La Odisea de Elfenomeno

19 de Octubre de 2006, a las 12:16 - Entaguas
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La velada paso agradable entre las risas y divertidas anécdotas. Todos se pusieron a cantar canciones mientras que Adan tocaba su instrumento. Aunque algunos seguían tristes por las nuevas noticias, pero pronto la alegría brotó en la compañía. Los elfos degustaron la comida de Gondor, felicitando al posadero, aunque la verdad, tampoco era tan buena como la probada en Lórien. Pronto llegó la madrugada y el posadero ordenó a los de la posada que se fueran a dormir, y se dieron cuenta todos al levantarse que se habían pasado bebiendo. Dimas y Burzumgad que habían bebido bastante, cruzaron las escaleras y el pasillo tambaleándose y apoyándose el uno en el otro, y Dimas cantaba canciones enanas en una lengua extrañísima.
- ¡Cuidado, orco pelilargo!
- ¡Cuidado tú, enano barbón!
Los elfos tenían un poco las narices coloradas debido a la bebida, lo cual a Abârmil le hacía gracia debido a la palidez de sus caras.
-Ahora entiendo porque te reías amigo, la verdad es que tenemos una cara graciosa. Parece que la bebida no nos favorece en la cara-dijo Rúmil entre risas.
En cuanto a Abârmil, no le costó dificultad cruzar las escaleras pues tampoco había bebido tanto, al igual que Lanceloth y Barin.
- ¡Eh Barin! ¡No tomes tanto que te has puesto borroso!- dijo Lanceloth, que se empezó a sentir cansado, somnoliento y algo…borracho.
-¡Ese no es Barin! ¡Es Burzumgad, que todavía tiene la ropa de rohirrim! ¡Y el que está viendo borroso eres tu!- le respondió Adan riendo.
Adan se quedó abajo para pagar al posadero la noche y la cena, con Farahir. ‘’Ya se podía haber dado por pagado tras la dantesca coreografía que ofrecimos sobre una de las mesas los elfos, Farahir y yo, o las canciones de Burzumgad y Dimas, o la maestría musical de Adan, o la actuación bien preparada de los seis rohirrim, todo dignos de mención’’ pensó Abârmil. Pronto los demás miembros entraron en la estancia, la cual era muy cómoda, una hogareña chimenea, con múltiples camas bastantes cómodas, y algunas ventanas chicas por las que entraba la luz de la luna.
-Amigos elfos tened bien preparados vuestros arcos ya que es posible que tengamos que utilizarlos bien pronto.- dijo Elder, pegando un pequeño bostezo.
Enseguida entraron en un sueño placentero.
Algo les despertó de improviso, pocas horas después y todavía de noche. Un grito desgarrador que ya conocían de mucho antes; nazgûl.
- Estás allí, maldito seas- monologó Burzumgad como si él pudiese oírle- ve sabiendo, señor de la carroña, que ahora no estoy solo.
-¡¿Que hechicería es esta?!... ¡Ese grito parece provenir del reino de la muerte!- exclamó Lanceloth.
-Ya los tenemos aquí- dijo Abârmil.
 Todos se levantaron de la cama rápidamente desenvainaron sus espadas y vieron a Burzumgad como estaba apoyado en una de las ventanas muy pensativo mirando por ella. Todos se acercaron y vieron como múltiples bestias aladas volaban por encima de la ciudad. Burzumgad dijo:
-Tranquilos... todavía no atacarán. Aunque no tardarán en atacar. He visto desde aquí como algunas tropas de Gondor se están replegando hacia atrás, pues el ejército de Mordor es muy numeroso. Pero todavía no atacarán, pues el ataque lo comandará algún nazgûl, y primero llenará la ciudad de temor y los aterrorizará. Será mejor acostarnos y descansar, aunque no creo que haya que hacer guardias como en el bosque negro- bromeó el orco, para animar un poco a la compañía.
-Dudo que pueda volver a dejar mi mente en blanco por lo que acabo de ver y el chillido que me ha errado el sueño dejándome sin razón, intentare recuperar el máximo de fuerzas, pues según dices, Burzumgad, mañana se producirá el ataque. Teniendo en cuenta que son miles y las fuerzas del mal son perversas, tendremos un día muy ajetreado en todos los sentidos; aprovechad el tiempo al completo, no sabemos en el momento que nos despertemos cuando volveremos a poder cerrar los ojos con toda tranquilidad para conciliar unas horas de descanso…- dijo Aikanáro, entre bostezos.
-Amigos, espero que mañana sea un día tranquilo, aunque la sombra del Este me inquieta demasiado. La guerra esta muy cerca, esperemos que logremos salir victoriosos de ella. Buenas noches camaradas- terminó diciendo Rúmil.
En ese momento se volvieron a dormir todo sin reparar en algo que ya sabrían después, pues al levantarse por la mañana temprano (todos con dolor de cabeza por la resaca) observaron por las ventanas como miles de campamentos con el ojo rojo pintado y campos quemados.
-Todo esto forma parte de la estrategia del enemigo oscuro para amedrentarnos y quitarnos nuestras esperanzas. No caigáis en las artimañas de Sauron, mientras esta ciudad exista nuestros hogares se mantendrán en pie.- dijo Elder.
- En fin, creo que no me he perdido nada,- dijo Dimas rascándose la cabeza al oír las noticias del silbido del nazgûl en la noche, pues él era el único que no se había despertado- ¿cuándo llegará del día de enviar a esos pajarracos y sus jinetes a la oscuridad?
- No muy tarde maese enano, no muy tarde- expresó circunspecto Lanceloth.
Burzumgad observaba todo muy pensativo reflexionando, pues el estaba librando una guerra personal contra los nazgûl, esos seres que le habían arrebatado la libertad tanto tiempo.
-Burzumgad, amigo, se que muchos de los tuyos están entre este ejercito que se aposenta ante esta ciudad, muchos con los cuales seguramente compartes la idea de la libertad. Si son conscientes de lo que les espera tal vez intenten huir de la batalla antes de que sea demasiado tarde. Siento que te encuentres en esta situación, pero tal vez si derrotamos al enemigo en esta batalla, por fin los tuyos logren esa libertad que tanto ansiáis. Valor amigo, no desesperes, seguro que Eru se apiadara de las almas de los buenos orcos esclavos que hoy mueran en batalla.- dijo Rúmil para animarlo.
-Las mujeres de Rohan no somos de las que se quedan hilando en casa mientras todo arde- le replicó la belicosa Aradna ante ver la sorpresa de Burzumgad al ver iban a luchar-¿Y Farahir? preguntó María.
En ese momento todos vieron que Adan y Farahir no estaban, y salieron rápidamente a buscarlos. Pronto los encontraron en la calle, con montones de armaduras y armas, pues había ido a la armería, y empezaron a darles espadas y armaduras.
- Quítate esa coraza de Rohan que aún tienes y colócate esta otra- dijo Elder a Burzumgad, quien obedeció.
-No, no gracias yo me quedo con esta-. Dijo Barin a Farahir que le ofrecía un espada gondoriana señalando su espada tan preciada -hecha del martillo y fuego de mi padre.
-Toma Burzumgad con este trapo rojo atado a tu brazo no te confundiremos con los orcos enemigos vestidos con armaduras gondorianas. Te deseo suerte para la batalla tan próxima.- le dijo Rúmil a Burzumgad.
Adan tenía mucho sueño y Faramir estaba apoyado en su hombro roncando, pues como Adan les explicó Farahir se quedo hablando con el posadero y con las rohirrim, para saber más sobre el peligro. Por ahí fue como se enteraron todos de que el ataque lo comandaba... el rey brujo. Empezó a contar lo sucedido por él anoche:
- Comenzamos a hablar y al rato estábamos él, Farahir, las mujeres y yo sentados en una mesa con un café entre las manos para despejarnos. Hablamos de la guerra que ya había empezado, en todos los lugares a la vez. Le dimos noticias de la batalla en Rohan al tabernero. El nos dijo que las últimas noticias decían que los orcos estaban intentando cruzar el río; y que un tal Faramir los capitaneaba y les cerraba el paso.
-Pero hay más. Los rumores de los soldados dicen que hay algo más que orcos atacando. Una especie de espíritu que nubla el corazón de los hombres y les hace huir.
En seguida pensé en quién podría ser el extraño espíritu, pero aun así se lo pregunté:
-¿Y qué o quién podría ser ese terrible espíritu que tanto amedrenta?
Todos dice que es el Rey Brujo, el espectro que gobierna Minas Morgul, puede que sean más, unos ocho o nueve…
Fue entonces cuando oí de nuevo el fantasmagórico aullido de la muerte. Todos nos revolvimos en nuestros asientos, e incluso Farahir, un noble Dúnedain tembló. Ya estaba presto para avisar a nuestros compañeros que dormían en la habitación, pero Farahir tuvo una idea mejor. Preguntamos al hombre dónde había una herrería y nos indico que en la Calle de los Lampareros. Fuimos hacia allí. A nuestro paso veíamos caras asomadas a las ventanas mirando el cielo, creyendo que el aullido y la negra sombra que sobrevolaba la ciudad anunciaban la muerte. Llegamos al lugar que debido a la hora nocturna estaba cerrado. Aporreamos un buen rato la puerta hasta que una voz se oyó desde el otro lado:
-¿Quién es? ¡Voy armado!- dijo la voz que salía de la herrería.
- Somos clientes suyos, si nos abre la puerta. Queremos armaduras para el combate que se avecina. Le pagaremos bien.
El desconfiado herrero nos abrió la puerta. Allí elegimos armaduras para todos excepto para Dimas, que tenía la mejor armadura imaginable. Tras desembolsar la fortuna (entre esto y la taberna me había quedado sin dinero) salimos presurosos del lugar. Quedaba un rato para el alba, pero Minas Tirith era un hervidero. Soldados que andaban de arriba abajo. Mujeres con niños subiendo a niveles superiores y hombres tapiando las puertas de sus casas. Nos encontramos con las hermanas Rohirrim que venían de los establos de coger los pertrechos de guerra. Juntos observamos como, provenientes de las puertas, llegaba soldados heridos y magullados. Eran la retaguardia que había comenzado a replegarse. Estaba ya amaneciendo cuando llegamos por fin a la taberna donde estaban nuestros compañeros. Hemos estado toda la noche sin dormir y con borrachera incluida; así que estamos para el arrastre.
Finalmente fueron a desayunar a la posada, y vestidos con las armaduras y espadas nuevas.
 -No se puede pelear con la "panza vacía"- dijo Lanceloth
-Pobre Farahir, le pasa por pasarse la noche hablando con aquellas bellas rohirrim y el posadero, aunque nos ha venido bien para la información obtenido, nos será de grandiosa ayuda; a nosotros nos ha sentado mejor el sueño, ¿verdad amigos?, jeje. Vaya noche hemos tenido, apenas he dormido, ¡pero el descanso ha sido agradecido por mi cuerpo en gran parte!- dijo Aikanáro.
-Maestro enano, repón fuerzas de tu noche de ayer –dijo Rúmil sonriéndole- Por cierto ye me enseñaras esa lengua que usabas anoche para cantar.
Pronto una voz sonó entre las calles:
- ¡Nos atacan! ¡Prepararos para la defensa valientes hombres de Gondor!
-Parece que ha llegado ya el gran momento hermanos de armas, la gran batalla de la Tercera Edad y tenemos la oportunidad de hacer algo para alcanzar la victoria para los Pueblos Libres, nunca mejor representados que por esta compañía. Pongámonos estas armaduras que Farahir y Adan nos han conseguido y vayamos hacia la gloria, juntos haremos estragos en ese abyecto ejército.- dijo Abârmil levantándose inmediatamente.
La compañía salió espada en mano pero antes vieron por la ventana de su habitación como el ejército oscuro se preparaba para el ataque a plena luz del día.
- ¡A cubiertooooo!
Catapultas con las cabezas de los muertos eran arrojadas, Abârmil al verla se quedo petrificado, y Elder le puso la mano para que se recuperara de lo visto, mientras a Lanceloth le aterró, pero la compañía hizo que se fortaleciera finalmente. ‘’Guerra psicológica’’ pensó Barin.
- ¡Malditos bastardos!- gritó Dimas al ver las cabezas que arrojaban- como en Azanulbizar al final de este día abonaremos esta inmensa llanura con vuestra sangre.
Torretas se preparaban para asaltar la ciudad.
-La mayoría de los guerreros y sobre todo los aldeanos retroceden hacía los niveles superiores, ocupemos sus lugares defendiendo las cercanías de la muralla principal, ¡debemos impedir cualquier acercamiento alguno que se produzca por cualquiera de esas bestias inmundas y despreciables!- dijo Aikanáro.
Dicho esto, corrieron hacia la muralla, con todas las armas que tenían. 
-¡¡ Morid, malditos orcos!!- dijo alguien de al lado de Burzumgad, algo que le hizo sentir que ya no sabía dónde estaba, pero si con quienes peleaba: Allá estaban los elfos haciendo cantar sus arcos, más allá Adan, los dos valientes rohirrim; el adusto Abârmil. El infatigable Dimas: además de su causa de solitario oprimido, era por la amistad por lo que luchaba.
Más valía coordinarse pues no había tiempo que perder. Multitud de escalas y torres de asedio se acercaban ya a los muros. En su camino iban sembrando el suelo de cadáveres saeteados lanzados por cientos de arqueros de las líneas de defensa. Imparables en su trayectoria la inmensa marea negra chocó contra las primeras murallas. Decenas de escaladores habían logrado desbaratar varias de las defensas en el este. En el muro oeste, donde se encontraba el grupo, se acercaban las primeras plataformas rebosantes de uruk y orcos. Mientras tanto, Burzumgad ya había entrado en combate, un poco más allá le acompañaba Abârmil y Adan, junto a la muralla, y algo más lejos aún, separando escalas, Elder y Aikanáro.
-No os disperséis, bajaran de golpe cuando la trampilla caiga sobre los bordes de la muralla y arremeterán contra lo primero que enganchen sin recelar en absoluto de nada ni nadie, no tendrán piedad, pero debemos mantener la posición y ganarles terreno sin caer en batalla, ¡aguantad hermanos!- dijo Aikanáro.
Dimas, que se había ceñido las insignias que había portado en Khazad-dûm como capitán de su guardia real (dos hachas entrecruzadas sobre un campo de mithril), aguardaba con un grupo de hombres y Barin a cien metros del resto de sus compañeros para hacer frente a una torre de asedio que se acercaba rápidamente.
- Mantened la posición compañeros, si nos mantenemos juntos haremos resistencia- sugirió el enano.
Una torre de asalto se acercaba ya podía escuchar las palabrotas en lengua negra de los uruk-hai atacantes
-¡¡Garn!!- gritó Burzumgad también- ¡¡Por Minas Morgul libre!
-Tranquilos amigos, vuestras manos no estarán mucho más tiempo ociosas, ¡Aquí vienen las torres de asedio!- dijo Abârmil-¡Vamos hijos de Gondor, mandemos al infierno a estas viles criaturas! ¡Que vean de qué están hechos los hombres! Tomad antorchas e intentemos prender esta torre de asedio, para que ardan en llamas.
Las catapultas y flechas volaban sobre sus cabezas y los soldados gondorianos iban cayendo poco a poco, los orcos caían a cientos, pero apenas se notaba, dado su elevadísimo número.
-¡No pienso esperar con los brazos cruzados a que esas criaturas lleguen aquí! ¡Tomemos arcos y flechas de los defensores caídos y probemos que su muerte no ha sido en vano!- dijo Lanceloth, pero observó que su puntería era muy inferior a la de los elfos.
- Uno... dos... tres... cuatro... cinco...- contaba Barin, los orcos que mataba con el arco.
La compañía pudo ver a Gandalf animando a las tropas y mandando en la defensa de la ciudad blanca. Las torres de asedio llegaron a la muralla, un mar incontrolable de orcos salían de ellas sin pausa. Desenfundaron sus espadas y comenzaron el ataque en primera fila, todos codo con codo, mientras otros manejaban magistralmente los arcos.
-Por los nuestros, por nosotros y por el futuro de toda la tierra media, no ceséis en vuestro intento amigos, nadie ni nada podrá con nosotros, la invencibilidad es nuestra aliada y nunca lo olvidaremos, juramos lealtad a los nuestros y a nuestra raza, ¡pues luchemos por ella!- gritó Aikanáro.
El portalón principal de la Torre que había frente a Dimas se había abierto, habían desaparecido diez almenas aplastadas. De momento nadie bajó. Pero entre el polvo y los escombros apareció al instante un uruk enorme ordenando a viva voz que le siguieran. Frente a él, el enano, Barin y un grupo de gondorianos algo temerosos. Al instante se puso a dar gritos de guerra a sus soldados, aún en formación. Pero fue terminar de vocear y ver su cabeza separada del cuerpo mediante un limpio hachazo. Sus ojos antes de cerrarse miraban como incrédulos a un fornido enano de barba grisácea que miraba a la cabeza arrancada con desprecio.
- Vete al infierno, sucio esbirro de Sauron- gritó Dimas tras escupir la cabeza recién cortada de ese comando de uruks.
Acto seguido el enano arrojó la cabeza arrancada a los uruks, quienes salieron rabiosos en marea incontenible de la torre. Después un inmenso griterío y caos. La primera fila vomitada de la Torre pereció bajo el frío acero de las espadas de los soldados de Minas Tirith. Junto a ellos Dimas repartía hachazos con una furia incontenible. Pronto, a su lado, yacían no menos de quince extremidades deformadas y sanguinolentas....
-¡Ahora es el turno de las espadas! ¡No les dejéis avanzar!- gritó Rúmil con fiereza.
Abârmil cercenó multitud de miembros, acabando con todo aquel que se le acercaba. Su espada se movía con toda la destreza que tantos años combatiendo orcos le habían otorgado. Su anterior bruñida armadura estaba teñida de sangre enemiga y nuestro flanco comenzaba a producir miedo en los orcos de Mordor. En un descuido uno de ellos logró herirle traicioneramente en un costado cuando el cansancio comenzó a notarse en sus músculos. Aún así consiguió sobreponerme al dolor y continué haciendo frente a la primera embestida, que parecía atenuarse.
‘’Y más lejos aún esperaban su turno los grandiosos y míticos Mûmaks del Harad’’ Pensó Adan. El cansancio me nublaba la vista y le costaba apuntar con su arco. Antes de atacar al enemigo miró a su alrededor y vio a las rohirrim no muy lejos. Se fije en la maestría de Aradna, sujetando la espada con la diestra y la lanza con la siniestra. Los orcos ya se abalanzaban y comenzó a manejar la espada tan hábilmente como podía. Asestó dos golpes mortales a varios orcos y se abalanzó hacía un Uruk por un momento el lance estuvo igualado, pero finalmente logró hundir su hoja en su vientre…
Lanceloth empezó a escuchar gritos de batalla en una lengua extraña, pero eran gritos que le animaban. Los lanzaba Dimas el enano, que parecía haber perdido la razón. Estaba entregado a la lucha, tal vez enardecido por los recuerdos de la antigua disputa entre su raza y la de los orcos. Luego los gritos se multiplicaron, en tantas lenguas y acentos que eran difíciles de reconocer. Que honor luchar en compañía de tan valientes guerreros, y por una causa tan noble, pensó.
-¡La Marca! ¡La Marca ha venido! ¡Por Eorl y por Helm y por el rey Theoden!- Exclamaron Barin y Lanceloth, y entonces su espada empezó a perder su brillo manchándose de un líquido oscuro y viscoso…
-¡GROND! ¡GROND! ¡GROND!- gritaron a coro miles de orcos en un frenesí macabro y violento.
Una segunda embestida de orcos atacó, mientras que decenas de olog-hai se apiñaron contra la puerta junto con el ariete más impresionante que habían visto en su vida.
‘’Si la puerta cae, los orcos serán incontenibles’’pensó Rúmil a la vez que veía el gigantesco ariete.

La batalla era cruel y sangrienta. Dimas cortaba miembros con una facilidad increíble, mientras los ojos le brillaban. Las primeras embestidas de torretas fueron contenidas, pero los orcos aumentaban en número sin parar. Grond (el ariete) avanzaba tirados por unas bestias enormes y furiosas, protegidas por Olog-hai y orcos que le rodeaban. Pero pronto de nuevas torretas llegaron nuevas embestidas de orcos y fuertes uruks, y se hizo incontenible. En un momento, el número fue tal que a causa de la confusión de la batalla, todos se replegaron; Gandalf estaba ordenando la retirada hacia la puerta, pues el ariete estaba cerca. Pero ahora, la compañía a causa del repliegue se hallaba perdida y separada.

Burzumgad se hallaba en la muralla tirado y confuso. Se había dado un fuerte golpe que le había dejado inconsciente y veía como muchos orcos descendían por las escalas sin prestarle atención. Burzumgad se levantó, pero no vio a ningún miembro de su compañía. Giró la cabeza para encontrarlos, pero solo vio como el gigantesco ariete Grond estaba cerca de la puerta. Pero todavía no actuaba; pues estaban esperando a alguien. Burzumgad miró interesado cuando de repente toda la escena se hizo silencio; un jinete oscuro, solitario y terrorífico en la lejanía, avanzaba hacia la puerta con su caballo. Burzumgad sabía quién era; El Rey Brujo de Angmar, soberano de Minas Morgul, su antiguo ``señor``. La rabia le invadió, y se fue corriendo hacia la puerta. El Rey Brujo pronunció 3 palabras oscuras en una lengua de terror, y 3 veces el ariete golpeo la puerta. Burzumgad pegó un salto para llegar a la puerta, y cuando la tercera palabra y el tercer golpe sucedieron, la puerta se abrió, y como si de hechicería se tratase, una onda expansiva alcanzó a todos los soldados y los dejó sin vida en el suelo. Burzumgad, que estaba en el aire a causa del salto, fue afectado también por la honda expansiva, y mientras era lanzado por los aires, vio como el mago blanco se mantenía firme ante el Rey Brujo. No alcanzó a ver nada más, pues entonces, cayó contra el techo de un antiguo edificio, y pego un alarido de dolor. El golpe fue doloroso, y se metió la mano entre la coraza y esta salió llena de sangre; había sufrido una herida en el abdomen. Entonces, cuando creía que estaba muerto, una sombra alada le envolvió; un nazgûl alado le miró y se posó en un edificio cercano al suyo.
- ¿Cómo has llegado ahí escoria? ¡Contéstame! ¡Maldita bestia, dame una explicación para que no te mate!- De repente, la bestia alada se encrespó, el nazgûl pegó un gran alarido, y dijo por último- ¡Tú, tú, tú! ¡El orco traidor! ¡Burzumgad!
Burzumgad se levantó con dificultad y reconoció al espectro; era Khamûl. Con pesadez desenvainó su espada dispuesto a hacer su última resistencia y acabar con aquel espectro, mientras que la bestia de Khamûl se preparaba para el ataque.

Dimas, hijo de Thranios, repartía hachazos a todo enemigo que se le acercara. Con una furia inmensa, incluso los orcos llegaron a retroceder con sorpresa al ver el brillo de los ojos de un enano. Pero pronto una nueva oleada de orcos llegó, y todos retrocedieron; y para su desgracia, se separaron. Dimas ahora veía los edificios en llamas, aquella maravillosa ciudad que estaba a punto de sucumbir. Por un momento, vio como a Burzumgad; aunque no para mejor, pues había caído en un techo de un edificio, y una bestia alada le tenía atrapado. No alcanzó a oír lo que decían, pero estaba claro que Burzumgad necesitaba de su ayuda. Con un valiente discurso, envalentó a todos los gondorianos que pasaban por su paso, y pronto, Dimas corrió por los pasillos de la ciudad con más de 20 jóvenes y valientes gondorianos, aunque quizás se tratase por vergüenza, al ver como un enano si defendían su ciudad y ellos no. Ya estaba cerca de Burzumgad y de ayudarle y dijo:
- ¡Ya es la hora de que ese pajarraco y su espectro sean víctimas de la furia de un enano y los hombres de Gondor!- Y los gondorianos gritaron mientras se acercaban a la bestia alada.
 
El arco de Rúmil silbaba en la batalla, y sus espadas pronto se volvieron negras de la sangre orca. Había perdido la cuenta de cuantas muertes había provocado, pero con el nuevo torrente de orcos que se abalanzó todos se replegaron.
Rúmil miró perdido intentando buscar a sus compañeros, pero en ese momento, un fuerte Uruk se abalanzó sobre él. Rúmil le dejo primero sin brazos, y luego le degolló ferozmente. Pronto vio como ya una multitud increíble de orcos empezaba a tomar las murallas. Una hueste entera se lanzó contra él, y Rúmil retrocedió hasta entrar en una casa gondoriana. La cerró y los orcos la empujaban, mientras los gritos seguían elevándose en el aire:
-¡Grond! ¡Grond! ¡Grond!
Entonces, una piedra en llamas chocó contra la casa en la que estaba seguro, y pronto esta se envolvió en llamas. La puerta se abrió y los orcos entraron. Y allí, entre las llamas, lucharía Rúmil, aunque al ver su figura en la oscuridad y en aquel ambiente infernal, los orcos vacilaron, pero se lanzaron a la carga.
-¡Si mi final ha de ser entre estas paredes, no será en vano! ¡Morid siervos de Sauron!- gritó desenvainando sus 2 espadas cortas.

Aikanáro veía con amargura como una lanza de un orco le atravesaba el costado. La última oleada de orcos había sido incontenible, y ahora sin sus compañeros, un orco le atravesaba con su lanza. Sintió un dolor punzante en la zona. Aikanáro cayó contra el suelo, todavía vivo. Entonces, un montón de gondorianos se lanzaron a la carga contra el grupo numeroso de orcos que dificultaba su vida, y avanzando a gatas por el suelo, se retiró. Se apoyó contra una esquina de un edifico y vio toda la ciudad; estaba en llamas. Veía como los gondorianos caían muertos, y como el dolor de su herida se extendía. Bebió un sorbo de una bebida élfica que había encontrado en el suelo, pura casualidad. A pesar de eso, no se recuperó, y siguió avanzando a gatas. Entonces oyó como el silencio de la batalla cesaba por momentos. Algo espectral acababa de aparecer en combate. Tomó fuerzas y se levantó, fue corriendo hacia la puerta, pero cuando la vio desde lejos, solo vio montones de gondorianos muertos en el suelo, y como un mago blanco sostenía la vara impasible. Lo que le dijo al terrorífico espectro no lo oyó, pero pronto vio como el espectro se alejó en una bestia alada, y como muchos Olog-hai cruzaban la puerta, y como gondorianos se abalanzaban contra ellos. Aikanáro cogió sus espadas, vio a los Olog-hai, y como el más valiente de los guerreros de Gondor, se dispuso a acabar con ellos.

Adan estaba exhausto, y pronto una nueva oleada de orcos le separó del grupo. Se encontró por las calles de la ciudad retrocediendo y gritando los nombres de sus compañeros, esperando encontrarlos. Pero nada, todos estarían bastante alejados. Pronto vio como los orcos se abalanzaban por la calle en la que buscaba, y para su sorpresa, vio como Aradna la rohirrim, les repelía con entusiasmo. A pesar de eso, pronto un orco la sujeto y estubo a punto de degollarla, de no ser por la rápida intervención de Adan. Aradna se aferró a sus brazos aterrorizada, y Adan le dijo:
-¡Huye! Regresa a los niveles inferiores. Escóndete o huye de este infierno. Todos se repliegan, huye.
- ¿Y tú? ¿No vas a luchar, también vas a huir?
- Sí, supongo que sí- Dijo Adan lamentándose- Mis amigos de esta aventura han desaparecido. Quizás tengan un destino diferente, quizás están muertos, no lo se. Pero ahora en la hora de la batalla mi corazón late con deprisa y debo descansar antes de asistir un último golpe. Opondré resistencia en los niveles inferiores.
Aradna le siguió insistiendo para que luchara, aunque Adan siguió respondiendo otra vez lo mismo, hasta que Aradna le besó, lo que provocó que Adan se callase. Aradna aprovechando lo asombrado que se había quedado, con sus manos le giró la cabeza y le hizo ver el espectáculo que hacían los orcos. Entraban en las casas en llamas y saqueaban, mataban a los inocentes que todavía no se habían refugiado y se alegraban de sus muertes.
- Si te vas, ¿Habrá más posibilidades de que esta gente pueda resistir a esa horda de salvajes?
Pero no fueron las palabras de Aradna lo que le hicieron cambiar a Adan de idea; pues pronto sintió un latido en el corazón. Allí estaba un orco alto y grande, calvo y de armadura completamente negra, monstruoso y feo más que cualquier orco. Su risa era malévola. Sintió ahora como si su destino fuese ser matado o matar a esa criatura, ya nada podía impedírselo. Con un grito de guerra se lanzó contra la criatura, pero 2 uruks le cerraron el paso, a los que degolló de igual manera. El orco rió:
-¡Huye humano! ¡No resistirás a mis ataques, soy Gothmog, el lugarteniente de Minas Morgul! ¡Huye antes de que con un golpe de mis armas te mate!
Adan no retrocedió y se mantuvo rígido. La criatura sujeto una espada negra y un mazo en la otra mano, y Adan seguía rígido. Los pasos de Aradna de huída se sintieron, y las miradas de Adan y Gothmog se cruzaron, y acto seguido se enzarzaron en una lucha terrible.

Elder todavía recordaba cuando los torrentes de orcos se le abalanzaron y le obligaron a retroceder, perdiendo el rastro de sus compañeros. Entre confusión y valor, avanzó por las calles envueltas en llamas de M. Tirith. Veía con pena el destino que se le abalanzaba, pero no le temió. Siguió avanzando sin dejar vivo a un enemigo, y entonces oyó como un silencio inusual se hizo en la batalla. Pronto los gritos de guerra y la matanza volvió. En ese momento, vio como un torrente de orcos se adentraban en una casa en llamas. ¿A quién estarían saqueando que había tanta cola? Fuese quién fuese, su meta era ahora salvarlo. Pronto luchó contra el torrente, sin respiro ni cansancio, un fuerte elfo valiente que a los orcos inspiraba temor. Pero el de la casa en llamas debía de ser un valiente guerrero, diestro en la espada. Elder siguió avanzando contra el torrente, intentando llegar a la casa y salvar la vida a quién estuviese en ella, aunque pronto escuchó gritos élficos, y dijo:
- ¡Un elfo en peligro no estará mucho tiempo solo, aquí hay otro para luchar junto a él!
 
La espada brillante de Lanceloth se había teñido negra, de sangre de orco. Vio a lo lejos con alegría los refuerzos rohirrim, que estaban luchando contra los guerreros del Harad y del Rhûn. Pero pronto una ola de terror se adentró en la muralla y esta vez, fueron incontenibles. Lanceloth vio con desesperación como no había nadie a su lado, y todos habían desaparecido. No tardó en luchar contra todos los orcos por las calles, que estaban envueltas en llamas. Entonces, como una señal, vio como un caballo furioso estaba siendo casi atacado por un orco. Cogió su lanza, que tenía su emblema de la marca desgarrado y atravesó al orco. Montó en el caballo con su lanza y espada, y entonces, por fin luchó tranquilo. Aunque ese corcel no era el suyo antiguo, se desenvolvía bien, y era también muy veloz. Pronto oyó alaridos Olog-hai; habían roto el imponente portón de M. Tirith. Sacudió su caballo y avanzó por las calles, viendo como los guerreros gondorianos eran lanzados como muñecos. Entonces, un gran campeón del Harad, montado en un caballo lleno de tatuajes, con armaduras de colores llamativos atravesó la puerta como un rayo, y Lanceloth cogió una flecha del suelo y se la arrojó. Esta no llegó a darle, pues era una señal de duelo. El campeón del Harad colocó en su caballo en posición para cargar contra él, y Lanceloth también. Antes de cargar contra el sureño, Lanceloth vio como otro jinete se le acercaba, Eva la rohirrim, también montaba en un caballo, y estaba dispuesta ayudarle. Y mientras Eva y Lanceloth se lanzaban a la carga, el sureño alzaba su estandarte rojo mientras que su caballo cabalgaba raudo y veloz contra ellos, y para amargura de Lanceloth, al campeón del Harad se le sumó otros 7 jinetes.

Barin estaba agotado. Apunto estuvo de matarle un orco, de no ser por que Burzumgad le había salvado la vida. Pero ahora estaba confuso, perdido entre la batalla, pues un torrente de orco le había separado del grupo. Aunque por fortuna, no estaba tan solo; a su lado se encontraba Farahir, y las 2 rohirrim Laureth y María. Una catapulta estalló contra el establo envolviéndolo en llamas, y una marea de caballos descontrolados salieron de él. Barin y sus compañeros cogieron unos veloces caballos. Barin se mostraba alegre ahora como jinete, y los orcos huían a su paso, temiéndole. Todos oyeron el rugido de Olog-hai y sureños, además de otras bestias, lo que indicaba que habían atravesado la puerta. Barin y los demás se dirigieron rápido hacia el lugar y vieron una cruenta batalla. Había caras conocidas, como Aikanáro que luchaba con un feroz Olog-hai, y lanceloth, que cargaba con Eva contra 7 jinetes del Harad. Barin al ver la resistencia de Aikanáro y como no era el único que atacaba al feroz Olog-hai dijo:
-¡Ayudemos a Lanceloth que se encuentra en inferioridad! ¡Luego acabaremos con el troll con el que está luchando nuestro amigo elfo!
Y se lanzaron a la carga, pero para sorpresa de Barin, Farahir se lanzó contra el Olog-hai, el cual respondió con un golpe de un mazo, haciéndole volar por los aires. Farahir cayó al suelo como un muñeco, aunque estaba vivo, estaba muy mal. Pero Barin ya no podía desviarse de su objetivo, y apenas segundos faltaban para el colosal choque contra los sureños.

Abârmil se lamentaba. ¡Los había perdido! Todo por culpa de aquel último feroz torrente. Pero ahora, estaba montando en un veloz corcel al lado de Gandalf. Este, antes de llegar a la puerta le dijo:
-Abârmil, temo que debo enfrentarme al Rey Brujo yo solo. No me persigas ni vallas hacia la puerta, pues me dice que cuando el ariete golpeé por tercera vez, algo funesto pasará. Reúne a todos tus miembros de la compañía y retrocede a los niveles inferiores. ¡Adiós Abârmil, que nuestro próximo encuentro sea en mejores condiciones! Tal vez quieras luchar, pero tu destino no es luchar contra fuertes enemigos, pues tienes que reunir al grupo, y actuar el equipo. Tal vez el mismo destino que os ha separado, os vuelva a unir.
-Eso haré Mithrandir, reuniré a mis amigos. Mas ten por seguro que en cuanto lo haga, engrosaremos de nuevo las primeras filas de batalla, los descendientes de Númenor no estamos hechos para mirar una batalla, sino para luchar en ella y salir victorioso. Doy fe de que cualquiera de mis camaradas son más valiosos en el arte de la guerra que un batallón de trolls.- le respondió Abârmil.
Aunque Gandalf se despidió de manera trágica, Abârmil obedeció y nunca puso en duda la voluntad del Istari. Avanzó velozmente por las calles, intentando encontrar a algún miembro de su compañía; pero nada, solo muerte y desolación.
Pronto se encontró en una calle elevada, y vio a lo lejos a sus compañeros. Aunque su vista no era buena en las llamas de la batalla, vio en la puerta como un elfo resistía contra un Olog-hai y como varios rohirrim acompañados de un montaraz iban a cargar contra unos jinetes sureños. También vio en una calle como Adan estaba apunto de luchar contra un gran orco, como un espectro alado estaba apunto de acabar contra un orco y como un enano rabioso dirigía varios gondorianos. Y por último vio una casa en llamas en las que los orcos eran repelidos por dentro y por fuera.



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