La Sombra Creciente

01 de Diciembre de 2006, a las 22:33 - Silvano
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

5

De Vuelta a Éstaleth

Sithel oía el rumor del Río Grande de la Tierra Medía que guiaba sus pasos desde el este, a su izquierda. El agua fluía entre unos acantilados que todos llegaban a adivinar al horizonte. Los altos y hermosos árboles tardaron en quedarse atrás y anduvieron por valles contagiados de aquella magia, alta hierba verde, blanda y aromática.

Los elfos se habían portado bien. Les llenaron las cantimploras con agua y vino y les dieron algunos alimentos: bollos, pan, mantequilla, azúcar, frutas y algo de pescado. No era un menú que agradara a los enanos pero cuando el hambre aprieta…

Sithel sacó mayor cuenta del bosque: le regalaron lembas, hierbas medicinales y pomadas y le restituyeron el carcaj con flechas silvanas. De todos aquellos presentes, el que más tenía en estima era el de su amigo Élonil: una daga de mithril con el mango de madera caoba y adornos florales en oro. En la hoja tenía unas inscripciones élficas, una alabanza a la amistad. Sithel no pudo darle nada a cambio así que le prometió una recompensa en el futuro. Estarían en contacto, acordaron…

Era mediodía, y el paso de los trece supervivientes de aquella desgraciada cruzada, avanzaban con gran rapidez y facilidad, ahora que ningún dolor pesaba en sus atormentados cuerpos. Habían llenado el estómago y los dolores musculares y heridas habían desaparecido por completo. Al final el plan de reclutar a Sithel por parte de Thorbardin dio sus frutos…

El cuerpo estaba sano pero no así el alma que seguía penando. La irracional espera e intriga por conocer al enano del camastro se sumaba a las inquietudes de los enanos que lloraban la pérdida de otro amigo y compañero. Las noticias sobre la huida de enanos hacia el norte y la internada de Dúndel en Moria les tenían ocupado el pensamiento. ¿Por qué entrarían en Moria? Seguramente se extrañarían en vez las puertas de Moria descuidadas y solitarias y entrarían para ver que ocurría en el mayor reino de enanos. Si hubiesen seguido hasta el valle escarpado… no habrían vivido tanta penuria, pensaban.

- Estamos en el sexto día del último mes, si mantenemos este ritmo tardaremos dos jornadas enteras aparte de la vigilia de hoy, creo entraríamos sobre esta hora por las puertas de Éstaleth…

- ¿Y después? – quiso saber Geko.

- Después… no sé… todo se andará…

- ¿Cuánto dinero tenemos?

Ergoth echó cálculos de la bolsa de fondos comunes de los tres que guardaba en su fardo. Habían estado viviendo de los honorarios por sus servicios en Gondor, de la recompensa por la cacería en las Tierras Pardas, y algunas recompensas por tareas y labores hechas en Calenardhon.

- Me parece que habrá que alistarse en las tropas de Éstaleth, nos va quedando muy poco, lo suficiente para cenar y alojarnos una noche en la taberna…

- Le podemos pedir a Duning que nos fíe… no sería la primera vez.– dijo Náldor.

- Creo que le debemos lo de la última semana… habrá que alistarse, aunque sea de explorador… – comentó Geko.

- Que remedio…

- ¿Te quedarás con nosotros Sithel?

- Es posible…

- Te podrías haber quedado en Lórien…

- Podía en verdad…

- ¿Entonces? ¿De lo que huyes te buscaría allí?

El elfo no contestó, se le veía perturbado. No le preguntaron más y hablaron entre ellos mientras seguían portando al enano del camastro.

Los enanos estaban un poco apartados y reunidos, cuchicheaban en lengua khuzdul sobre labores que preferían ocultarles a los montaraces y Sithel.

Anduvieron en esa guisa toda la mañana. Pararon a la mitad de la jornada solar para comer algo aunque fue un almuerzo rápido para burlar el hambre durante unas horas. Estaban quemados por la situación que vivían últimamente, recorriendo sin parar la Tierra Media sin descanso ni divertimento.

La tarde se nubló y la temperatura descendió. Muchos maldijeron no haber pedido mantas a los elfos, el frío era muy extremo y todas las ropas que llevaban no eran suficientes. Pero habían superado penas mayores como para parar ahora y encender un fuego. No sentían los pies y volvieron a doler los huesos, y aún así continuaron con la única premisa de llegar pronto a la ciudad.

En el cielo encapotado se hizo la noche y la visibilidad era muy escasa. No se veía la luna ni tampoco se atisbaba una estrella en todo el firmamento. Había algo de niebla a la que contribuían a cada respiración con el suspiro de sus alientos. Menos mal que no corría aire, pensaron. Los portadores de la camilla se turnaron, los brazos ya dolían en exceso y aquejaban la tensión y la temperatura. Continuaron ahora un poco más rápido para entrar en calor pero sin llegar a la carrera. Pronto llegaron a la frontera de Calenardhon donde el paisaje cambió y se tornó con colores cálidos. Eso les reconfortó, ya estaban más cerca…

Se internaron con regocijo en aquella tierra de escasa vegetación y notaron el desnivel de la tierra hacia la meseta. Algunas formaciones rocosas empezaron a asomar entre la neblina y esta no tenía fin. No existía ninguna luz, tampoco tenían con qué hacer antorchas aunque ni siquiera buscaron la manera de idear alguna. Algunos bandidos podían andar por aquellas tierras y no era menester avisar de su presencia.

Cuando se creyeron en hora decente de la noche, dieron el alto. Se guarnecieron en un nido de riscos que cortaba el gélido viento que empezaba a alentar al aire. Tras mucho intento consiguieron encender dos fuegos que rugieron confortablemente. En una de ellas instalaron la parrilla que tenían y frieron el pescado aderezado con sal gorda que le dieron los elfos. También tostaron un poco de pan para acompañar el pequeño banquete que les pareció una carpa al vino tinto, que no era otra cosa que el pez sobre la lumbre y bañado posteriormente con aquel sabroso licor. Les habían dado tres grandes piezas, la más pesada rondaba las quinientas onzas y la que menos cuatrocientas; a la parrilla echaron esta última. De su elaboración se encargaron Sithel y Urbandûl, el cocinero enano que no había abierto la boca apenas desde que salieron de la sombra de la montaña. Los demás se calentaban en la hoguera que no estaba siendo usada para la cena, charlando sobre el futuro.

- Aún no me hago a la idea… Moria, el reino enano que persistía desde las edades ancestrales destruido…

- Ardo en deseos de saber lo ocurrido, no me lo explico…

- Para ello tendremos que esperar hasta llegar a las Colinas de Hierro donde se habrán refugiado los supervivientes…

- Y pensar que unos trasgos han conseguido lo que en su día no pudo el Señor Oscuro…

- ¿Qué será de nosotros? ¿Otra vez hemos de buscar un paraje adecuado para fundar un nuevo reino?

- En las Colinas de Hierro estamos bien…

- Por ahora… los recursos están desapareciendo y no hay ya yacimientos de minerales, por ello buscamos nuevos reductos que se materializaron finalmente en Nimrodel…

- ¿Volveremos a las tierras inhóspitas del Norte?

- ¿Con los dragones? Estás loco…

- Podríamos venir con un regimiento de enanos y conquistar Moria y Nimrodel…

- Para ese fin tendríamos que esperar años y décadas para crecer en número suficiente de acometer tal empresa…

- Es cierto, no tenemos un ejército tan grande, piensa que en Moria vivían sesenta mil enanos y no pudieron hacer nada…

- Y en Nimrodel habitaban otros seis mil…

- No, tendremos que empezar desde cero en otro sitio…

- ¿Y si pedimos ayuda?

- ¿A quién? ¿Hombres? ¿Elfos? ¿Qué les importa a ellos que nosotros tengamos un agujero en la tierra para vivir?

- Quizás en las Montañas Grises…

- También están atestadas de trasgos…

- ¿Y? ¿No iremos a consentir que unas criaturas débiles y horrendas nos priven de un hogar?

- ¡Claro que no! pero tenemos que reagruparnos todos los enanos bajo un propósito y formar un ejército, y para eso necesitamos tiempo.

- Moraremos en las Colinas de Hierro y el destino decidirá, no es el momento de tratar estos temas, aquí en el reino de los hombres, ocho pobres enanos… Esperar ha llegar al Norte con nuestros congéneres, que ellos expliquen lo ocurrido en Moria y ya actuaremos según deliberemos en una asamblea…

- Me parece bien…

- Sin Moria adiós al mithril…

- Hemos ganado guerras sin mithril…

- No lo decía por eso, aunque las mejores armas y armaduras se han perdido en las montañas que dejamos atrás, ahora están en manos despreciables…

- No solo las armas y corazas, sino los grandes tesoros y arquitecturas, todo, todo el mundo de los enanos queda atrás al igual que los que lo conformaban, todo perdido bajo el velo de la sombra y la muerte…

- Maldigo el momento en que no le dimos importancia a las comunicaciones y nos aislamos de Moria…

- Estábamos cegados por el arte de la herrería, lo que nos llevó a la codicia y la codicia a la desconfianza de nuestros hermanos… Debería sernos una enseñanza moral…

- ¿Consideras esto una enseñanza?

- No, pero se puede sacar una premisa para no errar de nuevo en el futuro…

- ¿Un castigo de los dioses?

- Demasiado cruel…

- Así obran ellos…

Los enanos suspiraron con cierta indiferencia ante un tema de tanta importancia. Todos alternaban su participación en la conversación que les concernía a todos, pero que como dijo Mortak, no era el momento ni el lugar, ni siquiera las circunstancias.

- Saber que las cosas en el noreste no están muy bien… – intervino Ergoth.

- ¿Cómo? – preguntó Mortak bajo una mirada de suscitado interés por parte de Sithel.

- El rey de los elfos de esas tierras ha pedido ayuda para un importante cometido…

- ¿Y? – preguntó divertido Câranden.

- Pues que no sé que hecho llevará a un poderoso elfo con un buen ejército pedir ayuda a sus hermanos…

- ¿Una guerra? – balbuceó inocentemente Halén, uno de los tres supervivientes de la guardia de Nimrodel.

Geko creía que Sithel iba a entrar en la conversación de alguna forma, pero pareció sopesar la posibilidad de que una contienda armada se avecinaba sobre su hogar.

- Si fuese una guerra… ¿Por qué solo habrían de partir siete elfos en su ayuda?

- Buena pregunta Thorbardin… – admitió Ergoth cuando sus pesquisas fueron echadas por tierra.

- ¿A lo mejor para planear la guerra?

Un breve pero conciso silencio se alzó en el pequeño campamento hasta que lo interrumpió Urbandûl con agradables palabras:

- La cena está lista…

El pequeño banquete se degustó con gran gozo. Aunque mal cocinado, era una maravilla para el paladar y el vientre quedó satisfecho y agradecido.

Había pasado ya la medianoche cuando se produjeron las últimas conversaciones. Todos se apiñaron para disfrutar del sueño cálido, y quedaron tres despiertos; dos de ellos con la misión de buscar maderos para alimentar el fuego. Sithel, que no necesitaba descansar, era uno de ellos y quedo velando por todos mientras regresaban Câranden y Mortak. La llanura era una basta extensión de pobre mantillo sobre agreste tierra desnuda y hierbajos. Poco o ningún árbol había cercano por lo que tardaron en cumplir su cometido. La recolección fue tan escasa, algunas ramas de matorral y hierbas secas, que solo pudieron mantener con vida una de las hogueras.

- Dentro de poco, en el día de hoy, debería despertar vuestro amigo si siente apego pro la vida… – dijo Sithel refiriéndose al enano que permanecía en el camastro – Como muy tarde en la siguiente luna… si no…

- Que frágil es la vida… un mero jugo de una hierba puede acabar con un cuerpo robusto y fuerte…

- Insignificante es, como se siente el guerrero en un ejército de millares de soldados, decenas de millares; pero a la vez confiado y crecido, creyéndose invencible… – replicó Câranden.

- Interesante comparación… – afirmó Sithel.

- Al final de tantas penurias, la titánica huída quedará en fracaso…

- Difícil estaban las cosas… – consoló Mortak – bastante fue que llegamos en el plazo fijado… y más en ese estado, no pudimos hacer nada…

- Aún no sabemos si ha muerto, no quieras acelerar el deprimirte… – aconsejó Sithel – Siempre ha de quedar la esperanza, si no estaríamos perdidos…

- Tornemos hacia temas más amenos, para crudezas ya está el cielo. – bromeó Mortak.

- Sí, mejor será, tanto hablar de amargura y melancolía pesan en el corazón y enturbian el pensamiento…

- Has sido tú el que ha hablado de Gárneon, o Thorand… ¡Porque no sabemos quién está ahí tumbado, a tan poca distancia! – se enojó Câranden.

- Si no sabes quién es, reza por los dos…

Mortak temió esas palabras del elfo, no sabía de qué modo las entendería su amigo, se podría encolerizar… pero por suerte se sumió en sus pensamientos…

- Vete a dormir, Câranden, no hace falta que nos quedemos tres despiertos. – sugirió Mortak por si acaso.

Prácticamente donde estaba sentado el enano sucumbió al sueño, pregonándolo con una respiración fuerte.

Quedaron a solas Mortak y Sithel. Todos dormían. Algunos ronquidos salteados con toses se alzaban al débil susurró del fuego.

- Perdónale… más que un capitán parece un padre protector…

- Eso es bueno, siempre es preferible que un líder ame y se preocupe por sus soldados, ojalá todos los generales fuesen así…

- Sí, pero hasta cierto punto, un buen líder tiene que arriesgar en el campo de batalla, no debe de temblarle el pulso en tomar situaciones que puedan acarrear bajas si es por el bien de la tropa…

- Tienes razón, pero Câranden es un buen capitán, o así lo demostró en la mina…

- Lo es, que no te quepa la menor duda, pero solo cuando los hechos y la adrenalina no le dejan pensar ni analizar la situación; después se derrumba…

- Eso en una guerra larga, con varias contiendas, sería muy perjudicial…

- En efecto… si después de una batalla torna a como está ahora… en el siguiente conflicto no tendrá la cabeza centrada y sentada en lo que realmente importa…

- Recuerdo una historia que sucedió en mi reino cuando llegó la sombra… En poco tiempo sus numerosas incursiones nos arrebataron muchas tierras, demasiadas… se hicieron con el control casi completo del bosque dejándonos solo una pequeña región en el norte. En sus campañas muchos de nuestros capitanes y generales sucumbieron ante las arañas y los orcos, y jóvenes soldados fueron ascendidos para ocupar los puestos. Hubo dos elfos que ganaron mucha fama en aquellas guerras, Elwaran y Natandur. Cada uno por distintas actitudes en el campo de batalla. El primero de ellos era como Câranden, un ducho guerrero que destacó por no haber dejado a un compañero atrás y salvado muchas vidas. El segundo, Natandur, estaba casi en el punto opuesto, era de sangre fría y nervios de acero, de ideas claras y concisas, se movía por ideales y por fuerza. Nunca abandonaba el frente hasta hacerse con él y nunca retrocedía, no cabía el miedo en su corazón. No pocas veces se quedó el solo rodeado de enemigos, sin retirarse hasta que el último había caído…

Mortak se acomodó recostando la espalda en un fardo cercano y alimentando la lumbre.

- Por esas virtudes nuestro rey Thandruil les concedió el título de capitán dándoles una poderosa compañía bajo sus órdenes. Pero no rindieron como se debía de esperar de tan afamados guerreros. El pueblo depositó muchas confianzas en aquellos dos elfos de corpulento cuerpo y esbeltos, de tan bello rostro que transmitían miedo. No supieron estar a la altura. Natandur ganó pocas batallas y a costa de muchos soldados, los elfos temían estar bajo su mando y en muchas escaramuzas huían sin honor. Por su parte Elwaran no perdió a ningún elfo de su compañía pero no ganó ninguna lucha y ocasionaron pocas bajas al enemigo. Ante esta situación Thandruil decidió tomar cartas en el asunto, aunque no de la forma en la que el pueblo gritaba. En vez de restituirlos de su mando les unió, fusionó las dos compañías y mantuvo a los dos en el poder para que juntaran fuerzas. Thandruil pensó que juntando sus dos virtudes harían un regimiento temible en campo de batalla, pero su plan no dio los frutos deseados en los primeros meses. Pero eso fue hasta que Elwaran y Natandur supieron compenetrarse y trabajar juntos, hasta entonces siempre se oponían sus órdenes y el mando era un caos. Enlazaron una gran amistad a pesar de la soledad y frialdad de Natandur. Entonces la maquina se engrasó y los éxitos vinieron solos.

Elwaran que se relacionaba y hablaba con todos sus elfos los sabía alentar para la guerra y era tan ciega la confianza que depositaron en él que le seguían sin dudar. Natandur nunca abandonaba el combate y esa recia actitud e ideas, el no abandonar hasta lograr tus metas fueron grandes virtudes que ganaron todos los elfos a su mando. Los dos capitanes aprendieron mucho el uno del otro, y en el campo de batalla tardaban pocos segundos en dar la orden adecuada, tal era su compenetración a pesar de lo lejana que era sus formas de ser. Fue entonces cuando emprendieron las más gloriosas victorias y ampliaron nuestras fronteras hasta las montañas del bosque. Todos los soldados querían luchar en su unidad, la unidad de los “Héroes” como se llamó. Crearon estrategias y llegaron a tener gran conocimiento del arte de la guerra. Poco se parecían las formas de proceder a las que emprendiera al principio Natandur cuando mandaba en solitario. Esta se bastaba al ataque directo de frente y sin miramientos, aunque estuviesen en minoría…

- ¿Aún siguen en activo tan grandes capitanes? – preguntó Mortak.

- No, me temo que no…

- ¿Murieron?

- No, desaparecieron y no hace mucho tiempo. Una centuria a lo sumo.... desde entonces las cosas en el bosque vuelven a sernos adversas... hemos retrocedido hasta el río…

- Los grandes héroes siempre tienen un precoz fin para desgracia del mundo…

Sithel afirmaba en silencio.

- Bueno voy a descansar, ahora les toca permanecer de guardia a Balif y Bolfat.

- Déjales dormir, si los despertases se pondrían a charlar junto al fuego y la guardia que harían sería nula, ¿De qué serviría? Si sufrimos un asalto solo serán los primeros en saberlo, pero no podrán evitarlo ni alertar… Mejor me quedo yo solo, investigaré por los alrededores…

- De acuerdo Sithel, llevas razón… que las bendiciones de todos los enanos te paguen tu gran labor y ayuda en esta campaña…

El elfo hizo una pequeña reverencia y se puso en pie para perderse en la neblina de la noche. Mortak se recostó y dejó de imponerles barreras al sueño, cayendo en profundo letargo.

El despertar del día fue duro y frío. Todos tosían severamente y tenían los huesos atrofiados del frío. Las mantas estaban heladas al igual que los rostros a pesar de la lumbre que aún perduraba tímidamente. Sithel no había vuelto todavía cuando todos habían sido despertados y desayunaban café caliente, recién molido, que le dieron los elfos.

- Siete de Diciembre ya… parece que ha transcurrido una eternidad desde que partimos de Éstaleth el veinticinco…

- ¿Doce días solo? No puede ser… ¿Tan poco? – titubeó Geko ante el comentario de Ergoth.

- ¿Hoy termina el plazo de recuperación del veneno verdad? – preguntó Câranden al montaraz.

- Si al anochecer no despierta…

- ¿Partimos ya? – dijo Thorbardin.

- Esperar, Sithel aún no ha regresado… – interrumpió Mortak.

- ¿Dónde está?

- Fue a patrullar la llanura por la noche mientras dormíamos…

- Pregúntales a Balif y Bolfat si le han visto…

- No creo que sirva de mucho – respondió Mortak – No los desperté al terminar mi guardia, se quedó Sithel solo…

Thorbardin meditó unos segundos, parecía haberse puesto al mando de nuevo del grupo de enanos.

- Los elfos tienen una aguda vista y saben seguir rastros, partamos, ya nos dará alcance, no quiero estar envuelto en este frío más tiempo del necesario.

- Pero señor, después de todo lo que ha hecho… – replicó.

- Y le estaré eternamente agradecido pero no pienso pasar frío por un elfo… ¡En marcha!

Algunos rieron tímidamente. Los montaraces se quedaron un poco asombrados, parecían que la hostilidad con el elfo se había reanudado pasada la hora de lobos.

Siguieron en línea recta el rumbo que habían llevado el día interior. La camilla la portaban los enanos, ya no sentían el arrebato de destapar al convaleciente. Pronto llegaría ese momento y no querían arruinarlo todo en el último momento. El deseo por conocer la identidad era una mera curiosidad. Habían visto un cuerpo totalmente tapado durante dos días y únicamente adivinaban su silueta bajo todas esas mantas. Los elfos aseguraron que el aire podría pasar lo suficiente como para que respirara. Al estar inconsciente, su respiración era muy lenta. Llegado el momento de despertarse recobraría el ritmo normal y al verse ahogado se levantaría con fuerza en busca de oxígeno, todos esperaban ese momento.

Otra razón era hacer uso de las mantas para las noches y turnarse la camilla para dormir. No veían la importancia que se escondía debajo, podía suponer una muerte más, una de tantas otras, pero ya eso no ensombrecía sus corazones, lo único que lo hacía era el misterio. ¿Quién había sido el más fuerte?

Los montaraces cerraban el cortejo. Desde aquella posición Geko tenía una visión que se le hizo rara. Cuando hará varios días había pasado por aquellas mismas tierras. que aún guardaban algunas huellas, lo había hecho con un ejército de enanos, bajos enanos ataviados con cascos que conformaban un inmenso río de metal bastante chistoso, ante sus ojos, dada su elevada posición. Se había echado muchas risas viéndose arrastrado por un torrente de hierro que le llegaban a la altura del abdomen. Ahora ya no tenía esa cómica imagen, por desgracia. Por delante de él solo quedaban nueve enanos en un transcurrir silencioso y patético. El río se había secado y el bastión de su vista solo atisbaba pequeños charcos…

- Esta situación me recuerda a la que pasamos en la huída de Ernost… tierras frías en las que reina el silencio y avanzan unos pocos supervivientes de una desgracia… – comentó Náldor.

- El relato de hace dos noches a abierto viejas heridas… – admitió Ergoth – Había olvidado por un tiempo a Neith… ¿Qué habrá sido de ella?

- Algunos dijeron que logró salvarse…

- Otros que pereció junto a Éthalan en un ataque desesperado por ganar tiempo para la huída… – al montaraz se le empezaron a humedecer las cuencas de los ojos y recordó a su compañera de infancia. La había buscado durante mucho tiempo pero sin suerte, los supervivientes de Ernost se dispersaron mucho y en todas las direcciones – ¿Cómo habré podido olvidarla? ¿Cómo he podido olvidar su negra melena e intensa mirada, su suave rostro y pronunciada nariz? Tantos años juntos, tantos momentos compartidos en el parque, bajo los árboles…

Sus dos compañeros no le interrumpieron y le dejaron reencontrarse con sus recuerdos. Neith había sido una persona muy importante a lo largo de toda su vida, querida como una hermana, admirada como una guerrera, necesitada como una madre… Cuando fueron pequeños, sus respectivos padres fueron masacrados cuando una partida de orcos asaltó su pueblo. Sobrevivieron por el ingenio de ambos cuando contaban con catorce años de edad, ocho para un humano normal pues ambos tenían la sangre de los llegados por mar en naves blancas, del pueblo de Númenor. Tantas aventuras habían corrido, tantas historias picarescas para comer… Cuando Ergoth hubo crecido quiso alistarse en el ejército para ver mundo y vengarse por su familia. Neith le siguió por las mismas razones, impulsada también para no separar su amistad. Él la tomó a broma pero en aquellos tiempos varias mujeres entraban en filas demostrando su valía y Neith sobresalió de entre todas ellas; e incluso, por encima de muchos hombres. Neith la bravucona le apodaron al principio, luego la llamaron de una forma más noble, Belegsarn, “pequeña piedra poderosa” traducido a lengua común. Se lo pusieron cuando la vieron por primera vez en combate, fue la única mujer que no sufrió bufa ni discriminación.

- Belegsarn… – suspiró en voz baja.

- ¿Quién? – preguntó Geko.

- Belegsarn era el sobrenombre que le pusimos a Neith en la unidad. – explicó Náldor.

Geko no la conoció, ni siquiera la vio con sus propios ojos, lo único que sabía de ella era lo poco que había contado Ergoth en las largas noches al fuego, que no era mucho.

- Ahora que dices eso… se me ha venido a la mente una cosa, a mí me llamaron Tarnaug “enano alto” por empuñar un hacha de doble filo de los enanos. Me lo puso mi capitán, decía que la manejaba como uno de ellos…

- A mi me pusieron algunos, Geko el temerario y Fëafaroth “espíritu cazador” los únicos que recuerdo, este último es mi favorito. – rió – Ya de pequeño me llamaban así... Nunca hemos hablado de cómo nos decían, tantos años juntos y aún desconocemos cosas el uno del otro…

- Es cierto, siempre nos hemos llamado por nuestros verdaderos nombres.

- ¿Y tú qué? ¿Tenías algún sobrenombre? ¿Cómo te puso tu capitán? – le preguntó a su compañero que jugaba con su barba, como pensando – ¿Ergoth?

- A mi no me pusieron ninguno, siempre fui Ergoth, menos para una elfa que me llamó hace mucho tiempo Gûramorth, pero solo me lo han llamado una vez y desde entonces no lo he vuelto a oír, significa “destino oscuro”…

- ¿Gûramorth? ¿Por qué?

- Me dijo que el futuro me preparaba un dura prueba… al parecer lo leyó en las estrellas, decía que era el elegido… Eso fue hace siete años…

- ¿Hace siete años? – se sorprendió Geko – Pero si entonces ya nos conocíamos, estábamos juntos, éramos montaraces de Arbendân…

- En efecto. – admitió su amigo.

- ¿Cuándo fue? No nos has contado nada… – quiso saber Náldor.

- ¿Recordáis Carn Dûm?

- Como olvidarlo, ha sido de los momentos que más miedo he pasado en mi vida… Cerca de Angmar, de nuestro mayor enemigo para comprobar si era cierto que había dragones por aquellas tierras… Suerte de que al final era un falso rumor…

- Antes de partir hacia el noreste, una elfa desvalida del pueblo del lago de Neuial vino a verme una oscura noche y me dijo que me había estado buscando para alertarme, que tuviese cuidado me aconsejó; pronto el destino me elegiría para una difícil e importante misión, podría costarme la vida pero era necesario cumplirse para bien del mundo, me deseo suerte y las bendiciones de su familia. Al final me llamó caballero Gûramoth… “Destino oscuro”…

- ¿Caballero? Ostentoso título…

- ¿Pero así sin más? Esa estaría loca…

- ¿No te dijo nada aparte de eso?

- No.

- ¿Ni siquiera el cometido de tu misión?

- Dijo que llegado el momento lo descubriría, pero que no desesperara, mis manos obtendrían la herramienta para cumplirla. Puso especial énfasis en la palabra “herramienta”.

- ¿Qué herramienta?

- Ni idea… – rió Ergoth – Nunca le di demasiada importancia a aquel hecho por eso no os lo he contado, ha pasado mucho tiempo y no ha ocurrido nada, sigo vivo. Si lo he recordado ha sido porque has preguntado sobre nuestros otros nombres…

- ¿Y si no fuese una loca que desvariara? ¿Y si fuese una hechicera élfica y de verdad vio tu destino escrito en las estrellas?

- No digas tonterías Náldor… – pidió el montaraz divertido.

- “Herramienta” – dijo en voz baja y un hecho se le vino a la memoria – Ergoth ¿Aún recuerdas como obtuviste tu espada?

- No creo en esas cosas, déjalo ya…

- Cuando conseguiste tu espada… ¿Lo recuerdas? – repitió.

Ergoth asintió con la cabeza y las imágenes se hicieron en su cabeza:

Fue en ese mismo viaje, el que hicieron a Carn Dûm, donde la consiguió. A su regreso encontraron unos panteones en las montañas del oeste de Angmar. Las losas estaban abiertas, parecían que la habían saqueado. Alguien había pasado por allí no hace mucho y abierto la gran tumba con una gran máquina. En el interior se abrían portentosas y hermosas salas, conectadas unas con otras, que servían de hogar a los muertos. Todas estaban revueltas y se notaba que se habían llevado muchas cosas. Decidieron pasar allí la noche. Buscaron la mejor estancia del complejo para descansar, entonces encontraron algo… En una pequeña sala cuadrada había una tumba alta, lisa y sin adornos ni marcas, ni siquiera el nombre del cuerpo que albergaba. Sobre ella reposaba una majestuosa espada desnuda, medio envuelta en un manto de terciopelo azul que residía en un resquicio tallado. El mango de cuero, del mismo color, tenía una banda de plata enzarzada. De la cuna de la empuñadura nacía un filo reluciente e inmaculado. Su hoja era larga, parecía un mandoble, pero solo se podía coger con un brazo. El arma poseía unas inscripciones, letras grabadas en élfico que no supieron entender, no podían leerlas, estaban escritas en un dialecto desconocido para ellos. Lar marcas rezaban estas dos frases, una por cada lado del frío metal:

Ninguno llegaba a comprender como unos saqueadores se habían olvidado tan hermoso tesoro. Las cuerdas que la encerraban dentro de la capa habían sido desatadas, sin duda la habían abierto pero no se la llevaron ¿Cómo unos saqueadores ven un paquete, lo desenvuelven, encuentran una hermosa espada y no la recogen? La respuesta no tardó en hacerse obvia. Estaban todos allí reunidos, en la puerta de la sala contemplando la lápida, con la espada encima. El que hizo el descubrimiento de aquella estancia dio un paso al frente y se dispuso a tomar posesión de ella pero no pudo, algo ocurrió, algo extraño. Cuando su puño tenía fuertemente agarrado el mango, una llama brotó de él para sorpresa de todos. El montaraz gritó dolorido y con rabia, su voz retumbó por toda la caverna. El fuego le produjo una gran quemadura, tenía muy mal aspecto. Debería tener un sortilegio a prueba de ladrones, pensaron. Se había vuelto incandescente durante un momento, el mismo que tardó el joven en soltarla. El montaraz dolorido empezó a maldecir a la espada mientras Arbendân la miró con curiosidad.

- Me parece que habrá que dejar esta reliquia aquí… ¿O hay otro valiente? – dijo el capitán de los montaraces con una sonrisa irónica.

Algunos curiosos se acercaron a contemplarla de más de cerca, entre ellos Ergoth. Su pobre compañero no había llegado a moverla y esta relucía bajo la luz de la antorcha de Arbendân. Alkarân, el pobre infeliz que adolecía de graves quemaduras y la efigie y adornos del mango dibujados en su carne, se había tranquilizado un poco y le prepararon una pomada con Kelventeri, unas hierbas que traían consigo expresamente por si se topaban con un dragón y su aliento.

Mientras, entorno a la lápida se resistían a abandonar aquel tesoro.

- A lo mejor el sortilegio solo es para el primero que la intenta coger… – dijo uno.

- No puede ser, los que saquearon la tumba la descubrieron y la dejaron, seguro que se la intentaron llevar pero no fue posible…

- ¿Quién nos hace salir de dudas?

- Yo no pienso jugarme una quemadura como esa…

- Tenemos hierbas, no te preocupas…

- ¡Espera que Alkarân no pierda la mano y se recupere!

- Vayamos mejor a descansar… – interrumpió la disputa el capitán.

- Yo quiero coger esa espada. – afirmó uno.

- Pues ahí la tienes… adelante, pero ya sabes lo que ocurrirá. – le animó Arbendân desafiante.

El dúnedain con cautela posó un solo dedo un instante sobre el cuero azul, comprobó que estaba frío. No había sufrido desperfectos por la llamarada anterior, mantenía su color y textura. Con un poco de confianza acarició la empuñadura con los cuatro dedos pero cuando esta empezó a calentarse los retiró con brusquedad. Algunos más hicieron otro intento pero todos con el mismo final.

- No os dejará que os apropiéis de ella, parece ser que la espada elige a su dueño, no al contrario… – dijo un divertido Ergoth.

- ¿Y por quién se decantará? – replicó enfadado Imân, el único de la compañía que no dio la bienvenida a los tres ernostianos. A lo largo del tiempo tuvieron muchos roces y fue él, al final, quién reveló sus procedencias, rompiendo el juramento que les hizo hacer su capitán de olvidarlo en el pasado. Fue el culpable de que desertaran, era un hombre de ideales fuertes y estos se los infundía Aranarth, incansable perseguidor de los pocos que sobrevivieron; quizás por cuestiones de orgullo…

- Parece un arma noble… supongo que el que sea tan noble como su antiguo dueño será capaz de…

- ¿Estás diciendo que carezco de honor? ¿De nobleza? – interrumpió – ¿Y me lo dices tú maldito Gurthgwaith? – todos se alertaron y miraron a Imân.

Así denominó Aranarth a Athân cuando acudió a Ernost a suplicarle que desistiera. “Gurth” significa muerte y “gwaith” pueblo, en élfico. Más tarde ese nombre pasó a los contados supervivientes de aquella masacre…

La situación se volvió tensa. Ergoth y el arrogante montaraz tuvieron un intenso duelo con la mirada. Arbendân iba a intervenir y reprimirle pero la conversación siguió.

- Yo no he dicho que no tengas honor, lo has hecho tú mismo. – se burló – ¿Siempre tienes que emplear el mismo recurso? Llámame como quieras y recuerda todas las veces que desees de donde vengo… – hablaba con voz calmada y tranquila, no se encolerizaba con facilidad – pero no te tengo nada que envidiarte en honor o condición…

Esas palabras no gustaron a Imân al que le sentaron como un jarro de agua fría. Se habían escuchado algunas risas, en especial las de Geko y Náldor. Todos estaban acostumbrados a aquellas situaciones, eran algo normal dentro de lo que cabía. A pesar de ello nunca había trascendido a cosas mayores que las palabras.

- Venga, intenta coger la espada, adelante… Demuéstranos tu honor…

- Una cosa es que no tenga que envidiarte en esas cuestione, y otra muy distinta que sea tan estúpido de intentar coger una espada que convierte su mango en fuego cuando se intenta empuñar…

Imân se encolerizó con aquellas palabras y cogió la mano de Ergoth con firmeza. Tras un agresivo y rápido forcejeo, la llevó y la posó sobre la espada con fuerza, manteniendo la suya encima para que no la soltara. Esperaba ver un grito de dolor en su cara, lo deseaba, pero no ocurrió tal cosa. Todos los demás quedaron inmóviles y no se movieron, estaban boquiabiertos. El propio Ergoth, tras el susto del comienzo empezó a reírse. Su oponente dejó de presionar y retiró el puño cerrado con fuerza, acababa de recibir un golpe mortal en su orgullo. Eso desencadenaría más tarde la revelación, por su parte, del secreto que guardaba aquella compañía, la ocultación de tres traidores al desaparecido reino de Arnor.

Ergoth, aún sin creerse lo que había pasado, agarró con fuerza y sacó el arma del manto de terciopelo.

- Parece que la espada ha elegido… la llamaré Narglîn, “Resplandor de fuego”…

La alzó para verla mejor y la blandió dos veces, escuchando el hermoso ruido del aire cuando se corta. Para más burla, cogió su vieja espada y se la entregó a Imân con una gran sonrisa en el rostro. Fue una humillación pública a la que contestó por primea vez con violencia, pero los separaron a tiempo. Arbendân puso orden y mandó descansar para partir al alba. Ergoth guardó su nueva adquisición con orgullo aunque tuvo que adaptar la vaina, no entraba en ella. Medio año después de aquella noche tuvieron que exiliarse…

- La “herramienta” que te ayudaría a completar tu misión podría ser esa espada…

- ¿Por qué lo dices?

- ¿Quizás porque contra ti no se defendió, te eligió? ¿Por qué crees que no te abrasó la mano como a los demás?

- No lo sé, a lo mejor se rompió el hechizo… Vosotros habéis cogido a Narglîn en varias ocasiones y no os ha hecho nunca nada…

- Eso es cierto… – admitió Geko – A nosotros no nos ha hecho daño y en cambio cuando Imân la intento robar una noche posterior a aquella, si se defendió y no dejó ser tocada…

- Eso demostraría que el conjuro no se esfumó, sigue latente…

- Pero Náldor, vosotros dos la habéis cogido después de aquel día, al igual que también lo hicieron algunos que no pudieron cogerla en su momento. Incluido Alkarân, aunque no sin recelos…

- ¿Hacemos una prueba? ¡Nárlec! – llamó Geko al enano que más cercano tenía – Intenta coger la espada…

- ¿Cómo? – se extrañó – ¿Para qué?

- Tú desenváinala…

- ¿Pero para qué voy a coger…?

- ¿Quieres desenvainarla de una vez? Por favor. – suplicó con sonrisa pícara.

Náldor y Ergoth se pararon y se miraron preocupados. Querían avisarle, pero cuando le iban a alertar éste ya tenía puesta la mano en el mango. No pasó nada. La desenfundó y la manejó un poco, devolviéndosela de inmediato al montaraz. Sin comprender nada de nada, el enano reanudó la marcha pensando que habían perdido el juicio.

- Demostrado queda. – dijo Ergoth – Se rompió el hechizo aquella noche, y si atacó a Imân me temo que no sabremos el motivo. Olvida las viejas historias de grandes aventuras y armas mágicas, Náldor. Quedaron atrás, en las edades pasadas… Aquella noche en el panteón tuve suerte…

- No creo que fuese solo eso… Aparte de… que misión se te ha encomendado y por la que tan otorgado una espada…

- ¿Recordáis la cara que puso Imân? – interrumpió Geko entre carcajadas – Cuando os separamos de vuestra pelea en la tumba, se me escapó un golpe que casualmente se encontró con su cara… – rió.

Ya no volvieron al tema. En aquella conversación se les había pasado parte de la mañana y cuando quisieron darse cuenta pararon a comer. Miraron hacia atrás, querían ver si les seguía Sithel pero nadie asomaba por la línea del horizonte, de momento.

Sacaron los bártulos de cocina, repetirían el menú de anoche. Tenían que acabarse la carpa que quedaba en el transcurso del día para que no se pusiese en mal estado. Dudaron en si cocinarla entera o dejar algo para la noche, eran quinientas onzas de animal...

El viento amainó y hacía sol, el intenso frío había cesado por lo que decidieron estacionarse y darse el banquete, había hambre. Los montaraces y dos enanos más partieron en busca de leña, esperaban hacer tres lumbres al menos para estar bien acomodados en la todavía fría estepa. Esta vez hubo más fortuna que en la noche anterior y encontraron muchos arbustos y varios árboles al que desmenuzaron algunas ramas…

Rápidamente el asentamiento estaba montado y formaron un confortante lugar para saciar el hambre. Encendieron cuatro hogueras que les dieron todo el calor deseado y necesitado.

Rápidamente Urbandûl dispuso la pieza para cocinarla, carpa ahumada era el plato principal del menú. Era muy habilidoso guisando y podía prepararte cualquier cosa de muchas maneras, aprendió de las mujeres humanas cercanas a su región. Muy pocos enanos tenían esa mano para la elaboración de platos, la mayoría se centraba plenamente en la degustación; era un enano inusual y se ganó muchas burlas por aquella conducta aunque todas las palabras se acallaban al degustar sus delicias…

Ergoth le ayudó, en ausencia de Sithel, junto a Bolfat, gran amigo suyo; aunque mayormente le daban conversación y se quedaban mirando mientras el enano hacía sus labores.

Los demás se tumbaron y charlaban con las manos tendidas al fuego. Los cuatro enanos que aún portaban armadura se habían despojado de ella para mayor comodidad. La espera hasta la hora de comer se presentaba ardua y lenta. Hablaban de cosas sin importancia, abrieron boca con algunos frutos secos y bebieron vino de Lórien. Algunas palabras a favor de aquella bebida elaborada por los elfos; y a raíz de ahí, los temas se tornaron hacia aquella civilización que les había ayudado, pero con fines despectivos…

Geko y Náldor no participaron y se alejaron un poco para no oír chisporrotear palabras en una lengua que no entendían. Ya no se sorprendían de que les siguiesen teniendo en mal estima a pesar de que les ayudaran…

- Ya han pasado muchos días… demasiados… ¿Más de una semana?

- ¿Sin qué? ¿De qué hablas?

- De una pipa llena y humeante…

- ¿Te estás convirtiendo en un fumador empedernido, Geko?

- No, no lo necesitó para vivir pero si para tranquilizarme…

- Deberías fumar menos – aconsejó Náldor – o se limitará tu resistencia… Cuando corríamos para ganar tiempo en llegar a Nimrodel… al final no podías con tu alma…

- No exageres…

- No lo hago. – rió.

- Maldigo el día en que ese enano nos cambió tabaco a cambio de alimentos… Fue Ergoth quien me aficionó…

- Pero él fuma muy de vez en cuando…

Geko iba a contestar pero se vio sobresaltado por unos ruidos ajenos a ellos, varios relinchos. Todos se reincorporaron inmediatamente y miraron, alertados, en todas direcciones; pero de momento no contemplaban nada…

- ¡Echad mano a las armas! – dijo Câranden.

- ¿Alguien ve algo?

Náldor puso la oreja en la tierra:

- Son cuatro, vienen al galope, creo que se dirigen hacia aquí…

Al poco tiempo una pequeña polvareda asomaba por el noroeste. Todos se volvieron con las pocas armas que poseían en ristre, preguntándose si serían bandidos, hombres del este, gondorianos o cualquier cosa que les deparara el destino…

Entre el silencio de incertidumbre fueron tomando forma un jinete en una poderosa montura negra, seguido por otros tres corceles velozmente. Cuando estuvieron más cerca, observaron que estos últimos estaban huérfanos de dueño, eran tirados y conducidos por el primero…

La tierra se estremecía por momentos y los cascos retumbaban cada vez más fuerte en la pradera. No era una amenaza, ¿Un solo individuo contra nueve enanos y tres montaraces? Bajaron las armas y salieron un poco al paso para ver si quería algo, se dirigía justo hacia ellos… Cuando estuvo a cien yardas vieron a un imponente encapuchado con un arco en la espalda.

- ¡Pero si es Sithel! – exclamó Ergoth riendo.

- ¿Sithel? ¿De dónde va a sacar él cuatro caballos? – se preguntaban a coro los enanos.

Las poderosas bestias llegaron al trote a la loma donde todos aguardaban expectantes. Los nerviosos animales, que relincharon y se encabritaron, fueron apaciguados por los montaraces mientras desmontaba el elfo, que había dejado a la luz del día su rubia melena.

- ¿Qué ha sucedido?

Sithel se abrió paso entre la multitud sin contestar, se le notaba perturbado, preocupado. Rebuscó entre los fardos y bebió agua de una bota de piel. Lo hizo con calma y gratitud, como si le aliviara de un pesar. Todas las miradas le estaban acribillando con sus dudas, no le pareció importar. Se sentó cansado sobre la manta más cercana que había dispuesta, y puso las manos al fuego. Respiro profundo para serenarse un poco mientras los demás no podían aguardar más explicaciones.

- ¿Quieres contarnos que ha pasado de una maldita vez?

- ¿Cómo has conseguido semejantes monturas?

- ¿Quiénes eran sus amos?

- ¿Qué has hecho durante parte de la noche y toda la mañana?

Su semblante era muy serio y parecía no oír las cuestiones que le formulaban.

- ¿Te hace gracia hacernos de rogarte? – preguntó irritado y con brusquedad Halén.

- La paciencia es una virtud… – contestó el elfo sin mirar al enano que le increpaba.

El enano refunfuño y volvió a sentarse, y varios le siguieron.

- Ignorarle, no merece la pena… para él sus batallitas… Y los caballos ya los venderemos en la ciudad para pagarnos una buena estancia, banquete y ropa…

Alrededor de Sithel, tomaron asiento los montaraces y los dos únicos enanos que prácticamente llegaron a entablar amistad con aquellos forajidos. Incluso el trato advenedizo que tenía Náldor se esfumó, como si solo fuese una anécdota para animar el viaje y dar emoción a una cacería que no se produjo, por lo que la apuesta no llegó a existir, y Náldor tampoco…

- Ellos no gustan de mi compañía yo tampoco… – explicó cuando le rodearon sus amigos – No tendré favores con los que no los tienen conmigo…

- Me parece bien. – entendió Mortak la actitud que los demás creyeron arrogancia.

- En la noche hallé, a centenares de yardas, el rastro de una partida de exploradores a caballo…

- ¿Nos seguían?

- No lo creo… partían al este, no al sur.

- ¿Quiénes eran?

- Al principio pensé que eran montaraces de Gondor, iban encapuchados con oscuras capas y con el rostro tapado por un pañuelo. Iban al galope y solo pararon cuando encontraron nuestras huellas recientes. Fue en ese momento cuando los localicé y me acerqué con sigilo…

Algunos enanos vieron que el elfo estaba narrando lo sucedido y la curiosidad les impulsaba a pegar la oreja. Sithel los vio e interrumpió el discurso para recriminarles con la mirada, como si lo que estuviese contando fuese un trascendental secreto. Sus interlocutores se dieron cuenta de la creciente hostilidad…

- ¿Ocurre algo?

- Mis oídos no están sordos. – contestó, sin volverse hacia Câranden – Conozco el motivo de mi acompañamiento, así como los comentarios fogosos y de bufa que contra mí han tomado parte… incluso después de los últimos días… – el tonó de sus palabras bailaba entre lo sarcástico y lo irónico.

- Sithel yo… – quiso excusarse Mortak pero fue cortado con un gesto del elfo.

- No hablaban en lengua de los hombres, sino en lengua negra. Parecían discutir por la ruta a seguir. Se mostraban malhumorados y conflictivos, parecía que no habían conseguido lo que se proponían. Iban siete y avanzaban al trote. Por lo que pude entender y deducir, uno de ellos informó sobre a ver visto a una reducida y vulnerable compañía acampada cerca de allí. Esa información fue desatendida por el que parecía el líder, mientras otro sugería atacarnos para redimirse del fracaso. O eso entiendo yo por la traducción de “Kasta inras”. También dijo algo como: “…kaugzi kista… blog… marzgi rum… ekla… gnyia goth…” pero mi pobre dominio sobre esta lengua no es muy extenso… nunca tuve interés por aprenderla, es una lástima.

Sithel se despojó de la aljaba y de la vaina para estar más cómodo.

- Mantuvieron una pequeña discusión – siguió – y el líder, que parecía prudente y tranquilo, ordenaba olvidarnos… Los otros seis no parecían estar muy de acuerdo e hicieron amago de desobedecer el mandato. Antes de que tal cosa sucediese, comprobada su hostilidad e intenciones de ataque me armé con mi arco. Era un buen momento de probar las flechas de Lórien – bromeó echando una mirada a los proyectiles de penacho blanco.

- ¿Eso cuando ocurrió?

- Recién entrada el alba di con el rastro, a decir verdad había varios, otra compañía debió pasar pocos días atrás… No tardé muchos en encontrarlos, y sería a primera hora de hoy, aún distaba toda la mañana para el mediodía.

- ¿Dices que eran siete?

- Sí, si lo dices por los caballos… ¿Qué quieres? cuatro de siete no está mal ¿no? Estaba solo y con la luz del día… – parecía haber recobrado el humor – Aguardé a que llegaran a un gran desnivel que profundizaba un poco en la tierra, el lugar estaba rodeado, a su vez, de varias pequeñas laderas. Era una posición ventajosa para mí. No parecían llevar armaduras, ni siquiera cotas de mallas, pobre su desventura. Me coloqué en su retaguardia, la cerraban dos exploradores demasiado juntos… Tensé dos flechas en la madera de mi arco puesto en horizontal, era un tiro fácil, estaban casi próximos. Solté despacio, y el débil zumbido del proyectil al cortar la brisa mañanera no pregonó su llegada... Impactaron en lo alto de la espalda, se desviaron un poco pero fueron mortales. Los jinetes se abalanzaron hacia atrás, con las riendas bien agarradas, provocando que los caballos se encabritaran. Yo corrí para alcanzar su flanco mientras mis víctimas confusas miraban hacia el norte en busca del agresor. Sobresaltados desenfundaron las espadas, galoparon un poco hasta el lugar de donde habían llegado los disparos. Junto a los ya muertos quedaron otros dos. Apostado en su flanco, tenía en primera línea al más activo y dispuesto a emprender un ataque contra nosotros. Contra éste tensé el arco hasta el límite y apunté a la cabeza… luego decidí privarle de una muerte rápida e indolora. Mi mente vengativa hizo apuntarle al cuello, solo rozarle la nuca, con un poco de suerte no lo mataría y lo dejaría tetraplégico, eso siempre y cuando caída del caballo, si se llegase a producir, no fuese muy aparatosa; así, de paso, podría interrogarle con posterioridad. El pobre explorador estaba a poca distancia y la flecha le rasgó el cuello con dos dedos de profundidad, ahogando un grito de dolor que no llegó a pronunciar de la fugacidad. El proyectil perdido fue a parar a la grupa del caballo que había detrás de él. El animal se quejó enormemente y echó a correr hacia el Este sin que su dueño pudiese domarlo. Aprovechando el desconcierto volví a cambiar de posición y me puse cuerpo a tierra. Los otros tres se volvieron alarmados y vieron a otro compañero muerto en el suelo. Asustados siguieron los pasos del que creían que estaba huyendo. Saliendo de la protección que me ofrecía el desnivel cargué otra vez mi arco y abrí fuego contra un jinete que galopaba justo delante de mí, impactando la flecha en el costado. Por un momento pensé que los otros dos, al verme me atacarían pero siguieron su curso, se pensarían que era el más adelantado de una tropa de elfos. Otro proyectil colocado en la madera voló ruidosamente contra el viento que se levantaba. Hizo un largo trayecto hasta su alejado objetivo, pero no calculé bien el viento y se clavó en el suelo, rozando la quijada de su caballo…

Los enanos disimuladamente estaban prestando atención al relato. En ese preciso momento el campamento quedó sumido en el silencio que hizo Sithel. Ya no hizo por reprender contra los enanos, no quería ponerse a su altura y les dejó.

- Allí quedé yo. En un enorme hoyo con dos cadáveres, un tetraplégico y un moribundo. En pie sus cuatro poderosas monturas que se habían alejado un poco, pero habían cesado la carrera y parecían aguardar. Fui a por el último en caer, le retiré las armas. El disparo le tuvo que atravesar un pulmón, por la altura seguro que le rozó el corazón… estaba en las últimas. Fui a por el otro, gritaba de rabia y de frustración, supongo, pues no sentía su cuerpo ni podía moverlo ni un ápice. Cuando me acerqué le retiré la capucha y el pañuelo desveló ante mí el secreto de su identidad. No eran hombres como yo pensaba, sino semiorcos. Son iguales en altura y corpulencia a los hombres pero con la tez es más oscura y rasgos mas duros y salvaje. Podrían pasar por vagabundos decrépitos y poco agraciados…

- Ha sido una herida limpia, apenas pierdes sangre… ¿De dónde venís?

- Vesall golug… – escupió.

- ¡Háblame en lengua común que te entienda, maldito semiorco!

- Gris onreinn.

- ¿Qué pasa? ¿No me has oído? Si hablas seré clemente y te concederé la muerte rápida que te negué antes, de momento te he privado del dolor no puedes quejarte…

- No siento nada, asqueroso elfo…

- Bien… veo que conoces la lengua común…

- ¡Púdrete!

- No seré yo… ¡Contesta! ¿De dónde procedéis y qué hacéis por estas tierras? No hay semiorcos en este país…

- ¿Por qué he de responderte? ¡Vesall golug!

- ¡¿Por qué?! ¿No oyes esos gorgoteos? Es tu compañero que se está ahogando en su propia sangre, mira como se arrastra en busca de la vida que se le escapa… Y créeme, es mejor su suerte… mírate, estás perdido, abandonado y tetraplégico… Tu mejor salida es que acabe fugazmente con tu existencia, si no te abandonaré a tu suerte y si no mueres de hambre o de sed, lo harás a manos de los animales carroñeros. Te aseguro que no te dolerá, pero verás como desgarran tu cuerpo poco a poco, sin escapatoria, sin poder moverte, verás como se sacian contigo, de ti y de tus maldades…

- ¡Bag golug, illfysi flagz!

- ¿Qué estás maldiciendo?

- ¡A ti! A tu crueldad…

- ¿Crueldad? Ha saber que crueldades pensabas llevar a cabo con nosotros si nos hubieseis atacado…

- Vosotros también sois despiadados, no tenéis derecho a juzgar nuestros actos…

- Yo solo muestro crueldad con el que sé que la he de recibir… Conozco a los de tu calaña, pese a vuestros rasgos humanos seguéis siendo orcos… En mi hogar me topé con muchos de vosotros, no concedéis piedad ni rendición, torturáis y masacráis… Si no nos echáis a las fauces de los huargos o de las arañas, probáis con nosotros armas melladas y desafiladas…

- ¿Arañas? Supongo que procederás, entonces, del Bosque Negro, arrogante elfo…

- No lo llames Bosque Negro pues sigue siendo Verde y algún día volverá a florecer como antaño…

- Vanas esperanzas e ilusiones para un pueblo que perdió su poder hace ya mucho tiempo…

- ¡Contesta! ¿De dónde venís? ¡¿Qué hacéis?!

- Veo que guardas furia e ira en tu corazón, un antiguo rencor… ¿Por qué? ¿Por tu hogar? ¿Por nosotros? ¿Dónde quedan tus ilusiones de recuperar tu hogar si estás lejos de él? Más en tiempos de guerra… ¿Piensas curar esa herida con tus actos de esta mañana? ¿Vas a desquiciarte conmigo?

- Cuidado con tu lengua, aún sientes dolor de cuello para arriba… ¿Quieres que me desquicie contigo?

- ¿Cuál es tu nombre? Entre enemigos también se deben presentar ciertos respetos…

- ¿Qué quieres conseguir?

- Nada, ¿Tienes algo que ocultar?

- No, ni prisa tampoco, tengo todo el tiempo del mundo para interrogarte, no creo que vayas a ningún sitio…

- ¿Intentas lograr algo jactándote de tu privilegiada situación? No te temo, ni temo a la muerte, tarde o temprano acabará llegando, es inamovible nuestro encuentro… Me compadezco de ti, inmortal, mi señor os aniquilará a todos…

- ¿Tú señor?

- Un ser mucho más poderoso que tu rey…

- ¿De quién hablas? ¡¿Dé dónde procedes?!

- Primero dime tu nombre, ya que no vamos a ir a ningún sitio seamos protocolarios…

- Soy Sithel Arálion.

- ¿Sithel Arálion? ¿Sithel de los elfos del Bosque Negro? ¿El perseguido por matar a Leamén? ¿Ahijado de Thranduil?

- ¿Cómo sabes…?

- La de cosas que te puede impulsar a hacer una dama como Laurián ¿Eh?

Sithel guardó silencio. Los enanos no entendieron porque aquel nombre le enturbiaba la mirada, solo los montaraces conocían esa historia, la que les había contado la otra noche, la doncella de su hogar, el motivo de su huída…

- Al oír aquello confieso que extraños sentimientos me embargaron, y la cólera se impuso al final. Mientras hablaba con aquel desconcertante ser, me había mostrado gallardo, despreocupado, seguro y vacilante; le interrogué con el pie apoyado sobre su pecho y acomodando mi peso sobre él, brazo doblado en la rodilla, como un cazador pisa a su presa… pero aquello me descolocó y me echó para atrás. Aquel infeliz rió al ver como me derrumbaba, y con esa mueca se quedó cuando le amputé la única parte del cuerpo que aún sentía con mi espada…

Los montaraces comprendieron ahora porqué llegó tan perturbado. La voz del elfo había perdido la musicalidad y la agudeza que le caracterizaba. Nadie hablaba y el único que no miraba a Sithel era Urbandûl que solo tenía ojos para la carpa. Los rostros de los oyentes al relato querían notar contrariedad y pesadumbre para acompañar al narrador. Geko fruncía una mueca socarrona, se llevó una sorpresa a conocer la faceta fría y despiadada de su nuevo amigo, siempre le había considerado moderado y tranquilo…

- Cando quise interrogar al otro – continuó – ya había muerto… Del horizonte llegó el relincho de unos caballos, los tres semiorcos que huyeron parecían retornar… Me apropié de un caballo para huir y decidí coger a las otras monturas para ahorrarles servir a malvados dueños y participar en oscuros designios… El resto ya lo imaginaréis, no me siguieron el rastro por lo que no hay de qué preocuparse, a no ser que hayan más por los alrededores…

Sithel se levantó y se apartó un poco a calmar sus pensamientos. Cuando los enanos saciaron su curiosidad volvieron a sus conversaciones sin prestar más atención, para ellos era una historia para amenizar la espera, nada más. Los montaraces decidieron dejarle solo, como tantas otras veces, y aguardaron.

Urbandûl no tardó mucho en terminar el menú y devoraron con gula y saña la pieza entera. Tras una larga y cómoda sobremesa reemprendieron la marcha hacia el sur, les quedaba menos de un día de camino para llegar a Éstaleth, por fin.

Una tensión olvidada volvió a resurgir, acababa el tiempo para la posible recuperación del enano postrado en la camilla. Al fin conocerían su identidad, habría una alegría en aquella travesía, el reencuentro con un amigo…

Los montaraces y Sithel estuvieron al cargo de los cuatro caballos. Iban montados sobre ellos y cerraban la partida, al trote, hablando de cosas banales sin importancia; aunque sin inmiscuir al elfo, que seguía ausente. Ni siquiera alabó la carpa como lo hizo con la primera que disgustó la noche anterior. Era un fantasma que cabalgaba cabizbajo dejándose llevar por su montura. Los dúnedains sabían que era mejor no importunarle. Era un poco reservado aunque a veces desconcertante abierto. Que diera él, el primer paso pensaron.

- Va llegando el momento en que te afeites, Ergoth. Tienes una barba muy fea y desaliñada… – se burló Náldor.

- Tú no puedes hablar con esas trenzas estrafalarias que llevas, deberías pensar en cortarte el pelo. – respondió en la misma tónica.

- El único que puede hablar soy yo – rió Geko – el más normal de los tres…

Sus dos compañeros rompieron a carcajadas e indignaron al joven montaraz.

- Tú lo que tienes que hacer es comprarte ropa nueva, con esa pinta de vagabundo flacucho no conquistarás nunca a Salne…

- Eso es lo que se dice “matar dos pájaros de un tiro”. – corroboró Ergoth.

- Golpe bajo. – dijo con voz áspera.

- No te pongas así, por lo menos tienes una dama al que dedicar tu corazón… – intentó animarle.

- Y si no fueses tan cobarde y patoso al hablar con ella, podrías llegar a algo… ¿Cuánto hace que no disfrutas de la compañía de una mujer?

- Ni se debe acordar. – comentó Náldor chistoso.

- Puede que menos que tú… – se defendió – No sé como puedes decir nada al respecto, de los tres eres el menos virtuoso físicamente hablando…

- En eso tiene razón – confirmó Ergoth – las cosas son como son. Deja al chaval que está enamorado y quiere ir poco a poco…

- Pero tan poco a poco que no progresa…

- Ese es su problema…

- ¿Y si mañana cuando volvamos me declaro?

- No serás capaz. – corearon a dúo.

- Hace poco, en la mina, estuve a punto de perder la oportunidad de verla por última vez… de morir sin que ella conociese lo que para mí significa…

- No exageres, tú no conoces el amor, Geko. Lo único que quieres es cortejarla, como todos los que van por allí…

- No te permito que hables así.

- Haya paz entre nosotros, hermanos. ¿Vais a empezar a arrojaros piedras por estas cuestiones? Déjalo, a ver si es verdad que después de esta experiencia decide hablar con ella, por lo menos habrá servido para algo todo esto…

- Y si no, siempre podemos hacer una apuesta de esas que tanto te gustan… – desafió Náldor.

- Por mí conforme, ¿Qué tienes en mente?

- Ya se me ocurrirá algo…

- ¿Por qué no volvemos ya a Éstaleth al galope? Quiero dormir en caliente esta noche…

- Ya queda poco, creo que deberíamos quedarnos por respeto a Thorbardin y su gente. Hemos pasado incontables noches al raso, otras veces, con el mismo frío ¿No puedes aguantar una más? mañana al mediodía se acabará todo. De todas formas a los amigos no se abandonan…

- ¿Qué haremos con los caballos?

- Venderlos, nos darán buenas cantidades por ellos. Con ello pagaremos deudas, compraremos ropa, arreglaremos las armas y hasta donde nos dé… A lo mejor con el dinero podemos vivir un tiempo antes de que tengamos que alistarnos, no me apetece patrullar con este frío en un puesto fronterizo la verdad…

- Si vendemos los animales deberíamos repartir las ganancias entre todos. – dijo Ergoth.

- Una cosa es el deber y otra la necesidad. – atestiguó Geko.

- No seas ruin, son cuatro portentosos animales, nos tocará una importante suma a cada uno, creo que es lo correcto.

- Está bien pero primero deberíamos disfrutarlos, añoro cabalgar raudo, sentir el viento en el rostro…

- No te lo aconsejo con este aire gélido, te cortarás la cara y se te agrietará...

- Para algo existen las capuchas y los pañuelos.

- ¿Os apuntáis?

- No estaría mal una galopada. – admitió Ergoth.

- Venga, vamos. – se unió Náldor.

- ¿Te apuntas Sithel? – invitó.

Éste lo miró pero no llegó a contestar. No parecía estar triste ni preocupado, es como si lo hubiesen sacado de una ensoñación, como si no hubiese oído la pregunta y mirara alarmado al oír su nombre.

- ¿Aún das vuelta al semiorco?

- Procedían de mi hogar… tenían que ser de allí para conocerme, para saber lo ocurrido con Laemén… es extraño…

- ¿El qué?

- Nada, es obvio que el enemigo tiene espías… Pero, ¿Qué hacían aquí? Buscaban a alguien, aunque no tuvieron fortuna…

- ¿Es posible que tuviese que ver con el cometido de Iswirn el Silvano?

- No lo sé, los semiorcos procedían de mi hogar, si buscaban interceptarle… entonces la importante misión tiene que ver con el Bosque Verde, hacia allí debía dirigirse… ¿Qué estará pasando?

- Es una posibilidad, no quería preocuparte…

- Pues lo has hecho, porque si es un cometido importante, Thranduil habrá sido precavido y ni sus generales estarán enterados, es imposible que… De todas formas – corrigió – si los buscaran a ellos… Iswirn partió de Lórien hace dos noches, ya estará muy lejos de estas tierras sea a donde sea que se dirija, quizás su destino era Imladris…

- No lo sé, pero si tan grave te parece deberías volver e informar…

- ¿De qué debería informar? De nada… No, déjalo estar, tengan constancia o no, tenga que ver con él o no, no tuvieron suerte en su cometido, e Iswirn habrá cruzado el Río Grande…

- Bueno, no me entrometeré en tus asuntos… Nosotros vamos a dar una vuelta y nos reuniremos con vosotros de noche. Así, de paso, miraremos si alguien deambula por los alrededores…

- Partir vosotros, yo seguiré mi propio camino…

- ¡Mortak! – llamó Ergoth – ¿Dónde acamparéis esta noche? ¿Llegaréis al torreón en ruinas cercano a Éstaleth? Donde pasamos la primera noche de este viaje, al unirnos a vosotros…

- Quien sabe… es posible.

- Creo que sí – intervino Câranden – pero a lo mejor pasada medianoche…

- Os esperaremos allí, vamos a galopar un poco… Si vemos más semiorcos procuraremos que no os importunen. Hasta la noche.

Los tres montaraces se alejaron y pusieron a prueba la velocidad y resistencia de tan formidables caballos. Éstos no les defraudaron, aunque eran muy bravos; más que dirigirlos intentaban no caerse. Aún así se dejaban montar y disfrutaron de una larga carrera, regocijándose de ver la hierba pasar fugazmente bajo sus ojos y sentir la tierra temblar.

Aquel sitio les era conocido, habían estado en ese mismo lugar recientemente, cuando aún había ánimos e ilusiones por participar en una cacería. Los caminos naturales que formaban las uniones de las lomas desembocaban en una agradable pradera. Y en su zona más elevada, ascendiendo por un terraplén y terminando en un risco, se encontraba las ruinas del torreón de Gondor.

Los montaraces estaban ya acomodados cuando llegaron los enanos. Los caballos se encontraban amarrados a los cuernos oxidados del ariete y habían sido despojados de los paquetes de sus lomos. En ellos, sus antiguos dueños, llevaban: ropa de abrigo, mantas, víveres, aguardiente y algunas hierbas; los cuales habían sido muy del agrado de los montaraces que disfrutaban de sus enseres, junto a una reconfortante hoguera. Quizás echaron en falta algo de tabaco, pero no se podían quejar…

- Hemos llegado antes de lo que esperábamos, avanzamos de forma veloz, mañana estaremos en Éstaleth, con casi un día de adelanto. – dijo Câranden poniendo las manos al fuego – Menos mal que vimos el resplandor de las llamas, si no nos hubiésemos perdido en esta noche tan cerrada. El horizonte no existe, el cielo se funde con la tierra imperceptiblemente, hemos andado casi a tientas, hace tiempo que no asoma la luna…

- La verdad es que no hace del todo buen tiempo…

- Nosotros llevamos aquí bastante tiempo, ya hemos cenado lo que había en los fardos de los semiorcos, ha sobrado carne si queréis…

- ¿Si queremos? Ningún enano te despreciará un trozo de carne… – se le iluminaron los ojos a Balif.

- ¡Encended más hogueras! – ordenó Thorbardin – Haced antorchas para iluminar los pasos en las tinieblas de la noche en busca de leña…

- Hay varios árboles y vegetación siguiendo hacia el sur hasta llegar a una pequeña depresión y luego a la derecha… – informó Geko.

- Ya habéis oído, Urbandûl coge la carne que hay aquí – dijo señalando una pata de cordero envuelta – y prepara una delicia de las tuyas…

- ¿Y Sithel? – quiso saber Ergoth.

- Rompió al galope poco después que vosotros, pensé que os seguía… – respondió Mortak.

- Este elfo siempre con sus partidas y secretos… – farfulló Thorbardin.

- Ya regresará.

- Parece que ese encuentro con semiorcos lo ha perturbado en demasía…

- ¿Qué dijo al que dejó minusválido, que había matado a Laemén?

- Cuando nos contó su historia en la frontera de Lórien no dijo nada al respecto…

- Tampoco terminó de narrar, no lo veo hecho un asesino aunque si reaccionó así…

- Ahora entiendo porque huye, y por qué no se quedó en Lórien, allí sería fácil y lógico que lo buscaran… Nuestro amigo parece tener un pasado demasiado turbulento, sus manos están manchadas de sangre…

- ¿Que manos de hoy en día no están manchadas de sangre?

- ¿De la sangre de tus congéneres? Solo la de las mayores alimañas…

Al cabo de un tiempo, varios enanos y Geko llegaron con madera y hojas secas para hacer más fogatas. Se volvió a repetir la imagen, todos sentados junto al calor esperando a que la cena estuviese lista. Al poco tiempo llegó Sithel como si nada, dejó el caballo con los otros y se dirigió a tomar asiento al mismo asiento que la otra vez, en el piso de arriba.

- ¿Dónde has estado?

- Perdido por la Tierra Media… – fue la desairada respuesta que obtuvo.

Fue una velada tranquila y apacible. Cenaron un plato ligero pero reconfortante, y acabaron con el aguardiente. Gracias a esta bebida, los enanos acabaron cantando canciones en khuzdul, cosa que no hacían desde antes de penetrar en las minas…

Tras haber disgustado todo, calentado el cuerpo, la mente y el alma, y terminado los temas de conversaciones absurdas, se volvieron al tema espinoso del día y del viaje de vuelta. Ese día hacía casi una semana desde que el enano de la camilla, Gárneon o Thorand, fuese herido y envenenado por el veneno Telrunya. Si esa noche no salía del coma, antes de hacer la última etapa del viaje por la mañana, deberían hacer una tumba más. Muchos esfuerzos habrían sido en vano, pero por lo menos tendría un lugar para reposar eternamente, no como los que sucumbieron en la sombra de la montaña, era un pequeño consuelo.

- ¿Aguardamos al alba o lo destapamos ya? – preguntaban nerviosos.

- Depende de vuestra paciencia…

- Puede que lleve muerto varios días…

- Habríamos olido algo, supongo…

- ¿A campo abierto, en invierno, con fuerte viento soplando y todos nosotros congestionados? Quien sabe…

- ¿Qué hacemos?

- No puedo decirte lo que tienes que hacer… – se excusó Ergoth – haz lo que consideres correcto y si te equivocas carga con el remordimiento y la culpabilidad…

- Las flechas les alcanzó en el primer tercio de la madrugada… aguardemos hasta la mitad de esta para asegurarnos…

- Aún queda algún tiempo, podéis dormir los que lo queráis…

Nadie podía, salvo Sithel; pero éste no tenía sueño. Había mucha intranquilidad y curiosidad, todo eran miradas preocupantes; similar a la que tiene un padre por saber si ha ido bien el parto y si ha sido varón o mujer. Algunos murmullos sueltos y el silbido de elfo que tarareaba una canción, eran los únicos hilos musicales de la noche.

- Siete jornadas han pasado desde que luchamos en la oscuridad y aún seguimos sufriendo su mal en más muertes… – masculló Thorbardin.

- Tristemente lo que vivimos esta noche no es angustia por un hermano que puede caer en el profundo letargo, sino curiosidad por su identidad… Es curioso como nuestro sentido de lo abominable, la tristeza, la pena y la soledad se fatigan, como el olfato, cuando te embargan constantemente… – dijo Mortak.

- Tristemente o todo lo contrario, según se mire…

- No digas eso, señor, hay que llorar a los caídos, cantar sus lamentos y recordarlos…

- Así lo haremos llegada la hora, pero aún queda un pequeño halo de esperanza…

- La esperanza esta ligada con la fortuna en muchos casos, y esta nos abandono hace tiempo… Me encantaría creer que esto solo es una horrible pesadilla, que nada de esto ha pasado, que cuando cierre los ojos y los vuelva a abrir estaré en este mismo lugar pero doce días atrás…

- Eso siempre y cuando que lo que ocurriese en la “realidad” fuese distinto a la pesadilla, si en la “realidad” también hubiese sido atacada Nimrodel… ¿Abandonarías y negarías la ayuda a tus hermanos?

- No… habría partido igual aún sabiendas de lo que me esperaba, a lo mejor dándonos prisa y ganándole algún suspiro al destino, algunos días, habríamos cambiado las tornas…

- Algo habríamos cambiado sí, de haberlo sabido… Podríamos haber contactado con mi primo y haber entrado juntos, haber seguido otra ruta… Aunque en el fondo de mi corazón sabría que no podría salvar a mi hijo…

- Su hijo gozó de seguramente de una muerte gloriosa, en una defensa heroica. Estaba en el último bastión de nuestra civilización, allá abajo, en el granero. Hubiese resistido si no fuese por la criatura de fuego que nos atacó en el puente…

- Dejemos de fantasear, solo conseguiremos aborrecer más todavía el mundo en que vivimos para escapar al de los sueños…

- ¿Qué criatura sería aquella? – se sumó Câranden.

- Ni lo sé, ni quiero saberlo ya…

Los montaraces estaban un poco apartados del resto. Habían dispuesto mantas y los fardos de almohada sobre los escalones. Recostados uno en cada uno charlaban antes de dejar paso al sueño. No tenían ya mayor interés en conocer el desenlace de la extraña historia del enano postrado. ¿Para qué? Al día siguiente se despedirían de ellos, probablemente para siempre…

- Gûramoth… – susurró Geko.

- ¿Cómo?

- Me gusta como suena tu sobrenombre, Ergorth. Ergoth Gûramoth, el caballero del destino oscuro…

- Déjalo ya…

- Te queda bien.

- ¿Por qué? ¿Tú también has tenido una revelación? ¿Qué me aguarda le destino?

- Riquezas desde luego que no… – se burló – grandes aventuras inminentes, aunque te matarían si no voy contigo…

- Me extrañaba… – contestó divertido.

- ¿Y sobre Salne no tienes ninguna revelación?

- ¿Otra vez con lo mismo, Náldor? Te gusta meter el dedo en las llagas ajenas…

- Era una pregunta inocente…

- En tal caso, como la respuesta sería para mí la guardaré para mí. Aunque he de decirte que a ti no te espera nada bueno…

- ¿A no?

- No tendrás ni riquezas, ni mujeres, ni tierras, ni fama, ni gloria ni vejez…

- ¿De todo eso me privará el destino?

- En efecto, y no sin merecimiento. – rió.

- Duérmete ya, estás delirando…

Los primos Balif y Bolfat, junto a Nárlec, estaban contiguos a la camilla, observando, divagando.

- ¿Creéis que lo logrará?

- El veneno es muy puñetero por lo que sé de él…

- Encima esta recuperación me parece una burda y cruel broma por parte de los elfos para tomarnos el pelo…

- La verdad es que es inaudito, roza lo absurdo, un mal sueño...

- No sé si lo conseguirá, ni quién… Gárneon era más fuerte que Thorand, pero éste era más joven…

- Yo no espero que se obre el milagro, esas cosas solo ocurren en las grandes historias llenas de fantasía… y esto por desgracia es la realidad.

- ¿Quién deseáis que fuera?

- Esa pregunta no se puede hacer… no te puedes alegrar por la vida de un enano si eso conlleva la muerte de otro, y más si esa vida pende de un hilo… ¿Para qué desear que uno de ellos viva si no será así?

- Con alguno tendríais mejor relación…

- Yo con Thorand nunca tuve mucho trato. Con Gárneon algo más, he luchado junto a él muchas veces, no teníamos una relación muy estrecha pero…

- Es cierto, Thorand tenía un círculo muy cerrado y no se relacionaba demasiado…

- Yo no llegué a mantener ninguna conversación, es una lástima que no hubiésemos tenido contacto con él…

- Aunque hubiese entablado una amistad con Gárneon, preferiría que el de la camilla fuese Thorand. Era bastante más joven, le faltaban muchas más cosas por vivir…

- Visto de esa manera… Podríamos haberle conocido o conocerle si realmente sobrevive, cosa de la que no estoy muy seguro… ¿Por qué no terminamos con esta espera?

- Aún queda un tiempo. Sé que todos queremos acabar lo inaudito pero ninguno permitiría tal cosa…

- Estas situaciones me desesperan… Voy a echarme un rato, despertarme cuando llegue el momento…

- Afortunado eres si consigues dormirte con esta tensión y este frío…

- Me siguen perdurando los efectos del aguardiente. – rió.

- A mí me duele el muñón del brazo, esta tarde se me ha abierto un poco la herida por el frío, tengo la piel más tensa que la membrana de un tambor…

- Pedirle al elfo alguno de esos remedios milagrosos…

- Sobreviviré. No quiero más favores con ellos que los necesarios, y estos son más bien pocos, me ha ido muy bien durante ciento cuarenta años…

- Mañana le perderemos de vista… y por mi parte no quiero ver elfos por una larga temporada, nos habrán ayudado pero…

En la otra punta del campamento se acomodaban Hárgot, Halén y Urbandûl.

Se encontraban en la misma situación que el resto, sin poder pegar ojo.

- ¿Cuánto falta?

- No lo sé, pero por mucho o poco que quede, la espera será ardua tarea…

- ¡Ay! Mis pobres y buenos amigos Gárneon y Thorand, con quién volveré a reencontrarme en esta fría noche. – se lamentaba el cocinero oficial.

- Puede que con ninguno – se aventuró Halén.

- No seas cenizo, ¿Qué pasa? ¿Tú no quieres que sobreviva ninguno de los dos?

- Sinceramente preferiría que el de la camilla fuese otro: Goleen, Dánlec, Móuner, Gámlot… cualquiera de la guardia de Nimrodel, de mis hermanos…

- Lo mismo opino, y no quiero que con esto se me juzgue ni me tilden de nada, pero de esos dos enanos me da igual quién sobreviva, o si sobrevive uno de ellos… ninguno era amigo mío… solo me eran conocidos de verles alguna vez…

- De veinte que partimos hará algunos años, después de tanto tiempo solo quedamos cuatro… Tantos peligros corrimos en las montañas cuando partíamos en solitario sin ninguna baja… y al llegar a casa, donde obtener nuestra merecida recompensa nos encontramos con la muerte…

- Entiendo. – se apiadó Urbandûl – Dejémoslo estar, tornemos hacia temas menos espinosos…

- Encuentra tú alguno si tu mente deja evadirte de los hechos recientes…

- No puedo hacer eso, el que allí yace tendido es amigo mío… No puedo, por mucho que lo intente…

- Cada uno con sus fantasmas personales…

- Aún recuerdo cuando me regalaron esta armadura. – dijo Hárgot pasando la mano por las inscripciones y runas en oro – Me la impusieron en la sala del trono, donde se desarrolló la batalla en la oscuridad… Había sido elegido para una importante misión y acompañaría a nuestro rey, debería garantizar su seguridad y engrandecer al reino. Fue un gran honor y rebosaba de felicidad… la hicieron expresamente para mí, es una armadura fantástica, me salvo la vida varias veces y no recibió ninguna abolladura…

- La herrería de Nimrodel era envidiable, teníamos grandes artífices… Es mi segunda piel, cómoda y no excesivamente pesada, le hice grabar mi nombre en la parte de atrás y el símbolo del gremio de mi familia en el pecho… Es un alivio que Sithel se adueñara de cuatro puras sangres, ya me temía que fundiesen nuestras armaduras para subsanar gastos…

- Fue un desperdicio que Thorbardin se deshiciese de la suya, era una obra de arte… un gran tesoro para el afortunado que se la encuentre en el camino…

Estas conversaciones se sucedieron en todos los pequeños grupos formados que velaban la camilla. A esta le dedicaban miradas recelosas, pero su ocupante no se reincorporaba ni daba señales de seguir vivo. La noche pasaba y cada vez se aproximaba más a la hora señalada para el intrigante desenlace.

Este se hacía esperar, se alargaba el momento señalado como todas las cosas que ansías que lleguen. Hubo silencios, miradas y más conversaciones…

- Después de llegar a Éstaleth… ¿Dónde iremos? – preguntó Câranden.

- A las montañas del norte, de donde nunca tuviste que bajar, mi buen amigo… – respondió Mortak.

- ¿Cruzaremos media Tierra Media en invierno? ¿En un invierno tan crudo? – intervino Thorbardin – Recordad el camino de ida, cuando pasamos por allí en Octubre y Noviembre, la escarcha se conglomeraba en las barbas volviéndolas blancas, las armaduras tan frías que quebrantaban el alma si tocaba la piel, el viento tan fuerte que arañaba el rostro...

- ¿Desde cuando un temporal ha frenado a un enano?

- Desde nunca, por eso mismo, no queráis ser los primeros que rompan el mito… Este invierno es el más crudo que recuerdo en toda mi larga vida, me resulta difícil de creer que sea caprichos de la naturaleza…

- ¿Qué haremos entonces? ¿Esperar en Éstaleth la llegada de la primavera?

- No sería mala idea pero necesitaríamos de más dinero del que disponemos…

- Alguno de nosotros podría trabajar de herrero…

- Mortak, la mejor solución la tienes delante de ti, estás vestido con oro y plata…

- No señor, mi armadura no… es lo único que me queda de Nimrodel, por poseer ya no tengo ni mi hacha que me regalara el gran maestro Táurnil, se la di al montaraz…

- He oído hablar que venderán los cuatro purasangres, haber lo que obtenemos de ellos…

- Yo pienso que tendríamos que partir cuanto antes con los nuestros…

- Necesitaríamos dinero para la expedición.

- A lo mejor con lo que nos den por los caballos…

- Es un largo viaje, no me gustaría tener que mendigarles a los humanos del Lago Largo…

- No creo que podamos después de lo que ocurrió. – rió.

- Es cierto, menuda armamos…

- Aún recuerdo la indecisión de la guardia del a ciudad al echarnos bajo aclamación popular…

- Es lógico, les doblábamos en número.

- Cuatro posadas destrozadas dejamos a nuestro paso – recordaba con una amplia sonrisa en la cara – las únicas posadas de la ciudad.

- Al final no es de extrañar que nos negaran la venta de alimentos y bebidas para el viaje…

- Pues si asaltamos, después, una caravana con víveres a la ciudad fue culpa suya... Además no lo cogimos todo…

- Porque no podíamos llevar más… – apuntó chistoso.

- Fue un asalto pacífico, no empleamos la fuerza ni nada…

- ¿Tres docenas de hombres contra cien enanos ataviados para la guerra? Hay que tener un duro estomago para plantar cara… – bromeó – Estos… no lo tenían…

- También dejamos un mensaje cordial al gobernador de Ésgaroth…

- “Os tomamos prestados los suministros que nos fueron negados en el mercado y por vuestra osadía os quedaréis sin cobrar…

Los tres enanos rieron aquella pillería del viaje y suspiraron al volver a la realidad… Habían pasado muy buenos momentos en toda la travesía, agradables y entrañables como para aceptar el que estaban viviendo…

En el pequeño grupo de montaraces Ergoth dormitaba, y Geko y Náldor seguían dando vueltas a una cuestión…

- ¿Has pensado ya las bases de la apuesta que me has propuesto?

- ¿Qué ocurre? ¿Te ves sin fuerzas de declararte a Salne si no hay de por medio una apuesta?

- No digas sandeces.

- No lo hago, y de todas formas no deberías tenerlo muy difícil…

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir que Salne ya sabrá lo que sientes por ella…

- ¿A sí? – se alarmó.

- ¡Claro! Es una mujer, ellas saben inmediatamente ese tipo de cosas, se las huelen… o las intuyen como dicen ellas…

- ¿Estás seguro?

- Hombre, solo son suposiciones mías pero…

- ¿Y si lo sabe…?

- ¿Qué? ¿Que por qué no te ha dicho nada?

- Sí…

- No serás correspondido… usa la cabeza que para algo la tienes. Si ella sintiese algo por ti habría hecho algo ¿No crees? Parece mentira que no conozcas el desparpajo de las mujeres sobre esos temas…

- La verdad es que nunca tuve la esperanza de que fuese correspondido…

- ¿Entonces? ¿Qué sentido tiene…?

- Mucho – interrumpió – sería un alivio para mi corazón, ya no puedo ocultarlo más, un tormento menos… una cosa menos de la que arrepentirme por no haber hecho…

- A veces tengo la sensación de que no te conozco…

Permanecieron un momento en silencio, cabizbajos, pensando. Náldor se dio cuenta de que su amigo no sabía que decir y decidió cambiar de tema.

- ¿Piensas que lo que le dijo la elfa a Ergoth puede ser cierto?

- ¿El qué? – inquirió desconcertado.

- Lo de que había sido elegido para un importante cometido, que Narglîn es la herramienta de la que hablaba, que por eso no le abrasó la mano…

- ¿Aún sigues con eso? El mundo está lleno de coincidencias… Y ya viste que el hechizo desapareció, cualquiera puede ahora empuñarla sin miedo…

- Pero debe haber una razón, es posible que cuando la espada estuvo en poder de Ergoth el sortilegio se dispersara…

- ¿Entonces cómo explicarías que atacara, noches después, a Imân en su intento de hurto?

- Alguna razón ha de haber…

- Alguna habrá, pero mejor olvida el tema hasta que la encuentres… no tenemos edad ya para las historias fantasiosas…

- No lo hemos preguntado a Sithel si entiende las runas grabadas en la hoja… A lo mejor…

- Si así te quedarás más tranquilo… Pero ya se lo enseñamos a varios elfos y no tenían ni idea… debe de ser un dialecto raro y extinguido, no parecía ser ni sindarin ni quenya…

- A lo mejor la hablan o se habló en el Bosque Negro…

Bolfat sostenía el muñón, vendado, entre sus dedos. Ya se iba acostumbrando a la pérdida del brazo aunque lo echaba en falta, tenía que aprender a desenvolverse únicamente con el izquierdo con la desventaja añadida de ser diestro.

Balif calentaba las manos al fuego, acariciando la ambidiestra, la que le mutilaron. Había perdido carne de la palma y le faltaban dos dedos, no era una visión agradable y la cubrió desde entonces con un guante de cuero.

- ¿Os acordáis el día en el que Gárneon estrenó su hacha de mithril? – rompió el silencio Nárlec.

- ¿Cómo olvidarlo? Estuvo varios días predicando a bombo y platillo como la consiguió e instándonos a entrar en una madriguera de trasgos…

- Nunca llegó a decir como la consiguió ¿Verdad? – se sumó Urbandûl que se sentó con ellos al haberse quedado dormidos Hárgot y Halén.

- Nunca lo hizo… aunque corrían rumores… El más “honroso” era que se la creó él mismo con el mithril que obtuvo en una cacería…

- Unos decían que la encontró en las ruinas de una derruida ciudad del norte…

- Otros que se la robó a los elfos…

- Los demás rumores están relacionados con el robo y el saquero. – apuntó chistoso.

- De todas formas era un arma magnífica. Aún recuerdo como nos arrastró hasta la victoria en aquella guarida infestada.

- Es cierto, recuerdo que se empeñó en ir el primero y se jactaba de abrirnos paso en los estrechos pasillos… Pero he de reconocerlo, nunca vi tal facilidad para masacrar en un filo… Parecía no emplear la fuerza para matar a sus víctimas, solo dejaba caer la liviana arma y la levantaba como si nada…

- La sangre de aquellas repugnantes criaturas se deslizaba hasta precipitarse al suelo, dejando tan noble arma impoluta… No se podía decir lo mismo de su armadura y piel que acabaron negra como el carbón.

- ¿Y cuándo llegamos a la sala central? – rieron los cuatro.

- No recuerdo mayor conglomeración de gente en un recinto tan reducido. No se podía blandir el hacha, era imposible alzar los brazos entre aquella marabunta.

- No sé como Gárneon se hizo paso hasta el cacique, atravesó tres barricadas casi en solitario y tan rápido como llegó decapitó al jefe de los orcos… con un grácil y leve hachazo.

- Aquella mole de grasa fofa y nauseabunda ni lo vio venir. Y Gárneon cogió la cabeza del jefe y empezó a atacar con ella a los trasgos que se le acercaban…

En aquel punto, los cuatro enanos rompieron a carcajadas a recordar a su amigo blandiendo una horrenda y redonda cabeza cercenada contra sus súbditos a la vez que gritaba con rabia.

- Eran buenos tiempos aquellos…

- Aún conservaba aquella cabeza disecada en sus estancias del norte. Lástima que no pueda volver a contemplarla, le llenaba de júbilo y siempre sonría maliciosamente cuando pasaba por delante…

- Puede que aún la vea… o si no, se la entregaremos en sepultura…

- ¿Le habría gustado mancillar su tumba con una cabeza de orco? Creo que hubiese preferido que la colocásemos en un lugar que la viéramos todos los días y así recordar sus hazañas…

- Espero que se lo podamos preguntar esta noche…

La hora señalada llegaba por fin pero no ocurría lo que querían. Habían esperado con expectación que de un momento a otro el sujeto que estaba en la camilla se levantara, pero no lo hacía. Los nervios y desesperanzas iban creciendo… el límite se iba aproximando.

Despertaron a los que dormitaban y decidieron proceder a destapar al enano que creyeron cadáver, aunque esperaban que estuviese vivo. Era una situación extraña, no había la tensión que supone que tendría que existir.

- ¿Qué hacemos? No debe quedar mucho para el alba… – se dirigieron a los montaraces.

- ¿Por qué nos preguntáis a nosotros? No somos médicos, y ya conocéis como es la recuperación del Telrunya…

- Yo creo que lleva más de dos días muerto – dijo Geko – así que cuanto antes lo destapéis antes podréis darle tranquila sepultura…

- Habrías de tener más cuidado en como dices las cosas… – objetó Urbandûl aunque con tono distante – Muchas veces no es el qué, sin el cómo se dicen las cosas…

- Habéis esperado mucho este momento, destaparlo sin más, ¿O tenéis miedo sobre lo que os vais a encontrar? A estas alturas tendríais que tenerlo asimilado… – interrumpió rotundamente Sithel desde arriba, sin tornar la postura ni la mirada perdidas en el firmamento.

- Para ti también va lo que acabo de decir… – recriminó Urbandûl.

- ¿Para qué maquillar con sutilezas la cruda realidad? – se excusó el elfo.

- Seamos razonables, el plazo de recuperación del veneno ha terminado, las probabilidades de que siga con vida son prácticamente nulas… Destaparlo, ya no podéis esperar nada, terminar con esta angustia cuanto antes… la fortuna nos ha sido adversa nuevamente…

Se aproximaron todos alrededor de la camilla, con las ilusiones rotas y algunas lágrimas en los rostros de los enanos. Mortak procedió a quitar las numerosas mantas que conformaban aquel ataúd de tela. Éstas estaban perfectamente dispuestas, sin arrugas, con la silueta del enano dibujada a la perfección. Câranden ayudó también y en pocos segundos llegaron al cuerpo. Los elfos tuvieron que calcular con saña aquella camilla, solo estaba fría la parte exterior de la primera manta, las siguientes iban en aumento de calor, y sobre la primera había colocadas cuatro pequeñas bolsas de agua. Lo más asombroso era la zona bajo la que yacía el enano, fina seda élfica que le dejaba respirar bajo aquella cómoda mortaja.

Y por fin el cuerpo del enano quedó al descubierto. Estaba bañado en sudor y los castaños cabellos le cubrían salvajemente la cara. Vestía ropas sencillas y vanas, parecía un camisón.

- ¿Está vivo? – preguntaron todos.

Mortak retiró el pelo del rostro y la sangre se le congeló.

- Este no es Gárneon, ni Thorand… es otro enano… – dijo en un susurro quebrado por el desconcierto y el asombro.

- ¡¿Cómo?! – repusieron a coro, incrédulos.

- Thorbardin – miró con rostro apesadumbrado a su señor – el que yace ante tus ojos… es tu hijo, Dunbarth…

Un gran silencio cundió y el frío viento entró en las bocas, abiertas por aquella nueva. Thorbardin cayó de bruces, abatido por un poderoso e invisible peso, al lado de la camilla, tenía que verlo con sus propios ojos, tenía que acariciarlo por última vez, lo cual se le negó en la mina…

- Mi hijo… – suspiró entre lágrimas – mi hijo bienamado… pensé que reposabas eternamente en Nimrodel y heme aquí, en esta amarga situación… tanto tiempo a tu lado, tanto tiempo sin conocer la verdad oculta… pero igualmente muerto… – el llanto se acrecentó e irguió la cabeza sobre el pecho de Dunbarth.

Aconteció entonces algo que no esperaban. El cadáver se intentó levantar. El intenso frío que sintió al estar bañado en sudor le reanimó y le despertó igual que un niño lo hace de una pesadilla. Aspiró una honda y sonora bocanada de aire mientras todos se echaron hacia atrás, asustados. Dunbarth estaba desorientado, intentaba moverse pero su cuerpo estaba entumecido, adormitado, no respondía. El enano confuso y con temor empezó a revolverse como pudo, inquieto, poniendo la voz al cielo pero sin pronunciar palabra.

- ¡Dunbarth! – aún con lágrimas en los ojos – ¡Estás… vivo!

El tiempo pareció detenerse, y en ese espació que les concedió la noche, padre e hijo se miraron extrañados y se fundieron en un abrazo. Le volvió a arropar, pues su cuerpo, que poco a poco iba recobrando la sensibilidad corporal, se estremecía del frío. Retiraron de su boca un paquete con hojas y raíces especiales de los elfos con lo que impidieron su deshidratación, y le asearon un poco.

- ¿Pero cómo…?

- ¿Y Gárneon? ¿Y Thorand? ¿Dónde están?

- Debieron haber muerto y los elfos los calcinarían, lo habrían confundido con uno de ellos… Nos dijeron que varios cadáveres llegaron arrastrados por el río, uno de ellos con vida. – respondió Ergoth.

- ¡¿Qué?! ¡¿Cómo es que de eso no tuvimos constancia?! – se indignaron.

- ¿De qué habría servido? Únicamente habría acrecentado la pesadumbre y tristeza…

- ¡Nosotros no abandonamos a nuestros caídos! ¡Y menos en manos de los elfos! ¡Volvamos a Lórien a por nuestros hermanos!

- ¿No habéis oído? Los elfos los incineraron…

- ¡¿Cuántos nefastos contratiempos más nos depara el futuro?!

- ¿Qué descanso obtendrán ahora nuestros compañeros? ¿Qué habrá sido de sus despojos?

Una pequeña discusión se abrió paso en aquel inesperado encuentro. Dunbarth logró reincorporarse y articular palabras pasadas la emoción. Tardó en asimilar aquel despertar, pensaba que había muerto y no había tomado conciencia de aquello.

- Entonces es cierto, los esfuerzos tras escapar de Nimrodel fueron en vano… murieron, no pudimos hacer nada…

- Hicimos cuanto pudimos, era una empresa imposible…

- No era imposible… no hay nada imposible…

- Salvo evitar a la muerte… – interrumpió.

- Al final no doblegamos la voluntad de Gárneon, él no quería ser salvado por los elfos… – dijo Mortak con una tibia sonrisa, en forma de consuelo, leve consuelo.

- Envidiable inmortalidad de los elfos, ellos no se derrumban por venenos, ni por el paso del tiempo… Nosotros los primeros concebidos y con menos privilegios que los segundos… los favoritos…

Los montaraces creyeron atisbar una razón del eterno rencor y animadversión hacia los elfos por parte de aquel pueblo. Estaban disgustados por su destino final, alejado del mundo en el que tanto viven y trabajan a lo largo de los años, aunque tampoco era tan malo, ni tan incierto como el de los humanos. Ellos decían que cuando un enano muere retorna con su creador, Aüle, o Mahal como ellos lo llaman, a la sala de Mandos, donde se unen a los hijos de Ilúvatar en el fin. Los elfos dicen que no tienen vida más allá de Arda, un final parecido al de los hombres…

- Dunbarth, cuéntanos lo que ocurrió en Nimrodel… – cortó Thorbardin el silencio que se estaba demorando en exceso.

Pasados los malos humos por el conocimiento del fracaso de la misión, la que los llevó al bosque de los elfos, y por el posterior conflicto con los tres montaraces, guardaron asiento. Habían obtenido una pésima nueva, pero también una buena. Dunbarth había sobrevivido al holocausto de Nimrodel, habían recuperado a su príncipe, y Thorbardin a su hijo.

- Mis recuerdos son borrosos… – fueron las primeras palabras que pronunció el desvalido enano en aquella fría noche, en el primer día de su nueva vida.

- Por favor, intenta recordar, ¿Qué le ocurrió a nuestro hogar?

- ¿Qué pasó con nuestros seres queridos?

- ¿Algunos más sobrevivieron?

- ¿Con qué sobrenatural hazaña lograste salir vivo, hijo?

Dunbarth se vio desbordado de preguntas que ansiaban respuesta, no sabían frenar su impaciencia y lo atosigaron. No parecían reparar en su lamentable estado, sin comer ni beber ni moverse durante muchos días, y ahora la repentina vuelta a la sociedad que no miraba por sus necesidades, por lo que tuvo que pedirlas él mismo.

- El relato puede esperar, quisiera llenar el estómago y volver a sentir el agua en mi garganta. Tengo el cuerpo atrofiado, necesito reencontrarme conmigo mismo, estoy fuera de mí…

- ¡Ya habéis oído! ¡Urbandûl prepara algo para mi hijo! ¡Agua! – se encendió Thorbardin al no haber caído en la cuenta de aquello.

Fue una larga recuperación, había perdido mucho peso y se encontraba muy débil. Le dieron el tiempo que necesitó y acabó llegando el nuevo día.

Era otra dura prueba a su paciencia, la ponían a prueba a costa del desvelo nocturno. A pesar de ello ninguno estaba cansado y reanimaron el débil espíritu en el desayuno, una generosa taza de café y pastas bastaron.

A pesar de lo que estaba sucediendo en aquella jornada, la sorpresa y crispación que produjo el desenlace del enigma, Sithel había echo caso omiso. Nuevamente parecía una estatua sentada sobre los restos de la torre, oteando el horizonte. Podía ver Éstaleth perfectamente, contemplar sus muros y la fortaleza, con los pendones hondeando al frío viento mañanero. No le importaba lo que estaba sucediendo, aunque no se desentendió por completo y escuchó distraído el relato de Dunbarth, ya recuperado en la manera de lo posible.

- Aún no consigo poner en orden mis recuerdos, solo retengo algunas imágenes y hechos… Tampoco sabría por donde comenzar, ha pasado tanto tiempo desde que partisteis… ¿Cómo os fue el viaje? ¿Cuántos vinisteis?

- Luego te contaremos nuestras pericias…

- Fueron momentos oscuros, cada vez aparecían más trasgos en las profundidades, no sabíamos de donde venían, y las numerosas batidas fueron en balde. Y vosotros no llegabais y la cacería no se podía retrasar por más tiempo. Se creó gran tensión. Enanos de Moria se abalanzaron sobre nuestras puertas, tanto exteriores como interiores. Y nos vimos obligados a incomunicarnos durante mucho tiempo…

- No os atacaban, pedían refugio, Moria estaba siendo invadida…

- Eso lo supe después, demasiado tarde… – hizo una pausa – Tras un tiempo sin noticias de los trasgos, que coincidió con el aislamiento, volvieron y llevaron a cabo numerosas incursiones. Aquello me obligó a reunir a una pequeña parte de nuestro ejército, casi un centenar, para ir a las profundidades de Nimrodel… Nos estaban esperando, sus oteadores hicieron bien su trabajo… En las galerías de excavación más profundas y recónditas aguardaba una gran hueste de trasgos escondidos. Nos dejaron llegar hasta allí sin contratiempos, me daba mal espina pero era menester saber por dónde entraban, de dónde venían. Y al final lo encontramos, angostos pasadizos en roca salvaje conducía a un gran agujero que se perdía en la inmensidad de abismo y que nosotros no abrimos, nunca habíamos llegado tan lejos, eran cavernas producidas por la erosión del río que no controlábamos y que nunca inspeccionamos ni nunca pisamos. También los trasgos nunca nos habían cedido el paso, siempre nos asaltaban dentro de nuestros dominios… Allí abajo encontré la mayor oscuridad que jamás me ha rodeado, y no hacía frío, al contrario, el ambiente era cálido… Las madrigueras de los trasgos estaban al este, o por lo menos hacia allí miraba el pasadizo por el que había tantas huellas, señales e indicios… Entonces se dio la orden, por todos lados empezaron a salir los trasgos aunque no nos pillaron desprevenidos, sabíamos que nos acechaban. Al principio no nos superaban en número pero desde la puerta en la sombra, hacia Nimrodel, se abalanzaron centenares de criaturas. Fue una batalla muy difícil, apenas veíamos a nuestros enemigos con las antorchas que portábamos, y éstas caían con facilidad, y acabábamos blandiendo el hacha a tientas…

Di la orden de retirada, aquello no era una simple madriguera de trasgos, era algo más grande… Quisimos retroceder pero varios trolls taponaron los salvajes pasadizos, y del este seguían entrando enemigos. Todo parecía perdido pero nuestra perdición fue nuestra salvación. Incitamos y enfurecimos a estos imponentes monstruos, les lanzamos hachas y las antorchas y cargamos de nuevo contra los trasgos. Los trolls siguieron nuestros pasos y estos seres no ven en la oscuridad. Cuando contactamos con la hueste de trasgos nos abrimos para los lados abriendo hueco para la demoledora carga de los trolls. Tras tener vía libre en la retaguardia retrocedimos aprovechando el desconcierto y orientándonos por las antorchas previamente lanzadas. Las recogimos y corrimos hacia nuestros dominios, conociendo el entorno teníamos más posibilidades de cortar el avance enemigo que nos pisaba los talones…

Dunbarth cesó el relato, no recordaba bien lo que ocurrió a continuación y necesitó tiempo para atisbar, en su ajetreado pensamiento, el hilo de la historia que debía proseguir.

Los demás perdonaron su torpe manera de contar lo ocurrido, la falta de coherencia y ausencia de detalles, y dejaron proseguir al ritmo que el dictaba…

- Nos las apañamos para bloquear todas las vías de acceso a su disposición. Cerramos las puertas de las minas más profundas y las atrancamos con todo que pudimos, no lograron atravesar aquella muralla, por suerte para acceder a aquellas puertas había que pasar por estrechos pasadizos por los que no podrían conducir a los trolls… Convocamos un gabinete de crisis para debatir el procedimiento a seguir. No era una nueva madriguera orca, era una gran fuerza, nuestras mayores temores es habían cumplido, teníamos que actuar. Desde las torres de vigía no veíamos vuestra llegada, por lo que solo quedó una solución; pedir ayuda al reino vecino, a Khazad-dûm. Aunque era arriesgado no veíamos otro camino, era un mal común y también parecían habitar bajo sus dominios… Mandamos una comitiva y abrimos las puertas que nos unían, con ellos, a través del puente… Y como si aquello lo hubiese previsto el enemigo nos colocó una trampa, y allí estaba esperando a que les diéramos entrada en nuestro hogar; una tropa quince veces mayor que la que nos emboscó en las profundidades de la tierra… Se abrieron paso violentamente y con gran rapidez adueñándose del umbral fugazmente, asegurándose su paso hacia Nimrodel… No tenía por seres inteligentes a los trasgos pero su forma de actuar aquel día… no nos enfrentábamos a simples orcos que luchan por sus reductos, era un ejército comandado por un oponente que nos era desconocido hasta el momento y que era hábil, muy hábil; nos había obligado a abrirles las puertas…

- El oponente del puente… – balbucearon los enanos.

- ¿Os topasteis con él?

- Sí, aunque nos fue de ayuda…

- No sé como esa endiablada criatura puede ser útil…

- ¿No recuerdas la fecha en la que comenzó la invasión?

- No… ni siquiera sé qué día es hoy…

- Es ocho de Diciembre…

- ¿Ocho de diciembre? – repitió incrédulo – ¿Cuánto he estado inconsciente? ¿Dónde estoy exactamente?

- No has estado inconsciente sino en coma. Con nosotros llevas poco más de tres días, desconozco cuando te rescataron los elfos…

- ¿Elfos?

- Te encontraron moribundo en la ribera del Río de la Plata, en Lórien…

- El bosque de Lórien… – seguía su asombro.

- Te han salvado del veneno.

- ¿Veneno? ¿Qué veneno? – se sorprendió.

- ¿No lo sabías?

- ¿El qué? – se desesperó.

- Una flecha envenenada te alcanzó…

- Creo que ya se cuando fue… – dijo mientras se acariciaba el muslo de la pierna – ¿Dónde estamos?

- Ahora nos encontramos en los campos de Celebrant, a media jornada de Éstaleth…

- Demasiado lejos…

- Pero por favor, sigue contándonos lo que pasó…

Tardó unos instantes en situarse. Y algunos más en rememorar aquellas jornadas.

- Empiezo a recordar algo, algunas imágenes, una caída libre, sangre, espuma, agua…

- Vayamos por partes, que paso en la invasión…

- ¿Invasión? – se preguntó hasta que tuvo la revelación, ya consciente de todo lo que había vivido – ¡Ah! El caos… – se refirió con naturalidad como quien recuerda el titulo de un libro por el que le están preguntan – Nos pilló a todos desprevenidos… desperdigados… desorganizados… Muchos trabajaban en las minas y se vieron envueltos en una mortal avalancha de la que poco pudieron hacer. El ejército estaba sin armar y desempeñando sus quehaceres cotidianos. La única defensa férrea fue la guardia de la ciudad y nosotros. El pueblo corrió a refugiarse al nivel superior, los que pudieron, donde protegía el sol, pero solo hasta el anochecer… Otro gran número se refugió en la sala de cuatro pilares, que estaba muy concurrida cuando comenzó todo, en donde otra gran lámpara protegía del enemigo mientras hubiese luz. Después, se desencadenaba el caos como he dicho antes. Los gritos retumbaban hasta el alba, las carreras se sucedían y la muerte se habría paso… El primer día dejó muertos por toda Nimrodel. Todos los mineros fueron aniquilados y muchos ciudadanos en las avenidas de viviendas quedaron atrapados, la sala central quedó sesgada de vida y les fue de utilidad para moverse por la mina… A la llegada del nuevo día estábamos casi tres mil enanos en el nivel superior, donde pudimos armarnos y reagruparnos, sin saber de la suerte de los demás. Descansamos y curamos a los heridos. Teníamos que idear una estrategia para la noche, la clara inferioridad numérica era el mayor obstáculo a evitar, había que evitar los espacios amplios. Plantar defensa y repeler los ataques era una idea que a priori podría ser factible, pero solo a corto plazo. Teníamos que llevar la iniciativa eso no se lo esperarían, con suerte podríamos hacer brecha en sus líneas, alcanzar las puertas y huir… con suerte… pero el enemigo resultó ser más listo de lo que habíamos pensado. Tras eterna espera llegó el momento, todo comenzó… A la vez que descendíamos llenos de rabia y sed de venganza, ellos subían por otros pasadizos con sigilo y en gran número. Aunque no lo hicieron sin antes, durante el día, bloquear los accesos a la entrada principal que teníamos a mano y a los que podíamos acceder. Parece que reconocieron toda la mina con esmero y rapidez, a pesar de que la luz del sol les frenara en varias salas, pero por eso acudieron al nivel superior, para cortar esa protección… cuando nos dimos cuenta de su plan y nos vimos atrapados en los bloqueos de nuestros enemigos y quisimos volver ya era demasiado tarde. Nuestro pueblo huía en la oscuridad portando antorchas y en masa, sin orden ni cordura, muchos de nosotros se veían superados y les prestamos apoyo. Resistimos el ataque nocturno pero habían destruido e inutilizado la mitad de los espejos… Aquella zona ya no era segura, las puertas estaban hechas añicos y aguardaban la caída del astro en salas contiguas, los oíamos, los sentíamos, los olíamos, escuchábamos sus cánticos, sus tambores, el grito de sus prisioneros, de sus presas… A la nueva mañana armamos a todos los presentes, sin discernir entre hombre o mujer, abuelo o niño, todos eran de necesidad. Lo mejor era hacer grupos pequeños y separarnos por diferentes túneles y pasadizos, muchos perecerían, la gran mayoría, pero algunos podrían tener una oportunidad. Era una táctica de sacrificio, no podíamos escapar por la puerta de Nimrodel, solo se podía acceder a ella desde la sala de cuatro columnas y… era demasiado arriesgado. Algunos querían intentar el paso por Moria, pero era un plan descabellado, de allí procedía este mal que nos acusaba… En aquel día en el que apenas pude conciliar el sueño estaba convencido de que solo podía luchar por una causa, por labrarme una muerte heroica, pero la amargura me embargaba, nadie quedaría para recordarla, nadie podría cantarla y darla a conocer… En los últimos momentos a la luz de la vida nos despedimos todos de todos, formamos los grupos fijados y corrimos en busca de un nuevo suspiro pero no sabíamos para qué… Tardía fue la hora pero inamovible y con un estruendoso rugido y temblor se proclamó el comienzo. Yo con mis enanos buscamos las otras puertas que daban al exterior, pero con tan poca luz era difícil orientarse por muy bien que conocieses los recovecos de la montaña, todo estaba derruido, con cadáveres y despojos… Las dos que encontramos estaban bloqueadas por innumerables y grandes bloques de piedra, parece que los trolls dedicaron una tarde en aquella tarea, tapiar o mas bien enterrar las salidas… Decidimos bajar al último nivel y de allí virar al este, hacia Moria. Fue entonces cuando oímos que se producía una batalla cercana a nosotros, en una avenida que desembocaba en la nuestra, y corrimos a tomar parte liberando a un pequeño grupo de soldados que estaba rodeado. Tras un leve respiro e informe de la situación, llegaron cuatro docenas de orcos y dos trolls por retaguardia. Optamos por huir y corrimos hacia arriba donde decían que había una feroz contienda. En ella se había juntado un gran número de enanos a los que les llevábamos más enemigos… obviamente no se alegraron de nuestra ayuda…

A la atropellada narración le faltaba algo de coherencia, todos habrían agradecido algo más de calma y detalles, que fuese punto por punto, pero sería demasiado pedir.

- En una de las principales plazas y la avenida principal se formó un gran tapón de muerte. Fue una batalla trabada, a duras penas se podía blandir el hacha en tan corto espacio que dejaban los cuerpos de aliados y enemigos. Fue una dolorosa y sangrante prueba de valor y destreza. No había tiempo para el respiro, recibías golpes por todos los lados, si no fuese por nuestras corazas… Flechas rasgaban el aire, las victimas de los trolls volaban literalmente sobre nuestras cabezas. Un troll es un temible adversario, más si no tienes espacio para esquivar sus demoledores golpes, una criatura de esas cuando pierde el control en el fragor de la batalla acaba con todo a su alrededor, todo… Por suerte los trasgos se dieron en retirada, menos mal, no me quedaba energía en los brazos para asestar un golpe más… tenía la cara llena de sangre, propia y ajena, enana y orca, todo mi cuerpo estaba bañado por ella, todos estábamos embadurnados de pies a cabeza, goteando por nuestra barba, nuestros dedos, nuestros filos… Acabe mareado y desorientado por el esfuerzo, y no vi que habían quedado los trolls. Apunto estuvo uno a aplastarme con su garrote pero Khalgûn, un joven enano a mi mando que se encontraba sobre el altillo de la avenida, saltó a su chepa hundiéndole el hacha en su grotesca cabeza. Por fortuna para mi salvador su oponente derribado no cayó de espaldas con lo que lo habría arrastrado a la muerte. Los enanos supervivientes cercaron a los demás trolls y ahora con espacio por el que moverse los cercaron con facilidad, y esquivando sus acometidas les dieron muerte atacando a su blando vientre. Los hermanos Khazûn y Zâdal incluso lograron cercenar el brazo armado de uno de ellos, que sostenía la maza en alto, de dos certeros y rabiosos golpes simultáneos. El arma del troll cayó sobre su propia cabeza dejándose sin sentido. Los enanos que luchaban contra él dejaron que fuesen los propios hermanos quienes lo remataran en el suelo. Fue un momento feliz y jubiloso, una dulce victoria, y un agradable reencuentro. El que comandaba aquel valeroso grupo al que le llevamos más enemigos pero que con suerte logramos acabar con todos, era mi buen amigo Tanders, del que no conocía su suerte desde que pasó la primera noche.

- Por el amor de Mahal, ¡Estás vivo!

- Hace falta más que unos simples trasgos y algunos trolls para acabar conmigo.

- ¿Qué fue de ti?

- En la segunda jornada de batallas por Nimrodel, yo y un gran número de enanos, que nos fuimos uniendo en las distintas salas y pasadizos, quedamos acorralados en el nivel inferior. Entablamos batalla contra los innumerables combatientes que nos salían al paso y en nuestra obligada huída un alo de luz nos guió hasta el arado, donde las lámparas solares estaban intactas al igual que sus puertas.

- ¿El arado? ¿Cómo no caí antes? La fuente de luz del arado no se puede cortar pues proviene del haz principal, del conducto general, tendrían que bloquear la apertura en la cumbre de la cueva y los trasgos no tienen alas… Encima allí hay muchos alimentos para sobrevivir meses, trimestres…

- Exacto, y además es un recinto cerrado con cuatro robustas puertas de las cuales dos no están al alcance del enemigo.

- Vaya un gobernador que soy… tendría que haber llevado a mi pueblo allí…

- No te culpes, las circunstancias te sobrepasaron y no caíste en la idea… Además los llevaste a otra zona segura, el nivel superior…

- Ya no es segura, los trasgos acabaron con todas las lámparas. Nuestro pueblo está casi exterminado, muy pocos volvían a la luz del nuevo día…

- Dunbarth, si de verdad crees que tu pueblo ha perecido fácilmente es que no lo conoces. La mayoría está en el arado, no se ha tildado la mina entera de sangre, solo ha habido una masacre y fue el salón de cuatro columnas. Nosotros hemos partido cada jornada armados para rescatar y conducir a los que nos encontremos hacia el arado.

- Señor, ya amanece, volvamos antes de que nos cerquen más enemigos…

- Continuemos con esta charla en un lugar seguro, Dunbarth aprisa… ”

En efecto, como dijo Tanders, en el arado había centenares de enanos que creía muertos, fue un maravilloso reencuentro y me llenó de gran gozo y alegría la nueva situación. Lástima que ya no sea así, ¿Qué habrá sido de mi buen amigo Tanders? Solo espero que se alzara con una muerte heroica…

- Tanders no está muerto – interrumpió Mortak – Fue el único superviviente, junto a vos, de toda Nimrodel. Por lo visto, en una de las refriegas ante las puertas se quedó en el exterior cuando éstas se cerraron pero milagrosamente pudo huir.

- ¿Y dónde está? – preguntó sorprendido.

- Nos topamos con él por casualidad, estaba medio moribundo… nos avisó de lo ocurrido pero no quiso acompañarnos, imagino que estará en Éstaleth…

- No le reprocho que no quisiese retornar a la trampa de la que logró escapar, ¿Pero cómo…?

- Consiguió salir con la ayuda Northand… aunque éste no lo logró.

- Pobre Northand…

- Perdona hijo mío, pero hay una cosa que me perturba… Encontré tu colgante, el sello de nuestra familia entre los escombros del arado, te creí muerto pero hete aquí. – dijo Thorbardin desabrochándose del cuello la cadena de oro.

- Ah, mi cadena, me había olvidado de ella, se la di como seña de gratitud a Khalgûn por salvarme de aquel troll… Supongo que eso significará que él también está muerto, todos lo están…

- Por favor, continúa… – pidió Halén.

- ¿Por dónde iba?

- Tu llegada al arado…

- ¡Ah sí!, cierto. Había unos tres mil valerosos enanos en aquella estancia en la que el enemigo difícilmente podría derrocar. – no le costó mucho retomar el hilo y ritmo de la narración, cosa que fue de agradecer – A la noche siguiente recorrimos la mayoría de las salas en pequeños grupos y guiamos a todos los que habían sobrevivido hacia nuestra nueva fortaleza. Nadie quedadaza ya en los demás niveles, la mina entera era del enemigo; todos nosotros aguardamos en aquel asentamiento hasta vuestra llegada. Confiábamos en que sabríais averiguar la nueva seña de la puerta y que lograrais asegurar la vía de escape. Había esperanza. A la jornada siguiente no salimos del arado, y no oímos a los trasgos por los alrededores, de todas formas no conseguirían atravesar nuestras barricadas y puertas. Aquella noche hubo una gran fiesta, con bailes alrededor del confortante fuego. Por fin pude conciliar el sueño… Pero aquella bonita situación no podía durar mucho y el enemigo acabó por encontrándonos, pero repelimos su ataque ante las mismísimas puertas y huyeron. Entonces obraron lo inimaginable. La luz que nos iluminaba y protegía se extinguió. ¿Cómo habían logrado hacerlo? Eran incapaces… o eso pensábamos nosotros. De nuevo cundió el caos y de nuevo vino otra holeada que conseguimos resistir a duras penas saliendo a su encuentro, aunque nos inflingió un daño atroz. Aquello significó el fin. Vino el fuego, el astuto general que nos estaba masacrando vino en persona a terminar su hazaña y ardía de furia, ardía literalmente… Nos dimos en retirada y cerraron las puertas para evitar la intrusión dejando a muchos enanos en el umbral, al amparo de una cruel muerte. Teníamos que poner a salvo a nuestro pueblo pero no podíamos trasladarlo a otra parte, en el mejor de los casos solo lograríamos ganar tiempo hasta saborear el amargo final. Tampoco había tiempo para movilizarlos a todos, el enemigo echaría las puertas abajo y nos daría alcance, siempre y cuando no nos topásemos con ellos en nuestra huída. Solo quedaba una solución, las puertas eran resistentes y serían difíciles de penetrar, teníamos que liberarlas de enemigos antes de que lograran hacer brecha. Darnos prisa y montar defensas hasta vuestra llegada, tendríamos que derramar más sangre pero con suerte aguantaríamos algunos días. El arado constaba de cuatro entradas: la Sur a la que no llegarían debido el entramado de pasadizos, galerías y trampas, la “puerta trasera”, difícil de localizar.

- Por la que entramos nosotros, conocemos nuestros dominios no hace falta que te entretengas en…

- Estos cinco enanos no son de Nimrodel, padre. – dijo Dunbarth fijándose noblemente en los hombres de Câranden.

- Perdona hijo, es la impaciencia. Continúa…

- La puerta del Oeste, que estaba bloqueada por enormes cantos de piedra desprendidos, obra de los trolls; la del Norte a la que se accedía a través de un puente de piedra sobre un vacío y donde la estrechez de pasarelas impedían llevar un cómodo ataque; y finalmente la puerta Este, la principal y más accesible, pero también la más ornamentada y resistente. Cogí una gran tropa armada, los mejores enanos que quedaban, y decidimos salir por la puerta Norte del arado, dar un rodeo y atacar por la retaguardia a los que estaban apostados en la entrada a nuestro bastión. Con suerte lograríamos asestar un duro golpe y hacer a huir a los que golpeaban la compuerta de madera y acero reforzado. Fuimos con sigilo pero veloces, el gran estruendo de aquella jornada ocultaba nuestros pasos. El centenar de enanos, ahogados en valor, no tardó en llegar aquella posición encabezados por mí. Y ahogados nos quedamos todos cuando alcanzamos aquella posición pues nos topamos con algo que no esperábamos… El fuego actuaba, el fuego se expandía, y el fuego aniquilaba. El poderoso fuego nos hizo retroceder pero no sabíamos de dónde venía, lo vimos pasar de largo a corta distancia, bolas de abrasadoras llamaradas que nos envolvió momentáneamente y que solo logramos resistir gracias a nuestras máscaras y grandes cascos de guerra. Y ahora lo contemplamos en su esplendor. Una descomunal criatura con cruel forma humana, cabellos incandescentes y cuernos, hizo acto de presencia y lo hizo encendido en su propia ira, ardiendo de maldad aunque envuelto en una densa nube de humo y oscuridad. Se abrió paso entre sus asustados súbditos sin consideración alguna y se encaramó contra la puerta. Su imponente presencia derrumbaba cualquier atisbo de honor y heroicidad, de frialdad y entereza, helaba la sangre a pesar del calor de su furia. Los trasgos espoleados por la presencia de su comandante rugieron y vitorearon haciéndole pasillo, estaban apunto de terminar una empresa que se alargaba en demasía. Ninguno de nuestros enemigos se alertó de nuestra presencia, nosotros estábamos sobre una pasarela elevada que serpenteaba la plaza donde se encontraban las puertas. Luchábamos por buscar la sangre fría para actuar, para reaccionar ante el declive. La mía llegó cuando aquella endiablada criatura golpeó por primera vez la puerta. Lleno de coraje arroje mi hacha con todas mis fuerzas impactándole en el costado… el fuego mismo recorre sus venas y su sangre fundió el filo de mi arma que cayó muda, sin obrar el más mínimo daño. Fue una mala idea… delaté nuestra posición, desbaraté una huída fácil y a tiempo pero no podía permanecer impasible ante la que sería la caída de mi pueblo. El monstruoso ser miró con indiferencia y dio la orden con una maliciosa mueca y elocuente gesto, “Acabad con ellos”. Todos los trasgos corrieron hacia nosotros y solventaron el desnivel con pasmosa facilidad, el escalar no tenía secretos para ellos. Aquel ataque sacó a todos de nuestro bloqueo y entablamos aguerrido combate con buena suerte al principio. Luego empezaron a llegar por las galerías a nuestra espalda y siguieron subiendo por todos lados a la pasarela… No tarde mucho en apropiarme un nuevo hacha que blandir, tristemente lo recogí de un amigo mío, quizás eso avivaron mis fuerzas… pero por poco tiempo, todos estábamos agotados de las jornadas anteriores. Acabamos siendo desperdigados, rompieron nuestras líneas y no alcancé a ver el final de todo por cuanto había luchado, solo escuché el estruendo producido por el derribo de las gruesas puertas... Lo que no llegué a oír fue los gritos, nuestros propios alaridos los dejaba mudos; solo podíamos ponernos a salvo a nosotros mismos y el combate no había cesado. En aquella fatídica lucha perdí de vista a todos cuantos me eran conocidos: Iglak, Argûm, Arkindûl, Gûm, Ziragûl, Kazir… Aunque aquello fue mejor que ver perecer a tantos que estuvieron a mis órdenes y había compartido infinidad de experiencias, algunas trágicas, otras gloriosas… mi buen general Nûlak; Gilad, el que me extendió su arma antes de morir apenas hace unos suspiros; Ragun, el temerario de mi guarda, autor de varias proezas… todos muertos… conocidos y no conocidos… Al final nos empujaron a una avenida por la que logramos huir refugiándonos en una casa próxima, cuya puerta, aun intacta, nos dio el tiempo necesario para huir pos los tejados y pasarelas que cruzaban la calle de lado a lado. Solo quedaron conmigo Khazûn y Zâdal, los aguerridos hermanos que llevaban varios trolls derrotados en su cuenta particular.

En aquel punto álgido del relato, Dunbarth había calentado y agilizado la lengua y el discurso, ganándose a todos los presentes que escuchaban autistas todo cuanto decía. Viendo el éxito que había generado se creció y continuó narrando de forma mucho más fluida, tranquila, confiada y vistosa.

- Decenas de trasgos no salían al paso, pero les barríamos al instante en la fugacidad de nuestra huída, tan violenta como ninguna vista por sus voluminosos ojos; violenta e imparable. Éramos tres, solo tres enanos que portaban la venganza de todo un pueblo. Jamás se creyó tal resistencia en nuestra raza, tal velocidad, nadie nos daba alcance por retaguardia ni en el entramado de galerías y túneles. Logramos cobijarnos una noche en el almacén exterior de material minero del ala este. Allí pudimos enfriar y serenar la situación, el plan a seguir para intentar escapar de aquel agujero. Aunque también podíamos ir en busca de venganza contra la criatura de fuego, no nos faltaba coraje, ni ganas… pero no creo que aceptara un parlamento las huestes orcas para concertar un combate singular entre su ardiente comandante y nosotros… Una vez sopesadas todas las posibilidades llegamos a la conclusión de que solo tendríamos alguna posibilidad de sobrevivir yendo a Moria. Pero el único acceso que nos comunica se encontraba en el nivel central y era más que peligroso intentar llegar hasta allí. Incluso éste se había acrecentado ahora que Nimrodel ha quedado arrasada y que parte del enemigo retorne inminentemente hacia Khazad-dûm, incluyendo la criatura de fuego. Había que darse prisa, era lo más sensato, las mayores fuerzas invasoras se encuentran en estos momentos en nuestros dominios, las vigilancias en el reino vecino deben de ser menores, podríamos tener alguna oportunidad… Estuvimos largo tiempo pensando y buscando una forma de llegar hasta Moria rápidamente. Mientras, comimos lo poco que encontramos en el macuto de uno de los obreros, que no pudo tomarse en el descanso de su jornada laboral por la invasión emprendida jornadas atrás… Pensando en aquellos momentos, en el principio del fin, hallé nuestra salvación. El pequeño pasadizo del que entraban al principio los trasgos, por ahí huiríamos. No estamos seguros de que conduzca a Moria, quizás conduzca a una madriguera principal, pero había que intentarlo. Sí, era una buena idea, los ejércitos una vez tomado la vía principal se olvidan y abandonan las secundarias, estaba seguro de que la senda estaría despejada. Pero esto presentaba otra dificultad, nos concienciamos bien al a hora de pertrechar los pasadizos con barricadas y vigas para que no pudiesen pasar por ahí. Si debíamos darnos prisa a lo mejor no era muy recomendable tomar esa vía pero no había otra. Decidimos dejar esa preocupación para el día siguiente, cuando estuviéramos delante de nuestra posible salvación. Ahora teníamos que dormir y recuperar fuerzas, las necesitaríamos… Aquella noche me dormí temiendo por los restos mortales de nuestros compatriotas, los trasgos se estarían ensañando con ellos en este mismo momento y desgarrando su carne. En nuestra huida nos habíamos topado con pocos cadáveres, noche tras noche los iban retirando, los más frescos, para asarlos a la parrilla… Donde no se apropiaron de ningún cuerpo fue en la sala de cuatro columnas, dejaron el escenario tal cual para que contempláramos el horror, a modo de aviso…

- Y lo contemplamos… de veras que lo contemplamos… – interrumpió en un susurro Thorbardin.

- El único consuelo que poseía era que el ensañamiento en demasía con ellos nos daría más tiempo a nosotros para huir, y seguramente lo acabáramos necesitando… El enano ayudando a los suyos hasta después de muerto. – dijo en apenada alabanza hacia su raza.

Alabanza con la que se guardaron unos momentos de silencio hasta que Dunbarth continuó.

- Afortunadamente logramos conciliar el sueño y descansar, aunque no sé por cuanto tiempo. Mi letargo no se vio exento de pesadillas y visiones relacionadas con lo vivido en jornadas anteriores. No me abandonaron en mucho tiempo, ni estando despierto… por suerte el coma me dio una tregua… Nos despertamos sin sentir pereza ni modorra y rápidamente nos pusimos en marcha. Oíamos a algunos trasgos que parecían rastrear las minas en busca de algunos posibles supervivientes. Moviéndonos entre la sombra con el corazón encogido en el puño para no ser descubiertos. Por suerte la oscuridad no era asfixiante y lográbamos distinguir el entorno. Divisamos algunos trasgos en pasarelas paralelas y en distinta altura, los cadáveres apenas se habían descompuesto, debido a las bajas temperaturas de la mina, y no lograba cubrir nuestro olor para pasar inadvertidos ante aquellas alimañas de agudo olfato. La solución la teníamos delante, sangre orca. Desagradablemente nos embadurnamos con despojos de nuestros enemigos para impregnarnos de su hedor. Seguimos avanzando por las galerías en penumbra hasta llegar a una pequeña estancia, de la cual partían varios raíles de montacargas hacia numerosas cavidades y cavernas; la gran mayoría conducían a nuestro destino que se hallaba taponado. Entramos en uno elegido al azar, la visibilidad había descendido bastante y no vimos la vagoneta contra la que nos dimos de bruces, produciendo un sonido metálico y un aullido que retumbo en las paredes. Nos quedamos muy quietos y alerta, nerviosos y rezando porque nadie nos hubiera oído, la fortuna nos fue adversa una vez más… “¿Hay alguien hay? ¿Quién va? ¿Ez uno de loz nuestroz? ¡Contezta!” No nos vimos capaces de hacerlo, la adrenalina nos lo impedía. “¡Vamoz chicoz puede haber intruzoz en la ozcuridad!” Khazûn y Zâdal querían plantar batalla pero no sabíamos cuantos eran; lo mejor sería huir, si consiguiésemos darles esquinazo tendríamos las cercanías a nuestro destino despejadas. Retornamos apresurados a la estancia angular de los pasadizos. La mayoría de galerías conducían a nuestro destino pero había dos, los más escorados, que se perdían en el ala contigua. Gracias a los dioses en una de esas entradas había estacionado una vagoneta con muchos utensilios. Sin pensármelo dos veces cargué con todas mis fuerzas contra ella para hacerla avanzar por el rail que descendía notoriamente cogiendo una velocidad estrepitosa. Nos escondimos en la pasarela más cercana y por suerte los trasgos que subían en tropel se guiaron por el oído en vez de con el olfato. Una vez alejado el peligro nos acercamos nuevamente a nuestro destino, esta vez por otra ruta alternativa, por pura prudencia. Tras dos salas recorridas llegamos a la boca de un pasillo que finalizaba en una gran puerta atravesada con vigas, la distancia que nos separaba estaba llena de barricadas y robustos obstáculos hasta el techo. De pura rabia y desesperación empuñamos las hachas y comenzamos a golpear produciendo mucho ruido y poco resultado. Al poco tiempo paramos pero no porque nos diéramos por vencidos, sino porque unos gruñidos nos alarmó y congeló la sangre. Salimos del pasillo y nos asomamos al umbral de una gran habitación circular cercana. Los roncos y grotescos sonidos nos llegaban más nítidos ahora. En el centro de la estancia, entre montones de escombros, había cuatro trasgos de pie, alarmados por nuestros golpes que intentaban ver algo extraño entre las sombras de alguna de las cuatro entradas que tenían alrededor. Nos apostamos junto a la pared con las armas en ristre, cogí una piedra y la arrojé a lo lejos para llamar su atención. Los orcos se volvieron bruscamente hacia el reclamo y comenzaron a acercase con cautela, desconfiados. Aquellos instantes se me hicieron eternos, retorciendo el mango de mi mellada hacha, esperando que alcanzaran nuestra posición para acabar con ellos. Lentamente, paso tras paso, con calma, mirándose unos a otros, hasta que de pronto se pararon. ¿Nos habían olido? No podíamos arriesgarnos a ser descubiertos, si pedían ayuda y refuerzos podría significar el fin; y mientras, aquellos extraños gruñidos seguían lacerando nuestros oídos. Khazûn y Zâdal hicieron amago de salir a por ellos pero los frené con una recriminadora mirada, no podíamos darles tiempo a reaccionar ni hacer nada. Los orcos escupieron algunas palabras que no llegué a entender y hablaron entre ellos otras que no logré escuchar. Aquello me desesperaba. Los dos que iban en cabeza se volvieron hacia el interior y me obligaron a arrojar otra roca para llamar su atención, aunque no fue una buena idea porque empezaron a gritar. Volvieron a girarse y continuaron para atravesar el umbral ahora con paso decidido, seguido de los demás. Por gestos les indiqué a los hermanos que se encargaran de los dos de retaguardia, que esperaran a mi señal. La primera pareja de enemigos superó nuestra posición y se pararon unos pasos por delante mirando en todas direcciones. Esperé hasta que los otros dos llegaran a nuestra altura para atacar. Otra inmensa espera sufrimos hasta que saltamos sobre ellos compenetradamente, tardía pero inevitable. Los hermanos Khazûn y Zâdal con dos certeros hachazos rompieron las cajas torácicas de sus oponentes violentamente a la vez que yo le rasgaba el cuello al primero con un hacha de mano, para que no gritara, y le hundía las dos posteriormente al pobre infeliz que me miró sorprendido. El trasgo malherido dejó caer su rudimentaria espada y se echó las manos al corte que sangraba seriamente, ahogando chillidos e insultos. Mirándole con frialdad le enseñé el filo de mi arma amenazándole pero no lo remate, le di una patada tirándolo al suelo, dejaría que se desangrase. Para asegurarme de que no intentara salir corriendo y así dar aviso a sus compañeros, le pise con fuerza la rodilla dejándola hecha añicos. Tampoco hubo grito, solo un extraño gorgoteo mientras el dolor se marcaba en sus desagradables facciones. Entramos en la habitación, los estrepitosos gruñidos seguían elevándose y enseguida comprendimos de donde procedían: un enorme troll de las cavernas dormía encadenado cerca. Tenía los vigorosos brazos plegados bajo la cabeza, y su chepada espalda subía y descendía al son de los fuertes ronquidos. Un enorme grillete lo aprisionaba por el cuello, estando el extremo reliado en una viga de la pared. Entonces se me ocurrió una idea que nos podría salvar, una mirada nos bastó para ponernos de acuerdo. Fuimos hacia los cadáveres de los orcos para embadurnarnos de nuevo y asimilar el hedor en nuestros cuerpos. Apagamos la fogata que tenían para cocinar en una parrilla que preferimos no mirar, y despertamos al troll. Lo hicimos como pensamos que lo hubieran hecho los trasgos, tirando de la cadena y dándole alguna patada. La imponente bestia se quejó y soltó un manotazo que le dio de refilón a Zâdal lanzándolo contra la pared, por suerte no nos habíamos desecho de las corazas y eso le había salvado la vida, aunque quedó tan abollada que apenas le permitía respirar y tuvo que desprenderse de ella. No me gustaría estar al cuidado de una criatura de estas, aunque tontos tienen muy mal genio y no atienden a razones ni obediencias, y si no te aplasta te acabará convirtiendo en su cena. Se reincorporó toscamente y bostezó rabioso, irguiendo todo su musculoso cuerpo de aspecto rocoso con un harapiento calzón de cuero sujeto por unas cuerdas. Los trolls ven menos que nosotros en la oscuridad y lo aprovechamos, por nuestro olor pensó que éramos trasgos y nos siguió hacia donde le dirigíamos tirando de la cadena, aunque no de buena gana al principio. Parecía un perro grande, perezosamente se estiraba mientras aguantaba nuestros tirones, recogió su mazo que descansaba junto a la pared, y echándoselo al hombro nos siguió dócilmente, aunque muy torpe, creyendo que iba a una nueva jornada de trabajo.

Los enanos que escuchaban esbozaron sonrisas y pusieron muecas de fascinación ante aquel punto del relato, y ante aquella ardid de su príncipe, inteligente y drástica, para escapar. Dunbarth se había dado cuenta y acompañó sus palabras de contundentes y completos gestos. Más que narrar una desventura, parecía contar una historia junto al fuego para amenizar la velada.

- Salimos de la sala tirando de él mientras el trasgo moribundo nos miró asombrado y desconcertado hasta que el troll lo pisó sin querer. Sin más diligencia lo conducimos hasta las barricadas y allí dejamos suelta la cadena, e imitando como pude una voz áspera y aguda como la de los trasgos dije “deztroza”; por suerte la criatura no se lo pensó dos veces, contesto un torpe “Zi” y empezó a porrear como un poseso con su maza. Era impresionante la fuerza que tenía, cada vez que descargaba un golpe el suelo temblaba y las astillas de madera salían disparadas en todas direcciones. Cuando se topaba con un canto de piedra se resentía, y cuanto daba con una viga de hierro rebotaba con violencia y saltaban chispas que lo enojaban aún más... Mientras el troll trabajaba aguardábamos detrás, hablando en voz baja, algo preocupados por la marcha de nuestro plan, aún le quedaba medio pasillo para alcanzar la puerta…

- Está tardando demasiado, con este jaleo no tardarán en venir…

- ¿Cómo lo mataremos cuando termine su tarea?

- ¿Matarlo? A lo mejor nos puede servir de ayuda cuando vengan los trasgos…

- ¿Cómo?

- Déjame a mí…

- Ya oigo gritos.

- Es el eco, aún están lejos…

- Pero debemos darnos prisa…

- ¿Y cómo le digo al troll que se de prisa?

- Dile que al otro lado hay enanos, que se de prisa o su comandante le calcinará…

- ¿Cómo llamaran ellos a la criatura de fuego?

- No lo sé, de una forma simple para que el troll lo entienda. ¡Ah! A nosotros nos llaman “tapones” no enanos, de igual modo que a los elfos los llaman “orejotas”.

- Vale, ya sé, lo he entendido, espero que cuele…

¡Deztroza rápido que viene el ente de fuego, hay taponez al otro lado y dezea acabar con elloz, zi no rompez eza puerta enzeguida te calcinará en zuz llamaz! No estaba muy convencido del resultado de esta idea pero éste fue abrumador e inmediato. La criatura se asustó tanto que empezó a vociferar de rabia y a agitar la maza velozmente golpeando con todo su cuerpo, brazos piernas uñas y dientes al son que decía “Ze rezizte”; todo con tal de no desagradar a su amo. En poco tiempo se abrió paso hasta el umbral de lo recóndito, el limite fronterizo de nuestros dominios. Cuando se encaramo contra el arco de piedra varios trasgos descendían ya por las galerías. “¡Vamoz deztruye laz puertaz, date priza ya viene!” El pobre troll no cabía en sí de terror y golpeó con tanta fuerza que acabó partiendo el mazo en dos, bastante había durado ya… El condenado, entonces, se dio la vuelta para cogerme a mí y seguir aporreando con mi cuerpo, gracias a mi mejor visión le pude esquivar por lo que la bestia empezó a aporrear con los puños desnudos. Khazûn y Zâdal vinieron a la carrera, sorteando los despojos de las barricadas y vociferando: “¡Ya eztán aquí! ¡Ya eztán aquí!”. El troll de las cavernas entendió que ya había llegado la criatura de fuego, aunque solo se oían chillidos orcos, e hizo el último esfuerzo dejándose los puños y antebrazos en la desgastada puerta. Golpeaba a una vertiginosa velocidad para la habitual en su especie, y con una brutalidad que se desgastó la piel y sangraba por infinidad de cortes en sus chatos pies y manos. Gritaba de desesperación y angustia, no sé si lloraba, hasta que por fin logró atravesar la puerta. El brazo se le quedó dentro y al retirarlo nervioso se hizo otro corte más profundo pero no pareció importarle y golpeó nuevamente en el otro lado de la puerta hasta que vio que cedió y terminó abriéndola de en par en par con una patada. En ese preciso momento los trasgos habían alcanzado la abertura del pasillo, y justo en ese instante, en el que el la bestia abrió las puertas, grite las palabras aludiendo al mayor terror de un troll: “¡La luz del zol! ¡La luz del zol!”. Aunque parecía mentira aún cabía más miedo en aquella descomunal criatura y lo manifestó de forma ensordecedora. El pobre ya había cumplido, había abierto las puertas por lo que no tuvo el menor reparo en huir aun en creencia de que su comandante estaba al final del pasillo. Aquello era justo lo que quería, que arrollara en su alocada carga a nuestros perseguidores que penetraban en el angosto pasillo quedando aplastados entre los escombros. Aunque casi nos arrolla a nosotros también, pero solo nos golpeó un poco en la maniobra de evasión. Un poco aturdidos y temblorosos corrimos hacia la oscuridad que se habría delante de nosotros… las cortas entendederas de los trolls nos habían salvado una vez más…

Los enanos habían sonreído durante toda la narración de esta última parte, aguantando la carcajada para no interrumpir el relato pero fue inevitable retenerla más, incluso para Dunbarth. Thorbardin se mostraba realmente orgulloso del mando e ingenio de su hijo y de cómo había utilizado a una abominable bestia que tanta muerte habría causado.

- Visto el poder de destrucción de los trolls fue una suerte que no pudieran haber llegado, al principio, hasta allí, por el otro lado cuando todo comenzó. También me sorprendió que las puertas del arado aguantaran esas acometidas… El avance fue entonces más difícil, la roca que pisábamos era salvaje y resbaladiza. Andábamos con mucho tiento y tardamos una eternidad en llegar a la abertura en la que nos atacaron la primera vez que estuvimos allí; aun quedaban indicios de batalla y algunos cadáveres. Al otro lado de aquel umbral la atmósfera cambió. El aire parecía menos cargado, más fresco, debíamos encontrarnos en una inmensa estancia. Hacía frío, testigo de ello era nuestro aliento, y no sé si estaríamos en una madriguera orca porque ya no diferenciaba ese olor, lo tenía tan metido dentro que… La oscuridad era abrumadora, y el silencio ensordecedor. En Nimrodel prácticamente nos conocíamos todos los rincones y era más fácil ir sin luz pero ahora… Caminábamos pegados a una dentuda pared, palpándola en todo momento con la mano mientras utilizábamos el mango del hacha como si fuera el bastón de un ciego. Era difícil avanzar, nada era uniforme, estaba tan agrietado todo que cuando se te hundía el pie el corazón se te encogía, a pesar de ser solo un bache o desnivel. Llegamos a un punto en el que el suelo se acabó y no era ningún agujero en el suelo ni depresión, al comprobarlo con mi hacha casi se me cae al abismo. La pared tornaba al este y una minúscula pasarela parecía seguirla, pero tan estrecha que tenías que ir de lado, arrimado a la pared. ¿Quién iría delante? Si la pequeña pasarela se terminase sería el primero en descubrir la caída, podía costarle la vida y solo para avisar a los demás que no se podía continuar… pero no había otra vía. Khazûn y Zâdal estaban bajo mis órdenes, lo justo era que yo fuera en cabeza. Solo la idea de que los trasgos hubiesen pasado por allí con anterioridad me daba la confianza y me alentaba para aventurar un pie en la oscuridad. Pero me asaltaban las dudas, ¿Y si no hubiese por allí exactamente? en el instante en que me formulaba esta pregunta el paso que di no encontró apoyo y casi me precipito al fin. Fue un aviso para tener confianza, palpando como pude descubrí que la pasarela seguía un poco más adelante y avisé de la brecha. En aquella sorna perdimos toda la mañana, si es que era de por la mañana, porque había perdido toda noción del tiempo. No veía nada, íbamos tan despacio que no oíamos nuestras propias pisadas. El único hilo de sonido nos lo aportaban los minúsculos desprendimientos de arenilla de la roca que pisábamos, cosa nada alentadora... Tras habernos despedido de la vida numerosas veces por las falsas impresiones de caer, llegamos al punto en el que la pasarela tornaba a su tamaño original, por lo que respiramos aliviados, aunque seguíamos sin ver nada. El suelo era menos agreste en esta parte y palpando nuevamente la pared agilizamos el avanzar notoriamente, a gran velocidad para nuestros dormitados sentidos. Tras algunas yardas la pared volvía a girar al este y la ruta ascendía en leve pendiente, a cada paso más uniforme. Tras incontables zancadas nuestro atrevimiento dio sus frutos, y la visibilidad volvió. El camino viró esta vez al oeste y salió a un abismo, al que bordeaba abrazado a una pared vertical. Al otro lado del abismo, otra pared se erguía desde las sombras, como si fuese un gran cañón que conducía a un río tenebroso. En aquella pendiente vimos el motivo de la pequeña luz. Parecíamos estar en una caverna gigantesca, sin duda estábamos en Moria, y en lo alto, un pequeño haz de luz emergía y era rebotado y reflejado por todo el mithril de la estancia, por lo que producía un pequeño y hermosísimo brillo plateado, suficiente para ver para nuestros ojos ya acostumbrados a la oscuridad absoluta. Era una bella imagen, la pared rocosa de enfrente era lisa, y la recorrían y volteaban innumerables pasarelas con tinglados y andamios montados, el mithril le daba un alo de magia que se elevaba como una cascada sobre el abismo, y la cascada tenía fin, a unas trescientas yardas desde nuestra altura el brillo mágico terminaba y se podía apreciar las sombras de grandes pilares proyectadas por el haz de luz solar. Nuestra ruta seguía avanzando y ascendiendo por la pared rocosa y salvaje, aquella parecía ser el final de Moria o su parte más nueva. Mientras andábamos no podíamos evitar mirar las impresionantes grúas que desafiaban la gravedad, infinidad de cuerdas y poleas, galerías que profundizaban... y el resplandor del codiciado mineral abundante en Khazad-dûm, famoso por ello.

Los oyentes trataban de imaginarse aquella estampa de la fuente de riqueza del más esplendoroso reino de los enanos que ha existido. Entre ellos se decía que el mithril lo creó Aulë a través de las lágrimas de su esposa, Yavanna, desprendidas cuando Ungoliant y Melkor envenenaron los dos árboles en las edades antiguas. A muchos les parecía imposible que semejante imperio pudiera haber caído, la piedra angular de su raza destruida… Pero en aquel momento no tuvieron mucho tiempo para divagar en el pensamiento o asimilar lo ocurrido pues el relato de Dunbarth los tenía a todos completamente absortos.

- Una cosa extraña divisamos al otro lado de aquel ancho río sombrío. Al final de la más recóndita y profunda pasarela tomaba forma una extraña cavidad, enorme cavidad que asomaba de la pared como una gran abertura de una caverna. Aquel agujero no parecía natural y en el interior de aquella gruta me pareció apreciar grabado en la roca algo como… formas musculosas marcadas en roca viva… La leve luz que aportaba el mithril no cubría aquella zona por lo que no podría concretarlo, era como si alguna fuente oscura hubiese impedido que algo tan puro creciese allí, como el colmillo de piedra que sobresale en las cascadas separando el agua. Era desconcertante, la imagen que me dio me recordó a un huevo con el cascarón roto por la cría al nacer... Por debajo de aquella cavidad no había ninguna pasarela ni galería, ni siquiera a la derecha de ésta, aquello era el final de hasta donde habían llegado los enanos... No nos detuvimos más tiempo y avanzamos a paso ligero dejando atrás aquella visión. A las cuatrocientas yardas al oeste, el abismo daba a su fin y los dos acantilados rocosos se anexionaban, fundiéndose en uno solo, justo en donde la pared vertical daba a su fin, abriéndose una enorme explanada. Ahora teníamos que desandar lo andado hacia la izquierda para llegar al centro de la caverna, que sin duda era un monumental yacimiento de extracción, el más reciente habilitado, supongo, por el mithril tan superficial existente en las rocas. Sorteamos los tinglados, los andamios, las bases de las grúas y columnas a la carrera hasta que llegamos al lugar por donde entraba el haz de luz, que era ni más ni menos que un montacargas; todas las lámparas, antorchas, canaletes y brasas estaban apagadas y aquella zona parecía estar desierta. No buscaríamos formas alternativas de subir, no nos conocíamos aquellas profundidades y en este artilugio subiríamos más rápido y más niveles, pensamos. El montacargas parecía estar varios pisos por arriba, donde nos encontrábamos solo estaba la sombra de éste y una enorme polea atravesado por una fuerte cuerda de un puño de grosor. Entre los tres empezamos a bajarlo, era un mecanismo parecido al de un pozo aunque más complejo, pensé que para tirar o soltar cuerda habría que abrir el arco de apertura de ésta con respecto al canal de la polea para que los topes no la bloquearan pero no hacía falta, solo había que tirar, nada más. No imagino que frenos tendría o que sistema de contrapesos o mecanismo... Obviamente no la utilizarán manualmente, las palancas y engranajes se encontrarían arriba por lo que si queríamos escapar por esa vía, tendríamos que ganárnoslo con el sudor de nuestra frente y la fuerza de nuestros brazos, porque hacerlo bajar era fácil pero subir… Entramos en la amplia base de madera, ésta constaba de cuatro barandillas de seguridad y cuatro arneses que la sujetaban por sus picos; por una apertura en el centro ascendían las dos gruesas cuerdas. Pusimos las seis manos a trabajar y nos llevamos otra sorpresa, no se necesitaba ninguna fuerza sobrehumana para hacer ascender aquella plataforma con nosotros tres encima, por fin un poco de fortuna… aunque creo que ya gozábamos de ella porque no nos persiguieron desde Nimrodel como yo temía, nos dejaron en paz ¿Por qué?... Ahora sí le ganamos la partida la tiempo y recuperamos el perdido, yo en una cuerda tirando y los hermanos Khazûn y Zâdal empujando hacia abajo de la otra. Llevábamos un ritmo frenético y subíamos a cierta velocidad. Casi ni mirábamos las estancias por las que pasábamos, todas estaban prácticamente en oscuridad y nuestra única preocupación era llegar cuanto antes a arriba del todo. Al parecer nadie sabía aún que estábamos allí a pesar de que un débil alo de luz nos delataba, y si lo sabían no pareció importarles porque no aparecieron, estaban ocupados…

No entendieron lo que quiso decir con eso de que “estaban ocupados” pero no quisieron interrumpirle. Dunbarth, quedó pensativo unos instantes en los que aprovechó para beber agua, como en otras ocasiones; tenía la boca pastosa de tanto hablar.

- No sabía a cuanta altura estábamos del yacimiento, ni en que nivel nos encontrábamos, ni siquiera conocía los que poseía Moria… Pero de repente empezaron a sonar tambores, tambores acompañados por gritos que nos llegaron con los ecos… El silencio tan cómodo y tranquilo que nos había acompañado se extinguió y el nuevo estruendo nos devolvió a la tensión. Cesamos el ascenso para escuchar con más detenimiento, estábamos parados entre dos niveles por lo que no estábamos al descubierto. Golpes de tambores volvieron a sonar con distinto ritmo, contagiándole de vibración a toda la débil estructura en la que estábamos. No debían estar muy lejos, las paredes retumbaban y a nuestros oídos también nos llegó una explosión de júbilo. Y una fuerte sacudida nos sacó de nuestro anonadamiento y nos hizo tambalearnos violentamente perdiendo el equilibrio y haciendo que la base de madera golpeara las cercanas paredes. ¿Qué había sido eso? Asustados nos pusimos en pie rápidamente y reanudamos el ascenso aún temblorosos. Los tambores habían cesado quedando de nuevo el silencio, un sobrecogedor silencio momentáneo… un murmullo, un murmullo que comenzó acercarse desde todas direcciones, cada vez más cerca, más y más hasta que lo tuvimos encima… Llamas, varias lenguas de fuego saltaron al hueco del montacargas por varios canaletes que no habíamos visto iluminándolo todo, así vimos el final del ascenso, no quedaba mucho. Desconcertados alcanzamos un nuevo nivel, los canaletes y brasas de éste también estaban ardiendo por lo que pudimos observar lo que nos rodeaba. Era una estancia grande y alta, con dos puertas opuestas y dos avenidas que cruzaban por los otros lados; el hueco del montacargas limitado con barandas de hierro, y cruzado de lado a lado por dos puentes colgantes a ras del techo. Unos alaridos nos obligó a fijarnos en una de estas pasarelas en donde habían apostados varios trasgos armados con arcos cortos. Tan excitados como estaban erraron los primeros disparos por muy poco, aunque no sé si querían jugar con nosotros porque éramos un blanco fácil. De todos modos Khazûn no estaba por la labor de ser su juguete y rápidamente se desabrochó la coraza, solo de un costado, y la desglosó proporcionándonos un escudo con los que paró la segunda salva. “¡Tirar! ¡Vamos!” gritó mientras miraba de cerca una punta que asomaban en el frío metal de su armadura. Al ser arcos cortos la mayoría rebotaba o solo conseguían abollar el escudo, por lo que cambiaron de estrategia. Un certero disparo rasgó una de las cuerdas que iban a la punta de la base, bastante más finas que de las que nosotros manipulábamos. Volvieron a abrir fuego contra ella pero necesitaron varios intentos para volver a darle y romperla, no tenían buena puntería y eso que estaban relativamente cerca. Quisieron hacer lo mismo con la de la otra esquina pero solo tuvieron una oportunidad ya que entre Zâdal y yo habíamos superado aquel nivel, y la desaprovecharon, solo consiguieron rozarla sin males mayores. Guardando unos momentos para el respiro me pregunté ¿Para qué encenderían los canaletes y brasas delatando su posición si ven en la oscuridad? ¿Querían que los viéramos? ¿Era uno de sus juegos? Como llamado a mis preguntas interiores la respuesta se proclamó con otro fuerte golpe que nos hizo desestabilizarnos, seguido de otro más, y luego otro tras otro. Todo el hueco del montacargas se estremeció y la estructura que nos soportaba se tambaleaba de pared a pared. La cuerda que habían rozado se empezó a deshilachar por la presión y empezaron a llovernos pequeñas piedras desprendidas. Asomé tímidamente mis ojos por el hueco del medio y vi, en el fondo, una bola llameante que subía por la pared, la criatura de fuego atacaba de nuevo. Nerviosos y asustados reemprendimos el ascenso, solo nos quedaba un nivel para el final, veíamos el techo y la abertura por el que pasaba el haz de luz; pero era difícil con el movimiento de la estructura, y no podíamos evitar mirar a nuestros pies donde aquella mole de odio subía sin compasión. Parecía volar, pero cada temblor sobrecogedor que balanceaba más aún el montacargas nos decía que hundía sus puños en la dura roca, escalándola a gran velocidad. Khazûn arrojó la coraza instintivamente y comenzábamos a trabar como locos para finalizar el corto trayecto que nos quedaba. Sin duda él había encendido las lámparas, a él no le gustaba atacar sin previo aviso, quería que lo viéramos, y que sufriéramos con la corta espera que teníamos antes de que nos diera muerte. Si no era esa su idea, solo se me ocurre que las encendería sin querer a pasear su cuerpo incandescente cerca de algún canalete – bromeó – pero no lo creo tan patoso. Seguramente también fuera él, el encargado de arrasar con todas las fuentes de luz de Nimrodel, al igual que derribó las puertas del arado y me jugaría el cuello a que el enorme temblor que sentimos en las primeras jornadas fue su entrada en nuestros dominios. Pero eso estaba ahora en juego, mi cuello, y tenía que dejar las impresiones para luego. La criatura de fuego saltaba literalmente los niveles y volvía a clavar sus garras en la pared, produciendo nuevas sacudidas. Impulsados por su miedo llegamos a la pasarela de salida justo cuando sentíamos su calor en nuestros pies y la madera empezaba a crujir. Pegamos un salto y al instante la base del montacargas estalló en mil astillas, y nosotros, con más adrenalina que sangre y fuerzas, corrimos hacia el primer túnel que vimos. Fue un milagro que las cuerdas de las que tirábamos, por muy gruesas que fuesen, no se quemaran con la subida de aquel ente arrojándonos a sus fauces, por lo que la única explicación que encontré fue que no era su intención; antes tenía otras cosas en mente pero la mía no era tan retorcida como para imaginárselas… La imponente y descomunal bestia posó sus zarpas en las barandas de hierro que se derritieron cuando las uso para incorporarse. Nosotros estábamos ya un pasillo o dos por delante, oíamos sus rugidos y pasos pero no nos volvimos para ver si nos seguía, solo corríamos. Yo me quité la armadura para ir más liviano y fuimos atravesando distintas puertas conforme nos las íbamos encontrando, en orden aleatorio, para despistarle. Aún percibíamos el alo de luminosidad que desprendía su ardiente cuerpo y notábamos sus largos y veloces pasos, que iban al son del derrumbe de los arcos del techo, demasiados pequeños para él. Tras muchas vueltas logramos perderle aunque eso no pareció importarle. Tomamos aliento y serenamos los corazones, también aprovechamos para beber agua de la bota que había llevado, atada a la cintura, Khazûn desde que descansáramos en el almacén. En esta zona también estaban encendidas las antorchas y lámparas, fuese un juego o no nos sería de gran ayuda. Nos encontrábamos en un pasillo que servía de tránsito entre una avenida, por donde habíamos llegado, y una enorme sala que se habría al fondo de un umbral, guardado por dos grandes estatuas. Éstas representaban a dos aguerridos soldados enanos, con las hachas en alto entrelazadas. No nos detuvimos más y cruzamos bajo ellas, adentrándonos en una descomunal estancia de la que no se veía el final, con infinidad de enormes columnas que brotaban regular y simétricamente, del suelo al techo, con base cuadrada de unas cinco yardas. Desconozco para qué estaría destinada aquel sitio pero era impresionante, y de gran belleza. En las paredes que rodeaban el ejército de aquellos intimidantes soportes ornamentados, había multitud de habitaciones, establecimientos, pasillos y almacenes; parecía la plaza principal. Y allí vimos los primeros signos y pruebas de que Moria había caído. Desperdigados por toda la zona yacían muchas víctimas de la invasión, aunque éstas más antiguas y huesudas. Antes de seguir con la huída, miramos entre los restos para apropiarnos unas armaduras y así no ir vulnerables a un inminente y posible, más que probable, ataque. Nos habían dado una pequeña tregua, todo parecía haberse convertido en un juego. Tras habernos vestidos para nuestra libertad inspeccionamos un poco el lugar. Muchas puertas estaban atrancadas, y sus interiores destruidos y revueltos. Tras algunos pasillos se abrían nuevas sombras, otro montacargas, y lo que parecía ser un gran salón de piedra con varias mesas esculpidas al suelo, parecida a nuestra sala de las cuatro columnas. Dirigimos nuestros pasos hacia allí y la visión fue desoladora, hasta tal punto que me produjo arcadas por lo que omitiré descripción... Al fondo vimos tres puertas… teníamos hambre por lo que probamos suerte a ver si alguna era la cocina, o la despensa… A la gula había que añadirle otro mal que se veía venir, el catarro; sudar sin mucho abrigo en temperaturas tan frías… En el comedor todo estaba manga por hombro, con multitud de muertos y obstáculos de aquí para allá. Las llamas no habían llegado hasta estos canaletes, la penumbra siguió reinando en aquella paraje aunque algunos pequeños haces de luz la combatían en el techo. Tras mucho sortear alcanzamos el término del comedor. La puerta central, de madera negra, se perdía en un pasillo que curvaba prominente a la izquierda, tenía un gran boquete en el centro, parecía que, estando cerradas, un troll embistió contra ella y logró entrar para desdicha de sus víctimas. Montón de escombros y un montón de cadáveres de trasgos, apilados sobre dos trolls muertos, bloqueaban el paso la entrada de la izquierda por lo que solo nos quedó, como única solución para satisfacer la hambruna, el acceso a la diestra, que se encontraba derruida. Nos introdujimos despacio y cerciorándonos de que estaba despejado y llegamos a una decente cámara, de la cual no se atisbaba el suelo; la carencia de luz de aquel habitáculo nos impedía identificar lo que lo cubría y pisábamos, lo cual casi lo prefería. En el lado derecho, creímos adivinar unos estantes y armarios, pero dio igual, estaban vacíos y en un estado pésimo. En la pared contraria había tres grandes puertas con sendas palancas incrustadas, parecía la fresquera. Nos arrimamos a la más cercana y no nos costó trabajo abrirla, debía de ser usada normalmente. Una ráfaga de aire frío y sombrío nos salió al paso produciéndonos un severo escalofrío por toda la espalda. En aquel lugar había menos luz si cabe, y para adentrarnos teníamos que descender unos escalones. Palpamos en busca de algo comestible pero a primera instancia no encontramos nada. Me agaché para tocar la superficie, la cual estaba muy fría, pero sin mayor suerte. Entonces escuché algo, un leve tintineo metálico… No moví ni un músculo y Khazûn y Zâdal también se quedaron quietos. El misterio y la tensión no duro mucho, una condenada rata era la causante y paso corriendo por encima de mi mano provocándome un gran susto en aquella situación, me reincorpore de un salto y me golpee en la cabeza con algo. Mi grito pudo oírse en la cámara pero no fue nada grave. Tranquilicé a los hermanos y alcé las manos para identificar el objeto, era un gancho de salía del techo para colgar las reses; menos mal que me golpee contra la curva del hierro. Estaba sucio, con restos pegados; miré el vecino y también estaba vacío y aventuré mi mano hacia el interior y esta vez si se topo con algo… la carne estaba fría y no demasiado blanda aunque tampoco seca, palpé las costillas y noté la sangre y demás fluidos resecos, no habían limpiado la pieza. La tregua se terminó, y unos chillidos orcos nos llegó con nitidez a nuestros oídos, estaban cerca. Zâdal informó haber encontrado una pata de cordero, y sugirió buscar un lugar tranquilo y alejado de allí para comérnosla. Totalmente de acuerdos con la sugerencia giramos sobre nuestros talones y salimos de allí. Volvimos al comedor dispuestos a volver a la plaza pero vimos que los trasgos se acercaban desde allí. Teníamos que buscar otra ruta, iríamos por la puerta central pero un grito de Khazûn nos detuvo por un instante. Ahora con un poco más de luz, el enano observó que lo que llevaba su hermano agarrado no era una pata de cabra, sino un brazo enano cortado por el hombro y sesgado por la muñeca, blanco sin vida y un poco tieso, embadurnado con una grasa conservadora… Lo soltó enseguida, y sin almuerzo y con los enemigos pisándonos los talones corrimos por el pasillo que se abría al centro, llegando a una amplia caverna con una escalera que bajaba entre dos avenidas de viviendas incrustadas en la roca, adornada con distintas calizas. Nos seguían docena y media de enemigos, pero abajo nos aguardaban otra decena más. No podíamos evadirlos, había que luchar y lo hicimos con gran garbo y destreza compenetrada. Acabamos con los diez de la plaza antes de que llegaran nuestros perseguidores. Caído el último de estos por mi hacha, nos volvimos para recibir con la muerte a los quince trasgos que terminaron de descender la escalera. – Dunbarth se puso en pie para narrar mejor los movimientos que realizó – El primero en sucumbir fue el yelmo de un orco bajito; luego al segundo, que venía muy seguido, lo desvié con una grácil estocada y acabó rematado por Zâdal; el tercero terminó con una profunda estocada en el estómago, que llenó todo el arma hasta mis puños de negra sangre; el cuarto me golpeó en el hombro y cuello, dejándome sin respiración unos segundos, pero Khazûn lo exterminó cuando volvía a cargar el brazo y yo le salve a él cerciorando el antebrazo del atacante que dejó a su espalda, que él mismo se encargó de rematar; uno de los pocos que quedaban me golpeó en el costado abollando la armadura y lleno de rabia le golpeé la cara tres veces con el mango, le arrojé al suelo y le hundí la cara con el canto del hacha. La felicidad por nuestra victoria duro escasos suspiros, más trasgos descendían a la carrera la escalera, y por retaguardia aparecían otros tantos junto a un troll. Avanzaban a la misma velocidad y nos cercarían a la vez, una trampa difícil de sobrevivir pero plantamos cara nuevamente. – volvió a sentarse dejando a los oyentes con la miel en los labios unos instantes – Y sobrevivimos, los tres, pero no por labor nuestra sino por algo que no esperábamos y que nos sorprendió. Los que venían por la escalera cogieron cierta ventaja y llegaron a nuestra posición pero siguieron cargando. ¿Otro juego? No. Sin saber por qué aquellos trasgos comenzaron a luchar contra la tropa que traía el troll. A pesar de la inferioridad numérica no tuvieron problemas, pareció contar con el factor sorpresa. El pobre troll se vio confuso, y al ver a los orcos luchar contra ellos soltó un mazazo contra los que tenía delante, precisamente los que tiraban de la cadena atada a su cuello. Aprovechando que el garrote de aquella bestia descansaba en el suelo sobre los aplastados cadáveres, me acerqué para soltar un golpe en su mano y así desarmarlo. Conseguí mi propósito y la criatura retrocedió pero estaba muy furiosa. Khazûn y Zâdal me respaldaron y le encaramos juntos asestándole rápidas estocadas. El troll se lió a manotazos contra nosotros y vimos que dos trasgos se habían colocado en su retaguardia e inmediatamente le clavaron sus armas detrás de las rodillas. La bestia dio un terrible alarido y vaciló, pero más furioso giró sobre sí mismo y atizó a uno de ellos. Entonces nosotros aprovechamos la situación y con un amplio giro de brazos, para coger impulso, le hincamos nuestras hachas en aquellas heridas abiertas y ahora sí calló, y por poco nos sepulta. Nuestras armas quedaron incrustadas un palmo en la piel de aquella criatura que empezó a patalear y revolverse. Rápidamente se acercaron los demás trasgos y le ensartaron con todos los pinchos que llevaban, provocándole la muerte entre insufribles gritos y agonías. “¡Izdum! ¿Estás bien?” dijo una voz vigorosa al trasgo que había sido abatido en el último manotazo de aquel troll. El que había hablado se quitó el grotesco yelmo y pudimos apreciar que era un joven y roñoso enano, tenía el rostro embadurnado con alguna sustancia oscura que le daba una tonalidad parecida a la del trasgo, arrugada y decrépita, también se había quitado la barba y los largos cabellos para aparentar una de esas criaturas y con el casco lo conseguía de veras. Los demás hicieron otro tanto, eran todos enanos, todos con la misma parafernalia. “Sí, estoy bien, ese condenado bicho golpea fuerte” contestó reincorporándose lentamente.

- ¿Estáis todos bien?

- Sí.

- Se puede decir que sí.

- Dentro de lo que cabe.

- Llevo sin estar bien mucho tiempo…

- ¿Alguna baja?

- Me temo que sí, Gabul no lo ha conseguido…

- ¡Maldición! Malditos trasgos…

El primero que había hablado se nos acercó ahora, parecía ser el jefe.

- Permitid que me presente, soy Taruk-Zân capitán del cuerpo de elite del ejército de Moria. Estos son mis hombres: Khizud, Zûr, Kaziglan, Shirak, Ragin, Izdum, Sigandûl, ese era Gabul… y os acabamos de salvar la vida.

- Perdona que discrepe, nosotros desarmamos y derribamos al troll.

- Así me gusta, con sentido del humor; en estas situaciones… ¿Qué nos queda? Creía que nosotros éramos los únicos supervivientes de esta zona…

- No somos de aquí, venimos de Nimrodel…

- ¡¿De Nimrodel?! ¡No es posible! ¿Cómo…?

- Taruk-Zân, debemos cobijarnos antes de que vengan más.

- Tienes razón, El Daño de Durin ha vuelto, los tambores le han dado ya la bienvenida y no debemos permanecer más a descubierto…

- ¿El Daño de Durin?

- Primero pongamos a buen recaudo, luego vosotros y yo tendremos una larga conversación… ¡Recoger a Gabul! ¡A paso ligero!

Nos condujeron por unos pasadizos y escaleras hasta llegar a una ancha pasarela limitante con un abismo. Tras percatarse de que nadie los veía, abrieron las puertas de una cámara empotrada a la pared y las cerraron tras nosotros. La sala estaba en penumbra y revuelta, nos guiaron en la oscuridad hacia una pequeña habitación en la que abrieron una trampilla por la que bajaban unos escalones, la luz y el calor salió a nuestro encuentro. Izdum entró en primera estancia y salió con un botijo; los otros dos enanos, que portaban al cuerpo sin vida de Gabul, lo siguieron de nuevo a la galería.

“ - Lo llevan a incinerar, lo deben hacer lejos de aquí para que los trasgos no acudan atraídos por el olor, podrían descubrirnos. Todos nosotros solo pedimos una cosa si morimos, que nuestra carne no sea protagonista en ningún banquete… Pero por favor, entrad.

- ¿No estarás en el viaje final de tu compañero?

- Otro de nuestros deseos al morir es poner en peligro al menor número de nosotros posible en nuestro funeral. Me duele en el alma no estar presente pero si queremos sobrevivir… Prefiero que vayan ellos tres, eran más íntimos del pobre Gabul…

- Entiendo.

- Acomodaros, este es uno de nuestros escondites, vamos cambiando y usándolos alternativamente para no ser descubiertos. Estaréis hambrientos y congelados… Sigandûl, tráeles unas pieles…

- Hambrientos no, ayer echamos algo a la boca y en jornadas anteriores disfrutamos de algún banquete, pero de todas formas no te despreciaré un bocado.

- Tomad, os librarán del frío, pertenecían a viejos compañeros nuestros… En cuanto al bocado… no tenemos gran cosa, hemos recolectado cuanto hemos podido pero ya nos va quedando poco, todo está podrido. Al final me temo que tendremos que hacer como los trasgos y comernos sus cadáveres…

- Esas criaturas… estuvimos en una fresquera…

- Visteis los cadáveres colgados supongo… si eso os horroriza… Los enanos de las fresqueras son los platos de las clases bajas, para el alto mando hay carne fresca. Prisioneros con vida, que no hemos podido encontrar siquiera, son cocinados vivos, carne jugosa y sangrante, como a ellos les gusta…

- ¿Y a los trolls?

- ¿Nunca has visto a un troll comer? A ellos les dan sus propios cadáveres, no ofician entierros por ninguno de los suyos a no ser que sean capitanes o caciques muy importantes, en tal caso los incineran…Pero dejemos el tema o perderéis el apetito. Decidme, quienes sois…

- Yo soy Khazûn, y este mi hermano pequeño Zâdal, soldados de la guardia imperial.

- Yo me llamo Dunbarth, soberano de Nimrodel hasta que mi padre, el rey, regrese…

En aquel momento temí al revelar mi cargo, pues enanos de Moria vinieron a nuestro reino cuando estaban en apuros y les cerramos las puertas, en creencia de que nos atacaban. A lo mejor ahora él haría lo mismo, podría considerarme el culpable de aquello... pero no pareció estar al tanto de aquello.

- ¿Un senescal?

- Podría decirse… ¡O no! ¡Mi padre! ¡No me acordaba! Pocas jornadas distan para que llegue a Nimrodel y no han obtenido las nuevas…

- Rezad por ellos pues.

- Recuerda mi señor que cambiamos la seña de la puerta, tampoco de eso están advenidos, quizás no puedan ni entrar…

- Alguien ha de avisarles…

- Eso está extremadamente difícil, no se puede escapar de estas profundidades, es imposible. Aún no me explico como habéis podido entrar, y si habéis entrado supongo que estaríais obligados a venir aquí por lo que no se puede usar como vía de escape…

- Entramos por un agujero excavado y obrado por los trasgos aunque no sabría decirte la ubicación, no conozco vuestros dominios pero por ahí entraron en primera instancia a Nimrodel, desde el este. Caído nuestro reino y su salida bien protegida optamos por tomar ese camino y probar suerte por esta ruta, salimos a un enorme y hermoso yacimiento, debe ser reciente, aún se puede obtener mithril rasgando la superficie… Observamos también en lo más profundo de aquella caverna una cavidad extraña…

- La veta de mithril bajo el Barazinbar… estuvisteis en el lugar donde nació el mal, la cavidad que has mencionado es la cuna que lo albergó dormitado desde las edades pasadas…

- ¿A quién?

- Al Daño de Durin…el que ha forjado con su fuego nuestro exilio…

- ¿Exilio?

- Todo comenzó hará dos años…Era una lúcida época la que vivíamos, habíamos encontrado una veta de mithril muy abundante y comenzamos a explotarla y excavar con gran entusiasmo y avidez, fue una fiebre que nos envolvió a todos por el codiciado metal… pero nuestra codicia nos llevó demasiado profundo y encontramos algo que debió seguir pasando inadvertido… una poderosa criatura de las edades antiguas que se escondería en las raíces de Arda o que quedaría atrapada con los cambios del mundo y la tierra de aquellos tiempos. Dormitaba en lo más profundo de la montaña, bajo el cuerno rojo, Barazinbar, también llamado Caradhras; y nosotros lo despertamos inconscientemente. Lo despertamos excavando bajo orden del rey Durin VI, no teníamos necesidad de ir tan profundo, había multitud mithril por extraer pero él quería más… por eso y porque la bestia de fuego acabó con su vida aquel mismo año, los ciudadanos la bautizaron como “el Daño de Durin”… Fue una época de terror y muerte que terminó con la marcha de nuestro pueblo hará poco menos de un año, tras la muerte de nuestro último rey, Durin VII, a manos también de la criatura… tuvo un mandato triste y demasiado breve.

- ¿El año pasado? ¿Pero entonces…?

- ¿Qué? ¿Qué por qué estamos aquí y no nos fuimos? Durin VII tenía un objetivo, acabar con el asesino de su padre. Sabíamos que era muy poderoso pero su poder residía en el fuego que lo envolvía, era parte de su cuerpo y sin él, se equilibrarían las tornas… Ese era nuestro cometido, arrojarlo a las aguas de las profundidades de Khazad-dûm. Aquel plan dio esperanza al pueblo, ¿Uno solo contra todo una civilización? Pero con la muerte de éste en el primer intento, emprendieron el viaje a las montañas del este. Parte del ejército, unos tres mil, se quedó para llevar a cabo la estrategia y ajusticiar a la bestia en su nombre, pasamos muchos lustros planificando una trampa pero algo aconteció en contra de nuestros designios… Atraídos por el mal de aquel ser, llegaron por el túnel de Eregion y las puertas de Durin numerosos orcos de las montañas Nubladas, pequeños de estatura, no muy feroces por lo que basaban sus ataques en la superioridad numérica, de piernas arqueadas, enormes ojos penetrantes y piel gris; también lo hicieron varios trolls desde Eregion, grandes sacos de músculos con piel verdosa y apagada y apariencia fofa y rocosa, feos y estúpidos. El Daño de Durin formó su ejército y lo multiplicó en poco tiempo. Cuando nos dimos cuenta era demasiado tarde. Se hizo rápidamente con todas las salidas y empezó el exterminio. El resto te lo puedes imaginar…

- ¿Cuándo fue eso?

- Hará varios meses, no sabría concretarte…

- No puede ser, hará pocas semanas enanos de Moria se abalanzaron contra nuestras puertas, creíamos que nos habíais declarado la guerra…

- ¿Cómo?

- Primero llegaron enanos a nuestras puertas a través del puente que une nuestros dos reinos…

- Eso lo veo posible, la parte que limitaba con vosotros fue el último bastión en caer y lo hizo hace muy poco, la demografía les era favorable al estar un poco aislados… creo incluso que no conocieron la muerte de Durin VII, nadie les llevó las nuevas siquiera del exilio… ¿Qué pasó con ellos?

- No lo sé, cerramos los puertos en creencia de que era un ataque…

- Los condenasteis a una desamparada muerte…

- Días más tarde otro grupo de enanos, éste más reducido, alcanzó nuestras puertas exteriores…

- Eso no es posible, no hay manera de escapar de este infierno. Son muchos los que lo han intentado y no han vuelto.

- Quizás no volvieran porque tuvieron éxito.

- A todos ellos les vimos morir con nuestros propios ojos… Si alguien logró escapar me alegro por ellos pero no creo que fuesen de esta parte de la mina… Hace tiempo que solo quedamos nosotros y ya ves como sobrevivimos, haciéndonos pasar por ellos.

- ¿Y por qué no buscáis la forma de escapar?

- Ya te lo he dicho, no hay manera posible…

- ¿Lo habéis intentado?

- Sí, pero fracasamos y perdimos a cuatro enanos.

- ¿Y no lo volvisteis a intentar?

- No.

- ¿Entonces qué hacéis aquí abajo?

- Esperar a que vengan en nuestro auxilio…

- No te falta optimismo y esperanza…

- ¿Por qué? Los de los niveles superiores lograron escapar, darán aviso de que estamos atrapados por sucios orcos, a los orcos y trolls no les tienen miedo, regresarán…

- Es posible que vengan, pero ¿Cuándo? Hasta entonces no…

- ¡No eres quién para darme sermones u órdenes, no estás en Nimrodel!

- No era mi intención, te doy las gracias por habernos salvado pero ni Khazûn ni Zâdal ni yo permaneceremos más tiempo aquí del necesario…

- La muerte será tu destino…

- Prefiero morir de pie a vivir arrodillado.

Conmigo parecieron estar de acuerdo los hombres de Taruk-Zân y el enano pareció captarlo. Pero era demasiado tarde para salir, pasaríamos allí la noche y seguimos charlando. Khazûn y Zâdal les contó nuestras pericias y todo lo acontecido en Nimrodel, el pasaje del troll que nos ayudó a escapar tuvo mucho éxito; eran únicos narrando historias, cualquier cosa que te contasen, por insignificante que fuesen, lo hacían de tal forma que acababa siendo lo más chistoso que habías oído en mucho tiempo, los carismáticos hermanos… que Aüle les tenga bien acomodados.

Dunbarth obró un prolongado silencio mientras recordaba a aquellos magníficos compañeros, tristemente perdidos. Aprovechó para refrescar con agua la garganta y la boca para poder continuar.

- Tras haber tomado algunos de sus víveres, sin llegar a abusar, y exentos del frío gracias a las pieles que nos cedieron, logramos conciliar un tranquilo y reconfortante sueño. A la mañana siguiente, o más correctamente dicho a la jornada siguiente, pues ni ellos conocían con exactitud la posición del navío construido por Aüle y gobernado por Arien; nos despertamos con un único propósito, escapar de aquellos parajes.

“ - ¿Y el montacargas por el que subimos?

- ¿No lo destruyó el Daño de Durin al perseguiros?

- Sí, pero podríamos descolgarnos por el hueco con algunas cuerdas…

- No serviría de nada, todos los niveles que atraviesa pertenecen a la misma ala, ésta, del cual solo hay una salida propiamente dicha, todas las demás son vías a los distintos niveles…

- ¿Y qué nos impide cruzar la salida?

- Miles de trasgos, decenas de trolls y la criatura de fuego…

- ¿Cómo es eso?

- Moria se compone de seis inmensas mansiones independientes que se unen en el centro, en la cámara del trono; lugar principal de morada del enemigo.

- ¿Todo Khazad-dûm converge en una única sala?

- Converge en un entramado de cavernas, habitaciones y recintos que componen la cámara de Mazarbul, el centro de nuestra colonia.

- ¿Por dónde intentaron escapar los enanos que mencionasteis?

- Por esa misma ruta, disfrazados de trasgos, pero lo único que consiguieron fue ser el festín del Daño de Durin…

- ¿Cómo es posible que no haya más salidas?

- Khazad-dûm no se planificó para escapar de ella…

- Debe haber algún paso en alguna parte…

- Es posible pero todas llevan al mismo sitio, a la cámara de Mazarbul, aparezcas en una sala o en otra estará atestada de orcos, en el mejor de los casos.

- ¿No teníais comunicación con las demás alas?

- Solo una, pero todas las destruyó la bestia de fuego…

- Resumiendo, que estamos atrapados y la única salida es a través de Mazarbul, ruta la cual es inexpugnable…

- Exacto, allí reside el camino al puente de Durin…

- ¿La única salida de Khazad-dûm es a través de ese puente?

- No, hay tres salidas más, la puerta del oeste, la más cercana aquí; la puerta del ala más al este que desemboca en Kheled-zâram, en mitad de Azanulbizar; y finalmente la mansión gemela al suroeste, entre las puertas del Arroyo Sombrío y a muchas yardas de vuestro valle escarpado…

- ¿Entonces?

- Entonces volvemos al principio, vayas a donde quieras ir tienes que pasar por Mazarbul…

- Pues si no queda más remedio…

- Iríamos a un suicidio anunciado, que ni se te pase por la cabeza la idea.

- Pero debe haber algún modo.

- Y hasta que no lo encontremos no nos aventuraremos a ninguna alocada empresa.

- Haber, recapitulemos: estamos en el nivel noveno, sala décimo cuarta del ala noreste; la salida más cercana son las puertas de Khazad-dûm pero desde allí tendríamos que cruzar las Montañas Nubladas puesto que saldríamos al lado contrario, además por allí llegaron los orcos y trolls, es de esperar que sean numerosos por aquella zona; creo que la salida más viable es la de Kheled-zâram, tendríamos que atravesar dos mansiones en línea recta, lo ideal sería encontrar un paso que no nos llevara a Mazarbul, pero estos fueron destruidos por el Daño de Durin.

- Bien, pues si alguien tiene alguna sugerencia este es el momento idóneo para exponerla…

- Mejor que lo veamos sobre el terreno, salgamos a investigar…

- De acuerdo Dunbarth, pero antes de salir deberéis aprender para haceros pasar por trasgos. ¡Shirak, Ragin! Salir ahí fuera y volver con dos armaduras orcas, procurar que sus antiguos dueños fuesen robustos para que nuestros amigos no estén muy apretados; mientras, nosotros veremos si saben andar como esas criaturas paticortas.

Los momentos siguientes se vieron sorprendidos por algunas risas, fue un momento gratificante y ameno. Aunque habíamos visto moverse a aquellas alimañas muchas veces nos resultaba un poco difícil movernos igual que ellas, sobre todo a la carrera, siempre procurando ir agachado, con las piernas arqueadas con ese extraño movimiento de cadera ladeada. Al rato volvieron Shirak y Ragin con dos destartaladas armaduras de color ocre y extraños yelmos, el mío parecía un cepo pronunciado acabado en pico y solo tenía algunas rendijas para ver. También traían sus correspondientes y rudimentarias armas pequeñas, pinchos y cimitarras. Nos enfundamos las corazas y hombreras con más o menos problemas, sobre las pieles de animales, y luego las grebas y brazaletes. Nos aplicaron aquella asquerosa máscara para aparentar su piel, de la cual eludí preguntar sobre su procedencia aunque en el fondo pensaba que era piel rasurada de algún cadáver, y nos acabamos convirtiendo en uno de ellos; cuando me mire en el reflejo del agua me asusté al principio pero luego no pude refrenar una carcajada. Tenía un aspecto entre estrafalario y feo, Khazûn y Zâdal no presentaban mejor semblante. Nos dijeron que tuviéramos cuidado con las protuberancias faciales pues había que colocarlas constantemente aunque no entendía por qué, si a casi ninguno se nos veía la cara… Con todos los alimentos de los que disponían Taruk-zân y sus enanos, y cantimploras de cuero llenas de agua, salimos del escondite y vagabundeamos por varias salas desiertas. Más adelante comenzamos a pasar por estancias en los que no estábamos solos y el corazón pedía permiso al miedo para latir. Pequeños grupos que pasaban, otros que discutían, algunos transportaban cuerpos, arqueros apostados en altas pasarelas… Intentábamos pasar lo más alejado posible y sin prestarles caso omiso y de momento funcionaba. Pasamos por delante del pasillo que unía con una mansión inferior y vimos como se había desprendido el techo y las columnas adornaban el pavimento. Seguimos con el recorrido de reconocimiento y atravesamos multitud de recintos enormes, algunos adornados con adoquines y mosaicos, con brasas de oro en los gruesos soportes, escaleras talladas en piedra descendían desde la parte superior de las paredes, algunos pozos, caminos serpenteantes que se adentraban en la tierra, algunas grúas de las minas de aquella zona… echaba en falta algo más de luz para poder apreciar el más glorioso reino del enano que ha existido, todo era descomunal y maravilloso, o así debería de ser porque como ya he dicho, la visibilidad solo nos dejaba oportunidad de guiar con acierto nuestros pasos. Galerías más adelante vimos que varios trasgos seguían con sus labores de excavación que interrumpieran hará un año los enanos, también codiciaban el mithril y cuando bordeamos un abismo, vimos docenas de orcos que picaban mientras un capataz los espoleaba con un látigo de varias cabezas. Tratábamos de rehuir en la medida de lo posible, los encontronazos con cualquier indigente que paseara por donde nosotros, no siempre lo lográbamos y era entonces cuando me recorría un escalofrío por toda la espalda y me ahogaba el sudor frío; ni siquiera contaba con la tenue confianza que propiciaba empuñar un arma, las teníamos que llevar abrochadas al cinto para eludir la atención. Seguimos andando centenares de yardas, entrando y saliendo de las distintas salas, pero no encontramos ninguna ruta de escapar, todo se hallaba bloqueado; sin duda el Daño de Durin se había encargado personalmente, para acabar con los enanos que pudiera haber, de dejarles sin vías y dirigirlos hacia su morada, la cámara de Mazarbul, aunque también descansaba por las profundidades más recónditas. Hasta hace poco, los trasgos, según nos dijeron, llevaban acabo registros por todos los rincones pasa encontrar supervivientes pero dejaron de aparecer y con el paso del tiempo… se limitaron a los saqueos. Incluso ellos se vieron atrapados, una vez, en una partida de rastreo y tuvieron que revolverlo todo, aunque por fortuna sin éxito, no fueron culpables de ninguna condena hacia sus congéneres; nos contaron luego la forma de la que escaparon pues apunto estuvieron de descubrirlos, les habían llamado la atención, habían notado algo extraño, pero simularon una trifulca, de esas que tanto les gustan, y todos los trasgos participaron lo que les proporcionó una perfecta cortina de humo para escapar. Como ésta más anécdotas nos contaban, en voz baja, hasta llegar a territorio peligroso… nos aproximábamos a las escaleras que bajaban a Mazarbul y allí había estacionadas algunas madrigueras orcas. Pasamos junto a una habitación en la que mantenían encadenados a tres trolls y les daban de comer algunos trasgos muertos, otros vivos… no era un bonito espectáculo: les arrimaban el cuerpo cerca y la bestia los cogía violentamente con el puño, los meneaban un poco para que no opusieran mucha resistencia, los vivos, y se lo metían entero en la boca donde rápidamente los gritos se transformaban en un crujir de huesos con la sangre desparramándose por los labios… “Mirad el lado positivo, seguro que ninguno de nosotros conserva el apetito.” bromeó Izdum. Seguimos adelante y tras dos pasillos, llegamos al final del ala noreste. En lo alto varias runas lo atestiguaban y de una sala inmensa con varias columnas talladas, rodeando esta vez a una calzada perfectamente tallada, se abría un abismo; cruzado por un complejo de puentes y pasarelas, que se internaban y serpenteaban distintos dientes rocosos sobresalientes de entre la oscuridad. El paso que daba hasta allí tenía algunas rocas desprendidas que taponaban, y en el hueco sobrante dormía un robusto troll, al lado muchísimos trasgos comían y montaban guardia; incluso más adelante, en todos los rincones de las pasarelas que subían a Mazarbul, se podía apreciar demás campamentos como aquel, infinidad de orcos alrededor de lumbres donde cocinaban. Se notaba que era la hora de comer para todos, en el ambiente se oía a grandes muchedumbres rugir y estallar en vítores, ensordecedores gritos y chillidos. “¿Convencido? Seguir por ahí es muy peligroso y arriesgado, e visto a enanos que no han llegado a cruzar ni el primer campamento… y eso que esta es la parte más fácil, más adelante te esperan campamentos mucho más grandes y madrigueras atestadas, trolls e incluso quien sabe… El Daño de Durin…” Taruk-zân tenía razón, solo se podía pasar por allí de la mano de algún dios, ni con un ejército se podía hacer, eran caminos muy estrechos y se formarían grandes embotellamientos que conducirían directamente a la muerte… Miré a mí alrededor, por abajo estaba visto que iba a ser difícil, tendríamos que probar suerte por las pasarelas superiores o bajar a otro nivel por el montacargas, como dije al principio. En un lateral, una gran pared se encontraba totalmente derruida y daba paso a estancias vecinas de bajo techo; en ellas, multitud de trasgos se movían alrededor de unas parrillas. Parecía una madriguera, todo revuelto, con literas al fondo hechas con los cojines y camas robadas. Era demasiado peligroso quedarse allí parados, mirando a nuestros enemigos que estaban por todos lados y que solo era cuestión de tiempo para que llamáramos su atención… bueno, ya se había acabado… “¡Eh! Vozotroz, ¿Qué hacéiz ahí paradoz como pazmarotez? ¡Moveroz rápido para comer zi no queréiz que oz eche de juguete a loz trollz!, ¡Oz ezpera mucho trabajo, hay que raztrear de nuevo laz minaz en buzca de taponez, ayer mazacraron a varioz de nozotroz!” nos gritó un capataz desde una pasarela que pasaba sobre nuestras cabezas. Sobresaltados nos vimos incapaces de contestar o volver por donde habíamos venido. Petrificados nos quedamos escuchando aquellas palabras sobre nosotros cuando varios vigorosos orcos se acercaron y nos empujaron con látigos hacia la enorme cavidad de la pared… debíamos mantener la calma. Llegamos a aquella madriguera donde todos devoraban con ansia la carne, cogiéndola con los dedos y echando tragos a jarras comunes. El capataz nos dejó frente a la parrilla, en la que un rechoncho trasgo hacía de cocinero. Había algunos platos de cerámica para las vísceras, el menú de día era una extraña sopa con tropezones que prefería no mirar y algún trozo de carne, perteneciente a tres cadáveres enanos chamuscados y dorados, como si fuesen simples corderos, cercenados de cabeza, pies y manos. Tres orcos hacían cola delante de nosotros para obtener la comida y del empujón que nos había metido el capaz se volvieron un poco arrogantes, aunque no se percataron de nuestra parafernalia pero teníamos que hacer algo… teníamos que ingeniárnosla para no comer pues no era muy apetitoso y tendríamos que deshacernos del yelmo... Mientras esperamos miramos a nuestro alrededor buscando una salida y por Aüle que allí se encontraba, a escasas yardas, nuestra salvación… En aquella sala alargada, en la que se apostaban numerosas criaturas que estaban en una situación de júbilo y prepotencia, se encontraba la ruta que tanto habíamos buscado a lo largo del día. En el fondo, había una pequeña abertura en la negra piedra por la que se podía apreciar el paso del agua… “¡Las cloacas!” identificó Taruk-zân en un susurro que me pareció un alarido.

- ¿Por qué no caísteis en la cuenta antes?

- Nunca nos habíamos topado con una entrada a ellas descubierta, entre varias trolls las atrancan y algunas las inutilizaron completamente, demoler la pared no es sigiloso… por lo que dejé de pensar en ellas como solución..

- ¡Vamos! Las cloacas conectan toda la mina.

- No te excites aún, ¿Cómo llegaremos hasta allí?

- Tengo una idea Dunbarth, sígueme la corriente; todos, seguidme el juego…

Ya me tocaba en la cola pues el capataz me había dejado el primero de nuestro grupo. El cocinero me entregó un plato rebosando de aquella extraña sopa ardiendo, y me cortó con desagradable facilidad la única parte que quedaba del musculoso gemelo. “Taponez frezcoz y zabrozoz recién llegadoz dezde laz minaz de Nimrodel.” Me dijo a la par que me entregaba la carne. Miré a Taruk-zân quien no pareció hacer nada y yo no sabía a donde ir ni como comportarme… le tocó su turno y el cocinero le extendió otro plato y medio antebrazo, entonces empezó el espectáculo. Taruk-zân comenzó a gritar como una de aquellas criaturas y arrojó el plato con la sopa al cocinero, ganándose la atención de todos cuantos allí estaban. Luego se acercó a mí y me dio unos toques en el hombro para que volviese e intentó arrebatarme el trozo de carne. “¡Yo quiero el muzculozo gemelo! ¡Dámelo eztúpido!” decía casi escupiéndome en la cara. Entonces comprendí lo que se proponía, armar una trifulca en la que participaran todos, la misma táctica que hicieron para librarse del rastreo, y la más efectiva. Forcejé con él y todos los trasgos empezaron a levantarse y dejar de lado la comida, habíamos captado su atención. Khazûn y Zâdal se abalanzaron sobre el cocinero por las palabras que había dicho hace poco, y los demás enanos se prepararon para recibir a los inminentes agresores. Taruk-zân me arrojó a lo lejos con sus fuertes puños y caí sobre varios orcos lo que desató la pelea, estaba un poco magullado pero ahora más cerca de las cloacas. Nada más empujarme corrió hacia mí para impedir que me golpearan, y sus enanos lo siguieron, al igual que Khazûn y Zâdal tras degollar al cocinero. La pelea estaba servida y atrajo a todos los asistentes y alimañas de las cercanías. Primero empezó con puñetazos y patadas, luego la cosa fue pasando a mayores y se empezaron a trinchar unos a otros con los pinchos. La trifulca se fue haciendo cada vez más numerosa y las jarras volaban por los aires, al igual que las sopas, los yelmos, la sangre… Nosotros íbamos avanzando como podíamos hacia la abertura de las alcantarillas, tuvimos que hacer frente a varios oponentes pero en una lucha todos contra todos… era fácil escapar, el plan había resultado a las mil maravillas y nos introdujimos sin riesgo en la oscuridad sobre las aguas, entusiasmados… Nadie pareció percatarse y eso que armamos mucho ruido al caer al agua, o eso queríamos pensar que era, que transcurría por un estrecho canal a baja altura, no vimos el terraplén y caímos estrepitosamente pero sin males mayores. Rápidamente dejamos atrás los chillidos y estruendos del combate, éste se prolongó sobremanera hasta el punto de acudir un troll para sumarse a la gresca… me hubiese gustado verlo pero teníamos que escapar. No veíamos nada pero Sigandûl estaba seguro de que teníamos que ir a contracorriente para ir a la mansión contigua así que transcurrimos en fila uno tras otro, palpando los contornos de la pared para atender a posibles desviaciones, que por suerte no se produjeron.

Dunbarth tampoco se detuvo en dar muchos detalles de aquel oscuro y maloliente paso.

- Avanzamos por aquella gran acequia durante todo el día y solo encontramos oscuridad y agua a nuestros pies y cayendo por aberturas en el techo, el olfato se había fatigado hace tiempo por suerte. Notábamos como ascendíamos paulatinamente y el silencio goteante se volvió en un grandísimo barullo y a unos pocos pasos más adelante, la oscuridad tornó en pequeña luminosidad. Unos pequeños desagües con barrotes se abrían en los laterales del techo y nos asomamos intrigados por el clamor. Presenciamos una imagen que nos era desconocida aunque no nos sorprendió, vimos una imagen del adiestramiento de los trasgos, un entrenamiento… era una enorme sala cuadrada atestada de esas criaturas, en un lado los jóvenes guerreros, de muy baja estatura y brazos pocos vigorosos, la tez aún lisa y fina con cabellos oscuros; en el otro lado los más longevos, los mayores de los trasgos que ya no servían para nada en su sociedad, chepados la mayoría y la piel arrugada y decrépita. Los pequeños vástagos, armados con pinchos, tenían que acabar con sus abuelos que ya no podían mantener en alto sus defensas como antaño. Este ejercicio les proporcionaba experiencia y combate real, se les alentaba a dar muerte sin consideración de familia o allegados. Un general en activo en un lateral dio la orden de empezar y los críos, de corta edad, se abalanzaron con ganas e ímpetu. Varios longevos se defendieron con saña y trincharon a los pequeños inexpertos, pero éstos se acabaron subiéndose a la chepa de sus oponentes y entre varios lograron someter a su presa que se rindieron entre agonizantes gritos. Era un espectáculo detestable, estas criaturas no tenían respeto por nada. Una vez todos los mayores habían sido derrotados, el general instruyó a sus alumnos en el arte de la tortura con los moribundos, longevos y niños… Seguimos adelante un trecho, y los desagües en el techo se sucedían con regularidad. A la par que dejamos atrás los gritos de los torturados, nos llegó otros más graves y desgarradores. Nuestros pasos nos llevaron a presenciar otra imagen en la vida de un trasgo, pero ésta no era de entrenamiento sino de ocio. En otra gran sala cuadrada se amontonaban infinidad de orcos limitando un círculo libre en el centro, en donde dos trolls estaban enzarzados en combate. Los trasgos vociferaban de júbilo movidos por las apuestas, los trolls giraban a cierta distancia mirándose con furia y corrían al encuentro toscamente. El encontronazo fue temible, y los empujones sucedieron a los golpes con los puños desnudos mientras el público se excitaba aún más. Un troll malherido se agarraba al otro en un intento de no sucumbir, pero no le sirvió de nada. Su contrincante le propinó varios golpes en el cráneo que le hicieron tambalearse, entonces cesó el abrazo y el troll vencedor le empujó con el hombro cargado contra los espectadores, aplastando a tres trasgos. Levantó los brazos victoriosos y un orco le acercó un mazo con un pincho de piedra. Se acercó a su derrotado oponente que intentaba en vano levantarse, y le hundió el arma en la cabeza bruscamente salpicando a los presentes con su sangre; fin del combate. Seguimos nuestro camino, deberíamos estar en el corazón de la mansión central, al este de Mazarbul. Algunos túneles de sección circular se habría a nuestra izquierda, por ellos el agua se precipitaba a un abismo, a través de una rejilla de negros barrotes. La leve inclinación seguía presente, al igual que el incesante goteo y el transcurrir de aquella agua de cloaca… Las pequeñas aperturas rejadas del techo seguían sucediéndose, aún nos deparaba un inesperado espectáculo, aunque éste algo entrañable. Llevábamos tiempo sin oír nada salvo nuestros pasos y respiraciones. Atrás dejamos los combates y adiestramientos chabacanos para encontrarnos una imagen que nos sorprendió… Unos elocuentes gritos nos salían al paso, cargados de gran dolor. Curiosos nos asomamos por las pequeñas aberturas, apostándonos y tumbándonos en el terraplén y aguardamos silencio. Lo que nuestros ojos veían era un pasillo, lleno de escombros y algunas antorchas encendidas en lo alto. Unos lentos pasos se acercaban mientras aquel rugido seguía martilleándonos. Entonces entró en escena un troll, pero era un troll hembra, y encinta, dando a luz… Era algo más bajo que los machos, con la piel más verdosa y fina, sin dedos en los pies, menos musculosas, pechos caídos, cabeza pequeña y cabello negro. Andaba sollozando de una pared a la otra, apoyándose mientras le consumía el dolor. La panza era enorme y ya había roto aguas. A pesar de los berridos que daba la criatura nadie corría a socorrerla o ayudarla, estaba sola, abandonada en su suerte en traer una vida al mundo a cambio de la suya… Cayó postrada de espaldas y la naturaleza, la grotesca naturaleza, siguió su curso. No sabría encontrarles calificativos para lo que vimos, dar a luz siempre es algo especial y lleno de ilusión y gozo, pero no los partos de aquellas criaturas precisamente… Parió a un pequeño monstruo, bañado en sangre y con la suficiente fuerza como para ponerse en pie y moverse, aunque tenía que aprender. Él mismo cortó con su boca el cordón, que la unía a la fallecida madre de la cual aún sonaba el eco de sus quejares, al darse cuenta de que le privaba el desplazamiento. Se arrimó y empezó a alimentarse de ella pero no de la forma que hubiéramos imaginado… Seguimos avanzando por si alguien acudía por aquellos lugares a por la nueva criatura. Nuestro paraje no cambió, más y más túneles que se extendía a lo largo de la mansión. Empezamos a encontrarnos derivaciones pero seguimos a contracorriente. Los desagües se sucedían ahora cada más tiempo pero no daba a ninguna sala transitada, por suerte. En aquellas tranquilas penurias nos sorprendió la noche, o al menos cuando creímos que habría caído ya sobre el cielo. Si la visibilidad antes era prácticamente nula, aún era peor y no éramos capaces de vernos los rostros ni siquiera las manos; prácticamente teníamos que ir de la mano en el último tramo antes de parar a dormir. Nos recostamos sobre el terraplén, intentando evadirnos de la sucia agua de cloaca. No cenamos, tampoco donde nos encontrábamos nos impulsaba a tomar bocado…

- Si los trasgos usaron estas vías para extenderse por todas las minas y en recintos cerrados… ¿Dónde están las aperturas? Hasta ahora todo ha sido oscuro y labrado túnel…

- Seguramente nos hayamos dejado varias atrás en las diversas derivaciones que se habrían de tanto en tanto a la derecha… Pero es mejor que sigamos adelante, si las cloacas comunican todo y llegamos hasta el final, estaríamos en la tercera mansión del este, en la más al norte, la más externa cuya pared es la propia ladera de la montaña… desde ella la salida estaría a escasos pasos y suspiros…

- Que Mahal te oiga y nos ayude.

- Solo nos ayudarán nuestras piernas y astucia, y nuestros brazos si fuese menester entablar combate, Mahal no lo quiera…

- Lo peor ya lo hemos pasado, atrás dejamos el núcleo del mal, a su líder, a sus principales fuerzas… si no escapamos con vida será que no lo merecemos, lo peor queda atrás… Lástima que no hubiéramos deparado en esta ruta antes, mucho antes, cuando aún éramos numerosos… podríamos haber evitado tanta muerte…

- De las que no eres responsable Taruk-zân, no te atormentes más de lo que la situación lo hace de por sí… eres un gran capitán por lo que he podido apreciar y según me has contado ellos partieron en voluntad en contra de tus consejos, no podías retenerlos, eran tus enanos no tus rehenes… la muerte fue el desenlace de su impaciencia y miedo, miedo a permanecer aquí bajo el yugo del opresor…

- Por lo que yo también he visto eres sabio y honorable, no me atreveré a decir que sabías guiar a tu pueblo pues tu mismo me has comentado que ya no existe, fue masacrado y seguramente pese en tu alma el no haberles salvado, pero atiende a lo que me acabas de decir hará escasos segundos… En estas situaciones no hay que buscar culpables, pues hay demasiados, y seguramente queden bien pocos con vida… Si nuestros dos reinos hubieran estado comunicados y viviendo en armonía y contacto mutuo el destino que nos aflige en este instante podría haber cambiado sobremanera… pero ya es tarde.

- A menudo, por no decir la mayoría, las grandes enseñanzas morales se fraguan en la sangre y muerte para que no las olvidemos jamás, tantas han trascendido por nuestra avaricia y codicia y aún no la hemos adoptado…

- Te propongo algo Dunbarth, si salimos con vida de ésta forjaremos un nuevo reino con los que huyeron de mi pueblo y demás enanos que quieran unírsenos, y la gobernaremos tu y yo con sabiduría, impidiendo que estas desgracias nos vuelvan a salpicar…

- Eso nada más que me parece una distante utopía… el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, los enanos tropezamos más y esa es nuestra naturaleza, rodearnos de lujos y oro, alimentar la codicia y olvidar los valores primordiales en pos de la grandeza y el poder…

- ¿Qué culpa tiene el pueblo enano porque criaturas como los orcos, o los dragones hayan sido atraídos por nuestros tesoros?

- Ninguna, pero el distanciamiento entre nosotros por esas mismas razones impiden una defensa resolutiva, mira a lo que nos ha llevado en estos días que vivimos, Moria y Nimrodel desoladas… Y a vosotros la codicia os llevó a despertar al culpable, no fueron los trasgos ni los dragones…

Aquella conversación acabó en ese instante, todos los demás dormían reconfortando a sus doloridos músculos. A Taruk-zân y a mí nos tocó la primera guardia, pero el rumbo que tomó nuestras formas de ver las cosas, semejas pero a la vez distintas, hizo que guardáramos velada en silencio. Era preferible, una discusión sería delatadora y aunque ambos conocíamos los peligros que nos acechaban, todos sabemos como somos… Me tocó el relevo y me dispuse a dormir lo más cómodamente que pude aunque el murmullo de las aguas era mal sugerente. Sin conciencia de lo avanzado del día, me despertaron y nos pusimos enseguida en camino después de beber y dar un bocado contado. Seguimos remontando el canal y acabamos llegando a una pared rocosa que únicamente permitía el paso de las aguas por unas aperturas a sus pies. “¿Y ahora por dónde?” tuvimos que retroceder hasta que encontramos la primera derivación que dejamos atrás, íbamos con la mano acariciando la pared en todo momento para descubrirla. Estábamos renegados, hartos de la oscuridad que nos agobiaba y angustiaba. Ya habíamos perdido bastante tiempo por su culpa, estaba claro que si queríamos escapar debíamos hacer alguna antorcha o algo que arrojara algo de luz a nuestros confusos pasos, sacándolos de la lentitud y temeridad. La desesperación nos carcomía, al avanzar por aquellos pasillos lo hacíamos en dos filas cogidas, una que remontaba la corriente y otra que palpaba la pared; y no encontramos ninguna derivación en varias yardas, la última no la tomamos pues se encontraría al principio de la segunda mansión, en el epicentro del mal. En estas desdichas andábamos hasta que la suerte nos sonrío, aunque no sé a que precio… Andaba yo pegado a la pared tocando la áspera roca hasta que sentí algo. En un punto en el que la piedra seguía uniforme sentí una ligera brisa de aire en mis pies, una bocanada tan leve que no la habría notado de no haber tenido los pantalones mojados. Me paré en seco y me agaché para comprobar de donde procedía y mi mano se perdió tras del muro, había una gran apertura, salvados. Avisé a los demás de mi hallazgo y optamos por introducirnos en ella, era un poco estrecho y teníamos que pasar agachados, estaba un poco resbaladizo y ascendía más notoriamente que la cloaca principal que dejábamos atrás. A pocos pasos y suspiros se abría nuestra salvación, aire puro y fresco nos salió al paso hipnotizándonos por un momento en una excitación inmensa de nuestros sentidos, despertando de un cargado sueño, un revulsivo que terminó con un escalofrío en la espina dorsal. Accedimos a una pequeña sala por un agujero derruido, sin duda vía abierta por los trasgos, los barrotes y escombros estaban esparcidos por los alrededores. Era un recinto pequeño y cuadricular y vacío. Al fondo se alzaba una gran puerta, entera y resistente, abierta de par en par; al otro lado había luz y con sonrisas en los rostros atravesamos el umbral.

- Conozco este lugar, este es un pequeño almacén de enseres, o mejor dicho lo era… A ese lado está un gran salón ceremonias, y en las salas y galerías cercanas es fácil desorientarse, y sin luz es prácticamente un laberinto… Por suerte conozco esta zona como la palma de mi mano, muchas guardias me tocaron en esta zona y vivía justo al otro lado…

- Bien, serás nuestro guía en estas oscuridades, Sigandûl.

Ahora nos encontrábamos en una enorme habitación con dos niveles: el inferior en forma de cruz y el superior lo bordeaba sobre grandes bloques de piedra, que formaban unos balcones y pasarelas circundantes que asomaban sobre la base en cruz. El techo era alto y adornado con frisos y lámparas encendidas. En el pasillo de nuestra izquierda se erguía un altar, con un mosaico y custodiado por dos figuras talladas; al fondo, todo recto desde nuestra posición, se abría un arco hueco, con la protección de dos vigorosas columnas y en el corredor de la derecha se encontraba el foco de luz… Cuando llegamos al centro de la estancia, donde convergían los dos pasillos perpendicularmente, las puertas que acabábamos de atravesar se cerraron estrepitosamente. Desconcertados miramos a todos los lados y encontramos al causante, el Daño de Durin obró un conjuro, nos aguardaba con tiento. Nos quedamos petrificados y asustados ante la majestuosidad de nuestro oponente, implacable y aterradora era su presencia, su efigie, que sin hacer el más mínimo movimiento o ruido se burlaba de nosotros. Tras unos instantes en aquella situación inmóvil corrimos hacia el arco, pero nuestro adversario lanzó una bola de fuego a la cabeza de la columna, que asomaba por encima de las pasarelas desde su ubicación y la hizo añicos. Completamente desbaratada la posible huída por esa vía, nos quedamos completamente a su merced, atrapados. Algunos trasgos se asomaban por los balcones para presenciar nuestro destino mientras su señor no había movido aún ninguno de sus músculos, o mejor dicho ninguna de sus llamas, salvo para ejecutar el terrible hechizo. Juraría que se estaba riendo, pero no emitía ningún ruido, parecía una estatua, pero aún así sentíamos que se jactaba… Rápidamente corrimos ahora hacia la puerta por la que habíamos llegado hasta ese callejón con mortal salida. El Daño de Durin se posó, de un salto, sobre el balcón de su izquierda; a la par que corría se sacó de su flamígero cuerpo una espada llameante y saltó por encima de la baranda sobre la puerta. Al caer soltó una fugaz estocada que acabó con la vida de Ragin, cuya coraza derritió con suma facilidad mezclándose el metal incandescente con la sangre de su víctima, lubricando un doloroso fin. Huimos de nuevo en dirección contraria, hacia el corredor del que había partido nuestro adversario. El Daño de Durin lanzó otra estocada que acertó de lleno al rezagado Sigandûl, cortándolo por la mitad. De otro saltó regresó al balcón mientras nosotros corríamos bajo su siniestra mirada. Las llamas que formaban el filo de su espada desaparecieron de su mano y se armó de un látigo de varias colas encendidas. Su elevada posición le era propicia y agitando la fusta detuvo en un abrasador abrazo a Zâdal y lo arrojó contra la pared, aunque no lo mató. Otro golpe con su látigo, ésta vez al aire, nos hizo detenernos. Khazûn ayudó a su dolorido hermano despojándole al instante de la armadura antes de que le ocasionara más quemaduras de las que ya tenía… Nuevamente el Daño de Durin se colocó delante de nosotros, retornando al mismo lugar del principio, marcado en el suelo por sendas manchas negro humareda…

Dunbarth había parecido pillarle el gustillo y tomarle la medida a los relatos y dejar absortos a todos sus encandilados oyentes. Sus largas intervenciones no daban tiempo al pestañeo ni la respiración y menos en momentos tan álgidos como en el que se encontraba.

- Por lo que más quieras, sigue no nos dejes así… – suplicó Urbandûl.

- Un duelo se alzaba entre nuestras miradas, un duelo que perdíamos sin desmesura. Empezó a avanzar y nosotros a retroceder. Cada paso que daba retumbaba en el suelo como si fuese la membrana de un tambor que nos vaticinaba la hora del dolor, del cálido dolor. Avanzaba con paso cadencioso, regocijándose, y con el látigo en la mano arrastrando las colas por el suelo… La inquietante situación dio por término cuando nuestras espaldas toparon con el altar esculpido del fondo, la que era custodiada por dos figuraras de bronce, con forma de dos fornidos enanos. El Daño de Durin seguía acercándose y azuzaba su arma desafiándonos y acongojándonos con su chasquido, con las ascuas de fuego que se liberaban en el ambiente. Pero aquel miedo que nos amordazaba sería nuestro único momento de respiro, de paz, quien sabe si de vida… La criatura lanzó un ataque y las colas se enredaron en el arma de Khazûn, despojándole de ella de un fuerte tirón que lo tiró al suelo. Ahora su hermano Zâdal fue el que le ayudó a ponerse en pie... Ya había llegado nuestro oponente al borde del punto de unión de los pasillos, cuando espoleó nuevamente la lengua de fuego; ésta iba a por mí pero logré esquivarla tirándome al suelo y el látigo se enroscó en una de las figuras de bronce por la cintura. Aprovechamos los momentos de suspiro correr hacia los dos pasillos anexos, buscándole la espalda para escapar, en el corto tiempo que tardó el Daño de Durin en arrancar la estatua de cuajo para liberar la fusta y seguir atormentándonos. Dio un salto atrás y nuevamente se repetía la situación, bloqueándonos la salida y nosotros oprimidos bajo su yugo. Era gigante, sus hombros sobresalían por entre los balcones y su enorme cabeza respiraba en fuego.

- ¿Qué hacemos? Estamos a su merced…

- Es el fin, no nos dejará escapar con vida… – replicó apesadumbrado Izdum.

- Está jugando con nosotros…

- ¿Para qué postergar lo inevitable? Si he de morir, será como yo quiero…

- ¡Izdum no!…

- ¡No lo hagas!…

Pero el enano no escuchó. Izdum fue el precursor de la promesa y regla, de aquel intrépido grupo, de calcinar a todos cuanto murasen para que los trasgos no se saciaran con su carne. Él mismo, en solitario, cumplió ese deseo a varios compañeros corriendo grandes peligros, y no pensaba dejar de hacerlo ahora ni por los muertos Sigandûl y Ragin; ni por sí mismo. Se había traído consigo en aquella expedición, desde el principio, dos pequeños botijos esféricos, con óleos dentro, por si debían de utilizarlo… y había llegado el momento. Salió corriendo hacia los cadáveres de sus compañeros, a su derecha, bajo la atenta mirada del Daño de Durin. Mientras corría, sin que nosotros pudiéramos frenarle, se vació una de las tinajas encima y llegó junto al cuerpo de Sigandûl, a quien empezó a arrastrar hacia los de los otros dos. Nosotros no parábamos de gritarle pero fuimos incapaces de movernos y menos aún de doblegar su decisión, funesta decisión que estaba emprendiendo. La criatura entonces descargó un rápido golpe con el látigo incandescente, que le golpeó a Izdum en la espalda, y comenzó a arder sin remedio, todo el cuerpo con gran bravura y rapidez. Entre pavorosos alaridos de esfuerzo y dolor siguió tirando de su amigo y lo depositó al lado del otro. Cogió el otro botijo y lo estrelló sobre la armadura de Sigandûl, éste reventó y salpicó a los dos cuerpos. “Como yo quiera…” volvió a repetir Izdum, ahora con voz rota y queda, antes de derrumbarse sobre sus compañeros a los que encendió con su propio cuerpo que ardía con terrorífica vivacidad… Horrorosa escena la que presenciamos. Su ropa se consumía, su poco pelo se chamuscaba, su piel se derretía… y él no paró hasta completar la inamovible promesa que firmó; no diré que con fuego… por no manchar ni su memoria ni su entereza… descanse en paz.

Dunbarth guardo momentos de silencio en los que agachó la cabeza. No llegó a encontrar las suficientes palabras para precisar aquel momento, pero en su cabeza lo recordaba ahora claramente. No había tenido mucho trato con aquel valeroso enano pero admiró aquella obra y el sacrificio que hizo por un ideal, por evitar la profanación de los despojos de sus allegados. También se entristeció al recordar aquello, lo que le llevó a Izdum a cometer tal penuria, pues no hay muerte más dolorosa que la consumida por las llamas, fue la desesperanza; se creyó muerto cuando aún la sangre recorría su cuerpo, si hubiese esperado un poco más… aunque quizás si no fuese por él, no habrían descubierto el modo de lograr escapar…

- Espoleados por lo que acabábamos de presenciar, los cinco que quedaban de aquel grupo, Khizud, Zûr, Kaziglan, Shirak y Taruk-zân, arremetieron contra el Daño de Durin con saña. Si debían morir sería con garra hasta el final y abrasados por su enemigo, así nadie tendría que incinerar sus cadáveres. Yo buscaba una solución, miraba a mí alrededor pero mi vista se desviaba hacia los balcones en los que los trasgos asistían al espectáculo. Khazûn y Zâdal se mantenían el uno al otro como podían, ambos estaban desarmados así que solo podrían esperar acontecimientos, al destino que parecían habérseles inculcado. Los cuatro enanos consiguieron hundir sus hachas en el flamígero cuerpo de la criatura que se escondía en una pequeña nube envolvente pero sus filos se consumieron. Entendieron inmediatamente que les era imposible vencer a aquel contrincante, ni haciendo el mayor de los sacrificios y gestas podrían acabar con su vida, era demasiado poderoso para cuatro simples enanos. Izdum fue el único que tomó conciencia de aquello al instante y obró en consecuencia, la histeria en su máximo jugo nos atravesaba las venas y la razón, y solo el dichoso destino nos favoreció… El Daño de Durin se revolvió con avidez y de un manotazo envió a Kaziglan contra el altar remachado… y he ahí la solución. El golpe del pesado cuerpo equipado con armadura produjo un fuerte ruido que sonó a hueco, no era una pared maciza. Hecho el hallazgo todos nos apercibimos de la posible salida y retrocedimos hasta el altar. La criatura pareció no haberse percatado y nos dejó un suspiro para respirar y acallar nuestros galopantes corazones que repercutían en el acero de la armadura.

Había transcurrido ya bastante del mediodía, pronto sería la hora de comer y aún Dunbarth no había terminado su relato, en el cual se recreaba con gusto y tino.

- Teníamos que conseguir que el Daño de Durin descargara un poderoso golpe que derribara la pared. Debíamos provocarte y enfurecerle, con el látigo que actualmente empuñaba no conseguiríamos nada; y estando calmado y dominante no atacaría con la falta de acierto que necesitábamos… Los demás comenzaron a impropiarle aunque no estaban seguros de que les entendiera y no parecían ocasionar efecto alguno. Los trasgos de los balcones se reían sin compasión y no tenían prisa por presenciar el final. A la cabeza me vinieron el recuerdo de las palabras que pronunciara el difunto Sigandûl: “…en las salas y galerías cercanas es fácil desorientarse, y sin luz es prácticamente un laberinto…” Él tendría que haber sido nuestro guía pero ya no estaba por desgracia entre nosotros, un desquitado y amargo final nos lo arrebató, y aún estaba por ver si nosotros acabaríamos compartiendo el mismo final. Fue entonces cuando una disparatada idea cruzó mi mente, aunque mayor disparate hubiera sido no haber intentado nada en aquel callejón sin salida, en el que estábamos entre la espada y la pared, o mejor dicho, el fuego y la roca. Teníamos por tanto dos cometidos que emprender, abrirnos paso a través del altar y conseguir un haz de luz que nos guiase… y lo único que teníamos cerca que emitiera algún resplandor era él, el Daño de Durin…

- ¿Pero cómo…? ¿Es posible lo que insinúas? ¿Le robaste su llama? ¿Cómo?

Todos estaban ya más que asombrados. Si Dunbarth estaba ahora en este instante, relatando lo que sucedió es que aquello llegó a buen puerto. No solo les dejaba boquiabiertos escabullirse de tan implacable contrincante sino encima servirse de él para escapar, arrebatándole su fuego. ¿Habría en su compatriota tal valor y podría existir una gesta tan heroica y sorprendente? se preguntaban asombrados. El narrador tuvo que acallar preguntas para poder continuar.

- La verdad es que solo la fortuna, y el destino si creéis en él, podía favorecernos en completar aquellas dos difíciles empresas. Y sucedió. Ocurrió algo, algo ajeno a nosotros que fue muy oportuno, dichoso suceso…

- Nos tomas el pelo…

Dunbarth se quedó en silencio hasta que su padre le pidió que continuase.

- La pared que teníamos a nuestra espalda era de piedra ornamentada y salpicada de varias runas. A sus pies había un pequeño altar de cuarzo, limitado a ambos lados por dos figuras esculpidas en mármol. Una de ellas estaba rota del latigazo que recibió del Daño de Durin instantes antes. Cada una de las esculturas miraba y mostraba con la mano un pequeño cuenco sobre el altar, hecho de mithril y erguido sobre un pequeño pedestal circular de granito. Supongo que en él harían ofrendas a Mahal consumiendo algunos minerales o joyas, ya que el mithril estaba remachado por material refractario; intacto para nuestra dicha.

Los enanos empezaban a intuir el método para utilizar el fuego de la criatura, pero quedaba lo más peliagudo, arrebatárselo.

- Como ya he dicho, algo ocurrió que lo cambió todo; lo cual incluso ahora mismo, con los recuerdos frescos en mi mente, soy incapaz de imaginar… Le entraron las prisas, su parsimonia se esfumó y le apremió darnos muertes cuanto antes, tambores parecían acelerarle. Descargó un furioso ataque que logramos esquivar y rozó los grotescos yelmos de orco, que aún llevábamos, de Taruk-zân y Shirak. Las colas ardientes se enroscaron en el pedestal que sujetaba el cuenco, la fina piedra se consumió haciendo caer el plato de mithril. El Daño de Durin obró un maligno y desgarrador rugido mientras avivaba su llameante cuerpo, marcando sus musculosos contornos. No podíamos retroceder ni movernos, el sudor se escurría por nuestras frentes a pesar de tener helada la sangre. Otro desenfrenado golpe que alcanzó de lleno a Izdum, pero solo lo tiró al suelo; los daños se los llevo la quebrada armadura. Los trasgos de los balcones estallaban en júbilo, aquel combate había cogido ritmo e intensidad; y el Daño de Durin, consumido por una impaciencia de la que desconocíamos el motivo, no hacía más que espolear su contundente y favorita arma. Y volvió a atacar, y esta vez las flamígeras colas se aproximaban a mi rostro… El tiempo pareció enlanguidecerse, vi acercarse ondulante la fusta velozmente… entonces Taruk-zân me cogió de la pechera y me apartó a tiempo, el fuego pasó rasgando mi casco y prosiguió su camino; fue entonces cuando rabioso alcé mi hacha y con un golpe ascendente, de abajo a arriba, corté dos lenguas llameantes. Éstas, de la misma longitud que uno de mis brazos, cayeron cercana al cuenco de mithril, y con el filo de la hoja las barrí hasta depositarla encima del plato, reliadas, su magia no se consumiría mientras su amo viviese. Entonces el Daño de Durin enfureció sobremanera, y a sus prisas y urgencia se sumó la ira, parecía que nunca habían tocado su adorado látigo y obró en consecuencia. Se dejó de chiquitas y harto de aquella situación guardó la fusta en su cuerpo, y pasó a mayores. Al parecer él mismo nos iba a dar la solución a nuestros temores, aunque corriendo grave peligro. La sangre le hervía, los rugidos le salían a andanadas por las fauces y resoplaba humo mientras sus cabellos coleteaban con saña, sulfurados. Sin más dilación, junto las manos y creó una bola de fuego…

Hizo una pausa para desesperación de sus oyentes, encandilados y absortos s habían introducido en el relato y sentían las emociones que Dunbarth describía. En aquel punto era miedo y tensión.

- Estábamos perdido. Hubiéramos esperado, como forma de acabar con nosotros, sus vigorosos puños, más fáciles de eludir y que nos habrían abierto la puerta de nuestra salida… pero una bola de fuego, un poderoso hechizo como el que lanzó al principio a la columna… ante tan devastador poder de destrucción era imposible escapar y menos sobrevivir. Por todas aquellas razones que a mi mente martilleaban y oprimían, en un acto más bien ante mortem que deliberado, fruto de la desesperación, arrojé mi hacha con todas mis fuerzas que impactó en las terroríficas facciones del Daño de Durin, justo en el momento en el que iba a lanzar su conjuro. Nuevamente de nuestro lado cayó el velo de la fortuna y aquello desvió la bola de fuego, que se estrelló en lo alto de la pared ornamentada. Algunos grandes cascotes se desprendieron y sepultaron mortalmente al pobre Shirak, el más joven de nosotros; y al resto nos alcanzaron con daño poco excesivo. Se abrió un gran boquete pero a alta altura, por lo que tuvimos que trepar por el altar y la figura rota para alcanzarlo. Algunas piedras desprendidas seguían cayendo, lo que refrenó un poco la represalia del Daño de Durin que veía atónito, al igual que todos los trasgos, como escapábamos. Cogí el cuenco de mithril remachado con las colas incandescentes y se las entregué a Taruk-zân que ya estaba del otro lado. La criatura de fuego se acercó con rabia y solo quedábamos subidos en el altar yo y los hermanos Zâdal y Khazûn. Un bloque de piedra le obstaculizaba el paso y le obligó a atacar desde la distancia, con sus largos brazos. Seguía con las impacientes prisas, y con iras acrecentadas y renovadas al vernos escapar. Una garra voló por encima de mi cabeza, y otro puño golpeó nuevamente la pared, abriendo otro agujero. Todo iba yendo demasiado bien, ni en nuestros mejores sueños, por no decir pesadillas, habríamos imaginado que la suerte nos sonriera de tal manera. Como decía… demasiado bonito para ser verdad. Cuando ya habíamos atravesado el umbral hacia la sombra donde nos aguardaba nuestra salida, con el corazón desbocado y los nervios a flor de piel, el Daño de Durin se saldó su última muerte. Un contundente zarpazo destrozó el corpulento cuerpo de Khazûn, que se desmoronó con violencia, justo en aquel umbral, impregnándolo todo de sangre. Zâdal, que ayudaba a su hermano malherido a pasar por el boquete, no pudo contener la rabia y las lágrimas. De la inercia y a causa del golpe se precipitó al suelo, de espaldas, y se reincorporó enseguida con la idea de volver a vengar a su hermano, pero lo frené a tiempo. Corrimos huyendo raudos de allí, ya que los trasgos que habían asistido al espectáculo en los balcones, bajaron de las plataformas para perseguirnos…

“ - ¡Dunbarth! Porta delante de nosotros el cuenco con las colas de fuego. Mis guerreros, ya sabéis lo que hay que hacer ¡Evasión enana!

Gritó Taruk-zân mientras me entregaba el plato de mithril. Con una mano iluminando nuestros pasos y con la otra tirando de Zâdal comenzamos la carrera. Nos encontrábamos en pasillos bastante estrechos, con arcos cada veinte pasos. Los primeros orcos empezaban a asomarse ya por nuestras espaldas y lo que quedaba de la tropa de Taruk-zân puso en marcho aquella táctica de huída. Ésta consistía en, por dúos, cubrirse las espaldas; mientras dos corrían, los otros dos aguardaban bajo un umbral para blandir dos hachazos a los perseguidores. Luego estos dos corrían y la otra pareja aguardaba ya bajo otro umbral, inmóvil y escondidos a que pasaren los trasgos, así sucesivamente. Era sencilla y simple pero bastante eficaz. De aquella manera siempre avanzaban cubriéndose la retaguardia, y al esconderse detrás de los arcos los orcos no los veían, y así frenaron los pasos de nuestros captores hasta que se dieron por vencido y huyeron.

- ¿Por qué le entraron tantas prisas al Daño de Durin?

- Lo ignoro pero si no fuese por aquello estaríamos muertos… Con momento para el respiro, ésta vez libres de tensión o al menos eso nos parecía en comparación con la que acabábamos de dejar atrás, intentamos orientarnos y encontrar la salida. Las colas de fuego del látigo no se habían apagado como temía y rugían con fuerza iluminando lo justo para vislumbrar donde estábamos: un intrincado laberinto de pasadizos creados para perder a sus paseantes. Anduvimos por aquel recóndito paraje un largo tiempo pero gracias a la luz que portábamos, conseguimos ver las escondidas indicaciones que había en los dínteles escritas con runas enanas. Acabamos llegando a un pasillo en apariencia sin salida, pero que las leyendas enanas indicaban una puerta, estaba oculta. Taruk-zân y sus enanos pasaron largo tiempo estudiando la pared rocosa hasta que dieron con la entrada. De lo que ocurrió a continuación no soy consciente, pues mi deber era consolar a Zâdal y ocuparme de él… Solo sé que encontraron la clave para abrir nuestra vía adivinando uno de sus acertijos y diciendo una frase que era característica de Durin el Inmortal… Entramos ahora en la nueva estancia, totalmente descansados y tranquilos. El cuenco de mithril nos rebeló donde nos encontrábamos ahora: en las catacumbas. A ambos lados se encontraban varios féretros adornados con semblantes de mármol y nácar, los más importantes con plata y rubíes. El altar por el que pasamos tendría que ser el final de las catacumbas, donde se harían ofrendas a Mahal para que ayudara a las almas de los muertos a llegar a la sala de Mandos. Llegamos justo al centro de ellas, donde residía la impresionante tumba de Durin el Inmortal, fundador de Khazad-dûm y el más importante de los siete padres. Que yo supiese, la tumba de Durin estaba en el centro de Khazad-dûm, en la Cámara de Mazarbul; pero como nos contaron Izdum y Kaziglan, aquella solo era una tumba simbólica y representativa, donde estaban depositadas su armadura, hacha y cetro. Los verdaderos restos mortales se encontraban allí abajo, rodeado por sus descendientes, bajo una gran losa de cuarzo, mármol, marfil y oro, con diferentes esculturas y representaciones de toda la existencia enana y hazañas propias, con el símbolo de su pueblo grabado y las runas que rezaban a los pies, en mithril. Ni Taruk-zân ni ninguno de sus enanos habían estado allí antes, era lugar sagrado y vedado, y más aún lo era la zona real donde se encontraban. Pero ya estaban situados en el intrincado complejo de pasadizos y salas de Moria, y reemprendieron la carrera por el pasillo principal por el que colgaban distintivas cortinas de terciopelo rojo sangre. Más adelante, encontramos unas fuentes por las que corrían agua fresca, donde saciamos nuestra lacerante sed y rellenamos las botas de piel. Sin más pérdida de tiempo nos dirigimos a la salida, lo cual era fácil, había que seguir por los pasillos más anchos, aunque era fácil gracias al plato con luz que portábamos, que iluminaba más que una antorcha corriente, poderoso era aquel fuego. Pese a la grandeza de las catacumbas llegamos en poco tiempo a la ornamentada y sobrecargada puerta, que se encontraba cerrada e intacta, los trasgos no habían pisado aquel recinto sagrado, era una edificación muy bien oculta y de difícil acceso. Derretimos la cerradura, lo cual no fue difícil, usando una de las colas del flamígero látigo y salimos a un gran y majestuoso salón. Atrás dejamos la sublime entrada esculpida en la pared rocosa, que daba paso a las catacumbas. Las puertas eran de cobre, con el sello de Khazad-dûm en el centro y frisos con los distintos pasajes de la historia enana. A cada lado se encontraban tres de los siete padres, Durin se encontraba encima del umbral, y todo el conjunto estaba rodeado de multitud de runas y una lista con los nombres de los allí enterrados; y coronando todo aquello la figura del padre creador, Aüle… Más adelante seguía un corredor que daba a una puerta escondida en una sala de la tercera mansión, más cerca de la salida de lo que pensábamos. Me quedó el consuelo de que aquel recinto estaba muy oculto y que los trasgos no pondrían sus sucias manos en él, ni saquearían sus magníficos tesoros.

Thorbardin y los demás se maravillaban de aquella descripción e intentaban ordenar todos los datos en su imaginación.

- Y la nueva estancia que teníamos delante también era digna de mención, los techos se perdían en la oscuridad y ésta era sustentada por hermosas columnas y dinteles… Al final eludimos el intrincado laberinto que mencionó el pobre y difunto Sigandûl, y nuestra perdición fue a la vez perdición y salvación. Nos alejamos de allí con presteza y diligencia, a nuestros oídos llegaban el clamor de tambores y excitados gritos, algo ocurría en la mina… Corrimos por un extenso pasillo y notamos la presencia del enemigo, lo percibimos en el cargado ambiente, en las leves vibraciones del suelo…

“ - Kaziglan, ¿Al sur no están las torres de Azanulbizar? ¿Después de una sala y la escalera vigía?

- Sí, pero… ¿Cómo pretendes descender por las torres si hay más de veinticinco pies desde la más baja?

- Es peligroso… pero… la única solución que veo es tirarse y rodar por la ladera hasta el valle del arroyo sombrío… O eso, o cruzar toda esta mansión y media de la cámara de Durin hasta el puente de Khazad-dûm y salir por las puertas principales…

- ¡Vamos entonces! ¡Hacia las torres de Azanulbizar!

Sin cesar las zancadas entramos en una gran sala que era la más cercana a nuestro destino. Pero en aquel punto de nuestro escape, el destino nos guardaba una última sorpresa; o eso queríamos pensar, que era la última… Cruzamos la puerta y nos vimos sobrecogidos y sorprendidos, por la espectacular sala cruzaban cientos de tropas de trasgos y trolls, todo un ejército. Rápidamente repararon en nosotros y algunos incluso se encaminaron para matarnos. Sacados de la impresión, dirigimos nuestros presurosos pasos hacia la puerta que teníamos enfrente, a varias yardas, que daban a las escaleras de vigía, que luego se derivaba hacia las torres. Los trasgos de plataformas superiores comenzaron a dispararnos flechas, pero sin mucho tino al principio. Había dos trolls cercanos ataviados para la guerra, con pinturas rojas en el rostro, pelo recogido en una estrafalaria coleta en punta, con varias calaveras alojadas en su cinturón y chaleco de piel despellejada. En sus brazos habían alojado unos rudimentarios brazaletes y hombreras hechas a partir de las armaduras enanas que sucumbieron a sus golpes y tenían un aspecto atemorizante, cotas de malla les cubrían sus fofas carnes; y esgrimían una gran alabarda. Todo ello les convertía en dos implacables enemigos, sobretodo teniendo en cuenta nuestro cansancio y escasez de ánimos, valor o fuerza. Pero si de por sí estas criaturas son lentas, con semejante aparejo encima lo eran aún más por lo que no nos pudieron alcanzar cuando pasamos a la carrera por su flanco, y los ataques que lanzaron barrió a diez trasgos que se proponían perseguirnos. Las flechas seguían silbando y las veíamos pasar por delante de nuestros ojos, estrellándose en la pared ó clavándose levemente en la armadura e incluso rebotando en ellas; aunque éstas eran las menos porque las armaduras orcas que vestíamos eran muy débiles y ralas. Justo antes de que alcanzáramos el primer escalón y que la pared nos sirviese de escudo contra los proyectiles, los arqueros acertaron al más rezagado de nosotros varias veces, Zâgal, que desde que el Daño de Durin mató a su hermano había estado perdido y ausente, como si ya no tuviese interés en escapar… y no lo hizo. Le intenté ayudar, pero lo único que conseguí fue que me alcanzaran a mí también, y una flecha me atravesó el muslo. El lacerante calambre me hizo cojear a saltos, y Khizud partió la mitad que sobresalía, dejando unos dedos asomados, para no agravar la herida. El cuenco con las colas llameantes lo portaba ahora Kaziglan, y a mí me ayudaban a remontar los escalones, que apenas conseguíamos distinguir entre la espesante sombra. Tardamos varios agonizantes suspiros, y nos perseguían por retaguardia, aunque solo podíamos oírlos, lo cual nos inquietaba aún más y nos mantenía en tensión. Llegamos a una pasarela, de la que la enorme escalera derivaba en tres caminos distintos, que ascendían en distinta altura y todas hacían un recodo en la pared rocosa a escasas yardas.

“ - ¡Rápido! ¡La torre de Azanulbizar inferior! ¿Por dónde?

- No lo sé, no estoy seguro.

- ¿La que menos pendiente tenga las escaleras?

- No, a la vuelta del recodo hay una escalera en espiral…

- ¿Entonces por dónde?

- Déjame pensar.

- ¡No hay tiempo! ¡Los orcos ya están aquí!

- ¡Ya está! ¡Por la derecha! El sol debe estar poniéndose, arañando las cimas de la montaña y sus rayos pasarán por las cúpulas de las más altas… Por la más baja no podrá, es demográficamente imposible, por lo que el recodo que más penumbra tenga será la inferior.

- ¡Es la de la izquierda!

- ¿Por qué?

- Porque lo pone en el suelo, usad la luz del fuego que para algo la tenemos. ¡Vamos!

En situaciones normales hubiera estallado en carcajadas ante la hipótesis de Khizud y la sagacidad de Zûr pero aquella no era una situación normal, y mientras mantuvimos aquella deliberación los trasgos nos dieron alcance. Entablamos combate contra los más adelantados con victoria. A aquellas alturas no íbamos a dejar que unos simples orcos nos privaran de la libertad y los abatimos rápidamente. Subimos con fuerzas renovadas por la pasarela de la izquierda pero nuevos perseguidores surgían del corredor, ellos tampoco nos iban a dejar escapar así como así… “¡Salid de aquí vamos! ¡Yo los entretendré!” gritó Taruk-zân, disponiéndose a emprender el mayor y más noble sacrificio para un capitán, dar su vida para salvar la de sus enanos, aunque solo quedaran tres de ellos. Éstos intentaron disuadirle pero ya había tomado aquella decisión y plantaba cara a pie de escalera, y se despidió con elocuentes palabras a la par que esgrimía su arma: “Demasiadas vidas en mis manos he dejado apagarse, dejad que me redima salvando las vuestras que me confiasteis al poneros bajo mis órdenes… Cread una canción si lo veis menester, ahora huid, la libertad os espera”… Era triste dejar a tan valeroso enano desamparado ante aquel crudo destino pero más triste sería que su muerte no sirviese para nada, que su sacrificio fuese en vano sobre todo después de que dejaría sus restos mortales en el mundo sin calcinar, en manos de alimañas…

Dunbarth guardó silencio otros instantes en memoria de aquel compañero que los salvó la vida, junto a sus hombres, cuando deambulaban por Khazad-dûm. Fue con el único prácticamente con el que tuvo trato, tampoco dispusieron de mucho tiempo para entablar lazos de amistad, lo primordial era escapar; pero siempre lo tuvo en especial estima y cierta admiración, ojalá se hubieran conocido en situaciones diferentes.

- El joven y valeroso enano llevó a cabo su sacrificio y nosotros corrimos escaleras arriba. Cuando pasamos por el recodo y perdimos de vista a Taruk-zân, éste estaba rodeado por más de dos docenas de trasgos, pero no se dejaba amedrentar y no hacía nada más que decapitar enemigos. Remontamos la escalera de espiral con premura con los ecos de la prolongada y encarnizada batalla de fondo. Al final de tantas penurias solo quedábamos Khizud, Kaziglan, Zûr y yo, solo quedábamos nosotros de los once que partimos dos jornadas atrás… pero aún debíamos de quedar menos… Un trasgo, que al parecer hacia guardia en la torre, bajó por la escalera de espiral a la carrera, pillándonos en una sobresaltada sorpresa. En el espacio tan reducido en el que nos encontrábamos le dimos muerte pero ya se había llevado consigo a Zûr y los dos rodaron escaleras abajo, desde donde ya no llegaba ningún fragor… parecía haber llegado el fin de Taruk-zân. Remontamos el corto tramo que nos quedaba cuando atacó el último orco, y llegamos a la redonda cúpula de la torre donde nos reencontramos de nuevo con el sol, después de tanto tiempo… hermosa estampa. No teníamos tiempo para maravillarnos del paisaje anaranjado por el crepúsculo, los trasgos subían. Miramos abajo y vimos como desde la base de la que emergía la torre, a quince pies, se prolongaba una intrincada ladera que iba perdiendo verticalidad paulatinamente, conforme se acercaba al valle en el que había un recodo, y a sus pies vimos el río que bajaba de las montañas. Con la velocidad de la caída rebotaríamos en ese recodo y caeríamos al agua… Instintivamente comencé a despojarme de la armadura, nuestra única opción era llegar al río y si lo lográsemos seguramente estaríamos inconscientes por lo que con peso nos ahogaríamos; de ese modo a lo mejor nos arrastraba la corriente hasta zonas seguras. Khizud y Kaziglan hicieron lo mismo. Me deshice de las colas de fuego y me arrime a la barandilla, tenía intención de usar el robusto cuenco de mithril para salvar la caída y la ladera con el menor daño posible. Ellos dos, cogieron todas las corazas con el mismo fin. Los orcos entraron en la cúpula, cuando nosotros nos disponíamos a arrojarnos por la barandilla… por poco nos impiden saltar. Con ciego valor nos precipitamos por la torre y en el veloz y vertiginoso vuelo coloqué el cuenco bajo mí. El aire rasgaba mi cara y cabello sudoroso, lo que hubiese sido reconfortante si la adrenalina y el estupor no me embargaran el resto del cuerpo. Sentimos como un vacío en nuestro interior, la caída se nos hizo eterna pero veíamos la llegada del momento más delicado, el de tomar tierra en la pared que perdía inclinación. Pusimos en tensión todos nuestros músculos, cerramos los ojos, nos aferramos al metal, cerramos la boca para no rompernos los dientes del impacto, y el golpe nos sacudió de tal manera que todos nuestros huesos vibraron dolorosamente. Resbalamos, resbalábamos a gran velocidad levantando rocas y tierra, y dándonos golpes con numerosos riscos. No podíamos mantener el cuerpo erguido, y yacíamos tumbados… era muy difícil mantener alguna estabilidad y cada dos por tres me rasgaba los nudillos que sangraron incipientemente. Lástima no haber conservado el yelmo, pues cada dos por tres alguna piedra golpeaba nuestra cabeza lo que nos dejaba atontados, y poco a poco inconscientes… No sé ni cómo pudimos llegar al río, ni si Khizud o Kaziglan lo logró, fue favor de Mahal no veo otra explicación. Llegué más muerto que vivo al río, y de la velocidad que llevaba me adentré estrepitosamente en sus aguas… No sé que pudo pasar después, creo que me golpeé con el fondo, solo sé que al tiempo desperté y estaba rodeado de espumas, y luchaba por no ahogarme. Una mano aún aferraba con fuerza el cuenco de mithril, que flotaba… sin duda eso me había salvado. Miraba a mí alrededor y solo veía agua y sangre, en la cabeza tenía numerosas brechas y los nudillos mutilados… Me había alejado de Khazad-dûm pero también de Khizud y Kaziglan, que no asomaban por ninguna corriente. Ahora estaba solo y puse mi alma en servicio de los dioses para que retornara sana y salvo a la sala de Mandos, seguro estaba de mi muerte… pero heme aquí…. Del resto vosotros sabréis dar mejor ciencia que yo.

Todos los enanos se quedaron sin saber que decir. Aquella última parte les había sobrecogido, en especial por la triste y vacía voz de Dunbarth en los últimos párrafos. Luego, sacado de su ensimismamiento se derritieron en elogios hacia aquel héroe, aunque no glorioso pero no todos los héroes lo son.

- Hete aquí hijo mío, y me enorgullezco de ello.

- En los próximos años solo se escucharán tus hazañas, Dunbarth.

- Serás el estandarte de nuestra raza en estos tiempos aciagos.

- No te conozco de nada Dunbarth, no negaré que de ese camastro hubiese preferido que se hubiese despertado alguno de mis amigos pero me alegro de haber conocido a un enano tan valeroso como tú y que no hayas retornado a la sala de Mandos. – dijo Câranden.

- ¿Conocéis la suerte de Khizud y Kaziglan?

- Los elfos nos dijeron que llegaron varios cuerpos sin vida arrastrada por la corriente… seguramente alguno de esos cadáveres fuesen ellos.

- Es extraño, después de todo lo que ocurrió, lo que apunto estuvo de acabar con mi vida fue un burdo veneno. Ni los orcos, ni las caídas, ni el Daño de Durin…

- Hablando del Daño de Durin, cuando se impacientó dijiste que fue porque sonaron unos tambores… los únicos tambores que conocen los trasgos son los de guerra, su general tendría que planificar más emboscadas…

- ¿Pero a quien? – inquirió Dunbarth.

- Creo que sé la respuesta, a mi primo Dúndel y a todo su pueblo…

- ¿Qué? ¿El tío descendió de su palacio? ¿Por qué?

- Para venir a Nimrodel, hijo.

- ¿Y entró en Khazad-dûm?

- Me temo que eso nunca lo sabremos… Quizás quiso ganar tiempo y disfrutar de la hospitalidad de los enanos de Moria, tenía amigos allí del comercio…

- Eso significa que cargo más muerte en mi conciencia por la que logré escapar…

- Hiciste lo que tenías, le salvaste la vida a muchos enanos varias veces, pero la adversidad era demasiado grande para un solo enano, no te culpes, por lo menos lograste salvarte, todos tus esfuerzos no fueron para labrarte una tumba…

Terminado el fascinante relato y aclarada alguna de las dudas se dispusieron a comer. Realimentaron las hogueras y acabaron con todos los víveres que les quedaban, haciendo un curioso y variado menú. El que comió con más gula fue Dunbarth, y le dieron algo de ropa y mantas.

Dejaron allí el camastro desnudo, y pusieron definitivamente sus pasos hacia Éstaleth, solo visible para Sithel. Todos los enanos adulaban a Dunbarth y los montaraces y el elfo caminaban por detrás. No tenían demasiada prisa, las temperaturas subieron un poco y no pasaron ninguna calamidad. Atravesaron una pequeña meseta, y luego llegaron a una estepa en desnivel hacia el Campo de Celebrant.

- ¿Qué crees que era el Daño de Durin? – preguntó Geko a Sithel.

- Por las descripciones que ha dado el enano no me cabe la duda de que era un balrog.

- ¿Un balrog?

- ¿No conoces la historia de los valaraukar?

- No... – respondió titubeante.

- En la lengua de los altos elfos se les llamaba “valaraukar”, en la lengua común era “balrog” que significa “demonio de poder”. Eran poderosos Maiar corrompidos por Melkor y su existencia fue aniquiladora y demoledora. De todas las criaturas a disposición del primer Señor Oscuro solo los dragones los superaban en fiereza. Eran demonios pesados y voluminosos con apariencia humana dotados con cabelleras de fuego y como relata el enano su principal arma era el látigo llameante, aunque no estoy muy seguro de la veracidad del hecho del que pudiese cortar una cola… Tan temibles eran los balrogs con el látigo que ni la mismísima Ungoliant pudo hacerle frente y huyó a esconderse cuando tenía a Morgoth a su merced. La criatura más infame de los valaraukar era Gothmog, señor de los balrogs y gran capitán de Angband. Después de la batalla bajo las Estrellas, Fëanor, el más célebre rey de los elfos, fue abatido por él en las mismas puertas de Angband. Por otra parte, en la batalla de la Llama Súbita, dio muerte a Fingon, rey supremo de los noldor. Y finalmente, de nuevo al servicio de Melkor, el monstruoso Gothmog encabezó las huestes de balrogs, su guardia de trolls, las legiones de orcos, y la manada de dragones en el saqueo al reino de Gondolin, durante el cual murió Ecthelion, el señor elfo. Pero fue allí mismo, durante la caída de Gondolin, en la plaza del Rey, donde encontró su fin a manos de Ecthelion, a quien él mismo acababa de matar; y es que al igual que con los dragones, si le das muerte siempre es a cambio de la tuya… Cuando el holocausto de la guerra de la Cólera cerró definitivamente el reinado de Morgoth, estos demonios que habían causado tantos estragos en todos los reinos de la Tierra Media desaparecieron…

- ¿Y es posible que uno huyera y quedara luego sepultado bajo las montañas?

- Difícil pero no imposible. Según se dice solo había siete balrogs, dos fueron muertos y del resto no se conoció su final… así que ¿Por qué no? De todas formas… hay algo que no me casa con lo que ha narrado Dunbarth, quitando el pasaje del látigo no me concuerda su comportamiento con lo que cuentan las historias. Eran frío, crueles, calculadores y realmente eficaces, ¿Lograron escapar de él numerosas veces? Permíteme que lo ponga en duda… y por no decir lo de que le entraran las prisas y herrase sirviéndoles la huída en bandeja… la premura, confianza y subestimación me parecen valores más apropiados para otra raza que para un valaraukar…

- ¿Cómo la enana, por ejemplo? ¿Por qué pones en duda tú las hazañas de mi hijo? ¿Por qué no es un elfo? – se escandalizó Thorbardin que había escuchado la conversación de Geko y Sithel.

- No le privaré de nada, aunque los elfos son los únicos que han conseguido derribarlo… – se burló.

- Claro, habría acabado con él pero a costa de su vida, la muerte no es una gran hazaña sino un sacrificio.

- Y una heroicidad. Correr huyendo de todos los peligros y escapar a causa de numerosas vidas no suele quedar en canciones como grandes hazañas.

Con aquellas palabras todos los enanos, que se habían percatado de la discusión, enfurecieron.

- ¡Enfrentarse y toparse con semejante adversario y vivir para contarlo es una hazaña!

Las palabras iban tomando tensión y atención.

- Una hazaña heróica es enfrentarse a tan magnífico oponente y regresar a la vida ¿O no habéis oído hablar de Glorfindel? Cuando cayó Gondolin, Glorfindel guió a algunos supervivientes como Tuor a través de Cirith Thoronath, donde cayeron en una emboscada hecha por un balrog, y no corrió, se enfrentó a él y lo abatió… Sacrificó su vida por salvar a los demás y en vista de aquel honorable acto, los Valar le devolvieron a Arda… Te aseguro que se necesita mucho valor para resistir a un balrog y mucha sangre fría que él mismo te acaba calentando… No son como los trasgos…

En aquel punto se inició una pequeña trifulca ya que identificaron la última frase con el sacrificio de Taruk-zân. Los enanos que aún disponían de hachas las empuñaron pero los montaraces y Dunbarth se metieron en medio pidiendo paz y serenidad, sería una lástima añadir más sangre a aquella empresa que tocaba a su fin.

Una vez calmados los ánimos Thorbardin se dirigió nuevamente a Sithel.

- Puesto que aludís a hazañas de las edades pasadas a falta de hazañas propias, deja que te recuerde la del gran Azaghâl, Señor de Belegost, que luchó en la desastrosa guerra Nirnaeth Arnoedied donde los enanos tuvieron un papel destacado. Cuando los dragones rompieron las líneas del ejército cundió el pánico y elfos y hombres huían aterrorizados, quedando solo para plantarles cara y permitir que los demás huyeran, los enanos de Belegost con su Señor a la cabeza. Y tú mismo has dicho que los dragones eran los únicos que superaban en fiereza a los balrog, y mientras tu pueblo huía presas de las llamas el mío se enfrentó a él. Y Azaghâl corrió hacia Glaurung, el primero y más poderoso de los Urolóki y lucharon encarnecidamente e hirió de gravedad al asqueroso gusano, eso sí, a costa de su vida propia, pero esa vida obligó a Glaurung a retirarse y el ejército pudo huir a salvo sin problemas ni más muerte. Salvó a miles de vidas no como Glorfindel que salvó a un grupo reducido, ¡Miles! y a pesar de ello los Valar no le dio el don de regresar, él no pertenecía a sus hijos favoritos a pesar de haber mostrado mayor valía. Final heroico para uno de los más grandes enanos que Mahal ha dado, y fue retirado del campo de batalla portado en alto por sus enanos, con los honores de un héroe, así es como entiendo yo la heroicidad, maese Sithel… Nosotros también conocemos la historia…

Thorbardin había acabado su discurso y había calado hondo en todos. Se expresó con una devoción y sentimiento que pusieron la piel de gallina, con una pasión que hizo al elfo enmudecer y tragarse su orgullo, agachar la cabeza y seguir adelante. Thorbardin llevaba toda la razón del mundo, y el elfo lo sabía; no pudo por menos que asentir y finalizar la discusión en silencio. El enano había ganado aquel asalto, que sería el último pues sus caminos pronto se desviarían, aquello amedrentó la arrogancia de Sithel y la opinión sobre los enanos, que había comenzado a cuestionarse desde hacía tiempo en aquel viaje.

Todo quedó en paz entonces y continuaron el regreso, ahora sobre una calzada, hacia Éstaleth, el final de sus viajes en común. Allí les esperaba una confortable cama, fresca cerveza y rica comida, el paraíso a su entender atendiendo a lo que habían sufrido. El día iba oscilando a su fin. A ese reposado paso llegarían recién entrada la noche, a las puertas de la ciudad. Y no tuvieron ningún imprevisto ni se toparon con nadie, en lo que quedaba de camino para su merecido descanso.

Los enanos aprovecharon esos últimos pasos para empezar a componer las canciones que debían transmitir pronto a los de su raza sobre Dunbarth. El nuevo compañero que había causado gran revuelo y que causaba admiración entre todos, a pesar de su juventud y delicado aspecto.

Sithel no volvió a pronunciar palabra alguna y los montaraces tiraban en silencio de los caballos que arrebatara el elfo a los semiorcos, los cuales no habían dado ningún problema ni se encabritaron produciendo estridentes relinchos. O eran animales dóciles ó estaban muy tranquilos ahora que la negra mano de sus antiguos amos no les oprimía.



1 2 3 4 5 6 7

  
 

subir

Películas y Fan Film
Tolkien y su obra
Fenómenos: trabajos de los fans
 Noticias
 Multimedia
 Fenopaedia
 Reportajes
 Taller de Fans
 Relatos
 Música
 Humor
Rol, Juegos, Videojuegos, Cartas, etc.
Otras obras de Fantasía y Ciencia-Ficción

Ayuda a mantener esta web




Nombre: 
Clave: 


Entrar en el Mapa de la Tierra Media con Google Maps

Mapa de la Tierra Media con Google Maps
Colaboramos con: Doce Moradas, Ted Nasmith, John Howe.
Miembro de TheOneRing.net Community - RSS Feed Add to Google
Qui�nes somos/Notas legalesCont�ctanosEnl�zanos
Elfenomeno.com
Noticias Tolkien - El Señor de los AnillosReportajes, ensayos y relatos sobre la obra de TolkienFenopaedia: La Enciclopedia Tolkien Online de Elfenomeno.comFotogramas, ilustraciones, maquetas y todos los trabajos relacionados con Tolkien, El Silmarillion, El Señor de los Anillos, etc.Tienda Amazon - Elfenomeno.com name=Foro Tolkien - El Señor de los Anillos