Relatos de Anderian: Viaje de un heredero

17 de Octubre de 2012, a las 11:28 - Órewen
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18. Inquietudes


Las palabras del rey Ellfhrinel lo hicieron considerar si podría manejar tanto poder, si el anillo habría hallado en él a quien tanto esperaba servir. Desde la mañana lo tenía puesto, por lo que ahora no sabía si lo que sentía era la influencia de Balasyr, pero extrañamente no le importaba tanto. Decidió finalmente averiguar hasta dónde podría controlarlo, hasta dónde su voluntad tendría poder sobre aquél aro metálico, quería conocer su límite.

― Deberías tener cuidado, haz caso a lo que dijo el rey ―le sugirió su amigo.

― Claro, lo haré. No te preocupes ―contestó, sin realmente tomar en cuenta el consejo. Vio que su amigo no parecía convencido, pero por alguna razón no dijo nada.

― ¿Sabes? Me pregunto si ellos se encuentran bien.

― ¿Tus padres?

― Así es. No tuve manera de saber cómo están, tampoco logré verlos. Espero verlos pronto ―dijo Marduk, se le veía decidido a no pensar en lo peor.

Guardaron silencio por un momento, dejaron que las llamas saltarinas frente a ellos atrajeran su atención. De pronto Argoreph se presentó ante ellos, ambos sólo se quedaron observándolo sin decir una palabra.

― Debemos practicar, para el momento de la batalla.

― De acuerdo ―contestó Marduk al momento de incorporarse. Volteó hacia donde se encontraba su amigo, esperando que realizara la misma acción que él.

Ílhan no tuvo más que ponerse de pie, así que lo hizo no con muchos ánimos. Esto debido a su creciente confianza al aro dorado que llevaba, con él no necesitaría de práctica ni lecciones. Al menos ésa era su manera de pensar. Desenvainó su espada, al igual que Marduk y Argoreph; esperó alguna instrucción sobre quién iniciaría.

― Entrenen ustedes dos ―fue lo que escucharon decir, buscaron con la mirada y se encontraron con la figura del príncipe Ossmeth. Él observaba a Argoreph y a Marduk, después se dirigió al heredero― Ílhan y yo entrenaremos.

Aquellos ojos color miel se enfocaron en torno a quien se encontraba enfrente, sus vestimentas eran en su mayoría como la noche y del mar profundo, y al fuego un hilo centelleaba como los rayos del sol. Nunca había visto a un Quelpheras antes, menos haber estado en batalla contra uno; pero su excesiva confianza, que crecía poco a poco, le decía que todo lo referente al duelo estaba visto, no habría algo nuevo que le pudiera aportar. Aguardó entonces a que el príncipe estuviera preparado, puesto que él ya se encontraba listo.

Lo vio directamente a los ojos y recordó aquello por lo cual son temidos, pero siguió manteniendo la mirada. En ese momento, al permanecer sus ojos observando los del príncipe, una sensación extraña le invadió. Le perturbó, pero la vista parcialmente nublada no le impidió enfocarse en la batalla; cerró fuertemente sus párpados y, con una ligera sacudida de cabeza, volvió a abrirlos. Se repuso rápidamente y sujetó su arma con ambas manos, adoptando una posición de defensa.

El príncipe Ossmeth se acercó a zancadas lo más que pudo, para así asestar su primer golpe. Por su parte, Ílhan estaba listo para bloquearle, aguardó e hizo lo esperado. Un fuerte choque entre las espadas se produjo. El heredero se encontraba consternado, no contaba con recibir un ataque poderoso pues de acuerdo a lo que veía, los movimientos de su contrincante eran pausados. Sin embargo, al momento de encontrarse con su espada, pensó que su vista le había engañado.

― ¿Estás bien? ―le oyó decir.

― Sí ―le respondió. Su arma, que había tambaleado, la volvió a sujetar con ambas manos.

― Bien, continuaremos entonces.

Tomaron sus posiciones y retomaron el duelo. Ílhan se limitaba a resistir los embates que recibía por parte de su rival, lo que le costaba un poco más de esfuerzo pues cada arremetida era igual o peor que la primera. Sentía volverse lento cada vez más, ya que se encontraba dividido entre la batalla y los trucos que su mente le jugaba.

Después de un tiempo, indeterminado por él, su cuerpo estaba en las últimas y no resistiría por más tiempo. Ossmeth alzó en lo alto su espada, un arma peculiar de empuñadura tan larga que abarcaba al menos un cuarto de la longitud total, y el viento chilló mientras le cortaba en su camino al encuentro con Ílhan. El joven de cabellos dorados logró, después de mucho esfuerzo, detener el ataque. Desde aquella mirada del inicio, no se había vuelto a cruzar con los ojos turquesa, hasta aquél golpe donde sus vistas estuvieron a poca distancia.

Su corazón se encogió de pronto, el aliento le comenzaba a hacer falta y sus fuerzas decaían. Su mente le maquilaba ideas extrañas, de las cuales no podía dar explicaciones: Ossmeth sabía todo, sobre el tiempo que llevaba usando a Balasyr, sus intenciones de hacer caso omiso al rey Ellfhrinel y a su amigo Marduk. De pronto, la mirada turquesa le pareció terrible. Se sentía expuesto y no podía hacer nada para evitarlo, ni siquiera cerrar los párpados.

Cayó finalmente, cediendo ante la influencia del príncipe de Nacelthora. La respiración se le había vuelto agitada y el cuerpo sudaba frío, y sus ojos estaban abiertos totalmente.

― ¿Qué fue eso? ―logró articular entre jadeos.

― Una lección ―dijo con sequedad mientras estaba guardando su espada y se alejó, dejando a Ílhan aún atónito.

Pasó a un lado de los otros dos, quienes lo observaron pasmados por lo sucedido y después se ocuparon de ver al joven, aún en el suelo. El Quelpheras se dirigió hacia donde se encontraban los reyes, que habían dejado sus actividades en el momento.

― ¿Qué sucedió, Ossmeth? ―preguntó el rey Ellfhrinel.

― Le di una lección al muchacho ―respondió, aún con la misma sequedad.

― ¿Hiciste qué? ―esta vez quien preguntaba era el rey de los Meheri.

― Iba a mostrarle lo leales que son esas reliquias, haría algo insignificante, pero se sentía lo suficientemente capaz como para atreverse a sostenerme la mirada, ¡a un Quelpheras!

― Tus días en Ker Mirren no te sirvieron de mucho ―rió por lo bajo el monarca.

― No esperaría a que recapacitara por sí solo, podría ser demasiado tarde. Lo ha hecho esa espada contigo Ellfhrinel, también el cetro a Adanthir, y quién sabe si ya ha pasado con ese anillo antes.

― Ha sucedido antes ―se limitó a decir, apretó con fuerza sus manos entrelazadas, frunciendo el entrecejo en el momento en que cerraba los ojos.

― Y me preocupa que ocurra algo así con aquella corona, o que sea otra vez los otros dos.

― Si te refieres a Erenoe y a Antalis. El cetro se encuentra resguardado en Balfilias…

― Pero tú portas la espada. Eso ya es inquietante.

― No podrás cuidarnos todo el tiempo, Ossmeth ―dijo con una sonrisa esforzada, a lo que el príncipe guardó silencio y su rostro se serenó― Los eventos suceden por alguna razón.

― Haré lo que esté en mi alcance ―sentenció.

― Será mejor continuar con lo que dejamos pendiente ―sugirió Adanthir, a lo que los otros dos intentaron enfocarse.

Los monarcas se dedicaron a explicar el plan que habían estado armando al príncipe, quien trataba de mostrarse más atento de lo que estaba. No podía despejar su mente de aquellos tesoros con voluntad propia. Después pudo integrarse a lo que ellos hablaban, aportaba ideas que no habían considerado y algunas que ellos ya habían descartado antes. Continuaron así por un tiempo, hasta que volvieron a ser interrumpidos por murmullos y silencios inquietantes. Los tres dirigieron su mirada hacia donde se concentraba toda la atención.



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