Osgiliath 2003 (cap. 16-27 y final)

27 de Septiembre de 2008, a las 13:20 - Ricard
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16.
El fin de Gondor

Desde las seis de la mañana hasta las siete y media del día siguiente – treinta y siete horas en total – ocurrió lo que tanto habían anhelado, y por tanto tiempo, los poderes oscuros del Mundo: Gondor, tal y como se entendía o había permanecido hasta aquel entonces, dejó de existir…

Para tal efecto, no se habían necesitado hordas ingentes de un ejército enemigo que ya sólo campaban por las viejas crónicas, sino simplemente los propios ciudadanos de la capital. Como se solía decir, y se oyó mucho durante los días que siguieron a lo ocurrido, “el enemigo ya estaba en casa”; y si bien al principio tuvo el color de las bandas callejeras, pronto puso de manifiesto como la locura y la violencia eran una plaga que no hacía distinciones de clase, sexo o religión. 

Así, mientras los habitantes del corazón del país no se detenían en su frenesí destructivo, las instituciones del gobierno se detuvieron en un parón comparable al nacido de un choque entre dos trenes y que sumió al resto de ciudades en un estado de confusión y perplejidad crecientes al no recibir más noticias (ni directrices) del eje central de la política de una tierra que se enorgullecía de su gobierno centralista. 

Y, del mismo modo que había llegado ese caos, se fue tan repentinamente como había aparecido, acompañado por la tormenta que puso un telón de fondo a su discurrir.

Al día siguiente, los interrogantes y el misterio que suscitaba el acontecimiento permanecieron como los restos del naufragio después del paso de la ola destructora, junto a las ruinas humeantes de los ciento veinticinco incendios registrados (el más espectacular de todos el del “Circular Park”), los cadáveres de por lo menos ciento setenta y cinco personas (por no contabilizar a los heridos y desaparecidos) y el desconcierto y amnesia por lo ocurrido que parecía afectar a los supervivientes.

Para inspeccionar todas las piezas tan violentamente dispersadas de ese rompecabezas, las fuerzas y autoridades enviadas con urgencia a la capital de las otras dos grandes ciudades del territorio, Minas Tirith y Minas Ithil, se posicionaron enseguida y sólo por su tesón solitario aguantó Gondor todas y cada una de sus letras, junto a un contingente mandado al fin por los demás países aliados de Gondor, después de la indiferencia general de la que habían hecho gala en un principio, con los vecinos Rohan y el Cercano Harad a la cabeza, seguidos por Dunland y  la Confederación  de Repúblicas del Viejo Arnor.

El País Eterno, de este modo, resistió, negándose a morir y desaparecer sin más de la dilatada Historia de la Tierra  Media  y, como desvelándose de un mal sueño corto pero intenso, fue recuperándose con lentitud pero con brío. A pesar de eso, a la hora de encontrar las esquivas respuestas a aquellos interrogantes que habían quedado sembrados por toda la ciudad y – lo que era más importante para los cuerpos y fuerzas de seguridad desplazados a Osgiliath – las responsabilidades por lo ocurrido, éstas brillaban por su ausencia. 

Desde un primer momento, se intentó localizar a los posibles máximos dirigentes que pudieran hallarse aún en la ciudad para ver si podían dar algunas explicaciones, por pobres y fragmentadas que fueran éstas. Pero al no hallarse a ninguno en el seno de Osgiliath ni fuera de sus fronteras, se presupuso que todos habían muerto en el desplome de la “Torre de Cristal”… Nadie hubiese imaginado que, no sólo esa hipótesis era la correcta, sino que además, dichos dirigentes se encontraban muertos mucho tiempo antes de la destrucción del edificio.

Y, quizás, de todas esas desapariciones, la que más escoció a las autoridades supervivientes de la nación y a los que investigaban el suceso, fue la del mismísimo Senescal. Si bien su esposa embarazada fue encontrada en las calles de Osgiliath en un estado bastante deplorable, tanto al noveno gobernante de  la República  como a su hijo mayor, Denethor, pareció que se los hubiera tragado la tierra; hecho que perturbaba en verdad no sólo a los políticos, sino a todos los gondorianos de a pie, por la incertidumbre que planeaba para el futuro de la patria. Solamente algunos días más tarde, algún periodista jocoso se atrevió a proponer que volviera de nuevo la monarquía para llenar el hueco de poder, cuyos escasos descendientes vivían, desde su abdicación forzada hacía años, un cómodo y discreto exilio en el Norte, en lo que antaño había sido conocido como “Rivendel”. Perpetuando la broma, en la calle no se tardó en hablarse de “El retorno del Rey otra vez”, aunque en aquel caso tendría que haberse hablado de una “Reina” (muy joven para unos y demasiado joven todavía para otros). De todas formas, las ideas del gobierno provisional para restaurar un nuevo poder recorrían otros derroteros… 

Otro con quien también les hubiera encantado tropezarse a esas improvisadas fuerzas vivas formadas por altos cargos de las ciudades de Minas Tirith, Minas Ithil y Pelargir era con el Primer Consejero de  la República , el igualmente volatilizado Ratala Ëarluin. Sobretodo por el hecho de que, en los pocos documentos secretos salvados del desastre de la “Torre de Cristal”, él aparecía como el máximo responsable e ideólogo de la creación del cuerpo de los “Dragones Azules” y, por lo que se desprendía de las investigaciones de campo que se efectuaron sobre dicho cuerpo justo después de la catástrofe, tenía que dar muchas respuestas. Los documentos donde se plasmaron dichos resultados fueron declarados de alto secreto y no salieron más que de un par de despachos para ir a parar a oscuros y olvidados archivos. Lo único que se filtró de ellos fueron los informes sobre la mala actuación del cuerpo a lo largo de los altercados y el hecho de que todos sus miembros habían muerto en las calles o en el derrumbamiento de la “Torre de Cristal”, donde, misteriosamente, estaba concentrado casi la mitad del cuerpo en el momento de la tragedia. Como nadie les echó de menos ni hubo familiares que reclamaran cuerpos, entierros o responsabilidades, tampoco trascendió el dato de que los restos de todos los “Dragones” fallecidos en las calles y los fragmentos recuperados de entre las ruinas de la “Torre” de sus compañeros fueron rápidamente retirados y llevados en convoy nocturno a las más lejanas instalaciones militares ubicadas en Mordor, para su estudio.

La realidad era que la gente, en aquellos momentos tan duros, necesitaba que le hablasen del futuro para escapar de ese presente tan horrible. Y si aquel futuro era esperanzador, la gente olvidaría más deprisa y arrimaría el hombro para llegar hasta él. Ocupado, pues, en trabajar lo más discretamente posible sobre el desastre para encontrar  la Verdad  y en apaciguar y apoyar al pueblo, el gobierno provisional, rozando la fina línea entre la demagogia y el cumplimiento veraz, prometió que al fin Gondor tendría una democracia digna de ese nombre que la ayudaría a resurgir de sus cenizas en su camino hacia el porvenir. Y, como los vigías de aquella “nueva Gondor”, el gobierno policéfalo de esos días que siguieron al día aseguró también que se alzarían en el solar que antaño ocupase la “Torre de Cristal”, no una, sino hasta tres torres, tan altas y esplendorosas como su antecesora.

Y, al igual que con todos los símbolos, a la construcción de las tres nuevas residencias del poder que hubiera de dirigir Gondor – y, por ende, una buena parte de  la Tierra  Media  – se le dio máxima importancia, creciendo la velocidad de su ejecución cada vez más con el devenir de las semanas; aunque aquí no faltaron ni fueron pocas las voces que acusaron al gobierno de intentar “hacer borrón y cuenta nueva” para demostrar a vecinos y enemigos la rapidez de reacción de Gondor, como quien esconde el polvo bajo la alfombra. Las otras cuchichearon, entre maliciosas risitas a media voz, que lo que se intentaba realmente era esconder o hacer desaparecer lo más rápido posible todo lo que se encontró bajo los restos de la “Torre de Cristal”, cuya naturaleza inquietante habría precipitado tal maniobra; por no hablar de la aureola “como de pesadilla” (sic) que, según como aseguraron varios voluntarios que ayudaron en las tareas para despejar la zona a varios medios de comunicación, se respiraba en el lugar.

Fuese como fuere, la proyección de las Tres Hermanas, como se las fue conociendo, fue despojada de cualquier secreto y pronto se supo que las tres, aun estando separadas, formarían entre todas la silueta de un gigantesco cilindro que recordaría la forma de las añejas torres de vigilancia de los castillos, estando vacío el espacio entre medio de ellas y en cuyo centro, en la base de las tres, se plantaría un jardín, el eje y rey del cual sería uno de los árboles del desaparecido jardín a la entrada de la “Torre de Cristal” que sobrevivió a la hecatombe (por no decir el único). Cada uno de los tres nuevos rascacielos recibió con prontitud, y nada más empezar las obras, un nombre. Así, la que apuntaba al Norte fue llamada “Torre de Ecthelion  2”  en honor a la más pequeña y antigua que todavía se conservaba en la ciudadela de Minas Tirith. A la del Sudoeste se le asignó el de “Torre de Imrahil”, en recuerdo del extraviado y último senescal del nuevo milenio; y en cuanto a la última, la que apuntaba al Sudeste, se le otorgó el de “Torre Kadar-lâi” (o “Torre de los Ciudadanos”).

Y, de la misma forma que las nuevas Torres, el ánimo de los osgiliathianos tuvo que partir de cero; o padeció, más bien, una reconstrucción. Esa nueva voluntad osciló todavía por aquel entonces, y quizás por ser los que con más pesar recordaban lo acontecido, entre el desconcierto, la consternación por lo ocurrido y el miedo a que algo parecido pudiera volver a suceder en Osgiliath o en cualquier otra ciudad de Gondor. No faltaron los que intentaron aprovecharse y manipular ese temor, proclamando que el problema y el origen de todo mal había tenido, y tenía, como causa a los inmigrantes, y que si no se seguían sus consejos (siempre eran sus consejos los únicos buenos y los que se tenían que seguir) no tardaría en repetirse una tragedia parecida o incluso peor. Pero tal vez los más ponzoñosos fueron también los charlatanes imbuidos de fiebre mística que aullaban por las calles, levantando sus voces por encima del gentío como si le hablaran al mismo cielo, que aquello era un castigo divino de Eru por los “pecados” (palabra difusa y nunca clarificada) de los habitantes de Osgiliath y que, si los demás gondorianos no hacían nada para frenar aquella “depravación” (otra de sus palabras preferidas e indefinidas en la que cabía de todo… o sólo lo que a ellos no les gustaba) pronto serían sus ciudades las castigadas.

Por fortuna, el sentimiento general de superación, de esperanza, enraizó y creció con más fuerza en los gondorianos bajo el brillante Sol del verano que comenzaba a despuntar que aquellas bravatas apocalípticas que se perdieron llevadas por el viento, el viento del cambio. Así, con la vista clavada en el futuro, pronto fueron recordados los tres meses que siguieron como el “Verano del Resurgimiento”, y aún por muchas generaciones después.

Eso no quiere decir que los gondorianos olvidaran enseguida y que, mucho menos, todas las heridas abiertas aquel seis de Mayo se hubieran cerrado con facilidad… 

 

 

  

  

  

  

 

… Ya que, como para que el laberinto de enigmas siguiera bien vivo para acosarlos, nadie en Osgiliath supo explicarse el origen de la plaga de cuervos que se instaló en la ciudad desde ese día seis de Mayo.

Como nacidos de la tormenta de aquel día, permanecieron en la ciudad durante todo el verano y algún mes más, convirtiéndose en oscuros y nuevos guardianes de la urbe; y a pesar de no causar casi alboroto y haber espantado a las más familiares palomas de plazas y edificios, traían a la mente de la gente la sensación de hallarse ante el pelotón de carroñeros que habría de limpiar de restos a una ciudad condenada.   

         

  



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