La doncella de Isengard

27 de Septiembre de 2008, a las 14:01 - Haruka Stargazer
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CAPITULO II

EL HOBBIT Y LA MAGA AZUL

"Era joven y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío y los brazos blancos y el rostro claro eran tersos y sin defecto y la luz de las estrellas le brillara en los ojos, grises como una noche sin nubes, había en ella verdadera majestad, y la mirada revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años..."

Habían dejado atrás Rivendel y se encontraban ahora en el bosque de Avallon.  Todo estaba en calma, una calma inquietante y cargada de malos presagios.  El silencio reinaba en la diáfana claridad del mediodía.  Pero Legolas no estaba tranquilo, había afilado sus oídos, y percibía un rumor siniestro en el aire como la cercanía de un ejército a punto de atacar.

En efecto, alguien se acercaba, no sólo los orcos estaban a punto de alcanzarlos; mas allá, un jinete misterioso venía en camino, montado en un corcel de azules reflejos que corría raudamente abriéndose paso entre la apremiante espesura del bosque.

Gandalf descansaba mientras Merry y Pippin relataban viejas anécdotas, Aragorn y Boromir recordaban su ciudad pensando en el lejano día que volverían a ella.  De pronto Legolas los vió; los orcos los habían seguido desde Rivendel siguiendo las  órdenes de Saruman, pronto se vieron rodeados por todas partes.  Aragorn, Legolas y Boromir se dispusieron a enfrentarlos para que los demás pudieran escapar.  Desafortunadamente esto no fue posible, el ataque coordinado de los orcos les impidió intentarlo siquiera, no había otra opción más que luchar.  Pippin y Merry no esperaron más y sintieron nacer en su corazón un furor desconocido y fueron contra sus enemigos aún cuando Gandalf trataba de detenerlos.  Sin darse cuenta Pippin se vió rodeado por los orcos, pero aún así no se dio por vencido defendiéndose con una inusitada valentía.  Sin embargo uno de ellos lo tomó desprevenido asestándole un violento golpe que lo hizo soltar la espada y quedar acorralado, Merry se volvió a mirar a su amigo:

- ¡Pippin! ¡Cuidado! -iba ya hacia su aterrorizado primo pero fue detenido por dos orcos goahul que no le permitieron avanzar más, pero afortunadamente Boromir estaba atento y fué en su ayuda.

Pippin creía que su hora había llegado cuando un orco arrojó con gran furia su espada hacia él, cerró los ojos fuertemente ante la mirada atónita de Merry.  Y allí inmerso en la oscuridad de la incertidumbre, envuelto en un silencio que parecía eterno esperó.  Pero algo ocurrió, el goahul fué derribado por un extraño jinete que surgió de repente sin ser advertido por nadie, dió muerte también a los demás orcos que se aproximaron con la inequívoca intención de derribarlo.

Cuando el hobbit abrió los ojos intrigado por la certeza de que seguía con vida pudo ver al extraño vestido de azul y aunque no conseguía  verle el rostro se sintió sobrecogido por una repentina sensación.  Había algo en él que le despertó una fascinación instantánea y un vago temor; más aún cuando el desconocido se acercó y lo levantó bruscamente del suelo sin darle tiempo de reaccionar.  El jinete se dió a la fuga llevándose consigo a Pippin siendo perseguido por un grupo de enfurecidos orcos, uno de ellos lanzó un grito aterrador como dando aviso a los que se encontraban mas adelante.  Los últimos goahul se perdieron en la densa espesura del bosque al verse derrotados.

Cabizbajo y echando de menos a su primo, Merry se culpaba a sí mismo por lo ocurrido y le preocupaba la suerte de Pippin. Gandalf se acercó:

- Lo encontraremos, después de todo, no puede haber ido muy lejos.

El jinete avanzaba rápidamente, el hobbit no entendía lo que estaba ocurriendo.  Al llegar aun claro del bosque el corcel se detuvo, ¿acaso pensaba regresar?, parecía haber perdido el rastro de sus enemigos, cuando sorpresivamente los orcos emergieron del bosque cerrándole el paso.  El jinete misterioso se vió completamente rodeado y tuvo que retroceder hasta quedar de espaldas a una gruta, entonces ocurrió.  Se volvió hacia ellos y los miró fijamente, en un segundo que parecía una eternidad los goahul apuntaron sus flechas dispuestos a disparar.

Un profundo silencio surgió de pronto y el asustado hobbit pudo divisar, casi sin poder creerlo, el resplandor de una muralla transparente que surgió de la nada entre ellos y los orcos al conjuro de la voz melodiosa de una mujer que pronunció una frase ininteligible al mismo tiempo que las flechas salieron raudas y ávidas de alcanzarlos.  Aunque el temor lo envolvía una vez más permaneció con la mirada fija hacia el frente y pudo ver las flechas aproximarse hacia ellos con un impulso irrefrenable.  Pero fueron inesperadamente repelidas por una pared invisible que las devolvió en sentido contrario atravesando a aquellos que las habían lanzado.

Ninguno de ellos quedo en pie, Pippin estaba maravillado por lo ocurrido ¿acaso fué su imaginación? pensó por un momento.  Nunca había visto algo parecido.  La muralla se desvaneció ante sus ojos dejando brillantes destellos de polvo dorado a su alrededor y el silencio recorrió el bosque, un silencio que sólo fue interrumpido por las palabras casi imperceptibles de la doncella:

- Eso fue todo.  Ya el peligro pasó…

Sólo así Pippin se dió cuenta que el jinete misterioso era en realidad una mujer, una hechicera, pero aún no entendía porque le había salvado la vida.

Continuaron a través del bosque lentamente.  El joven se preguntaba quien sería ella, su cercanía lo turbaba, sentía que su corazón latía mas fuerte a cada momento, pero no podía articular palabra alguna, el miedo lo tenia casi paralizado.  Se detuvieron cerca a un manantial.  La doncella bajó del caballo.  Sólo entonces Pippin pudo verla.  Bajo el manto azul se notaba su cabello rojizo, el rostro terso enmarcado por dos ojos del color del ámbar, su esbelta figura, sus delgadas y gráciles manos acariciando al corcel que bebía ávidamente del cristalino estanque y su sonrisa casi infantil que iluminaba su cara.  De pronto la doncella levantó la vista hacia el hobbit y lo miró fijamente, Pippin se sintió avergonzado por la sensación de que ella se había dado cuenta que la estaba mirando y se ruborizo súbitamente.

- Será mejor que busquemos un lugar donde dormir, pronto va a anochecer -le dijo ella con una voz que mas parecía un susurro.

Caminaba en silencio al lado de la doncella quien llevaba al corcel por las riendas, ya no sentía ningún miedo, tal  vez algo de inquietud y por fin se decidió a preguntarle quien era.  Pippin se detuvo de pronto, la doncella se volvió hacia él intrigada:

- ¿Qué sucede?

- Aun no me ha dicho su nombre, mi señora… - preguntó el hobbit con voz trémula.

Ella lo miró sonriente y el hobbit se sintió de nuevo cautivado por su apariencia espectral y su aura de ensueño; una hechicera pensó, no era para menos.

- Mi nombre es Milerna, pero todos me conocen como la Bruja Azul.

Había una gran gruta al lado del camino, de espaldas a una escarpada colina, la usarían como refugio para protegerse de la noche y el frío.  Pippin sintió un silencio opresivo, no se atrevía a hablar y solamente se limitaba a seguir a Milerna; quien adelantándose se adentró en la gruta mientras el hobbit sujetaba por las riendas al manso corcel, tan sólo por precaución pues Rayo Azul no se separaría de su dueña por nada del mundo.

- ¡Entra! -le dijo la joven- Nos quedaremos aquí hasta el amanecer, a primera hora retomaremos el camino.

El hobbit se sobresaltó al escuchar su voz, bajó la mirada para no tropezar con los ojos de ella, tan profundos y misteriosos que parecían atravesar el alma de quien los veía fijamente.  Aquella muchacha irradiaba una calidez especial y cautivaba con su sola presencia, pensó que debía ser una princesa, por la gracia y elegancia con que se movía y hablaba, y sus ademanes investidos de una autoridad legítima.

Su sereno rostro transmitía tanta paz, era tan bella, pensó, tan encantadora, pero se sobrepuso al instante apenado por el rumbo que habían tomado sus pensamientos.

Dentro de la gruta no se sentía el frío de la noche; había un manantial subterráneo cuyas cristalinas aguas se escurrían entre las piedras.  Milerna juntó algunas ramas para hacer una fogata:

- Yo me encargaré mi señora -se apresuró a decir el hobbit- déjeme a mí hacer el trabajo duro.

Se disponía ya a golpear dos guijarros para encenderla, pero ella se acercó y tomó sus pequeñas manos deteniéndolo.  Pippin la miró intrigado, ella movió la cabeza y miró fijamente las secas ramas apiladas.  Su mirada se hizo más profunda, al asustado hobbit le pareció que destellaban por momentos aquellos ojos del color del topacio; hasta que ocurrió: una chispa brotó inesperadamente de las ramas y la hoguera se prendió por sí sola.  Pippin se asustó tanto que cayó de espaldas; pero se sobrepuso de inmediato, recordó que ella era una hechicera y sonrió algo apenado por su propia torpeza.

Milerna permanecía sentada cerca del manantial, el hobbit la observaba fingiendo dormir, parecía una sombra azul en la penumbra de la noche.  Su tez blanca resplandecía a la tenue luz  de la hoguera y le daba una apariencia casi fantasmal, se había quitado el manto y Pippin pudo ver su cabello largo, rojo y sedoso cayendo sobre sus blancos hombros descubiertos.  Miraba fijamente la caída del agua cristalina y fresca, el hobbit había notado una tristeza misteriosa en sus ojos y se preguntaba qué motivos secretos podían conturbar así el alma de una muchacha tan joven.

- Duérmete ya, pequeño hobbit -le dijo ella con la voz apagada- No pensarás pasar la noche en vela, aprovecha ahora que todo está en calma, porque llegará el día en que hasta el sueño huirá de tus ojos.

Pippin no entendió lo que ella quiso decir pero obedeció y cerró los ojos.  El sonido de la lluvia se escuchaba levemente y se confundía por momentos con el fluir incesante del manantial.  Agotado por el cansancio Pippin se quedó dormido y sus pensamientos huyeron a lugares lejanos.

Milerna se acercó a él y lo cubrió con una manta, le pareció tan frágil, tan desvalido, pero ella sabía que aquella era una raza misteriosa cuya fuerza parecía provenir más que todo de su corazón.  Pensó que fué el destino quien hizo que aquel hobbit se cruzara en su camino, el destino una vez más, que escribía su historia lentamente como el agua que goteaba de aquel manantial.

El amanecer lo sorprendió con su resplandeciente claridad, no recordaba cuando se había dormido pero fue un sueño reparador y tranquilo.  Se incorporó lentamente y miró alrededor pero ella no estaba, la buscó con la mirada temiendo que lo hubiera abandonado.  Se levantó al instante y se asomó a la salida.  Suspiró aliviado, Milerna estaba de espaldas con el largo y azul manto cubriendo su cabeza, miraba el cielo claro y límpido cuyo azul parecía reflejarse en sus largas vestiduras que resplandecían con la luz del amanecer.  La joven se volvió hacia él:

- Es hora de irnos, el viento es suave y el cielo está despejado. ¿Estás listo?

El hobbit asintió sonriendo.

Avanzaban muy lentamente en silencio, muy cerca de ella el hobbit sintió el recóndito hálito a lavanda que la envolvía.  Era una fragancia tan sutil, casi enervante que penetraba en sus pulmones y avivaba sus recuerdos más gratos; pensó que la muchacha debía tener casi la misma edad que él y entonces un calor inesperado subió hasta su rostro que debía estar en ese instante más rojo que la grana.  Esperó a que pasara el rubor de sus orejas y temiendo que ella notara su turbación se atrevió a preguntar:

- ¿Adónde iremos mi señora Milerna?, ¿volveremos al lugar donde me encontró?

- Sería contraproducente regresar al mismo lugar, tus compañeros deben estar buscándote.  Recuerda que nos desviamos un poco del camino; pero no te preocupes, con algo de suerte los encontraremos.

Rayo Azul emprendió un raudo galope a través de la inmensa llanura hacia el bosque de Avallon nuevamente.



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