Relatos de Anderian: Viaje de un heredero

17 de Octubre de 2012, a las 11:28 - Órewen
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13. En la roca firme

 

Había descendido por parajes que sólo él conocía a la perfección, descendió hasta la llanura que se encontraba con las siete colinas pero no se detuvo ahí, continuó hasta cruzar el rústico puente que atravesaba el Naequil pues su intención era llegar al Haephel. Ya estando a la orilla del río dio media vuelta y, con un rostro serio y meditativo, contempló la belleza de su reino; el día menguaba a cada instante y el cielo se tornaba de muchos colores, era una vista muy agradable a las pupilas, todo tan lleno de color y, consecuentemente de vida; Balfilias parecía estar en completa calma y armonía, una imagen casi perfecta, o al menos eso es lo que pasaba por su mente, la cual comenzó a divagar recordando momentos de su vida.


Lo primero que recordó fueron sus vivencias cuando era un joven príncipe, las aventuras que imaginaba de pequeño y cómo estas cambiaban conforme él crecía, al igual que sus deberes y educación; pero un día en especial llegó de repente, la imagen en su mente era tan vívida como si la estuviese volviendo a vivir, daba inicio cuando despertaba ansioso por empezar un nuevo día pero por el rabillo del ojo vio que algo atravesaba su ventana y eso, sin duda atrajo su atención. Sintiéndose curioso y emocionado a la vez por la repentina aventura que se le presentaba, quiso averiguar por sí mismo lo que aconteció, la dirección del trayecto y su intuición le dictaban que debía ir hacia el jardín y así fue que con paso sigiloso se aventuró a develar ese misterioso suceso, primero salió de su habitación y posteriormente de su hogar, todo con cuidado y rapidez.


No recordó mucho de su trayecto, pues en ese momento fue una parte irrelevante para él ya que lo único que importaba era su objetivo en mente; llegando al jardín, se topó con una mezcla de frescas fragancias que embelesaban sus sentidos, una sensación exquisita por la que era conocido ese lugar. Los árboles otorgaban una sombra agradable y el ambiente era tibio, las flores resaltaban como puntos de muchos colores sobre el verde predominante y el viento mecía las copas, haciendo del sonido de las hojas un arrullo.


Hubiera permanecido ahí, disfrutando de las sensaciones y fragancias, pero su inquietud seguía latente y debía continuar. Más adelante el camino terminaba en un claro bien definido, con unas cuantas piedras en el centro que fungían como asientos; una de esas piedras estaba ocupada, la joven doncella tenía los ojos cerrados y una sonrisa se asomaba en su rostro, parecía disfrutar del lugar. Una ráfaga repentina jugó con sus largos cabellos castaños, ondearon al viento como un velo y cuando descendieron suavemente aquellos ojos se abrieron, el entonces joven príncipe quedó deslumbrado por la mirada que pudo apreciar en ese momento; después de aquél encuentro, en una noche clara, pudo observar que no era necesario levantar la vista hacia el cielo, pues podía ver perfectamente a las estrellas en esa mirada gris, la cual tiempo más tarde vio ese destello efímero que sólo se ve en la persona con quien compartiría la vida. Aquella joven doncella que conoció ese día, ha estado desde entonces a su lado.


Los ojos del rey Adanthir volvieron a la realidad del presente, seguía en las orillas del Haephel y sus aguas recorrían tranquilamente aquella trayectoria marcada por el paso del tiempo, el sonido que producían era un relajante natural que invitaba a la reflexión, justamente lo que estaba sucediendo con el monarca mientras el día moría y la noche reinaba los cielos iluminados por la palidez de la luna y las estrellas.


La brisa llevaba consigo pequeñísimas gotas de agua tan finas como un rocío, la cual llegó hasta su rostro como una fresca caricia. Eso le trajo recuerdos de una mañana tranquila y una llovizna fina, tanto él como su amada iban de paseo por los territorios del Aritrel; estaban acompañados por una pequeña escolta que, aunque en esa parte de Anderian sucedía apenas nada, eran cosas que uno debía acatar al pie de la letra. En las orillas del bosque escucharon un sonido estrepitoso, el cual los puso en alerta y un miembro de la escolta se ofreció a investigar el incidente, era sin duda un muchacho con valentía o fuere tal vez su interés por lo desconocido lo que le orilló a eso; armado con su báculo y portando su capa verde se aventuró hacia el lugar, los reyes y el resto de la escolta esperaron a recibir noticias de lo sucedido, pero el muchacho no regresó en un largo rato, haciendo que comenzaran a preocuparse y decidieran ir a buscarle.


En cuanto estaban realizando tal acción el muchacho apareció entre los árboles, cargaba en sus brazos a una joven Vannan que se encontraba herida de una pierna, les explicó que el ruido fue por su caída al tratar de alcanzar los frutos de los árboles, y que él se había encargado de limpiarle la herida además de empaparla con agua que llevaba consigo, sin duda agua del Ennua.


Le consintieron el llevarla hasta su hogar y en el camino se encontraron a dos hombres cabalgando en la llanura cercana al reino, uno de ellos supervisaba al otro en su manera de andar a caballo, ambos se detuvieron al ver la pequeña comitiva y fueron a saludarles, el aprendiz se presentó con el nombre de Táerhan, rey de Veleryon. Ése fue el momento en que se inició la amistad entre Adanthir y Táerhan. Esbozó una sonrisa al recordar los buenos momentos que compartieron él y su amigo Táerhan, pero esos buenos tiempos pasaron a ser parte de su memoria y del pasado, ya no habría más que eso.


Se lamentó que haya terminado así, alzó su vista hacia el cielo estrellado y la mirada gris volvió a su mente, tan fulminante como entristecida. Cayó de rodillas sin dejar de ver la cúpula celestial, un nudo se alojó en su garganta y su vista se nubló, podía darse cuenta de lo que había hecho hasta entonces, su actitud equivocada ante ciertas situaciones y cómo esto le llevó hasta donde se encontraba ahora. Supo que él no podría hacerlo solo, o que si lo hiciera le costaría mucho trabajo deshacerse de aquella semilla implantada en su corazón.


-Guíame-suplicó.


Esperó una señal del cielo, algo que le indicara que todo estaría bien y tendría una pronta solución, y deseó que todo fuera como antes, mucho antes de que ese sentimiento se alojase en su interior. Como una respuesta repentina una suave ráfaga de viento refrescó su rostro, secando parcialmente sus ojos humedecidos y sacudiendo delicadamente sus cabellos oscuros. Su mirada se cerró mientras disfrutaba del momento, sentía que sus cargas eran aligeradas y su espalda ya no pesaba por ello, su corazón se cubrió de un fuego renovador que consumía la aversión y le otorgaba otra oportunidad.


Algo en su interior hizo que abriera sus ojos y dirigiera su mirada hacia las orillas del Naequil, una figura diminuta permanecía ahí contemplando las aguas ya oscurecidas por la avanzada penumbra de la noche; se encontraba alejada de la luz de las lámparas situadas en el puente, sin embargo la silueta que formaba le resultaba familiar, eso le decía su corazonada.


Se incorporó lentamente y con paso constante pero un tanto inseguro se encaminó hacia el encuentro de aquella persona, mientras avanzaba la figurita se iba haciendo cada vez más grande y sus detalles se hacían notar; su vestido era verde y marrón el cual brillaba por el hilo dorado que le decoraba, su cabellera castaña se mecía al compás del viento, y su mirada estaba clavada en el flujo de agua frente a ella. En su andar buscaba las palabras con las cuales se dirigiría a ella, pero en cuanto la veía su mente se ponía en blanco y no había palabra por más que su mente intentara encontrar, no obstante siguió con la determinación de llegar hasta su lado.


Posó su mano sobre la baranda, deslizándola en lo que cruzaba el puente y a la mitad de su trayecto fue descubierto por ella, quien se levantó y se mantuvo inmóvil observándolo desde su sitio, no parecía estar asustada, él sabía bien de su espíritu fuerte por lo que no le sorprendió en absoluto. Continuó su trayecto con tranquilidad, pues el momento no ameritaba prontitud por su parte ni tampoco brusquedad, su rostro se mantuvo sereno y su mirada trataba de comunicar las emociones que estaba sintiendo, ella tampoco hizo algún movimiento sino que le esperó pacientemente; al acercarse más a ella volvió a ver el cielo en sus ojos, los cuales tenían una mirada tranquila y expectante a lo que pudiera suceder.


Finalmente y después de un camino que le pareció eterno, llegó hasta donde se encontraba ella, se detuvo para verla de frente y un silencio se hizo entre ellos, las palabras no emergían de sus bocas pero sí se podrían decir muchas cosas con sus miradas, él le enseñó que había vuelto a ser el mismo y que se sentía arrepentido de todo el daño que había provocado.


Ella no habló, sus labios permanecieron sellados y su cuerpo parecía una estatua; ese fue el momento más inquietante para él, el silencio sepulcral entre ellos lo asfixiaba con una sensación desagradable en su interior. En señal de respeto y arrepentimiento flexionó sus rodillas hasta tocar con ellas la tierra, agachó su cabeza pues no podía mantener por mucho la mirada hacia ella y cerró sus ojos, esperando que su acción le permitiera obtener el perdón que tanto anhelaba.


-Eldeinahm glaheri, searem ve wenyen aenissel. Elnéa ûlahmbal, inthíldeth. (Mi corazón ha encontrado la paz, me arrepiento de levantar la mano hacia tu persona. El cielo ya no está oculto, veo la luz de las estrellas.)


Una tibia mano se posó dulcemente sobre su hombro y luego otra, sintió una leve presión sobre de ellos y escuchó un golpe contra el suelo que fue sordo, después una respiración se situó cerca su rostro y tenía la sensación de que le observaba de frente. Sintió que una de esas manos se deslizaba por su brazo, abrió su mano para recibirla pero ésta no buscaba su mano; separando sus dedos enlazó su dedo anular con el de él, estrechándolo con fuerza. Y luego ella, por fin, habló:


-Aelahm mírphilum, emeldre kel abantha. (Estando en la roca firme, podremos con las tormentas más poderosas)-Aquella frase tuvo un efecto revitalizador en él, la cual fue terminada con un abrazo entre ellos dos. Miró hacia el cielo, agradecido por su retorno.



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