Osgiliath 2003 de la C.E.

03 de Diciembre de 2006, a las 00:02 - Ricard
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

2. En las alas de la noche

- ¡Pero que cabrón que eres! - le recriminó Dwalin a Tullken cuando este le hubo contado con pelos y señales todo lo sucedido el día anterior en la "Torre de Cristal" y el "Circular Park", desde el puñal orco, pasando por el encuentro con el senescal y, quizá lo más importante, el paseo junto a Elesarn - ¿ Y como habéis quedado para lo del uno de Mayo?
- Pues ya te he dicho que aún nos hemos de volver a ver. Hasta ese momento estoy como en suspensión.
- ¡Pero que pringao que eres! ¿Pero por qué no le pediste el teléfono? Y lo que pasa es que lo estás flipando, que de suspensión nada - se rió Dwalin a la vez que dejaba a un lado unos alicates que había estado usando para acabar de estropear una de las numerosas baterías de coche que inundaban el taller mecánico de su familia - Bueno, tío, espera un momento que voy al lavabo...
Tullken asintió mientras su amigo se alejaba de él. Después se quedó en silencio. Quizá Dwalin no estuviera tan mal encaminado en el fondo. Fuera como fuese, Tullken solo esperaba que el destino no torciese aquello que había "unido".
Pero esos pensamientos se ahogaron rápidamente en el ruido que reinaba en el pequeño taller de la familia Piedra Tosca y que tanto gustaba al propio Tullken, el cual se entretenía horas y horas observando el aparente caos ordenado que se vivía allí, con sus montañas de ruedas desechas, las chispas de los sopletes como fuego escupido por dragones y las herramientas de trabajo desparramadas por todos los sitios, para luego ser encontradas con facilidad por cualquier trabajador del taller.
Y por encima de todo eso, incluso del ruido martilleante que gobernaba el fondo, se erguía la potente voz de Thuror Piedra Tosca, el padre de Dwalin, patriarca de la familia y cabecilla del taller, el cual mandaba como un pequeño feudo, con sus ordenes emitidas a voz de grito. En esos mismos momentos se encontraba cantándole las cuarenta a un empleado.
Era curioso y admirable, pensó Tullken, el ver como aquel tapón (ya que el padre de Dwalin era bajito incluso entre los Enanos), con sus grises barbas y sus gruesas gafas de pasta, podía levantarse más alto que cualquiera de los rascacielos de la capital. Sí, era digno de admirar, se dijo a sí mismo Tullken.
- Hola, Tullken - dijo una voz aguda a su lado.
Aún sin verla, Tullken supo de qué persona se trataba.
- Ah... Hola, Dwalina - saludó Tullken a la hermana pequeña de Dwalin, intentando aparentar sorpresa.
- ¿Cómo te va todo? - prosiguió ella, esforzándose por aparentar a su vez encanto y gracia.
Tullken no lo pudo aguantar. Progresivamente su cara sonriente se volvió hacia un rictus que parecia imitar la indiferencia.
Entonces Tullken sintió asco de sí mismo. Tanto admirar a los Enanos y no podía soportar la visión de uno de ellos. Se dijo que no podía evitarlo, y dicha afirmación se reafirmaba cada vez que a la cabeza le surgía el recuerdo de Elesarn, ya que a pesar de compartir su piel rosada y tersa, Elesarn y Dwalina poco más tenían en común, a parte de pertenecer al género femenino. Además estaba aquel incipiente bigote que se perfilaba en los contornos de la boca de Dwalina, como suaves pinceladas.
Tullken sabía que ella quería ser solo simpática, pero cada vez que veía su cara de sapo no podía evitar sentir cierto desasosiego. En estas ocasiones también le venía a la memoria un chiste que circulaba por las esferas de Denethor VI y compañía, según el cual la explicación del bajo número de Enanos de la actualidad era debido a la fealdad de sus mujeres. Un chiste cruel y venenoso; pero Tullken no podía dejar de sentir que igual tenia algo de razón, despreciándose aún más por ello.
Quizá los Enanos también se habían resignado tanto que por esa misma razón nunca habían conseguido mantener una buena relación con los elfos, porqué ocupaban el lugar al cual ellos nunca llegarían... Al igual que los hombres.

- ¿En qué estás pensando? - le preguntó extrañada Elesarn el viernes, en el instituto, cuando se volvieron a ver ella y Tullken, después de su paseo.
- Pues... que quizá tú tengas razón.
- ¿En qué?
Tullken le hubiese gustado explicarle lo sucedido en el taller de Dwalin, pero supo que no podría hacerlo.
- Que los hombres somos ingenuos.
- Realmente hoy estás raro, chaval - concluyó ella, haciendo una mueca.
- ¿Sólo hoy? Tendrías que verle en sus días "normales" - añadió Dwalin, que en esta ocasión les acompañaba.
- Bueno, da igual... ¿ Así que te apuntas a la fiesta de este uno de Mayo, Dwalin? - le preguntó Elesarn al Enano.
- ¡Pos claro! Ey, pero si molesto solo tenéis que decírmelo.
Tullken hubiese contestado que sí, que molestaba, pero solo un poco. Pero mordiéndose la lengua dejo que Elesarn contestara por ellos dos.
- Claro que no. Si ya lo dicen: "Cuantos más seremos, más reiremos".
- Me alegra saber eso, porqué me parece que el colega aquí presente no lo tenía tan claro, ¿eh? - dijo Dwalin, pegándole un codazo suave en la pierna a Tullken.
Este se preguntó si en la cara se le debía notar la mezquindad que lo empezaba a invadir, pero dejo entrever su cara más falsa y amable.
- ¡Qué va! ¿Qué debería importarme? Venga, no nos entretengamos más y entremos ya para clase.
- Oh, pero que chico más aplicado - se mofó Elesarn mientras comenzaba a entrar en el aula.
La siguió Dwalin, que no pudo evitar lanzarle una mirada sardónica a Tullken.
- Lo siento, Tullken, pero ya sé lo que estás pensando, ya que (¡oh!¡Sorpresa!) los Enanos no somos tan estúpidos como parece. Sé que te cabrea que vaya con vosotros. Lo he sabido gracias al sexto sentido que poseemos los Enanos y que nos permite captarlo tod...
Y justo en ese momento - para alivio de Tullken, que no podía soportar esa reprimenda- Dwalin chocó contra otro alumno que salía disparado de la clase, por no mirar de frente.
- ¡ Me cago...! - exclamó Dwalin al perder el equilibrio y caer al suelo.
- Lo siento - contestó con sequedad el alumno, a la vez que se alejaba a toda velocidad por el pasillo.
Mientras ayudaba a Dwalin a levantarse, Tullken pudo ver que ese alumno era el haradrim que se había peleado con Denethor el otro día. Vaya, ¿iba a su clase y no se había dado cuenta? Pensó. Quizá era otro alumno incorporado a última hora, como Elesarn. Pero si era así, ¿ por qué el profesor no le había dicho nada, siendo él el delegado de clase?
Una oscura suposición se formó en la mente de Tullken: el hijo de un consejero, si además era un elfo (¡ ese ideal inalcanzable!), Tenía más preferencia que un haradrim.
- ¡ Ay que joderse! ¡ Cómo va la peña de flipada! - siguió quejándose Dwalin mientras se sentaba en su mesa.
- ¿ Ha pasado algo? - preguntó Elesarn, que se había sentado detrás de ellos.
- Nada, que Dwalin ha chocado con uno nuevo, un haradrim - le aclaró Tullken.
- ¿ Un sureño? Vaya, ¿y su piel es tan negra como dicen?
- Hombre, negra negra, lo que se dice negra, no. ¿ Pero no me digas que nunca has visto un haradrim?
- No. Vengo del Norte y allí todos los hombres son de tez blanca.
- Pues me parece, "querida" elfa, que tendrás que adaptarte a la idea de la variedad y diversidad de los hombres de la Tierra Media, y que nos hace a su vez únicos - dijo con sarcasmo Tullken.
- ¿ Pero aún le estás dando vueltas a aquello de que hablamos en el parque? No debes sentirte intimidado porqué yo sea una elfa y rayarme todo el rato para demostrarme tú valía... Además, ¿no me acabas de decir que yo tenía razón y que, vosotros los hombres, sois unos pusilánimes?.
"Es que me ponía yo como ejemplo" hubiese dicho Tullken, pero se calló.
- No sé de que irán vuestras discusiones trascendentales, pero tanta prisa para entrar y al final para nada. El profe de Lenguas Antiguas vuelve a tardar.
- Quizá es por ese libro que nos dijo que escribía - respondió Tullken.
- ¿ Ese que iba de un mundo alternativo donde los humanos son sus únicos habitantes? - dijo Dwalin.
- Sí; ese mundo donde nunca había habido Enanos o elfos - confirmó Tullken.
- Pues poco le falta al nuestro para parecérsele... - ironizó Dwalin.
- Otra muestra del egocentrismo de la humanidad: imaginar un mundo limpio de Enanos y elfos. Un mundo solo para ellos - añadió Elesarn.
Viendo la intención de sus compañeros de picarle, Tullken simplemente se giró de cara a la pizarra, dejando escapar un suave gruñido.
- Ey, Tullken ¿no te habrás cabreado? - dijo Dwalin.
Tullken tubo tentaciones de girarse y contestar un rotundo "sí", pero justo en ese instante entró el profesor de Lengua.

Después de la clase, los tres fueron a la cafetería del instituto a discutir los pormenores de ese uno de Mayo.
- Sigo diciendo que podríamos ir al cine - soltó Tullken, aún un poco picado con sus amigos.
- ¡ Pero que soso eres! ¡Lo suyo es salir por ahí de copas, con los colegas! - exclamó Dwalin, mientras se removía inquieto en su silla y daba golpecitos con los dedos en la mesa en la que se encontraban.
Tullken suspiró y miró con desánimo a Elesarn y Dwalin, que se sentaban justo delante suyo. En concreto se fijo en ella, que parecía tener la cristalina mirada de ojos azules perdida entre la muchedumbre ruidosa que llenaba la cafetería a esa hora.
- ¿ Qué opinas tú, Elesarn? - le preguntó Tullken, como última salvación.
- Que Dwalin tiene razón - contestó ella sin apartar la mirada de la nada.
Tullken se hundió un poquito más en su "desesperación" al comprobar su poco poder de convicción, mientras Dwalin se hinchaba en desmesura para un Enano de su talla.
- ¡ Ahí esta! ¡ Muy bien dicho, elfita! Para que después digan que los Enanos y los elfos nunca se han puesto de acuerdo en nada.
- ¿ Así que eres una elfa? - irrumpió con brusquedad Denethor VI - ¿ Lo veis? Ya os dije que lo era - les confirmó a sus compañeros, que parecía que lo siguiesen como las ovejas a un pastor.
Tullken y Dwalin se quedaron mudos e inquietos de golpe. Denethor no era esa clase de personas que le alegraban a uno caundo aparecía por sorpresa.
- Te felicito, hombretón. Has ganado el premio número tres - le contestó Elesarn, sin ni siquiera mirarle a la cara.
Denethor hizo un gesto para contestarle, pero se contuvo. Se alisó la chaqueta del uniforme del instituto y se pasó la mano con el cuidado peinado.
- Mi padre me ha hablado de ti. Incluso he hablado con tu padre. Soy Denethor VI, el hijo del senescal - contestó al final, aguantando la compostura.
Entonces Elesarn estalló en una súbita carcajada que silencio por unos momentos los otros ruidos de la cafetería por su claridad y viveza.
- ¿ No me digas? Pues entonces yo soy la hija del jardinero del parque - se rió Elesarn mirando por primera vez a Denethor a la cara - Ah, y por cierto, él también ha hablado con mi padre - continuó, señalando a Tullken.
El labio inferior de Denethor empezó a temblar de rabia contenida. Tullken y Dwalin se quedaron aún más paralizados, esperando las represalias de todo el grupo de amigotes de Denethor (ya que siempre "actuaban" en manada), mientras que Elesarn le sonreía con insolencia.
- ¿ Tienes algún problema, tía? - contestó aguantándose un rugido al final.
Dicho eso se fue con su corte de sumisos "compañeros".
- Si que lo tengo: tú - contestó Elesarn cuando se hubieron perdido entre la multitud.
- ¿ Estás loca? ¡Que ese tío nos conoce! A ti no te va a pegar por ser una chica, pero nosotros seguro que recibiremos cacho - saltó Tullken.
- ¿ Y que quieres que le haga si ya estoy harta de que la gente me señalé con un dedo y diga: "oh, mirad, una elfa", como si fuera un monstruo de circo? Además, sabes tan bien como yo, o más, que ese tío es un capullo. Solo tienes que ver su pinta. Y eso de decir que es "el hijo del senescal", como si llevara una marca de zapatos de lujo.
- Señorita elfa, me parece que tú y yo tenemos mucho en común - dijo Dwalin.
- A mí me da pena su padre ¡ Se le veía tan hundido! Casi tan hundido como tú ahora, Tullken.
- Muy graciosa... ¡ Buf! Bueno, ¿ y lo del uno de Mayo como queda al final?
- Venid a mi casa y ya discutiremos eso de salir por ahí - dijo Elesarn.
- ¡¿ Qué?! - saltaron a la vez Tullken y Dwalin.
- ¿ Qué de que?
- Es... es que nunca hemos estado en la casa de una... chica... Y menos en la de una elfa - contestó Tullken, sabiendo que corría el peligro de caer en el mismo error que Denethor.
Elesarn suspiró.
- Eu... ¿Os ofenderéis si os digo que sois bastante... "raritos"?
- ¡No! ¡Claro que no! Pero en fin, que quedamos en tu casa ¿vale? - casi gritó, rápidamente, Dwalin.
- Ese es el plan ¿Qué os parece esta misma tarde?
- ¡Magnífico! ¿A que sí? - se volvió apresurar Dwalin, mientras dirigía miradas más que elocuentes a Tullken.
Este iba a confirmar las palabras de Dwalin, cuando sintió el peso de una mano en su hombro. Al girarse comprobó que el causante habia sido el profesor.
- Sr. Tullken, más vale que deje la cháchara para más tarde. Como delegado tiene trabajo que hacer.
Y sin ni darse cuenta, Tullken se encontró andando por el pasillo junto al profesor hacia el aula de tutorías.
- Se trata de un alumno nuevo... Un sureño. Hace poco que se ha incorporado y esta es la novena vez en lo que va de semana que se escapa en horas de clase.
- Perdone... Ya se que soy el delegado de la clase, ¿pero que puedo hacer yo en este asunto?
- Necesito que le entregue los papeles de expulsión y le informe del castigo que tienen los alumnos de su calaña.
"¡Me ha vuelto a cargar el muerto!" pensó con silenciosa rabia Tullken, a la vez que entraban en el aula.
Parecía que al final iba a conocer el haradrim de marras, después de que el profesor no le hubiese informado de su incorporación a la clase, pensó también con resignación.
El ventilador de el aula daba vueltas con persistencia en la amplia y vacía habitación. Bajo él se encontraba el haradrim, sentado de espaldas a ellos, con la cabeza inclinada hacia arriba, observando el techo.
- Sr. Abdelkarr, le dejo con el Sr. Tullken, delegado de su clase. Él le informara de su castigo.
Dicho eso, el profesor se marchó.
"¡Pero que cabrón!" no pudo dejar de pensar Tullken.
El haradrim giró la cabeza y miró con mutua desconfianza al recién llegado.
- Bueno, Abdelkar...
- Se pronuncia Abdelkarr, con doble "r" final.
"Empezamos con buen pie" se dijo Tullken, mientras ordenaba los papeles de expulsión que le había entregado el profesor.
- En fin, aquí tienes la nota según la cual tú eres el único responsable de todas tus faltas...
Abdelkarr observó con desinterés los papeles que le iba entregando Tullken.
- Si no necesitas nada más...- se disculpó Tullken, dirigiéndose hacia la puerta de salida.
- Sí, una cosa: tu nombre. Es justo que si tú sabes el mío, tú me des el tuyo - respondió secamente Abdelkarr.
Tullken se quedó mudo, dubitativo delante la respuesta que debía dar.
- ¿Mi nombre? Pues me llamo... Tullken.
Abdelkarr abrió un poco más sus ojos en una expresión que a Tullken le pareció sorpresa.
- ¿Con que Tullken? No puede ser... Así que el viejo tenía razón... - murmuró Abdelkarr.
Tullken se sintió intrigado por esas últimas palabras, pero se guardó de preguntar su significado.
- Alguna vez has estado en la "Cueva de Ella-Laraña"? - preguntó Abdelkarr cuando se levantó para irse.
La "Cueva de Ella-Laraña" era el barrio más pobre, marginal y violento de Osgiliath, donde las bandas callejeras y los delincuentes llevaban el control sobre el resto de vecinos, la mayoría inmigrantes y desheredados del Sur o el Este, como recordó Tullken.
- Pues no... - contestó confuso Tullken.
- Con tu pinta ya me lo imaginaba... Yo no soy de allí, pero... he oído rumores de ese barrio acerca de un tal Tullken, al que todos llaman el dúnadan norteño, que según dicen limpiara las calles de la "Cueva" de toda la mierda... O eso dice un viejo con un bastón, que de tanto en tanto se deja caer por ahí a predicar sobre un Mal que aún no ha muerto... Bueno, pero solo deben ser eso... rumores. Venga, chaval, nos vemos -y dándole una palmadita en la espalda, Abdelkarr se fue.
Un poco sorprendido y asustado (¿porqué no reconocerlo?) por esas últimas palabras, Tullken se quedó unos instantes en silencio, plantado en medio de el aula.
Mientras salía sofocado de el aula, Tullken se autoconsoló pensando en que todo aquello solo eran memeces de las bandas criminales de la "Cueva" o que Abdelkarr solo le había querido gastar una broma a costa de su nombre.
Afuera le esperaban Elesarn y Dwalin.
- En fin, supongo que ya has visto a un haradrim ¿no? - le preguntó Tullken a Elesarn.
- Sí, y además muy simpático. Incluso nos ha saludado cuando ha salido.
- ¡¿Qué te pasa?! Te veo muy serio, tío - preguntó Dwalin, que conocía demasiado bien a su amigo.
- ¿Eh? ¿Estás seguro?
- Sí, tienes la cara de alguien que no ha disfrutado los últimos diecisiete años de su vida... - se mofó Elesarn.
- Hoy estás muy fina ¿eh? - dijo Tullken, al tiempo que hacía una mueca.
- Perdóname, no te lo tomes a mal; sólo lo comentaba para ver si vamos a mi casa de una vez por todas.

Tensos como dos cuerdas de violín, Tullken y Dwalin observaban con una mezcla de sorpresa y curiosidad todo lo que les rodeaba, y que era ni más ni menos que la casa de un elfo; y no la de un elfo cualquiera, sino la casa de Elesarn.
Allí habían llegado al final en esa misma plácida y sosegada tarde de primavera, delante la insistencia de Elesarn.
En realidad no era una casa, sino un amplio piso de un complejo residencial para gente rica o relacionada con el gobierno. Y aún así, Tullken y Dwalin no podían mover ni un músculo por la novedad; ni cuando Elesarn les ofreció sentarse en el ancho sofá del comedor, ni cuando ella se fue unos instantes a preparar un té.
Sabían que debían parecer estúpidos por estar allí de pie, admirando en el silencio incómodo del comedor (y de todo el piso, ya que estaban solos) cada pared, como si nunca hubiesen visto una antes, pero, sencillamente, para un par de pardillos como ellos, de vida gris y monótona, aquello rompía todas las escalas de las novedades. Además, para aquellas situaciones que les superaban tenían lo que ellos llamaban "el Apoyo del Otro", una teoría inventada por y para ellos, según la cual era igual que uno de los dos quedase mal si podía compartir el ridículo con el otro. De esta manera y en cierta forma, Tullken se sentía aliviado por la presencia de Dwalin, y Dwalin, aunque le costase admitirlo, se alegraba de tener a Tullken al lado (así, por lo menos, podría costearse bromas a su cuesta).
Sin embargo, lo que más les sorprendió a los dos fue la sencillez del conjunto, ya que los muebles eran escasos, al igual que los objetos decorativos. Lo único que llamaba la atención en las blancas paredes era una planta enredadera, que cubría parte de una pared y el techo de un color verde oscuro, y unas espadas largas y curvas colgadas en otra, y a las que Dwalin no podía quitar ojo. Tullken, en cambio, se fijó más en las grandes ventanas que dejaban pasar el máximo de luz, y en donde se encontraba apoyado un telescopio.
- ¡Pero bueno! ¿Aún no os habéis sentado? - exclamó Elesarn al salir de la cocina con el té en una bandeja.
- Es el pringao este, que casi se muere por estar en una casa de elfo - dijo Dwalin, pegando un suave codazo en la pierna de Tullken, ya que era la máxima altura a que llegaba su codo. Este último no dijo de nada, dejando que la ley de "el Apoyo del Otro" se cumpliese.
- Venga, no me seáis trolls y sentaros.
Los dos amigos cumplieron diligentemente, acomodándose en el largo sofá de forma semicircular que ocupaba el centro de la sala, y que rodeaba casi por completo a una mesita.
- ¿ No tenéis tele, Elesarn? - preguntó Dwalin, que hacía rato que buscaba algo que le resultase "familiar" entre tanto estilismo élfico.
- No tenemos y no nos hace falta - contestó ella segura de sí misma, mientras servía el té en delicadas y estilizadas tazas de porcelana.
- Lo que sí veo es que tenéis un telescopio... y de los buenos, me parece - comentó Tullken.
- Sí, bueno. Mi padre es un gran aficionado a ver las estrellas.
- Je... pues poco debe ver con la contaminación de la ciudad. ¿Seguro que no lo tenéis ahí para hacer bonito? - dijo Dwalin.
- Muy g-r-a-c-i-o-s-o, señor Enano; pero sí: llueva o nieve, siempre tenemos un ojo puesto en el cielo.
- Vaya, ¿ y eso?
- Porque somos el pueblo de las Estrellas. Nacimos bajo su mirada y a ellas hemos vuelto.
- Ah... te refieres a eso que dicen que los elfos están ahora allí arriba, en el espacio, en vete tú a saber que dimensión, junto a los Valar... - suspiró Dwalin.
- Sí, o por lo menos eso dicen ahora los científicos... - murmuró con un hilo de voz Elesarn.
- Pues si vosotros sois el pueblo de las Estrellas, nosotros, los Enanos, somos el pueblo de las Montañas y la Tierra. ¿Y tú, Tullken? ¿De qué pueblo dirías que sois los hombres?
Tullken, que se había quedado pensativo con el último comentario de Elesarn, miró a sus dos amigos, que ahora le parecían pequeños y decorativos en medio de la tranquila y placentera brisa que inundaba la sala gracias a las ventanas, de reojo.
- Los hombres... los hombres somos el pueblo de las Ciudades y la Muerte - dijo al final, con un tono grave.
- Vaya, con el chico alegre. ¿Te pagan para ser así? - le recriminó Elesarn.
- Déjalo. Le gusta hacerse la víctima... Se cree que así parece más interesante.
- Ey, ey, ey, no os paséis. Además, ¿qué ha sido del tema que teníamos que discutir?
- ¡Ah, sí! Mirad esto. ¿Qué os parece?


Elesarn les pasó a Tullken y Dwalin un folleto. En él se podía ver representado el dibujo de un orco de dientes sangrantes y ojos desorbitados bailando desenfrenado. Encima de este se podía leer en oscuras letras: "Disco Utumno. Gran macrofarra del uno de Mayo".
- ¿Y bien? - insistió Elesarn.
Tullken iba a preguntar sobre el dudoso gusto de esa publicidad, cuando Dwalin exclamó entusiasmado:
- ¡De puta madre, Elesarn! Pero espero que dejen entrar a Enanos, porqué sino...
- Que sí, tranquilo. Mi padre conoce al dueño del local, así que casi tenemos la entrada gratuita. ¿Y a ti que te parece, Tullken? Te has quedado muy callado.
Tullken suspiró y tiró el folleto a la mesita, entre las tazas de té.
- Es que, bueno... ¿como decirlo? No soy un incondicional de estos sitios - contestó con lentitud, dejando un silencio entre palabra y palabra.
Elesarn puso los ojos en blanco mientras Dwalin hacía un gesto de disgusto.
- ¡Pero míralo el notas este! ¿Pero qué problema tienes ahora? - le dijo Dwalin, que comenzaba a mosquearse de verdad con la actitud de su amigo.
Tullken sonrió para sí mismo. Si tenía que ser sincero, la verdad era que esa actitud pasota era ya más una pose que nada más. Y es que en el fondo, le divertía un poco ver a sus dos amigos molestos, aunque fuera con él.
- Lo siento, pero no puedo evitarlo. Pero en fin, si queréis ir, no seré yo quien os diga que no - contestó al final Tullken, sin poder ocultar una sonrisa.
- ¡Pero que cabrón que eres! - dijo Dwalin, dándole un suave codazo - ¡Al igual ligas con ese y todo! - añadió señalando al orco del folleto.
- No creo. Ya no quedan casi orcos, por no decir que los que quedan no son como ese - respondió Tullken, adoptando una calculada actitud pedante.
- Por qué ese no es un orco normal. Representa a Pererauko, el "medio-orco" - respondió a su vez Elesarn.
- ¿Quién?
- Pererauko. Es un viejo cuento que se explica a los niños elfo para asustarlos. Según dicen, Pererauko era un bello elfo que por las noches de Luna llena se convertía en un orco.
- ¡Anda ya! Nos estas tomando el pelo - le contestó Dwalin.
- Jo, Dwalin, no hay nada que se te escape - dijo Elesarn, que ya no podía aguantar una sonrisa pícara en el rostro.
- Es por el sexto sentido que tenemos los Enanos.
- Ey, Tullken, no te lo vayas a creer lo del "medio-orco"...
- Que no, hombre... Si yo también lo sabía desde el principio - intentó disimular Tullken.
- Lo siento, pero como te veía tan concentrado.
- En todo caso, quedamos este sábado a las once en... pongamos que en esta misma casa ¿vale? - inquirió Dwalin, cortante como una daga.
- Por mi bien - contestó Elesarn.
Tullken tuvo primero que dar un largo trago a su taza de té antes de contestar.
- En fin, supongo que esto es la democracia... - suspiró finalmente.
- Pareces un viejo hablando - le recriminó Elesarn.
- Quién fue a hablar - murmuró él.
- Pos bien, como veo que ya hemos quedado todos entendidos, me abro - dijo Dwalin, levantándose de un salto del sofá.
- Te acompaño - dijo, con un tono que sonaba a resignado, Tullken.
- ¡Venga, chicos, hasta mañana! Y recordad: manteneos de una pieza hasta el sábado - se despidió Elesarn cuando los dejo detrás de la puerta.
- Sí, eso se intentara - suspiró Tullken.

Y Tullken lo intentó y consiguió... a pesar de que tuvo que estar el resto de la semana coordinando y organizando los preparativos de la fiesta en el instituto (que se celebró el viernes, con muchas banderolas de Gondor y muchos canapés, colgadas y preparados respectivamente por el propio Tullken en muchos casos), de que la presencia esquiva de Abdelkarr le recordaba la conversación que habían mantenido y la extraña historia que le había contado (y que se paseaba como una mosca inquieta en el cerebro de Tullken cuando este "bajaba" la guardia), y que Dwalin y Elesarn estuvieron toda la semana recordándole la fecha del sábado y de que Denethor, con toda seguridad, rondaría buscándole para darle una paliza. Pero a pesar de todo esto, también era verdad que Elesarn y Dwalin tampoco desaprovecharon cualquier momento para ayudar a Tullken en sus tareas de delegado.
De manera que al cabo de tres días, que pasaron volando debido a ese frenesí, llegó el sábado. Después de la tensión de la semana, Tullken aún se encontraba intranquilo y con todos los sentidos alerta, preguntándose que le repararía el futuro, y esperando no sudar mucho, ya que sino mancharía para la posteridad su única camisa blanca, que sólo sacaba para los días que salía de fiesta y juerga, lo que quería decir muy pocas veces, de forma que la camisa aún se encontraba acartonada por el almidón.
A la hora señalada, Tullken se despidió de su madre y salió a la calle para dirigirse a la casa de Elesarn, cuando la noche ya había caído en Osgiliath, siendo la de ese día calurosa pero con eventuales ráfagas de viento frío, que recordaban que el verano aún no había llegado. También se podía ver ya a grupos de gente que deambulaban por la calle, preparándose para una noche de juerga o a la espera de los fuegos artificiales que presidirían el discurso del senescal en ese día tan señalado.
Tullken se entretuvo contando el número de banderitas con el escudo de Gondor que había colgadas en los balcones de los edificios, esquivando las familias y los grupos de amigos que, poco a poco, iban tomando las calles en esa noche de fervor nacional. Por esa misma causa, a Tullken le costó encontrar a Dwalin, puesto que no lo vio entre tanta gente alta hasta que lo tuvo delante mismo.
- ¡Eh, chaval! Ve con cuidado - le recriminó este, cuando al fin se encontraron - ¿Pero que llevas puesto? ¡Pero qué soso eres!
- ¿Qué pasa? Es la única camisa que tengo a mano - intentó defenderse Tullken, aunque sabía perfectamente que llevaba un conjunto de lo más anodino.
En cambio, Dwalin se había acicalado lo máximo que podía un Enano: tenía recogida la melena pelirroja en una coleta y llevaba una ajustada y elegante camisa negra donde estaban bordadas unas doradas letras rúnicas, el lenguaje de los Enanos, con la leyenda "Derrotados, ¡pero jamás vencidos!", una frase de guerra popularizada por las últimas generaciones de Enanos.
- ¿Comenzamos a tirar? Esto se está llenando de gente y...
- Tranquilo, Tullken. Vamos sobraos de tiempo ¡Que Elesarn no vive tan lejos! - le criticó Dwalin, mientras se ponían en marcha.
- Lo siento, pero es que...
- Que ella es una elfa ¿no?
- No, no es eso. Bueno, quizá sí... ¡Hostias! Es que aún no me lo acabo de creer.
- Ni yo tampoco. Pero será mejor que te tranquilices Beren, si es que no quieres que tu Lúthien salga huyendo.
Tullken quiso responderle, pero se quedó con la boca abierta, corto de palabras. Le hubiese encantado explicarle el mar de sensaciones que le bullían en la cabeza, aunque instintivamente sabía que no podría, como por ejemplo el hecho de su emoción por ir a casa de Elesarn. Hace un mes, Tullken no se podía ni haber imaginado o creído, ni por asomo, que celebraría el uno de Mayo con una chica, ni que esta fuera una elfa. ¡Una elfa! Tanto leer sobre ellos y estudiarlos y ahora... Ahora Tullken estaba agotado y excitado a la vez, por todo aquel asunto, aunque este no fuera el único. También estaba esa extraña historia de Abdelkarr, que de tanto en tanto resurgía en su cabeza; y a pesar de que se había jurado no pensar en ello ESE sábado tan señalado, no podía sacárselo de la cabeza, de forma que cuando ya llevaban un buen trecho del trayecto en silencio, Tullken le formuló a Dwalin uno de sus, quizá, menores interrogantes.
- Dwalin, ¿tú has estado alguna vez en la "Cueva de Ella-Laraña"?
El Enano tardó en contestar debido a la extrañeza que le produjo la pregunta.
- No... Y no iría ni loco ¿Tú sabes lo peligroso que es el barrio ese? Conozco a Enanos que viven allí, más por obligación que por ganas, pero no me verás a mí. ¡Je, como si pudiera defenderme de los "Puños de Sauron"!
Los "Puños de Sauron" era la banda callejera más tristemente famosa de la "Cueva" por sus actos vandálicos y criminales, y que se extendían por toda la ciudad; así como sus pintadas de "graffitis", donde sobresalía el dibujo del Ojo, el ojo del que Gondor, y toda la Tierra Media, se deshizo hacía ya dos milenios. Aún así, para los grupos de desheredados y marginales sureños que conformaban la banda de los "Puños de Sauron", ese era a su manera un símbolo de rebeldía contra el sistema que los apartaba en barriadas y no les permitía unos tan vanagloriados y, a la vez, olvidados derechos.
El Ojo, que se tatuaban todos los miembros de la banda, era también en última instancia y por contradictorio que pudiese parecer, un símbolo de libertad. Libertad para un pueblo, que para bien o para mal, sólo brilló bajo la sombra del Ojo.
- ¡Oh, mierda! - exclamó de golpe Dwalin.
- ¿Qué...? - se apresuró a preguntar Tullken, pero enseguida vió la respuesta.
Entre la multitud que se concentraba por la calle para acomodarse y disfrutar de la fiesta, avanzaba sin vacilaciones y con paso firme, la némesis de los "Puños de Sauron", estos eran, los miembros del GPPN o "Grupo Para la Pureza Númenóreana". Con sus vestidos de aire militar y su actitud dura y altanera, ese grupo ultranacionalista apoyaba la idea de una Gondor limpia de extranjeros (eso incluía desde los rohirrim a los norteños y sureños) y Enanos, para preservar así la pureza de lo que ellos llamaban la Raza Fundadora: los númenóreanos que fundaron la propia Gondor, los cuales fueron como gigantes para los demás hombres de la Tierra Media, y mucho más longevos también.
El grupo que venía de frente a Tullken y Dwalin enarbolaba una bandera de Gondor de gran tamaño, donde junto al árbol blanco y las estrellas, se podía ver representada una corona (eliminada en la bandera republicana), símbolo, para los del grupo, de la monarquía como vehículo de la pureza dúnadan, por considerar a los reyes gondorianos como la línea por la cual la sangre de Númenor se había transmitido sin interrupciones, pervirtiendo todo el legado que intentaron establecer Aragorn II y sus descendientes. Y aunque lo desmintieran, las malas lenguas afirmaban que esa organización era secretamente financiada por el gobierno de los Senescales, siendo ellos como una especie de "policía" o "ejército" callejeros de estos. En el fondo, como pensó Tullken, los "Puños de Sauron" y los del GPPN no se encontraban tan alejados a pesar de que fueran grupos rivales: los dos utilizaban los planteamientos más radicales para hacerse notar. Comportamiento heredado quizá del hecho de que tanto los sureños como los númenóreanos fueron guiados alguna vez por un oscuro personaje que sería recordado por la Historia como "el Aborrecido".
Dwalin se apartó un poco, camuflándose entre la gente. Aunque con gusto hubiese empezado una pelea, era suficientemente sensato para saber que ni él ni Tullken juntos podrían contra cinco tíos de casi dos metros de alto y con más buena predisposición que ellos a repartir hostias (y más si era un Enano quien las recibía). De forma que los del GPPN pasaron de largo con sus ceños fruncidos sin ni siquiera fijarse en Tullken.
- ¡Cabrones! - masculló Dwalin cuando estuvieron lejos.
- Tranquilo - le dijo Tullken, que bastante tenía con sufrir cada día a Denethor y sus amigotes.
Debido a ese pequeño encuentro, aceleraron el paso por si aparecían más contratiempos, llegando diez minutos antes de lo previsto al lugar señalado.
En la calle donde vivía Elesarn, el silencio y la sosegada noche reinaban lejos del jaleo de las calles del centro. Incluso el propio edificio donde vivía ella parecía desprender ese aire de serenidad, gracias a sus formas más bien redondeadas y el color azulado de sus paredes.
- Venga, Tullken, llama tú al interfono.
- ¿Qué? ¿Por qué yo? Si ya ni me acuerdo del número del piso.
- ¡Pero serás...! - Dwalin ahogó su exclamación para no ofender a su amigo - Está bien...- reafirmó al final.
Así, Dwalin llamó. Al cabo de unos segundos les respondió la voz despierta de Elesarn, que sonaba metálica a través del interfono.
- ¿Sí?
- ¿Elesarn? Somos Tullken y yo... ¿Ya estás preparada para una noche de drogas y desenfreno?
- Ja, ja, ja... Pues no; acabo de salir de la ducha. Si queréis subid un momento, que en cinco minutos estoy.
- Típico de las tías: nunca estar a punto a la hora...
- Te he oído, señor Enano. Por cierto, ¿qué te cuentas, Tullken? ¿No me dices nada?
Pero Tullken no escuchaba. Se había quedado embobado contemplando los pisos de delante de el de Elesarn. Hubiese jurado que justo en la pared de enfrente, ahí donde no alcanzaba ni la luz de las farolas, se podía distinguir la silueta larga y oscura de... "algo", pegado a la pared.
- Ey, bobo, que la señorita te esta hablando - le indicó Dwalin a Tullken, dándole un suave codazo.
- ¿Eh? ¿Qué? - se despertó Tullken, desviando la vista de esa sombra entre las sombras.
- Déjalo, Dwalin... Venga entrad - dijo resignada Elesarn, a la vez que les abría la puerta.
- Desde luego eres lo que no hay, Tullken. ¡La chavala hablándote y tú pasando de ella, emparrado con los edificios de enfrente! - le sermoneó Dwalin cuando entraron en el tranquilo y blanco vestíbulo del edificio.
- Jo, lo siento... Pero es que me pareció ver un... no se qué, algo grande pegado como un lagarto en la pared - se defendió Tullken, mientras subían por el ascensor.
Dwalin iba a abrir la boca para criticarle otra vez, pero acabó esbozando una sonrisa socarrona y una mirada que mezclaba incredulidad y compasión.
- No me mires como si fuera un niño de pañales - le espetó al final Tullken, cuando salieron del ascensor.
Pero Dwalin se limitó a suspirar y mantener esa mirada que ponen todos los padres cuando sus hijos pequeños les dicen que de mayores quieren ser un gran rey o un gran mago.
Tullken hubiese continuado esa discusión de besugos si no fuera porque Dwalin llamó con rapidez a la puerta. Y más mudos se quedaron los dos cuando vieron que quien les abrió la puerta y recibía en la casa era ni más ni menos que Arasereg, el padre de Elesarn.
- Ah, buenas noches, señor... - dijo Tullken, con un poco de timidez.
- Buenas noches - repitió Dwalin, que casi se torció el cuello para poder ver directamente a la cara al anfitrión.
Este no pudo esconder un tono frío en su recibimiento al Enano. "Se nota que es un elfo de los de antes", pensó Tullken al respeto.
- Pasad, pasad. Elesarn no tardara en venir - les dijo con tono cortés, mientras los hacía sentar en el sofá de la salita, la cual, gracias a las sombras que procedían del exterior, parecía más acogedora - ¿Queréis tomar algo?
- Ah, no gracias, si enseguida nos vamos - se apresuró a contestar Tullken.
- Bien, como queráis - contestó con su habitual calma Arasereg, que vestía una especie de traje largo, que les recordó a Tullken y Dwalin un albornoz, pero ricamente tejido y bordado, con motivos florales de un tono plateado que conectaban con el ambiente del piso - Pues si no me necesitáis me retiro. Que os lo paséis bien.
- Eu, solo un pregunta, señor - saltó de golpe Dwalin, decidido y firme en su tono de voz, y que dejó sorprendido y desconcertado a Tullken - ¿Cómo es que no tienen televisor?
Esta vez fue Tullken quien dio el codazo, que fue acompañado de una mirada que intentaba preguntar "¿Pero a qué viene esa pregunta?"


Arasereg, que se encontraba al pie de las escaleras que conducían al piso de arriba, se giró con lentitud y clavó sus serenos y penetrantes ojos en los dos, especialmente en Dwalin. En su pálido rostro se dibujó una leve sonrisa.
- Mi querido señor Enano, para saber lo que ocurre en el mundo no se necesita de un aparato cuadrado y chillón. Basta con sacar la cabeza de tanto en tanto del caparazón que cada uno se crea - ahora Tullken y Dwalin ya sabían de donde había sacado Elesarn su especial sentido del humor - Además, también es por una mera cuestión de gusto. Los elfos somos, por naturaleza y tradición, sencillos con los asuntos de las cosas materiales que nos rodean. Siempre intentamos aprovechar las estructuras más duraderas que nos ofrece este mundo: La Naturaleza. Puede que ahora el piso parezca vacío, pero de aquí unos años, la enredadera que veis ocupando solo un espacio de la pared habrá crecido lo suficiente como para dar un colorido verde a toda la sala.
Los dos amigos asintieron un poco desconcertados delante de ese discurso sobre decoración élfica; pero Dwalin no tardó mucho en volver a reaccionar.
- Una última pregunta, señor. ¿Esas dos espadas colgadas ahí son de imitación o son auténticas?
- Esas espadas, Señor Enano, pertenecieron a mí familia desde hace cinco generaciones. Y si un buen día usted estuviese rodeado por las fuerzas del Mal, no dude que las dos se iluminarían como dos antorchas en medio de la oscuridad - dijo Arasereg, con un claro tono serio en la voz, cuando descolgó una de las espadas, la cual tenía un diseño fino y una hoja levemente curva y brillante, sin rastro de corrosión a pesar de los años.
Arasereg se arremangó parte del vestido del brazo y ejecutó unos sencillos ejercicios con la espada, que cortó el aire con un suave y frío silbido. Luego la volvió a colocar con cuidado al lado de su "hermana" gemela, bajo la atónita mirada de Tullken y Dwalin, los cuales se quedaron con la boca abierta de palmo a palmo.
- Como puede apreciar, Señor Enano, la manipulación de estos instrumentos requiere de cierta habilidad... por no hablar de una cierta estatura para poder manejarlas.
- Emmffssí... - gruño Dwalin, sintiendo la puñalada de la indirecta.
Pero la atención de los tres se desvió cuando apareció Elesarn bajando con presteza por las escaleras.
- ¡Siento haberos hecho esperar! ¡Pero ya está, ya nos podemos ir! - exclamó cuando estuvo abajo, casi sin aliento; como también se quedaron Tullken y Dwalin al ver que ella llevaba un ajustado vestido de una tela finísima, que lo transparentaba todo.
- En fin, yo ya me retiro, que aunque hoy sea un día de fiesta, aún tengo trabajo. Lo dicho: disfrutad de la fiesta - anunció Arasereg.
- Tienes que ir a traerle el discurso al Senescal ¿no? - se quejo Elesarn.
- Sí, de manera que mejor que me ponga en marcha. De aquí a la "Torre de Cristal" queda un buen camino.
- Jo, el Senescal te tiene como si fueras su secretario... o peor aún, su criado. Deja que esta noche improvise - dijo Elesarn, abrazando a su padre.
- Ya me gustaría, pero tengo una hija caprichosa a la cual mantener - ironizó Arasereg.
- Esta bien... Venga pues, ya nos veremos mañana.
- Claro, Elesarn, y todas las mañanas que hagan falta - y la volvió a abrazar.
Tullken y Dwalin, un poco incomodados por esa situación, hicieron el gesto de dirigirse a la entrada de la casa.
- ¡Ya voy, impacientes! - dijo Elesarn - Ni una puede despedirse decentemente de su padre.
- No, si no es eso... - intentó disculparse hipócritamente Dwalin.
Pero Elesarn ya había salido por la puerta y bajado un buen tramo de las escaleras en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando Tullken se disponía a cruzar la puerta para seguir a Dwalin, que a su vez seguía con penas y trabajos a Elesarn, fue frenado por una mano en el hombro. Al girarse volvió a encontrarse con los ojos grises que tanto le llamaban la atención desde que había conocido a Arasereg.
- Cuidad de ella - le dijo.
Tullken asintió con fuerza. Arasereg sonrió y le estrechó la mano con fuerza.
- Pasadlo bien, ahora que podéis. No desaprovechéis el tiempo que se os ha dado.
El súbito tono entristecido con que Arasereg dijo esas palabras, cogió por sorpresa a Tullken. Este asintió otra vez, pero un poco dubitativo.
Arasereg volvió a sonreír, pero en su rostro no se veía alegría ahora, sino una especie de niebla que acentuaba aún más la palidez de su rostro. Después se giró y, con sumo silencio, se dirigió hacia las escaleras.
Tullken permaneció un rato más en el umbral de la puerta, observando como esa blanca y alta figura ascendía al piso de arriba, envuelta en un silencio que parecía guardar el secreto de la última frase que había pronunciado.
- ¡Ey, Tullken, ven ya! ¡Siempre tardas ! Eres bastante lento ¿sabes? - gritó desde abajo del todo Elesarn, que esperaba con impaciencia junto a Dwalin en el vestíbulo.
Tullken cerró la puerta con suavidad, para no perturbar la calma del mismo. "No desaprovechéis el tiempo que se os ha dado" pensó bajando con dilación por las escaleras.

Cuando los tres amigos salieron a la calle, fueron recibidos por una brisa que traía los olores de la noche de primavera.
- Uaauuu... Esta va ser una noche grande - sentenció Dwalin, cuando aspiró una bocanada de ese aire.
- Por cierto, coged vuestras entradas para la discoteca - les dijo Elesarn.
Tullken miró con desánimo la suya, en la que se veía un dragón deforme sonreír; pero su mirada acabó perdiéndose en Elesarn, cuyos cabellos, aún húmedos por la ducha, parecían resplandecer ahora de un tono cobrizo bajo la tenue luz de las farolas. Entonces sintió un cosquilleo en el estómago debido a la inquietud que lo había acompañado durante todo el día. ¿Por qué esa intranquilidad? Se preguntaba todo el rato, aunque a medida que fueron bajando hacia el centro de la ciudad descubrió que su ansiedad provenía de la sensación de sentirse observado desde arriba. Repetidas veces levantó la vista hacia el cielo, pero solo se encontraba con las tinieblas nocturnas de este.
- Ey, peña, ¿qué os parecen? - dijo Dwalin, luciendo unas gafas de sol que acababa de ponerse.
- Geniales, si tenemos en cuenta que son inútiles de noche, pero en fin.
- Es que sólo son para impresionar, Elesarn. Considéralas parte de mí "encanto". ¿Y tú que dices, Tullken? ¿Tullken? ¡¿Otra vez embobado?! ¡Pero, tío, ¿qué drogas te has tomado?!
- Dwalin tiene razón, Tullken. Has estado todo el viaje en otro lugar. ¿Ocurre algo?
- No... Bueno, creo. Es que me da la sensación de que... En fin, dejadlo...
- ¿Es que la noche gondoriana te pone nervioso? - le siseó, casi al oído, Elesarn.
- No, será que tiene miedo de que lo ataque algún bicho que se arrastra por los edificios - añadió Dwalin, arqueando las cejas.
- Pues en ese caso ya puede estar tranquilo. Nosotros te protegeremos - dijo Elesarn, cogiendo a Tullken del brazo.
A este le basto el simple contacto de la elfa para quedarse definitivamente en blanco. Hubiese recriminado a Dwalin y quizá también empezado un acalorado discurso en su defensa para explicarles una parte de sus bulliciosos pensamientos, pero tener a Elesarn tan cerca, sumado a la inquietud de sentirse observado, lo sumieron en un estado aún más taciturno, cuyos ingredientes, esa mezcla de sensualidad y temor a partes iguales, hicieron que el trayecto hacia el centro de la ciudad se le pasara volando, como en un sueño, donde las riadas de gente de todos los pelajes que llenaban las calles se convirtieron en meras sombras. Tullken no despertó de ese "sueño" hasta que Dwalin le dio un codazo.
- ¡Despierta, tío! Van a empezar los fuegos.
Tullken buscó a Elesarn a su lado, pero no la encontró. La buscó con miradas rápidas entre la multitud que los rodeaba, para al final encontrarla justo delante suyo. Aunque tenía los cabellos de su melena rubia a un palmo, a Tullken le dio la sensación de que ella siempre estaría más allá de cualquier sitio al que él llegara. Seguramente habría hecho el pena durante el viaje, embobado y pegado a ella como un parásito, pensó con desesperación, ya que la mirada de desaprobación que se adivinaba detrás de las gafas de sol de Dwalin parecía confirmarlo.
Pero Tullken se había jurado que esa noche sería una noche especial. No se dejaría hundir más por sus comeduras de cabeza, de forma que cogió aire y levantó la vista hacia donde Elesarn, y toda la gente, hacía rato que miraban. Se trataba de una enorme pantalla de televisor exterior, instalada en uno de los edificios de la plaza más céntrica de Osgiliath, por donde se retransmitiría el discurso del Senescal, antes del lanzamiento de los fuegos artificiales.
Como preludio al acontecimiento, todas las luces del centro de la ciudad y de sus confines se apagaron de golpe. Ahogadas por la oscuridad que empezaba a reinar por las abarrotadas calles, todas las voces y murmullos se fueron silenciando. Los edificios se alzaban ahora como imponentes y mudas torres de alguna ciudad olvidada por el tiempo hacia el cielo, con la "Torre de Cristal" a la cabeza; y por una vez al año, los gondorianos pudieron contemplar el brillo de todas las estrellas, que iluminaban con su plateada luz sus rostros, los cuales se tornaron pálidos y fantasmales al contacto con esta.
Esa situación duró poco. Como el ojo de un gigante dormido despertándose, el televisor se encendió, iluminando esta vez las caras de una artificial claridad. En la pantalla apreció el Senescal Imrahil, detrás de su desmesurada mesa de despacho. A su lado, la bandera de Gondor.
- ¡Ciudadanos de Osgiliath y de toda Gondor! - exclamó, y su voz sonó como un trueno por los altavoces instalados por toda la ciudad - Como cada año desde hace dos mil años celebramos la liberación de los Pueblos Libres del yugo al que hubiesen podido caer en manos de Sauron. Y es aquí, en Gondor, donde especialmente debemos sentirnos orgullosos. Orgullosos por haber permanecido justo delante de las líneas del enemigo y no haber decaído nunca a pesar de todas las dificultades. Por eso os digo, gondorianos, que no olvidéis el esfuerzo que hicieron nuestros antepasados, puesto que necesitareis una fuerza y voluntad semejantes a los suyos para soportar las amenazas de la actual Gondor - y aquí todos supieron que se refería al desempleo, la inmigración, la violencia callejera y un largo etcétera... - Aún así, también os puedo prometer que habrá cambios... Grandes cambios... Que ayudaran a que Gondor sea un mejor sitio de lo que ya es. A su debido tiempo serán ejecutados, pero creedme cuando os digo que serán beneficiosos para todo el mundo. Como quiero que disfruteis de este día de fiesta y júbilo, no os entretengo más ¡Feliz uno de Mayo a todos!
Al finalizar el discurso, toda la muchedumbre de Osgiliath lanzó al aire un clamor que se mezcló con sus aplausos y que retumbó más allá de los límites de la ciudad, elevándose por encima de ella. Pero Tullken permaneció quieto y callado. Para él, el senescal seguía pareciendo un hombre prematuramente envejecido, que a pesar de sus hinchadas palabras, no parecía muy seguro de saber lo que decía.
- Me sabe mal por tu padre, Elesarn. Ha ido incluso más rápido que nosotros para entregarle el discurso y... bueno, sinceramente, vaya mierda de discurso - chilló Dwalin, para hacerse oír en el estruendo de la gente del alrededor, que ya habían empezado la fiesta.
- Sí, ha sido muy... corto, para decirlo con suavidad - contestó la elfa.
- Vaya, veo que somos los únicos a los cuales las palabras del Senescal nos resbalan - sentenció Tullken, casi a voz de grito.
En un instante la situación cambió radicalmente. De repente se volvió a un silencio sepulcral. Ahora todas las miradas, de grandes y pequeños, se fijaron en un único y minúsculo punto luminoso que se elevaba, se diría incluso con timidez, por encima de la mole negra de la ciudad. Al llegar a cierta altura, el punto estalló en todas direcciones, iluminando fugazmente a la gente, que también estalló en aplausos y vítores. El primer cohete de los fuegos artificiales había sido lanzado. A ese, le siguieron muchos más, los cuales llenaron el aire con los sonidos secos de sus detonaciones y el colorido de sus explosiones, por no mencionar el olor a pólvora que descendió hacia la ciudad.
Como constelaciones de corta vida que intentaban rivalizar con las estrellas, los fuegos dibujaron intrincados dibujos en el cielo, que casi sumieron a todo el pueblo de Osgiliath en un estado de éxtasis, incluyendo a Tullken, que se dejó absorber por la magia de ese momento... Hasta que vislumbró la figura negra de una especie de enorme murciélago volando entre las estelas luminosas que dejaban detrás los cohetes al explotar. Sorprendido, estuvo a punto de avisar a Dwalin y Elesarn, pero al perder de vista al animal se paró en seco en sus intenciones. Quería asegurarse de que lo había visto realmente, pero el ambiente de fiesta que lo rodeaba y los propios fuegos artificiales le impedían ver con claridad. Aún así, escudriñó cada rincón del cielo al que pudiera llegar su vista, consiguiendo distinguir la figura alada muy lejos de donde la había avistado por primera vez. "Se mueve rápido, en dirección al centro mismo de la ciudad... la "Torre de Cristal", pensó Tullken, como pudo comprobar con ese fugaz avistamiento, en el cual vio como la criatura esquivaba con soltura las explosiones de los cohetes, siendo a su lado como una mera mosca.
Cuando llegó la traca final, hacia rato que Tullken la había perdido de vista.
- ¿Qué? ¿Vamos ya a la disco? - gritó Elesarn al finalizar los fuegos y encenderse otra vez las luces de la ciudad.
Dwalin asintió casi sin pensarlo, pero Tullken se pasó todo el camino hacia la discoteca pensando en si debería contarles a sus amigos lo del ser volador. Estos, empujados por la marea de gente que comenzaba a ponerse en movimiento para acabar de celebrar la fiesta, no dejaban de lanzarse miradas preocupadas preguntándose por qué Tullken estaría tan serio esa noche.
De su llegada a la discoteca, Tullken sólo recordaba la enorme cola que tuvieron que soportar para poder entrar y las gigantescas luces de neón con las letras "UTUMNO". Después, los recuerdos se le hicieron confusos debido al ruido y la oscuridad, solo combatida por unos cuantos focos, que allí reinaban. Intentando no perder a sus compañeros de vista, que inevitablemente se convirtieron en meras sombras en el mar de gente que bailaba al son de la martilleante música, Tullken acabó en medio de la pista de baile, quedando atrapado entre la muchedumbre que no paraba de darle codazos y pisotones en su frenético movimiento.
Delante suyo pasó un tipo con una fea máscara de orco persiguiendo a unas chicas. "¿Y esto es diversión?", se preguntó al final, levantando la cabeza por encima de la gente para localizar a sus amigos. Consiguió ver una larga melena rubia entre el gentío, pero al seguirla pensando que era Elesarn, se perdió aún más.
Finalmente, Dwalin lo encontró cuando le pisó, ya que Tullken no lo vio entre tanta gente, por no decir que Dwalin era el único Enano en toda la discoteca.
- ¡Pero, tío, mira por donde vas! ¡Encima que te pierdes...! - le gritó con todas sus fuerzas el Enano, que le señaló la mesa donde se encontraba sentada Elesarn.
Tullken fue hacia allí y se acomodó en su lugar, encontrándose con la mirada inerte de un troll de cartón piedra semi camuflado en la oscuridad del local. Al parecer, la mesa estaba situada bajo una reproducción de uno de los trolls de piedra del Bosque Viejo, siendo los brazos del monstruo los respaldos de los asientos, produciendo el efecto de estar a punto de recibir un abrazo mortal de éste.
- ¿Dónde te habías metido? - le preguntó Elesarn, que ya estaba tomando una copa.
Tullken iba a responderle cuando se calló, preguntándose a sí mismo si la melena rubia que había estado siguiendo había sido realmente Elesarn.
- En cambio, parece que tú has encontrado tu casa - le respondió al final.
- ¿Lo dices por el troll? No creas; sólo he estado una vez donde se encuentran y encima yo era muy pequeña. Perdón, tenía que haber dicho donde se "encontraban", puesto que solo queda uno.
- Es verdad. Uno fue transportado al museo de Historia Natural de aquí ¿no?
- Sí, y el otro fue destruido por los hombres al final de la Guerra del Anillo, como para dejar claro que las fuerzas oscuras habían sido definitivamente aniquiladas, me parece...
- ¡Bueno, como siempre tratáis temas muy "interesantes", pero aquí la cuestión es pasárselo bien! ¡Así que, a brindar! - gritó Dwalin.
Y sin ni darse cuenta, Tullken se encontró con un vaso lleno en la mano y bebiendo algo que ni sabía que era, y que parecía llenar el vaso cada vez que este se encontraba vacío. Fue entonces cuando sus recuerdos se nublaron aún más. Las luces del local se difuminaron en la oscuridad, tragándose las caras de la gente, junto a Elesarn y Dwalin. Solo recordó las últimas palabras de un camarero que les preguntó si querían tomar algo más. De ese solitario recuerdo le llamó la atención el hecho de que hubiese un camarero en una discoteca -que encima les atendiera a ellos expresamente- y el chaleco de color azul oscuro que llevaba puesto.
Después de todo eso, el ruido de la música se silenció en una última y perversa carcajada. Y todas las luces se apagaron definitivamente.

Confundido. Esta fue la primera sensación que tuvo Tullken cuando abrió los ojos. Después vinieron el mareo, el dolor de cabeza y las dudas. Las numerosas e interminables dudas, que acudieron a su dolorida cabeza al encontrarse apoyado en una pared de la calle, con los pantalones manchados de vómito y sin recordar nada de lo que había sucedido desde que se sentara con Dwalin y Elesarn hasta ese momento.
Miró a su alrededor, viendo las solitarias aceras de una calle que aún no podía identificar, donde solo quedaban restos de botellas, confetis, banderitas de Gondor y más basura... Eran los restos de la fiesta, que, enmudecidos ahora, eran iluminados por una tenue luz grisácea, como pudo comprobar Tullken cuando sus legañosos ojos se acostumbraron a ella, lo que le hizo pensar que el Sol estaría a punto de salir. Al ver su reloj comprobó que eran las seis de la mañana. "Por lo menos algo parece correcto" se consoló Tullken, que se sentía avergonzado por haber llegado a esa penosa situación aún sin saber como.
Siguiendo la pared, que le servía de referencia y apoyo, Tullken avanzó por esa calle, sintiéndose más mal a cada paso. Lo único que le mantenía despierto era una refrescante brisa que parecía estar más viva que él y toda la calle que recorría como un leve fantasma. Pero al final incluso esa brisa se interrumpió.
Tullken levantó un poco la vista para descubrir qué era lo que había frenado tan bruscamente la corriente y se encontró rodeado. Debían ser cuatro o cinco tipos, le pareció, que, formando un círculo, lo mantenían acorralado en la pared. Extrañado al principio, Tullken se fijó más en ellos. Vio que por lo menos debían ser todos de su edad, llevando unas ropas más bien pobres y gastadas. Solo cuando vio la marca del Ojo en el puño de uno de ellos empezó a ponerse nervioso. Ellos lo notaron y estrecharon el círculo.
Tullken intentó erguirse lo mejor que le permitía su estado. Pero sintiéndose ridículo, dejo que las carcajadas de ellos confirmaran ese sentimiento.
- ¡Ey, Burtz! No te pierdas el notas este - dijo el que parecía ser el más joven, luciendo una sonrisa de blancos dientes.
Enmudecido por esa situación, Tullken solo podía contemplar atónito la burla que hacían de él esos miembros de los "Puños de Sauron", que con toda seguridad, habían bajado a la ciudad para ver qué podían aprovechar de las sobras de esa noche de euforia.
Pero todos esos pensamientos huyeron de su cabeza cuando apareció el tal Burtz. Era una figura imponente, que ensombreció a Tullken cuando se puso delante suyo. Aunque quizá lo que más llamó la atención a Tullken fueron los rasgos de su cara, los cuales pudo contemplar mejor al tenerlo tan de cerca. Para empezar, sus ojos parecían desprender un fulgor amarillento, como si fueran ojos de gato. Su piel era oscura, pero aún más oscura que la de los Haradrim que lo acompañaban, siendo de un color negruzco como la ceniza; mientras que sus cabellos, que le caían por los hombros tan largos y lacios como eran, tenían el color negro del carbón. Por no hablar de la expresión general de su rostro, que hizo estremecer a Tullken, aún siendo incapaz de apartar la vista de él, como hipnotizado por su extravagancia.
- ¿Esto es lo único que hay?... Bajamos a la ciudad a las seis de la mañana... ¿y esto es lo único que encontramos? - rugió entre decepcionado y furioso Burtz con una voz grave y profunda que no parecía corresponder a su edad - De este borracho no podremos aprovechar ni la sombra... - puntualizó, dejando a la vista sus blancos y largos dientes, que dejaron a Tullken aún más perplejo y asustado.
- Pero podríamos desahogarnos con él ¿no? - propuso uno de los chicos, y los demás rieron la idea. A Tullken se le congeló la sangre en las venas.
- Sí... ¿Y por qué no? - exclamó de golpe Burtz, presa de un furor repentino, que sorprendió incluso a sus colegas de banda que lo habían dicho de broma, y abalanzándose sin previo aviso contra Tullken.
- ¡Eh, Tullken! ¡Chico, cuánto tiempo sin verte! ¿Porque eres tú, no? - dijo una voz al mismo tiempo detrás de ellos, que resonó con suavidad por el vacío de la calle, llamando la atención de todos, incluidos Burtz, que frenó su ataque, y el aún más desconcertado Tullken, que no conseguía identificar de quien era esa voz que lo llamaba.
Entre las grises nieblas que cubrían la solitaria calle apareció un viejo de crecida barba blanca y largo bastón de madera en la mano, el cual hacía resonar en los adoquines del suelo. Al principio les costó verlo en la semioscuridad de la madrugada y por los ropajes largos y gastados que portaba.
A Tullken le vino a la cabeza la imagen del "Circular Park", pero debido a la resaca y el miedo no conseguía establecer una conexión entre el parque y el viejo, el cual se acercaba a ellos con paso firme y una sonrisa en los labios.
- ¡Tú, no te acerques más! ¡Párate! - le gritó uno de los "Puños de Sauron" al ver la confianza con la que se acercaba el viejo.
Este se paró en seco, sin borrar la sonrisa de sus labios y con su mirada de ojos azules clavada en Tullken.
- Vaya, Tullken, ¿no saludas a un viejo conocido? - dijo ante el estupor del sorprendido grupo.
Tullken iba a disculparse por no saber quien era, cuando Burtz le contestó al viejo con un siseó y la mirada fija en él:
- ¿Cómo le has llamado?
El viejo puso cara de sorprendido, que se percibía forzada y cómica adrede.
- ¿Acaso me equivoco si digo que el caballero apoyado en la pared no es Tullken de la Casa del Norte? - contestó al final.
Burtz miró a Tullken, después al viejo, otra vez a Tullken, y así durante un buen rato, hasta que estalló en una sonora carcajada que retumbó como un aullido.
- Te estás quedando con nosotros, viejo. ¿Cómo quieres que esta mierdecilla sea el Tullken del que hablan por la "Cueva"?... ¿Y quién eres tú para decir eso?
- Sólo soy un peregrino sin hogar... que no dice la mentira si en su lugar solo esta la Verdad desnuda - contestó el viejo, endureciendo repentinamente su tono de voz.
Burtz lo notó y no le gustó. Hizo un gesto a sus compañeros, que hacía rato que se les veía nerviosos por la presencia del viejo, y sin previo aviso, se lanzaron contra el anciano, sacando grandes navajas de bolsillos y chaquetas.
Asustado, Tullken cerró los ojos, pero un fuerte ruido le obligó a abrirlos de nuevo, vencido por la curiosidad; y aún así le costó creerse lo que sus cansados ojos le mostraron. Con un golpe casi fugaz e imperceptible, el viejo había alzado su bastón y había golpeado a sus cinco atacantes con contundencia, dejándoles tirados en el suelo. Ahora la expresión del viejo no era simpática, sino fría y severa como el metal.
Los "Puños de Sauron" captaron el mensaje y se largaron al instante que pudieron levantarse. Sus miradas transmitían rabia y frustración, pero la actitud impasible del viejo pudo más y desaparecieron corriendo en la niebla matutina.
Cuando sus pasos dejaron de resonar por la calle, Tullken y el viejo pudieron oír como Burtz, en la lejanía, gritaba ferozmente una exclamación en un lenguaje desconocido.
- Es la Lengua Negra... Nos ha maldecido en Lengua Negra - dijo el viejo, más calmado, mientras se ajustaba el sombrero de ala ancha en su cabeza.
Al ver que Tullken no decía nada, se fijó más y vio como se acurrucaba en la pared, muerto de miedo y con su vista clavada en él, con una mezcla de asombro y terror. Hizo el gesto de acercarse, pero el chico retrocedió. Demasiadas emociones para una mañana de resaca, quizá.
De todas formas no había tiempo que perder, de modo que el viejo no se andó con rodeos y apresuró su paso hacía Tullken. Este apretó los dientes y cerró los ojos esperando lo peor.
- ¡Oh, vamos, Tullken! ¡Abre los ojos, no voy a comerte! - le gritó a la cara el viejo, sintiendo todos los escupitajos que salían despedidos de su boca en esa reprimenda.
Sin más alternativas, Tullken abrió tímidamente, sintiéndose como un niño de pañales, y encontrándose con el severo rostro del viejo a solo un palmo de su cara. Pudo ver entonces las numerosas cicatrices que llenaban su ya arrugada y vieja cara, y sus brillantes ojos, que refulgían con inaudita energía, como dos pequeñas hogueras de luz blanca enterradas en la marchita piel y ensombrecidas por el sombrero de ala ancha.
- Eso esta mejor - dijo entonces, apartándose un poco de él y volviendo a su tono jovial del principio.
- Señor... ¿Qué quiere de mí? - farfulló Tullken sin tartamudear, cosa que le extrañó ya que se estaba cagando en los pantalones de miedo.
- Para empezar, que no te dejes devorar por el primer orco que se cruce en tu camino.
- ¿ Orco?
- Sí. El muchachote que ha estado a punto de acabar con la leyenda de la "Cueva" era un semi-orco: todo lo que queda del antiguo proyecto de hace dos mil años de mejorar la raza orca.
¿Un semi-orco?¿ Cómo era posible que un orco pudiese haber paseado por las calles de una urbe moderna sin que nadie se hubiese dado cuenta? Reflexionó Tullken por unos momentos.
- Lo que me recuerda que ese no es el más importante de los peligros a los que nos enfrentamos... - continuó el viejo.
Ahí era donde Tullken empezó a perderse. ¿Había dicho "nos"? El viejo debió ver su extrañado rostro, porqué se volvió a erguir amenazante.
- No dudes ahora, joven Tullken. Él, el peligro al cual nos enfrentamos, sabe de engaños, artimañas y disfraces para embaucar a los incrédulos, pero no dudes de que tú conseguiste verle, ya que fuiste el único en encontrarlo allí donde incluso los ojos de la joven elfa fallaron.
- En serio, señor... No sé de que esta hablando... Ni siquiera sé quien es... Además, me encuentro muy mal, y...
- Sí que me conoces... Nos hemos visto en sueños. La gente suele cerrar los ojos delante de las cosas que no quieren ver, pero en sueños no pueden hacer nada para cerrarlos... Y aún así, no fuiste capaz ni de cerrarlos cuando le viste a "Él", y lo sabe... Te tiene miedo, Tullken.
- ¿Pero quién? - gimió Tullken, que ya no aguantaba todo aquello.
Entonces el viejo se acercó a él y le susurró cerca del oído:
- Le conoces también... Le has visto ayer y anteayer, caminando a dos patas como un simple mortal o cabalgando en las alas de la noche. No lo olvides, chico, te tiene el ojo echado encima. Este ha sido el primer aviso para que estés preparado para luchar contra ese peligro que aún colea en Arda. Presiento que muy pronto actuará, si es que no lo ha hecho ya, trayendo desgracias a ti y a todos los seres que alientan en esta tierra... Recuérdalo.
Dicho todo eso, el viejo se separó bruscamente de él y prosiguió su camino por la calle, haciendo sonar su bastón a cada paso.
- Ah, pero si quieres saber quien soy yo realmente, piensa en esto: "Cinco magos vinieron del Oeste. Uno volvió y otro murió, mientras los otros desaparecieron en el profundo Este..." - dijo girándose para desaparecer entre los "restos del naufragio".
Tullken permaneció unos instantes de pie, pasmado y sin poder reaccionar. Acabó sentándose en el suelo, apoyado en la pared y con la cabeza entre las rodillas, mientras un dolor insoportable le quemaba la cabeza.

No supo cuánto tiempo estuvo así, pero cuando le encontró Dwalin ya brillaba el Sol de mediodía.
-Tío, pareces un vagabundo... - dijo Dwalin, con un tono sombrío para ser un comentario sarcástico.
Tullken levantó la vista, y a esa altura incluso la figura de Dwalin parecía imponente. Se ahorró de hacer la pregunta para saber que había pasado en el vacío de esa noche, desde que habían entrado en la discoteca Utumno, hasta que había despertado solo en esa calle o como le había encontrado. Lo sucedido esa mañana superaba con creces todas las preguntas y respuestas a esa noche.
Igualmente, pudo ver que Dwalin tampoco estaba para muchas preguntas. En el rostro del Enano se leían la pesadumbre y la angustia.
- ¿Qué ocurre Dwalin? ¿Y dónde está Elesarn?
Pasaron unos instantes en que se hizo un silencio tenso y en los cuales Dwalin parecía intentar decir algo que no conseguía hacer salir de su garganta.
- ¿Dwalin? - insistió Tullken, preparándose para lo que ya percibía como una mala noticia.
- Es que... no sé... En fin, supongo que... El padre de Elesarn ha muerto, tío. Se ha tirado por la "Torre de Cristal".



1 2 3 4 5 6 7 8 9 10

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos