El último anillo

07 de Octubre de 2006, a las 16:37 - Manuel Martínez Marí
Concurso de relato corto humorístico 2006 - Chistes, parodias, humor gráfico :: [enlace]Meneame

No importa, ningún peligro es grande para Pies de Plátano, el alegre Hobbit pelirrojo de la aldea del Puente Verde. A sus 16 años llevaba toda su vida alimentado por las gloriosas hazañas de Frodo, Bilbo y los épicos episodios de la antigua Guerra del Anillo. Aunque ya habían pasado más de 200 años de aquello, Pies de Plátano soñaba con protagonizar nuevas hazañas que le dieran renombre y figurasen en los libros junto a las de sus héroes admirados.
Muy decidido a seguir el camino de la gloria, Pies de Plátano empezó por salir al camino de su aldea.  Se despidió de todos sus amigos y familiares, hizo un hatillo con todo lo imprescindible, hizo acopio de provisiones y salió al camino.  Dejó atrás muchas amistades entrañables llorando su marcha, si bien también hay que decir que algunos, por razones inexplicables, se alegraron de su marcha, gentes sin duda malvadas y enemigas suyas.
En su imaginación veía ya a los mágicos Elfos y a los hórridos Orcos aparecer en el camino. Una nube en el cielo le parecía un dragón, un árbol más alto en el horizonte un temible gigante. Pero, transcurridas dos horas de camino, con lo único que se encontró fue con el carro de Comadreja, el buhonero, que llevaba sus mercancías de aldea en aldea por toda la Comarca. El carro chirriaba horriblemente, inclinándose de un lado.
-Buenos días tenga, señor Comadreja.  Parece que ese carro ya está un tanto viejo.
-Sí, bajando una hondonada la rueda se ha quebrado, tendré que arreglarla al llegar a Puente Verde.
-Déjeme, esta rueda se la arreglo yo, ya sabe que soy aficionado a todas clase de trabajos manuales.
-¡No! Déjalo, no hace falta, ya me lo arreglaran en la aldea. –La expresión de Comadreja era de angustiado pavor.-
-Es fácil, no hay más que ajustar este remache aquí, se hace presión allí, se ajusta. Se golpea... ¿Ve? Ya está bien. Ya puede marcharse tranquilo. Puede decir en Puente Verde quien le ha arreglado el carro.
Comadreja se marchó en su carro, que ahora andaba perfectamente, lo que no podía decirse del rostro pálido e incrédulo del señor Comadreja, quien musitó en voz baja un “gracias”.
Sin embargo, apenas hubo dado Pies de Plátano cuatro pasos, el carro empezó a desmoronarse, no sólo salieron rodando las cuatro ruedas, cada una por su lado, sino que también las junturas del carro cedieron, desparramándose toda la carga en medio del camino. Pies de Plátano aligeró la marcha mientras Comadreja le reiteraba su agradecimiento.
-¡Sí, muchas gracias!  ¡Por supuesto que le diré a todo el mundo en Puente Verde QUIEN me arregló el carro!

Ahora el pobre y solitario Pies de Plátano se encontraba ante el puente de piedra que cruza el río Brandivino, más allá comenzaba el bosque oscuro y misterioso, morada de Elfos y de oscuras criaturas.  Al llegar la noche, Pies de Plátano distinguió una extraña luz al  fondo del bosque. Fue hasta la luz, y allí encontró una festiva reunión de Elfos. Los primeros Elfos que veía en su vida. Cuando se acercó, le extrañó la tristeza que se veía en todos los rostros.
-¿Que hace un Hobbit de la Comarca en el bosque de los Elfos?
-He salido de mi aldea para ver mundo.
-Mal momento has escogido para salir al mundo, pequeño Hobbit.
-Sí, -dijo otro Elfo- Nuestros hermanos del sur nos han comunicado hace días que una nueva oscuridad está surgiendo en la antigua Mordor.
-Dicen. –intervino otro- que algunos de los descendientes de los servidores del Señor Oscuro se han reagrupado en su antiguo reino de terror, y están tratando de forjar nuevos anillos de poder. El rey de Gondor envió a sus soldados para comprobar esos rumores, pero ninguno de sus enviados ha regresado.
-Esto es justamente lo que yo esperaba. Ahora pienso que he hecho bien en salir de mi aldea. Viajaré hasta el sur y me ofreceré al rey de Gondor como antaño hicieron Frodo y los de su Compañía.
-No sabes de lo que estás hablando, pequeño Hobbit. No sólo el viaje es demasiado peligroso para un viajero solitario como tu, sino que una vez en Gondor no creo que puedas ser de la más mínima utilidad para su rey.
-¿Acaso crees –dijo otro- que una criatura insignificante como tu puede servir de ayuda a un rey que cuenta con miles de heroicos y veteranos caballeros?
-Frodo y sus compañeros también eran insignificantes hobbits. –respondió Pies de Plátano visiblemente ofendido en su amor propio- y salvaron al mundo del Señor Oscuro.
Los Elfos trataron de disuadir al pequeño Pies de Plátano de la locura de su proyecto, pero el pequeño Hobbit replicaba una y otra vez que el Destino le había llamado para desempeñar nuevas páginas de gloria en las crónicas de los Hobbits y de los Hombres.
 Los Elfos, cansados de intentar disuadirlo, le invitaron a dormir en su poblado, ofreciéndole una de sus casas en la copa de los árboles iluminada por el gluín, la llama de hogar mágica de los Elfos.
-Aprende a manejarla bien, su fuego será más intenso según tu voluntad, y menguará a medida que espíritu se enfríe. Este fuego mágico obedece al pensamiento humano. No lo olvides, pequeño e insignificante Hobbit.

Pies de Plátano quiso pasar la noche durmiendo con los Elfos, pero embriagado con tan fuertes emociones le costaba pegar ojo. Después de horas de insomnio decidió abandonar el campamento de los Elfos antes de la llegada del alba. Tal vez influyera en su decisión el hecho de que el bosque empezaba a arder por la extensión de fuego de gluìn, un fuego mágico que escapó a todo control. Pies de Plátano se sorprendió de que unos seres que él había creído tan puros y espirituales fueran capaces de soltar una retahíla de palabras malsonantes y despreciativas para un pequeño huésped extranjero acogido en su poblado.

Pasaron largas y tediosos días, que luego se convirtieron en semanas, recorriendo en triste soledad inmensos y oscuros bosques, extensos y desolados páramos y altas y rocosas montañas. En las Montañas Nubladas Pies de Plátano halló al fin compañía, una banda de enanos que se dirigía a las cuevas de Moria en busca de un tesoro.
-Ven con nosotros, nos ayudarás a cargar todo el oro de las entrañas de la Tierra. Luego proseguirás tu viaje.
Pies de Plátano desapareció en las entrañas subterráneas de Moria en compañía de los enanos, y estuvieron recorriendo sus galerías durante todo un día con breves descansos,, pues en esas profundidades mañana, tarde y noche se confunden en una sóla oscuridad.  Ignoraba que el amuleto mágico de los enanos con el que pretendían encontrar el tesoro poseía una maldición que impedía a cualquier enano utilizar su magia. Los hombres resultaban demasiado ambiciosos, los  Elfos no se llevaban bien con los enanos, sólo un hobbit podía servir para su propósito.
Al llegar a una gran sala subterránea, el enano capitán le dio una extraña pieza metálica a Pies de Plátano, eran varios discos engarzados uno en otro, uno de oro, otro de plata y otro de jade. En el de oro había grabado un sol, en el de plata una luna, y en el de jade un árbol.
-Mira, tienes, que colocar estos tres dibujos alineados, de forma que estén uno encima del otro.
-¿Y por qué no lo hacéis vosotros?
- Los Hobbits sois más mañosos que nosotros.
El pequeño Pies de Plátano, sin replicar, cogió el talismán e hizo lo que el capitán enano le había mandado. Nada más hacerlo, un pequeño temblor llenó la estancia. Una vibración hizo estremecer a todos, luego una gran luz apareció en medio de la pared rocosa, esa luz cegadora se fue apagando quedándose en un blanco neblinoso. Luego la neblina se disipó, la pared rocosa había desaparecido, y en la sala de al lado aparecieron inmensos tesoros  acumulados durante largos siglos. Las antorchas de los enanos iluminaban vagamente aquel maravilloso espectáculo.
-Sólo una vez cada mil años se puede abrir esta cueva, y solo si se tiene el talismán. Luego, para cerrarlo, sólo hay que separar el sol, la luna y el árbol, y todo volverá a ser como antes.
-¿Así? –Preguntó Pies de Plátano mientras volvía a manipular el talismán, en un instante volvió otra vez el temblor y las vibraciones, una espesa nube de humo cubrió la puerta de la sala del tesoro, cuando la neblina se disipó, la pared rocosa volvía a estar en su sitio. Los enanos siguieron mirando al lugar donde un minuto antes brillaban el oro y las gemas, sus caras reflejaban el más elevado grado de estupor, con ojos desencajados y bocas abiertas y babeantes.
-Vaya, parece que esto se ha estropeado, -dijo Pies de Plátano- He vuelto a ponerlo todo junto y no se abre.
-Se volverá a abrir dentro de 1.000 años. –respondió el capitán enano.
-Que curioso ¿No?

Muy lejos de allí, en el reino de Gondor se ultimaban los preparativos de guerra. Habían salido patrullas a todos los caminos, enviados del mayor reino libre de la Tierra Media en busca de aliados para el combate que se adivinaba. Una de las patrullas gondorianas había llegado hasta la salida de las puertas de Moria, en las Montañas Nubladas. Vieron una extraña escena en le horizonte, saliendo de una caverna, una figurita de cabeza roja corría perseguida por una banda de furibundos enanos.
-Es extraño, Godolfir, -dijo un soldado al que parecía el jefe- Esos enanos parecen perseguir a ese extraño ser que no sabría adivinar que es.
-Es un Hobbit. –respondió Godolfir- Como aquellos hombrecitos de las viejas crónicas, aquellos Frodo y Sam que salvaron a la Tierra Media en la época de la Guerra del Anillo.
-¿Un Hobbit? Sí, es verdad, ahora me acuerdo de las viejas crónicas.
-Estoy pensando que si una vez en el pasado, un Hobbit salvó a toda la Tierra Media. Desde entonces no se ha vuelto va ver un solo Hobbit en todo el reino de Gondor. Ahora, que nuevamente hay rumores de guerra, tal vez la llegada de ese Hobbit signifique un aviso del Destino.
-En cuyo caso, capitán, le diría que tendríamos que bajar ahora mismo a ayudar a ese Hobbit, porque esos furiosos enanos parecen estar a punto de alcanzarlo.

La patrulla de Gondor liberó al Hobbit de sus tenaces perseguidores y llevaron a Pies de Plátano hasta el reino de Gondor, a Minas Tirit.
En la sala del trono estaban reunidos todos los cortesanos, la alta y majestuosa figura del rey Catalagorn se sentaba, meditabunda, en su trono; en pié, frente al rey, la alta y enigmática presencia del gran mago Calaf. Su barba blanca se prolongaba casi hasta sus pies, contrastando con el color negro oscuro de su manto y su gorro puntiagudo. La expresión de Calaf era de concentrada gravedad.
-Majestad, nuestros peores temores se están haciendo realidad. Nuestros espías nos comunican que en Mordor vuelve a haber movimiento de tropas. Se han visto hordas de Orcos y de hombres venidos del sur y del este. Hacia tiempo que no merodeaban los Orcos en nuestras montañas. Ahora vuelven a ser vistos.
-He mandado reunir un nuevo ejército. –contesto el rey- Más de diez mil caballeros con armaduras, y esperamos refuerzos de los jinetes de Rohan.
En esos momentos irrumpió en la estancia un capitán con noticias de tierras lejanas. El rumor de que un Hobbit había llegado a Minas Tirit a la patrulla. Y ahora el pequeño Pies de Plátano era presentado en la sala del trono. El mago Calaf le miraba gravemente,  el rey posó sus manos sobre los manillares del trono, con la mirada altiva, y decidió tomar  a su servicio, por sabio consejo de Calaf, al pequeño Hobbit. Así, Pies de Plátano juró  fidelidad y obediencia inquebrantable a Catalagnor, rey de Gondor.

El pequeño Hobbit paseaba admirado de la belleza de Minas Tirirt, sus muros blancos, sus calles empedradas, las rejillas de alcantarillado hechas de plata... todo deslumbraba en aquella gloriosa ciudad.
El mago Calaf le llevó hasta las murallas para que contemplase el horizonte. Luego sacó una caja misteriosa de entre su vestido.
-Mírala bien, pequeño Hobbit, porque contiene el último anillo.
-¿El último Anillo?
-En la última guerra fue destruido el Gran Unillo Único, pero aun quedaban los anillos forjados para sus servidores. Todos fueron siendo destruidos uno a uno, pero aun quedan dos, uno ha sido recuperado por el nuevo Señor Oscuro, y está oculto en su castillo de Minas Morgul en Mordor, desde donde planea conquistar el mundo. El otro está aquí, un anillo forjado en metal de las montañas del Monte del Destino.
-¿Puedo verlo?
EL mago Calaf le cedió el anillo.
-Ten cuidado. No hay que aficionarse demasiado a su posesión. Muchos hombres poderosos se han perdido por le ansia de poder que despierta en su poseedor. .Pero este anillo nos es necesario para la guerra, porque el poder del anillo del enemigo sólo puede ser contrarrestado por el poder de este anillo. Sin él, nuestras posibilidades de defensa disminuirían dramáticamente.
-Entonces tendrán que tenerlo bien protegido de los espías de Mordor.
-Está bien protegido, nadie puede acercarse a él sin que sea de nuestra absoluta confianza.
-Sí, es muy bonit... epa, se me ha resbalado.
-¡Ten cuidado! ¡No puede perderse! ¡Se va a caer del muro!
-Descuide ¿no ve que tengo otra mano?
-Sí, y tan torpe como la primera, se te ha caído del muro ¡Baja a por él enseguida!
-Sí, si ahora bajo, antes de que lo coja un espía. de Mordor.
El anillo se fue rodando por la calle, acercándose a una de esas preciosas rejillas de alcantarillado forjadas en plata que tanto impresionaron al pequeño Hobbit.
-¡Cuidado, torpe, que no caiga ahí, que no...!
Pies de Plátano cogió el anillo justo cuando se acercaba ya al enrejado de plata, una piedra del suelo más grande que las demás cortó el camino fatal.
-Descuide, ya la he cogido ¿ve? Ya no hay peligro.
El mago Calaf, visiblemente agitado y con el rostro lívido bajó apresurado.
-¡Dámelo, dámelo inmediatamente, maldito torpe!
-Sí, si, su majestad, digo su mago, digo mago Calaf...
Pero el nerviosismo hizo presa en el pequeño Pies de Plátano y el anillo se le volvió a caer de la mano, rebotó por unos segundo en el enrejado de plata con un plink-plink, para luego dar dos saltitos y caer por la rendija, haciendo clonc-clonc al caer.
-¡Maldito estúpido, torpe, cretino.. acabas de tirar la salvación de Minas tirit de gondor y de toda la Tierra Media por la alcantarilla.
-Yo, yo le pido mil perdones, yo...

Seis semanas transcurrieron entre rumores de guerra y preparativos bélicos. Pies de Plátano fue relegado a labores aparentemente inofensivas como pinche de cocina y encargado de la limpieza. Mientras, en el salón del Trono se discutían graves asuntos.
-Majestad, -entonó con aire grave el mago Calaf- La gran batalla contra el reinado de las Tinieblas de Mordor se aproxima. Un gran ejército se ha reunido ya fuera de nuestras murallas, más de 10.000 de nuestros guerreros más 3.000 jinetes de los rohirrim están dispuestos para sacrificar su vida a las órdenes de su majestad. Debemos marchar ya contra Minas Morgul antes de que le enemigo se haga más fuerte., pues hordas de Orcos llegan continuamente desde las montañas.  De no atacar rápidamente el reinado de la oscuridad se extenderá desde Mordor a toda la Tierra Media..
-Entonces ¿Piensas que en una batalla campal podemos ganar?
-Las huestes reunidas por el enemigo no son numerosas, y ésta es nuestra mejor baza de triunfo. Pero, por desgracia, el Señor Oscuro dispone de un anillo de poder, y nosotros ya lo tenemos... por, culpa de un incidente... –La mirada del mago se posó sobre el pequeño Hobbit, dejando vislumbrar un brillo de odio, no muy frecuente en el severo pero justo mago Calaf-
-Sí, muchos incidentes han sucedido últimamente en este palacio. –dijo un cortesano.
-Cómo el día que toda la guardia tuvo que ser relevada porque el nuevo pinche de cocina confundió la sal con una solución del mago Calaf para el estreñimiento.
-Horrible. Aunque no tanto como cuando a nuestro “querido” huésped se le ocurrió usar la vara del mago sin su permiso para limpiar las habitaciones de palacio.
-Hay que reconocer que como limpiar, las dejo limpias, sin mota de polvo. –dijo ottro cortesano.
-Sí. –intervino el mago Calaf- pero en su inexperiencia con las cosas mágicas hizo algo más que limpiar el polvo. Todavía están las carpinterías de Minas Tirit terminando los muebles que desaparecieron ese día, junto con todas las alfombras, armas y tesoros que habia en palacio. –La mirada dura, acerada y malignamente brillante del mago Calaf volvió a posarse sobre el pequeño Hobbit.-

Una semana más tarde tuvo lugar la gran batalla decisiva de la guerra en las puertas de las montañas de Mordor.  Duró desde el alba hasta el anochecer. En el crepúsculo, el ejército de Gondor y sus aliados se retiraba humillado y vencido.  En su castillo de la reconstruida Minas Morgul el nuevo Señor Oscuro celebraba ahora su triunfo. Suyo era el último anillo de poder. Suya era la victoria, y pronto, gracias al gran ejército que había logrado reunir, suyo seria también Minas Tirit, la última esperanza de los reinos libres de la Tierra Media. Y esto lo sabían en la ciudad blanca.
Dentro del palacio cundía el desaliento. Un pesado ambiente a derrota se respiraba como no ocurría desde la antigua guerra del anillo.
-Ya no nos queda ninguna esperanza. –dijo el rey en su trono- Hemos sido vencidos. Deberemos fortificar el castillo y aguantar aquí hasta la última gota de sangre del último soldado.
Todos los rostros estaban preocupados, incluso la habitualmente grave pero serena faz del mago Calaf estaba perturbada . La actitud meditabunda del mago se vio al cabo alterada por una expresión de reprimida alegría.
-Majestad. Tal vez no esté todo perdido. Aún nos queda una oportunidad, un último recurso. Admito que es un recurso desesperado, difícil, casi imposible, pero... ¡Es nuestra ultima esperanza!
-habla, mago Calaf, dime cual es tu idea.
-Tendré que decírselo al oído. Hay espías de Mordor por todas partes.
El mago se acercó al rey y le murmuró al oído misteriosas palabras.
-Pero...pero.... ¿Usted cree?...
-Es la última esperanza que nos queda, de fallar, las ttinieblas de Mordor se extenderán inevitablemente por toda la Tierra Media.
-Está bien. Mañana daré las instrucciones pertinentes. Por hoy, ¡Vayàmonos a dormir! Que el día siguiente nos traerá más preocupaciones de las que podremos soportar.

Al día siguiente, Pies de Plátano fue levantado temprano de sus aposentos, tenia órdenes de presentarse ante el rey. Cuando el pequeño Hobbit llegó al salón del trono se extrañó de encontrarlo vacio, sólo estaban el rey, sentado en su trono, y levantados el mago Calaf y el capitán Godolfin.
-Ven acércate pequeño Hobbit. Ya sabrás que has hecho un juramento de obediencia absoluta a mi persona.
-Sí, mi rey. Y obedeceré cualquier orden que me de. Dígame ¿Qué misión tengo que cumplir?
-Bien. Entonces... ¡Te ordeno que TE  PASES AL ENEMIGO!
-Pe...pe...pero, majestad. Yo no puedo hacer eso, yo quiero estar sirviéndole a usted. Yo...
-¡Tú juraste obedecer todas mis órdenes, así pues te ordeno que te pases al enemigo.
-P...pero, ¡tengo que cumplir allí alguna misión?
-Nada. Bastará con que estés allí y hagas lo que se te manda. ¡Y marcha ya!
El pequeño Hobbit se marchó a paso lento, su alma estaba invadida de angustias y dudas. ¿Cómo podía hacer aquello que era la mayor canallada? ¿Podía imaginarse nadie al antiguo rey de Gondor ordenando a Frodo y Sam que se pasasen al enemigo y le ayudasen? Sin embargo, había jurado obedecer al rey de Gondor, y si esa era su orden, tenía que cumplirla.

Una semana más tarde, se logró reunir en Minas Tirit un segundo ejército. Al frente marchaban el rey Catalagorn y el mago Calaf. El hueste se aproximaba al castillo del enemigo, en las puertas de Mordor. Era impresionante el risco sobre el que se alzaba el castillo del nuevo Señor Oscuro, una imponente masa de piedra negra que se confundía con el negro color de la roca de Mordor. El castillo conferia una siniestra figura al horrible lugar, donde el aire emanaba hediondos vapores desde los pantanos que circundaban el castillo.
-¿Qué hacemos ahora, Calaf.? –preguntó el rey.- ¿Lanzamos un ataque?
-No, majestad, si no estoy equivocado, pronto asistiremos a novedades. Tal vez un suceso inesperado pueda salvar a Gondor y a la Tierra Media de estas nuevas tinieblas que nos amenazan.
Como respondiendo a las palabras de Calaf, un sordo rumor iba creciendo desde la montaña, un desprendimiento de rocas resonó con poderoso eco, a éste siguió otro desprendimiento, y otro más, hasta que los ojos de los gondorianos vieron jubiloso venirse abajo el castillo del Señor Oscuro.
Más tarde, los exploradores afirmaron haber visto algo, un pequeño individuo de cabeza roja corría perseguido por un señor todo vestido de negro.
-¡Torpe! ¡Más que torpe! ¡Te voy a enseñar a tocar las bolas de cristal mágicas!
-¡Usted me ordenó que lo limpiara todo de polvo! ¿Yo que sabia que no debía tocar las bolitas esas de las narices? ¡Socorro!
El pequeño Hobbit corrió hasta que su paso quedó cortado por las huestes de Gondor, con el rey y el mago Calaf al frente.
-Estoooo, señor...majestad... lo siento, lo siento, pero creo que debí tocar algo que no...
-No importa, pequeño Pies de Plátano. –dijo un sonriente mago Calaf- Con tu involuntaria torpeza has salvado a la Tierra Media. Y por segunda vez las crónicas deberán hablar de cómo el mundo fue salvado por un pequeño Hobbit a quien los orgullosos hombres y los espirituales Elfos considerarían diminuto e insignificante.
El pequeño Pies de Plátano solo encontró rostros sonrientes y muestras de agradecimiento en la tropa. Aquel fausto acontecimiento fue celebrado con toda la pompa de los viejos días, durante semanas enteras Gondor celebró la caída del nuevo Señor oscuro y el fin de la guerra. Y ahora las crónicas de la Tierra Media situarán al heroico Pies de Plátano junto a los antiguos Frodo y Sam, Merry y Pipin.


  
 

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