Osgiliath 2003 de la C.E.

03 de Diciembre de 2006, a las 00:02 - Ricard
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3. La sombra del futuro:

En el silencio del piso donde vivía la familia Piedra Tosca, Tullken observaba como Dwalin se peleaba con una corbata delante de un espejo.
- ¿Seguro que no quieres venir? - le preguntó el enano, sin apartar la vista del espejo.
Tullken permaneció largo rato en silencio. Hacía tres días ya de la muerte de Arasereg, el padre de Elesarn, y Tullken aún no se había hecho a la idea; y eso que tanto la televisión como los periódicos, en esos últimos días, solo habían hablado y especulado sobre las posibles causas o motivaciones que podían haber empujado a un miembro del gobierno y último representante élfico de toda la Tierra Media a tirarse desde una altura de cincuenta pisos.
- Bueno, esto ya esta - dijo Dwalin orgulloso al hacer el último nudo de la corbata - Esta también es la última oportunidad: ¿seguro que no quieres venir al enterramiento?
Tullken negó con la cabeza, sin decir nada. Sabía que su hermano iría al enterramiento de Arasereg, como casi todas las fuerzas del gobierno de Gondor. Sabía también que Dwalin, a pesar de no estar "invitado" oficialmente, iría para estar al lado de Elesarn, como también sabía que la excusa que había puesto él mismo para no ir era una endeblez delante de la verdadera razón por la que no quería ir. Sencillamente no se atrevía a ver a Elesarn en esa situación. Hacía tres días que no sabían casi nada de ella, y para ser sincero, Tullken no se veía preparado para soportar un encuentro con ella. ¿Qué le podía decir? ¿Qué podía hacer él para ayudarla? Nada.
Así que al amparo de que ese mismo día tenía que ir al museo de Historia Natural con el instituto (lo cual no dejaba de ser cierto), evitaría la embarazosa situación del encuentro. Parecía entonces que Elesarn solo era buena para los buenos momentos y la diversión, pero para los asuntos serios y difíciles no. Tullken se despreció aún más por tener esa percepción de las cosas.
- En fin, yo voy tirando - anunció Dwalin.
Tullken le siguió como un autómata hasta la calle. A fuera el tiempo no parecía decidirse, ya que por un lado brillaba el Sol, pero por el otro, enormes bancos de nubes navegaban por el cielo, entorpeciéndose ambos.
Los dos amigos se miraron sin saber cómo despedirse.
- Eu... Ya me dirás algo después del... enterramiento - dijo finalmente Tullken.
- Vale - contestó Dwalin.
Y así, con esas escuetas palabras, los dos iniciaron dos rutas diferentes.

Andando cabizbajo por las grises aceras, a Dwalin le vino a la cabeza aquel uno de Mayo. Como Tullken, también tenía un vacío en la memoria. Recordaba haber bebido algo en la discoteca servido por un camarero larguirucho y de chaleco azul (por aquel entonces, solo le preocupó el dinero que todo aquello costaría), y que después había estado bailando como un loco con Elesarn y Tullken... hasta que este desapareció. A partir de ahí la confusión en los recuerdos aumentaba, aunque lo que era seguro era que Elesarn y él habían estado buscando a Tullken por la calle, borrachos pero contentos y gritando a voz viva el nombre de su amigo. Aún así, lo único que encontraron fueron unos coches de policía y una ambulancia que se dirigían con velocidad al centro de la ciudad. En preguntar a donde iban, les dijeron que un hombre se había tirado desde la "Torre de Cristal". Lo que vino más tarde no valía ni la pena recordarlo.
Finalmente llegó al cementerio, la entrada del cual se encontraba atestada de coches, ya que como era de esperar, el entierro de un alto consejero del gobierno no iba a pasar desapercibido por las más altas autoridades del país, por no hablar de la prensa...
Refunfuñando, Dwalin pudo al fin pasar por el aparcamiento (maldiciendo a los propietarios de los coches, ya que ¿por qué no podían comprarse coches más pequeños?) y plantarse delante de la entrada del cementerio, el cual era un inmenso parque, con la diferencia de poseer lápidas bajo sus árboles en ves de bancos.
Ese día en concreto el cementerio desprendía una atmósfera extraña, debido a los claroscuros producidos por las nubes, que daban diferentes tonos verdosos a los árboles, los cuales creaban a su vez sombras bailarinas debajo de sus copas, en los sepulcros de los muertos. "Se acerca una tormenta" pensó Dwalin en ver ese panorama, y sin más dilaciones, se adentro en ese "Bosque de los Muertos", que aún así encerraba una extraña belleza, puesto que muchas de las tumbas y mausoleos estaban hechos con una rica ornamentación, con grandes esculturas de mármol blanco de espíritus maiar alados, que parecían querer velar por las almas de los allí enterrados, bajo la atenta mirada de los árboles, que no perdían su viva coloración verdosa a pesar de eso.
Pero la tumba del último elfo registrado en Gondor y toda la Tierra Media se encontraba ubicada en una verde colina, en lo más profundo del cementerio, como pudo comprobar Dwalin al llegar al lugar, resoplando y sudando debido a todo el viajecito que tuvo que realizar entre el laberinto de tumbas.
Las personas que acudieron al enterramiento de Arasereg eran las únicas presentes ese día en el cementerio, siendo, eso sí, un nutrido grupo. Dwalin subió con penas y trabajos la colina donde se estaba a punto de sellar el ataúd de Arasereg, reconociendo a pocas personas de las allí presentes. La mayoría eran hombres y mujeres trajeados, siendo muchos miembros del gobierno, que para expresar su pesar se habían puesto trajes negros, gafas de sol y ponían caras de preocupación y tristeza para contentar a la prensa, la cual se encontraba a unos metros del evento, como buitres con cámaras y micrófonos, atentos a cualquier declaración o suceso inesperado. Dwalin pasó entre todos ellos sin que ni siquiera se dieran cuenta de su presencia ("¡Con la noticia que es ver a un Enano en nuestros días!" pensó con sarcasmo), consiguiendo plantarse a los pies del féretro de Arasereg, el cual era de un pulcro color blanco, recordando su forma a la de una barca; pero como Dwalin no pudo ver a su inquilino debido a su baja estatura, se dedicó a buscar a Elesarn entre la gente.
Entonces vio a Bardo, el hermano mayor de Tullken, que se encontraba reunido con un grupo de militares, todos más viejos que él y de caras muy afligidas. Ahí también se encontraba un viejo encorvado que Dwalin identificó como el Senescal, junto a un chico alto que Dwalin confundió con un elfo y que era el único que no llevaba ninguna prenda negra como señal de luto. En su lugar llevaba un impecable vestido azul que resaltaba entre el negro dominante de los demás trajes.
Dwalin se acercó a ese grupo con la intención de saludar a Bardo. Este le vio, se disculpó de los generales con los que estaba hablando y se acercó al Enano.
- Buenas, Dwalin, ¿cómo va todo? - le saludó con el tono de voz bajo pero alegre, ya que, según la opinión de Dwalin, para ser un militar, el hermano de Tullken era lo suficientemente abierto y amable como para aceptarlo a él como a uno más de su familia solo por ser el mejor amigo de su hermano pequeño, y a pesar de que fuera un enano.
- Bien, tirando... Vaya, compañero, que uniformes negros que lleváis los militaruchos y tú.
- Tétricos, ¿eh? Son especiales para la ocasión - se disculpó Bardo, que parecía ir disfrazado de cuervo enjoyado debido a las condecoraciones, pensó Dwalin - En fin, todo sea por Arasereg... Pobre hombre, digo elfo. La verdad es que me caía muy bien. Justo en estos últimos meses estabamos trabajando juntos en un proyecto para ayudar a los chicos de los barrios marginales.
- ¿Cómo? ¿Enviándolos al ejército? - bromeó Dwalin.
- No, hombre; con programas de ayuda a sus familias y talleres de actividades. Pero supongo que ahora todos esto se cancelara como tantos otros proyectos...
- Tío, aún no se cómo acabaste siendo un maldito militar.
- Para poder saborear la fama y la gloria de los Caballeros de Gondor... No, es broma. Pero hablando de chicos inadaptados, ¿has visto a Tullken?
- Sí. Hoy tenía una excursión con el insti (de la cual yo he hecho campana directamente) y no ha "podido" venir.
- Vaya... Aunque en parte me alegro que sea así. Tulken no sabe moverse en estas situaciones. Además, su amiga, la hija de Arasereg, se encuentra... mal, por decirlo con suavidad.
- ¿Y donde esta ahora Elesarn? - preguntó Dwalin, que hacía rato que quería saberlo.
Bardo le señaló una oscura y solitaria figura al pie de la colina. Era ella sin duda, como comprobó Dwalin, aunque casi solo la reconoció por su melena rubia, ya que llevaba un largo vestido negro, con un velo también oscuro que le cubría totalmente el rostro.
Entonces Dwalin sintió de verdad pena y tristeza.
- ¿Donde esta el resto de su familia? - le preguntó a Bardo.
- ¿El resto? Oh, no. La familia solo estaba compuesta por Arasereg y ella. La madre parece ser que murió cuando ella nació, en el parto.
- ¿Qué? - se sobresaltó Dwalin.
- Así es, me temo. Por eso te digo que el asunto esta realmente mal.
Dwalin se quedó callado por unos minutos, intentando comprender cómo se sentiría Elesarn en esos momentos. Indudablemente Tullken y él tenían que haber deducido que el "clan" al que se refería Elesarn cuando hablaba de su familia se encontraba solamente compuesto por ella y su padre, desde que fueron a su piso ese fatídico uno de Mayo.
- ¿Y ahora que va ser de ella? - preguntó Dwalin, intentando sin éxito encontrar una alternativa para el, con toda seguridad, solitario futuro de la última elfa de la Tierra Media.
- Pues no lo sé. Según la legislación gondoriana, que no incluye a los elfos, ella ya es mayor de edad aunque aún vaya al instituto, de forma que en teoría puede hacer lo que quiera con su vida.
- Ya... - contestó Dwalin, que le pareció que el Sol se había ensombrecido un poco más por culpa de las grises nubes - ¿Y de la muerte de su padre que se sabe?... He oído por ahí que se suicidó.
- Eso dicen, ya que se lanzó desde cincuenta pisos, pero hablándote con franqueza, como no veo razón por la cual quisiera tirarse, he iniciado una pequeña investigación para averiguar si alguien o algo le obligó a hacerlo - murmuró Bardo, apartándose seguidamente de Dwalin, con una mirada de desconfianza hacia todos los que les rodeaban en su cara, y dejando al Enano con la intriga.
Un sacerdote alto y solemne hizo un gesto a los asistentes para que guardaran silencio. La ceremonia de despedida iba a empezar.
Dwalin se puso entre las primeras filas, para que la altura de los demás no le impidiera poder ver, y esperando estar también al lado de Elesarn. Pero esta se colocó a unos cuantos metros lejos de él, de forma que el Enano tuvo que pisar unos cuantos pies y disculparse varias veces para conseguir ponerse al lado de la elfa.
- Hola, Elesarn - le saludó con un hilo de voz, mientras el sacerdote empezaba a hablar.
A pesar de que, debido al velo, Dwalin no podía ver el estado de ánimo de ella, estaba claro que Elesarn no se encontraba en sus mejores momentos, ya que respondió al saludo con un mecánico y seco "hola", sin mover la cabeza y con el cuerpo totalmente rígido.
Dwalin se preguntó al principio por ese cambio brusco en el comportamiento de su amiga, pero no tardó en ratificarse él mismo. ¡Que imbécil había sido de esperar a la misma Elesarn de siempre! Se dijo a si mismo con desespero, a la vez que dejaba que el sermón del sacerdote se perdiera por su cabeza.
Al final de la intervención del sacerdote, en la cual se había pedido a los Valar un buen viaje para Arasereg hacia las Estancias de Mandos, el ataúd fue definitivamente sellado y bajado al foso preparado para él. Bardo se encontraba entre los hombres que ayudaron a bajarlo.
Pensó entonces Dwalin, con desánimo, que la ceremonia ya se había acabado como casi todo: la vida de Arasereg, la felicidad de Elesarn, el linaje de los Elfos en la Tierra Media y un largo etc... Pero el Senescal le sorprendió cuando anunció que quería decir unas últimas palabras. Se hizo otra vez el silencio, esta vez solo interrumpido por los flashes de las cámaras de los periodistas, que parecían haber recobrado la vida gracias al nuevo protagonismo que daba el Senescal al asunto.
- Muchas veces me pregunto que destino nos tiene reservado a los hombres el gran y sabio Eru después de nuestra muerte. De lo que sí estoy seguro es que Arasereg será recibido con todos los honores por Mandos en su Reino. Eso no quita tampoco que su muerte sea una tragedia, cuyos motivos se llevó él mismo al Otro Lado. Aún así, si aún estuviera vivo, también estoy seguro que continuaría sin demora su labor para mejorar Gondor... Hace tres días, cuando se produjo el fatal accidente en el día de nuestra alegría nacional, prometí cambios... Pues bien, a raíz de este accidente y para evitar otras desgracias semejantes, mis consejeros y yo decidimos crear un nuevo cuerpo de seguridad, que protejan y aseguren nuestro modo de vida y libertades... Damas y caballeros, les presento a la compañía de los "Dragones azules".
De golpe, para la sorpresa de los allí presentes, apareció una hilera de lo que parecía ser un grupo de soldados, desfilando al pie de la colina, y que con un gesto del Senescal subieron en una impecable y milimetrica fila, para el gozo también de los periodistas, que no paraban de disparar los flashes tras la sorpresa del discurso del Senescal.
- El cuerpo de los "Dragones azules" se encontrará en rango de jerarquía entre el Ejército y la Policía de Gondor, velando por la seguridad de los ciudadanos. Consideren a estos hombres y mujeres como un refuerzo a las fuerzas del orden, valga la redundancia - anunció, no sin cierto orgullo, el Senescal.
La verdad era que a Dwalin todos los "Dragones azules" le parecían hombres, por su envergadura y corpulencia; aunque también era cierto que su uniforme, de un color negro y de tintes militares, y el casco que les tapaba la cara, hacían difícil esa identificación. A Dwalin los "Dragones azules" le recordaban a la policía antidisturbios pero mejor armados, ya que, a parte de la porra y la pistola, iban equipados con grandes ametralladoras, que infundían más temor que seguridad, como pensó Dwalin.
Lo único destacable de esos armarios con patas era el dibujo heráldico de un dragón rampante de color azul marino que llevaban todos los miembros del grupo en el brazo, recapituló Dwalin.
De inmediato, los periodistas se abalanzaron hacía el grupo del Senescal para ahogarle a preguntas, rompiendo el silencio que se había mantenido durante todo el rato, y olvidando el significado de esa ceremonia.
Dwalin intentó esquivar el tumulto de gente que se estaba formando entorno a la tumba de Arasereg, alejándose unos metros del grupo, que formaba un curiosa escena, con toda la prensa arremolinándose entorno al Senescal y demás miembros del gobierno, y con los "Dragones azules" a un lado, quietos como maniquíes en un escaparate.
- ¡Por favor, aguarden su turno! ¡El Primer Consejero Ratala contestará todas sus preguntas! - intentó defenderse el Senescal, en verse rodeado por esa marea humana.
Dwalin sonrió delante ese espectáculo para no llorar, pero en desviar un poco la mirada vio como Elesarn se alejaba de la tumba de su padre en un ceremonioso silencio, bajando la colina.
- ¡Elesarn! ¡Elesarn! - gritó para hacerse oír entre el ruido de los demás, a la vez que corría hacia ella con toda la patosa velocidad que le permitían sus cortas piernas.
Elesarn parecía ignorarle, pero en el último instante se detuvo a esperar al Enano.
- ¡Buf!... Al fin te alcanzo, Elesarn. ¿A donde ibas ahora?
Detrás del velo, que aún llevaba ella, no se percibió emoción alguna.
- ... A casa, supongo... - respondió al final de un largo silencio.
- ¿Te importa si te acompaño? - exclamó Dwalin, intentando parecer contento y alegre, aunque sabía que el horno no estaba para bollos.
Elesarn se encogió de hombros y continuó caminando, internándose entre las lápidas de los demás inquilinos del cementerio.
Dwalin la siguió con trabajos, mientras un incómodo silencio se fue implantando. Quizá había sido demasiado inoportuno con su invitación de acompañarla a casa y ella quería estar sola, ya que con toda seguridad no le habría hecho nada de gracia que el Senescal&Cía hubiesen convertido el enterramiento de su padre en su plataforma de publicidad para anunciar esos "soldaditos de plomo" del Estado, reflexionó Dwalin, que por primera vez parecía sentir en sus carnes unos dilemas más propios de Tullken.
Pensando en todo aquello en su camino hacia la salida del cementerio, pasaron por una zona boscosa, y entre las lápidas grises y mohosas de allí, Dwalin vislumbró en la lejanía la figura de un hombre mayor y de blancas barbas con un bastón, que deambulaba entre los sepulcros, vigilante y atento a todo lo que le rodeaba. Dwalin se preguntó de quien lloraría la muerte ese anciano, ya que, con toda seguridad, debía de ser un vagabundo, a tenor de sus ropajes, que consistían en una gabardina tan desgastada que había adquirido un color gris y un sombrero picudo de viaje y de ala ancha.
Pero en desviar un momento la vista, Dwalin se encontró que el viejo había desaparecido. Extrañado por un momento por ese hecho, fijó después su mirada en Elesarn, que parecía haberle perdido de vista a él hacia rato, distante y fría como un bloque de hielo en medio del océano. "Este va ser un viaje muuuy largo", sentenció entonces Dwalin.

La fabulosa reproducción del esqueleto de un dragón saludó al grupo de la clase de Tullken cuando entraron en el vestíbulo del museo de Historia Natural de Osgiliath. Para ser un día laborable, el museo se encontraba bastante lleno, con una hilera de niños embelesados y apoyados en la tarima central donde se alzaban las impresionantes quijadas y garras del dragón.
Menos entusiasmo parecían desprender los compañeros de Tullken, cuyas ansias de sorpresa o de aprender habían ido menguando desde hacia tiempo, a pesar del esforzado discurso que les dio el profesor antes de iniciar la visita en ese mismo vestíbulo, por donde entraba la luz mortecina de ese día nublado por una enorme cristalera del techo.
Quizás en otras circunstancias hubiese incluso disfrutado del museo, pensó Tullken, pero en esa ocasión su cabeza se encontraba en otros parajes. No paraba de preguntarse, por ejemplo, cómo habría ido el enterramiento de Arasereg o que deberían de estar haciendo en esos momentos Elesarn y Dwalin.
Pese a que al principio reconocía que no se había preocupado mucho de ese asunto, a medida que avanzaba la visita no pudo dejar de darle vueltas. Miraba a los objetos expuestos en las vitrinas con ojos vacíos, ya que solo veía imágenes de Elesarn: Elesarn llorando, Elesarn lamentándose, Elesarn muerta...
La viveza de esos pensamientos, que nunca antes había sentido, le hicieron sentir que algo fallaba o que algo iría mal pronto, muy pronto. Lo presentía. Es más, lo sabía.
Recorrió los pasillos del museo sumergido en esa preocupación, sin ni darse cuenta que se había separado de su grupo, deambulando como un náufrago por las amplias salas, repletas de antiguos tesoros de la Tierra Media.
"¿Pero que demonios me esta pasando?" se obligó a gritarse a si mismo al percibir que estaba perdiendo el control. Cuando pudo calmarse, se sentía acalorado y mal... por no decir perdido, ya que al observar los alrededores en busca de algún conocido, se encontró literalmente solo.
No obstante, delante suyo vio una entrada pequeña, que se diría que intentaba pasar discreta ante las demás salas, y cuyo marco no era rectangular, sino de una suave redondez. Encima de ella podía leerse un cartel igualmente minúsculo, donde estaba escrito: "De los Hobbits". "¡Los Hobbits!" exclamó para si Tullken, sintiendo como afloraban nostálgicos recuerdos de infancia en su memoria, ya que de su padre solo recordaba las historias que le contaba sobre el pueblo menguado de la Comarca cuando él y su hermano eran pequeños, que a su vez le habían contado sus padres en las lejanas tierras del Norte, antes de que el último de los Hobbits fuese visto por ojos humanos.
Casi sin pensarlo, entró en la pequeña sala, teniendo que agachar un poco la cabeza ante la estatura de la puerta. ¡Pura ambientación Hobbit!
Paseando la vista por las vitrinas, Tullken se calmó, e intentó admirar lo ahí expuesto, que iba desde auténticas pipas-Hobbit a diferentes prendas de ropa, todo ello a un tamaño adecuado para un niño humano de diez años de edad, lo que no dejaba de ser un aliciente para la admiración de ese trabajo artesanal. Más extravagante fue lo que había en una de las últimas vitrinas: "Auténtico pelo Hobbit, de la cabeza y los pies", rezaba el cartelito explicativo, y que era acompañado por moldes de yeso de huellas Hobbit de diferentes edades.
Divertido por esa exposición, a Tullken le pareció percibir algo familiar y cercano con todo lo expuesto, como si hubiese vivido toda la vida en la Comarca, pareciéndole su preocupación anterior como algo lejano y exagerado.


En un televisor al lado de la salida de la sala se exponía una vieja película de principios del siglo pasado en blanco y negro. "Únicas imágenes de Hobbits" esclarecía el cartel explicativo. Entre las sombras blancas y negras de la vieja película, se podían ver dos figuras de hombres, con cuerpos de niño se diría, con vestiduras de gente de campo, que miraban desconcertados a la cámara, mientras a su lado dos hombres con prominentes gafas y peinados bigotes no paraban de sonreír. "Científicos" pensó Tullken al verlos.
Acompañando al metraje había una cinta con una pequeña explicación registrada:
- "Aún a día de hoy no sabemos la causa precisa de la desaparición de los Hobbits. Según las antiguas crónicas, ya eran poco abundantes a finales de la Tercera Edad e inicios de la Cuarta, volviéndose con el paso del tiempo más esquivos ante la presencia humana. Muchos autores han señalado precisamente este punto como posible motivo de su extinción: la masificación de las poblaciones humanas, con la consecuente remodelación del medio natural de los Hobbits, puede haber sido demasiado repentino para su adaptación, pereciendo en el proceso. En todo caso, el último Hobbit vivo fue avistado a mediados del año 1935 después de la Guerra del Anillo, siendo un adulto que..."
Antes de que acabará la película, Tullken ya se hallaba en la siguiente sala. Esta era mucho más grande y más pobremente iluminada que la de los Hobbits, encontrándose completamente vacía de gente.
Tullken caminó con solemnes pasos en esa ocasión, resonando estos por toda la sala. Unos rostros colgados en las paredes, detrás de las vitrinas, le observaban con ciegos ojos desde hacía mucho tiempo. Se encontraba en la sala dedicada a los Ents, y los rostros en las paredes eran los últimos restos que quedaban de esa antigua raza.
La mayoría parecían máscaras gigantescas hechas de corteza de árbol, pero si uno se acercaba podía percatarse de que las caras de madera acartonadas y arrugadas hasta la desesperación eran las de un ser vivo con conciencia, quizá muerto, pero inteligente en vida sin duda.
Los demás restos hubiesen pasado a ojos inexpertos por una simple colección de ramas, corteza y troncos de árboles reunidos con más o menos gracia, pero allí y allá se podían adivinar ciertos rasgos: desde una mano escondida entre marchitas hojas hasta una boca donde parecía haber habido el nido de un pájaro carpintero.
Pero lo que si era imposible de ignorar era la inmensa vitrina colocada en el centro de la sala. Allí se acercó Tullken, y contempló el cuerpo momificado y muerto de Bárbol. El Ent más viejo de toda la Tierra Media yacía tan largo cómo era en ese ataúd de transparentes paredes, como si estuviese echando una siesta. Solo por sus hojas amarillentas y marchitas, el color gris que había cogido su piel (o corteza) y los numerosos indicios que habían dejado en su inmenso cuerpo los termes, señalaban su muerte.
Tullken se puso a la altura de su rostro, admirando la tranquilidad que desprendía y su famosa barba verde, la cual ahora se había vuelto de un color blanquecino, teniendo un aspecto quebradizo todas la hebras que la componían. En el cartelito explicativo solo ponía: "Fangorn. Hallado muerto en el año 1801 de la Cuarta Edad, en el bosque del mismo nombre, debido quizá a la edad. Donación del Reino de Rohan".
A pesar de esa calma que inspiraba Bárbol, los rostros colgados a cachos en las paredes de los demás Ents, junto al hecho de que, como los Hobbits, los Ents hubieran desaparecido, le recordó a Tullken la Muerte. La misma Muerte que se había llevado al penúltimo representante de los Elfos, Arasereg. Se dijo entonces Tullken que no le había hecho falta haber ido al enterramiento, ya que el museo era como un mausoleo gigante de las antiguas razas de la Tierra Media. Primero fueron los Ents, después los Hobbits, y, parecía que definitivamente, los Elfos.
En el silencio de la sala, entre los impenetrables vestigios de los "Pastores de Árboles", Tullken volvió también a pensar en Elesarn, y en que le diría la próxima vez que la viera. ¿Quizá no le diría nada, haciendo ver que todo ya había pasado? ¿O le diría palabras de ánimo y esperanza de un futuro mejor? Las respuestas a esas preguntas Tullken nunca llegó a saberlas, ya que repentinamente sintió como alguien le daba una palmadita en la espalda.
- ¿Qué pasa, chaval? Tío, eres un genio fugándote. ¡No veas que tostón nos esta echando el profe! - le saludó amistosamente Abdelkarr.
- Ah, buenas, Abdelkar... - respondió Tullken, que no se sentía con muchas ganas de hablar.
- Es Abdelkarr, pero en fin, da igual... ¿Qué, admirando al viejo cara-madera, eh?
- Sí... - contestó con pocas ganas Tullken, al cual la presencia de Abdelkarr no le acababa de gustar.
- Bueno, chaval, tampoco hace falta que muestres tanto entusiasmo. Siento que nuestro primer encuentro fuera un tanto... brusco, pero tengo cosas que contarte.
- ¡¿Qué?! - exclamó en una mezcla de sorpresa y enfado Tullken, que aún no se había quitado de la cabeza esa historia de la Leyenda de la "Cueva", y menos desde el encuentro con Burtz.
- Tranquilo, no te excites, tío. Mira, mejor busquemos nuestro grupo de clase y te cuento por el camino, ¿te parece?
Tullken sopesó por unos instantes la oferta. Observó por última vez a Bárbol, en un intento desesperado de una posible respuesta, pero tuvo que conformarse con dejar escapar un suspiro de disgusto y a seguir a Abdelkarr a la salida de la sala.
- Ah, primero de todo quería decirte que siento lo de tu amiga, la Elfa - comentó Abdelkarr mientras entraban en la sección del museo dedicada a la Antropología y la Historia de Gondor.
Tullken iba a preguntarle cómo sabía lo de Arasereg, pero entonces recordó que los periódicos no habían parado de anunciar el enterramiento a los cuatro vientos desde hacía varios días.
- ... Y segundo, que no hace falta que me mires con esa cara de pocos amigos todo el rato, o que estés callado como una estatua. ¡Que no muerdo, chaval!
Tullken estuvo a punto de responderle a Abdelkarr, cuando este le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiese hasta la otra punta de la sala donde se encontraban, la cual estaba repleta de gente.
Se colocaron apoyados en la barandilla que asomaba a la vitrina donde habían expuestos los maniquíes de dos hombres, bajitos, morenos y vestidos primitivamente. Por un pequeño altavoz se oía una corta cinta explicativa:
- "... El pueblo llamado de los "woses" desapareció de la faz de la Tierra Media por causas aún desconocidas. Se supone que la desaparición de los sistemas naturales de los cuales dependían fue una de las posibles y numerosas causas. Por otra parte, dicho pueblo, debido a su modo de vida primitivo y sencillo, tampoco ha dejado muchos vestigios materiales que..."
Cansado de oír la monocorde voz de la explicación, Tullken se giró hacía Abdelkarr, preparado para recriminarle su hermetismo, cuando este volvió a adelantarle otra vez.
- Tranquilo, dúnadan. Veo el nerviosismo en tu jeto; y sí, te confirmo que hay motivos para estar nervioso, pero todo a su tiempo - le murmuró el Haradrim en la oreja, como intentando que la gente de su alrededor no se enterase de la conversación - Y por el careto que ahora pones, se que debes estar pensando que ya hablo como cierto viejo de barba blanca y bastón multi-usos, ¿no?
- ¡¿Cómo?!...
- Ssss, Tullken. No hace falta llamar tanto la atención. Sigamos la visita.
Con presteza, dejaron la vitrina de los "woses" y se internaron en otra sala, la de Historia.
Allí se podían admirar tesoros y reliquias del glorioso pasado de Gondor: desde espadas y armaduras, hasta las joyas más febrilmente pulidas que pertenecieron a los antiguos reyes. Pero Abdelkarr condujo a Tullken delante una vitrina donde se podía admirar a un "Uruk-hai" disecado, con expresión ausente en el feo rostro, junto los restos de su armadura, más las armas de ejércitos como los Haradrim, orientales y Aurigas. Encima de todo aquello un solo cartel: "Enemigos de Gondor. Segunda y Tercera Edad".
- Bien, "él" me dijo que tuviste un encontronazo con uno muy parecido a este - le dijo Abdelkarr señalando al "Uruk-hai".
Tullken asintió en silencio, demasiado sorprendido o, por el contrario, demasiado acostumbrado ya a las repentinas sorpresas.
- Pues en fin, como ese calculamos que deben rondar unos veinte más aproximadamente, concentrándose la mayoría en zonas marginales como la "Cueva"... Y no son los únicos que parecen estar removiéndose por esas zonas, ya que, con toda seguridad, tú mismo habrás escuchado esas historias sobre arañas gigantes que inundan las alcantarillas. Pues te puedo jurar que...
- ¡Eh, un momento! - le cortó Tullken, sorprendiéndose incluso a él mismo por lo entrometido de su exclamación - ¿De qué me estas hablando? ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?
- ¿Después de todo lo que te ha pasado en estos últimos días y aún te preguntas qué tiene que ver contigo? Esta bien, voy a ser franco y directo. La situación es esta: la concentración de lo que fuera la "vieja guardia" de las fuerzas de Sauron esta aumentando exponencialmente... al menos en toda Osgiliath, ya que no quiero imaginarme el resto de la Tierra Media. Y no pongas esa cara. Porqué no las veas a plena luz del día no quiere decir que estas amenazas no existan, así que todo este tinglado te afecta tanto a ti como a todos los habitantes de este mundo. Pero si tú destacas por encima de los demás dentro de este barullo, es porqué lo dice un mago, ya que espero que no te atrevas a decirme que tampoco sabías que el anciano que te salvó el pellejo era uno de los "Istari".
Tullken no supo contestar nada delante toda esa explicación que le escupió literalmente Abdelkarr, que parecía empezar a perder la paciencia.
Estaba claro que delante de Tullken se abrían dos caminos: el primero, el más fácil, que era caer en la completa locura, y el segundo, el de tomarse todo aquello con filosofía, así que decidió cogérselo con humor.
- ¿Y tú qué pintas en todo esto?
Abdelkarr sonrió.
- Pues digamos que soy un espectador que intenta ayudar un poco en la trama. Por lo menos veo que no estas muy desquiciado - fue Tullken entonces quien sonrió, al darse cuenta de que la pregunta que él mismo había formulado habría sido más propia de Elesarn - Pero mejor que no te tomes esto a broma, chaval. Ven, quiero mostrarte una última cosa.
Volvieron a ponerse en marcha, avanzando por la Historia de Gondor a medida que pasaban de sala en sala.
Al final, Abdelkarr se paró en seco, estando Tullken a punto de chocar con él.
- Supongo, Tullken, que estarás preguntándote cómo demonios ha podido ocurrir esta anormal concentración de creaciones de Morgoth; quien la ha causado o quien la controla, ¿a qué sí?
- ¿Es esto un chiste?
- En parte sí, pero más vale que si te hablo de todo esto, conozcas al causante - y seguidamente, Abdelkarr volvió a señalarle a Tullken donde mirar.
Esta vez le tocó a un enorme cuadro que representaba alegóricamente la Revolución de 1876, que derrocó a la monarquía e instauró la República. En medio del cuadro se podía ver a la Libertad representada como una mujer con el pecho descubierto, aguantando con una mano la bandera republicana de Gondor y con la otra levantada al aire, envalentonando al pueblo, que la rodeaba armado y con gritos de jubilo plasmados en la tela. Al lado de la Libertad había también representados el primer Senescal de la República, Denethor V, junto a otros "héroes de la Revolución".
- ¿Qué tiene de extraño? Es un cuadro sobre la instauración de la República...
- ¿Y no ves a ningún conocido en él?
Tullken volvió a fijar la mirada en el lienzo, con la desconfianza en sus ojos.
Revisó los rostros de cada uno de los componentes del cuadro, pero ninguno le resultó familiar, aparte del Senescal y los hombres que lo acompañaban, ya que salían en todos los libros de Historia. Pero entonces fue cuando lo vio.
Escondido entre el populacho se podía ver definido el rostro de un joven de no más de treinta años y de pelo rubio, vestido elegantemente de azul marino, y cuya serena mirada se posaba en los demás miembros del cuadro como si estuviera por encima de ellos.
Tullken se hubiese frotado los ojos, pero los tenía demasiado abiertos. Llegados a ese punto, sabía que sorprenderse y montar una escenita no tenía sentido, así que, como hasta el momento, dejó que Abdelkarr hablase:
- Si alguien que no ha envejecido en ciento veintisiete años no puede controlar el nuevo poder emergente, ya me dirás quien puede hacerlo...
Tullken repasó el rostro de aquel joven Ratala, que parecía sacado de una foto del que había conocido pocos días antes. Intentó reflexionar sobre todo lo que estaba ocurriendo, pero sencillamente, sus emociones lo colapsaron.
- Bien, dúnadan, ya conoces las caras de todos los jugadores... Ahora bien, la cuestión es: ¿Quieres entrar tú en el juego?
Tullken analizó el abanico de posibles respuestas a esa última pregunta, y eligió la primera que le vino a la cabeza:
- Ni muerto...
Abdelkarr suspiró, visiblemente decepcionado.
- Esta bien... Pero luego no te preguntes por qué hay Elfos que se tiran por las ventanas o semi-orcos paseándose por las calles... Quieras o no, el Torbellino te atrapara, Tullken. Todos tenemos ciertas... "responsabilidades" llegado cierto momento.
Tullken no dijo nada ante esas frases pseudoproféticas, ignorándolas, haciéndose el tipo duro.
- En fin; él, el mago que te salvó la vida e intenta arreglar todo esto para que no se desmorone aún más, me dijo que te diera... el "segundo aviso", como lo llamó él mismo. Supongo que no esperas un tercero... Ya veo que no. Bueno, Tullken, ha sido otra grata conversación, con una despedida a su altura. Ya nos veremos en el autobús de vuelta al Instituto, "delegado".
Y dicho todo esto, Abdelkarr se fue alejando en silencio de Tullken. Este permaneció callado, delante del cuadro donde los gondorianos celebraban su triunfo por los siglos de los siglos, con los puños apretados, no sabiendo qué pensar o hacer.
A su alrededor, alegremente se fue reuniendo un grupo de turistas que ni siquiera parecían verle y que solo pensaban en fotografiar el cuadro de la Revolución. La Gloriosa Revolución, como recordó sarcásticamente Tullken...

El piso parecía aún más vacío y silencioso, sentenció Dwalin, cuando Elesarn y él entraron. Ahora una siniestra calma parecía inundarlo todo. Ni siquiera una suave brisa penetraba ya por los ventanales abiertos, desde los cuales solo se podía ver la capa de nubes que, como un mantel, iban cubriendo la ciudad. Allí también se encontraba apoyado el telescopio de Arasereg, ajeno a todo.
Elesarn se sentó en el sofá de en medio de la sala de estar, y sin decir nada se quitó el velo. Por fin Dwalin pudo verle la cara, y lo que vio lo dejó preocupado. Elesarn tenía toda la piel enrojecida por todos los contornos de los ojos, que a su vez estaban hinchados y nublados de tanto llorar; por no mencionar su expresión ausente, lejana, como si no viese o sintiese nada de lo que la rodeaba.
Dwalin suspiró, sintiendo que la situación lo superaba. ¡Cuanto echaba en falta la presencia de Tullken! Al menos así hubiesen podido aplicar la regla de "el Apoyo del Otro". Pero estaba solo, y no sabía cómo animar a Elesarn.
- Eu... Elesarn, ¿quieres que te prepare un té... o un café? No sé, lo que tú quieras... - balbuceó nervioso intentando de todos modos parecer tranquilo.
Elesarn no dijo nada. Se quedó allí sentada, con la vista en el vacío. Dwalin, después de superar el nudo que se le hizo en la garganta, tomó aquello como un "sí", y con suma rapidez se dirigió a la cocina.
"Por lo menos así la perderé un poco de vista" pensó con amargura Dwalin, que no podía soportar ver a Elesarn en ese estado y empezando a comprender los motivos por los cuales Tullken no había querido ir al enterramiento.
Abrumado por todos esos pensamientos, Dwalin se aflojó el nudo de la corbata y comenzó a buscar un taburete en la cocina que le permitiese llegar a los altos armarios de la misma. Cuando lo encontró y se puso a rebuscar en un armario una cafetera, le vino a la cabeza una idea siniestra: ¿Y si Elesarn intentaba suicidarse mientras él estaba entretenido haciendo el café? Asustado, giró la cabeza hacia la puerta abierta de la cocina. No viendo a Elesarn en el sofá, dio un bote del taburete y fue corriendo hacia el sofá. Resoplando más por el temor que del esfuerzo, vio con alivio que Elesarn solo se había tumbado en el sofá, de modo que él no la había podido ver debido al respaldo.
Ahora la Elfa parecía estar durmiendo, fatigada quizá por todas las emociones de esos últimos días, pensó Dwalin, que volvió a la cocina para acabar de hacer el café para cuando ella despertase.
A Dwalin le resultó extraño estar allí por aquellos motivos tan tristes. Fue entonces cuando recordó que los Elfos no solo podían morir de muerte violenta, sino también de tristeza., un enemigo más difícil de combatir que cualquier impulso suicida. En pensar en eso, el silencio del apartamento se hizo más agobiante.
Pero se sacudió la cabeza para apartar aquellas ideas, concentrándose en hacer el café. Mientras éste se preparaba, Dwalin se acercó de puntillas, para no despertarla, a ver cómo se encontraba Elesarn, encontrándola durmiendo como la última vez. ¿En qué estaría soñando? ¿Qué futuro le esperaría a esa pobre criatura? Se preguntó en contemplar el ahora sereno rostro de ella, que parecía haber encontrado al fin algo de paz.
Dwalin masculló en voz baja como queja simbólica ante los injustos designios que el destino le había reparado a la última de los Primeros Nacidos que quedaba en ese mundo. El silbido de la cafetera en la cocina le avisó de que el café ya estaba listo, así que después de suspirar, el Enano volvió sus pasos hacia la cocina.
Allí, mientras servía el café en dos delicadas tazas, escuchó el ruido de un cuerpo en movimiento en la salita. Pensando que Elesarn se había despertado en el momento justo para saborear el café, Dwalin se apresuró a llevar una bandeja con las dos tazas hacia la salita.
Pero lo que vio le frenó al instante. En la sala de estar había alguien de pie, pero no era Elesarn, sino el hijo del Senescal y odiado compañero de estudio de Dwalin: Denethor VI. Más allá de las preguntas obvias de qué hacia allí o como había podido entrar, Dwalin se preguntó que le pasaba, ya que percibió algo extraño en él. No era su palidez, el vestido negro que llevaba o que fuera despeinado como un loco (¡con lo presumido que era!), sino la mirada de ojos casi desorbitados que le clavó justo cuando le había descubierto allí, en medio de la salita, y la retorcida sonrisa que le dedicó.
Dwalin quedó demasiado confundido como para decir o hacer nada, y sin medir palabra, Denethor aprovechó esa circunstancia para actuar. Con los movimientos rápidos de un animal se abalanzó hacia el sofá, donde aún se encontraba la inconsciente Elesarn, y la agarró. Ella entreabrió los ojos para ver qué estaba ocurriendo. Entonces Denethor la cogió con más fuerza, obligándola a levantarse. Elesarn forcejeó, pero se encontraba demasiado cansada como para defenderse.
- Pero... Denethor... ¿qué haces... aquí? - preguntó como si estuviera en un sueño Dwalin, ya que aún le costaba asimilar que la escena que tenía delante sus ojos fuera real.
Denethor le volvió a lanzar esa mirada de salvajes ojos.
- ¡Míralo, pero si es la bola de pelusa! ¡Incluso ahora molestas! ¡Piérdete, deforme! - exclamó también con una voz de ultratumba que resonó por las paredes y dejó estupefactos a Dwalin y Elesarn, que no se esperaban ese rugido que salió de la garganta de Denethor.
Pero en ese instante, Elesarn intentó zafarse de las manos de su opresor, siendo él más rápido, ya que, con unos movimientos veloces, le soltó un puñetazo en toda la cara de ella, que también resonó con extraña sonoridad por la estancia.
Ese mismo sonido, más el ver a Elesarn cayendo desmayada en el sofá por el puñetazo, lograron que Dwalin despertase de la confusión en que había caído. Pasaba que Denethor hubiese entrado en el piso sin previo aviso, como un vulgar ladrón, y que le hubiese insultado también, como de hecho ya era costumbre, pero aquello de pegar a una chica... Aquello era simplemente I-M-P-E-R-D-O-N-A-B-L-E.
En una milésima de segundo, Dwalin enrojeció de rabia como un tizón ardiendo, y sin pensárselo dos veces, tiró a un lado la bandeja con el café y se lanzó hacia Denethor con todas sus fuerzas, preparado para darle una buena paliza, a la vez que le gritaba su grito de furia:
- ¡MecagoentihijodeUngoliantydetrollcabronazosádicodemierdavoyapartirtelacara!...
Aún con los puños en alto y toda su rabia concentrada en ellos, a Denethor le bastó una patada bien dirigida para apartar al Enano, que salió volando hacia la otra punta de la salita, frenado solo por la pared.
Dwalin sabía que Denethor tenía muy buena forma física, pero aquello era demasiado. Ningún hombre habría sido capaz de lanzar a un Enano más de tres metros en el aire, tal como había hecho el primogénito del Senescal.
Sorprendido y dolorido, Dwalin se incorporó de la caída con presteza, para evitar que Denethor volviese a las andadas, como parecía ser el caso, ya que el dúnadan agarró a la Elfa como si fuera un simple trapo, colocándosela entre sus fuertes brazos.
Viendo que la situación era desesperada, Dwalin rebuscó con la mirada por toda la salita algo que le sirviese de arma; hasta que se dio cuenta de que había ido a rebotar en la pared adecuada, ya que, por encima de su cabeza, relucían las dos espadas élficas.
Por unos instantes, Dwalin volvió a recuperar la esperanza, para perderla al momento en comprobar que las espadas estaban colgadas demasiado altas para su estatura de Enano. " ¡Ey, espera un momento! Esto es una casa de Elfos, así que todo debe ser como de juguete" recordó Dwalin, y con un movimiento rápido dio una fuerte patada a la pared. Como esperaba, el impacto fue tan fuerte, que la capa de yeso que recubría la pared comenzó a temblar, rompiendo los seguros que aguantaban las espadas, cayendo éstas al suelo y estando a punto de cortar también a Dwalin en rodajas en la caída.
Pero sin ni siquiera pestañear, Dwalin las cogió por sus empuñaduras. Para sorpresa suya, resultaron ser más ligeras de peso de que lo esperaba, pero su estatura y sus brazos cortos no le permitían hacerlas "bailar" con soltura, como ya había pronosticado Arasereg. "¡Bendito seas, elfo comeflores!" pensó Dwalin cariñosamente al acordarse de los últimos momentos en que lo vieron con vida.
Sin titubear, Dwalin se plantó delante de Denethor con una espada en alto y la otra en posición horizontal para protegerse él mismo. Las espadas emitieron un suave silbido cuando se pusieron en movimiento, como si tuvieran vida propia, tornándose el filo de sus hojas de un tono aún más brillante, de un azul metalizado, cuando se encontraron cerca de Denethor.
Éste estalló en una carcajada en ver al Enano con esas espadas más largas que todo él junto y en esa ridícula posición de ataque. Dwalin no se amedrentó por aquellas risas que habían estallado literalmente en sus oídos y, reafirmando su posición, avanzó unos pasos más hacia Denethor con las espadas bien cogidas, listo para atacar ante cualquier sorpresa imprevista.
Esta vino cuando Denethor se puso de rodillas aún con Elesarn entre sus brazos, y empezó a emitir bufidos y jadeos de dolor quebrajosos.
Al principio, Dwalin pensó que Denethor estaba siendo atacado por un dolor que le venía de dentro, pero pronto vio como su piel se ondulaba o se estiraba en diferentes partes de su cuerpo, ya que si algo pudo ver con claridad Dwalin esta vez al tener tan de cerca a Denethor, fue que el ajustado vestido negro que llevaba era en realidad su piel natural, convertida ahora en una especie de cuero negruzco y escamoso, menos en la cara, que se había quedado como una máscara de cera hecha de piel humana auténtica en medio del resto.
Horrorizado, Dwalin dio unos pasos atrás, bajando las espadas, sólo para contemplar el espantoso espectáculo de delante sus ojos.
Con la cara completamente desencajada, siendo lo único humano ya en su espasmoso cuerpo, Denethor emitía un lamento grave a la vez que su cuerpo parecía empezar a hincharse, surgiendo dos enormes y palpitantes bultos negros de su espalda, que iban hinchándose más y más a cada segundo que pasaba. Con un repentino y seco desgarre, surgieron dos correosas y cartilaginosas alas de los bultos, que fueron desplegadas lentamente en toda su amplitud, hasta que su envergadura fue superior a los seis metros, tocando cada punta uno de los extremos de la salita.
Denethor resoplaba del cansancio producido por ese cambio, teniendo el rostro brillante de sudor. Dwalin se había quedado paralizado de sorpresa y terror, no sabiendo como reaccionar. Solo podía mantener los ojos clavados en esas impresionantes alas, que chorreaban una especie de líquido parecido a la sangre por toda la habitación, mientras acababan de desplegarse y secarse como las alas de una mariposa que acabase de salir del capullo. Veía también a Denethor, pero sin saber si era él en realidad o una pesadilla surgida de sus peores delirios. Incluso Elesarn, acurrucada entre las garras de Denethor, le pareció lejana e irreal.
Con elegantes movimientos, Denethor plegó un poco sus imponentes alas de ébano y de un bote se colocó en el marco de una de las grandes ventanas, listo para salir volando con Elesarn entre sus brazos. Detrás pudo sentir el cortante silbido de las espadas élficas. Al final parecía que Dwalin había conseguido reaccionar... pero demasiado tarde, ya que a Denethor le basto un saltito para poder desplegar completamente sus alas fuera del edificio, largándose volando, y tirando el telescopio de Arasereg al suelo en el proceso.
Dwalin, desesperado, estuvo a punto de saltar con ellos por la ventana, pero se contuvo. Sólo pudo contemplar como la gárgola que era ahora Denethor descendía por el aire hacia la calle para poder coger una rampa ascendente de aire y así salir disparado hacia las alturas. Muchos vecinos le vieron desde sus balcones, y muchos más que paseaban por la calle tuvieron que tirarse al suelo cuando vieron esa sombra viviente descender de cabeza a ellos. Todos menos uno: Una figura alta y de ropajes grises se mantenía de pie y a la defensiva en medio de la calle; y cuando tuvo a Denethor a solo unos metros por encima de su cabeza, levantó un largo bastón de madera. Entonces todos los presentes pudieron ver un estallido de luz cuando las dos figuras estuvieron a punto de rozarse.


Pero, a pesar de que se tambaleó un poco en el aire, al final Denethor pudo completar su parábola ascendente hacia el cielo, desapareciendo rápidamente entre los tejados de los demás edificios, y dejando a la muchedumbre asombrada y asustada detrás suyo.
Dwalin pudo ver que el hombre que había plantado cara a Denethor era el mismo vagabundo que había visto en el cementerio. Pero más sorprendido se quedó cuando el anciano levantó la vista hacia él y le llamó:
- ¡Sr. Enano, baje con suma presteza, pues mucho me temo que ya no nos queda tiempo!

Si la gente se hubiese interesado, se hubiesen fijado en la figura de un chico que avanzaba por la calle con la mirada clavada en el suelo, demasiado hundido también en sí mismo como para prestar atención a la gente que le rodeaba en esa gran avenida de la ciudad de Osgiliath. El chico era Tullken, y la meta de su vagabundeo era la "Torre de Cristal". Allí había decidido ir al final de la visita al museo de Historia Natural, para preguntarle a su hermano como había ido el enterramiento (¡si es que un enterramiento podía ir de muchas maneras diferentes!). Aunque quizá era la conversación con Abdelkarr lo que le había puesto nervioso, y necesitaba hablar con alguien.
Cuando llegó a la "Torre de Cristal", las nubes que recubrían el cielo se habían vuelto de un color azulado y oscuro debido al inminente crepúsculo. La misma entrada había adquirido un tono sombrío y silencioso que extrañó a Tullken, ya que normalmente siempre habían luces encendidas iluminando los jardines exteriores del edificio; pero más raro le resultó no encontrar a nadie en las escaleras de la entrada a la "Torre", donde con frecuencia correteaban los mandamases de Gondor. Ni siquiera encontró al guarda de seguridad de la entrada cuando penetró en el interior.
El vestíbulo se hallaba en la misma situación: casi a oscuras y sin ninguna alma viviente a la vista. Desconcertado, Tullken se dirigió a los ascensores, resonando más que nunca sus pasos por el ancho vestíbulo.
Mientras esperaba que bajase un ascensor, apareció en la otra punta del vestíbulo una fila de lo que parecían ser unos soldados, vestidos todos de negro y con las caras completamente tapadas por cascos, que desfilaban pisando fuerte por encima del mural de la Tierra Media. "¿Un desfile aquí y a estas horas?" pensó el cada vez más extrañado Tullken. Pero no tuvo tiempo de fijarse en ellos porqué tan pronto tuvo un ascensor a mano subió en él.
Al llegar al piso catorceavo, donde se encontraba el despacho de su hermano, se encontró con las luces del pasillo apagadas, estando encendidas solo las tenues luces de emergencia. Un poco alarmado, Tullken empezó el trayecto hacia el despacho, encontrándose que por lo menos esa sección del edificio seguía sin haber nadie, respirándose un silencio de tumba. "¿Pero donde ha ido todo el mundo?" se preguntó, empezando a sentir cierta inquietud.
Pero entonces, justo antes de llegar al despacho de su hermano y de entre las sombras del pasillo, surgió una chica, que Tullken juzgó que tendría su misma edad, y que iba vestida con un llamativo vestido de cuero rojo. Tullken se paró en seco de la sorpresa, quedándose mudo. La chica le sonrió sin decir nada con unos labios rojos que contrastaban con la blancura de su piel, y continuó su camino, internándose en las tinieblas que seguían por el otro lado del pasillo. Tullken solo pudo girarse para ver como iba alejándose, apreciando su perfecta figura (remarcada por su no menos impresionante vestido rojo) y su larga melena de liso cabello negro. "¡Qué guapa es!" se dijo a sí mismo, quedándose embobado en medio del pasillo. "¡¿Pero en qué estas pensando, tío?!" se obligó a gritarse al poco rato, al recordar a Elesarn y el motivo por el cual estaba allí. Así, sin más dilación, se plantó delante el despacho número 115.
Llamó a la puerta, pero nadie contestó. Espero unos minutos hasta que decidió abrirla él mismo. Con prudencia introdujo la cabeza en la habitación, solo para apreciar que en el interior reinaba la oscuridad.
- ¿Bardo? - preguntó, aunque sabía que lo más probable era que no obtuviera contestación.
A pesar de eso, entró en el despacho. Debido a esa misma oscuridad no percibió nada en especial, de forma que se giró para volver a casa, ya que quizá Bardo aún estuviera ocupado en algún otro lugar. Solo un quejido procedente de la mesa lo frenó. Paralizado por la sorpresa se dirigió con cautelosos pasos hacia allí, no sabiendo que podría encontrar.
Cuando la vista se le acostumbró a la oscuridad pudo comprobar que había un cuerpo estirado encima de la mesa de su hermano. Alarmado en un principio, pudo reunir suficiente valor para acercarse más, inclinándose para ver quien era la persona allí tumbada, y lo que vio le dejo extrañado, sorprendido y asustado a partes iguales.
"¡¿Elesarn?!" exclamó en silencio al comprobar que era la Elfa quien parecía dormir en medio de la mesa. Superada la sorpresa inicial, Tullken se fijo en un feo moretón que tenía ella en la cara, debido sin duda a un golpe fuerte y contundente. "¿Pero qué ha pasado?¿Cómo ha llegado aquí?" no paraba de preguntarse Tullken, confundido. ¿Quizá su hermano la había llevado allí después del enterramiento? ¿Debía despertarla a caso?
- Vaya, vaya... pero si es el Sr. Tullken en persona - siseó una voz a sus espaldas.
Asustado, Tullken se giró hacia el recién llegado, y a pesar de las sombras reinantes pudo ver que era Ratala.
- ¿Pero por qué tanta oscuridad? ¿No sabe donde esta el interruptor de la luz del despacho de su hermano? - dijo el Primer Consejero, apretando de inmediato el interruptor.
La luz inundó la habitación con un destello, cegando a Tullken por unos instantes; después se fijó en el hombre vestido de azul que tenía delante. Realmente sólo le parecía un hombre, un simple hombre, y sin embargo... sin embargo allí estaba todo lo que le había dicho y mostrado Abdelkarr esa mañana. Pudiera ser que ese fuera el momento definitivo para creérselo o desmentirlo todo.
Por su parte, Ratala entró en el despacho con paso firme.
- Bueno, bueno... ¿Cómo ha ido por el museo? Su hermano me ha comentado que hoy han ido allí - comentó mientras acababa de entrar.
- B-bien... - contestó Tullken, sintiendo incluso él mismo lo tensa que le había salido la palabra.
Ratala lo percibió pero no dijo nada; se limitó a sonreír afectuosamente, y con ligeros pasos fue hacia la mesa, donde se encontraba Elesarn.
- Pobre chica... Le ha tocado vivir una auténtica tragedia. Por suerte ahora descansa. Su hermano y yo la trajimos aquí para que reposara, puesto que no se tenía en pie. Se que no es el mejor lugar, pero... - dijo Ratala con tono grave, mientras miraba con una mezcla de lástima y compasión a la Elfa, la cual respiraba con un ritmo constante y profundo.
Seguidamente, Ratala acabó por sentarse en el sillón de la mesa.
- ¡Siéntese usted también, Sr. Tullken, como si estuviera en su casa!
Con un poco de desconfianza, Tullken tomó el asiento de delante la mesa. Estar allí sentado, con una elfa dormida por en medio, le resultaba no menos que surrealista.
- Ha-hablando de mi hermano... ¿Dónde está? - consiguió decir Tullken al final, cuando pudo apartar de su cabeza todas las elucubraciones en torno a Ratala.
- ¿Su hermano?... Su hermano se encuentra ahora trabajando, me temo. ¿Acaso aún no ha oído la noticia? Su hermano se encargará de dirigir un nuevo cuerpo de seguridad: los "Dragones azules".
"¿Los Dragones azules?" pensó contrariado Tullken. Bardo le hubiese dicho algo al respecto antes de todo aquello como hacía habitualmente, aunque el asunto fuera muy "confidencial".
- Ah, vaya... - dijo por decir algo Tullken.
- Pues sí. En estos momentos debe estar reunido con los otros dirigentes del cuerpo, en el piso número setenta y cinco, para discutir la dirección - añadió Ratala para que no se produjera un molesto silencio.
- Me alegra saberlo, porqué me había sorprendido el no ver a nadie en la entrada. Además, todo estaba a oscuras... Sólo he visto unos soldados abajo del todo.
- Oh, eso es porque hoy sigue siendo un día de luto por Arasereg y se le ha dado el día libre a la mayoría del personal. En cuanto a los soldados, debían ser los "Dragones azules". Estos días andan muy atareados ya que muy pronto entrarán en activo.
- Ah... Pues ahora que recuerdo, también he visto a una chica en este mismo piso. Nunca la había visto antes por aquí, pero era curioso ya que iba toda vestida de rojo - comentó también Tullken, que al hablar de cosas que ignoraba iba cogiendo más confianza.
Pero Ratala se quedó unos segundos en silencio delante esa última afirmación del chico. Aún así, no borró la sonrisa de sus labios.
- Supongo que debía ser Ardarel, que es... mi secretaria. Es verdad que hace poco que la he enviado por aquí para que viera como se encontraba la señorita Elesarn.
- ¿No sería mejor llevarla a su casa?
Por segunda vez Ratala enmudeció.
- Pudiera ser, pero siempre hay que tener en cuenta todas las posibilidades... Sin ir muy lejos, creo que ahora y aquí son el momento y el lugar adecuados para liberar a la señorita Elesarn de su sufrimiento - declaró Ratala.
- Ah... - consiguió articular Tullken por segunda vez, un poco confundido por esas últimas palabras.
Dicho todo aquello, Ratala sacó algo de un bolsillo de su chaqueta y extendió la mano para que Tullken pudiese verlo mejor. Este vio que se trataba de una especie de pequeñas hebras negras.
- Esto es "Hierba de Morgul". Según cuentan, la introdujo el Rey Brujo de Morgul cuando su ejército tomó la ciudad en el año 2002 de la Tercera Edad. Durante años no hubo calle de esa ciudad que no estuviera cubierta de esta hierba... Pero desapareció cuando los gondorianos volvieron a recuperar la ciudad... Y ahora, estas simples hojas de esa estirpe serán las Llaves de los cambios anunciados por el Senescal.
- ¿Qué esta diciendo?... - dijo con un susurro Tullken, cuando los nervios que lo estaban dominando le dejaron hablar.
- ¡Oh, vamos, Sr. Tullken! No se haga el tonto. No me diga que no sabe nada de... esto, o de mí, por ejemplo. Lo he visto junto a él, ese anciano de barba blanca que tanto le inquieta a usted. Y como éste le hablaba... O como ese Haradrim le mostraba la "foto de familia" en el museo...
Tullken se agarró con más fuerza en su asiento, sintiendo como el sudor le empezaba a empapar la frente. No era solo que Ratala hablase igual que el viejo del bastón, sino que al fin parecía ser que esa locura iba cogiendo volumen, por así decirlo, saliendo del reino de las especulaciones para irrumpir violentamente en la realidad.
Como contraste, Ratala seguía con su serenidad característica, y con sus ojos clavados en los de Tullken, continuó hablando:
-... Pero lo que usted no sabe, y nunca sabrá, es lo que dicen los Susurros... Los Susurros del Vacío... Puesto que aunque usted y todas las criaturas de este mundo sean ignorantes de este hecho, el Señor Oscuro no ha muerto aún... Duerme; duerme en el Sueño del Vacío, y en ese Estado, sueña sueños que se transforman en Susurros... que a su vez se vuelven Música... Solo unos pocos elegidos pueden escuchar esa Música lejana pero latente... Desde que mis orejas fueron abiertas a sangre y fuego hace incontables años, en las mazmorras de Barad-dûr, no he podido dejar de escuchar esa Música durante todos estos largos años... Y a mi pesar (aunque ya ni me acuerdo si estoy molesto por ese hecho) me he convertido en sirviente del Que se Alza en Poder, y como tal, es mi deber mover los engranajes del Destino. Diría con orgullo, si realmente pudiera, que fui yo quien dio a los senescales otra vez el poder de Gondor, después de la Revolución del 76. Ahora su tiempo se ha acabado. Es el momento de iniciar otra dinastía que no este fundada por reyes o senescales; puede incluso que no este formada ni por humanos... Cómo será esta nueva casta, solo Melkor lo sabe...
Tullken sintió la garganta seca y no dijo nada. En medio de ellos, Elesarn parecía dormir plácidamente.
- ¡Venga, Sr. Tullken, no ponga esa cara de desespero y temor! Piense que va a ser un privilegiado, ya que será uno de los pocos que podrá decir que ha sido testigo de un Milagro... uno de esos fenómenos que ya no pasan en nuestro tecnificado y moderno presente.
Y dicho todo eso, Ratala se levantó de su silla y con un rápido gesto descubrió el cuello de Elesarn, rompiendo parte de su vestido negro. Seguidamente cogió con delicadeza las hebras de "Hierba de Morgul", que parecían ahora agujas negras, y las clavó con sumo cuidado en el blanco cuello de la Elfa. En un abrir y cerrar de ojos, las hebras se introdujeron en el cuerpo de ella, que emitió un suave gemido, para seguir dormitando con tranquilidad.
- Para que florezcan buenos frutos hay que elegir la tierra adecuada - sentenció Ratala.
Tullken sintió ganas de gritar, pero simplemente no pudo. Se quedó paralizado, viendo como con lentitud aparecían una especie de raíces negras bajo la piel del cuello de Elesarn, allí donde habían penetrado las hebras, pareciéndole que crecían un poquito más cada vez que parpadeaba.
- Se lo que siente, Sr. Tullken: miedo, confusión y frustración. Si he de serle sincero, también yo siento algo parecido en estos momentos. Mucho me temo que ha llegado la hora de despedirnos.
Y con una señal de la mano, entraron dos figuras en el despacho. Cuando se colocaron a cada lado del asiento donde estaba sentado, Tullken pudo ver que se trataban de dos de los soldados en negro que había visto abajo. Al tenerlos de cerca, pudo ver que eran más altos y corpulentos de lo que había imaginado, sobresaliendo de su indumentaria el símbolo de un dragón azul en el brazo.
Intuyendo a medias por qué estaban allí, Tullken comenzó a sentir un agobio creciente.
- Llevaoslo y haced con él lo que se os ha ordenado - anunció lacónicamente Ratala, sin quitar un ojo de Elesarn.
Acto seguido, cada uno de los "Dragones azules" agarró un brazo de Tullken y, literalmente, lo levantaron por los aires. Tullken pataleó un poco, pero las manos que lo agarraban se cerraron pronto como fuertes pinzas en torno a sus brazos, dejándole aturdido y dolorido.
Con impotencia, solo consiguió echar una última ojeada a Elesarn, sin poder hacer nada por ella, mientras ésta parecía seguir durmiendo con serenidad, ajena a todo lo que sucedía.
Diligentemente los dos soldados lo sacaron del despacho, manteniéndole agarrado con fuerza y a un palmo del suelo. Tullken intentó fijarse en las caras de esos mudos gorilas, viendo solo su asustada cara en el reflejo de la visera de sus cascos.
Con suma rapidez avanzaron por el oscuro pasillo hasta las escaleras, las cuales empezaron a bajar a grandes zancadas. Solo entonces supo Tullken con toda seguridad por qué se lo llevaban, acelerándose su pulso al mismo tiempo que la angustia. Antes de que los pensamientos se le bloquearan en la cabeza, pensó en Elesarn y en cómo no había hecho nada por ella más que babear delante de su belleza. Se recriminó por eso, lamentándose también de la rapidez con que había ido todo en esos últimos días y la facilidad en que le llegaría la muerte.
El final del trayecto resultó ser el patio trasero de la "Torre de Cristal". Allí había una pequeña plaza, lisa y fría como el cemento del cual estaba hecha, estando rodeada por una colección de jóvenes árboles, que en nada podían competir con los del jardín que se encontraba en la parte delantera del edificio. En esa plaza se solían celebrar recepciones, discursos o reuniones los días en que brillaba el Sol.
Ahora se encontraba solitaria y muda como todo en la "Torre", que se alzaba detrás de ellos como el oscuro tronco de un árbol gigantesco, podado de ramas y hojas, ensombrecido por la noche que se cernía sobre toda Osgiliath. También la plaza era recubierta de esa sombra que negrecía los árboles que la rodeaban, pareciéndose ahora más a garrotes de una jaula que un jardín. Pero Tullken ya no prestaba atención a esos detalles; ya no sentía la brisa vespertina que bailaba en la desnuda plaza, ni veía las luces que, poco a poco, iban encendiéndose por toda la ciudad. Solo sentía el calor de las lágrimas que empezaron a caerle por las mejillas cuando los dos soldados lo llevaron al centro de la plaza y le obligaron a arrodillarse, al tiempo que le colocaron el frío cañón de una pistola en la nuca.
En último gesto, Tullken levantó los ojos, nublados por las lágrimas, para ver la distorsionada imagen del anciano del bastón corriendo hacia ellos. Parpadeó varias veces para comprobar si la aparición era producto del delirio y el desespero, puesto que sus verdugos no parecían verla.
El "click" que produjo el seguro de la pistola le volvió a la "realidad", aunque ahora le parecía que el tiempo se había ralentizado, ya que todo lo que ocurrió más adelante se le quedó grabado en el cerebro a cámara lenta.
El viejo lanzó su bastón, el cual giró sobre sí mismo en el aire, directo a sus captores, que no lo percibieron hasta que les golpeó como si les hubieran dado con una barra de hierro. Cayeron en el suelo inconscientes, justo un segundo antes de que le dispararan a Tullken.
Acto seguido el mago, ya que dudar ahora de su poder era una falacia, se arrodilló ante Tullken.
- ¿Estás bien, chico? - preguntó con lo que le pareció a Tullken ansiedad.
- ... S-s-sí... - consiguió decir finalmente Tullken, cuando le pasó el temblor debido al miedo y al alivio (un alivio conseguido abruptamente, ya que todo había que decirlo).
- ¡Pues venga, marchemos antes de que puedan reaccionar!
Y con un solo brazo, el mago levantó como si no fuera nada a Tullken y a su bastón del suelo, percibiendo el primero la fuerza que aleteaba bajo esos gastados ropajes grises.
Corrieron hacia los árboles, donde les vinieron a recibir dos figuras, una alta y otra más baja.
- ¿Abdelkarr? ¿Dwalin? - preguntó estupefacto Tullken, el corazón del cual aún latía con fuerza.
- Ya ves chaval... Y mira que te lo dije - le saludó Abdelkarr con una sonrisa socarrona en los labios.
- ¡Tullken, ¿estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿La has visto a ella?! - dijo un más preocupado y sudoroso Dwalin.
- ¿A quién?
- ¡A Elesarn! Porque está dentro, ¿no?
- ¡Ya hablaremos de todo eso en un sitio más seguro, Sr. Piedra Tosca! ¡Seguidme! - vociferó el mago, señalando con su bastón el camino que habían de seguir.
El pequeño grupo salió corriendo del perímetro de la "Torre de Cristal", internándose por las calles del centro de Osgiliath, donde la gente que les vio pasar se pararon un segundo para ver a ese heterogéneo grupo que corría como unos posesos: delante un hombre mayor con una vara de madera, detrás un haradrim y un dúnadan, y más atrás de éstos, un enano que con faenas podía seguir el ritmo de sus compañeros.
Los corredores no tardaron en llegar al "Circular Park", el cual se encontraba a esas horas vacío de gente, iluminando las farolas con pereza esa quietud; pero el mago no les dejó descansar, y arengándoles, fueron veloces a correr hacia los árboles, lejos de los caminos y los lugares frecuentados por la gente. Allí por fin parecía que podían tomar un respiro.
Apoyados en los troncos, resoplando por la caminata, y bajo la mirada titilante de las estrellas, todos se miraron ahora de reojo, entre resoplido y resoplido. Dwalin fue el primero en hablar, dirigiéndose a Tullken:
- ¡Tío, no te vas a creer lo que ha pasado!... O mejor dicho, lo que le ha pasado a Denethor, ya que el tío es ahora un monstruo, pero de los de verdad, y... ¡Y el muy cabrón ha pegado a Elesarn y se la ha llevado! - vomitó con atropellada voz el Enano, presa de unos nervios repentinos.
Tullken iba a preguntarle para que le esclareciese lo que había dicho, pero el mago fue mucho más rápido que él, imponiendo el silencio a su alrededor:
- ¡Tranquilizaos todos! Cada cosa será dicha en su momento y lugar. Primero de todo mejor que sepáis la razón de tanto revuelo y alarma: Un nuevo poder oscuro se alza en la Tierra Media. Por lo que he podido averiguar, sus raíces se encuentran en el pasado, pero esta Sombra tiene su ojo fijo en el futuro y no tardará en expandirse y oscurecer los años venideros. Por qué razón o qué causa ha originado este nuevo poder lo ignoro, así cómo cuales son sus nuevos propósitos al no haber ya Señor Oscuro presente en este mundo; pero como miembro de la orden de los "Istari" haré todo lo posible para frenarlo, puesto que nada bueno puede salir de una Fuente tan pútrida, la cual ya ha muerto al último miembro del pueblo de los Elfos y ha raptado a su hija, manteniéndola encerrada en la sede de poder de los Senescales, de los cuales se aprovecha. Aunque me duela admitirlo, no pude hacer gran cosa para frenar al raptor de la Elfa, puesto que solo habría conseguido dañarla a ella si hubiera expuesto tan solo una parte de mi poder, lo que no quita que la situación sea menos desesperada.
- ¿Pero qué pintamos nosotros en esto? No somos más que unos... en fin, que no somos nada. Y además, ¿quién eres tú? - preguntó Dwalin un poco exaltado.
- Es inútil que se lo preguntes... yo ya lo he intentado no sé cuantas veces... - sonrió con amargura Tullken, mientras se secaba las lágrimas y el sudor con el brazo.
Entre las sombras de los árboles y a pesar de todo, Abdelkarr también sonrió. La situación parecía divertirle, al contrario que al mago, que suspiró y acabó por sentarse en una gran roca.
- No hace falta gritar, Sr. Enano. Pero a pesar de que el tiempo no nos sobra precisamente, supongo que os merecéis una explicación después de todo lo que habéis pasado. Aunque no nos creáis, si Abdelkarr y yo hemos sido tan parcos en cuanto a comunicar nuestros propósitos, ha sido porque pensábamos que podríamos controlar la situación sin que os implicarais demasiado, pero el asunto se nos ha ido de las manos y habéis acabado involucrados hasta al cuello. Pero sentaos, sentaos... y poneos cómodos, ya que el relato que os tengo que contar es largo y tortuoso, aunque, como en todas las historias difíciles, su conclusión os habrá esclarecido vuestros enigmas y dudas.
Tullken y Dwalin ocuparon las raíces de un imponente "mallorn" a modo de asientos, mientras el mago se aclaraba la garganta y Abdelkarr permanecía entre las sombras, alerta a cualquier peligro que se acercase.
De este modo, en la aparente tranquilidad del parque, el mago empezó a hablar:
- Mi historia empieza hace mucho, mucho tiempo... - y sus palabras se perdieron en la oscuridad de la noche.



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