Un poder más grande que la maldad

01 de Diciembre de 2006, a las 23:34 - Socorrito
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II Gondolindrim

Los vapores del aire se disiparon, y los ojos de todos los elfos de aman, desde el norte hasta el sur, se abrieron pestañando ante la luz del recién llegado ainur; sus vestidos resplandecían ante los rayos del sol y sus azulados cabellos se agitaban por el viento, mientras de sus ojos brotaba una luz cargada de esperanza. Todas las gentes se quedaron impresionados ante la presencia del recién llegado, ya que tenían la errónea suposición de que no existían más ainur, además de los que ya conocían; pero los reyes supremos sonreían ante la aparición de su hermano, porque veían que con su llegada vendrían grandes cambios en el mundo.

"Cincuenta y un años habían transcurrido desde la salida de la luna y llegada del pueblo de fingolfin a la tierra media, cuando sucedió que ante turgon se presento el gran ulmo y gracias a lo que este le dijo, se fundaría una nueva ciudad oculta entre las montañas, al norte de los grandes bosques de Doriath.

Gondolin de Amon Gwareth fue nombrada y cincuenta y dos largos años duro su construcción; Telpëfinda fue uno de los que participaron en la elaboración de las hermosas edificaciones que tendría la ciudad porque era habilidoso en estas faenas, y su arte adornaba muchas estancias; pequeñas figurillas talladas en alto relieve sobre las paredes del hogar del rey, las cuales contaban con elocuencia la historia de Eä.

Elevados muros protegían a la ciudad de los peligros del mundo, tan blancos eran estos que en las mañanas de niebla se confundían con la nieve y parecía más una ciudad hecha de escarcha que de piedra. Alta e imponente era la torre del rey que se alzaba sobre la ciudad, vigilando muchas leguas a la redonda; las  numerosas plazas se adornaban con refulgentes fuentes y en los patios privados de turgon, resplandecían hermosas copias de los grandes árboles de antaño tallados por el soberano en oro y plata.

Gondolin estaba rodeada de altas y escarpadas montañas, hogar de los nidos de las águilas vigías de Manwë, ainur de los vientos; y se alzaba la ciudad majestuosa en medio de un anillo de rocas y el único camino de acceso al interior del valle era un túnel, oscuro y húmedo que atravesaba las raíces mismas de las montañas; el cual había sido tallado en edades olvidadas, por las aguas del rió sirion, con ayuda del cual, el gran ulmo ayudo a resguardar estas tierras de los peligros del mundo exterior.

Durante más de 350 años gondolin se mantuvo oculta a los ojos de morgoth, por las grandes águilas siempre vigilantes desde las alturas, quienes evitaban incursiones enemigas en los alrededores del reino y gracias también a la entrada de la cueva, casi invisible a los ojos y los guardianes en su interior.

Telpëfinda era el jefe de los guardianes de la entrada de gondolin y muy importante era su misión, resguardar el secreto de la ubicación de la entrada al reino al mando de un grupo numeroso y fuerte. Un oscuro y húmedo túnel, cavado antaño por las aguas del rió; lleno de pasadizos y pequeñas grietas que daban a abismos sin fondo, un túnel que subía y bajaba por el interior de la montaña.

Telpëfinda esa noche, era el primer vigía casi en la puerta del túnel. Un olor a tierra húmeda se percibía en el aire y gloriosas luces explotaban sin previo aviso en los inalcanzables cielos, prediciendo tormenta. 

 Los guardias vigilaban desde posiciones ocultas en las profundidades oscuras de la caverna, con ojos agudos y penetrantes en medio de la oscuridad: tenían orden de matar a todo aquel que entrase dentro del túnel y si les era menester, deshacerse de aquellos que les acompañaran afuera.

Mas tarde, en esa noche oscura de tormenta, las aguas caían del cielo a borbotones y el viento aullaba furioso colándose por entre las rocas, dentro del túnel se arremolinaba en los rincones creando canciones con voces escalofriantes, pero hermosas a quien sabia interpretarles.

Telpëfinda estaba embelezado en aquellos sonidos que traían mensajes del lejano occidente, recordándole la felicidad de la cual había sido arrancado en su infancia; su mente vagaba por hermosos recuerdos que se manifestaban en brillantes figuras, que se deslizaban alegres en los oscuros recovecos de la cueva, danzando hermosas melodías; canciones en la lengua prohibida por el rey Singollo, se agolpaban en los oídos del guardián elfo, distrayéndolo de su obligación.

Una pequeña y oscura figura se deslizo silenciosamente dentro del túnel. Su respiración agitada se escuchaba claramente y sin embargo, Telpëfinda no le noto; un sonido metálico estallaba con cada paso de aquella sombra, mientras esta se adentraba más y más en la cueva. Un sonido como el olfateo de una bestia se oyó, y un extraño gruñido de enfado o repugnancia.

- elfos, aquí hay elfos. Debo volver y avisar. Un escondite de elfos o la entrada a uno más grande. Una gran recompensa me darán. - pronuncio con horrenda voz.

Telpëfinda volvió de su ensueño, pero ya era muy tarde; el orco (estaba seguro de que era uno), ya se había escabullido afuera y le seria imposible dispararle pues la lluvia desviaría el tiro. Se precipito en su persecución; por las palabras que logro oír le era claro que habían mas afuera y debía evitar a toda costa que se regara la ubicación de la entrada a la ciudad de gondolin. Las águilas guardianes serian de poca ayuda en una tormenta semejante.

Las enormes gotas de agua se estrellaban contra su cuerpo, pronto estuvo empapado por completo y corría con pies ligeros sobre la tierra enlodada apenas produciendo ruido, estaba decidido a matar a aquel ser antes de que comunicase su información a todo su grupo.

Pronto le vio, a unos doscientos metros o mas de distancia de la entrada de la cueva, enterrado medio cuerpo en una charca contra la pared de la montaña; el calzado metálico del orco le había entorpecido la huida y ayudado a su captura.

Telpëfinda se acerco por las espaldas del orco, pero no antes de que este le viese y lanzase un chillido estruendoso del miedo que sintió al ver a un imponente elfo, parado detrás suyo, con los ojos encendidos en llamas de odio hacia el repugnante ser, que se retorcía intentado escapar de una muerte segura. Telpëfinda desenvaino su fuerte espada, con un mango finamente adornado en oro y plata.

Degolló a la criatura maligna, la piel húmeda y resbaladiza apenas si permitió que el filo de la hoja cortase su carne; la sangre negra empezó a brotar y un olor nauseabundo con ella hasta que la vida se salio del cuerpo, dejando solo el cascaron frió y horrendo. Unas cuantas gotas le salpicaron la piel del dorso de la mano al elfo, pero fueron suficientes para que un ardor surgiese; ese orco era alimentado con veneno y este se había acumulado en su cuerpo como en las ranas. Telpëfinda se apresuro a lavarse en un temporal riachuelo que corría por las paredes de la falda de la montaña, temiendo efectos secundarios.

Los relámpagos explotaban cada tanto y un temblor se apoderaba de la tierra cuando el trueno se dejaba oír en la distancia, cientos de guijarros  rodaban por las laderas revueltos con agua.

Una centella especialmente intensa se vislumbro contra el cielo. Telpëfinda no se inmuto ante el estruendo pero si ante unas sombras que le rodeaban; cientos de ojos con un tenue brillo de odio estaban a su alrededor, lo habían acorralado contra la pared y muchas cimitarras orcas estaban desenvainadas ansiosas de probar sangre.

La lluvia comenzó a amainar, las gotitas se hicieron cada vez más ligeras hasta que solo chispeaba suavemente como si se caminase por entre una atmósfera de agua.
La tensión se podía sentir, solo se esperaba el movimiento próximo para que estallase la lucha. Los ojos agudos de Telpëfinda podían ver que eran más de una veintena a los que se tendría que enfrenar, si esa seria la hora de abandonar el mundo e irse a ser juzgado por Námo, estaba listo para enfrentarla con coraje.

Preparo su arco y apunto, una sola flecha atravesó gargantas, cabezas y finalizo en la cuenca de un ojo: un solo disparo y ya había acabado con cinco.

- ¡ELBERETH!- grito lanzándose a la lucha.

Sus flechas volaban por el aire, para terminar clavadas profundamente en el cuello de un gran orco;  la sangre negra salía de la herida, mientras inundaba por igual la asquerosa boca del ser y los ojos verdosos, que en un principio mirasen con odio; se apagaban como la llama de una débil vela ante un fuerte viento.

La espada era blandida con furia, con cada golpe tajaba sin dificultad a varios enemigos, cercenaba a uno y degollaba a otro. Aquella sangre impura mancillaba el suelo, mientras brotaba sin demora de las heridas de los orcos.

Un clamor  de horrorosas y distintas voces orcas inundó de ecos los alrededores, mientras varios de esos despreciables seres caían al suelo muertos degollados, apuñalados, atravesados de lado a lado por flechas o noqueados por los golpes y patadas que daba el fiero guerrero.

Pronto se le vació el carcaj y la espada se atoro en el cuerpo de un gran trasgo al clavarse entre sus vértebras, sin embargo los enemigos no disminuían en número ni en energías y le atraparon aferrándosele uno a cada extremidad, clavándole los podridos dientes en la carne y jalándolo hacia el suelo por los plateados cabellos; inmovilizándolo bajo el peso de los cuerpos de más de una decena orcos apestosos y uno especialmente corpulento se le acerco llevando en la mano un barro que le unto en la cara, obligándole a tragar.

Era la sangre del orco que había sido degollado en un principio, la sangre envenenada combinada con lodo y el mundo se desvaneció en tinieblas para sus ojos."



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