La Soledad en la Tormenta

01 de Noviembre de 2011, a las 09:39 - Rossewen
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Capitulo 4: El infierno de hielo

Lo que estaba pasando era un error, ella lo había visto y dejó que se cometiera, no creía que aunque saliera viva de la tormenta que se estaba librando en alta mar jamas se libraría del dolor de esa culpa.
—¡¿Qué haces pitya?!—le gritó Findekáno—¡Vamos, hay que subir a los barcos!

Cuando se desbloqueó solo pudo notar que estaba subida en uno de los barcos, Findekáno prácticamente la había arrastrado mientras ella había permanecido inmóvil en el medio de aquella batalla, delante estaba sentada Irissë que le miraba con tristeza, pues sabía que había sido amiga de sus hermanos y la imagen que se había presenciado horas atrás era realmente espantosa.

A su lado estaba la pequeña Itarillë, la pobre era mucho más joven que ella y poco entendía de lo ocurrido, Elenwë, su madre, tenía el largo brazo blanco sobre los hombros de su hija, los ojos celestes le brillaban de desconcierto, tal vez porque había sido la única su pueblo que se había revelado ante los Poderes de Arda.

Se sentía fuera de lugar, sabía perfectamente que su primo la había sacado de Alqualondë para salvarla pero hubiera preferido mil veces morir en la cuidad, aunque sea tratando de ayudar a alguien, que estar en un barco que se había conseguido a costa de la muerte.

No quería abrir los ojos porque sabía que si los abría solo vería las miradas de las gentes de su tío, se sentía completamente fuera de lugar. Cuando alzó la vista divisó a los remeros, luchando contra la fuerza de las olas, Turukáno, que estaba en el banco frente al suyo, le observaba fríamente, como si temiera que les hiciera algo a su familia, desvió los ojos y miró a la pared del barco.

La nave se movía con violencia, rezaba porque Nerwen estuviera bien, ya que no la veía entre la gente, seguramente estaba en otro barco. En su mente apareció una imagen: tierras heladas quebrándose como el vidrio y dos personas de cabellos dorados cayendo en las aguas congeladas junto con un hombre al que no pudo verle la cara.

Apretó los puños tan fuertemente que se habría cortado las palmas si no hubiera estado usando guantes. Su madre le había hablado de ellas, también Artanis y su señora Estë, que las visiones no siempre eran agradables pero en su caso solo veía tragedia tras tragedia.
Cuando en su mente vino el nombre de Estë se preguntó que habría dicho ella al ver a una de sus discípulas participando en un conflicto de ese tipo, aunque no le allá hecho daño a nadie... ya no había marcha atrás.

Los barcos pararon y Mírëndis junto con los demás pasajeros bajaron, escuchó decir que muchos habían muerto en la tormenta y que no alcanzaban los navíos para trasportar tanta gente, acamparían para deliberar habían dicho.

Buscó a los demás, Artanis le abrazó aliviada de que estuviera a salvo pero su mirada era sobria por haber presenciado el asesinato del pueblo de su madre y más siendo Fëanáro, el padre de Mírëndis, el primero en cargar contra los Teleri. Hicieron tiendas, las huestes Fëanorianas estaban en un lado más apartado, cerca de los barcos.

De pronto la tierra tembló y una súbita sombra calló sobre los Noldor, una voz fuerte, alta y solemne, pronunció las palabras que se quedarían grabadas en su mente y en su corazón para siempre.

——Lágrimas innumerables derramaréis; y los Valar cercaran Valinor contra vosotros, y os dejarán fuera, de modo que ni siquiera el eco de vuestro lamento pasará por sobre las montañas. Sobre la Casa de Fëanáro la cólera de los Valar cae desde el Occidente hasta el extremo Oriente, y sobre todos los que los sigan caerá del mismo modo. El juramento los impulsará, pero también los mismos tesoros que han jurado perseguir. A mal fin llegará todo lo que empiecen bien; y esto acontecerá por la traición del hermano al hermano, y por el temor a la traición. Serán para siempre los Desposeídos.

“Habéis vertido la sangre de vuestros parientes con injusticia y habéis manchado la tierra de Aman. Por la sangre devolveréis sangre y más allá de Aman moraréis a la sombra de la Muerte. Porque aunque Eru os destinó a no morir en Eä, y ninguna enfermedad puede alcanzaros, podéis ser asesinados, y asesinados seréis: por espada y por tormento y por dolor; y vuestro espíritu sin morada se presentará entonces ante Mandos. Allí moraréis durante un tiempo muy largo, y añoraréis vuestro cuerpo, y encontraréis escasa piedad, aunque todos los que habéis asesinado nieguen por vosotros. Y a aquellos que resistan en la Tierra Media y no comparezcan ante Mandos, el mundo los fatigará como si los agobiara un gran peso, y serán como sombras de arrepentimiento antes que aparezca la raza más joven. Los Valar han hablado.

Las palabras de su padre al escuchar la maldición le llenaron de rabia, no se acerco ni una sola vez a ellos, esa noche contempló como Arafinwë se despedía tristemente de sus hijos y como Nolofinwë estaba más serio y frío cada vez pero nadie la veía a ella, oculta en su capucha, invisible.

Se sentaron al rededor de una pequeña fogata, todos miraban el fuego pensativos y sin hablar sin embargo una voz dulce e infantil preguntó:

—Amme ¿y ahora que pasará?—la dulce Itarillë observaba triste a su madre.
—No lo sé, mi pequeña—susurró Elenwë abrazándola.
—¿En qué estaba pensando Fëanáro cuando hizo esto?—Aikanár lanzaba con rabia una rama a la hoguera, refulgente como sus duros cabellos.
—En los Silmarils ¿en que otra cosa sino? El muy egoísta, ni siquiera pensó en su hija, sabiendo que estaba con nosotros—siseó Angamaitë mirando hacia donde estaba la amiga de su hermana, sentada a espaldas de ellos, bastantes pasos lejos.
—¡Angamaitë!—le reprendió Artanis, giró los ojos hacia Rómeniel, quien se había levantado bruscamente caminando hacia la pequeña tienda en donde dormía.
Todo estaba silencioso, esperaba ir rápido llevarse a la chica e ir con su padre antes de se marcharan con los barcos, se deslizó silencioso por el campamento, evitando que los guardias lo vieran lo menos que necesitaba ahora era que le acusaran de tratar de atacar a Nolofinwë.
La pequeña carpa era la más alejada y diminuta de todas, cuando entró solo vio una sombra verde oscura iluminada por la luz tenue de una vela, supuso que estaba dormida, se paró adelante de ella , pero al cabo de un segundo sintió el frío del acero en su cuello y dos ojos brillantes le miraban con una espantosa frialdad.

—¿Qué haces aquí?—preguntó mordaz, Makalaurë se sorprendió no solo por el tono de su hermana sino también por verla amenazándolo con su espada, siendo que la joven jamás levantaba un arma más que para entrenar.
—¡Áva carë, seler!—murmuró con un hilo de voz, Mírëndis le miró con ferocidad y bajó la espada arqueó una ceja casi en tono de burla.
—¿Crees que mataría a mí hermano?— le dijo y luego se apartó con rabia con los ojos cristalizados—¡¿Por qué lo hicieron, Cano?! ¿Por qué? ¡Simplemente no lo entiendo!

El bardo bajó la vista, no se enorgullecía de lo que había pasado esa noche pero Rómeniel tenía que entenderlo habían perdido a un ser muy querido y condenado a Arda a una era de oscuridad sin embargo ahí estaba aquella mujer de mirada dolorida y juzgadora, esperando su respuesta, en ella no reconocía a la pequeña niña que había crecido solo con su madre en la casa de Indis, parecía ser otra persona.
—Rómeniel—comenzó—tienes que saberlo, pitya, atto estaba más que furioso, como loco por no poder alcanzar al asesino del abuelo y cuando Olwë le negó los barcos ya fue el limite de su cordura ¡Oh mí amada hermana! Yo estoy aquí porque él me envió a buscarte, esta preocupado por ti, cree haberte visto subir a una de las naves con Findekáno pero no pudo localizarte entre las carpas más grandes.

La princesa se paró mirando pensativa la lona de su tienda, así que él estaba preocupado, después de lo que había visto no sabía si podría mirarle a la cara sin enfurecerse, se giró hacia Makalaurë tratando sin éxito se que sus ojos mostraran la misma calidez que antes.

—No iré contigo, Cano, me quedaré con Nolofinwë y sus gentes, no importa a donde nos conduzca el destino, estoy más que segura de que ellos ya no desean otra matanza—suspiró—pero no te alarmes jamás traicionaré a mí Casa, ni a mí familia siempre estaré a su disposición si me llaman sin embargo yo solo sirvo de sanadora en guerras contra El Enemigo o Morgoth, como ustedes lo llaman pero no contra nuestra propia raza.
—¡Pero no puedes quedarte aquí!—exclamó alarmado—Papá, mandará a buscarte y te llevará con nosotros aunque tenga que sacarte a rastras. Eres una princesa de la Casa de Fëanáro.

Ella se mantuvo impasible, le observó fijamente, pensó en su padre por unos instantes, solo le había visto por un corto tiempo, sabía por boca de muchos su carácter aunque por experiencia su madre le dijera que no creyera todo lo que decía la gente porque eso fue unas de las primeras causas alboroto en primer lugar, solo confiaba en Nerdanel para que le contara esas cosas y en sus hermanos por supuesto.
—Si, lo soy—dijo—jamás dejaré de serlo pero no quiero participar en cualquier barbarie que se haga por venganza o por culpa de esas joyas. Yo no estaba con ustedes, toron, no juré nada y quiero formar mí propia vida, aunque este tan cubierta con el Hado como ustedes.—Se acercó y le besó la mejilla—. Dile lo que quieras excepto que me encontraste aquí, puedes hablarle de que me escapé y que regresé a Tirion con amil o que morí durante el combate. Usa tú imaginación.
Se despidieron, Makalaurë trató de convencerla por segunda vez pero solo recibió una mueca de parte de la joven, algo parecido a un gruñido con una sonrisa un gesto heredado de su amme.
Regresó a donde estaban instaladas las huestes de su padre preguntándose una y mil veces si se tragaría la mentira que le propuso su hermana. Cuando se encontró cerca notó que no había tiendas y que la mayoría de las gentes estaban reunidas en un semicírculo.

Fëanáro, le miro extrañado al verle llegar solo se sorprendió, observó a su hijo mayor nervioso y arqueó una ceja.
—No has traído a tú hermana— . No era una pregunta, era una simple afirmación, le corrió una gota de sudor por la frente, mentirle era más difícil de lo que había imaginado.
—Ella no estaba ahí, Atar, no subió a los barcos, escapó y se marchó de nuevo hacia Tirion.

Su padre entornó los ojos sospechando, les había contado a los demás hermanos sobre Mírëndis, aunque había costado convencerlos, no entendía porque su hija no los había seguido, en ella vio aquel entusiasmo que el mismo tenía, el deseo de conocer Endor.
Pero él no dijo nada miró hacia los barcos y entornó los ojos, suspiró largamente, pensando por última vez en Nerdanel.
—Bien, si mí hija quiere quedarse en Aman que así sea—sentenció fríamente, luego se giró hacia sus gentes—¡Todos a los barcos, no hagan ruido y muévanse rápido, tenemos que alcanzar a Morgoth!
Y así en silencio subieron a las naves, solo eran tripulantes los que habían luchado en la batalla de los Puertos, el viento sopló con agresividad haciéndolos navegar con rapidez hacía la Tierra Media.
Makalaurë sentía un gran peso en el corazón, no sabía que cosa le pasaría a Rómeniel en ese lugar, solo rezaba que llagaran pronto y que los barcos regresaran para recoger a los demás.

Desembarcaron en la desembocadura de Drengist que se adelantaba a Dor-lómin pero cuando terminaron de descargar todo Maitimo se acercó al Rey, pensando en su amigo y primo Findekáno a quien no había visto desde que las mentiras del Enemigo y le habló diciendo:
—Ahora, ¿de qué barcos y remeros dispondrás para la vuelta y a quién traerán de allí primero? ¿A Findekáno el Valiente?

Entonces Fëanáro rió con malignidad y replicó gritando, con los ojos ardiéndoles de fuego:
—¡Ningún barco y ningún remero!—exclamó—Lo que he dejado atrás no lo considero una pérdida; ha sido una carga innecesaria en el camino. ¡Que quienes han maldecido mí nombre lo maldigan aún, y que sus plañidos les abran el camino de vuelta a las jaulas de los Valar, al igual que con mí hija! ¡Que se quemen las naves!

Entonces Maitimo se apartó apenado y Canafinwë, que sostenía una antorcha, observaba a su padre con horror, el Espíritu de Fuego le quitó la antorcha de la mano y la arrojó hacía las bellas naves ya ardientes en las llamas.

En Araman aquellos que se quedaron al pie de los hielos del Helcaraxë vieron la gran columna de humo entonces supieron que los habían traicionado. Nolofinwë apretó los puños, maldiciendo por lo bajo.
Mírëndis sintió una puntada en el pecho y de nuevo frente a ella apareció una imagen: su padre rodeado por sus siete hermanos, herido de muerte, sus ojos se movían hacia cada uno de sus vástagos, por un instante pareció que aquellas orbes metálicas le miraron a ella, luego un fuego corrió al rededor de Fëanáro y se consumió dejando cenizas en su lugar.
A pesar de lo que estaba viendo en aquel momento, a pesar de que su padre había dirigido aquella matanza dos largas lagrimas se deslizaron por sus mejillas, una terrible tristeza la invadió y bajo la mirada despidiéndose mentalmente de su progenitor y rezando porque su ardiente alma tuviera algún día descanso.

—¡Él nos ha traicionado!—bramó Turukáno con rabia, Irissë le tomó del hombro dulcemente.
—¿Qué vamos a hacer ahora, mi Señor?—preguntó uno de los capitanes de Nolofinwë alarmado, el Rey se giró hacia su pueblo, él era alto de cabellos oscuro y las ropas azules y plateadas resplandecieron en la penumbra .
—¡Mí pueblo, tenemos opciones, si quieren elegir pueden volver y someterse al juicio de los Valar sin embargo nadie más que yo en este momento quiere llegar a Endor!

Solo por unos minutos los Elfos reflexionaron, aceptando finamente que seguirían a su monarca a donde quiera que los llevara. Pero un Elda de alta talla, corpulento y con mirada iracunda se plantó frente a Nolofinwë, haciendo una respetuosa reverencia ante él aunque sus palabras parecían ser escupidas con despreció.

—Mi Señor, ¿no creé usted que deberíamos deshacernos de la carga antes de que nos haga perecer?—comenzó el Elfo observando fríamente por un instante a la Aranel Rómeniel, quien estaba ayudando a Irimë a cargar unas mantas sin percatarse de su presencia.
—Explicate bien, Sarwë hijo de Nármacil, no entiendo de carga estas refiriéndote, en mis huestes en este momento solo hay amigos, parientes y súbditos—repuso el monarca con confusión.

Entonces Sarwë montó en cólera y aunque no levanto la voz señalo a la joven de cabellos de cuervo, su padre, Námarcil había sido competencia de Fëanáro mientras eran aprendices en las forjas de Mahtan tanto por el trabajo en los metales como por el amor de Nerdanel pero ella jamás le quiso pues sabía que solo la miraba por la posición de su padre ante Aulë. Aun así eso le importaba poco a Nármacil pues era demasiado cabeza dura y se había convencido de que el hijo de Finwë y todos sus descendientes eran unos arrogantes que solo llevarían a la destrucción a los Noldor.

—¡Me refiero, mi Señor!—comenzó furioso—. A aquella que lleva la sangre de quien nos ha traicionado, si mantiene a esa mujer con nosotros solo nos traicionara a medio camino igual que su padre. Finge dulzura y amistad con la Aranel Altáriel pero ¿no cree usted ella tiene otras intenciones?—insinuó, sin darse cuenta de que la susodicha estaba detrás de él.
—¿Y no creé usted que si va a hablar mal de mí frente a mí tío debería hacerlo delante mio?—preguntó la dulce voz de la joven, más helada que los hielos del lugar.

Sarwë se quedó frío ante la joven, aquella mirada plateada y desafiante pero no se dejo intimidar aunque iba a hablar nuevamente Nolofinwë le interrumpió con un gesto de mano.
—Dime, Mírëndis Rómeniel ¿por qué razón tú te embarcaste en esta empresa? ¿por qué no seguiste a tú padre?—interrogó dirigiéndose a su sobrina, ella entornó los ojos.
—¿Por qué usted, mi Señor, me pregunta eso?—dijo con confusión—¿Acaso usted no vio a su hijo subirme a los navíos?

En sus palabras no había ninguna falsedad, el Rey la contempló largamente, no conocía a Míriel así que en sus rasgos solo veía a su medio-hermano, exceptuando por su mirada que era parecida a la de Nerdanel.
—No te estoy acusando, pequeña pero tú no has seguido a quien se supone que le debes lealtad y Fëanáro ha demostrado su traición dejándonos en Araman. Lo que Sarwë quiere decir...
—Es que yo también los traicionaré—terminó la joven—¿y eso creé de mi? Yo no traiciono, tío, el que allá venido con ustedes fue porque su hijo me salvó de morir en los Puertos y por mí deseo de ver Endor, no necesito traicionar para cumplir mis ambiciones, ni a usted ni a mí Atar.

Al decir esto se alejó, regresando con las mujeres, en el rostro de Nolofinwë se alzó una diminuta sonrisa, si algo había sacado esa niña de su padre además de la apariencia era el don con las palabras, aunque las de la Elfa fueran por expresar más la verdad que un deseo. Sarwë se marchó del lado del monarca refunfuñando, esa Fëanoriana traería problemas lo presentía.

Unas horas después de organizarse comenzaron un avance lento y pesado, el frío era insoportable y ellos no iban tan bien equipados como para soportar tan bajas temperaturas.
Al frente iba Nolofinwë, más atrás sus hijos y sobrinos, repartidos para guiar a la gente y que nadie se quedara atrás.
Mírëndis se se apretó en capa verde su madre, a pesar de que las ropas era abrigadas el frío no se iba se su cuerpo ni la sensación de incertidumbre de su corazón.

Cuando estaban a un mes de viaje un espantoso ruido se escuchó desde el fondo de la tierra, todo ocurrió con lentitud para su vista como si estuviera viéndolo en un sueño.

El hielo se rompió...

—¡Amme!—el grito de su pequeña sobrina la trajo de nuevo a la realidad.

La pequeña Itarillë y su madre, junto con muchas otras personas habían caído al agua, Turukáno entró al agua para sacarlas, pero el maldito Helcaraxë parecía no saciarse de las muertes y los témpanos caían haciendo más difícil que los Elfos pudieran escapar.

Su visión...

¿Qué era lo que debía hacer? ¿Dejar pasar las tragedias que veía o tratar de evitarlas?
No pasaron ni diez segundos para que ella se decidiera, corrió hacía el pequeño lago que había formado la ruptura con todo la fuerza que su piernas le daban, divisó a su primo nadando con la niña en el hombro y a la pobre Elenwë que estaba tan azul y que marchita apenas podía sostenerse de la mano de su marido.

Turukáno llegó a la grieta sorprendido de ver ahí a la hija de Fëanáro pero no rechazó su ayuda ya que estaban en una situación critica. El joven príncipe se espantó al no sentir la fina mano de su mujer cuando se giró vio que Elenwë se hundía con lentitud, sus ojos estaban cerrados.
—¡Elenwë!—gritó.

Trató de pesarle la niña a Mírëndis para volver por su esposa pero la sanadora no era idiota el rostro del Eldar estaba pálido y sus labios azules... se escuchó otro crujido... el hielo volvería a romperse , sabiendo que tal vez se arrepentiría de eso la Aranel rodeó con un brazo la cintura de Turukáno y con el otro tomó la espalada del abrigo de Itarillë, los arrastró hacía atrás, el tempanó se desgarró y se dobló, una puá se levantó hacía arriba, haciéndole una horrible cortada en brazo derecho pero ella no los soltó a ninguno de los dos.
Casi los arrojó lejos de ella, Findekáno e Irissë vinieron corriendo la Blanca Dama de los Noldor abrazó a su hermano desesperada, viendo la sangre que había manchado sus ropas mientras que Findekáno cubrió con su capa la Itarillë que temblaba de frío.

—¡¿Estas herido?!—casi gritó la pelinegra, pero él negó con la cabeza.
—No es mía—dijo él con voz vacía mirando unos cuantos pasos a su costado.

La joven Elda se levantaba a duras penas, aquella puá le había desgarrado la túnica y hecho un profundo corte en su brazo que sangraba con avives.

Lo ultimo que vio antes de caer inconsciente fueron los grandes ojos azules de Itarillë, observándole con esa inocencia dulce que ella ya no poseía.



Notas:

¡Áva carë, seler!: ¡No lo hagas, hermana!
Toron: Hermano
Sarwë: Piedra; personaje de mí creación y alguien que va a ser bastante molesto en esta historia.



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