La Sombra Creciente
01 de Diciembre de 2006, a las 22:33 - Silvano
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La Marcha
La marcha era lenta en opinión de
los montaraces y de Sithel. Los enanos no se caracterizaban precisamente por su
rapidez. Los campos de Celebrant eran una vasta llanura sin vegetación
abundante, llena de praderas, arbustos y matorrales bajos sin ninguna
civilización en el horizonte.
- ¿Hábleme de las minas? ¿Qué ha pasado exactamente en
ellas? – preguntó Ergoth.
- Las minas son un refugio de enanos fundado por mí y
por mi padre hará varias décadas. Contienen abundante metal, algo de mithril, plata vulgar y rocas preciosas tales como el mármol.
Siempre al excavar hemos encontrado y unido a la mina madrigueras orcas, lo que
constituye nuestro gran divertimento ir a cazarlos. – soltó una
carcajada el enano que fue acompañado por varios guerreros.
- ¿Y éste es otro nuevo caso? ¿Han anexionado más
madrigueras? – inquirió Ergoth de nuevo.
- Eso parece pero no lo hacemos a propósito.
Simplemente son consecuencias que no nos desagradan... – volvió a reír – Hará
más de un año mi hijo Dunbarth, actual gobernador de Nimrodel en mi ausencia,
me mandó un comunicado por una paloma, en la que me contaba entusiasmado y
alegre, que habían encontrado nuevas fuentes de metal pero también muchas
madrigueras de trasgos, demasiadas comparadas con las que descubriéramos años
atrás, por lo que convocó una cacería de la cual formaremos parte al igual que
otro pueblo del norte. Si no se les da caza se reproducirán rápidamente y al
cabo del trimestre doblarán su número, y al de dos lo triplicarán...
- Me alegra oír las nuevas de muchos orcos, ¿Cuál es el
otro pueblo? ¿Quiénes son y dónde os reuniréis? – se sumó Geko a la
conversación.
- Los pueblos errantes no tienen nombre con lo que
identificarlos, solo un líder, general o antiguo rey al que los demás siguen.
Yo lo soy del mío y fundé con mi padre las minas de Nimrodel como refugio. Salí
hace muchos años a reunir a todos los otros pueblos de las montañas, que nos
acogieron en el pasado, para que viniesen con nosotros a nuestro nuevo reino
aunque no todos quisieron aceptar mi oferta. Hace dos trimestres recibí otro
comunicado de Dunbarth en el que me pedía que volviera con el pueblo guerrero
de Câranden para formar parte de la cacería y así, junto al pueblo de mi primo
que es el pueblo que te acabo de mencionar, terminar la población de la ciudad.
Mi primo vive en las Montañas Nubladas y descenderá por el valle sombrío
seguido de dos centenares de enanos. Pasarán por delante de las grandes puertas
de Moria y atravesarán los cauces de Celebrant y Nimrodel para reunirnos en el
valle escarpado, antes de emprender la subida a la mina entre las afiladas
rocas y escarpadas caminos que dan nombre al valle.
- También podríais pedirles hombres a Moria para la
cacería. Limitáis con sus fronteras y sería fácil y rápido. Si hay un gran
número de trasgos en sus alrededores les interesará saberlo y ayudar.
- Moria no nos prestó ayuda cuando la necesitábamos y
no queremos depender de ellos para nada. Fundamos nuestro nuevo reino
precisamente para ello y aunque mantenemos contacto por un puente que
construimos de unión con el que comerciamos, somos totalmente independientes.
Nuestra población asciende ahora a más de seis mil quinientos enanos, gran
número comparado con los trescientos que éramos al principio. Muchos de
nosotros somos descendientes de los antiguos habitantes de Nogrod y Belegost
que desaparecieron en la Guerra de la Ira en la Primera Edad. Ahora debemos y tenemos capacidad para defender nuestra plaza y por Aulë que
así lo haremos.
Geko se paró a esperar a Sithel que no había dicho
una palabra desde que partieron.
- Perdona lo de antes, si vamos a ser compañeros es
mejor llevarnos bien. Me llamo Geko, hijo de Zârandon.
El elfo siguió andando pero al
ver que Geko le seguía no tuvo más remedio que contestarle, pero siempre con
ciertas reservas.
- No al contrario... perdóname tú por comportarme
así... estaba alterado y salté cuando me nombraron a mi padre... Soy Sithel
hijo de... soy del Reino de los Bosques. – estrecharon la mano y en ese momento
apareció Náldor.
- ¡Hombre! – exclamó el montaraz – ¿Ya habéis arreglado
vuestras diferencias?
- Sí. – respondieron asintiendo los dos.
- ¿Por qué viene señor elfo? Tenía entendido que los
enanos y los elfos no se llevan precisamente bien...
- Se llama Sithel – defendió a su nuevo amigo – éste es
Náldor, el “minero”. – dijo burlándose como era su costumbre.
- Es cierto, no me simpatizan pero era mejor que
quedarme en la ciudad, no me convenía. Además, me encantan las aventuras y no
iba a rechazar una cacería de trasgos...
- ¿Por qué no era conveniente?
- Asuntos míos...
- ¿Cuál es tu historia? – interrumpió Geko.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Estás lejos de tu hogar y solo, te nombran a tu padre
y produces una reyerta... – Náldor sonrió – y ahora te vas con una tropa de
enanos para escapar de Éstaleth a las profundidades de la Tierra Media.
- ¡Es que no podemos ir más rápido! – se enojó
cambiando de tema, cosa que consiguió a pesar de que tres enanos de alrededor
se le quedaran mirando a raíz de su comentario. Los enanos se distanciaron del
elfo inmediatamente, no disfrutaban con su presencia.
La tarde siguió y la compañía no
se detuvo. El sol se iba ocultando mientras que los enanos hablaban entre ellos
en su propia lengua, dialecto sólo conocido por ellos y que no enseñaban a
nadie. Otros echaban mano de algunos víveres. Sithel y Geko seguían hablando,
Ergoth hacia lo propio con el líder, Thorbardin, cuando Náldor se les sumó.
- Perdone señor, tenía entendido que los elfos no os
simpatizan a vosotros los enanos. ¿Cómo es qué le ha ofrecido acompañaros?
El enano, tardó en contestar.
- Es cierto, no me simpatizan; es más, odio a todos los
elfos que he conocido y con los que he tratado. A todos ellos, con sus aires de
superioridad, negándonos ayuda... ¡Pues qué sepan que fuimos los primeros seres
concebidos! – farfulló.
- ¿No fueron los elfos los primeros nacidos? – preguntó
de nuevo.
- Así es, los elfos fueron los primeros nacidos pero
nosotros los primeros creados. Ya que nuestro padre Aulë nos creó debido a su
impaciencia de concebir a sus hijos para enseñarles sus artes y amarles. Esto
iba en contra de los propósitos de Ilúvatar, por lo que escondió a los siete
padres enanos en las mansiones bajo las montañas. Pero el gran creador supo de
los actos de Aulë y al ver que no lo hizo con maldad, sino por pura impaciencia
y con buenas intenciones, los dejó vivir. Pero no despertarían, decidió, antes
que los elfos, sus favoritos... – dijo esto último con desprecio y burla.
- Te equivocas – hizo acto de presencia por detrás
Sithel que había escuchado todo –en efecto, Aulë os concibió y os creó pero no
tenía el suficiente poder para daros la vida. Aunque crease una lengua para
vosotros no os podíais comunicar con él puesto que erais unas marionetas de su
mente. Os movíais si el así lo quería al igual que todo lo demás. Fue Ilúvatar
quien después de perdonar vuestra existencia os dio la vida misma aunque nunca
fuisteis contados entre sus hijos...
Thorbardin volvió a farfullar en voz baja
mientras veía a Sithel adelantarse a ellos dándoles la espalda.
- ¿Veis lo que digo? Todos son iguales, si lo traigo es
por los elfos del Bosque de Oro. Si ven a una compañía armada de enanos pasar
por sus fronteras en estos tiempos... no creo que les agradara mucho. Y debemos
de seguir el camino que en sus fronteras se encuentra hacia la mina ya que de
otro modo no la encontraríamos nunca, pues la construimos con ese fin. Si los
elfos ven a uno de ellos con nosotros no nos tomarán por enemigos, creo yo. O
si en todo caso nos atrapase, él podría ayudar a conseguir nuestra libertad.
- Entonces, la razón por la que le ofrecisteis venir es
¿Para poder pasar por la frontera de Lórien?
- Así es, seguramente te parezca raro pero en los
tiempos que corren... Arnor ha caído, las sombras renacen y empiezan a
extenderse. Los elfos siempre desconfían de nosotros y si nos vieran armados en
sus cercanías pensarían lo peor, que les hemos declarado la guerra, como en la Primera Edad Nogrod lo hizo al reino de Doriath... Y aún contándoles nuestros propósitos no
los oirían a no ser que fuese desde una boca amiga.
- Entiendo.
- Digamos que es por pura precaución pero no se lo
vayáis a decir...
- ¿Y a nosotros por qué nos invitaste?
- Ay amigo Náldor, no desconfíes de un enano pues somos
gentiles a pesar de todo. Los dúnedains siempre han sido grandes guerreros,
diez veces superior a los hombres normales. Y siempre los montaraces han
luchado contra la sombra en multitud de parajes para salvaguardar la paz. No
veo razón alguna para no invitar a tres de ellos. Y mi invitación sólo es eso,
podéis partir cuando queráis si tal es vuestro deseo. Con este pueblo es más
que suficiente... – el tono con el que hablaba era muy agradable a pesar de su
ronca voz.
- ¿Y honestamente?
- Si quieres saberlo… a lo anterior he de añadir que para
hacer compañía al elfo y no tener que estar pendiente de él ni tener excesivo
trato. – dijo con una débil sonrisa que denotaba falta de maldad en aquella
revelación.
- No veo mujeres enanas, ni niños...
- Es que este es un pueblo guerrero ya os lo he dicho
antes, siempre están luchando y viven de sus botines...
- ¿Ladrones?
- Conquistadores... son como vosotros – bromeó – Sus
familias seguramente, si están vivas, se encuentren en Moria o en su vecina
Nimrodel. Hablando de Moria, una noticia que me dejó intranquilo – continuó –
fue la de que no recibían noticias de ella pues sus puertas estaban cerradas y
no se abrieron a primero de mes como era costumbre para comerciar. Nosotros
sólo mantenemos contacto con el sector cercano al pasillo, los únicos que
accedieron a tener trato con nosotros aunque este sector llevaba mucho tiempo
incomunicado con el resto de Khazad-dûm. Esa es otra razón por la que no
pedimos ayuda a Moria, no podemos... – bromeó nuevamente Thorbardin que
denotaba buen humor.
- ¿A qué crees que se debe? – preguntó Ergoth.
- No tengo ni la más remota idea. Podría ser que
celosos de nuestra nueva ciudad y las maravillas que atesora, se quieran
apropiar de ella por la fuerza y unirla a sus dominios. En tal caso si que
necesitaríamos refuerzos pues la población de Moria es diez veces más grande
que la nuestra...
La noche se apoderó rápidamente del cielo y de
la compañía. Siguieron andando una parte de ella hasta llegar a las ruinas de
un antiguo torreón destruido en la guerra. Las piedras que quedaban estaban
ennegrecidas del gran incendio que allí tuvo lugar. Había muchos escombros y
quedaba aún en la entrada el gran ariete, usado para tirar las puertas abajo,
carcomido ahora con el paso del tiempo. Era muy grande, la base circular media
cincuenta y cinco pies de radio. Había restos de una escalera, que subía por
los contornos de la torre medio derruida. En el nivel superior el suelo estaba
derruido y había algunas plataformas de dudosa resistencia. La torre en tiempos
pasados había sido muy alta e intimidante, ahora como mucho tendría cuarenta
pies de altura en los restos de sus muros más altos.
Los enanos estaban cansados e
hicieron un alto. Montaron el campamento en el interior de la base, retiraron
unos pocos escombros y dejaron los fardos en el suelo, usándolos luego como
almohadas. Encendieron fogatas y comieron y bebieron con gusto; fue una cena
corta pero que el estómago sin duda agradeció. Una vez acabada, los enanos
durmieron rápidamente liados en mantas que traían entre sus pertenencias.
- ¡Bien muchachos, descansaremos un poco, hasta que
aparezca el primer rayo de sol! ¡Mortak, planifica las guardias! ¡Por estas
tierras corren algunos vándalos nocturnos!
- ¡Sí señor!
- Perdonadnos si no podemos pasar la noche juntos
hablando alrededor de un confortable fuego pero estamos rendidos. Mañana será
otro día. Buenas noches. – terminó por dirigirse Thorbardin a los tres
montaraces.
Se quedaron despiertos siete
enanos de guardia durante dos horas, tiempo que aprovechó el elfo para
descansar, él haría al guardia durante el resto de la noche. Luego los enanos
se turnarían con los tres montaraces que no estaban tan cansados como ellos.
Fue una noche silenciosa y tranquila y a los vigías les costaba permanecer
despiertos y alerta, dieron grandes cabezadas con más o menos consecuencias.
Todos los enanos dormían ahora
desde largo tiempo dentro de las ruinas, apartados de los caminos cuando la
noche ya iba tocando a su fin. Sithel estaba sentado en la piedra más alta de
la planta superior, apoyado en su fardo, afilando su espada, mirando al
horizonte mientras cantaba cancioncillas de su tierra en élfico. Al fondo podía
apreciar Éstaleth, se quedó un rato observándola y pensando si habrían ido a
buscarle allí, fue un pensamiento que le atormentó toda la jornada. La noche
era clara, no había ninguna nube, las estrellas brillaban en el firmamento.
Veía a los arbustos moverse con el viento fresco que soplaba, al igual que a
algunos animales correr por entre ellos. Le encantaba pasar las noches al raso,
mejor si era en un bosque ó subido en su fiel corcel mientras éste le paseaba a
gran velocidad por la Tierra Media. De vez en cuando miraba con recelo a los
enanos que dormían profundamente. Estaba bastante irritado, no sólo por la
lentitud para él de la marcha sino porque una de las cosas que menos soportan
los elfos es oír a un enano roncar, pero a su espalda no tenía uno sino a más
de un centenar todos roncando severamente.
Los tres montaraces se
encontraban al otro lado de las ruinas reunidos en un fuego, conversando en voz
baja cerca de la puerta de las ruinas, usando el ariete como respaldo.
- Pobre Sithel, lo que me extraña es que venga con
nosotros. Siempre andando en soledad, alejado de los demás... – dijo Ergoth.
- Los elfos siempre han sido así, prefieren la soledad
a la mala compañía... – contestó Geko.
- Imagínate si se enterara de la verdad por la que
viene, los elfos al igual que los enanos son muy orgullosos y si bien esa razón
para con los hombres les daría igual y se mostraría permisivo y cooperativos,
no sería así con un enano... – terminó por concluir Náldor.
- Es posible pero no todos son así como la historia ha
demostrado; algo a de ocurrirle para que nos acompañe...
- Ya se lo pregunté yo y su contestación fue que tenía
que huir de la ciudad...
- ¿Dijo la razón?
- No, algo le ha de pasar para abandonar su tierra en
estos tiempos que corren, cuando el enemigo avanza al oeste de sus fronteras,
no muy lejos. Pero no llego a imaginarme la razón por la que abandonó el
bosque, aún más cuando los peligros lo acechan también desde el interior.
¿Habrá sido desterrado?
- No lo creo, los elfos no destierran a sus súbditos y
menos en tiempos de necesidad. Y si lo hiciesen debería haber hecho algo muy
grave e inimaginable...
- En fin, seguro que en la cacería se animará, y no
será el único... – dijo entusiasmado Geko.
- Seguro que no lo será – rió también Ergoth – pero me
preocupa el número de orcos. Muchos ha de haber para que seis mil enanos pidan
ayuda ¿No os parece? Con lo que ellos son para estas cosas...
- No han pedido ayuda. – respondió Náldor.
- Sí la han pedido. Lee entre líneas... El mismo ha
comentado en una ocasión que había demasiados orcos, y lo han de ser para que
convoquen a una cacería llamando a trescientos enanos, incluso teniendo a la
poderosa Moria al lado...
- Ya oíste que no tienen contacto ni poseen estrecha
relación...
- Algo ha de ocurrir pero no logró a imaginar que puede
ser...
- ¿Qué hay muchísimos orcos? mejor más para cada uno,
no veas fantasmas donde no los hay...
- Ay mi buen amigo Geko, harías bien en usar el
entendimiento de vez en cuando y no dejarte llevar por el énfasis que te
corroe...
- Palabrerías, es mucho mejor aliado el instinto que el
entendimiento...
Su amigo Ergoth rió abiertamente ante la postura
de Geko. Siempre le hacía reír su forma de ver las cosas a pesar de que él
también las compartía aunque en menor consideración.
- Lo que lamento es no haberme comprado un arco ya que
el mío lo rompió mi orco numero catorce de nuestra última cacería – cambió de
tema Ergoth – hubiese venido bien tener más de uno en esta empresa.
- Al final te gané por dos orcos. – se mofó Geko.
- Sí pero... ¿Os tengo que recordar quién os salvo el
pellejo? – intervino Náldor también mofándose.
- Por cierto ¿De dónde eran esos orcos? Yo diría que de
Mordor pero no hubiesen llegado tan lejos. Los hubieran parado los gondorianos
o los elfos en sus fronteras, además a los orcos no les gusta el agua y no se
veía ninguna embarcación. Y una madriguera cerca es más que poco probable...
- Si no hubieses matado al que se rindió lo hubiésemos
interrogado.
- Es cierto, lo había olvidado, así que me ganaste de
una muerte esa no contaba – se rió – lo mataste a traición, después de que se
hubiese rendido. – protestó contra su amigo.
- Seguro que si hubiese sido al revés, él no mostraría
clemencia. – argumentó en su defensa. Los tres esbozaron leves sonrisas que
dieron paso al silencio.
- Me pregunto si en la cacería darán alguna
compensación por haber matado a un buen número de ellos, una cota de mallas o
un hacha...
- ¿Cuándo Náldor el montaraz se convirtió en Náldor el
mercenario? – se metió otra vez con él Geko.
- No es que sea un mercenario pero piénsalo, si
ayudamos de forma contundente en la cacería estarán en deuda con nosotros y nos
podrían regalar alguna armadura de mithril por
ejemplo ó un hacha para mí, ya que la mía no está en muy buen estado que
digamos... no creo que nos renieguen una recompensa.
- Eso estaría bien pero ya se verá como se desarrollan
los acontecimientos. – habló Ergoth.
- ¿Nos habrá oído Sithel? Lo digo por lo que hemos
hablado de él sobre la verdadera razón de su viaje, a lo mejor le ha
molestado... – dijo Geko.
- No sé, voy a ver. – terminó por decir mientras se
incorporaba y encaminaba a la escalera.
La noche tocaba a su fin, la luz
se iba acrecentando y el cielo se llenaba de colores cálidos. No había ningún
peligro a la vista, las tierras eran tranquilas. Geko y Náldor sacaron sus
pipas y se dispusieron a fumar mientras Ergoth se acercaba a hablar con Sithel.
Sus compañeros empezaron ya a hacer competiciones a ver quien hacía mejor los círculos
con el humo cuando ya había alcanzado la escalera, les gustaba muchas las
competiciones sin importar de que índole.
- No entiendo porque hacemos guardia, estas tierras son
seguras: no hay orcos, ni vándalos, ni hombres del este, ni ninguna criatura
que se pueda catalogar como enemiga.– le dijo el elfo a Ergoth sin mirarle
siquiera cuando éste acababa de subir el último escalón, haciéndole notar que
advertía su presencia.
- Y si hubiese, estos ronquidos los hubieran hecho
huir... – bromeó.
- Se creerán que es un ejército de quinientos enanos. –
rieron los dos.
- ¿Has oído nuestra conversación?
- Sí pero no la he escuchado, no me llegaba muy bien
con los ronquidos pero algo he oído ¿Lo preguntas por algún motivo en particular?
- No por nada...
- Mientes, lo noto. – dijo sin mirarle siquiera
mientras aún le daba la espalda, Ergoth no contestó – Esta bien, guarda tu
secreto. Es hora de irnos, despierta a la compañía, el primer rayo de sol ya ha
salido.
Por el este, entre las luces
anaranjadas aparecían los primeros rayos del día que cruzaron el cielo como las
flechas lo hacen en tiempos de guerra. Sithel llegaba a observar Éstaleth,
donde daban comienzo ya las primeras actividades del día. Las grandes praderas
se llenaron de un leve color amarillento por momentos junto a las tonalidades
propias de la inmensidad de aquella tierra. Ergoth se apresuró a despertar a
los enanos junto a Geko y Náldor aún con la pipa en boca mientras el elfo
aprovechaba para dar un bocado al pan del camino. Desayunaron tranquilamente y
se asearon. Arreglaron sus ropas y barbas y levantaron el campamento.
- ¡Vamos poneros las corazas! ¡Echaros los fardos a la
espalda! ¡Pararemos a la hora de comer! – gritó Thorbardin mientras él también
cumplía sus propias órdenes.
La compañía abandonó las ruinas y reanudaron la
marcha que era lenta de nuevo. Aún quedaban seis jornadas de viaje a ese ritmo
hasta las montañas.
- Me tuve que traer a Mártenon. – dijo en voz baja
Sithel.
- ¿Quién es Mártenon? – preguntó
Geko que iba a su lado.
- Mi caballo. Lo viste en el establo, un gran corcel
blanco, descendiente de los que trajera el gran Fingolfin desde Valinor.
Hubiese sido un recreo para él, unas vacaciones andar por las praderas... –
contestó también en voz baja por si le oía algún enano.
- Yo también me pude traer a Numbar, mi fiel caballo
pero conque lleve a Nándgarot... – dijo golpeando la empuñadura de su espada –
¿Qué nombre le has puesto a la tuya?
- Ninguno, ni a la espada ni al arco. Los hombres ponen
nombres a sus armas por temor al desamparo y soledad que sienten ante la
guerra, el único “amigo” que no morirá, al menos antes que él; y la propia
muerte... ¡Solo son armas!… A mi no me hace falta, no la temo, y no pienso morir
bajo ellas... – dijo mientras se adelantaba a Geko dejándole con la palabra en
la boca.
A media jornada pararon y sacaron
la cerveza fría y carne para comer. Fue un almuerzo rápido, los tres montaraces
y el elfo hicieron otro tanto. Una vez terminado algunos empezaron a fumar
mientras otros charlaban deseosos de que empezara la cacería y llegar a la
nueva ciudad enana. Tras haber hecho la digestión continuaron la marcha por
aquellas praderas que se abrían ante sus pies.
- ¿Quiere un poco? – ofreció Geko a Thorbardin – es la
mejor hierba de la cuaderna del sur, de nuestro paso por Eriador. Nos trajeron
un gran barril por cabeza, estas son mis últimas reservas.
- En ese caso no podré despreciar tu oferta, hace mucho
que no fumaba buena hierba... – decía mientras cogía la pipa.
- Señor, me he adelantado un poco y en la lejanía ya se
ven las montañas, al este aún no se ven las fronteras de Lórien pero debemos
estar a casi dos días de camino, quizás menos. Calculo que nos quedan seis
jornadas de viaje. – informó Mortak.
- Eso es sin duda una buena noticia, vamos según lo
acordado. A estas alturas mi primo estará apunto de bajar de las montañas.
Quedamos en reunirnos en el segundo día del nuevo mes a los pies de la montaña
y del camino escarpado.
- Prosigamos. – sugirió Mortak.
- ¿Quién es ese Thorbardin? – preguntó Geko.
- ¿Quién, Mortak? Pertenece a la familia de los
grandes generales enanos que estuvieron al servicio del rey Azaghâl señor de
Belegost que se hizo famoso en la Guerra de las Joyas. Fueron los únicos que
resistieron las llamaradas de los dragones en la Batalla de las Lágrimas Innumerables y arrojaron luz al transcurso de la batalla aunque
acabase en derrota. Yo lo acogí cuando era pequeño y lo crié junto a mis hijos,
es un gran guerrero al igual que sus antepasados...
- ¿Y quién es el líder de éste pueblo guerrero? ¿Él?
- No, él vino conmigo al igual que otros veinte
enanos, los diferenciarás bien por la armadura, obras de la nueva artesanía de
Nimrodel – Geko observó y vio a diecinueve enanos aparte de Thorbardin, con
armaduras de plata y oro, capa azul a la espalda que desentonaban ente todos
los demás que portaban armaduras desgañitadas de cuero o corazas rotas y
antiguas – Él es mi mejor guerrero – continuó – mi brazo derecho. El líder es
Câranden que es ese que va caminando allí...
Geko se quedó mirando al enano al que le señaló.
Era muy fornido y corpulento, parecía un bárbaro. Llevaba una pesada maza de
hierro compuesta por cuatro cuchillas sobresalientes que la hacían más
mortífera. Llevaba una gran cota de malla bajo una armadura de cuero endurecido
marrón claro con adornos blancos; en la espalda no llevaba ninguna capa. Tenía
el pelo corto y rojizo y aunque era relativamente joven tenía grandes dotes de
mando y sabiduría, aunque donde realmente destacaba era en combate. También
poseía las virtudes y características típicas de los jóvenes tales como
entusiasmo, valentía, coraje y temeridad.
- Habitaban las Montañas Grises del norte – continuó – y
fueron la pesadilla de los clanes orcos que allí habitan. Câranden ha dado
muerte a tres caciques, de ahí sus tres marcas negras en el brazo. – dijo el
enano mientras Geko le prestaba atención al enano en cuestión. – Nos llevó
mucho tiempo encontrarles ya que siempre se estaban desplazando. Será
interesante ver finalmente quién ganará la cacería de entre ellos dos. Se
admiten apuestas... – sugirió esbozando una sonrisa.
- ¿Hay alguna recompensa por ganar? – se sumó a la
conversación Náldor al oír aquello.
- No lo sé, eso tendrías que hablarlo con mi hijo pero
normalmente ha sido pasar una agradable noche con tres doncellas enanas. – dijo
Thorbardin sonriente al ver la cara que se le quedó al enterarse de la
recompensa – bueno mi nuevo amigo, contarme más de vosotros, hasta ahora sólo
sé cuatro cosas...
- No hay mucho que contar, somos tres montaraces que
recorren la Tierra Media sin otro fin que cazar orcos, fama y gloria; aunque
con predilección por las bellas damas, pocas veces al alcance el disfrutar de
su compañía...
- Contadme la cacería que me mencionasteis en la
taberna.
- Acabábamos de pasar una pequeña temporada con los
montaraces de Ithilien – empezó a narrar Geko – por las Tierras Brumas, con el
objetivo de acabar con los orcos cuyo número crecía por momentos, aunque
también nos topamos con orientales. Decidimos dejar la empresa debido a malas
jornadas y las rivalidades entre algunos de nosotros por lo que pusimos rumbo a
Éstaleth, nuestro destino favorito.
- No nuestro sino suyo, ¿Visteis a la muchacha de la
taberna?... – interrumpió su amigo.
- ¡Náldor! – le reprochó.
- Por favor, continúa... – puso calma el enano.
- Patrullábamos todos los caminos desde Ithilien hasta
los pies de Mordor y nos acompañaron hasta el Norte. Una vez llegados al
Morannon nos despedimos de ellos y atravesamos Dagorlad al galope. Nos
acercamos al río para evitar a los orientales; bordemos Emyn Muil y remontamos
el curso del Anduin. Tras muchas jornadas, llegamos al Codo Sur y acampamos
allí, a los pies de la Meseta del Páramo. Durante la noche vimos en la lejanía,
en la línea del horizonte, lo que parecía un pequeño rastro de fuego como el de
unas antorchas procedente de las Tierras Pardas, no muy lejos de donde
estábamos. No sabríamos decir qué o quiénes eran, podrían ser montaraces,
orcos, orientales o incluso un dragón de fuego... y no era muy conveniente ir a
averiguarlo cuando solamente éramos tres.
- Por la mañana – prosiguió Náldor – nos vimos
sorprendidos por una guardia a caballo de gondorianos. Tras hacer las
presentaciones nos preguntaron si habíamos visto a algunos orcos merodear por
aquella zona. Le contamos lo del rastro de antorchas y nos informaron que
últimamente se había producido mucho movimiento en sus fronteras.
- Fuimos juntos a caballo – tomó otra vez la palabra
Geko – y encontramos un camino oculto entre los riscos con indicios de ser muy
transitado. Avanzamos hacia el norte y al cabo de algunas horas encontramos una
gran tropa de orcos en la lejanía. No nos olieron ni tampoco se percataron de
nuestra presencia por lo que aguardamos hasta la noche y trazamos una
estratagema. Estos orcos andaban y soportaban la luz solar, la noche era el
momento idóneo, el momento en el que paraban a descansar y algunos dormían como
hombres vulgares. Eran altos y corpulentos, difícil de creer que se tratase de
orcos propiamente dichos.
- Pero Geko no es lo que se dice paciente... –
interrumpió nuevamente Náldor. Su amigo le echó una mirada desafiante mientras
al enano se le entrelazaba una sonrisa en la cara – Estaban acampados en una
pequeña llanura, entre unas formaciones rocosas y por alguna extraña razón no
se percataron de nuestra presencia, ni tan siquiera nos olieron. Por un lado,
las rocas formaban un cuello de botella ideal para tender una emboscada. Los
arqueros se apostaron encima del desfiladero, los jinetes escondidos tras una
roca aguardaban el momento para atacar. Geko y Ergoth se ofrecieron voluntarios
para hacer de cebo y atraerlos a la trampa, acribillarlos a flechazos y
aniquilarlos con una carga de caballería.
- Estrategia simple pero efectiva. – admitió el enano.
- Muy efectiva contra estos seres descerebrados, pues a
pesar de su aspecto seguían siendo orcos. Ergoth y Geko sólo tenían que atraer
su atención hasta el embudo, Ergoth disparó su arco y se saldó la vida de tres
enemigos pero Geko rompió al galope contra la hueste de más de un centenar de
orcos solo.
- Fue mi caballo, yo no quería... – se defendió con una
sonrisa.
- Algunos jinetes siguieron a Ergoth por el cuello de
botella acudiendo en su ayuda.
- Ayuda que no necesitaba...
- Los arqueros tomaron posiciones para poder disparar
y cubrieron el repentino avance. Yo y varios hombres bordeamos el campamento para
atacar por la retaguardia y cortar una posible fuga.
- Mientras él hacía el rodeo yo ya llevaba trece
víctimas, un círculo a mí alrededor de sangre era testigo de ello – se mofó –
pero enseguida vino Ergoth ha hacerme la competencia...
- Los orcos huyeron por todas direcciones pero les
cortamos el paso por la retaguardia. Geko, en su afán por superar a Ergoth en
su pique particular de ver quien se saldaba más vidas, rompió al galope yendo a
por los primeros orcos que se dieron a la huída; Ergoth siguió pronto el mismo
camino. No se percataron de los arqueros que dejaron a su espalda
insensatamente. Fueron un blanco fácil y muerto si no fuera por mi rápida
intervención, tuve que aplastarlos bajo mi caballo y mi doble filo... Geko y
Ergoth dieron caza a los rezagados mientras los demás lograron escapar entre
los riscos de piedras. Algunos ofrecieron resistencia pero fueron literalmente
aplastados entre las herraduras de la caballería. Uno se rindió y arrodilló
pidiendo clemencia pero Geko bajó del caballo y lo decapitó... Había muchos
orcos, no supimos de donde venían, muchos cayeron pero también fueron muchos
los que lograron escapar. Sus armaduras de guerra estaban mejor trabajadas que
las habituales entre estas inmundas criaturas. Llevaban muchos fardos con
provisiones y medicinas para pasar largas jornadas. No pudimos interrogar a
ninguno pues el único que se rindió fue el “decapitado” de Geko...
- No se rindió, aparentó rendirse para intentar sacar
una daga oculta y así aprovechar la situación para matarme... – alegó en su
defensa.
- “Daga” que no fue encontrada...
- No te preocupes mi nuevo amigo pues los orcos no se
merecen clemencia ya que ninguna ofrecen ellos... ningún enano te culparía. –
bromeó abiertamente con una risa limpia y alegre que fue acompañada por todos
los oyentes enanos que habían escuchado el relato atentamente.
- Provenían del Bosque Verde o ese sería su destino sin
lugar a dudas... – le dijo Sithel a Ergoth sin mirarle ni volverse hacia él
como ya era su costumbre.
- ¿Cómo?
- Esa cacería vuestra en las Tierras Pardas, los orcos
provenían o se dirigían al Bosque Verde sin duda...
- ¿Cómo lo sabes?
- Os vi, desde la distancia, y os lo acabo de oír
comentar.
- No, me refiero a lo de los orcos.
- Yo soy de allí ¿Recuerdas? Y no eran orcos sino
semiorcos. He pasado muchos años custodiando y dando caza a las criaturas que
merodean en nuestras fronteras, en su mayoría orcos comunes pero también
últimamente esta raza.
- ¿Y qué haces aquí? ¿Cómo es que no estas luchando en
tu hogar?
- Eso no es de tu incumbencia...
- Pero estábamos muy lejos del bosque... – continuó con
la conversación Ergoth.
- Sería una expedición o llamamiento de tropas desde
Mordor al Bosque o viceversa. Algo traman estas criaturas, son muchos los orcos
que merodean por el bosque en estos últimos años, puede incluso que hayan
pactado con las arañas... – dijo con una voz realmente preocupada que denotaba
impotencia a la vez.
- No lo sé, estaban acampados, como ya he dicho, lejos
del bosque y había muchas huellas de ida y vuelta por lo que no pudimos deducir
a donde se dirigían ni de donde venían. Parecía una línea de comercio de los
hombres pues también había huellas de las ruedas de algunos carros... ¿Pero qué
pasa? ¿Hay muchos orcos en el bosque? ¿Cómo es posible?
- Nadie sabe exactamente cuando y como llegaron pero si
sabemos por ejemplo que tras la caída de Sauron y las batallas de Dagorlad y
Barad-dûr y su posterior declive, muchas criaturas oscuras se dispersaron y
huyeron por toda la Tierra Media. Algunos llegaron a nuestras fronteras, en
donde aún quedaban algunos elfos para cortarles el paso, fueron acribillados a
flechas pero no todos sucumbieron y algunos lograron alcanzar las montañas del
bosque. Luego exploradores y arqueros partieron hacia ellas en su busca pero no
encontramos rastro; se debieron de ocultar bien profundo presos del pánico.
Pero esos acontecimientos cayeron en el olvido y muchas historias han surgido
que cuentan la llegada de los orcos. Todo el mundo cree que proceden de la
fortaleza maligna del sur pero no es así. Empezaron a aparecer cuando se elevó
de Dol Guldur es cierto, pero posiblemente hiciesen otro pacto con el
Nigromante que habita esa fortaleza y que ahora dirija a estas criaturas. Las
montañas están infestadas de ellos y nuestro paso a la fortaleza está bloqueado
por las montañas y por el llano del bosque, custodiado por las arañas que
llegaron de improviso. A saber que hay tras esos parajes, bajo los negros
árboles, muchos males nos son desconocidos y aguardan de igual modo en el
bosque, males que son tema de cuentos y leyendas...
- ¿Y por qué no bordeáis el bosque?
- Somos inferiores numéricamente y sin el bosque, sus
árboles y los poderes que guardan perderíamos nuestra gran baza para la
victoria. Además, solos no podríamos conseguir nada aunque empiezan a
preocuparnos seriamente su gran número. Nosotros sólo habitamos en el norte por
lo que sólo custodiamos nuestros territorios para que no pongan pie en ellos ni
terminen echándonos. Entre los elfos ya no queda poder – se lamentó – muchos
son los que dejan estas costas...
- Entiendo...
El día llegaba a su fin. El cielo sangraba, su
rey se retiraba tras las montañas nevadas que flotaban entre un mar de nubes.
La compañía alcanzó unas formaciones rocosas. Sus dientes desgarraban el aire
produciendo un fuerte zumbido que resonaba entre las piedras. Había una gran
superficie circular entre los riscos, aislada del viento que soplaba. Hicieron
varias hogueras con óleo y chispas producidas por las piedras. Se juntaron
todos bajo mantas, en aquella época del año las temperaturas en la llanura eran
muy bajas. Todos se sentaron alrededor de los distintos fuegos buscando su
calor y luz. Pusieron la carne encima de la lumbre mientras esperaban charlaban
animadamente en su lengua secreta, incomprensible para los montaraces e
irritable para Sithel y la espesa nube de humo de tabaco se alzó entre las
rocas, como en todas las noches y sobremesas de aquel viaje.
- ¿Por qué está tan inquieto Thorbardin? – le preguntó
Ergoth.
- Tiempos oscuros son los que estamos viviendo y
tiempos nefastos son los que aún están por llegar...
- ¿A qué se refiere?
- Por ejemplo, estas tierras hace varios años era muy
transcurrida. En aquellas montañas se elevaba una población... mira lo
solitario de estas llanuras ahora...
- La guerra civil y la peste dejaron muchas tierras
desiertas es cierto pero no logro entender a que te refieres...
- El enemigo crece y se rehace, es solo cuestión de
tiempo que amenacen y sojuzguen a los pueblos libres...
- ¿A qué viene todo esto? Desde que el mundo es mundo
siempre ha habido males y oscuridad, no es nada nuevo... Y los peligros de hoy
en día no son nada en comparación con los que una vez pisaron la tierra en las
edades antiguas.
- Pero no por ello debemos estar menos preocupados. No
hace mucho que el señor de los nazgûl destruyó el reino de los hombres del
norte...
- ¿Piensas acaso que volverán los tiempos aciagos? Me
imagino que tu preocupación es que caiga vuestra mina a manos de los orcos ¿No
es así? – Thorbardin no contestó – no tienes nada que temer pues no hay ningún
líder maquiavélico que dirija a los orcos, no son enemigos a tener en consideración.
Son animales carroñeros que únicamente buscan comida. Y en el caso de que
Nimrodel se viera amenazada, siempre estaréis al amparo de Moria... – estas
palabras sin duda reconfortaron a Thorbardin pues Ergoth era sabio y había
luchado con multitud de enemigos y sabía de los peligros que acechaban al
mundo.
Náldor y Geko se acercaron a un grupo de enanos
que permanecían en círculo en una hoguera charlando y bebiendo en demasía.
- ¿Tú eres Mortak no?
- Así es amigo mío. Por cierto una pregunta ya que
venís a saludar ¿Cómo es que un montaraz lleva un hacha a dos manos?
- Por lo mismo que tú llevas otra también. ¿Por qué
llevan los enanos martillos y hachas?
- Bien dicho. – dijo soltando una risa limpia Câranden
mientras le ofrecía cerveza y asiento a su lado.
- ¿Cómo son vuestras cacerías? – preguntó Geko.
- Mejores que las vuestras sin duda. – se mofó un
animado Câranden.
- ¿Has ido acaso a alguna de las nuestras? – preguntó
el montaraz al guerrero enano.
- No pero he escuchado vuestro relato al rey...
- Las nuestras son más emocionantes, más gratificantes,
más peligrosas y más divertidas... – intervino nuevamente Mortak.
- ¿Y eso por qué? – preguntó intrigado.
- Muy sencillo. ¿Tú has visto a un animal acorralado en
su madriguera defenderse por su existencia?
- En estas cacerías nos dividimos en varios grupos –
prosiguió Câranden – de un número aproximado a la media centena y rastreamos
todos los pasadizos en los que se haya avistado orcos. Les vamos haciendo
retroceder hasta acorralarlos en un lugar amplio y grande para después librar
la cacería propiamente dicha. Pero es en el rastreo y el transcurso de hacer
retroceder a los trasgos la mejor de todas las partes ya que estás en
inferioridad numérica, siempre estás atento, en tensión, no sabes si puedes
morir en cualquier momento en una emboscada y es mucha la emoción que soporta
tu cuerpo, es muy extremo. Luego en la cacería los orcos pelean de una forma
enrabietada que hacen las delicias de mi maza – rió abiertamente – Las que yo
llevaba acabo en las montañas septentrionales eran detectar y entrar en una
madriguera para luego avanzar por la fuerza a golpe de hacha y martillo hasta
llegar a las salas principales en donde se encuentra el cacique y su séquito.
En esas cacerías si no somos muchos es un acto suicida ya que ellos están en su
casa y se conocen las entrañas de la montaña y su número es elevadísimo. Menos
mal que contábamos con unas potentes lámparas que los cegaban...
- Pues sí parece atractiva la cacería – admitió Geko –
no obstante primero hay que probarla...
- ¡Tranquilo, tendrás la oportunidad! – contestó
Câranden dejándose influenciar por la cerveza.
- Sithel ¿Por qué no nos acompañas? – ofreció un sitio
Náldor.
- ¡No! – protestaron a coro en voz baja los enanos.
- Déjalo, el sitio que me ofreces no es mi lugar...
- Eso, mejor solo que mal acompañado... – dijo
nuevamente en voz baja Câranden.
- ¿Alguna cuestión que os impida compartir un fuego y una
noche con un elfo?
- ¿No eras tú el que tanto pregunta sobre la relación
entre nuestras dos culturas? Deberás sabes la respuesta ¿O no?
- Nuestro odio es muy antiguo, no estoy muy seguro pero
creo que la enemistad entre nuestras dos razas fue a causa de los anillos de
poder. Pues ellos forjaron el mal, y como fueron ellos los causantes de todo,
ellos deberían resolverlo...
- Por lo que no participamos en las guerras y cerramos
nuestras puertas a sus problemas, cosa que nos reprocharon amargamente. Aunque
no viene de ahí enteramente nuestra rivalidad, fueron esos sucesos lo que
condicionaron el odio pero fue en las edades antiguas, cuando el primer Señor
Oscuro moraba en la Tierra Media, cuando empezó a nacer esa rivalidad aunque
solo entre dos pueblos concretos pero que siempre se han echado en cara por ser
nuestros hermanos. Esos hechos no son otros que la masacre de las Mil Cavernas
entre el ejército de Nogrod y Doriath por culpa de la codicia del Silmaril, uno
de los sucesos más tristes de la primera edad. Aunque no siempre nos llevamos
mal, combatimos juntos contra Morgoth y les construimos armas y palacios.
Incluso en la segunda edad, los elfos se establecieron en Eregion, junto a la
puerta oeste de Moria para comerciar con el mithril y enriquecerse ambos.
Incluso llegaron a adquirir grandes conocimientos en la forja de los metales...
Es curioso ver que nuestra enemistad se debió a dos joyas de gran poder y
codicia: el Silmaril y el Anillo Único. Y curioso es también de veras el hecho de
que estos dos artefactos creados por los elfos sean los culpables que han
desencadenado todas las guerras de este mundo... se podría decir que los elfos
son los responsables de todos los males que han ocurrido...
- Visto de ese modo yo mismo odiaría a los elfos por
poner en peligro la paz y la tierra... – admitió Geko.
Los fuegos expiraban, al igual que lo hacía la
noche, cuando el sueño había derrotado a sus presas que dormían profundamente
tras haber llenado la barriga, saciado su sed y sus ganas de cantar. La cerveza
había corrido hasta altas horas de la mañana, era el mediodía y aún no habían
partido. Los guardias habían caído rendidos en la noche y dormían apostados en
piedras, dos de ellos incluso descansaban de pie. Sithel estaba en la llanura
practicando con el arco, acertando las flechas entre las piedras, clavándolas
en los pequeños espacios de tierra que encontraba. No despertó a nadie alegando
que no fue avisado de tal tarea, cosa que fue reprochada amargamente. Varios
enanos fueron despertándose por la llamada de la naturaleza y cayeron en la
cuenta de la hora que era. Avisaron a todos apresuradamente y Thorbardin los
puso a marchar rápidamente. Anduvieron sin demora, comieron en marcha y no
descansaron en la sobremesa para recuperar el tiempo perdido.
- Parece que tiene prisa Thorbardin...
- No me gusta ser impuntual a mis citas y a mi primo no
le gusta esperar. – alegó contundente el enano.
- ¿Y a vos os gusta esperar? A este paso llegaremos
antes que él...
- Mejor. – fue la rotunda respuesta que obtuvo.
- La preocupación que tenéis por los orcos es
injustificada, vos mismo dijisteis que vuestro número era elevado y que teníais
poder para defender vuestra plaza. – dijo Ergoth con la intención de que
confesara si había algo que no sabía.
- Así es pero cuando antes lleguemos, antes podremos
defenderla...
- Ciertamente. – admitió Ergoth.
- Este es Gárneon, mi mejor capitán y amigo. – les
presentó Câranden a Náldor y Geko.
- Hola, soy Náldor hijo de...
- Ahórrate las presentaciones – le interrumpió – ya sé
quienes sois. Thorbardin las hizo antes de partir de Éstaleth.
- Cierto.
- ¿Así que tú eres el montaraz que empuña el hacha?
- Así es, se ha propagado el rumor por lo que veo. ¿Por
qué os parece tan extraño?
- Los hombres descendientes de los llegados por mar
nunca se han devuelto bien con ellas. Si acaso, los hombres del sur y del este
que más que hombres parecen bestias...
- Siempre debe haber una excepción que confirme la
regla...
- Son un poco absurdos esos parámetros. ¿Qué más dará
el arma que se empuñe mientras sea con eficacia? – dijo Geko.
- Ay que poco sabes de los enanos. – habló Mortak –
Nosotros somos muy orgullosos aparte de otras muchas cosas...
- No veo que tendría que ver el orgullo en estos
asuntos...
- Pues a que no hay o no debería haber seres que
empuñen las hachas mejor que los enanos, de todos es sabido nuestra maestría, y
es un agravio el hecho de que otros seres intenten superarnos... – los
montaraces pusieron una mueca de estupefacción al oír aquello.
- No les hagas caso, no todos los enanos somos como
ellos; orgullosos, arrogantes, testarudos y creídos. – dijo en voz baja
Câranden para tranquilizarles.
- ¿Qué pasa? ¿Qué como los enanos solo sobresalís con
las hachas, no podéis admitir que haya otros seres que las manejan mejor que
vosotros? – se burló.
- Para nada – rieron abiertamente – no pretendo que lo
entendáis pero nos resulta extraño que uno de los humanos, que siempre se han
desenvuelto bien con la espada, empuñe un hacha, es un agravio como ya he dicho
antes. Un humano no blandirá nunca con tanta maestría el hacha como la
espada... eso es lo único que decimos. – sentenció.
- Y los enanos no sólo sabemos usar hachas – añadió
Câranden – yo me desenvuelvo muy bien con la maza. – bromeó.
- Si quieres hacemos una demostración... – planteó el
dúnedain desafiante, consternado y un poco molesto por tan absurda
conversación.
- No hará falta, en la cacería tendrás oportunidad de
demostrar la valía que pudieras poseer con el hacha.
- Se verá... sin duda. Es más, os planteo una apuesta,
si os atrevéis por supuesto...
- Parece mentira que no sepas que nosotros los enanos
no huimos las apuestas, nos encantan. – rió.
- Combatiremos juntos en la cacería y quien derribe a
más enemigos, demostrando mejor manejo del hacha, aparte de ganar el respeto de
los demás, conseguirá el arma del contrincante.
- Muy buena apuesta sin duda, con gran simbolismo sí
señor, como las que nos gustan. Acepto encantado. – dijo muy conforme con la
apuesta y sonriente Mortak.
- Y yo lo haré también de muy buen gusto. – rió
Gárneon.
- Y si alguno de nosotros resultase muerto, podremos
recoger su arma de entre sus mortecinos dedos como sello de la apuesta...
- No me cabía la menor duda de ese punto, pero no te
daré el placer de que te apropies de mi hacha – dijo Gárneon – pues esta arma
es una auténtica reliquia.
- ¡Pero Naldor, estás loco! Los enanos manejan el hacha
mejor que yo mi pipa de fumar... – dijo Geko al oído de su amigo.
- Ten un poco de fe. Además, ya voy necesitando un arma
nueva, la mía está en muy mal estado... – bromeó – Mira que magnífica arma
lleva Gárneon, una autentica maravilla como él dice, sin duda obra de la gran
metalurgia enana de antaño. – dijo mirando el hacha del enano de empuñadura
dorada con runas grabadas, doble filo de mithril y adornos en el mango en caoba
recubriendo el metal.
- Con más razón, ¡Tu hacha mellada no puede competir
con una de mithril!
- Es posible... pongamos esperanza pues en mi habilidad
y agilidad. Los enanos son lentos aunque muy fuertes. Mientras el haya
derribado a uno yo ya podría llevar dos... – concluyó también en voz baja.
- ¿Sabes Náldor? – habló Câranden que había aguardado
con expectación – te pareces mucho a un enano en cuanto a la opinión y forma de
ser. Creo que nos llevaremos muy bien...
Siguieron hablando y discutiendo sobre asuntos
de los enanos y demás casos concernientes a ellos y sobre las demás culturas,
absurdas para el entendimiento de los dúnedains como la extraña discusión del
manejo del hacha; aunque siempre en cordialidad y amistad. Se acabaron haciendo
amigos a lo largo del día a pesar de todas sus indiferencias.
La tarde siguió sin detenerse mientras la
compañía andaba ya fuera de los dominios de Gondor, a los pies del río que
avanzaba sonante y solemne por entre unos pequeños acantilados, a varios pies
por debajo de ellos. Llegaron finalmente, siendo la noche joven todavía, a un
valle; dejando a sus espaldas un recodo que hacía el río hacia el interior.
Acamparon en la mullida hierba que crecía, a no muchas yardas del río, en un
claro en el que se tumbaron agotados de la marcha. Desde el campamento instalado,
en el que ya se preparaba la cena, se veían las fronteras de Lórien en la
lejanía, si hubiesen seguido andando un poco más, habrían llegado pasada la
medianoche. Era un bosque alto y frondoso que emitía destellos dorados y
plateados. Ningún viajero que no conociese las historias de Lothlórien creería
que aquella maravilla fuese un bosque, sino un secreto del mundo. Una de la
multitud de obras bellas que hiciesen los valar a su llegada a Eä en las edades
inmemorables.
- Mira señor, Lórien – comunicó Ergoth a Thorbardin –
al parecer se confirma lo que dije.
- ¿El qué?
- Que llegaríamos antes...
- En absoluto mi nuevo amigo, hemos alcanzado estas
tierras como estaba previsto. Mañana por la mañana llegaremos a Lórien, mucho
antes del mediodía. Seguiremos el camino que recorre sus fronteras a gran
distancia de los elfos hasta la montaña y llegaremos al valle escarpado a la
hora señalada, en el segundo día del nuevo mes.
Los dos montaraces se acercaron al fuego en el
que se cobijaban Ergoth y Thorbardin y tomaron asiento. Náldor sintió como
todos los enanos se le quedaban mirando y no lograba a entender la razón.
- ¿Qué ocurre Thorbardin? Todos menos Câranden, Mortak
y Gárneon son muy callados con nosotros y no paran de mirarnos, en especial a
mí. ¿Les desagrada nuestra presencia?
- Para nada, al contrario, están encantados. Ha llegado
a mis oídos que te pareces mucho a nosotros en la forma de pensar y actuar. Y
que tienes una apuesta con dos de los mejores guerreros presentes aquí hoy en
el valle. Si son callados no es por otra cosa que la lengua. Nosotros siempre
hemos hablado en nuestro propio idioma y nos habíamos olvidado ya de la lengua
común. Hace mucho tiempo que no hablaba así y ahora me cuesta, seguro que
algunos de nosotros la ha olvidado completamente. Y si te miran es por que
quieren ver al montaraz que ha desafiado a Mortak y Gárneon en el manejo del
hacha.
- ¿Qué apuesta es esa? – preguntó Ergoth.
- Náldor ha hecho una apuesta típica de las nuestras,
con los dos enanos que acaba de mencionar Thorbardin. Se han jugado el respeto
y el arma. Cree que vencerá y que se apropiará del arma de Gárneon...
- Gran honor se te concedería con tan solo poner las
manos en dicha arma, es una reliquia de nuestros días de mayor esplendor y
nadie sabe como la consiguió. Su filo de mithril penetra en las armaduras al
igual que la tuya pudiera cortar una fina hierva...
- Ya me he dado cuenta, por ello he sugerido la
apuesta. Mi hacha está desgastada y en mal estado y no me dolería desprenderme
de ella por lo que no tengo nada que perder...
- Muy buen manejo has de tener con el hacha o mucho te
ha tenido que subestimar para que se arriesgue tan noble arma y tú pienses que
puedas ganarla. Aunque la de Mortak tampoco se queda muy atrás, aunque no sea
de mithril es un arma magnifica. Creada por las nuevas técnicas secretas enanas
que no te desvelaré, aunque que sí te diré que aunque al atacar es como otra
hacha vulgar, es irrompible y muy ligera. Nunca se te mellará ni aunque atices
con ella a los mismísimos pilares de la tierra. Pero la de mithril es mucho más
devastadora y penetrante y corta mucho mejor, todo hay que admitirlo.
- ¿Ningún enano empuña una espada para hacer una
apuesta? – bromeó abiertamente Ergoth mientras brindaba con Geko. – Salud. –
concluyó dando un gran sorbo.
- Parece que vosotros también nos subestimáis. Yo sólo
te digo amigo Náldor, que ganar a un gran guerrero enano con una hacha de
mithril es... imposible.
- Posiblemente pero como ya he dicho, Thorbardin, no
tengo nada que perder pero sí mucho que ganar...
- Eso es cierto pero así no te impondrás. – admitió el
enano.
- No es imposible – intervino Thorand, un enano que
estaba sentado con ellos a la derecha de Thorbardin y que era un soldado a las
órdenes de Gárneon – muchas veces he visto blandir tan noble arma ante mis
ojos, pero el no ganará por este arte...
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir que él normalmente usa las artimañas
para matar orcos más que la maestría y destreza con el filo.
- ¿Qué tipo de artimañas?
- En el rastreo es donde cogerá la delantera. Siempre
consigue apañárselas para acompañarse de los mejores guías que le llevan por
los mejores sitios. Pelea en primerísima línea, donde echa mano de su destreza,
hasta que la hueste orca empieza a debilitarse seriamente, entonces pone en
funcionamiento su artimaña. Se retira y rodea el campo de batalla por pasos
alternativos, con la ayuda de guías, y se posiciona detrás de los trasgos. Entonces
cuando se den a la huída, tirando las armas y estando la mayoría heridos,
saldrá de entre las sombras cercándoles el paso y cortándoles algo más que la
huída.
- ¡Así cualquiera! – se indignó Geko.
- ¿Por qué me cuentas esto?
- Una vez realizamos una apuesta poniendo como premio
una joya. Cuando gané me privó de mi recompensa con mil y una excusas...
- Si tú le ganaste no será imposible...
- Entonces no tenía la de mithril... – dijo con risa
sarcástica.
- Pues ten por seguro que la próxima vez, lo único que
verá aproximarse por el pasillo será mi figura y mi hacha ensangrentada.
- ¡Así se habla! – exclamó Ergoth – y tú que siempre
estabas en contra de nuestras mismas apuestas... – dijo sonriente viendo a
Náldor que se ruborizaba en cierto modo.
- Sithel, ¿Por qué no nos acompañas? – ofreció un sitio
Thorbardin al elfo – no hemos tenido la ocasión de charlar aún. Ven a cenar con
nosotros.
Los enanos sacaron algunos barriles pequeños de
cerveza que compraron en Éstaleth y repartieron la carne junto a pan untado con
mantequilla y chorizo. Sithel sacó su bota de piel llena de vino ya que no le
gustaba la fermentación de la cebada.
- Cuéntanos algo de ti, de tu pasado...
- Mi pasado no es digno de ser sabido o contado, sólo
de ser olvidado...
- ¿Qué quieres decir? ¿Te ha ocurrido alguna desgracia?
– preguntó desconcertado Thorbardin. Sithel no contestó.
- Entonces será mejor que el presente sea dichoso para
que así en el futuro sea digno de ser narrarse junto a un buen fuego, como las
grandes historias. – dijo Ergoth.
- Brindo por ello. – Náldor y Geko levantaron las copas
al unísono.
- Brindemos pues por el presente y futuro. – contestó
alegre Sithel respondiendo al ademán y estrellando sus copas en el aire.
- Bueno Thorbardin, ya basta de preguntarnos a nosotros
sobre nuestras hazañas y pasado. ¿Qué hay de ti? ¿Cuéntanos algo? – ordenó Geko
tras haber dado un buen sorbo de cerveza.
- Como gustéis – respondió complacido – fueron muchos
los años que han pasado, era joven y no había llegado aún al centenario cuando
mi padre y yo deambulábamos por las montañas septentrionales. Mis antepasados
rehusaron de partir, junto a casi la totalidad de los enanos, hacia Moria; la
única mansión de los enanos que quedaba en pie. Todos los que partieron lo
hicieron con un mismo propósito, engrandecerla y convertirla en el mayor reino
enano de todos los tiempos habidos y por haber. A pesar de ello, muchos fueron
también los que siguieron el camino de mis ancestros y viajaron desde entonces
sin rumbo por las montañas, viviendo en cuevas y comerciando con los hombres.
Varios líderes de los pueblos nómadas decidieron un buen día construir con sus
propias manos un reino que acogiese a todos los hijos de las montañas.
Requerían de un lugar rico en minerales con los que comerciar y sustentar el
reino, especialmente en los primeros años. En las montañas del norte no existía
tal paraje por lo que yo y mi padre partimos hacia el oeste y tras mucho
buscar, llegamos a las Montañas Nubladas acompañados por el pueblo de mi tío
Dundalen. En el corazón de las montañas, en el nacimiento del Celebrant,
encontramos un lugar hermosísimo donde establecer una pequeña ciudad. Era una
llanura entre las cimas montañosas, un pequeño lago, nacimiento el río, yacía
en el centro como si fuese una isla cercada por las cumbres nevadas; allí se
estableció mi tío. Cavaron cuevas y galerías bajo la tierra, y en el interior
de los picos más altos construyeron grandes torres. Pero a mi padre no le
terminó de convencer y a pesar de que nos quedamos allí largos años, terminamos
por partir. Finalmente descendimos de la cordillera, atravesamos el valle del
arroyo sombrío y pasamos de largo las puertas de Moria que allí se abren. Mi
casa no tiene buen aprecio a este reino por motivos que desconozco pero que sé
que se remontan a la Primera Edad del Sol... – tras el breve inciso prosiguió –
Tras cruzar el Nimrodel y descender largo tiempo llegando incluso hasta avistar
los primeros árboles de Fangorn, acampamos. Era una hermosa noche de primavera
al raso y reunidos en un fuego, los casi trescientos enanos del pueblo de mi
padre. Cantando y bebiendo alegres al pie de la montaña cuando algo en ella nos
llamó la atención. En mitad de su falda, había lo que parecía ser un camino
oculto por rocas a modo de parapeto. Por él asomaban débiles antorchas, eran
trasgos que se dieron a la huída tras percatarse de nuestra presencia. A la
mañana siguiente nos encaminamos hacia allí, escalando la pared de la montaña hasta
asaltar el camino oculto que se perdía en el horizonte, entre multitud de
riscos bordeando la cordillera. Lo seguimos hasta dar con una gran entrada que
conducía hacia las entrañas de la montaña. Acampamos en aquel estrecho camino
tallado y entramos al día siguiente con las armas empuñadas y las antorchas
ardiendo. Eran grandes madrigueras de orcos, las más grandes que he contemplado
jamás; incluso me parecieron bellas a los ojos. Estaba atestada de trasgos,
aunque era algo inusual no estaban involucrados con el arte de la guerra.
Vivían en paz y sus únicas metas era trabajar la montaña y procrear. A pesar de
ello no dejamos títere con cabeza, mujeres y niños inclusive, si es que se
pueden comparar con una mujer o un niño, propiamente hablando... Fue la única
vez en toda mi larga vida que me apenaba dar muerte a unas criaturas de esta
calaña y la primera vez que sentí compasión por ellos. Tras estudiar las
galerías hayamos todo tipo de minerales, habíamos dado con el lugar que
buscábamos. Aunque sabiendo la forma por la que la descubrimos... no me extraña
que en tiempos venideros no hiciésemos otra cosa que hallar madrigueras, aunque
éstas si se nos levantaron en armas. Enviamos las nuevas a todos los pueblos de
las montañas y a mi tío. Así empezamos a construir la que sería la futura
Nimrodel. Dundalen no quiso venir, se había enamorado de la isla cercada por
picos que encontramos al norte, por lo que hicieron un pacto: sólo se dignaría
a bajar si conseguía dar a Nimrodel tal belleza que consiguiese ridiculizar a
la que él gobernaba en el norte y eso no ha sido tristemente hasta ahora. Mi
tío y mi padre murieron sin cumplir ese pacto pero entre mi primo y yo lo
cerraremos en su nombre...
- ¿Y alguna historia de combate? – volvió a preguntar
Geko.
- Ay mi querido Geko, he resumido mucha la historia ya
que en ella abatí a muchos trasgos. Desde que llegué por primera vez a las
minas hasta la última vez que las pisé maté a decenas y decenas de ellos pero
llegado a las dos centenas... perdí la cuenta. – sonrió alegremente.
- Pues si que debe haber trasgos en esas montañas,
lástima no habernos conocido antes y haberos acompañado. – suspiró con tono
bromista.
- No habríais podido.
- ¿Por qué?
- No creo que hubieras nacido
aún.
- Sesenta años llevo vividos...
- Ni la mitad que mi persona.
- ¿Cuántas primaveras habéis
pasado?
- Doscientas ocho. – dijo
orgulloso.
- Eso son muchos años para vuestra raza ¿No? ¿Vosotros
los enanos no vivís menos de trescientos años?
- Los más longevos han alcanzado las cuatro centurias.
No soy tan viejo, no me quieras dar sepultura tan pronto... – bromeó nuevamente
– Cuando partimos hacia el oeste tenía setenta años y llegamos a Nimrodel
cuando yo ya había pasado los noventa inviernos. Hace diez que partí nuevamente
al llamamiento de los últimos pueblos antes de retornar a tan anhelado hogar...
Después de cenar los grandes
grupos se deshicieron, algunos fumaban, varios dormían ya plácidamente y otros
cuchicheaban hasta que el sueño hizo presa de ellos.
Esa mañana se regocijaron al ser
despertados por los hermosos y alegres cantos de los pájaros, sin duda estaban
cerca del bosque de Lórien. También sonaba el río y el susurro del viento al
mover los árboles y arbustos que se cernían alrededor de ellos, en aquel bello
paraje. Habían dejado atrás las toscas praderas salpicadas por piedras y
riscos, de grandes mesetas y colinas para dar paso a los valles hermosos, de
hierba alta, suave y blanda. Con el bosque más hermoso de la Tierra Media perfectamente a la vista ahora con el sol iluminando la verde tierra.
- Tras desayunar descenderemos por el valle hasta allí,
el lugar donde se abre el camino hacia Nimrodel.– señaló con un palo – Estamos
llegando a los tramos finales de nuestro viaje amigos míos, alegría y temor me
invaden el cuerpo en estos momentos. – decía Thorbardin mientras muchos enanos
y los montaraces comían bollos y pasteles de azúcar y mantequilla – Alegría de
ver la ciudad de Nimrodel a cuatro jornadas, en aquellas montañas – señalaba
nuevamente mientras estaba de pie oteando el horizonte – pero incertidumbre a
la vez por lo que vaya a ocurrir en cuanto lleguemos a las fronteras de los
elfos...
- Si te sirve de consuelo Thorbardin – le dijo Sithel –
los elfos se percataron de nuestra presencia anoche y no nos asaltaron cuando
tuvieron la oportunidad al amparo de la oscuridad...
- Están muy lejos como para salir del bosque y
atraparnos...
- Es preferible parar a tu enemigo lejos de tu plaza ¿O
no maestro enano? – Thorbardin admitió con la cabeza.
- Precisamente con ese fin puse vigías y organicé
guardias nocturnas... – replicó.
- De nada sirve poner a enanos vigilando, los elfos de
Lórien son muy sigilosos y casi invisibles bajo sus prendas. Si nos quisiesen
atrapar, ten por seguro que no estaríamos aquí desayunando tranquilamente. Mi
consejo es, ya que no nos han asaltado ni dado el alto, continuemos
tranquilamente sin prestar atención al bosque y durante las noches, que todos
descansen; estas tierras están bien protegidas. Y no tengáis en tan mal estima
a los elfos pues sólo desean la paz y no lucharán a no ser que vean amenazados
su hogar o se adentren en ellos criaturas no deseadas a sí que no corremos
peligro alguno. Muy pocos son los privilegiados a los que dejan pasar en sus
bosques incluso de su propia raza. Yo tuve el honor hace mucho tiempo, cuando la Tierra Media respiraba tranquila sin el acecho de las sombras.
- Bueno, pongámonos en marcha pues, sin temor y sin
demora... – dijo al fin Ergoth. Todos le siguieron y descendieron el valle.
No tardaron mucho tiempo en darle alcance cuando
aún distaba bastante del mediodía. Se quedaron intimidados por la altura de los
árboles, en la lejanía no parecían poseer tanta envergadura.
Pasaron a varias yardas de
distancia, echando miradas recelosas a la linde del bosque. Parecía que el
invierno no afectaba a aquella zona; seguía igual de hermoso y florecido que en
el resto del año. Si acaso, las hojas estaban más amarillentas que de costumbre
lo que le daba al bosque un tono más de acorde con el nombre en la lengua común
con el que se le conoce: el Bosque de Oro.
- Aceleremos el paso a partir de aquí. – dijo
Thorbardin a los demás – Son dos jornadas desde aquí hasta el otro lado a paso
ligero. Al ritmo que llevamos actualmente, tardaríamos cuatro jornadas
enteras... Comeremos en marcha y no pararemos hasta la noche. Seguro que los
elfos estarán contentos si dejamos sus fronteras lo antes posible... – decía
mirando de reojo a los primeros árboles.
La compañía aceleró el paso notoriamente en
comparación con el que habían llevado hasta ese punto. Fue un transcurrir
silencioso, los enanos hablaban en voz baja temiendo que los elfos los oyeran,
e intentando pasar lo más discretos posible.
- Este bosque me da mala espina. – comentó Câranden.
- ¿Mala espina o miedo? – dijo Sithel con tono apacible
y tranquilo, el enano no contestó pero se notó molesto.
- No llego a apreciar movimiento alguno, parece no
haber nadie en esos árboles. Los elfos se encontrarán más hacia el interior...
- No los verías ni aunque estuvieses en la mismísima
línea del bosque...
- ¿Me estás llamando ciego? – se enojó.
- Para nada, únicamente digo que no les verás si ellos
no quieren que lo hagas. Bajo sus capas élficas y en los árboles son
invisibles.
- ¿Tú los ves? – preguntó Náldor.
- No; como ya he dicho antes, nadie les ve si tal es su
propósito. Pero sí los siento...
El sol se alzaba rojo y el viento arrastraba el
frío de las cumbres heladas. Los enanos transcurrían por el valle
apresuradamente en rigurosa formación, como en todo el camino, con las cabezas
agachadas y casi en silencio. Comentarios sueltos y el canto de los pájaros
acompañaban el sonar permanente del lejano río. Muchas miradas vigilaban el
bosque, temerosos de que saliesen, de pronto, las flechas letales de penacho
blanca de los elfos silvanos, que cortara algo más que sus pasos; pero no
ocurría nada. Algunos enanos no apartaban la vista pero no por temor, sino
porque quedaron maravillados de tan hermoso paraje aunque nunca reconocerían
aquel sentimiento, ni siquiera lo llegaron aceptar ellos mismos para sus
adentros y se esforzaron en odiar aquel lugar con todas sus fuerzas. Así
transcurrió gran parte de la mañana en el que recorrieron una gran distancia.
- Tanto silencio me parece excesivo – dijo entre
carcajadas Sithel al ver a los enanos – los elfos tenemos un agudo oído pero no
como para llegar a entender lo que hablan unos enanos a decenas de yardas, y
menos si es en vuestra lengua que ninguno de nosotros conoce... Se suponía que
odiabais a los elfos, no que los temierais...
¡Si en los tiempos
que corren apreciáis en lontananza
un río transcurrir
de destellos de armaduras doradas,
escudos de hierro
y de acero las hachas y las lanzas...!
¡Contemplaréis al
más mortífero ejército transcurrir a la batalla!
¡Enanos
orgullosos, con bien alta la cabeza caminar por esta tierra,
que ni los grandes
elfos ni los valientes hombres su poder comparan
pues de todos es
sabido que el coraje y fuerza de un enano sólo la muerte para!
- ¿Qué opináis de esta cruzada ahora? – preguntó a sus
compañeros Ergoth.
- Pues que ahora tendremos la mejor cacería, la más
peligrosa y arriesgada posible. Es emocionante... – respondió Geko con una risa
que no podía evitar el sarcasmo.
- Hay un dicho que dice: el mal llama al mal, que las
desgracias nunca vienen solas... – contestó Náldor con reproche a su amigo.
- Apartando las típicas ocurrencias de Geko, deberíamos
tener plena conciencia de lo ocurrido... Multitud de orcos, junto a algunos
trolls, irrumpieron en la mina y vencieron a los enanos, haciéndose con el
control de Nimrodel.
- Sin olvidar de que Moria al parecer también intentó
atacar... – puntualizó otro montaraz.
- Todo es muy raro, algo malvado hay en esto. Sithel
tiene un mal presentimiento y no era el hecho de que los trasgos hayan tomado
las minas... Me sorprende de veras que estas criaturas vencieran a una
civilización de enanos. Nunca van juntos ni organizados, van a tropel cada uno
por su cuenta sin la más mínima táctica ni coordinación, y si a pesar de esto
la han tomado... sólo puede significar una cosa... que su número es
inconmensurable.
- ¿Ves? A mi no me gustó la idea de ir a una mina y lo
dije antes de partir. Todo este asunto me da mala espina, podríamos abandonar y
alejarnos de todo este embrollo.
- Sería una gran falta de respeto y honor huir como
ratas al final del camino. Y más tú, que has pactado una apuesta y te has
convertido famoso entre esta gente. – Náldor calló ante las palabras de
Ergoth.
- Probablemente queden supervivientes dentro, ya oíste
a aquel enano. El ataque se produjo hace pocos días y resistían en los niveles
inferiores con grandes fuerzas. Somos más de cien guerreros, más los que
traiga Sithel consigo; podremos reconquistarlo y rescatar a los supervivientes
y vencer a los trasgos. Y de todas formas, Moria está al lado por si las cosas
se tuercen... – argumentaba Geko convencido de que no había nada que temer.
- Dile eso a Thorbardin...
- Náldor, si te quieres ir vete pero Geko y yo
continuaremos.
- No me intentes chantajear querido amigo, sabes que al
final siempre acabo cediendo. Pero demasiado optimismo veo en ti, Geko. Mira
las caras de los enanos y la de Thorbardin, se le nota en la mirada su
desanimo...
- Es comprensible que estén desanimados, pero siempre
hay que guardar optimismo. La mina fue atacada ferozmente hará algunos días y
nadie sabe lo que ha pasado exactamente. Pueden seguir vivos o haber abandonado
esta tierra para siempre, pero no lo sabremos hasta que no bajemos allí abajo.
Es lógica su desazón ponte en su lugar, ese reino estaba llena de ilusiones y
de familiares; sólo es cuestión de tiempo que el pesimismo que tu ves se
convierta en cólera. Aunque lo que tus ojos ven no es pesimismo, sino
preocupación.
- Ergoth tiene razón, Náldor. Además, si la congoja les
hubiera invadido no sería debido al temor sino a su historia.
- Explícate. – pidió su amigo.
- Remóntate a ella. Todas las mansiones que
construyeron los enanos no han corrido mucha fortuna, la mayoría fueron
destruidos o fueron expulsados sus habitantes. Estas nuevas no hacen otra cosa
que crearles esa sombra en sus pensamientos, llegando incluso a creer que es su
sino. Y el destino de cada uno que es inquebrantable y siempre acaba llegando,
como a Túrin Turambar.
- Acabas de hablar como una persona sabia. – se burló
Ergoth – No siempre ha sido así amigo mío, mira Moria, ha sobrevivido a todas
las edades de este mundo...
- De todas formas mejor andémonos con cuidado, no
tenemos ni idea de lo que nos depara el mañana...
- A decir verdad, no me inspiran mucha confianza este
ejército de enanos.
- ¿Y eso por qué?
- Un día corriendo y no pueden ni con sus almas...
- Intenta correr con unas piernas más pequeñas, con
veinte kilos de armadura y casi cien de masa corporal, Náldor. Han ido
prácticamente a nuestro ritmo normal, para un enano es un grandísimo esfuerzo y
no se caracterizan precisamente por atravesar grandes distancias rápidamente.
Espérate verlos en el campo de batalla mi querido Náldor, será allí donde
cambies de opinión. – Ergoth estaba ilusionado de ver por fin a un ejército de
enanos luchar, pues desde tiempos inmemorables no se los habían visto en ningún
campo de batalla que no fuese el suyo propio, en las profundidades de sus
mansiones. Muchas son las canciones que hablan de su destreza y del temor que
en su presa infligen, más punzante que una flecha de los elfos. Y más ahora
movidos por la cólera; los enanos son muy territoriales y no cederán ni un
palmo de tierra mientras quede alguno con vida...
- Silencio – ordenó en voz baja Geko interrumpiendo a
Ergoth – alguien se acerca...
Mientras, en el campamento, muy pocos eran los
que descansaban, no podían conciliar el sueño presos de la ira. El valle se
convirtió entonces en una herrería y todos ponían apunto las armas, afilándolas
y dándole brillo a las armaduras. En el centro de todo este barullo,
conversaban Thorbardin con Câranden y Mortak sobre los planes a seguir.
- ¿Por qué has mandado a Sithel en busca de vuestro
primo?
- Él es el más rápido y en esta hora sombría el tiempo
apremia.
- ¿Confías en él? ¿Confías en que no nos abandonará
acudiendo a Lórien, mientras nosotros esperamos tontamente en este lugar?
- No confío en él pero tampoco tengo motivos para hacer
lo contrario, aún sigue con nosotros y no le ata ningún motivo para quedarse.
Fue enviado en hora de necesidad y en hora de necesidad vendrá con nuestros
refuerzos.
- Démosle un voto de confianza. – sugirió Câranden.
- Según Tanders, los enanos fueron retrocediendo hacia
los niveles inferiores, hacia el salón de la lámpara solar, el arado. No creo
que los orcos hayan averiguado todos los pasadizos y rincones de las minas.
Llegaremos al salón comunicatorio de los cuatro pilares y avanzaremos en
dirección norte para buscar los pasos de vías. En la gran bóveda excavada para
la extracción de mineral hay, abajo, un túnel que conecta con la sala tras
varias galerías laberínticas; por él pasaremos.
- Parece sencillo. – admitió Câranden.
- Sí, pero no subestimemos a nuestro enemigo cuando aún
no sabemos nada de él.
- Sabemos que son débiles trasgos, ¿Qué más quieres?
- Por eso mismo lo digo. Son débiles pero conquistaron
Nimrodel, deben de ser muy numerosos.
- En efecto así debe de ser, pero nuestras fuerzas
totales rondarán las tres centenas y media en cuanto llegue mi primo.
Permaneceremos juntos y seremos una única fuerza, los trasgos probablemente no
nos descubrirán si no hacemos ruido, podremos aniquilarlos mientras descansan,
como cualquier ser vivo necesitan dormir y lo hacen durante el día. Cuando
reagrupemos todas las fuerzas que se encuentren en la mina, bajaremos a los
recónditos niveles y les inflingiremos un daño mortal. Lo que más nos debería
preocupar son los trolls, sobre todo si también son un gran número. Aunque sean
tontos sus artes son devastadoras y no hay que subestimarles.
- Los trolls al igual que los orcos conocerán la cólera
de los enanos... – dijo frotándose las manos Mortak.
- ¿Y si la cámara de la lámpara solar está vacía? –
preguntó Câranden pero sus amigos no contestaron, a Thorbardin no le gustó
mucho esa idea – Siempre hay que sopesar todas las posibilidades...
- No creo que hayan erradicado a los enanos por
completo. Si no están en esa cámara estarán en cualquier otra. Y aunque no los
encontremos a tiempo para librar la batalla, nuestras fuerzas son suficientes
para repeler un ataque de grandes proporciones. Pocas son las cámaras que
tengan las dimensiones en la que los trasgos puedan emplear su superioridad
numérica...
- Entonces pinta bien la jornada de hoy.
- No pararemos hasta que la sangre de todos se haya
vertido y hayamos rescatado a todos los enanos que pisan las minas.
- ¡Así se habla! – exclamó Mortak – al final se llevará
a cabo la cacería. – bromeó.
- En efecto pero no hay que tomársela a la ligera, no
es por diversión sino por deber. No hay poder en esas minas que logre hacernos
remitir de reconquistar nuestro hogar. No pisa la tierra mal alguno que consiga
hacer huir de miedo a un enano... ¡La ira legendaria de los enanos saldrá en el
combate para desgracia de nuestros enemigos! – gritó lleno de orgullo
Thorbardin mientras sus dos interlocutores reían satisfechos y contestaban al
gritos con gran alegría y júbilo.
- Espero que sea verdad lo que decís... – contestó una
voz demasiada dulce y hermosa como para ser de un enano.
- ¡Sithel! ¿Dónde está mi primo? Ardo en deseos de
volverle a ver... – se dirigió impaciente al elfo que salía de entre las
sombras.
- Ignoro donde se puede encontrar...
- ¿Cómo? ¿Has regresado sin cumplir la misión? – se
indignó y encolerizó.
- Para nada. No había nadie en el Norte y llegué
incluso hasta las puertas de Moria, las cuales estaban desprotegidas. Quizás
ellos también se preparen para reconquistar Nimrodel y así añadirla a sus
dominios como vos dijisteis, ahora que solo se trata de trasgos. Miré entre las
montañas y no había ni rastro de población alguna, quizás hayan entrado en
Moria pensando así tardar menos o por cualquier otra razón...
A Thorbardin estas nuevas le causaron gran pesar
e intranquilidad y tardó en reaccionar. Intentó decir algo, pero no encontraba
las palabras adecuadas y tenía nublado el entendimiento, por lo que se retiró a
meditar a solas.
- Y por cierto – cortó el silencio Sithel dirigiéndose
a Mortak – yo no soy ningún cobarde ni me hecho para atrás cuando llega el
peligro. No como otros... – reprochó a Náldor con la mirada.
Un desconcierto surgió entonces
en el campamento y cesaron un poco las grandes expectativas creadas; ahora no
sería un camino fácil de emprender, eran pocos. Los montaraces aprovecharon
para descansar, menos Náldor que afiló su hacha mellada. Los enanos iban y
venían de un lado a otro, muchos regresaban de sus inspecciones en grupos y
ninguno trajo nuevas alarmantes, solo se habían topado con afiladas rocas. Los
más duchos en el arte de la herrería, trabajaron a destajo y las viejas
armaduras relucían ahora como en años pasados. Las armas estaban listas e
hicieron algunas pruebas, cortando los pocos arbustos que allí había. Cocinaron
todo lo que quedó de carne y se dieron un pequeño festín para tener energías,
la jornada que les esperaba parecía agotadora.
Thorbardin estaba atormentado por
todos los sucesos ocurridos, los demás aguardaban y no le molestaban, esperando
sus órdenes
- ¿Era éste tu mal presagio? – volvió a preguntar en
voz baja Ergoth.
- Me temo que no. Ignoro que puede ser la sombra que a
mi corazón hostiga y mantiene en un sin vivir, y que va aumentando conforme nos
acercamos a estas montañas...
- Malos augurios en verdad son los de estos últimos
días. ¿Cómo acabará?...
- Pronto lo sabremos. – su voz se apagó y la
preocupación le invadió también a él, a pesar de considerarse muy frío e imperturbable.
Los trabajos de herrería cesaron con los
primeros rayos del sol. Un gran contraste que alivió a todos, fue el escuchar
el limpio sonido de los pájaros cantándole al nuevo día, que trajo nuevas
esperanzas. El grueso de la compañía descansaban tras pasar toda la noche
trabajando y todos los demás hablaban en voz baja. Thorbardin se encaminó hacia
la piedra, en la que estaba reunidos alrededor los montaraces, Sithel y los
principales enanos.
- Dejemos descansarles un poco más... No hay que esperar
a nadie por lo que entraremos hoy... En cuanto el sol haya salido
completamente, iniciaremos la ascensión. – su voz no poseía el orgullo y la
fuerza de los días anteriores, parecía deteriorada – Nuestra misión depende del
sigilo y de la prudencia ahora. Los trasgos estarán escondidos en las cavernas
más recónditas, descansando, debemos aprovechar esta ventaja para deslizarnos
hasta el salón de la lámpara solar. No podemos aguardar a mi primo por más
tiempo si ha sido la demora la causa de su retraso. El tiempo apremia y si de
verdad decidieron entrar en Moria... – su voz terminó de apagarse como un débil
fuego en mitad de la tormenta.
- Tranquilo mi señor. No podemos averiguar a ciencia
cierta lo que les ha ocurrido, cabe la posibilidad de que partieran un día más
tarde de lo previsto o que no quisiesen dejar su ciudad en lo alto... – decía
Mortak para consolarle.
- Pero no podemos aguardar un día más, debemos llegar
cuanto antes en busca de los que sigan con vida. Ya veremos dentro de las minas
que posibilidades y tácticas llevaremos a cabo, según se desarrollen los
acontecimientos. Confiemos en que nuestra presencia pase inadvertida el tiempo
suficiente, ya reniego casi por entero de reconquistarla, aunque venciésemos a
los trasgos... Moria seguirá en pie y no tenemos capacidad para resistir el
poder de Khazad-dûm.
- Pongámonos apunto mientras sale el sol... – sugirió
Câranden que comía y bebía lo poco que aún le quedaba.
Las cosas se volvían adversas, ahora la victoria
dependía del sigilo y de la fortuna, que para bien o para mal desempeñaría un
papel importante en la consecución del rescate. Así lo entendían los enanos y
una preocupación los hostigó, siempre presas de la incertidumbre e inquietud,
pero siempre también con el valor y la ira presentes.
El sol no tardó mucho en aparecer por el este,
dejando a la vista la hermosura de Lórien a lo lejos. El cielo estaba un poco
más nublado en la zona del valle y las montañas, muchos opinaron que era un mal
presagio, uno de tantos. Era un contraste muy brusco el que hacía el cielo, de
claro azul, que reinaba sobre el bosque de oro, al manto gris que cubría el de
los enanos.
Se cumplieron las órdenes de
Thorbardin y todos los que dormían fueron despertados en esta hora, el día
había llegado. Comieron un bocado de última hora, para dar tiempo a que
regresaran los pocos que quedaban patrullando la montaña. Los montaraces
aprovecharon para sacar sus cotas de malla del fondo de sus fardos. Ese era un
ritual que se veía pocas veces, los montaraces nunca lucían esas armaduras,
preferían la comodidez y ligereza del cuero con lo que podían pasar
desapercibidos.
Ya sin más demora, emprendieron
el tramo final del viaje, la ascensión por el camino que serpenteaba los
numerosos riscos y barrancos. Avanzaban rápidamente en formación, en filas de
tres, mirando siempre hacia la montaña. En primera estancia lo hacían
Thorbardin junto a todos los enanos de alto rango, detrás de ellos los
montaraces y Sithel.
El camino era difícil y
laberíntico pero los enanos lo conocían bien, grandes tramos de aquel camino lo
esculpieron ellos mismos. No hubo grandes conversaciones ni voces orgullosas
esa mañana, el ruido reinante, junto al de las armaduras, era el torrente del
Nimrodel, que nacía en las montañas y descendía al lado del ellos. Algunos
trechos llegaban a ser muy inclinados y a una determinada altura acumulaban un
poco de nieve. y siguiendo en ascensión reinaban las heladas. Tuvieron que
ayudarse con las manos en más de una ocasión y siempre procurando el equilibrio
y no resbalar. Sí el transcurrir ya era difícil de por sí lo fue más aún cuando
se hubieron adentrado en las nubes bajas que les quitaba visibilidad cada vez
que se acercaban más a la cumbre.
Thorbardin caminaba en gran
pesar, atormentado por el destino incierto de su hijo y de su primo, temía no
volver a verles. Lo que Mortak temía fue el inconveniente surgido tras pasar la
noche bajo la lluvia y beber de las frías aguas del Nimrodel, por ello y por
las extremas temperaturas registradas, varios enanos se habían acatarrado. Gran
mal al tener que ampararse en el sigilo para sobrevivir.
A lo largo de los años y a lo largo de las
edades los enanos partieron, en más de una ocasión, sin esperanza ni gloria al
campo de batalla siguiendo a su rey. Por ello se ganaron la fama de ser los más
fieles sobre la faz de la tierra. Pero esta vez el que carecía de ella era el
rey ¿Quién les conduciría hasta la victoria en aquella ocasión, tomando las
decisiones importantes que podrían significar la vida o la muerte?
Los guerreros no se atemorizaron
por la sombra de la montaña y partieron con rabia e incluso con ganas de
medirse en combate y así colmar su sed de venganza. Desde las últimas filas,
perdidas en la niebla que sobrevolaba el camino, se oyeron grandes voces que se
alzaban sin temor al aire, llenas de orgullo.
¡Puede que a la
muerte vayamos,
pero amedrentar no
nos dejaremos!
¡Partiremos con
poca esperanza y ninguna gloria!
¡Con menos hachas
a la guerra pero no con menos rabia!
¡Que nuestro
enemigo tiemble y se esconda profundo,
como el camino
tiembla y la muerte se esconde
de nuestros pasos
firmes que los enviarán al inframundo!
Poco a poco, más voces se le iban sumando y
entonaron juntos las palabras que hizo temblar las rocas y excitar los
corazones, alejando la preocupación y aumentando el valor y el coraje. En las
primeras filas, Câranden y Mortak devolvían los cantos con voces poderosas a
las que también se les sumaron la de los enanos de alrededor.
¡A la muerte no
partiremos sin plantar batalla!
¡Y la plantaremos!
¡Y la muerte alejaremos!
¡Ningún trasgo
refrenará el brazo del enano encolerizado!
¡Ninguna armadura
resistirá los hachazos enrabietados!
¡Nimrodel será
mancillada con la sangre de los orcos
y su rey llegará
victorioso al trono de los enanos!
Los ánimos hervían y de igual modo los cantos se
alzaron a los vientos y levantaron las hachas al unísono de los gritos, una y
otra vez como si fuesen antorchas que iluminaban el camino. Como otro nuevo
presagio pero esta vez de buena suerte, las nubes se alejaron y la niebla se
disipó, siendo los rayos de sol reflejados en las “antorchas” de guerra.
Acabada la canción los gritos no
cesaron, muchos enanos levantaban sus voces con rabia agitando los brazos y
contagiando a todos los demás, incluso al propio Thorbardin. Aquellos gritos
recorrieron toda la montaña, y ésta se los devolvía en forma de eco al ejército
orgulloso, que ascendía por sus nevados caminos. Y se escucharon risas, grandes
risas, limpias y alegres que varios días hacía que no se oían. Con ánimos renovados,
aceleraron el paso para llegar cuanto antes a Nimrodel.
Sabían que su existencia en aquel
peligroso lugar debía pasar inadvertido, pero si alguien hubiese oído esos
cantos y esas voces, hubiera huido acobardado sin mirar atrás. No tenían intención
de entrar en las minas para luchar, pero tampoco tenían intención de morir en
ellas.
Por fin, pasado el medio día y llegada próxima
la hora en que hubiesen parado a comer en un día normal alcanzaron un corredor
que abrazaba la montaña. Fueron muchos resbalones y caídas a causa del que se
acrecentaba en los últimos tramos, los que tuvieron que soportar para llegar a
la pared rocosa que albergaba la puerta. Parecía un trecho sin salida. El
camino aún ascendía para despistar pues en verdad, era un autentico laberinto y
muchos caminos conectaban con otros y otros no llevaban a ninguna parte o en el
peor de los casos a un barranco. Ni los montaraces ni Sithel hubieran imaginado
nunca que las puertas se encontrasen allí, en aquel pequeño lugar que parecía precipitarse
en el torrente, obviamente fueron creadas con ese propósito. La pared rocosa
que se extendía ante sus ojos estaba recubierta por una niebla ligera que
volvió a cierta altura. Altos riscos crecían cubriendo aquel paraje haciendo de
muro fortificado. El centenar de enanos se acurrucaron juntos a esperas de que
se abriera el camino a la venganza.
La pared era bastante irregular y
estaba fracturado, no había ningún tramo que fuese liso que pudiera albergar
las puertas en opinión de los no conocedores de Nimrodel. Thorbardin se paró de
pronto ante una piedra agrietada y todos cesaron la andanza y los comentarios.
- Que raro, no está el cadáver de Northand... – fue el
último comentario que se oyó.
- ¿Y bien? ¿Dónde se encuentran las puertas? – preguntó
Sithel, un poco irritado.
- Las tienes justo delante de ti. – contestó
educadamente para desconcierto del elfo.
- No consigo distinguir nada entre la fría roca... –
decía incrédulo Naldor.
- Que poco sabéis de nuestra cultura en verdad... –
respondió con una leve risa Mortak.
- Ni yo las veo en estos momentos – admitió Thorbardin
– pero nuestras puertas son así...
- Invisibles...
- En efecto, pero todas tienen una forma de hacerse
visibles. Las de Moria reflejan la luz de las estrellas, por lo que en noches
despejadas lucen indicando su posición. Las nuestras pasan más inadvertidas y
únicamente indican su posición si se conoce su secreto. Esta pared rocosa es de
piedra vulgar, las puertas están compuesta por un tipo de roca especial que los
elfos llaman Nindë, “la piedra del agua”.
- ¿Nindë? Nunca había oído es nombre... – dijo
desconcertado Sithel.
- Es comprensible, esta roca no es nada peculiar. –
contestó Thorbardin – Los elfos, que habitaban Eregion en la Segunda Edad, descubrieron esta roca en estas mismas montañas y las usaron para adornar los
ríos y cascadas de sus palacios que brillaban al paso del agua. No era muy
abundante y en Nimrodel quedaban los últimos restos. Con ellas construimos las
puertas que ante ti se ocultan.– decía mientras se aproximaba al torrente que
caía a poca distancia y llenó su cantimplora que estaba vacía – Este mineral
tiene una peculiaridad.– continuó – Y es que solo brilla si es mojado con las
aguas que nacen en estas montañas.– y dicho esto, se acercó a un trozo de pared
que poseía algunas fracturas y que era una superficie rugosa y lisa – Contempla
amigo mío, las puertas de Nimrodel... – y vertió la cantimplora entera por
encima de la pared, salpicando las últimas gotas.
Cuando se hubo retirado, una
débil luz se encendió en la fría roca y empezaron a dibujarse los contornos de
una puerta ancha y no muy alta, adornada en los extremos con estrellas unidos
por torrentes de agua en espiral. En el centro estaba un signo, dentro de un
círculo de contornos que brillaron al ser mojados. El símbolo de Nimrodel, un
torrente de agua caer sobre un yunque atravesado por un hacha, todo ello bajo
una corona. Ahora la puerta brillaba en todo su esplendor y arriba en lo alto
aparecieron grandes runas escritas en dos filas.
- Mirar – dijo Mortak señalando la runas inferiores –
no hace mucho que fueron talladas, aún no han sufrido desgaste alguno. La
primera fila es la que se escribió cuando se construyeron las puertas, pero la
segunda está en nuestro nuevo dialecto...
- Debe de ser sin duda la que tallara Táurnil.
Cambiaron la contraseña y escribieron estas runas para que sólo pudieran entrar
los hijos de Nimrodel, conocedores del dialecto. – respondió Thorbardin –
“Estas son las puertas de Nimrodel” – leyó la primera línea – “Contéstale a un
elfo y entra” – decía la segunda para indignación de Sithel.
- ¿Contéstale a un elfo y entra? No logro entenderlo...
– respondió Câranden.
- No me sorprende sabiendo que el artífice fue Táurnil,
el enemigo de los elfos como se le conoce... – dijo esbozando una mueca
burlona, Mortak.
- ¿Y bien? ¿Cómo contesta el tal Táurnil a un elfo?
- No tengo ni la menor idea...
- ¿Entonces todo ha sido en vano? – se volvió a
indignar el elfo.
- ¡No será en vano! – vociferó Thorbardin –
¡Encontraremos la contraseña! ¡No dejare que una estúpida puerta me evite
salvar a mi hijo! – encolerizó.
- Ahora entiendo porque ya no tenemos trato con
vosotros...
- ¿Qué quieres decir? – enfureció Mortak.
- Vuestra terquedad e ignorancia son irritables. –
contestó Sithel provocando gran alteración entre los enanos que empezaron a
protestar e insultar en su secreta lengua, pero el elfo no se turbó y continuó
hablando - ¿Qué te puedes esperar de un enano? Viviendo en las profundidades de
las montañas desentendiéndose del mundo del que forman parte...
- Tranquilízate amigo mío. Todos estamos alterados,
serenémonos todos. – ordenó con voz autoritaria Thorbardin dirigiéndose a
todos.
- Se va a liar una buena... – se atrevió a aventurar en
voz baja Náldor.
- ¿Saldrá vivo de ésta Sithel? – respondió también en
voz baja Geko, con tono burlón.
- ¡Amigos! ¡Amigos! No discutamos en horas de
necesidad, no nos peleemos entre nosotros. ¡Debemos estar unidos! ¡Sólo así
sobreviviremos! – gritaba fuerte Ergoth para que todos pudieran escucharle.
- Déjalo amigo mío. Yo retorno a Lórien, no quiero
permanecer aquí varios días hasta que esta gente, descubra la seña que abra la
puerta. – respondió con desprecio Sithel –Esto les ocurre por apartarse del
mundo y por vivir en secreto.
- ¿Sabes que contesta un enano a eso? – hizo acto de
presencia Gárneon que había permanecido callado y alterado por las palabras del
elfo. – ¡Ishkhaqwi ai durugnul! – dijo al fin con
gran desprecio y escupiendo en el suelo mientras los demás vitorearon las
palabras de su amigo.
- ¿Y sabes qué te contesta Sithel del Bosque Negro? ¡Y
lo haré en la lengua común para que lo entiendas! no como tú ¡Cobarde! –
contestó encolerizado – ¡Pobre ser, perteneciente a una raza mal nacido y
desvirtuada, creada por un ser sin poder ni autoridad! ¡Cobardes! ¡Qué se
esconden bajo tierra en días de necesidad y que los débiles trasgos expulsan de
sus grandes mansiones!...
De las palabras se hubiera pasado al
derramamiento de sangre si no fuese por el sorprendente suceso que aconteció.
Un ruido estremeció la montaña y la pasarela donde se encontraban tembló
bruscamente. De repente, las puertas se abrieron dividiendo el símbolo en dos
partes y dando paso a Nimrodel. Las palabras dichas por Gárneon en la discusión
con Sithel, accionaron el mecanismo, había encontrado sin pretenderlo la seña
de Táurnil, el enemigo de los elfos. Fue esto lo que refrenó el brazo de Gárneon,
que empuñaba con fuerza su arma con la intención de arremeter. Todos
permanecieron inmóviles y sorprendidos, como si tuviese que pasar un tiempo
hasta asimilar lo ocurrido. Finalmente, muchos soltaron carcajadas y se
alegraron enormemente.
- La fortuna nos ha sonreído. – dijo al fin Thorbardin.
- Las nubes han desaparecido y los rayos de sol
entraran por las grandes aberturas de las minas. La estarán iluminando
obligando a los trasgos a esconderse. – respondió Mortak.
- Por fin buenos presagio... – añadió feliz otro enano.
- Esta gente es muy supersticiosa... – bromeó Geko de
nuevo que gozaba de buen humor, con su amigo Náldor que reía animado.
- ¡Enanos de las montañas! ¡Ha llegado la hora! ¡Dejar
los fardos aquí para no ir demasiado cargados! ¡Empuñad las hachas! ¡Ayudémonos
de la fortuna que ahora nos sonríe y pasemos inadvertidos por la oscuridad!
¡Qué se haga el silencio desde este mismo instante! ¡Entrad! – vociferó
Thorbardin con un grito seco.
Por fin, tras tantas horas y en condiciones no
deseadas, y con dos días de adelanto, toda la compañía se introdujo en silencio
y en rigurosa formación por la puerta, bajando hasta el corazón de la montaña,
hasta Nimrodel. Le ganaron una jornada a la adversidad con aplomo y tesón y se introdujeron
en busca del destino sin esperar noticias de Dúndel. No había mucha esperanza
pero ésta latía con fuerza y esperaban encontrar a alguien con vida pues el
ataque fue hace poco y en aquellos momentos podría estar vertiéndose sangre
enana...
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