplido su propósito de sumir a la Tierra Media en la desgracia. Como bien sabéis, la voluntad de Eru reside en todos nosotros, y me es revelada directamente al corazón. Esta ha hablado claramente: solo Él conoce el porqué de todo lo que sucede en Arda y junto con él Mandos el Juez. La sabiduría y conocimiento de Eru no conoce límites porque él es el hacedor de todo lo visible y lo invisible, de absolutamente cada elemento que compone el espacio tiempo, de las almas y los espíritus y de cualquier objeto físico y etéreo. Todo proviene de Él. Si ahora Númenor yace sepultada bajo las aguas y los Hombres de esa hermosa tierra han alcanzado ahora las estancias de Mandos, es por una razón que va
más allá de nuestro propio entendimiento.
- Permíteme añadir algo -Interrumpió Ulmo-. Hemos pasado por muchas penas y sufrimiento para llegar a establecer un orden en los pueblos y razas de Arda, y ahora siento un enorme dolor en el corazón a causa de todo lo acontecido estos días. Es, a mi parecer, terriblemente injusto que casi todo el pueblo de los Altos Hombres haya perecido víctima de la cólera de Eru y de la nuestra. No cabe duda que los corazones de buena parte de ellos se habían torcido al mal; Pero al pensar en la cantidad de niños, de mujeres y de Hombres que no rendían pleitesía al dominio de Sauron y cuya inocencia estaba fuera de toda duda, no puedo evitar que me invada una profunda tristeza. Bajo mi condición de Vala puedo aceptar los propósitos de Eru aunque a veces sus medios me resulten cuanto menos incomprensibles. Y estoy dividido entre los sentimientos de mi propio corazón y todo aquello que se supone que debo mantener por encima de mis propias convicciones.
- Y por eso lo hiciste, ¿verdad?. –dijo Yavanna-. Es por eso que acogiste a Amandil bajo tu protección y lo llevaste a Tol Eressëa sin comunicárselo a tus pares, salvándolo de la ira de Eru. Y por eso mismo los barcos de Elendil, el hijo de Amandil, y los hijos de Elendil han llegado sanos y salvos a las costas de la Tierra Media.
- ¿Acaso me estás acusando de rebeldía contra Eru? -respondió Ulmo-. Efectivamente, creo que era injusto que la casa de Andúnië, fiel a las enseñanzas de los Eldar y los Ainur durante todo el tiempo del ahora extinto Reino de los Edáin, pereciera en esta brutal matanza. No solo tuvieron que soportar durante varias generaciones la vergüenza de ver cómo su propia casa sucumbía a la ambición y a la oscuridad, sino que se mantuvieron fuertes e íntegros hasta el final pese al sometimiento, mofa y desprecio de sus pares. Sobrevivieron incluso con la presencia del maléfico Sauron envenenando vilmente los oídos de Ar-Phârazon en Armenelos. Y hazañas como la llevada a cabo por el joven Isildur, salvando él sólo el símbolo de la belleza de Aman y único vínculo directo de los Númenoreanos con nosotros los Inmortales, tampoco podían quedar en balde. ¿No crees que tanta valentía merece su recompensa?. Yo aún creo en ellos…
- Empiezas a hablar como un mortal -interrumpió Oromë-. Los hijos de los Hombres creen que los tenemos abandonados y que ninguna de sus plegarias llega hasta nuestros oídos. Tienen la certeza de estar abandonados en un mundo inhóspito sin esperanza, y ¡por Eru que no quisiera verme en esa tesitura!. El no tener otra opción salvo la de tener fe en lo que no se puede ver, a sufrir mil y un males y aún más, a ser sometidos por tiranos que solo buscan el interés propio y el sometimiento ajeno… indudablemente amedrentaría mi alma hasta convertirme en una mera sombra de mi propio ser. Pero los Hombres son incapaces de soportar la enorme y pesada carga, casi tortura, de las constantes emociones que les invaden a cada momento. Aún así, deben seguir teniendo fe. Esa es su meta, su misión, su finalidad. Cuando Tar-Palantir reinó en Númenor no hace mucho tiempo atrás, se me encogía el corazón al verle mirar fijamente hacia Avallonë día y noche, reflejando el brillo de sus empañados ojos en la estrella de Eärendil esperando piedad, comprensión y socorro. Pero nosotros no podemos acudir en
su auxilio de ese modo.
- Intenta comprender -añadió Manwë- que los espíritus de los Hombres son libres de cualquier atadura, muy diferentes a los Eldar en todos los aspectos. No pueden tener Señores que les instruyan de forma directa como nosotros. Cada uno de los presentes, así como los Eldar y los Atani, tenemos una misión que diferente cumplir en Arda. Por desgracia, estos últimos aún no son capaces de comprender que el papel que ellos tienen que desempeñar es el más importante de todos: ser los artífices de la culminación de la obra de Eru, dar la forma final y definitiva a toda la historia de Arda, y ¡ay! desgraciadamente todo esto pertenece a aquella parte de la visión que no pudimos ver en su momento. En cierto modo, nosotros también nos vemos obligados a tener fe en aquello que no podremos completar con nuestras propias manos.
- Muy cierto –comentó Yavanna-. Hace ya incontables años, durante la hechura de Arda, acudí a ti preocupada por la llegada de los hijos de Ilúvatar y todo lo que significaría para mi obra y la naturaleza en sí.
- Así es -asintió Manwë-. Veo que ahora comprendes lo que te dije entonces. No puedes preservar nada como algo tuyo si no permites que otros puedan conocerlo y manipularlo para quizá así mejorarlo.
- O destruirlo –dijo súbitamente Aulë-.
- No es el caso –interrumpió nuevamente Yavanna-. La llegada de los Eldar y los Atani al mundo supuso un duro revés para todo aquello que reside en la naturaleza pero también sé que, al igual que yo, han llegado a amarla incluso por encima de mí. Y por eso he comprobado de primera mano cómo han embellecido todo aquello a lo que un día di forma más allá de mis propias fantasías, aunque también he sido testigo de la destrucción y la consumación de la inmundicia por parte de algunos de estos espíritus perdidos y oscuros.
- Nos estamos desviando del tema -dijo Ulmo, algo consternado-. No estamos aquí para hablar del sentido de la presencia de cada forma de vida en Arda, sino para decidir qué debemos hacer respecto al reciente hundimiento de Númenor, los supervivientes, e incluso al socorro de los Elfos y Hombres que están ahora perdidos en la Tierra Media a merced de una próxima aparición de la oscuridad.
En ese instante Mandos se levantó de su asiento y comenzó a hablar. Normalmente este es un Vala de pocas palabras, quizá debido al enorme peso que supone llevar dentro el conocimiento del destino de todo ser viviente. Pero ahora hablaba claramente, y decía con majestuosidad lo que por fuerza debía decir en aquel momento.
- Todo lo ocurrido estos días -comenzó-, o más bien en los últimos años, es fruto una vez más del destino ya escrito de Arda maculada. Largo tiempo atrás se me comunicó lo que iba a suceder. La labor de los Valar y la particularmente la mía es la de mirar más allá de cualquier limite de espacio o tiempo, elementos que a nosotros no nos afectan por nuestra propia naturaleza, y la caída de Númenor es una auténtica tragedia que sin duda será recordada en edades venideras con respeto y tristeza, un duro golpe para el mundo de los Hombres. Finalmente, incluso caerá en el olvido. Puedo decir, aquí y ahora, que nunca jamás volverá a florecer un Reino tan virtuoso en la historia de Arda después de aquellos que componen los de los Primeros Nacidos. Pero este no es el fin de los Hombres, al contrario. Es un nuevo comienzo.
- Me gustaría poder decir algo -interrumpió Nienna-. No debemos dar la espalda a los hijos de Ilúvatar ahora ni dejarles caer en la creencia de que los Valar los dejan de lado. ¿Que no es el final de los Hombres, dices?. Puede ser, pero ya no volveremos a ver las grandes obras de los Númenoreanos ni la gloria de sus días de antaño, lo cual hace que me invada una profunda tristeza. Los Hombres que hay ahora en la Tierra Media son mezquinos, malvados, dementes, almas confusas y corruptas… los Señores del Mar deberían por fuerza convertirse en sus gobernantes, pero ¿qué harán ahora?. ¿Se abandonarán a su suerte?. ¡Tengo que ir a reconfortarles, a decirles que todo va a ir bien!. ¡Nadie me lo impedirá, ni aún tú, Manwë Súlimo!.
- ¿Te opondrás pues a la voluntad de Ilúvatar, Nienna? -respondió Manwë-.
- ¿Y qué voluntad es esa, mi Señor?. ¿Abandonar a su suerte a un pueblo débil que apenas conoce la felicidad frente a fuerzas y poderes oscuros que están muy por encima de ellos?. Los Hombres son débiles y por ello se abandonan al mal y a una infinidad de despropósitos que les carcomen el alma conforme su corta vida transcurre y su esperanza mengua. Son como niños en medio de la niebla, necesitan una mano que les guíe por el camino correcto.
- Lo que tú llamas guía yo lo considero sometimiento –añadió Tulkas-. Lo que tú pretendes es que los Hombres se conviertan en algo que nunca podrán ser. El Hombre por naturaleza es indómito y rebelde, y es precisamente por ese Don que los Valar jamás los hemos tutelado directamente.
- Pero es que nadie de los presentes parece creer que estos Segundos Nacidos puedan llegar a ser tan nobles y hermosos como sus hermanos los Primeros Nacidos – Respondió Nienna-
- ¡Contén tu ira, Valië! -Irrumpió apresuradamente Varda-. Entiendo tus sentimientos más allá de lo que puedas siquiera creer, y que tanto el dolor como la sangre inocente derramada es capaz de nublar tu buen juicio. Ningún Vala, Valië o Maia tiene en baja estima la valía de la raza de los Hombres. Tan solo nos limitamos a intentar comprender lo sucedido en base a nuestra propia sabiduría y las consecuencias a largo plazo de todos estos agrios momentos. El corazón debería advertirte que hasta el más cruel de los males cometidos se puede tornar en un elemento hermoso. Recuerda la matanza en Alqualondë o cualquiera de las guerras de Beleriand por fin extintas para siempre. La mano del destino es alargada, y si no hubiera sido por la rebeldía de Fëanor nunca jamás hubieran acontecido tantos hermosos momentos en la historia de Arda. Ni siquiera hubiera existido el reino de Númenor que ahora toca a su fin. Pero veo más allá y debes pensar en toda esta tragedia como un elemento indispensable, una pieza única e insustituible, un capítulo clave en la vida de Arda. Sí; Dentro de menos tiempo del que
imaginas el pueblo de los supervivientes de Númenor que ahora mora a la deriva en las costas de la Tierra Media se convertirá en un nuevo reino que honrará la memoria de todo lo que han dejado detrás y que habrá aprendido de los errores del pasado, aunque nuevas pruebas y sinsabores se crucen en su camino.
- Bien dicho -dijo Manwë-. Y efectivamente así será; Las guerras aún no han terminado en tanto Sauron o cualquiera de las semillas que plantó Morgoth germinen libremente en la Tierra Media, pero es ahora cuando nosotros debemos decidir qué haremos respecto al auxilio que ofreceremos o no a los Hombres y al ocultamiento definitivo de Valinor. La voluntad de Ilúvatar ya me ha sido revelada.
- Habla pues, oh Rey de Arda, pues pese a nuestra propia divinidad es a ti y sólo a ti a quien se ha confiado el conocimiento del destino de todo lo que acontecerá – sentenció Ulmo-.
- Una vez más me veo en la obligación de establecer un nuevo orden, pero esta vez es todo muy distinto. Necesitaré consejo y apoyo, así como la máxima colaboración de todos vosotros y de nuestro pueblo, los Ainur. Algunos de los aspectos de este nuevo mundo que ahora surge y que cambiará para siempre su destino hasta el fin no podrán ser alterados. Otros de estos aspectos serán imposiciones que deberéis acatar sin oposición alguna, sabiendo que proceden de Ilúvatar. Y finalmente, otros asuntos que deberemos decidir aquí y ahora ante las cuales creo tener la plena certeza de que serán fácilmente resueltos.
- Así es -interrumpió Mandos-. El destino de Arda después de la caída de Númenor cambiará radicalmente, pues nosotros ya no podremos volver a manifestarnos nunca más en ella aunque esta perezca totalmente. Ya no estará en nuestras manos de forma directa nunca más.
- Estamos impacientes por escucharte, Señor -dijo Oromë, quien al escuchar las palabras de Mandos palideció, pues amaba profundamente la Tierra Media-.
- Para empezar -dijo Manwë-, he de comunicaros que la retirada del Reino Bendecido respecto a las tierras visibles de Arda es definitiva y que ya nadie salvo los Elfos, los cuales están llamados a desvanecerse en la Tierra Media o volver aquí, su verdadero hogar y meta que deben alcanzar en sus corazones, podrá pisarlo o encontrarlo. Ni siquiera los anillos de poder que han forjado con la ayuda y conocimientos de Sauron el Maia les librará a largo plazo de este destino. Los Eldar deberán desaparecer pronto según nuestras cuentas, aunque aún muchísimas generaciones de Hombres quedan para que llegue este momento. Partirán desde los puertos al Oeste de la Tierra Media, y sólo a ellos se les permitirá cruzar la línea que separa ambas realidades. De este modo, este lugar en que residimos jamás podrá volver a ser alcanzado por cualquier otra forma externa de vida, benévola o malévola.
- Esto me parece bien -dijo Varda-. Los Hombres deben cuidar de sus propios asuntos, y ahora que ya han recibido las enseñanzas de los Elfos, las cuales provienen a su vez de las nuestras, deben dar una forma definitiva a su cultura y engrandecerla o destruirla completamente con el paso de las generaciones. Las enseñanzas del Oeste son muy valiosas y no dudo que estas se corromperán según avance implacablemente el tiempo, pero debemos tener confianza en todo aquello bueno que deberá acontecer.
- Efectivamente -continuó Manwë-. En relación a los herederos de Valandil, estos se han ganado a pulso el tener la posibilidad de devolver la gloria a su marchitado y casi extinto Reino, así como por el indudable valor del propio Valandil. Pero esta vez nadie sabrá que este ha logrado cumplir su misión, pues no podrá salir de Eressëa en los breves años que le quedan de vida. Será tratado con honores y pasará el resto de sus días junto a sus parientes de sangre, los Noldor de Gondolin y Tuor hijo de Huor. Y en cuanto a Elendil y sus hijos, los príncipes Isildur y Anárion, preveo que su llegada a la Tierra Media será el signo de la esperanza de la que tanto hablamos. Ellos traerán la salvación de la Tierra Media en las edades venideras y lograrán vencer al mal, aunque ellos mismos no vivan para contarlo.
Ulmo sonrió entonces, y una mirada fugaz le pasó por el rostro indicando un mayor conocimiento acerca de lo que acababa de decir Manwë, como si su propio conocimiento fuera superior al del Rey Súlimo.
- Finalmente, queda un asunto que deseo proponer y que todos debemos aprobar por consenso –prosiguió una vez más Manwë-. Nosotros somos los Valar, los poderes de Arda, los hacedores de todo lo que hay en estas estancias que sirven de morada a los benditos hijos de Ilúvatar; Pero ahora hemos llegado al final de nuestro mandato en la vanguardia, y debemos retirarnos para ser meros observadores del desarrollo final del mundo junto a nuestro bienamados Eldar. Para bien o para mal, son los Hombres y nadie más quienes deben concluir la obra del Único por orden directa suya, aunque este mundo se convierta en un ruinoso lugar. Y existe una gran posibilidad de que así suceda. Es duro asumirlo, y especialmente en este momento en el cual aún siguen sufriendo el yugo de alguien que está muy por encima de ellos. Hablo de Sauron el Maia, el maldito servidor y heredero de las argucias y poderes malignos de Morgoth. En los años que están por venir, Sauron regresará y pondrá en jaque a los reinos que los hijos de Númenor establezcan. Habida cuenta que nosotros ya no podemos detener a Sauron de forma directa como antaño hicimos con Morgoth, propongo enviar a algunos de los Maiar para que actúen a modo de emisarios. Pero estos no deberán mostrar toda la plenitud de sus poderes y deidades: tendrán una apariencia frágil y débil, y no podrán entrometerse de forma directa en los asuntos de los Hombres. Estarán limitados por el propio Ilúvatar y pertenecerán a una pequeña orden cuya misión no será tanto la de combatir como la de orientar. Ya que nosotros mismos no podemos hacer acto de presencia, creo que no es malo que tengamos en nuestro poder un elemento que inflame los corazones de los Hombres y los llene de sabiduría, consejo, ánimo y tutela.
- ¿Y en quién has pensado para tal misión? -Preguntó Ulmo-.
- Esperaba que vosotros propusierais nombres -respondió Manwë-. Y además no dudo que algunos de vosotros ya tenéis pensado algo al respecto, ¿me equivoco?.
- No te equivocas, Señor –respondió Nienna-. Mi buen Olórin estaría dispuesto a cumplir esta labor, pues ama por igual a todas las criaturas del mundo. No hay corazón más sabio, bondadoso y valiente en toda Arda.
- Cúrunir también sería de gran ayuda en esta empresa –añadió Aulë-. Es inteligente y sabio, y sabe mucho de la ciencia y hechura de las materias de la tierra, al igual que el
propio Sauron. Si alguien ha de convertirse en su enemigo, ese es él.
- ¿Pese a que precisamente se trate de un Maia de poderes y características similares a los del propio Sauron? -apuntó Yavanna, sorprendiendo desagradablemente a Aulë-. Eso le convierte casi en un par de Sauron, no un enemigo. Tú mismo fuiste incapaz de evitar que Sauron fuera corrompido por Morgoth hace incontables edades, aunque era un discípulo tuyo.
- Eso es injusto –respondió Aulë-. Presuponer que Cúrunir pueda convertirse en una amenaza igual o peor a la de Sauron es inverosímil si tenemos en cuenta que este partiría a la Tierra Media limitado en poder por el propio Ilúvatar. Además, su inteligencia, sabiduría y buen tino hacen que él sea el más indicado para liderar esta orden de carácter diplomático.
- Cúrunir liderará a los Istari -dijo Mandos, sin añadir una palabra más-.
- Sea –dijo Manwë-. Los Istari, nombre que recibirá la orden, será liderada por Cúrunir, seguido en autoridad por Olórin y después de este por otros Maiar de menor jerarquía. Ayudarán a los Reinos de los Hombres a librar las batallas en las que deberán participar en años venideros contra las fuerzas oscuras y, llegado el momento y si es necesario, dejarán de realizar esta tarea. No obstante, esto no ocurrirá hasta dentro bastante tiempo, cuando la resolución de los hijos de Númenor mengüe y vacile frente a su enemigo.
Todos los Valar asintieron, acordando por unanimidad la postura que adoptarían respecto a Arda, que al fin y al cabo era el mundo que ellos mismos habían creado. Muchas cosas aún estaban por acontecer, tal y como pudieron prever en ese momento y tal y como luego sucedió después. Y así fue como se decidió el futuro dominio absoluto de los Hombres pese a su debilidad de espíritu. Así había sido escrito y así es como culminará. Dentro de incontables edades aún por llegar, cuando llegue el fin y estalle la Dagor Dagorath, cuyo símbolo permanece inalterable en las estrellas de Varda a modo de advertencia, regresarán los Valar a Arda junto a los Eldar y todas las razas de los hijos de Ilúvatar combatirán a Morgoth. Pero mientras eso llegue a ocurrir, los Atani son y serán los Señores de Arda y tendrán que sobreponerse a sus errores y debilidades. Porque así es como debe ocurrir, y la luz iluminará todo atisbo de sombra y penumbra que pueda asolar hasta el más bravo de los corazones.
Manwë se levantó entonces e hizo un alegato final, el cual no solo llegó a los presentes en el Anillo del Juicio, sino también a los corazones de todos los habitantes de Eldamar. La fe. Esa es la clave. A lo largo de estas longevas edades hemos podido comprobar que todo lo que acontece en la historia del mundo tiene una razón de ser que posteriormente rige la vida de todos los descendientes generacionales a esos acontecimientos. La raza de los Hombres ha demostrado por sus actos el poseer las más hermosas virtudes, pero también las más despiadadas y viles. Y por eso, mientras existan Hombres que crean en la belleza y la luz, en el amor y en el honor, en la decencia, la paz y la amistad, el mundo de Arda merecerá seguir en pie. Tengamos fe en la humanidad. Porque todo finalmente cobra sentido, hasta lo que parece absolutamente incomprensible. Observaremos atentamente el desarrollo de los acontecimientos.
Una sonrisa de satisfacción y orgullo pasó por los rostros de los Valar. Como un padre que hace entrega de una heredad preciada a sus hijos, dejaron en manos de los Hombres su bien más preciado: Arda maculada. Estos tendrían en sus manos un tesoro a cuidar y respetar. Pero que lo consigan ya no está en sus manos.


  
 

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