La Sombra Creciente

01 de Diciembre de 2006, a las 22:33 - Silvano
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La Marcha

La marcha era lenta en opinión de los montaraces y de Sithel. Los enanos no se caracterizaban precisamente por su rapidez. Los campos de Celebrant eran una vasta llanura sin vegetación abundante, llena de praderas, arbustos y matorrales bajos sin ninguna civilización en el horizonte.

- ¿Hábleme de las minas? ¿Qué ha pasado exactamente en ellas? – preguntó Ergoth.

- Las minas son un refugio de enanos fundado por mí y por mi padre hará varias décadas. Contienen abundante metal, algo de mithril, plata vulgar y rocas preciosas tales como el mármol. Siempre al excavar hemos encontrado y unido a la mina madrigueras orcas, lo que constituye nuestro gran divertimento ir a cazarlos. – soltó una carcajada el enano que fue acompañado por varios guerreros.

- ¿Y éste es otro nuevo caso? ¿Han anexionado más madrigueras? – inquirió Ergoth de nuevo.

- Eso parece pero no lo hacemos a propósito. Simplemente son consecuencias que no nos desagradan... – volvió a reír – Hará más de un año mi hijo Dunbarth, actual gobernador de Nimrodel en mi ausencia, me mandó un comunicado por una paloma, en la que me contaba entusiasmado y alegre, que habían encontrado nuevas fuentes de metal pero también muchas madrigueras de trasgos, demasiadas comparadas con las que descubriéramos años atrás, por lo que convocó una cacería de la cual formaremos parte al igual que otro pueblo del norte. Si no se les da caza se reproducirán rápidamente y al cabo del trimestre doblarán su número, y al de dos lo triplicarán...

- Me alegra oír las nuevas de muchos orcos, ¿Cuál es el otro pueblo? ¿Quiénes son y dónde os reuniréis? – se sumó Geko a la conversación.

- Los pueblos errantes no tienen nombre con lo que identificarlos, solo un líder, general o antiguo rey al que los demás siguen. Yo lo soy del mío y fundé con mi padre las minas de Nimrodel como refugio. Salí hace muchos años a reunir a todos los otros pueblos de las montañas, que nos acogieron en el pasado, para que viniesen con nosotros a nuestro nuevo reino aunque no todos quisieron aceptar mi oferta. Hace dos trimestres recibí otro comunicado de Dunbarth en el que me pedía que volviera con el pueblo guerrero de Câranden para formar parte de la cacería y así, junto al pueblo de mi primo que es el pueblo que te acabo de mencionar, terminar la población de la ciudad. Mi primo vive en las Montañas Nubladas y descenderá por el valle sombrío seguido de dos centenares de enanos. Pasarán por delante de las grandes puertas de Moria y atravesarán los cauces de Celebrant y Nimrodel para reunirnos en el valle escarpado, antes de emprender la subida a la mina entre las afiladas rocas y escarpadas caminos que dan nombre al valle.

- También podríais pedirles hombres a Moria para la cacería. Limitáis con sus fronteras y sería fácil y rápido. Si hay un gran número de trasgos en sus alrededores les interesará saberlo y ayudar.

- Moria no nos prestó ayuda cuando la necesitábamos y no queremos depender de ellos para nada. Fundamos nuestro nuevo reino precisamente para ello y aunque mantenemos contacto por un puente que construimos de unión con el que comerciamos, somos totalmente independientes. Nuestra población asciende ahora a más de seis mil quinientos enanos, gran número comparado con los trescientos que éramos al principio. Muchos de nosotros somos descendientes de los antiguos habitantes de Nogrod y Belegost que desaparecieron en la Guerra de la Ira en la Primera Edad. Ahora debemos y tenemos capacidad para defender nuestra plaza y por Aulë que así lo haremos.

Geko se paró a esperar a Sithel que no había dicho una palabra desde que partieron.

- Perdona lo de antes, si vamos a ser compañeros es mejor llevarnos bien. Me llamo Geko, hijo de Zârandon.

El elfo siguió andando pero al ver que Geko le seguía no tuvo más remedio que contestarle, pero siempre con ciertas reservas.

- No al contrario... perdóname tú por comportarme así... estaba alterado y salté cuando me nombraron a mi padre... Soy Sithel hijo de... soy del Reino de los Bosques. – estrecharon la mano y en ese momento apareció Náldor.

- ¡Hombre! – exclamó el montaraz – ¿Ya habéis arreglado vuestras diferencias?

- Sí. – respondieron asintiendo los dos.

- ¿Por qué viene señor elfo? Tenía entendido que los enanos y los elfos no se llevan precisamente bien...

- Se llama Sithel – defendió a su nuevo amigo – éste es Náldor, el “minero”. – dijo burlándose como era su costumbre.

- Es cierto, no me simpatizan pero era mejor que quedarme en la ciudad, no me convenía. Además, me encantan las aventuras y no iba a rechazar una cacería de trasgos...

- ¿Por qué no era conveniente?

- Asuntos míos...

- ¿Cuál es tu historia? – interrumpió Geko.

- ¿Por qué lo preguntas?

- Estás lejos de tu hogar y solo, te nombran a tu padre y produces una reyerta... – Náldor sonrió – y ahora te vas con una tropa de enanos para escapar de Éstaleth a las profundidades de la Tierra Media.

- ¡Es que no podemos ir más rápido! – se enojó cambiando de tema, cosa que consiguió a pesar de que tres enanos de alrededor se le quedaran mirando a raíz de su comentario. Los enanos se distanciaron del elfo inmediatamente, no disfrutaban con su presencia.

La tarde siguió y la compañía no se detuvo. El sol se iba ocultando mientras que los enanos hablaban entre ellos en su propia lengua, dialecto sólo conocido por ellos y que no enseñaban a nadie. Otros echaban mano de algunos víveres. Sithel y Geko seguían hablando, Ergoth hacia lo propio con el líder, Thorbardin, cuando Náldor se les sumó.

- Perdone señor, tenía entendido que los elfos no os simpatizan a vosotros los enanos. ¿Cómo es qué le ha ofrecido acompañaros?

El enano, tardó en contestar.

- Es cierto, no me simpatizan; es más, odio a todos los elfos que he conocido y con los que he tratado. A todos ellos, con sus aires de superioridad, negándonos ayuda... ¡Pues qué sepan que fuimos los primeros seres concebidos! – farfulló.

- ¿No fueron los elfos los primeros nacidos? – preguntó de nuevo.

- Así es, los elfos fueron los primeros nacidos pero nosotros los primeros creados. Ya que nuestro padre Aulë nos creó debido a su impaciencia de concebir a sus hijos para enseñarles sus artes y amarles. Esto iba en contra de los propósitos de Ilúvatar, por lo que escondió a los siete padres enanos en las mansiones bajo las montañas. Pero el gran creador supo de los actos de Aulë y al ver que no lo hizo con maldad, sino por pura impaciencia y con buenas intenciones, los dejó vivir. Pero no despertarían, decidió, antes que los elfos, sus favoritos... – dijo esto último con desprecio y burla.

- Te equivocas – hizo acto de presencia por detrás Sithel que había escuchado todo –en efecto, Aulë os concibió y os creó pero no tenía el suficiente poder para daros la vida. Aunque crease una lengua para vosotros no os podíais comunicar con él puesto que erais unas marionetas de su mente. Os movíais si el así lo quería al igual que todo lo demás. Fue Ilúvatar quien después de perdonar vuestra existencia os dio la vida misma aunque nunca fuisteis contados entre sus hijos...

Thorbardin volvió a farfullar en voz baja mientras veía a Sithel adelantarse a ellos dándoles la espalda.

- ¿Veis lo que digo? Todos son iguales, si lo traigo es por los elfos del Bosque de Oro. Si ven a una compañía armada de enanos pasar por sus fronteras en estos tiempos... no creo que les agradara mucho. Y debemos de seguir el camino que en sus fronteras se encuentra hacia la mina ya que de otro modo no la encontraríamos nunca, pues la construimos con ese fin. Si los elfos ven a uno de ellos con nosotros no nos tomarán por enemigos, creo yo. O si en todo caso nos atrapase, él podría ayudar a conseguir nuestra libertad.

- Entonces, la razón por la que le ofrecisteis venir es ¿Para poder pasar por la frontera de Lórien?

- Así es, seguramente te parezca raro pero en los tiempos que corren... Arnor ha caído, las sombras renacen y empiezan a extenderse. Los elfos siempre desconfían de nosotros y si nos vieran armados en sus cercanías pensarían lo peor, que les hemos declarado la guerra, como en la Primera Edad Nogrod lo hizo al reino de Doriath... Y aún contándoles nuestros propósitos no los oirían a no ser que fuese desde una boca amiga.

- Entiendo.

- Digamos que es por pura precaución pero no se lo vayáis a decir...

- ¿Y a nosotros por qué nos invitaste?

- Ay amigo Náldor, no desconfíes de un enano pues somos gentiles a pesar de todo. Los dúnedains siempre han sido grandes guerreros, diez veces superior a los hombres normales. Y siempre los montaraces han luchado contra la sombra en multitud de parajes para salvaguardar la paz. No veo razón alguna para no invitar a tres de ellos. Y mi invitación sólo es eso, podéis partir cuando queráis si tal es vuestro deseo. Con este pueblo es más que suficiente... – el tono con el que hablaba era muy agradable a pesar de su ronca voz.

- ¿Y honestamente?

- Si quieres saberlo… a lo anterior he de añadir que para hacer compañía al elfo y no tener que estar pendiente de él ni tener excesivo trato. – dijo con una débil sonrisa que denotaba falta de maldad en aquella revelación.

- No veo mujeres enanas, ni niños...

- Es que este es un pueblo guerrero ya os lo he dicho antes, siempre están luchando y viven de sus botines...

- ¿Ladrones?

- Conquistadores... son como vosotros – bromeó – Sus familias seguramente, si están vivas, se encuentren en Moria o en su vecina Nimrodel. Hablando de Moria, una noticia que me dejó intranquilo – continuó – fue la de que no recibían noticias de ella pues sus puertas estaban cerradas y no se abrieron a primero de mes como era costumbre para comerciar. Nosotros sólo mantenemos contacto con el sector cercano al pasillo, los únicos que accedieron a tener trato con nosotros aunque este sector llevaba mucho tiempo incomunicado con el resto de Khazad-dûm. Esa es otra razón por la que no pedimos ayuda a Moria, no podemos... – bromeó nuevamente Thorbardin que denotaba buen humor.

- ¿A qué crees que se debe? – preguntó Ergoth.

- No tengo ni la más remota idea. Podría ser que celosos de nuestra nueva ciudad y las maravillas que atesora, se quieran apropiar de ella por la fuerza y unirla a sus dominios. En tal caso si que necesitaríamos refuerzos pues la población de Moria es diez veces más grande que la nuestra...

La noche se apoderó rápidamente del cielo y de la compañía. Siguieron andando una parte de ella hasta llegar a las ruinas de un antiguo torreón destruido en la guerra. Las piedras que quedaban estaban ennegrecidas del gran incendio que allí tuvo lugar. Había muchos escombros y quedaba aún en la entrada el gran ariete, usado para tirar las puertas abajo, carcomido ahora con el paso del tiempo. Era muy grande, la base circular media cincuenta y cinco pies de radio. Había restos de una escalera, que subía por los contornos de la torre medio derruida. En el nivel superior el suelo estaba derruido y había algunas plataformas de dudosa resistencia. La torre en tiempos pasados había sido muy alta e intimidante, ahora como mucho tendría cuarenta pies de altura en los restos de sus muros más altos.

Los enanos estaban cansados e hicieron un alto. Montaron el campamento en el interior de la base, retiraron unos pocos escombros y dejaron los fardos en el suelo, usándolos luego como almohadas. Encendieron fogatas y comieron y bebieron con gusto; fue una cena corta pero que el estómago sin duda agradeció. Una vez acabada, los enanos durmieron rápidamente liados en mantas que traían entre sus pertenencias.

- ¡Bien muchachos, descansaremos un poco, hasta que aparezca el primer rayo de sol! ¡Mortak, planifica las guardias! ¡Por estas tierras corren algunos vándalos nocturnos!

- ¡Sí señor!

- Perdonadnos si no podemos pasar la noche juntos hablando alrededor de un confortable fuego pero estamos rendidos. Mañana será otro día. Buenas noches. – terminó por dirigirse Thorbardin a los tres montaraces.

Se quedaron despiertos siete enanos de guardia durante dos horas, tiempo que aprovechó el elfo para descansar, él haría al guardia durante el resto de la noche. Luego los enanos se turnarían con los tres montaraces que no estaban tan cansados como ellos. Fue una noche silenciosa y tranquila y a los vigías les costaba permanecer despiertos y alerta, dieron grandes cabezadas con más o menos consecuencias.

Todos los enanos dormían ahora desde largo tiempo dentro de las ruinas, apartados de los caminos cuando la noche ya iba tocando a su fin. Sithel estaba sentado en la piedra más alta de la planta superior, apoyado en su fardo, afilando su espada, mirando al horizonte mientras cantaba cancioncillas de su tierra en élfico. Al fondo podía apreciar Éstaleth, se quedó un rato observándola y pensando si habrían ido a buscarle allí, fue un pensamiento que le atormentó toda la jornada. La noche era clara, no había ninguna nube, las estrellas brillaban en el firmamento. Veía a los arbustos moverse con el viento fresco que soplaba, al igual que a algunos animales correr por entre ellos. Le encantaba pasar las noches al raso, mejor si era en un bosque ó subido en su fiel corcel mientras éste le paseaba a gran velocidad por la Tierra Media. De vez en cuando miraba con recelo a los enanos que dormían profundamente. Estaba bastante irritado, no sólo por la lentitud para él de la marcha sino porque una de las cosas que menos soportan los elfos es oír a un enano roncar, pero a su espalda no tenía uno sino a más de un centenar todos roncando severamente.

Los tres montaraces se encontraban al otro lado de las ruinas reunidos en un fuego, conversando en voz baja cerca de la puerta de las ruinas, usando el ariete como respaldo.

- Pobre Sithel, lo que me extraña es que venga con nosotros. Siempre andando en soledad, alejado de los demás... – dijo Ergoth.

- Los elfos siempre han sido así, prefieren la soledad a la mala compañía... – contestó Geko.

- Imagínate si se enterara de la verdad por la que viene, los elfos al igual que los enanos son muy orgullosos y si bien esa razón para con los hombres les daría igual y se mostraría permisivo y cooperativos, no sería así con un enano... – terminó por concluir Náldor.

- Es posible pero no todos son así como la historia ha demostrado; algo a de ocurrirle para que nos acompañe...

- Ya se lo pregunté yo y su contestación fue que tenía que huir de la ciudad...

- ¿Dijo la razón?

- No, algo le ha de pasar para abandonar su tierra en estos tiempos que corren, cuando el enemigo avanza al oeste de sus fronteras, no muy lejos. Pero no llego a imaginarme la razón por la que abandonó el bosque, aún más cuando los peligros lo acechan también desde el interior. ¿Habrá sido desterrado?

- No lo creo, los elfos no destierran a sus súbditos y menos en tiempos de necesidad. Y si lo hiciesen debería haber hecho algo muy grave e inimaginable...

- En fin, seguro que en la cacería se animará, y no será el único... – dijo entusiasmado Geko.

- Seguro que no lo será – rió también Ergoth – pero me preocupa el número de orcos. Muchos ha de haber para que seis mil enanos pidan ayuda ¿No os parece? Con lo que ellos son para estas cosas...

- No han pedido ayuda. – respondió Náldor.

- Sí la han pedido. Lee entre líneas... El mismo ha comentado en una ocasión que había demasiados orcos, y lo han de ser para que convoquen a una cacería llamando a trescientos enanos, incluso teniendo a la poderosa Moria al lado...

- Ya oíste que no tienen contacto ni poseen estrecha relación...

- Algo ha de ocurrir pero no logró a imaginar que puede ser...

- ¿Qué hay muchísimos orcos? mejor más para cada uno, no veas fantasmas donde no los hay...

- Ay mi buen amigo Geko, harías bien en usar el entendimiento de vez en cuando y no dejarte llevar por el énfasis que te corroe...

- Palabrerías, es mucho mejor aliado el instinto que el entendimiento...

Su amigo Ergoth rió abiertamente ante la postura de Geko. Siempre le hacía reír su forma de ver las cosas a pesar de que él también las compartía aunque en menor consideración.

- Lo que lamento es no haberme comprado un arco ya que el mío lo rompió mi orco numero catorce de nuestra última cacería – cambió de tema Ergoth – hubiese venido bien tener más de uno en esta empresa.

- Al final te gané por dos orcos. – se mofó Geko.

- Sí pero... ¿Os tengo que recordar quién os salvo el pellejo? – intervino Náldor también mofándose.

- Por cierto ¿De dónde eran esos orcos? Yo diría que de Mordor pero no hubiesen llegado tan lejos. Los hubieran parado los gondorianos o los elfos en sus fronteras, además a los orcos no les gusta el agua y no se veía ninguna embarcación. Y una madriguera cerca es más que poco probable...

- Si no hubieses matado al que se rindió lo hubiésemos interrogado.

- Es cierto, lo había olvidado, así que me ganaste de una muerte esa no contaba – se rió – lo mataste a traición, después de que se hubiese rendido. – protestó contra su amigo.

- Seguro que si hubiese sido al revés, él no mostraría clemencia. – argumentó en su defensa. Los tres esbozaron leves sonrisas que dieron paso al silencio.

- Me pregunto si en la cacería darán alguna compensación por haber matado a un buen número de ellos, una cota de mallas o un hacha...

- ¿Cuándo Náldor el montaraz se convirtió en Náldor el mercenario? – se metió otra vez con él Geko.

- No es que sea un mercenario pero piénsalo, si ayudamos de forma contundente en la cacería estarán en deuda con nosotros y nos podrían regalar alguna armadura de mithril por ejemplo ó un hacha para mí, ya que la mía no está en muy buen estado que digamos... no creo que nos renieguen una recompensa.

- Eso estaría bien pero ya se verá como se desarrollan los acontecimientos. – habló Ergoth.

- ¿Nos habrá oído Sithel? Lo digo por lo que hemos hablado de él sobre la verdadera razón de su viaje, a lo mejor le ha molestado... – dijo Geko.

- No sé, voy a ver. – terminó por decir mientras se incorporaba y encaminaba a la escalera.

La noche tocaba a su fin, la luz se iba acrecentando y el cielo se llenaba de colores cálidos. No había ningún peligro a la vista, las tierras eran tranquilas. Geko y Náldor sacaron sus pipas y se dispusieron a fumar mientras Ergoth se acercaba a hablar con Sithel. Sus compañeros empezaron ya a hacer competiciones a ver quien hacía mejor los círculos con el humo cuando ya había alcanzado la escalera, les gustaba muchas las competiciones sin importar de que índole.

- No entiendo porque hacemos guardia, estas tierras son seguras: no hay orcos, ni vándalos, ni hombres del este, ni ninguna criatura que se pueda catalogar como enemiga.– le dijo el elfo a Ergoth sin mirarle siquiera cuando éste acababa de subir el último escalón, haciéndole notar que advertía su presencia.

- Y si hubiese, estos ronquidos los hubieran hecho huir... – bromeó.

- Se creerán que es un ejército de quinientos enanos. – rieron los dos.

- ¿Has oído nuestra conversación?

- Sí pero no la he escuchado, no me llegaba muy bien con los ronquidos pero algo he oído ¿Lo preguntas por algún motivo en particular?

- No por nada...

- Mientes, lo noto. – dijo sin mirarle siquiera mientras aún le daba la espalda, Ergoth no contestó – Esta bien, guarda tu secreto. Es hora de irnos, despierta a la compañía, el primer rayo de sol ya ha salido.

Por el este, entre las luces anaranjadas aparecían los primeros rayos del día que cruzaron el cielo como las flechas lo hacen en tiempos de guerra. Sithel llegaba a observar Éstaleth, donde daban comienzo ya las primeras actividades del día. Las grandes praderas se llenaron de un leve color amarillento por momentos junto a las tonalidades propias de la inmensidad de aquella tierra. Ergoth se apresuró a despertar a los enanos junto a Geko y Náldor aún con la pipa en boca mientras el elfo aprovechaba para dar un bocado al pan del camino. Desayunaron tranquilamente y se asearon. Arreglaron sus ropas y barbas y levantaron el campamento.

- ¡Vamos poneros las corazas! ¡Echaros los fardos a la espalda! ¡Pararemos a la hora de comer! – gritó Thorbardin mientras él también cumplía sus propias órdenes.

La compañía abandonó las ruinas y reanudaron la marcha que era lenta de nuevo. Aún quedaban seis jornadas de viaje a ese ritmo hasta las montañas.

- Me tuve que traer a Mártenon. – dijo en voz baja Sithel.

- ¿Quién es Mártenon? – preguntó Geko que iba a su lado.

- Mi caballo. Lo viste en el establo, un gran corcel blanco, descendiente de los que trajera el gran Fingolfin desde Valinor. Hubiese sido un recreo para él, unas vacaciones andar por las praderas... – contestó también en voz baja por si le oía algún enano.

- Yo también me pude traer a Numbar, mi fiel caballo pero conque lleve a Nándgarot... – dijo golpeando la empuñadura de su espada – ¿Qué nombre le has puesto a la tuya?

- Ninguno, ni a la espada ni al arco. Los hombres ponen nombres a sus armas por temor al desamparo y soledad que sienten ante la guerra, el único “amigo” que no morirá, al menos antes que él; y la propia muerte... ¡Solo son armas!… A mi no me hace falta, no la temo, y no pienso morir bajo ellas... – dijo mientras se adelantaba a Geko dejándole con la palabra en la boca.

A media jornada pararon y sacaron la cerveza fría y carne para comer. Fue un almuerzo rápido, los tres montaraces y el elfo hicieron otro tanto. Una vez terminado algunos empezaron a fumar mientras otros charlaban deseosos de que empezara la cacería y llegar a la nueva ciudad enana. Tras haber hecho la digestión continuaron la marcha por aquellas praderas que se abrían ante sus pies.

- ¿Quiere un poco? – ofreció Geko a Thorbardin – es la mejor hierba de la cuaderna del sur, de nuestro paso por Eriador. Nos trajeron un gran barril por cabeza, estas son mis últimas reservas.

- En ese caso no podré despreciar tu oferta, hace mucho que no fumaba buena hierba... – decía mientras cogía la pipa.

- Señor, me he adelantado un poco y en la lejanía ya se ven las montañas, al este aún no se ven las fronteras de Lórien pero debemos estar a casi dos días de camino, quizás menos. Calculo que nos quedan seis jornadas de viaje. – informó Mortak.

- Eso es sin duda una buena noticia, vamos según lo acordado. A estas alturas mi primo estará apunto de bajar de las montañas. Quedamos en reunirnos en el segundo día del nuevo mes a los pies de la montaña y del camino escarpado.

- Prosigamos. – sugirió Mortak.

- ¿Quién es ese Thorbardin? – preguntó Geko.

- ¿Quién, Mortak? Pertenece a la familia de los grandes generales enanos que estuvieron al servicio del rey Azaghâl señor de Belegost que se hizo famoso en la Guerra de las Joyas. Fueron los únicos que resistieron las llamaradas de los dragones en la Batalla de las Lágrimas Innumerables y arrojaron luz al transcurso de la batalla aunque acabase en derrota. Yo lo acogí cuando era pequeño y lo crié junto a mis hijos, es un gran guerrero al igual que sus antepasados...

- ¿Y quién es el líder de éste pueblo guerrero? ¿Él?

- No, él vino conmigo al igual que otros veinte enanos, los diferenciarás bien por la armadura, obras de la nueva artesanía de Nimrodel – Geko observó y vio a diecinueve enanos aparte de Thorbardin, con armaduras de plata y oro, capa azul a la espalda que desentonaban ente todos los demás que portaban armaduras desgañitadas de cuero o corazas rotas y antiguas – Él es mi mejor guerrero – continuó – mi brazo derecho. El líder es Câranden que es ese que va caminando allí...

Geko se quedó mirando al enano al que le señaló. Era muy fornido y corpulento, parecía un bárbaro. Llevaba una pesada maza de hierro compuesta por cuatro cuchillas sobresalientes que la hacían más mortífera. Llevaba una gran cota de malla bajo una armadura de cuero endurecido marrón claro con adornos blancos; en la espalda no llevaba ninguna capa. Tenía el pelo corto y rojizo y aunque era relativamente joven tenía grandes dotes de mando y sabiduría, aunque donde realmente destacaba era en combate. También poseía las virtudes y características típicas de los jóvenes tales como entusiasmo, valentía, coraje y temeridad.

- Habitaban las Montañas Grises del norte – continuó – y fueron la pesadilla de los clanes orcos que allí habitan. Câranden ha dado muerte a tres caciques, de ahí sus tres marcas negras en el brazo. – dijo el enano mientras Geko le prestaba atención al enano en cuestión. – Nos llevó mucho tiempo encontrarles ya que siempre se estaban desplazando. Será interesante ver finalmente quién ganará la cacería de entre ellos dos. Se admiten apuestas... – sugirió esbozando una sonrisa.

- ¿Hay alguna recompensa por ganar? – se sumó a la conversación Náldor al oír aquello.

- No lo sé, eso tendrías que hablarlo con mi hijo pero normalmente ha sido pasar una agradable noche con tres doncellas enanas. – dijo Thorbardin sonriente al ver la cara que se le quedó al enterarse de la recompensa – bueno mi nuevo amigo, contarme más de vosotros, hasta ahora sólo sé cuatro cosas...

- No hay mucho que contar, somos tres montaraces que recorren la Tierra Media sin otro fin que cazar orcos, fama y gloria; aunque con predilección por las bellas damas, pocas veces al alcance el disfrutar de su compañía...

- Contadme la cacería que me mencionasteis en la taberna.

- Acabábamos de pasar una pequeña temporada con los montaraces de Ithilien – empezó a narrar Geko – por las Tierras Brumas, con el objetivo de acabar con los orcos cuyo número crecía por momentos, aunque también nos topamos con orientales. Decidimos dejar la empresa debido a malas jornadas y las rivalidades entre algunos de nosotros por lo que pusimos rumbo a Éstaleth, nuestro destino favorito.

- No nuestro sino suyo, ¿Visteis a la muchacha de la taberna?... – interrumpió su amigo.

- ¡Náldor! – le reprochó.

- Por favor, continúa... – puso calma el enano.

- Patrullábamos todos los caminos desde Ithilien hasta los pies de Mordor y nos acompañaron hasta el Norte. Una vez llegados al Morannon nos despedimos de ellos y atravesamos Dagorlad al galope. Nos acercamos al río para evitar a los orientales; bordemos Emyn Muil y remontamos el curso del Anduin. Tras muchas jornadas, llegamos al Codo Sur y acampamos allí, a los pies de la Meseta del Páramo. Durante la noche vimos en la lejanía, en la línea del horizonte, lo que parecía un pequeño rastro de fuego como el de unas antorchas procedente de las Tierras Pardas, no muy lejos de donde estábamos. No sabríamos decir qué o quiénes eran, podrían ser montaraces, orcos, orientales o incluso un dragón de fuego... y no era muy conveniente ir a averiguarlo cuando solamente éramos tres.

- Por la mañana – prosiguió Náldor – nos vimos sorprendidos por una guardia a caballo de gondorianos. Tras hacer las presentaciones nos preguntaron si habíamos visto a algunos orcos merodear por aquella zona. Le contamos lo del rastro de antorchas y nos informaron que últimamente se había producido mucho movimiento en sus fronteras.

- Fuimos juntos a caballo – tomó otra vez la palabra Geko – y encontramos un camino oculto entre los riscos con indicios de ser muy transitado. Avanzamos hacia el norte y al cabo de algunas horas encontramos una gran tropa de orcos en la lejanía. No nos olieron ni tampoco se percataron de nuestra presencia por lo que aguardamos hasta la noche y trazamos una estratagema. Estos orcos andaban y soportaban la luz solar, la noche era el momento idóneo, el momento en el que paraban a descansar y algunos dormían como hombres vulgares. Eran altos y corpulentos, difícil de creer que se tratase de orcos propiamente dichos.

- Pero Geko no es lo que se dice paciente... – interrumpió nuevamente Náldor. Su amigo le echó una mirada desafiante mientras al enano se le entrelazaba una sonrisa en la cara – Estaban acampados en una pequeña llanura, entre unas formaciones rocosas y por alguna extraña razón no se percataron de nuestra presencia, ni tan siquiera nos olieron. Por un lado, las rocas formaban un cuello de botella ideal para tender una emboscada. Los arqueros se apostaron encima del desfiladero, los jinetes escondidos tras una roca aguardaban el momento para atacar. Geko y Ergoth se ofrecieron voluntarios para hacer de cebo y atraerlos a la trampa, acribillarlos a flechazos y aniquilarlos con una carga de caballería.

- Estrategia simple pero efectiva. – admitió el enano.

- Muy efectiva contra estos seres descerebrados, pues a pesar de su aspecto seguían siendo orcos. Ergoth y Geko sólo tenían que atraer su atención hasta el embudo, Ergoth disparó su arco y se saldó la vida de tres enemigos pero Geko rompió al galope contra la hueste de más de un centenar de orcos solo.

- Fue mi caballo, yo no quería... – se defendió con una sonrisa.

- Algunos jinetes siguieron a Ergoth por el cuello de botella acudiendo en su ayuda.

- Ayuda que no necesitaba...

- Los arqueros tomaron posiciones para poder disparar y cubrieron el repentino avance. Yo y varios hombres bordeamos el campamento para atacar por la retaguardia y cortar una posible fuga.

- Mientras él hacía el rodeo yo ya llevaba trece víctimas, un círculo a mí alrededor de sangre era testigo de ello – se mofó – pero enseguida vino Ergoth ha hacerme la competencia...

- Los orcos huyeron por todas direcciones pero les cortamos el paso por la retaguardia. Geko, en su afán por superar a Ergoth en su pique particular de ver quien se saldaba más vidas, rompió al galope yendo a por los primeros orcos que se dieron a la huída; Ergoth siguió pronto el mismo camino. No se percataron de los arqueros que dejaron a su espalda insensatamente. Fueron un blanco fácil y muerto si no fuera por mi rápida intervención, tuve que aplastarlos bajo mi caballo y mi doble filo... Geko y Ergoth dieron caza a los rezagados mientras los demás lograron escapar entre los riscos de piedras. Algunos ofrecieron resistencia pero fueron literalmente aplastados entre las herraduras de la caballería. Uno se rindió y arrodilló pidiendo clemencia pero Geko bajó del caballo y lo decapitó... Había muchos orcos, no supimos de donde venían, muchos cayeron pero también fueron muchos los que lograron escapar. Sus armaduras de guerra estaban mejor trabajadas que las habituales entre estas inmundas criaturas. Llevaban muchos fardos con provisiones y medicinas para pasar largas jornadas. No pudimos interrogar a ninguno pues el único que se rindió fue el “decapitado” de Geko...

- No se rindió, aparentó rendirse para intentar sacar una daga oculta y así aprovechar la situación para matarme... – alegó en su defensa.

- “Daga” que no fue encontrada...

- No te preocupes mi nuevo amigo pues los orcos no se merecen clemencia ya que ninguna ofrecen ellos... ningún enano te culparía. – bromeó abiertamente con una risa limpia y alegre que fue acompañada por todos los oyentes enanos que habían escuchado el relato atentamente.

- Provenían del Bosque Verde o ese sería su destino sin lugar a dudas... – le dijo Sithel a Ergoth sin mirarle ni volverse hacia él como ya era su costumbre.

- ¿Cómo?

- Esa cacería vuestra en las Tierras Pardas, los orcos provenían o se dirigían al Bosque Verde sin duda...

- ¿Cómo lo sabes?

- Os vi, desde la distancia, y os lo acabo de oír comentar.

- No, me refiero a lo de los orcos.

- Yo soy de allí ¿Recuerdas? Y no eran orcos sino semiorcos. He pasado muchos años custodiando y dando caza a las criaturas que merodean en nuestras fronteras, en su mayoría orcos comunes pero también últimamente esta raza.

- ¿Y qué haces aquí? ¿Cómo es que no estas luchando en tu hogar?

- Eso no es de tu incumbencia...

- Pero estábamos muy lejos del bosque... – continuó con la conversación Ergoth.

- Sería una expedición o llamamiento de tropas desde Mordor al Bosque o viceversa. Algo traman estas criaturas, son muchos los orcos que merodean por el bosque en estos últimos años, puede incluso que hayan pactado con las arañas... – dijo con una voz realmente preocupada que denotaba impotencia a la vez.

- No lo sé, estaban acampados, como ya he dicho, lejos del bosque y había muchas huellas de ida y vuelta por lo que no pudimos deducir a donde se dirigían ni de donde venían. Parecía una línea de comercio de los hombres pues también había huellas de las ruedas de algunos carros... ¿Pero qué pasa? ¿Hay muchos orcos en el bosque? ¿Cómo es posible?

- Nadie sabe exactamente cuando y como llegaron pero si sabemos por ejemplo que tras la caída de Sauron y las batallas de Dagorlad y Barad-dûr y su posterior declive, muchas criaturas oscuras se dispersaron y huyeron por toda la Tierra Media. Algunos llegaron a nuestras fronteras, en donde aún quedaban algunos elfos para cortarles el paso, fueron acribillados a flechas pero no todos sucumbieron y algunos lograron alcanzar las montañas del bosque. Luego exploradores y arqueros partieron hacia ellas en su busca pero no encontramos rastro; se debieron de ocultar bien profundo presos del pánico. Pero esos acontecimientos cayeron en el olvido y muchas historias han surgido que cuentan la llegada de los orcos. Todo el mundo cree que proceden de la fortaleza maligna del sur pero no es así. Empezaron a aparecer cuando se elevó de Dol Guldur es cierto, pero posiblemente hiciesen otro pacto con el Nigromante que habita esa fortaleza y que ahora dirija a estas criaturas. Las montañas están infestadas de ellos y nuestro paso a la fortaleza está bloqueado por las montañas y por el llano del bosque, custodiado por las arañas que llegaron de improviso. A saber que hay tras esos parajes, bajo los negros árboles, muchos males nos son desconocidos y aguardan de igual modo en el bosque, males que son tema de cuentos y leyendas...

- ¿Y por qué no bordeáis el bosque?

- Somos inferiores numéricamente y sin el bosque, sus árboles y los poderes que guardan perderíamos nuestra gran baza para la victoria. Además, solos no podríamos conseguir nada aunque empiezan a preocuparnos seriamente su gran número. Nosotros sólo habitamos en el norte por lo que sólo custodiamos nuestros territorios para que no pongan pie en ellos ni terminen echándonos. Entre los elfos ya no queda poder – se lamentó – muchos son los que dejan estas costas...

- Entiendo...

El día llegaba a su fin. El cielo sangraba, su rey se retiraba tras las montañas nevadas que flotaban entre un mar de nubes. La compañía alcanzó unas formaciones rocosas. Sus dientes desgarraban el aire produciendo un fuerte zumbido que resonaba entre las piedras. Había una gran superficie circular entre los riscos, aislada del viento que soplaba. Hicieron varias hogueras con óleo y chispas producidas por las piedras. Se juntaron todos bajo mantas, en aquella época del año las temperaturas en la llanura eran muy bajas. Todos se sentaron alrededor de los distintos fuegos buscando su calor y luz. Pusieron la carne encima de la lumbre mientras esperaban charlaban animadamente en su lengua secreta, incomprensible para los montaraces e irritable para Sithel y la espesa nube de humo de tabaco se alzó entre las rocas, como en todas las noches y sobremesas de aquel viaje.

- ¿Por qué está tan inquieto Thorbardin? – le preguntó Ergoth.

- Tiempos oscuros son los que estamos viviendo y tiempos nefastos son los que aún están por llegar...

- ¿A qué se refiere?

- Por ejemplo, estas tierras hace varios años era muy transcurrida. En aquellas montañas se elevaba una población... mira lo solitario de estas llanuras ahora...

- La guerra civil y la peste dejaron muchas tierras desiertas es cierto pero no logro entender a que te refieres...

- El enemigo crece y se rehace, es solo cuestión de tiempo que amenacen y sojuzguen a los pueblos libres...

- ¿A qué viene todo esto? Desde que el mundo es mundo siempre ha habido males y oscuridad, no es nada nuevo... Y los peligros de hoy en día no son nada en comparación con los que una vez pisaron la tierra en las edades antiguas.

- Pero no por ello debemos estar menos preocupados. No hace mucho que el señor de los nazgûl destruyó el reino de los hombres del norte...

- ¿Piensas acaso que volverán los tiempos aciagos? Me imagino que tu preocupación es que caiga vuestra mina a manos de los orcos ¿No es así? – Thorbardin no contestó – no tienes nada que temer pues no hay ningún líder maquiavélico que dirija a los orcos, no son enemigos a tener en consideración. Son animales carroñeros que únicamente buscan comida. Y en el caso de que Nimrodel se viera amenazada, siempre estaréis al amparo de Moria... – estas palabras sin duda reconfortaron a Thorbardin pues Ergoth era sabio y había luchado con multitud de enemigos y sabía de los peligros que acechaban al mundo.

Náldor y Geko se acercaron a un grupo de enanos que permanecían en círculo en una hoguera charlando y bebiendo en demasía.

- ¿Tú eres Mortak no?

- Así es amigo mío. Por cierto una pregunta ya que venís a saludar ¿Cómo es que un montaraz lleva un hacha a dos manos?

- Por lo mismo que tú llevas otra también. ¿Por qué llevan los enanos martillos y hachas?

- Bien dicho. – dijo soltando una risa limpia Câranden mientras le ofrecía cerveza y asiento a su lado.

- ¿Cómo son vuestras cacerías? – preguntó Geko.

- Mejores que las vuestras sin duda. – se mofó un animado Câranden.

- ¿Has ido acaso a alguna de las nuestras? – preguntó el montaraz al guerrero enano.

- No pero he escuchado vuestro relato al rey...

- Las nuestras son más emocionantes, más gratificantes, más peligrosas y más divertidas... – intervino nuevamente Mortak.

- ¿Y eso por qué? – preguntó intrigado.

- Muy sencillo. ¿Tú has visto a un animal acorralado en su madriguera defenderse por su existencia?

- En estas cacerías nos dividimos en varios grupos – prosiguió Câranden – de un número aproximado a la media centena y rastreamos todos los pasadizos en los que se haya avistado orcos. Les vamos haciendo retroceder hasta acorralarlos en un lugar amplio y grande para después librar la cacería propiamente dicha. Pero es en el rastreo y el transcurso de hacer retroceder a los trasgos la mejor de todas las partes ya que estás en inferioridad numérica, siempre estás atento, en tensión, no sabes si puedes morir en cualquier momento en una emboscada y es mucha la emoción que soporta tu cuerpo, es muy extremo. Luego en la cacería los orcos pelean de una forma enrabietada que hacen las delicias de mi maza – rió abiertamente – Las que yo llevaba acabo en las montañas septentrionales eran detectar y entrar en una madriguera para luego avanzar por la fuerza a golpe de hacha y martillo hasta llegar a las salas principales en donde se encuentra el cacique y su séquito. En esas cacerías si no somos muchos es un acto suicida ya que ellos están en su casa y se conocen las entrañas de la montaña y su número es elevadísimo. Menos mal que contábamos con unas potentes lámparas que los cegaban...

- Pues sí parece atractiva la cacería – admitió Geko – no obstante primero hay que probarla...

- ¡Tranquilo, tendrás la oportunidad! – contestó Câranden dejándose influenciar por la cerveza.

- Sithel ¿Por qué no nos acompañas? – ofreció un sitio Náldor.

- ¡No! – protestaron a coro en voz baja los enanos.

- Déjalo, el sitio que me ofreces no es mi lugar...

- Eso, mejor solo que mal acompañado... – dijo nuevamente en voz baja Câranden.

- ¿Alguna cuestión que os impida compartir un fuego y una noche con un elfo?

- ¿No eras tú el que tanto pregunta sobre la relación entre nuestras dos culturas? Deberás sabes la respuesta ¿O no?

- Nuestro odio es muy antiguo, no estoy muy seguro pero creo que la enemistad entre nuestras dos razas fue a causa de los anillos de poder. Pues ellos forjaron el mal, y como fueron ellos los causantes de todo, ellos deberían resolverlo...

- Por lo que no participamos en las guerras y cerramos nuestras puertas a sus problemas, cosa que nos reprocharon amargamente. Aunque no viene de ahí enteramente nuestra rivalidad, fueron esos sucesos lo que condicionaron el odio pero fue en las edades antiguas, cuando el primer Señor Oscuro moraba en la Tierra Media, cuando empezó a nacer esa rivalidad aunque solo entre dos pueblos concretos pero que siempre se han echado en cara por ser nuestros hermanos. Esos hechos no son otros que la masacre de las Mil Cavernas entre el ejército de Nogrod y Doriath por culpa de la codicia del Silmaril, uno de los sucesos más tristes de la primera edad. Aunque no siempre nos llevamos mal, combatimos juntos contra Morgoth y les construimos armas y palacios. Incluso en la segunda edad, los elfos se establecieron en Eregion, junto a la puerta oeste de Moria para comerciar con el mithril y enriquecerse ambos. Incluso llegaron a adquirir grandes conocimientos en la forja de los metales... Es curioso ver que nuestra enemistad se debió a dos joyas de gran poder y codicia: el Silmaril y el Anillo Único. Y curioso es también de veras el hecho de que estos dos artefactos creados por los elfos sean los culpables que han desencadenado todas las guerras de este mundo... se podría decir que los elfos son los responsables de todos los males que han ocurrido...

- Visto de ese modo yo mismo odiaría a los elfos por poner en peligro la paz y la tierra... – admitió Geko.

Los fuegos expiraban, al igual que lo hacía la noche, cuando el sueño había derrotado a sus presas que dormían profundamente tras haber llenado la barriga, saciado su sed y sus ganas de cantar. La cerveza había corrido hasta altas horas de la mañana, era el mediodía y aún no habían partido. Los guardias habían caído rendidos en la noche y dormían apostados en piedras, dos de ellos incluso descansaban de pie. Sithel estaba en la llanura practicando con el arco, acertando las flechas entre las piedras, clavándolas en los pequeños espacios de tierra que encontraba. No despertó a nadie alegando que no fue avisado de tal tarea, cosa que fue reprochada amargamente. Varios enanos fueron despertándose por la llamada de la naturaleza y cayeron en la cuenta de la hora que era. Avisaron a todos apresuradamente y Thorbardin los puso a marchar rápidamente. Anduvieron sin demora, comieron en marcha y no descansaron en la sobremesa para recuperar el tiempo perdido.

- Parece que tiene prisa Thorbardin...

- No me gusta ser impuntual a mis citas y a mi primo no le gusta esperar. – alegó contundente el enano.

- ¿Y a vos os gusta esperar? A este paso llegaremos antes que él...

- Mejor. – fue la rotunda respuesta que obtuvo.

- La preocupación que tenéis por los orcos es injustificada, vos mismo dijisteis que vuestro número era elevado y que teníais poder para defender vuestra plaza. – dijo Ergoth con la intención de que confesara si había algo que no sabía.

- Así es pero cuando antes lleguemos, antes podremos defenderla...

- Ciertamente. – admitió Ergoth.

- Este es Gárneon, mi mejor capitán y amigo. – les presentó Câranden a Náldor y Geko.

- Hola, soy Náldor hijo de...

- Ahórrate las presentaciones – le interrumpió – ya sé quienes sois. Thorbardin las hizo antes de partir de Éstaleth.

- Cierto.

- ¿Así que tú eres el montaraz que empuña el hacha?

- Así es, se ha propagado el rumor por lo que veo. ¿Por qué os parece tan extraño?

- Los hombres descendientes de los llegados por mar nunca se han devuelto bien con ellas. Si acaso, los hombres del sur y del este que más que hombres parecen bestias...

- Siempre debe haber una excepción que confirme la regla...

- Son un poco absurdos esos parámetros. ¿Qué más dará el arma que se empuñe mientras sea con eficacia? – dijo Geko.

- Ay que poco sabes de los enanos. – habló Mortak – Nosotros somos muy orgullosos aparte de otras muchas cosas...

- No veo que tendría que ver el orgullo en estos asuntos...

- Pues a que no hay o no debería haber seres que empuñen las hachas mejor que los enanos, de todos es sabido nuestra maestría, y es un agravio el hecho de que otros seres intenten superarnos... – los montaraces pusieron una mueca de estupefacción al oír aquello.

- No les hagas caso, no todos los enanos somos como ellos; orgullosos, arrogantes, testarudos y creídos. – dijo en voz baja Câranden para tranquilizarles.

- ¿Qué pasa? ¿Qué como los enanos solo sobresalís con las hachas, no podéis admitir que haya otros seres que las manejan mejor que vosotros? – se burló.

- Para nada – rieron abiertamente – no pretendo que lo entendáis pero nos resulta extraño que uno de los humanos, que siempre se han desenvuelto bien con la espada, empuñe un hacha, es un agravio como ya he dicho antes. Un humano no blandirá nunca con tanta maestría el hacha como la espada... eso es lo único que decimos. – sentenció.

- Y los enanos no sólo sabemos usar hachas – añadió Câranden – yo me desenvuelvo muy bien con la maza. – bromeó.

- Si quieres hacemos una demostración... – planteó el dúnedain desafiante, consternado y un poco molesto por tan absurda conversación.

- No hará falta, en la cacería tendrás oportunidad de demostrar la valía que pudieras poseer con el hacha.

- Se verá... sin duda. Es más, os planteo una apuesta, si os atrevéis por supuesto...

- Parece mentira que no sepas que nosotros los enanos no huimos las apuestas, nos encantan. – rió.

- Combatiremos juntos en la cacería y quien derribe a más enemigos, demostrando mejor manejo del hacha, aparte de ganar el respeto de los demás, conseguirá el arma del contrincante.

- Muy buena apuesta sin duda, con gran simbolismo sí señor, como las que nos gustan. Acepto encantado. – dijo muy conforme con la apuesta y sonriente Mortak.

- Y yo lo haré también de muy buen gusto. – rió Gárneon.

- Y si alguno de nosotros resultase muerto, podremos recoger su arma de entre sus mortecinos dedos como sello de la apuesta...

- No me cabía la menor duda de ese punto, pero no te daré el placer de que te apropies de mi hacha – dijo Gárneon – pues esta arma es una auténtica reliquia.

- ¡Pero Naldor, estás loco! Los enanos manejan el hacha mejor que yo mi pipa de fumar... – dijo Geko al oído de su amigo.

- Ten un poco de fe. Además, ya voy necesitando un arma nueva, la mía está en muy mal estado... – bromeó – Mira que magnífica arma lleva Gárneon, una autentica maravilla como él dice, sin duda obra de la gran metalurgia enana de antaño. – dijo mirando el hacha del enano de empuñadura dorada con runas grabadas, doble filo de mithril y adornos en el mango en caoba recubriendo el metal.

- Con más razón, ¡Tu hacha mellada no puede competir con una de mithril!

- Es posible... pongamos esperanza pues en mi habilidad y agilidad. Los enanos son lentos aunque muy fuertes. Mientras el haya derribado a uno yo ya podría llevar dos... – concluyó también en voz baja.

- ¿Sabes Náldor? – habló Câranden que había aguardado con expectación – te pareces mucho a un enano en cuanto a la opinión y forma de ser. Creo que nos llevaremos muy bien...

Siguieron hablando y discutiendo sobre asuntos de los enanos y demás casos concernientes a ellos y sobre las demás culturas, absurdas para el entendimiento de los dúnedains como la extraña discusión del manejo del hacha; aunque siempre en cordialidad y amistad. Se acabaron haciendo amigos a lo largo del día a pesar de todas sus indiferencias.

La tarde siguió sin detenerse mientras la compañía andaba ya fuera de los dominios de Gondor, a los pies del río que avanzaba sonante y solemne por entre unos pequeños acantilados, a varios pies por debajo de ellos. Llegaron finalmente, siendo la noche joven todavía, a un valle; dejando a sus espaldas un recodo que hacía el río hacia el interior. Acamparon en la mullida hierba que crecía, a no muchas yardas del río, en un claro en el que se tumbaron agotados de la marcha. Desde el campamento instalado, en el que ya se preparaba la cena, se veían las fronteras de Lórien en la lejanía, si hubiesen seguido andando un poco más, habrían llegado pasada la medianoche. Era un bosque alto y frondoso que emitía destellos dorados y plateados. Ningún viajero que no conociese las historias de Lothlórien creería que aquella maravilla fuese un bosque, sino un secreto del mundo. Una de la multitud de obras bellas que hiciesen los valar a su llegada a Eä en las edades inmemorables.

- Mira señor, Lórien – comunicó Ergoth a Thorbardin – al parecer se confirma lo que dije.

- ¿El qué?

- Que llegaríamos antes...

- En absoluto mi nuevo amigo, hemos alcanzado estas tierras como estaba previsto. Mañana por la mañana llegaremos a Lórien, mucho antes del mediodía. Seguiremos el camino que recorre sus fronteras a gran distancia de los elfos hasta la montaña y llegaremos al valle escarpado a la hora señalada, en el segundo día del nuevo mes.

Los dos montaraces se acercaron al fuego en el que se cobijaban Ergoth y Thorbardin y tomaron asiento. Náldor sintió como todos los enanos se le quedaban mirando y no lograba a entender la razón.

- ¿Qué ocurre Thorbardin? Todos menos Câranden, Mortak y Gárneon son muy callados con nosotros y no paran de mirarnos, en especial a mí. ¿Les desagrada nuestra presencia?

- Para nada, al contrario, están encantados. Ha llegado a mis oídos que te pareces mucho a nosotros en la forma de pensar y actuar. Y que tienes una apuesta con dos de los mejores guerreros presentes aquí hoy en el valle. Si son callados no es por otra cosa que la lengua. Nosotros siempre hemos hablado en nuestro propio idioma y nos habíamos olvidado ya de la lengua común. Hace mucho tiempo que no hablaba así y ahora me cuesta, seguro que algunos de nosotros la ha olvidado completamente. Y si te miran es por que quieren ver al montaraz que ha desafiado a Mortak y Gárneon en el manejo del hacha.

- ¿Qué apuesta es esa? – preguntó Ergoth.

- Náldor ha hecho una apuesta típica de las nuestras, con los dos enanos que acaba de mencionar Thorbardin. Se han jugado el respeto y el arma. Cree que vencerá y que se apropiará del arma de Gárneon...

- Gran honor se te concedería con tan solo poner las manos en dicha arma, es una reliquia de nuestros días de mayor esplendor y nadie sabe como la consiguió. Su filo de mithril penetra en las armaduras al igual que la tuya pudiera cortar una fina hierva...

- Ya me he dado cuenta, por ello he sugerido la apuesta. Mi hacha está desgastada y en mal estado y no me dolería desprenderme de ella por lo que no tengo nada que perder...

- Muy buen manejo has de tener con el hacha o mucho te ha tenido que subestimar para que se arriesgue tan noble arma y tú pienses que puedas ganarla. Aunque la de Mortak tampoco se queda muy atrás, aunque no sea de mithril es un arma magnifica. Creada por las nuevas técnicas secretas enanas que no te desvelaré, aunque que sí te diré que aunque al atacar es como otra hacha vulgar, es irrompible y muy ligera. Nunca se te mellará ni aunque atices con ella a los mismísimos pilares de la tierra. Pero la de mithril es mucho más devastadora y penetrante y corta mucho mejor, todo hay que admitirlo.

- ¿Ningún enano empuña una espada para hacer una apuesta? – bromeó abiertamente Ergoth mientras brindaba con Geko. – Salud. – concluyó dando un gran sorbo.

- Parece que vosotros también nos subestimáis. Yo sólo te digo amigo Náldor, que ganar a un gran guerrero enano con una hacha de mithril es... imposible.

- Posiblemente pero como ya he dicho, Thorbardin, no tengo nada que perder pero sí mucho que ganar...

- Eso es cierto pero así no te impondrás. – admitió el enano.

- No es imposible – intervino Thorand, un enano que estaba sentado con ellos a la derecha de Thorbardin y que era un soldado a las órdenes de Gárneon – muchas veces he visto blandir tan noble arma ante mis ojos, pero el no ganará por este arte...

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que él normalmente usa las artimañas para matar orcos más que la maestría y destreza con el filo.

- ¿Qué tipo de artimañas?

- En el rastreo es donde cogerá la delantera. Siempre consigue apañárselas para acompañarse de los mejores guías que le llevan por los mejores sitios. Pelea en primerísima línea, donde echa mano de su destreza, hasta que la hueste orca empieza a debilitarse seriamente, entonces pone en funcionamiento su artimaña. Se retira y rodea el campo de batalla por pasos alternativos, con la ayuda de guías, y se posiciona detrás de los trasgos. Entonces cuando se den a la huída, tirando las armas y estando la mayoría heridos, saldrá de entre las sombras cercándoles el paso y cortándoles algo más que la huída.

- ¡Así cualquiera! – se indignó Geko.

- ¿Por qué me cuentas esto?

- Una vez realizamos una apuesta poniendo como premio una joya. Cuando gané me privó de mi recompensa con mil y una excusas...

- Si tú le ganaste no será imposible...

- Entonces no tenía la de mithril... – dijo con risa sarcástica.

- Pues ten por seguro que la próxima vez, lo único que verá aproximarse por el pasillo será mi figura y mi hacha ensangrentada.

- ¡Así se habla! – exclamó Ergoth – y tú que siempre estabas en contra de nuestras mismas apuestas... – dijo sonriente viendo a Náldor que se ruborizaba en cierto modo.

- Sithel, ¿Por qué no nos acompañas? – ofreció un sitio Thorbardin al elfo – no hemos tenido la ocasión de charlar aún. Ven a cenar con nosotros.

Los enanos sacaron algunos barriles pequeños de cerveza que compraron en Éstaleth y repartieron la carne junto a pan untado con mantequilla y chorizo. Sithel sacó su bota de piel llena de vino ya que no le gustaba la fermentación de la cebada.

- Cuéntanos algo de ti, de tu pasado...

- Mi pasado no es digno de ser sabido o contado, sólo de ser olvidado...

- ¿Qué quieres decir? ¿Te ha ocurrido alguna desgracia? – preguntó desconcertado Thorbardin. Sithel no contestó.

- Entonces será mejor que el presente sea dichoso para que así en el futuro sea digno de ser narrarse junto a un buen fuego, como las grandes historias. – dijo Ergoth.

- Brindo por ello. – Náldor y Geko levantaron las copas al unísono.

- Brindemos pues por el presente y futuro. – contestó alegre Sithel respondiendo al ademán y estrellando sus copas en el aire.

- Bueno Thorbardin, ya basta de preguntarnos a nosotros sobre nuestras hazañas y pasado. ¿Qué hay de ti? ¿Cuéntanos algo? – ordenó Geko tras haber dado un buen sorbo de cerveza.

- Como gustéis – respondió complacido – fueron muchos los años que han pasado, era joven y no había llegado aún al centenario cuando mi padre y yo deambulábamos por las montañas septentrionales. Mis antepasados rehusaron de partir, junto a casi la totalidad de los enanos, hacia Moria; la única mansión de los enanos que quedaba en pie. Todos los que partieron lo hicieron con un mismo propósito, engrandecerla y convertirla en el mayor reino enano de todos los tiempos habidos y por haber. A pesar de ello, muchos fueron también los que siguieron el camino de mis ancestros y viajaron desde entonces sin rumbo por las montañas, viviendo en cuevas y comerciando con los hombres. Varios líderes de los pueblos nómadas decidieron un buen día construir con sus propias manos un reino que acogiese a todos los hijos de las montañas. Requerían de un lugar rico en minerales con los que comerciar y sustentar el reino, especialmente en los primeros años. En las montañas del norte no existía tal paraje por lo que yo y mi padre partimos hacia el oeste y tras mucho buscar, llegamos a las Montañas Nubladas acompañados por el pueblo de mi tío Dundalen. En el corazón de las montañas, en el nacimiento del Celebrant, encontramos un lugar hermosísimo donde establecer una pequeña ciudad. Era una llanura entre las cimas montañosas, un pequeño lago, nacimiento el río, yacía en el centro como si fuese una isla cercada por las cumbres nevadas; allí se estableció mi tío. Cavaron cuevas y galerías bajo la tierra, y en el interior de los picos más altos construyeron grandes torres. Pero a mi padre no le terminó de convencer y a pesar de que nos quedamos allí largos años, terminamos por partir. Finalmente descendimos de la cordillera, atravesamos el valle del arroyo sombrío y pasamos de largo las puertas de Moria que allí se abren. Mi casa no tiene buen aprecio a este reino por motivos que desconozco pero que sé que se remontan a la Primera Edad del Sol... – tras el breve inciso prosiguió – Tras cruzar el Nimrodel y descender largo tiempo llegando incluso hasta avistar los primeros árboles de Fangorn, acampamos. Era una hermosa noche de primavera al raso y reunidos en un fuego, los casi trescientos enanos del pueblo de mi padre. Cantando y bebiendo alegres al pie de la montaña cuando algo en ella nos llamó la atención. En mitad de su falda, había lo que parecía ser un camino oculto por rocas a modo de parapeto. Por él asomaban débiles antorchas, eran trasgos que se dieron a la huída tras percatarse de nuestra presencia. A la mañana siguiente nos encaminamos hacia allí, escalando la pared de la montaña hasta asaltar el camino oculto que se perdía en el horizonte, entre multitud de riscos bordeando la cordillera. Lo seguimos hasta dar con una gran entrada que conducía hacia las entrañas de la montaña. Acampamos en aquel estrecho camino tallado y entramos al día siguiente con las armas empuñadas y las antorchas ardiendo. Eran grandes madrigueras de orcos, las más grandes que he contemplado jamás; incluso me parecieron bellas a los ojos. Estaba atestada de trasgos, aunque era algo inusual no estaban involucrados con el arte de la guerra. Vivían en paz y sus únicas metas era trabajar la montaña y procrear. A pesar de ello no dejamos títere con cabeza, mujeres y niños inclusive, si es que se pueden comparar con una mujer o un niño, propiamente hablando... Fue la única vez en toda mi larga vida que me apenaba dar muerte a unas criaturas de esta calaña y la primera vez que sentí compasión por ellos. Tras estudiar las galerías hayamos todo tipo de minerales, habíamos dado con el lugar que buscábamos. Aunque sabiendo la forma por la que la descubrimos... no me extraña que en tiempos venideros no hiciésemos otra cosa que hallar madrigueras, aunque éstas si se nos levantaron en armas. Enviamos las nuevas a todos los pueblos de las montañas y a mi tío. Así empezamos a construir la que sería la futura Nimrodel. Dundalen no quiso venir, se había enamorado de la isla cercada por picos que encontramos al norte, por lo que hicieron un pacto: sólo se dignaría a bajar si conseguía dar a Nimrodel tal belleza que consiguiese ridiculizar a la que él gobernaba en el norte y eso no ha sido tristemente hasta ahora. Mi tío y mi padre murieron sin cumplir ese pacto pero entre mi primo y yo lo cerraremos en su nombre...

- ¿Y alguna historia de combate? – volvió a preguntar Geko.

- Ay mi querido Geko, he resumido mucha la historia ya que en ella abatí a muchos trasgos. Desde que llegué por primera vez a las minas hasta la última vez que las pisé maté a decenas y decenas de ellos pero llegado a las dos centenas... perdí la cuenta. – sonrió alegremente.

- Pues si que debe haber trasgos en esas montañas, lástima no habernos conocido antes y haberos acompañado. – suspiró con tono bromista.

- No habríais podido.

- ¿Por qué?

- No creo que hubieras nacido aún.

- Sesenta años llevo vividos...

- Ni la mitad que mi persona.

- ¿Cuántas primaveras habéis pasado?

- Doscientas ocho. – dijo orgulloso.

- Eso son muchos años para vuestra raza ¿No? ¿Vosotros los enanos no vivís menos de trescientos años?

- Los más longevos han alcanzado las cuatro centurias. No soy tan viejo, no me quieras dar sepultura tan pronto... – bromeó nuevamente – Cuando partimos hacia el oeste tenía setenta años y llegamos a Nimrodel cuando yo ya había pasado los noventa inviernos. Hace diez que partí nuevamente al llamamiento de los últimos pueblos antes de retornar a tan anhelado hogar...

Después de cenar los grandes grupos se deshicieron, algunos fumaban, varios dormían ya plácidamente y otros cuchicheaban hasta que el sueño hizo presa de ellos.

Esa mañana se regocijaron al ser despertados por los hermosos y alegres cantos de los pájaros, sin duda estaban cerca del bosque de Lórien. También sonaba el río y el susurro del viento al mover los árboles y arbustos que se cernían alrededor de ellos, en aquel bello paraje. Habían dejado atrás las toscas praderas salpicadas por piedras y riscos, de grandes mesetas y colinas para dar paso a los valles hermosos, de hierba alta, suave y blanda. Con el bosque más hermoso de la Tierra Media perfectamente a la vista ahora con el sol iluminando la verde tierra.

- Tras desayunar descenderemos por el valle hasta allí, el lugar donde se abre el camino hacia Nimrodel.– señaló con un palo – Estamos llegando a los tramos finales de nuestro viaje amigos míos, alegría y temor me invaden el cuerpo en estos momentos. – decía Thorbardin mientras muchos enanos y los montaraces comían bollos y pasteles de azúcar y mantequilla – Alegría de ver la ciudad de Nimrodel a cuatro jornadas, en aquellas montañas – señalaba nuevamente mientras estaba de pie oteando el horizonte – pero incertidumbre a la vez por lo que vaya a ocurrir en cuanto lleguemos a las fronteras de los elfos...

- Si te sirve de consuelo Thorbardin – le dijo Sithel – los elfos se percataron de nuestra presencia anoche y no nos asaltaron cuando tuvieron la oportunidad al amparo de la oscuridad...

- Están muy lejos como para salir del bosque y atraparnos...

- Es preferible parar a tu enemigo lejos de tu plaza ¿O no maestro enano? – Thorbardin admitió con la cabeza.

- Precisamente con ese fin puse vigías y organicé guardias nocturnas... – replicó.

- De nada sirve poner a enanos vigilando, los elfos de Lórien son muy sigilosos y casi invisibles bajo sus prendas. Si nos quisiesen atrapar, ten por seguro que no estaríamos aquí desayunando tranquilamente. Mi consejo es, ya que no nos han asaltado ni dado el alto, continuemos tranquilamente sin prestar atención al bosque y durante las noches, que todos descansen; estas tierras están bien protegidas. Y no tengáis en tan mal estima a los elfos pues sólo desean la paz y no lucharán a no ser que vean amenazados su hogar o se adentren en ellos criaturas no deseadas a sí que no corremos peligro alguno. Muy pocos son los privilegiados a los que dejan pasar en sus bosques incluso de su propia raza. Yo tuve el honor hace mucho tiempo, cuando la Tierra Media respiraba tranquila sin el acecho de las sombras.

- Bueno, pongámonos en marcha pues, sin temor y sin demora... – dijo al fin Ergoth. Todos le siguieron y descendieron el valle.

No tardaron mucho tiempo en darle alcance cuando aún distaba bastante del mediodía. Se quedaron intimidados por la altura de los árboles, en la lejanía no parecían poseer tanta envergadura.

Pasaron a varias yardas de distancia, echando miradas recelosas a la linde del bosque. Parecía que el invierno no afectaba a aquella zona; seguía igual de hermoso y florecido que en el resto del año. Si acaso, las hojas estaban más amarillentas que de costumbre lo que le daba al bosque un tono más de acorde con el nombre en la lengua común con el que se le conoce: el Bosque de Oro.

- Aceleremos el paso a partir de aquí. – dijo Thorbardin a los demás – Son dos jornadas desde aquí hasta el otro lado a paso ligero. Al ritmo que llevamos actualmente, tardaríamos cuatro jornadas enteras... Comeremos en marcha y no pararemos hasta la noche. Seguro que los elfos estarán contentos si dejamos sus fronteras lo antes posible... – decía mirando de reojo a los primeros árboles.

La compañía aceleró el paso notoriamente en comparación con el que habían llevado hasta ese punto. Fue un transcurrir silencioso, los enanos hablaban en voz baja temiendo que los elfos los oyeran, e intentando pasar lo más discretos posible.

- Este bosque me da mala espina. – comentó Câranden.

- ¿Mala espina o miedo? – dijo Sithel con tono apacible y tranquilo, el enano no contestó pero se notó molesto.

- No llego a apreciar movimiento alguno, parece no haber nadie en esos árboles. Los elfos se encontrarán más hacia el interior...

- No los verías ni aunque estuvieses en la mismísima línea del bosque...

- ¿Me estás llamando ciego? – se enojó.

- Para nada, únicamente digo que no les verás si ellos no quieren que lo hagas. Bajo sus capas élficas y en los árboles son invisibles.

- ¿Tú los ves? – preguntó Náldor.

- No; como ya he dicho antes, nadie les ve si tal es su propósito. Pero sí los siento...

El sol se alzaba rojo y el viento arrastraba el frío de las cumbres heladas. Los enanos transcurrían por el valle apresuradamente en rigurosa formación, como en todo el camino, con las cabezas agachadas y casi en silencio. Comentarios sueltos y el canto de los pájaros acompañaban el sonar permanente del lejano río. Muchas miradas vigilaban el bosque, temerosos de que saliesen, de pronto, las flechas letales de penacho blanca de los elfos silvanos, que cortara algo más que sus pasos; pero no ocurría nada. Algunos enanos no apartaban la vista pero no por temor, sino porque quedaron maravillados de tan hermoso paraje aunque nunca reconocerían aquel sentimiento, ni siquiera lo llegaron aceptar ellos mismos para sus adentros y se esforzaron en odiar aquel lugar con todas sus fuerzas. Así transcurrió gran parte de la mañana en el que recorrieron una gran distancia.

- Tanto silencio me parece excesivo – dijo entre carcajadas Sithel al ver a los enanos – los elfos tenemos un agudo oído pero no como para llegar a entender lo que hablan unos enanos a decenas de yardas, y menos si es en vuestra lengua que ninguno de nosotros conoce... Se suponía que odiabais a los elfos, no que los temierais...

¡Si en los tiempos que corren apreciáis en lontananza

un río transcurrir de destellos de armaduras doradas,

escudos de hierro y de acero las hachas y las lanzas...!

¡Contemplaréis al más mortífero ejército transcurrir a la batalla!

¡Enanos orgullosos, con bien alta la cabeza caminar por esta tierra,

que ni los grandes elfos ni los valientes hombres su poder comparan

pues de todos es sabido que el coraje y fuerza de un enano sólo la muerte para!

Câranden rompió el silencio e interrumpió a Sithel con esas frases que los aliados decían a los ejércitos enanos antaño. Enseguida se le unió Mortak al cabo de la primera estrofa. Los pájaros callaron al oír esas roncas y poderosas voces cantar en esa tierra, en la que sólo las dulces y melódicas canciones élficas sonaban. Cuando terminaron, toda la compañía la volvió a repetir con voces orgullosas, poniendo en la frase “que ni los grandes elfos...” mayor énfasis.

Llegó la hora de comer y como dijera Thorbardin antes de pasar por delante de las fronteras de Lórien, lo hicieron en marcha. El que lo tuvo más fácil fue Sithel que únicamente tuvo que sacar un trozo de pan del camino y beber un poco de la bota. Los enanos, en cambio, lo tuvieron más difícil. Para los montaraces no era la primera vez ni sería la última, pero los enanos estaban acostumbrados a comer sentado, charlando y bebiendo tranquilos su tan amada cerveza. Por ello, a Sithel se le entrelazaba una nueva sonrisa cuando contemplaba los intentos de los enanos para comer, a los que se les caían las cosas, y se manchaban... Fue un almuerzo muy ligero y rápido, prácticamente comieron las sobras de la noche anterior: mucho pan, embutido y algo de fruta acompañado por cerveza y agua.

- ¿Qué coméis? – preguntó intrigado Thorbardin a Sithel que aún reía tímidamente.

- Comida de elfos, lembas, comunes en los bosques de los elfos. Es lo que solemos llevar cuando hacemos largas travesías o pasamos largas jornadas de vigilancia, un solo bocado llena el estómago de un hombre fornido. ¿Quieres un poco?

- ¿Por qué no? – Thorbardin cogió el trozo que le dio - ¿Tan poco me das?

- Sí – Sithel rió abiertamente – eso te bastará para que llenes el estómago y desaparezca el hambre, créeme.

Thorbardin no le tomó la palabra pero se llevó el bocado a la boca de igual modo y comprobó sorprendido sus efectos rápidamente.

- No es muy rico al paladar, por lo menos a mí no me lo parece... – decía disimuladamente ocultando una mueca de asco – aunque sus efectos son los mismos que si hubiese comido un buen plato de cerdo; pero me quedaré, sin duda, con este último.– se vio obligado afirmar los efectos del pan élfico – He recobrado las fuerzas.– dijo sorprendido pero cuando Sithel se adelantó al paso le floreció en el rostro la cara de angustia que le había provocado aquel simple bocado – bueno, si acaso en casos extremos... – se dijo a sí mismo.

De repente, para desconcierto de los montaraces y Sithel, algunos enanos que estaban reunidos en un círculo, empezaron a golpear sus armaduras. Lo hacían irregularmente, golpeándola de formas diferentes hasta callar de pronto.

- ¿Qué ocurre, Thorbardin? – preguntó desconcertado el elfo que aún poseía las secuelas del bocado que le dio.

- ¿A mí me lo preguntas?

- Eres un enano, a lo mejor es alguna costumbre vuestra...

- Esto no tiene nada que ver con los enanos sino con los que no están cuerdos... – bromeó el enano y Sithel rió para extrañeza propia. Llego a conectar con Thorbardin y se preguntó si todas las creencias entre estas dos culturas y ese odio estuvieran de más.

Finalmente, pasada la comida y su correspondiente sobremesa, ese día en marcha, alcanzaron el camino que se alejaba un poco más del bosque para alivio de los enanos. Era una carretera trazada en la hierba, artesanalmente, que seguía recto hasta perderse en el horizonte al igual que la línea de árboles. Estaba labrado en piedra y de la estrechura de cinco enanos caminando en línea. Éstos, charlaban animados entonces olvidándose de los elfos silvanos del bosque.

- Tengo un mal presentimiento... – le dijo Sithel un poco preocupado a Ergoth.

- ¿Sobre qué?

- Cuanto más nos acercamos a las montañas, más crece una sombra en mi interior...

- ¿No sabes la razón?

- No tengo el don de escudriñar en el futuro pero algo alerta a mi corazón...

- ¿No podría ser que te da mala espina adentrarte en las entrañas de la montaña? ¿En una mansión de los enanos?

- Podría ser sí, pero en el Bosque Verde también vivimos en cavernas; aunque mucho más bonitas y adornados con madera, hierba, flores incluso hasta el Río del Bosque que pasa por ellas antes de desembocar al Celduin. No, no creo que sea ese el motivo. No experimentaba esta sensación desde que cubría las fronteras del Bosque. De cuando se avecinaba un gran peligro...

- ¿Debemos comunicárselo entonces a Thorbardin?

- No, déjalo – respondió con indiferencia – es mejor no alterarle. Además, no creo que nadie de los presentes hiciese caso de los pálpitos de un elfo...

- Yo sí. – contestó firmemente el montaraz.

- Pues estate alerta por si estos malos augurios tomasen forma...

- Hablemos de cosas más amenas, cuéntame cosas de tu pasado. ¿Por qué no estás en los bosques? Ningún elfo los abandona a no ser que sea por fuerza mayor... – la expresión de la cara de Sithel cambió radicalmente que hasta entonces, se había mantenido amistosa y gentil.

- ¿Por qué no estás tú y tus amigos en el Norte con los demás montaraces? Tenía entendido que los montaraces viajaban en compañías, nunca solos; y que luchaban contra los peligros que se acrecientan en el mundo. Las tierras septentrionales requieren de mucho trabajo tras la caída de Arnor, porque imagino que serás de allí, ¿Me equivoco? – la contestación que obtuvo Ergoth no le gustó en absoluto – Veo que no soy el único que huye de su pasado... Cuando tú aceptes tu propia historia y seas capaz de compartirla, podrás escuchar la de los demás... – Ergoth cayó y se adelantó dándole la espalda un poco disgustado – Hombres... – dijo al fin Sithel con tono piadoso. Luego más tarde arreglaron el asunto y conversaron largo y tendido sobre sus hogares y costumbres, dejando de lado el respectivo motivo de sus abandonos.

Geko y Náldor andaban junto a Mortak y Câranden cuando los demás enanos, comenzaron a entonar una canción, gritándola a los cuatro vientos y acompañándola con percusión metálica, resultante del golpeo de las armaduras. Los montaraces se sorprendieron gratamente; en especial Náldor.

Desde las Montañas Grises venimos,

a la gran cacería de Nimrodel acudimos,

más de un centenar de guerreros enanos

la vida de nuestros enemigos aplastaremos.

Para ellos nos acompañan tres grandes montaraces

Ergoth, Náldor y Geko son sus nombres.

El segundo de ellos un alma de enano encierra

y Gárneon y Mortak hicieron una noble apuesta;

se juegan su arma, su respeto y el reconocimiento.

Si Náldor victorioso de la cacería queda

no solo la habrá ganado con gran merecimiento

sino que amigo de los enanos se le nombrará

y de todos sus privilegios desde entonces gozará...

- Gran honor sería, en verdad, si te nombraran amigo de los enanos... – le dijo Mortak a Náldor al oír esa parte de la canción sorprendido.

- ¿De qué privilegios hablan? ¿Amigo de los enanos? – se extrañó.

- A los que son nombrados “amigos de los enanos” se les considera como de la misma raza. Se te enseñaría nuestra lengua por lo que cualquier enano sabrá entonces el título que se te ha otorgado y te ayudará como me podría ayudar a mí mismo. Se te permitiría entrar en nuestras mansiones bajo las montañas e incluso, podríamos acudir si nos pidieses ayuda en tiempos de guerra como acudimos ahora a la cacería. Siéntete afortunado pues muy pocos han sido los que han obtenido este título.

- Y lo referente a partir en tiempos de guerra en tu ayuda está muy condicionado. No significa que vayamos siempre que nos llames, solo que nos lo plantearíamos y eso es mucho. Los enanos no tomamos parte en contiendas que no sean las nuestras y éstas suelen ser bajo las montañas. – contestó muy sonriente Câranden.

Los enanos del primo del rey también acudirán

cuatro mil guerreros de igual modo allí la guardarán

este ejército que acude también los apoyarán

y todos los enanos de los trasgos, las minas defenderán.

Y así, en el año por venir, las canciones recordarán

la gran cacería que en Nimrodel tuvo lugar.

Tras acabar los versos, todos estallaron en júbilo, aplausos y risas. Thorand, el enano que le desveló la estrategia de Gárneon en las cacerías, se acercó a los montaraces.

- ¿Qué te parece nuestra canción, Náldor?

- Ha sido una grata sorpresa – dijo sonriente – gran canción y magnífica percusión. Así que era eso lo que hacíais esta mañana cuando empezasteis a golpear las armaduras sin ton ni son. Creíamos que habíais perdido el juicio...

- No – replicó con una amplia sonrisa – no hemos perdido para nada el juicio. Estos sucesos nos parecen dignos de tener unos versos y las hemos inmortalizado en esta cancioncilla. – el enano se sentía satisfecho, él había sido uno de los principales culpables de la invención de aquellas estrofas. Naldor también reía pues se sentía dichoso de formar parte de una canción.

- Por cierto, ¿Quién es el rey del que habláis? ¿El hijo de Thorbardin? – preguntó Geko.

- ¡Qué va! ¡El rey es el propio Thorbardin! Dunbarth es el gobernador en ausencia de su padre, que será coronado una vez se haya terminado el reino con nuestras llegadas y finalizado la cacería. – los montaraces quedaron consternados por estas nuevas.

- ¿Y no le dedicáis a él algunos versos?

- Aún no la hemos terminado, no hay prisa; aún queda mucho para llegar a Nimrodel y debemos pensar en versos que hagan justicia... – le contestó.

- Tampoco he oído nada de Sithel y también él nos acompaña... – intervino Ergoth produciendo un silencio sepulcral entre los enanos aparte de interrumpir la marcha de aquel sector.

- No importa, Ergoth. – hizo acto de presencia Sithel para impedir confrontaciones étnicas.

- Como ya he dicho, la canción no está aún terminada... – replicó Thorand.

- ¿Tenías pensado dedicarle alguna línea? – el enano no contestó a pesar del tono tranquilo y sereno con el que se le hablaba.

- Tampoco dicen nada de mí salvo una vaga referencia, Ergoth. Hemos gozado hasta ahora de un ambiente coloquial y confortante, no lo estropeemos ahora a falta de cuatro jornadas... – tranquilizó Thorbardin.

Ergoth lo miró con cara tranquila, dándole la razón con la mirada cuando de repente, empezó a cantar a capella e intentando seguir el ritmo que impusieran los enanos antes con su pegadiza percusión.

Y desde el Bosque Verde en las tierras del nordeste

un elfo de nombre Sithel olvidando los perjuicios

entrega su arco y su espada al rey del reino del oeste

bajo la montaña en las Montañas Nubladas

tomando parte en la cacería de los trasgos

y así ser coronado Thorbardin entre el oro y la plata.

Terminó de entonar finalmente Ergoth con voz suave y melódica como si se tratase de un elfo, esos versos de seguidilla.

- Tomar esa parte en la canción y continuarla si queréis, ya estamos todos nombrados en la canción... – y se adelantó al círculo que formaban los enanos que echaron nuevamente a andar a paso ligero por el valle. Sithel sintió un gran regocijo al oír las palabras de su amigo y se las agradeció de veras y ambos sonrieron alegremente.

Fue una noche fría la que se abalanzó sobre ellos. El cielo estaba nublado, la luna asomaba pálida y distante.

- Se avecina una tormenta... – informó Sithel.

Siguieron andando, arropados por las mantas y envueltos en las capas intentando alejar el frío de sus cuerpos. Sus bocas eran el testigo de la temperatura que soportaban y desprendían vaho. No tardaron mucho en comprobar lo que dijo Sithel. En mitad de un paso entre dos pequeñas colinas, les sorprendieron las primeras gotas de agua. Siguieron avanzando en la oscuridad de la noche buscando algún refugio pero encontraban árboles y pequeñas rocas aisladas. Más tarde, Sithel avistó en mitad del valle tras superar los montículos, unos árboles que coronaban a algunas piedras y matorrales secos; rodeados de algunos árboles más, estos dispersos y solitarios.

- ¡Qué suerte la nuestra! Parece una isla... – dijo Thorbardin aliviado.

- Es nuestra isla de la salvación... – bromeó Geko.

Llegaron rápidamente y aliviados al cobijo de los árboles, muy pasada ya la medianoche. No era muy grande el lugar y no podría albergar a toda la compañía cómodamente por lo que estuvieron muy apretujados. El único que no tuvo este problema fue Sithel, quien se subió al árbol más frondoso y pasó allí la noche.

Todo y todos estaban empapados, los árboles no les cobijaban de todas las gotas y pronto se calaron hasta los huesos. Solo consiguieron encender dos lumbres bajo las rocas que permanecían secos y libres de goteos, charcos y pequeños torrentes. Sacaron algo de comida y lo cocinaron en las sartenes sostenidas por palos e incluso en las propias grietas de la roca. Dejaron la carne para otro día y frieron huevos, salchichas y bacon; acompañado todo con pan y mantequilla que también empezaba a agotarse. Finalmente para beber sacaron agua para reservar la cerveza.

- Esta comida es más apropiada de los medianos... – comentó Ergoth pero nadie, salvo sus dos compañeros, entendieron a quienes se refería el montaraz.

Todos pensaban ya en el gran festín que se iba a dar a su llegada a Nimrodel y la esperada cacería. Pensamientos alentadores que ahuyentaron al demonio del frío y la humedad e incluso al del hambre.

- Dame un poco más de pan haz el favor... – pidió Geko al que aún le quedaba un huevo en el plato.

- Será mejor que no toquemos más comida si no quieres pasar hambre en las dos jornadas que restan. No te preocupes, en Nimrodel saciarás tu apetito... – contestó Thorbardin.

- Anda toma, ten el mío... – ofreció Ergoth a su amigo.

- Gracias. Decirme maestro enano, ¿De qué alimentos disponéis en una mina?

- De más de los que piensas... Comerciamos con Moria alimentos por materiales y con los hombres, que anualmente nos llevan enormes cargamentos de cerveza y carne curada a cambio de joyas y metales. En las profundidades de la mina, en las raíces mismas de la montaña, el suelo es de tierra húmeda y cálida en vez de piedra, y por debajo corre un río subterráneo del cual nos abastecemos. En esa zona colocamos una gran lámpara que refleja los rayos de sol que entra en los salones superiores por el techo de cristal y que conducimos por tubos con multitud espejos y diamantes hasta hacerla incidir en la gran lámpara; una autentica maravilla es esa obra arquitectónica, de las que más orgullosos nos sentimos. Allí abajo cultivamos muchos alimentos y criamos animales que trajimos desde la superficie; digamos que es una gran granja subterránea.

- Entonces de veras saciaré mi apetito... – dijo feliz Geko.

- Pero no es, ni mucho menos, la única reliquia que poseemos. Cuando avancemos por el camino escarpado los guardianes de las torres ocultas darán la nueva: “¡Los hijos de Nimrodel han llegado por fin!” Y las puertas se abrirán. Espera llegar y entrar por sus puertas maese montaraz – decía un emocionado Thorbardin – espera bajar por las escaleras iluminadas por canaletes de mármol y oro en las suaves paredes de piedra, mientras los enanos tocan los grandes cuernos de hierro. Y llegar al umbral de la mina donde el pueblo nos dará la bienvenida y nos conducirán a través de avenidas de mármol, salpicado con columnas de granito, todo tallado y adornado con runas y figuras bajo la luz de las grandes lámparas de oro. Y las trompetas y cantos retumbarán en las grandes cavernas a nuestro paso. Nos conducirán al gran salón en donde sin más dilación dará comienzo la fiesta y el festín en las grandes mesas de marfil en la sala blanca, dejando atrás la principal de los cuatro pilares...

- No habéis hecho más que acrecentar mis ansias por llegar, rey Thorbardin. Sin duda quedaré maravillado con vuestros tesoros bajo la montaña...

El enano se sintió de veras complacido y siguió contándole como era el reino durante gran parte de la noche que siguió su curso al igual que la tormenta. Todos se refugiaban apretujados, a altas horas de la madrugada sin poder conciliar el sueño, junto a los casi ya extintos fuegos entre toses y lamentos.

El viento arrastraba el susurro del bosque y Sithel se quedó escuchando, inmóvil, las canciones élficas que resonaban vagamente, sólo audibles para sus oídos. Así le sorprendió el día, en lo alto del árbol como petrificado a la luz del sol como si fuese un troll. A primera hora despertó a toda la compañía, que roncaba a sus pies, tal y como había quedado estipulado durante la noche. No pudieron desayunar nada, se les habían acabado los bollos y pasteles y no quisieron tocar los demás víveres, que los reservaban para la comida y cena; a un enano no le gusta pasar hambre. Así que después beber agua y estirado los músculos, tras haber pasado una noche apiñados de mala manera, continuaron con la marcha. Había llovido durante toda la noche, la fragancia de la humedad emanaba por doquier con su fresca fragancia. Algunas zonas estaban encharcadas y el agua entraba por las botas desgastadas de los montaraces y de las de todos los enanos, menos de los provenientes de Nimrodel que vestían prendas nuevas y lujosas.

- Hoy es veintinueve. ¿Qué día os reuniríais con vuestro primo? – preguntó Geko a Thorbardin.

- El segundo día del nuevo mes. Hoy deberíamos llegar al final de las fronteras de los elfos y pasado dos días más, llegar al camino escarpado donde aguardaremos a Dúndel, hijo de Dundalen, mi primo bien amado al que hace muchísimas lunas que no veo.

- No sabía que fueseis rey, señor.

- Y no lo soy, aún no.

- ¿Por qué lo mantenéis en secreto?

- No es ningún secreto mi querido Geko, pero a nosotros los enanos, y a mí menos que a nadie, nos gusta adelantar sucesos.

- ¿Por qué no? Si permite mi discrepancia...

- Porque las cosas nunca salen como se tienen en mente y es mejor no hablar de sucesos que aún están por llegar porque quizá luego no lo hagan... No vendas la piel del oso antes de cazarlo...

- Este bosque parece nunca acabar... – se enojó Câranden – Deberíamos alcanzar sus fronteras esta noche, o mañana al alba como muy tarde... ¿Deseoso de que dé comienzo la cacería? – preguntó ahora dirigiéndose a Náldor que caminaba a su diestra.

- ¿Tú que crees? – contestó con una sonrisa que fue respondida por el enano.

- Estás cosechando grandes éxitos entre mis enanos, maese Náldor. Mucho hablan de ti aunque no lo sepas...

- En vuestra lengua supongo, por ello no sé lo que habláis, si lo hacéis de mí ó si lo hacéis para bien o para mal...

- Supones bien y no hablan mal de ti. Muchos quieren combatir a tu lado y ser testigo del hombre que desafió a dos de los mejores enanos que pisan hoy este valle, como bien dijo Thorbardin. Quieren estar presentes en el cumplimiento de la apuesta, que se ha hecho realmente popular como habéis habrás podido comprobar en la canción que han compuesto. Cuando se corra la voz por Nimrodel serás recibido y tratado con grandes honores y se harán nuevos relatos, tenlo por seguro...

Todas estas ideas le causaban risa y una enorme alegría a la vez. Se sentía importante, como un gran guerrero legendario o un noble príncipe de valor reconocido en el campo de batalla.

- Mirad lo que os digo...

Y recorriendo con la vista a los que señalaba el enano, vio que muchos le hacían una leve y gentil reverencia

- Mis saludos joven montaraz. Soy Thormit y sería un honor estar presente en sus hazañas en la inminente cacería.

- De igual modo yo os saludo, mi nombre es Tarnet.

- Mis respetos, maese Náldor. Me llamo Golbag...

Y así muchos enanos se fueron presentando y mostrando sus respetos mientras el dúnedain no sabía como reaccionar. Todos los que se acercaron eran jóvenes guerreros enanos, los más longevos no sentían tanto aprecio por el montaraz y se mostraban reacios a presentarle sus honores y respetos a una persona que no los merecía.

Así continuó el resto de la mañana. A la hora de comer y la sobremesa, transcurrió sin cesar el paso. Geko conversaba con Thorbardin mientras Ergoth hacía lo propio con Sithel. Náldor siguió recibiendo alabanzas y servicios junto a Câranden, con el que llegó a entablar gran amistad.

Llegada la tarde y el sol ya en pleno declive, Gárneon y Mortak acudieron a hablar con Naldor para incitarle y provocarle.

- Bien maestro montaraz. Quedan tres días para que dé comienzo la cacería y con ella apuesta. ¿Nervioso?

- Para nada.

- Me imagino que querrás cambiar tu arma antes de que dé comienzo el rastreo.

- ¿Por qué iba a querer tal cosa?

- No hay más que mirarla, está en penoso estado. El filo es muy... rudimentario.

- No te preocupes, la afilaré antes de que todo dé comienzo. Pero aún mellada te ganaría... – dijo desafiante.

- Muy convencido te veo, ¿Ocultas algo bajo la manga?

- Sólo mi brazo... – bromeó.

- Bueno de todas formas eso ya lo veremos. Solo quería poneros las cosas menos difíciles y ver de qué ánimos hacéis gala. Cuando lleguemos a las minas discutiremos sobre nuestra compañía y las rutas a seguir, no es el momento ni el lugar para hacerlo. ¿Hay alguno que queráis que os acompañe en especial?

- Hay muchos... – volvió a bromear señalando con el brazo a todos los que se habían presentado.

- ¡Yo! – gritó Geko haciendo acto de presencia interrumpiendo a Náldor – Faltaría más que no acudiera con mi buen amigo a una cacería. – rió.

- ¿Y vuestro otro compañero?

- Él creo que partirá junto a vuestro rey y Sithel. – contestó nuevamente el montaraz.

- Mejor, mucho mejor... Ya hablaremos en las minas y nos veremos codo con codo frente a nuestros enemigos.

- Ganará el mejor.

- No te quepa la menor duda.

Y Mortak y Gárneon se adelantaron y fueron charlar con otros enanos.

- No pienses mal de él. – dijo Câranden al leer en los ojos de Náldor la ira que creció en su interior – Solamente te está tanteando. Es un gran guerrero y de gran corazón, aunque a veces pierde los estribos con sus apuestas, y más aún si las pierde lo digo por experiencia propia. ¿Ves esta joya? – le mostró una piedra preciosa tallada, pequeña, que le colgaba del cuello, roja como la sangre – se la gané en una, en las Montañas Grises. Aunque eso fue antes de que heredara el hacha que ahora empuña... Suerte. – le deseó amablemente y con cierto sarcasmo.

- Las mismas palabras que Thorand...

- Posiblemente. Hará algunos años nos hicimos con un gran botín de piedras preciosas y nos las jugábamos entre nosotros en multitud de apuestas. – aclaró el enano ante la turbación del montaraz.

- Pues a mí sí que me corroen los nervios. – respondió emocionado Geko – Sólo quedan tres días para que empiece... con lo idílico que me parecía cuando partimos de Éstaleth hace tanto tiempo...

- ¿Tanto tiempo? ¡Si sólo han pasado cuatro días! – exclamó su amigo.

- A menudo cuando se pone muchos deseos y fijación en que llegue una fecha y acontecimiento, el tiempo parece transcurrir más lentamente; un día puede parecerte una semana. Creo que has sido víctima de tu propia euforia... – se burló el enano.

Geko no contestó pero aún tenía dibujado en la cara una amplia sonrisa.

- ¿Tanto te gusta matar orcos? ¿Qué eres, un aniquilador?

- ¡No! – exclamó divertido – no soy ningún asesino, solo un guerrero y como tal disfruto enormemente en el campo de batalla. Aunque es cierto que mi predilección son los orcos... – bromeó - ¿Tú sabes en que basan la fuerza de sus tropas y compañías?

- ¿En su número? – respondió Câranden no muy seguro de sí mismo.

- Exacto, Y acaso eso no es... ¿Estupendo?

Llegó la noche y como era habitual, encendieron grandes hogueras donde calentaron los pocos alimentos que les quedaban; mientras, amenizaban la noche y la espera, de tan ansiada llegada a Nimrodel, charlando y cantando.

En un círculo, permanecían Náldor y Geko junto a muchos enanos conocidos y siempre al lado de Câranden y Mortak. Debido a la presencia de los montaraces, la conversación se produjo en la lengua común para que pudieran formar parte de ella.

- Yo vengo de las Montañas Grises amigos míos y la vida ya no es fácil allí. Los orcos se han multiplicado y excavan con gran ambición toda la montaña. No dejaban que nos instalásemos en ningún lado, a pesar de las innumerables matanzas que llevábamos a cabo. Han hecho de la montaña una gran madriguera. – dijo un enano.

- Yo junto a algunos más somos, o más bien éramos, de las Colinas de Hierro, antes de unirnos a vosotros. Y si os quejáis de los orcos imaginaros los hombres salvajes y orientales que por allí habitan, más altos, más fornidos e infinitamente más hábiles e inteligentes que los orcos...

Y así, todos los que allí estaban empezaron a tomar parte del juego que adquirió la conversación, sobre las penas y miserias que tuvieron que soportar en sus antiguos hogares antes de reunirse bajo el hacha de Câranden. Siguieron así hasta que uno de ellos se burló de los demás con una risa inocente y dijo al fin con voz tranquila y coloquial.

- Todo lo que contáis no son verdaderas penurias, no es mi intención ofender a nadie pero de donde yo vengo... eso sólo son memeces.

- ¿Y por qué lo iban a ser?

- Yo habitaba mucho más al norte de las Montañas Grises, en zonas en los que los mapas actuales ni nombran y cuya vida allí ha menguado, las inmensidades de Forodwaith, en donde moran criaturas y monstruos de la antigüedad.

El enano, de repente, se había ganado la atención de todos los demás presentes, que permanecían cayados mientras él narraba.

- Dragones... dragones... – decía una y otra vez – algunos aún habitan esas tierras, sobre las grandes montañas, pero no se alimenta allí no señor... Salen a cazar por las tierras, guiados por su agudo olfato y vista de halcón, no hay forma de escapar si no te sonríe la fortuna de los dioses... Un dragón, uno solo acabó con más de dos tercios de nuestro pueblo, antes de que me encontraseis malherido en las montañas... Los demás supervivientes murieron al cabo de un tiempo por las heridas...

- ¿Y permanecisteis en esas tierras a sabiendas del peligro que corríais?

- Ni mucho menos...

- ¿Entonces?

- ¿Entonces qué? – repetía incrédulo - ¿Cuánto tiempo crees que aguardamos en esas tierras?

- No sé... ¿Años?

- ¿Años? – exclamó el enano molesto - No llegó a tres meses... nada más alcanzar las montañas, descubrimos a la temible criatura y decidimos volver apresuradamente. Habíamos partido desde el este, donde no teníamos forma de sobrevivir, buscando un lugar mejor en estas tierras. Pero eso sólo provocó lo contrario... Intentamos escapar por las sendas más seguras que encontramos e hicimos todo lo posible para transcurrir sigilosamente, pero el dragón nos siguió la pista. Parecía ser que no comía desde hace años y se sació de veras con nosotros. Le plantamos cara en más de una ocasión pero... no sirvió de mucho, no poseíamos armaduras capaces de soportar su aliento y no nos dio la más mínima oportunidad de encontrar su punto débil... – todos escuchaban boquiabiertos el relato de la crueldad y efectividad del dragón que detallaba con gestos – Sus fauces eran muy grandes y poseía afilados dientes. Su vuelo era muy rápido y era inútil echar a correr. En solo cinco ataques acabó casi con todos nosotros, éramos casi quinientos... solo salimos dos docenas de aquellas tierras, los más jóvenes y resistentes, pero no lograron sobrevivir por mucho más tiempo... – se entristeció el enano al recordar aquellos sucesos.

En el otro lado del campamento, sentado en mitad del valle, se encontraba Thorbardin, acompañado de Ergoth. Muchos enanos al lado disfrutaban de los últimos tragos de cerveza de sus reservas y calentaron algunos alimentos.

- Ya deberíamos haber llegado al final del bosque de Lórien, pero sin embargo parece que no nos quiere dejar salir y se extiende aún más en el horizonte. – farfulló el enano desanimado.

- Te habrás confundido en tus cálculos.– contestó Sithel que permanecía de pie, detrás de todos ellos, oteando el horizonte con su aguda vista; escudriñando entre las montañas que crecían casi verticalmente hasta gran altura, perdiéndose entre las nubes bajas que allí se posaban.

- ¿Ves Nimrodel amigo mío? – preguntó Thorbardin al elfo sin levantarse del suelo ni mirarle como el elfo hacía.

- No lo sé, no diferencio otra cosa que lisa pared de roca. Pero al menos veo el límite del bosque – se burló – ¿Dónde está ubicada la mina?

El enano se levantó, se colocó a su diestra y tras hacer unos cálculos le respondió:

- Exactamente... en la dirección en la que estás mirando.

- No consigo diferenciar nada...

- Es lógico... no verías nada ni cuando estuviésemos en el valle escarpado. Las minas se extienden en el interior y las puertas de los enanos cerradas son casi invisibles, únicamente se pueden encontrar conociendo su ubicación y artificios, aunque todas o casi todas tienen alguna forma de hacer brillar sus contornos.

- ¿Cómo se abren?

- Normalmente las puertas de Nimrodel estaban abiertas, pero de todas formas se abren o bien desde dentro o por medio de una contraseña dicha en el exterior, por lo menos así son las que nosotros obramos. Pero tranquilo, desde esta distancia es imposible que puedas verlas...

Mientras el enano le contaba los secretos acerca de sus puertas, a Sithel le pareció ver una sombra que corría velozmente en el valle, superando los numerosos montículos por los cuales había pasado inadvertido hasta el momento.

- ¡Puede que no vea las puertas! ¡Pero sí veo una sombra acercarse velozmente! ¡Y se dirige hacia aquí!

A todos les extrañaron estas nuevas y se asomaron curiosos. Sithel había tensado una flecha en el arco por precaución, pero el enano bajó su brazo. La sombra corría con dificultades, parecía muy sofocado y había cesado el ritmo por completo hasta caer desplomado y sin conocimiento a varias yardas del campamento, rodando ladera abajo por un elevado montículo. Entonces, muchos fueron a socorrerle y lo trajeron de vuelta. Vieron con asombro que era un enano y que llevaba el emblema de Nimrodel en un anillo.

- ¿Qué significa esto?, ¿Nimrodel ha sido atacada? – decían algunos en susurros con voces apagadas.

Thorbardin se abrió paso hasta el enano al que habían tumbado y puesto una manta enrollada bajo la cabeza.

- ¡Tanders! – exclamó sofocado al llegar.

- ¿Lo conoces? – preguntó Ergoth.

- Claro que sí, es un general de mi hijo... – y dicho esto se volvieron a escuchar los murmullos que habían quedado silenciados. El desconcierto cundió en el campamento y en el corazón de Thorbardin reinaba la incertidumbre, deseaba desenfrenadamente respuestas sobre todo lo ocurrido. La preocupación paternal le dominaba y sólo podía pensar en su hijo bien amado cuando de pronto, como una luz que surge a sus temores, el enano despertó sobresaltado e incluso se defendió contra los que le rodeaban. Cuando se hubo calmado, le dieron agua y algo de comer. Thorbardin le pidió explicaciones apresuradamente, estaba nervioso.

- ¡Tanders! ¡Cuéntame lo que ha ocurrido en las minas! ¡Vamos! ¡Vamos! – vociferaba amarrándole de la pechera hasta que los demás le sujetaron y apaciguaron.

El enano estaba aterrado y desorientado, vestía unos pantalones marrones y una casaca muy sucia. Todas sus ropas estaban desarraigadas y tenía muchas heridas, no portaba armas ni armadura alguna, ni siquiera una cota de malla. Era un enano joven de pelo castaño, ojos y tez oscura y barba no muy prominente, ahora bastante descuidada. Finalmente reconoció a Thorbardin e hizo una larga reverencia.

- ¿Qué ha pasado? – volvió a preguntar ahora con voz más tranquila e igual preocupación.

- Mi señor... Nimrodel... – al enano le costaba hablar, titubeaba y el miedo aún corría por sus venas, estaba temblando.

- ¿Qué? ¡¿Qué?! – volvió a sulfurarse ante la espera de una respuesta.

- Ya no existe el reino que vuestras manos construyeron... y que vuestro corazón tanto ha amado... ¡A caído! – dijo el enano con enorme tristeza mientras respiraba sofocadamente.

- ¡No! – encolerizó de rabia en un grito prolongado Thorbardin

Afligido por tan nefastas nuevas se arrodilló y golpeó con el puño la tierra mientras sus ojos se enjugaban en lágrimas.

- ¿Qué hay de mi hijo? – preguntó tras recobrarse, con voz temblorosa y vacía invadida por la pena.

- Aún vive... – esas palabras hicieron iluminar los ojos del enano – o por lo menos así lo hacía cuando me separé de él...

Únicamente le faltaba saber eso para emprender una marcha acelerada a las minas, solo si fuese necesario. Y en verdad se levantó con ese propósito y se dirigió hacia sus pertenencias.

- ¡No mi señor! ¡No vayáis! ¡Puede que no volváis!

- Ni tú ni nadie va impedir que vaya a socorrer a mi primogénito...

- Si tal es su deseo no seré yo el que lo enmiende – Tanders fue recobrando poco a poco la serenidad y la compostura – pero escucharme primero...

- ¡Lo único que quiero saber es a manos de quien a caído mi reino! ¡Y con él, todas las ilusiones!

- Dejadme contaros lo sucedido... no vayáis a luchar a ciegas impulsado por vuestro amor paternal... Por favor... que mi rastrera huída sirva para algo...

- Escuchemos primero lo ocurrido... – sugirió Mortak a su señor poniéndole la mano en el hombro para que se detuviera.

- Todo ocurrió hará dos meses, quizás más, cuando multitud de enanos se abalanzaron, con armaduras y hachas relucientes, por el pasillo de unión hacia nuestras puertas.

- ¡¿Moria?! – la cólera con la que pronunció esa palabra atemorizó a los enanos, que aguardaban expectantes y en silencio.

- Cerramos las puertas y continuamos con nuestras vidas. Al cabo luego de dos semanas, otro batallón de enanos se abalanzó desde Moria llegando hasta nuestras puertas exteriores que fueron cerradas. Algunos de ellos, con los que habíamos entrelazado amistad, conocían la seña que abrían las puertas por lo que Dunbarth mandó cambiarla y sólo él, el artífice y unos pocos la conocían.

- ¿Quién fue el artífice? – preguntó Mortak con curiosidad.

- Táurnil.

- ¿Qué más da quién fuese el artífice? Termina tu relato o partiré de inmediato...

- No pedimos ayuda ni enviamos emisarios, no podíamos correr ese riesgo, podrían estar aguardando en el valle y tendernos una emboscada. Durantes estos sucesos, los orcos no dieron señal de vida, llevaban mucho tiempo sin aparecer pero al final volvieron, y no lo hicieron solos. Trolls de las cavernas los acompañaban, y en gran número. No supimos reaccionar a tiempo, aunque resistimos algunas embestidas nos hicieron retroceder, jornada tras jornada repeliendo los ataques de las innumerables hordas que nos fueron ganando terreno. El pueblo se refugió en los niveles superiores, junto a las lámparas solares donde no tendrían problemas durante el día. Hará poco menos de dos semana creo, contando desde hoy, las cosas cambiaron. Un gran temblor sacudió toda la montaña e innumerables rugidos y gritos de dolor la recorrieron. Fue entonces cuando empezaron a llegar en mayor número orcos y trolls. La fuerza del ataque fue lo suficientemente duro como para conseguir dispersarnos y destruir la mayoría de las lámparas. Se empezaron muchas batallas y al final conseguimos asegurar una plaza del nivel inferior, en el arado había abundantes víveres para largas jornadas y meses. La defendimos con éxito varios días hasta que el fuego actuó. La última defensa comenzó en un caos y no vi a Dunbarth ni conocí su suerte, lo perdí cuando quedamos en oscuridad... Todos luchábamos ferozmente manteniendo como podíamos en línea a los orcos, cortando su paso al Arado ante las mismas puertas pero acabamos dispersados y las puertas se cerraron delante de nosotros. Yo y otros más quedamos en el lumbral, a merced del enemigo pero logramos huir, escalando por la pila de cadáveres, por un angosto pasadizo por la que subía una acequia. Por ella nos siguieron numerosos trasgos pero conseguimos darles esquinazo, aunque de todas formas tuvimos que dar muerte a muchos… Al final, con todo tranquilizado a nuestro alrededor, conseguimos llegar inadvertidos a las puertas dando un rodeo por las galerías y el salón de cuatro columnas, ahora que aquellas estancias estaban desprotegida. Pero se percataron de nuestra presencia en el tramo final y todos fueron alcanzados por flechas menos yo y Northand. Subí la gran escalera junto a él que por fortuna era uno de los que conocía la seña, abrió las puertas y las cerramos tras de nosotros pero me temo que no a tiempo. Dos flechas silbaron desde la oscuridad, una impactándole de lleno en la espalda cayendo herido en el camino; la otra herró por muy poco – enseñó una gran herida con sangre reseca en el lateral de la cabeza – Me alejé de allí corriendo, trasgos salían por pequeñas aberturas por encima de mi cabeza y dejé a Northand al amparo de la muerte. Tras dejas atrás el valle escarpado fui vencido por el cansancio. Desperté al día siguiente y eché a correr en cuanto llegó a mi mente el recuerdo de lo acontecido. Corrí y corrí por el valle sin tener conciencia del paso del tiempo o el cambio de luna... hasta que me he topado con vosotros... Pero me temo que vuestro viaje ha sido en vano, yo no conozco la contraseña... – dijo apenado – Puede que aún quede alguien con vida en los niveles inferiores, son posiciones difíciles de tomar...

- Entonces, el ataque se produjo hace pocos días... – decía esperanzado Thorbardin – muy posiblemente que haya supervivientes, vayamos rápidamente.

- ¿Cómo entraréis? – refrenó Tanders a Thorbardin.

- ¿No escribisteis runas a modo de pista con forma de acertijo en el umbral? – preguntó Mortak.

- No lo sé, no sé como hacer para que la piedra brille...

- ¡Amigos míos! – gritó alto Thorbardin dirigiéndose a la compañía - ¡Hemos partido desde muy lejos hacia el que iba a ser nuestro reino, y hacia una cacería! – hizo una pequeña pausa - ¡Qué no os desanimen estas nuevas, nuestro viaje no será en vano al fin y al cabo! ¡Acudiremos a echar fuera de nuestro hogar al enemigo y rescataremos a los atrapados! – la voz se le apagó un poco pero volvió a recobrar el tono diciendo – ¡Amigos! ¡Ya no vamos a una simple cacería sino a una gran contienda! ¡Que la tierra tiemble a nuestro paso al igual que lo harán nuestros enemigos! – los enanos estallaron en júbilo y apoyaron a Thorbardin alzando los puños. Sin mediar ninguna orden, todos corrieron a recoger los fardos y armas para dirigirse inmediatamente a Nimrodel.

- ¿Vendrás con nosotros? – se dirigió Mortak a Tanders mientras se ajustaba el cinturón.

- ¡No! ¡Ni hablar! ¡Ni por todas las joyas de la tierra volveré a ese lugar! – se escandalizó el joven enano.

- ¿Por qué? ¿Adónde partirás?

- ¡A cualquier otro lado!

- ¿Dónde está tu valentía y fidelidad hacia tu rey? – protestó Câranden que había oído su contestación.

- No partirás libre de remordimientos... – amenazó Mortak.

- Miradle, está desvalido y herido; no se tiene casi en pie. Ha tenido que luchar y sufrir mucho para alzarse con la libertad y o ha conseguido, no le puedes pedir que regrese… Y en el caso que nos acompañara no podría prestar su brazo en la lucha y no porta armadura ni arma... – tranquilizó Thorbardin a guerrero – Has ayudado esta noche trayéndonos las nuevas para así apresurarnos en la marcha. Parte en paz y con la conciencia tranquila. Parte a donde te plazca y toma estos víveres... – Tanders afirmó con una reverencia y se retiró. – Es mejor así, sólo nos detendría y estorbaría... – alegó a Câranden y Mortak para convencerles.

- ¡En marcha! ¡Nuestros amigos y familias necesitan nuestra ayuda! ¡Concedámosela! ¡A paso ligero! ¡Qué no os pesen las armaduras amigos míos! – gritó Mortak con autoridad movilizando a la compañía.

A una orden suya, todos descendieron apresuradamente del túmulo donde acamparon cuando aún no se había levantado el día.

Rápidamente, todos se enteraron de las nuevas llegadas, y surgieron multitud de rumores y pesares que oprimieron los corazones de los enanos durante todo el día. El ánimo había recaído mucho, pero los enanos eran los más fieles de la faz de la tierra y seguirían a sus líderes, Thorbardin y Câranden, hacia la muerte si fuese preciso. Avanzaban velozmente en formación, un centenar de caras silenciosas y serias, atormentadas por ver desmoronarse todas las ilusiones puestas en aquel viaje tan largo. La tierra temblaba bajo sus pies mientras el valle se llenaba del rechinar metálico de las armaduras. De ellos huía la fauna terrestre y los pájaros fueron espantados con el ruido. Llegaron al final de las fronteras de Lórien con las primeras luces del día. Fue un alivio para los enanos ver que el bosque por fin se acababa, les había parecido un mar verde sin final durante todas las jornadas anteriores.

Pararon un momento en lo alto de una colina y observaron con sus propios ojos en lontananza, el valle escarpado.

- Estamos a último de mes y vamos con retraso. Y eso que hemos pasado por estas tierras a la carrera. No lo entiendo, es como si el bosque hubiese obrado en nuestra contra con algún maleficio de la hechicera que lo habita... – dijo Mortak desanimado e incrédulo.

- En efecto vamos con retraso y la hora apremia. Puede que el bosque, como tú dices, obrase en nuestra contra pero tal vez nos confundimos en medir las jornadas. Debemos llegar cuanto antes sin más demora, corriendo si es preciso. – los enanos de alrededor asintieron y secundaron la moción.

- ¡Corred amigos míos! ¡Corred como nunca lo habéis hecho hasta este día! ¡Hacia Nimrodel! – gritaba con una poderosa voz Câranden volviéndose a la gran tropa.

- ¡Hacia nuestro hogar! – añadió Mortak.

Todos los enanos descendieron corriendo velozmente por el valle, demostrando nuevamente, como a lo largo de las edades del mundo, su indudable lealtad y coraje. Descendieron tan veloz que Sithel fue complacido de veras, tras la lenta marcha llevada acabo a su entender. A ninguno le pesó la armadura a la hora de correr y avanzaron impulsados por el odio y su gran afán. La sed de venganza latía aceleradamente al compás que marcaban sus corazones hasta que finalmente, los gemidos y sofocos acompañaron al ruido incesante de las armaduras en el discurrir de la compañía tras varias yardas.

Hicieron un alto, pasado el medio día, para comer y recobrar las fuerzas y el aliento. No hubo muchas palabras ese día salvo el incesante murmullo y aislados comentarios. El único que no estaba agotado, ni respiraba con dificultad ni estaba apoyado sobre sus rodillas era Sithel, que esbozaba una sonrisa de lástima.

- El aire frío proveniente de las montañas, del que tanto se habían quejado mis huesos estos últimos días, ayuda de veras a mantener el ritmo. – dijo el enano dando un buen trago de agua.

- Coma algo mi señor. – suplicó Mortak a Thorbardin que tenía el rostro pálido.

- No tengo apetito y no seré el único seguramente, únicamente hemos parado para recobrar el aliento. Sólo que algunos aprovechan para comer algo...

- Se nos está acabando el agua. La mayoría de las cantimploras están vacías... – informó cansado un enano.

- No te preocupes por eso. Esta tarde daremos alcance al río de Nimrodel que lleva agua limpia. Allí llenaremos las cantimploras y nos refrescaremos.

- Entonces diré a los enanos que no teman por dar el último trago...

- Hazlo pues.- asintió Thorbardin y el enano desapareció.

- ¿Dónde nos encontramos más o menos, mi señor? – preguntó Mortak.

- No hace mucho que dejamos atrás las fronteras de Lothlórien. Estamos más o menos a la altura del punto en el que se unen los dos ríos, Nimrodel y Celebrant, antes de cruzar el bosque para desembocar en el Anduin. Antes de que empiece a anochecer habremos dado alcance el cauce del río supongo, allí nos abasteceremos.

- Y cuando lleguemos a las minas... ¿Qué haremos? ¿Esperaremos al pueblo de Dúndel, su pariente? ó ¿Entraremos sin más dilación en ellas?

- Eso dependerá de cuándo llegaremos y de lo que tardase mi primo... – contestó con voz débil y preocupada.

- Al final llevabas razón, maese Sithel. – dijo Ergoth.

- ¿Cómo?

- Sentiste en tu interior una sombra, un mal presagio que ha adquirido forma...

- La sombra sigue aún viva en mí y tarde o temprano nos toparemos con ella. No lo olvides y estate alerta. – sugirió.

- ¡En pie enanos de las montañas! ¡Ya hemos descansado demasiado! Nosotros los enanos nos caracterizamos también por nuestra resistencia, aunque no en estos aspectos he de admitir ¡Qué no flaqueen nuestras piernas! ¡Pongámonos en marcha! – vociferó Câranden siendo contestado por un gran grito al unísono de todos los enanos y una vez más, se pusieron en marcha.

Thorbardin era el que la dirigía, yendo en la cabeza junto a Mortak, Câranden y los montaraces. Sithel les llevaba ventaja e iba por delante de ellos, parándose de vez en cuando para echar un vistazo.

Aquel ritmo cesó rápidamente y continuaron andando. No era muy apropiado correr mientas se hacía la digestión y algunos ya sufrían sus efectos. Finalmente, llegaron a una pequeña colina un poco empinada que les ocultaba lo que había a continuación, salvo las grandes paredes de la montaña. No tardaron mucho en conquistar la cima desde la que se veía el camino acercarse al río, a varias yardas de distancia, y quedó a la vista de los enanos el valle escarpado, sólo visto antes por los ojos de Sithel. La extensión de tierra que se les abría ahora era grande y casi en su totalidad llana. El camino que les tocaba descender se inclinaba hacia su destino, y prosiguieron otra vez en carrera, ayudados del desnivel descendieron fácilmente por la falda de la colina, impulsados por su propio peso. Mientras la descendían, Sithel aguardaba sentado junto al cauce del río, refrescándose y tumbado sobre la hierba hasta que llegaron. Finalmente, lo hicieron fatigados y maltrechos ante la reluciente sonrisa del elfo. Los enanos hicieron caso omiso y se apresuraron a llenar las cantimploras, a refrescarse y asearse antes de descansar y comer algo.

- No sé que ganas yendo adelantado señor elfo. – decía Thorbardin mientras se ajustaba la cota de malla.

- Necesito estirar las piernas de vez en cuando... – fue la contestación burlona que mandó a su interlocutor.

No permanecieron en aquel lugar durante mucho tiempo. Una vez hubieron sofocado su fatiga, aseado e hidratado, reanudaron la marcha partiendo al caer el sol. Al gran ritmo que llevaban, llegarían de muy pasada la medianoche. Habían recuperado varias horas en aquella jornada.

- Mi querido Sithel, necesito que cumplas una misión muy importante, y debes ser tú quien la lleve a cabo.

- Tú dirás... – respondió sorprendido.

- Necesito que acudas veloz hacia el norte, al encuentro de mi primo para decirles que se apresuren y reunirnos en el valle escarpado. Tú eres el más rápido y llegarás antes que nadie y a tiempo.

- ¿Y cómo haré? No creo que un pueblo enano se fíe de un elfo...

- Toma, coge esto – le dio un anillo de oro con un signo – póntelo y enséñaselo cuando estés enfrente de él. Es el emblema de Nimrodel, háblale de mí y de la cacería. Verá que tienes conocimientos, que me conoces y que eres amigo. Dale el aviso rápido y volver tan raudos como podáis. Te recompensaré por esto de verás, ya sé que tu aprecio por los enanos es nulo pero es cuestión de vida o muerte. Si de verdad una gran fuerza hostiga la mina, no seremos nosotros solos los que la reconquisten...

- Entiendo, no te preocupes. Partiré veloz... – y dicho esto se volvió y corrió hacia el norte, cruzó el río a nado y rápidamente se perdió en la oscuridad de la noche que ya se cernía en el cielo.

- ¿A dónde va el elfo, mi señor? – preguntó Mortak.

- En busca de la esperanza...

La velocidad disminuyó un poco, pero no se pararon y continuaron, bajo la luna llena, el camino de tierra hacia Nimrodel. Muchos fueron los rumores que circularon nuevamente por entre los enanos; aquella noche, referentes a Sithel. Algunos decían que escapaba para reunirse con los suyos, acobardado por las nuevas llegadas; otros que iba en busca de ayuda para no morir en una trampa mortal razón que ocasionó el desánimo... ningún rumor conducía al optimismo y el temor empezó a crecer bajo la sombra de los tres grandes picos nevados de la montaña, Cardhras, Celedbil y Fanuidhol. A pesar de todo ello ningún enano se quejaría jamás, ni se quebrantaría su voluntad de acompañar a aquellos a quien aman y admiran.

Fatigados y extenuados, hasta el punto de no poder un paso más, pararon para recobrar las fuerzas y beber grandes tragos del agua que estaba helada, no pocas toses se elevaron en aquella oscuridad. Volvieron a continuar nuevamente ahora andando, pocas yardas les separaban del valle escarpado, siempre avanzando con paso rápido y casi en silencio, dejando solo hablar a las armaduras y miradas.

A pocas horas del alba, alcanzaron el valle; poniendo fin a tantas jornadas de marcha desde las montañas septentrionales. Acamparon a sus pies y dispusieron las armas y mantas. Descansarían allí hasta la mañana, dando tiempo al pueblo de Dúndel que debería de estar cerca, de llegar y así entrar en las minas con los rayos de sol, cuando los trasgos se confinan en las entrañas de la montaña por temor a la luz y aprovechan para descansar.

Encendieron varias hogueras e hicieron una gran cena, todos estaban muertos de hambre a pesar del gran esfuerzo realizado.

El valle escarpado estaba formado por grandes piedras lisas y fracturadas que cubrían casi la totalidad del suelo, repartidas irregularmente y con distintas pendientes. Pegado a la pared de la montaña, un pequeño camino ascendía dando rodeos, sorteando los riscos y barrancos. Las puertas se encontraban el lo alto, al lado del torrente de agua del río Nimrodel, que caía por el único sitio de la montaña que no estaba casi totalmente vertical.

- ¡Intentar descansar! ¡Ir preparando las armas y armaduras para el crepúsculo! ¡Disponer la cena! ¡Ir a comprobar el terreno! – fueron las únicas órdenes que rompían el silencio.

Fue la noche más triste e inquietante de todas las que habían vivido los más longevos. La incertidumbre recaía sobre los hombros y anegaba el viento, aunque la esperanza seguía latente, alimentada por la cólera y los deseos de venganza. En aquella parte no se oía a los grillos y no había pájaros que cantasen.

Patrullas de reconocimiento inspeccionaron el valle y el camino de ascensión, armados con las afiladas hachas. Muchos trasgos habitaban esas montañas y el peligro de asentarse allí era aún mayor, ahora que controlaban Nimrodel.

Los tres montaraces, que eran los que estaban más frescos, fueron enviados al norte para aguardar señales de Sithel, que había partido hace mucho tiempo.

Alcanzaron un pequeño trecho con hierba y arbustos y reposaron allí. Hicieron una lumbre y se apoyaron junto a unas rocas recubiertas con mantas. Aún quedaba un poco para que saliera el sol y no conseguían dormir a pesar de encontrarse cansados.

- ¿Creéis que Sithel nos habrá abandonado a nuestra suerte? – preguntó Náldor.

- Por supuesto que no. – contestó convencido Ergoth.

- Si yo fuese él... –susurró para sí mismo.

- ¿Qué opináis de esta cruzada ahora? – preguntó a sus compañeros Ergoth.

- Pues que ahora tendremos la mejor cacería, la más peligrosa y arriesgada posible. Es emocionante... – respondió Geko con una risa que no podía evitar el sarcasmo.

- Hay un dicho que dice: el mal llama al mal, que las desgracias nunca vienen solas... – contestó Náldor con reproche a su amigo.

- Apartando las típicas ocurrencias de Geko, deberíamos tener plena conciencia de lo ocurrido... Multitud de orcos, junto a algunos trolls, irrumpieron en la mina y vencieron a los enanos, haciéndose con el control de Nimrodel.

- Sin olvidar de que Moria al parecer también intentó atacar... – puntualizó otro montaraz.

- Todo es muy raro, algo malvado hay en esto. Sithel tiene un mal presentimiento y no era el hecho de que los trasgos hayan tomado las minas... Me sorprende de veras que estas criaturas vencieran a una civilización de enanos. Nunca van juntos ni organizados, van a tropel cada uno por su cuenta sin la más mínima táctica ni coordinación, y si a pesar de esto la han tomado... sólo puede significar una cosa... que su número es inconmensurable.

- ¿Ves? A mi no me gustó la idea de ir a una mina y lo dije antes de partir. Todo este asunto me da mala espina, podríamos abandonar y alejarnos de todo este embrollo.

- Sería una gran falta de respeto y honor huir como ratas al final del camino. Y más tú, que has pactado una apuesta y te has convertido famoso entre esta gente. – Náldor calló ante las palabras de Ergoth.

- Probablemente queden supervivientes dentro, ya oíste a aquel enano. El ataque se produjo hace pocos días y resistían en los niveles inferiores con grandes fuerzas. Somos más de cien guerreros, más los que traiga Sithel consigo; podremos reconquistarlo y rescatar a los supervivientes y vencer a los trasgos. Y de todas formas, Moria está al lado por si las cosas se tuercen... – argumentaba Geko convencido de que no había nada que temer.

- Dile eso a Thorbardin...

- Náldor, si te quieres ir vete pero Geko y yo continuaremos.

- No me intentes chantajear querido amigo, sabes que al final siempre acabo cediendo. Pero demasiado optimismo veo en ti, Geko. Mira las caras de los enanos y la de Thorbardin, se le nota en la mirada su desanimo...

- Es comprensible que estén desanimados, pero siempre hay que guardar optimismo. La mina fue atacada ferozmente hará algunos días y nadie sabe lo que ha pasado exactamente. Pueden seguir vivos o haber abandonado esta tierra para siempre, pero no lo sabremos hasta que no bajemos allí abajo. Es lógica su desazón ponte en su lugar, ese reino estaba llena de ilusiones y de familiares; sólo es cuestión de tiempo que el pesimismo que tu ves se convierta en cólera. Aunque lo que tus ojos ven no es pesimismo, sino preocupación.

- Ergoth tiene razón, Náldor. Además, si la congoja les hubiera invadido no sería debido al temor sino a su historia.

- Explícate. – pidió su amigo.

- Remóntate a ella. Todas las mansiones que construyeron los enanos no han corrido mucha fortuna, la mayoría fueron destruidos o fueron expulsados sus habitantes. Estas nuevas no hacen otra cosa que crearles esa sombra en sus pensamientos, llegando incluso a creer que es su sino. Y el destino de cada uno que es inquebrantable y siempre acaba llegando, como a Túrin Turambar.

- Acabas de hablar como una persona sabia. – se burló Ergoth – No siempre ha sido así amigo mío, mira Moria, ha sobrevivido a todas las edades de este mundo...

- De todas formas mejor andémonos con cuidado, no tenemos ni idea de lo que nos depara el mañana...

- A decir verdad, no me inspiran mucha confianza este ejército de enanos.

- ¿Y eso por qué?

- Un día corriendo y no pueden ni con sus almas...

- Intenta correr con unas piernas más pequeñas, con veinte kilos de armadura y casi cien de masa corporal, Náldor. Han ido prácticamente a nuestro ritmo normal, para un enano es un grandísimo esfuerzo y no se caracterizan precisamente por atravesar grandes distancias rápidamente. Espérate verlos en el campo de batalla mi querido Náldor, será allí donde cambies de opinión. – Ergoth estaba ilusionado de ver por fin a un ejército de enanos luchar, pues desde tiempos inmemorables no se los habían visto en ningún campo de batalla que no fuese el suyo propio, en las profundidades de sus mansiones. Muchas son las canciones que hablan de su destreza y del temor que en su presa infligen, más punzante que una flecha de los elfos. Y más ahora movidos por la cólera; los enanos son muy territoriales y no cederán ni un palmo de tierra mientras quede alguno con vida...

- Silencio – ordenó en voz baja Geko interrumpiendo a Ergoth – alguien se acerca...

Mientras, en el campamento, muy pocos eran los que descansaban, no podían conciliar el sueño presos de la ira. El valle se convirtió entonces en una herrería y todos ponían apunto las armas, afilándolas y dándole brillo a las armaduras. En el centro de todo este barullo, conversaban Thorbardin con Câranden y Mortak sobre los planes a seguir.

- ¿Por qué has mandado a Sithel en busca de vuestro primo?

- Él es el más rápido y en esta hora sombría el tiempo apremia.

- ¿Confías en él? ¿Confías en que no nos abandonará acudiendo a Lórien, mientras nosotros esperamos tontamente en este lugar?

- No confío en él pero tampoco tengo motivos para hacer lo contrario, aún sigue con nosotros y no le ata ningún motivo para quedarse. Fue enviado en hora de necesidad y en hora de necesidad vendrá con nuestros refuerzos.

- Démosle un voto de confianza. – sugirió Câranden.

- Según Tanders, los enanos fueron retrocediendo hacia los niveles inferiores, hacia el salón de la lámpara solar, el arado. No creo que los orcos hayan averiguado todos los pasadizos y rincones de las minas. Llegaremos al salón comunicatorio de los cuatro pilares y avanzaremos en dirección norte para buscar los pasos de vías. En la gran bóveda excavada para la extracción de mineral hay, abajo, un túnel que conecta con la sala tras varias galerías laberínticas; por él pasaremos.

- Parece sencillo. – admitió Câranden.

- Sí, pero no subestimemos a nuestro enemigo cuando aún no sabemos nada de él.

- Sabemos que son débiles trasgos, ¿Qué más quieres?

- Por eso mismo lo digo. Son débiles pero conquistaron Nimrodel, deben de ser muy numerosos.

- En efecto así debe de ser, pero nuestras fuerzas totales rondarán las tres centenas y media en cuanto llegue mi primo. Permaneceremos juntos y seremos una única fuerza, los trasgos probablemente no nos descubrirán si no hacemos ruido, podremos aniquilarlos mientras descansan, como cualquier ser vivo necesitan dormir y lo hacen durante el día. Cuando reagrupemos todas las fuerzas que se encuentren en la mina, bajaremos a los recónditos niveles y les inflingiremos un daño mortal. Lo que más nos debería preocupar son los trolls, sobre todo si también son un gran número. Aunque sean tontos sus artes son devastadoras y no hay que subestimarles.

- Los trolls al igual que los orcos conocerán la cólera de los enanos... – dijo frotándose las manos Mortak.

- ¿Y si la cámara de la lámpara solar está vacía? – preguntó Câranden pero sus amigos no contestaron, a Thorbardin no le gustó mucho esa idea – Siempre hay que sopesar todas las posibilidades...

- No creo que hayan erradicado a los enanos por completo. Si no están en esa cámara estarán en cualquier otra. Y aunque no los encontremos a tiempo para librar la batalla, nuestras fuerzas son suficientes para repeler un ataque de grandes proporciones. Pocas son las cámaras que tengan las dimensiones en la que los trasgos puedan emplear su superioridad numérica...

- Entonces pinta bien la jornada de hoy.

- No pararemos hasta que la sangre de todos se haya vertido y hayamos rescatado a todos los enanos que pisan las minas.

- ¡Así se habla! – exclamó Mortak – al final se llevará a cabo la cacería. – bromeó.

- En efecto pero no hay que tomársela a la ligera, no es por diversión sino por deber. No hay poder en esas minas que logre hacernos remitir de reconquistar nuestro hogar. No pisa la tierra mal alguno que consiga hacer huir de miedo a un enano... ¡La ira legendaria de los enanos saldrá en el combate para desgracia de nuestros enemigos! – gritó lleno de orgullo Thorbardin mientras sus dos interlocutores reían satisfechos y contestaban al gritos con gran alegría y júbilo.

- Espero que sea verdad lo que decís... – contestó una voz demasiada dulce y hermosa como para ser de un enano.

- ¡Sithel! ¿Dónde está mi primo? Ardo en deseos de volverle a ver... – se dirigió impaciente al elfo que salía de entre las sombras.

- Ignoro donde se puede encontrar...

- ¿Cómo? ¿Has regresado sin cumplir la misión? – se indignó y encolerizó.

- Para nada. No había nadie en el Norte y llegué incluso hasta las puertas de Moria, las cuales estaban desprotegidas. Quizás ellos también se preparen para reconquistar Nimrodel y así añadirla a sus dominios como vos dijisteis, ahora que solo se trata de trasgos. Miré entre las montañas y no había ni rastro de población alguna, quizás hayan entrado en Moria pensando así tardar menos o por cualquier otra razón...

A Thorbardin estas nuevas le causaron gran pesar e intranquilidad y tardó en reaccionar. Intentó decir algo, pero no encontraba las palabras adecuadas y tenía nublado el entendimiento, por lo que se retiró a meditar a solas.

- Y por cierto – cortó el silencio Sithel dirigiéndose a Mortak – yo no soy ningún cobarde ni me hecho para atrás cuando llega el peligro. No como otros... – reprochó a Náldor con la mirada.

Un desconcierto surgió entonces en el campamento y cesaron un poco las grandes expectativas creadas; ahora no sería un camino fácil de emprender, eran pocos. Los montaraces aprovecharon para descansar, menos Náldor que afiló su hacha mellada. Los enanos iban y venían de un lado a otro, muchos regresaban de sus inspecciones en grupos y ninguno trajo nuevas alarmantes, solo se habían topado con afiladas rocas. Los más duchos en el arte de la herrería, trabajaron a destajo y las viejas armaduras relucían ahora como en años pasados. Las armas estaban listas e hicieron algunas pruebas, cortando los pocos arbustos que allí había. Cocinaron todo lo que quedó de carne y se dieron un pequeño festín para tener energías, la jornada que les esperaba parecía agotadora.

Thorbardin estaba atormentado por todos los sucesos ocurridos, los demás aguardaban y no le molestaban, esperando sus órdenes

- ¿Era éste tu mal presagio? – volvió a preguntar en voz baja Ergoth.

- Me temo que no. Ignoro que puede ser la sombra que a mi corazón hostiga y mantiene en un sin vivir, y que va aumentando conforme nos acercamos a estas montañas...

- Malos augurios en verdad son los de estos últimos días. ¿Cómo acabará?...

- Pronto lo sabremos. – su voz se apagó y la preocupación le invadió también a él, a pesar de considerarse muy frío e imperturbable.

Los trabajos de herrería cesaron con los primeros rayos del sol. Un gran contraste que alivió a todos, fue el escuchar el limpio sonido de los pájaros cantándole al nuevo día, que trajo nuevas esperanzas. El grueso de la compañía descansaban tras pasar toda la noche trabajando y todos los demás hablaban en voz baja. Thorbardin se encaminó hacia la piedra, en la que estaba reunidos alrededor los montaraces, Sithel y los principales enanos.

- Dejemos descansarles un poco más... No hay que esperar a nadie por lo que entraremos hoy... En cuanto el sol haya salido completamente, iniciaremos la ascensión. – su voz no poseía el orgullo y la fuerza de los días anteriores, parecía deteriorada – Nuestra misión depende del sigilo y de la prudencia ahora. Los trasgos estarán escondidos en las cavernas más recónditas, descansando, debemos aprovechar esta ventaja para deslizarnos hasta el salón de la lámpara solar. No podemos aguardar a mi primo por más tiempo si ha sido la demora la causa de su retraso. El tiempo apremia y si de verdad decidieron entrar en Moria... – su voz terminó de apagarse como un débil fuego en mitad de la tormenta.

- Tranquilo mi señor. No podemos averiguar a ciencia cierta lo que les ha ocurrido, cabe la posibilidad de que partieran un día más tarde de lo previsto o que no quisiesen dejar su ciudad en lo alto... – decía Mortak para consolarle.

- Pero no podemos aguardar un día más, debemos llegar cuanto antes en busca de los que sigan con vida. Ya veremos dentro de las minas que posibilidades y tácticas llevaremos a cabo, según se desarrollen los acontecimientos. Confiemos en que nuestra presencia pase inadvertida el tiempo suficiente, ya reniego casi por entero de reconquistarla, aunque venciésemos a los trasgos... Moria seguirá en pie y no tenemos capacidad para resistir el poder de Khazad-dûm.

- Pongámonos apunto mientras sale el sol... – sugirió Câranden que comía y bebía lo poco que aún le quedaba.

Las cosas se volvían adversas, ahora la victoria dependía del sigilo y de la fortuna, que para bien o para mal desempeñaría un papel importante en la consecución del rescate. Así lo entendían los enanos y una preocupación los hostigó, siempre presas de la incertidumbre e inquietud, pero siempre también con el valor y la ira presentes.

El sol no tardó mucho en aparecer por el este, dejando a la vista la hermosura de Lórien a lo lejos. El cielo estaba un poco más nublado en la zona del valle y las montañas, muchos opinaron que era un mal presagio, uno de tantos. Era un contraste muy brusco el que hacía el cielo, de claro azul, que reinaba sobre el bosque de oro, al manto gris que cubría el de los enanos.

Se cumplieron las órdenes de Thorbardin y todos los que dormían fueron despertados en esta hora, el día había llegado. Comieron un bocado de última hora, para dar tiempo a que regresaran los pocos que quedaban patrullando la montaña. Los montaraces aprovecharon para sacar sus cotas de malla del fondo de sus fardos. Ese era un ritual que se veía pocas veces, los montaraces nunca lucían esas armaduras, preferían la comodidez y ligereza del cuero con lo que podían pasar desapercibidos.

Ya sin más demora, emprendieron el tramo final del viaje, la ascensión por el camino que serpenteaba los numerosos riscos y barrancos. Avanzaban rápidamente en formación, en filas de tres, mirando siempre hacia la montaña. En primera estancia lo hacían Thorbardin junto a todos los enanos de alto rango, detrás de ellos los montaraces y Sithel.

El camino era difícil y laberíntico pero los enanos lo conocían bien, grandes tramos de aquel camino lo esculpieron ellos mismos. No hubo grandes conversaciones ni voces orgullosas esa mañana, el ruido reinante, junto al de las armaduras, era el torrente del Nimrodel, que nacía en las montañas y descendía al lado del ellos. Algunos trechos llegaban a ser muy inclinados y a una determinada altura acumulaban un poco de nieve. y siguiendo en ascensión reinaban las heladas. Tuvieron que ayudarse con las manos en más de una ocasión y siempre procurando el equilibrio y no resbalar. Sí el transcurrir ya era difícil de por sí lo fue más aún cuando se hubieron adentrado en las nubes bajas que les quitaba visibilidad cada vez que se acercaban más a la cumbre.

Thorbardin caminaba en gran pesar, atormentado por el destino incierto de su hijo y de su primo, temía no volver a verles. Lo que Mortak temía fue el inconveniente surgido tras pasar la noche bajo la lluvia y beber de las frías aguas del Nimrodel, por ello y por las extremas temperaturas registradas, varios enanos se habían acatarrado. Gran mal al tener que ampararse en el sigilo para sobrevivir.

A lo largo de los años y a lo largo de las edades los enanos partieron, en más de una ocasión, sin esperanza ni gloria al campo de batalla siguiendo a su rey. Por ello se ganaron la fama de ser los más fieles sobre la faz de la tierra. Pero esta vez el que carecía de ella era el rey ¿Quién les conduciría hasta la victoria en aquella ocasión, tomando las decisiones importantes que podrían significar la vida o la muerte?

Los guerreros no se atemorizaron por la sombra de la montaña y partieron con rabia e incluso con ganas de medirse en combate y así colmar su sed de venganza. Desde las últimas filas, perdidas en la niebla que sobrevolaba el camino, se oyeron grandes voces que se alzaban sin temor al aire, llenas de orgullo.

¡Puede que a la muerte vayamos,

pero amedrentar no nos dejaremos!

¡Partiremos con poca esperanza y ninguna gloria!

¡Con menos hachas a la guerra pero no con menos rabia!

¡Que nuestro enemigo tiemble y se esconda profundo,

como el camino tiembla y la muerte se esconde

de nuestros pasos firmes que los enviarán al inframundo!

Poco a poco, más voces se le iban sumando y entonaron juntos las palabras que hizo temblar las rocas y excitar los corazones, alejando la preocupación y aumentando el valor y el coraje. En las primeras filas, Câranden y Mortak devolvían los cantos con voces poderosas a las que también se les sumaron la de los enanos de alrededor.

¡A la muerte no partiremos sin plantar batalla!

¡Y la plantaremos! ¡Y la muerte alejaremos!

¡Ningún trasgo refrenará el brazo del enano encolerizado!

¡Ninguna armadura resistirá los hachazos enrabietados!

¡Nimrodel será mancillada con la sangre de los orcos

y su rey llegará victorioso al trono de los enanos!

Los ánimos hervían y de igual modo los cantos se alzaron a los vientos y levantaron las hachas al unísono de los gritos, una y otra vez como si fuesen antorchas que iluminaban el camino. Como otro nuevo presagio pero esta vez de buena suerte, las nubes se alejaron y la niebla se disipó, siendo los rayos de sol reflejados en las “antorchas” de guerra.

Acabada la canción los gritos no cesaron, muchos enanos levantaban sus voces con rabia agitando los brazos y contagiando a todos los demás, incluso al propio Thorbardin. Aquellos gritos recorrieron toda la montaña, y ésta se los devolvía en forma de eco al ejército orgulloso, que ascendía por sus nevados caminos. Y se escucharon risas, grandes risas, limpias y alegres que varios días hacía que no se oían. Con ánimos renovados, aceleraron el paso para llegar cuanto antes a Nimrodel.

Sabían que su existencia en aquel peligroso lugar debía pasar inadvertido, pero si alguien hubiese oído esos cantos y esas voces, hubiera huido acobardado sin mirar atrás. No tenían intención de entrar en las minas para luchar, pero tampoco tenían intención de morir en ellas.

Por fin, pasado el medio día y llegada próxima la hora en que hubiesen parado a comer en un día normal alcanzaron un corredor que abrazaba la montaña. Fueron muchos resbalones y caídas a causa del que se acrecentaba en los últimos tramos, los que tuvieron que soportar para llegar a la pared rocosa que albergaba la puerta. Parecía un trecho sin salida. El camino aún ascendía para despistar pues en verdad, era un autentico laberinto y muchos caminos conectaban con otros y otros no llevaban a ninguna parte o en el peor de los casos a un barranco. Ni los montaraces ni Sithel hubieran imaginado nunca que las puertas se encontrasen allí, en aquel pequeño lugar que parecía precipitarse en el torrente, obviamente fueron creadas con ese propósito. La pared rocosa que se extendía ante sus ojos estaba recubierta por una niebla ligera que volvió a cierta altura. Altos riscos crecían cubriendo aquel paraje haciendo de muro fortificado. El centenar de enanos se acurrucaron juntos a esperas de que se abriera el camino a la venganza.

La pared era bastante irregular y estaba fracturado, no había ningún tramo que fuese liso que pudiera albergar las puertas en opinión de los no conocedores de Nimrodel. Thorbardin se paró de pronto ante una piedra agrietada y todos cesaron la andanza y los comentarios.

- Que raro, no está el cadáver de Northand... – fue el último comentario que se oyó.

- ¿Y bien? ¿Dónde se encuentran las puertas? – preguntó Sithel, un poco irritado.

- Las tienes justo delante de ti. – contestó educadamente para desconcierto del elfo.

- No consigo distinguir nada entre la fría roca... – decía incrédulo Naldor.

- Que poco sabéis de nuestra cultura en verdad... – respondió con una leve risa Mortak.

- Ni yo las veo en estos momentos – admitió Thorbardin – pero nuestras puertas son así...

- Invisibles...

- En efecto, pero todas tienen una forma de hacerse visibles. Las de Moria reflejan la luz de las estrellas, por lo que en noches despejadas lucen indicando su posición. Las nuestras pasan más inadvertidas y únicamente indican su posición si se conoce su secreto. Esta pared rocosa es de piedra vulgar, las puertas están compuesta por un tipo de roca especial que los elfos llaman Nindë, “la piedra del agua”.

- ¿Nindë? Nunca había oído es nombre... – dijo desconcertado Sithel.

- Es comprensible, esta roca no es nada peculiar. – contestó Thorbardin – Los elfos, que habitaban Eregion en la Segunda Edad, descubrieron esta roca en estas mismas montañas y las usaron para adornar los ríos y cascadas de sus palacios que brillaban al paso del agua. No era muy abundante y en Nimrodel quedaban los últimos restos. Con ellas construimos las puertas que ante ti se ocultan.– decía mientras se aproximaba al torrente que caía a poca distancia y llenó su cantimplora que estaba vacía – Este mineral tiene una peculiaridad.– continuó – Y es que solo brilla si es mojado con las aguas que nacen en estas montañas.– y dicho esto, se acercó a un trozo de pared que poseía algunas fracturas y que era una superficie rugosa y lisa – Contempla amigo mío, las puertas de Nimrodel... – y vertió la cantimplora entera por encima de la pared, salpicando las últimas gotas.

Cuando se hubo retirado, una débil luz se encendió en la fría roca y empezaron a dibujarse los contornos de una puerta ancha y no muy alta, adornada en los extremos con estrellas unidos por torrentes de agua en espiral. En el centro estaba un signo, dentro de un círculo de contornos que brillaron al ser mojados. El símbolo de Nimrodel, un torrente de agua caer sobre un yunque atravesado por un hacha, todo ello bajo una corona. Ahora la puerta brillaba en todo su esplendor y arriba en lo alto aparecieron grandes runas escritas en dos filas.

- Mirar – dijo Mortak señalando la runas inferiores – no hace mucho que fueron talladas, aún no han sufrido desgaste alguno. La primera fila es la que se escribió cuando se construyeron las puertas, pero la segunda está en nuestro nuevo dialecto...

- Debe de ser sin duda la que tallara Táurnil. Cambiaron la contraseña y escribieron estas runas para que sólo pudieran entrar los hijos de Nimrodel, conocedores del dialecto. – respondió Thorbardin – “Estas son las puertas de Nimrodel” – leyó la primera línea – “Contéstale a un elfo y entra” – decía la segunda para indignación de Sithel.

- ¿Contéstale a un elfo y entra? No logro entenderlo... – respondió Câranden.

- No me sorprende sabiendo que el artífice fue Táurnil, el enemigo de los elfos como se le conoce... – dijo esbozando una mueca burlona, Mortak.

- ¿Y bien? ¿Cómo contesta el tal Táurnil a un elfo?

- No tengo ni la menor idea...

- ¿Entonces todo ha sido en vano? – se volvió a indignar el elfo.

- ¡No será en vano! – vociferó Thorbardin – ¡Encontraremos la contraseña! ¡No dejare que una estúpida puerta me evite salvar a mi hijo! – encolerizó.

- Ahora entiendo porque ya no tenemos trato con vosotros...

- ¿Qué quieres decir? – enfureció Mortak.

- Vuestra terquedad e ignorancia son irritables. – contestó Sithel provocando gran alteración entre los enanos que empezaron a protestar e insultar en su secreta lengua, pero el elfo no se turbó y continuó hablando - ¿Qué te puedes esperar de un enano? Viviendo en las profundidades de las montañas desentendiéndose del mundo del que forman parte...

- Tranquilízate amigo mío. Todos estamos alterados, serenémonos todos. – ordenó con voz autoritaria Thorbardin dirigiéndose a todos.

- Se va a liar una buena... – se atrevió a aventurar en voz baja Náldor.

- ¿Saldrá vivo de ésta Sithel? – respondió también en voz baja Geko, con tono burlón.

- ¡Amigos! ¡Amigos! No discutamos en horas de necesidad, no nos peleemos entre nosotros. ¡Debemos estar unidos! ¡Sólo así sobreviviremos! – gritaba fuerte Ergoth para que todos pudieran escucharle.

- Déjalo amigo mío. Yo retorno a Lórien, no quiero permanecer aquí varios días hasta que esta gente, descubra la seña que abra la puerta. – respondió con desprecio Sithel –Esto les ocurre por apartarse del mundo y por vivir en secreto.

- ¿Sabes que contesta un enano a eso? – hizo acto de presencia Gárneon que había permanecido callado y alterado por las palabras del elfo. – ¡Ishkhaqwi ai durugnul! – dijo al fin con gran desprecio y escupiendo en el suelo mientras los demás vitorearon las palabras de su amigo.

- ¿Y sabes qué te contesta Sithel del Bosque Negro? ¡Y lo haré en la lengua común para que lo entiendas! no como tú ¡Cobarde! – contestó encolerizado – ¡Pobre ser, perteneciente a una raza mal nacido y desvirtuada, creada por un ser sin poder ni autoridad! ¡Cobardes! ¡Qué se esconden bajo tierra en días de necesidad y que los débiles trasgos expulsan de sus grandes mansiones!...

De las palabras se hubiera pasado al derramamiento de sangre si no fuese por el sorprendente suceso que aconteció. Un ruido estremeció la montaña y la pasarela donde se encontraban tembló bruscamente. De repente, las puertas se abrieron dividiendo el símbolo en dos partes y dando paso a Nimrodel. Las palabras dichas por Gárneon en la discusión con Sithel, accionaron el mecanismo, había encontrado sin pretenderlo la seña de Táurnil, el enemigo de los elfos. Fue esto lo que refrenó el brazo de Gárneon, que empuñaba con fuerza su arma con la intención de arremeter. Todos permanecieron inmóviles y sorprendidos, como si tuviese que pasar un tiempo hasta asimilar lo ocurrido. Finalmente, muchos soltaron carcajadas y se alegraron enormemente.

- La fortuna nos ha sonreído. – dijo al fin Thorbardin.

- Las nubes han desaparecido y los rayos de sol entraran por las grandes aberturas de las minas. La estarán iluminando obligando a los trasgos a esconderse. – respondió Mortak.

- Por fin buenos presagio... – añadió feliz otro enano.

- Esta gente es muy supersticiosa... – bromeó Geko de nuevo que gozaba de buen humor, con su amigo Náldor que reía animado.

- ¡Enanos de las montañas! ¡Ha llegado la hora! ¡Dejar los fardos aquí para no ir demasiado cargados! ¡Empuñad las hachas! ¡Ayudémonos de la fortuna que ahora nos sonríe y pasemos inadvertidos por la oscuridad! ¡Qué se haga el silencio desde este mismo instante! ¡Entrad! – vociferó Thorbardin con un grito seco.

Por fin, tras tantas horas y en condiciones no deseadas, y con dos días de adelanto, toda la compañía se introdujo en silencio y en rigurosa formación por la puerta, bajando hasta el corazón de la montaña, hasta Nimrodel. Le ganaron una jornada a la adversidad con aplomo y tesón y se introdujeron en busca del destino sin esperar noticias de Dúndel. No había mucha esperanza pero ésta latía con fuerza y esperaban encontrar a alguien con vida pues el ataque fue hace poco y en aquellos momentos podría estar vertiéndose sangre enana...



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