Relatos de Anderian: Viaje de un heredero

17 de Octubre de 2012, a las 11:28 - Órewen
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20. Bajo la luz eclipsada

No había el tiempo suficiente para contar todo a detalle, lo único que podía hacer era explicar con lo más esencial de la reunión.

― Es la princesa de Nirmlos, un reino Vannan. Nos llevará ahí, ante su padre para solicitar su ayuda.

Estaba parado en frente de Argoreph y Marduk, éste último parecía sorprendido por lo dicho, no obstante, se privó de decir palabra alguna en el momento. Mientras tanto, el primero se acercó y posó la mano sobre el hombro de Ílhan.

― Que tus fuerzas y tu valor no te abandonen. Y aunque los reyes de Balfilias y de Ker Mirren caminen a tu lado, de ti depende la gente de Veleryon. Serás su rey y necesitan que éste vea por ellos, en ti descansan sus esperanzas.

―Sé que podrás lograrlo ―dijo finalmente Marduk.

Aunque sus palabras fueron alentadoras, éstas le cargaban una responsabilidad que no sabía realmente si podría con ella. Por lo tanto su corazón aceleró su palpitar debido a la emoción y a la duda. Estaba claro que sería una prueba para su liderazgo, algo en lo que no estaba permitida una falla, sobre todo cuando vidas inocentes peligraban a manos de un ladrón.

Lo último que esperaba es que aquellas sombras no fueran cuatro caballos, pero así fue, frente a ellos estaban dos pares de lobos de gran tamaño. De no ser por la oportuna ayuda del señor Ellfrhinel, habría caído hacia atrás de la impresión. Escuchó la voz de la princesa, con la explicación de que esas creaturas eran dóciles.

― Vamos, Ílhan. No hay peligro ―le animó el rey de Ker Mirren.

En ese momento, el rey de Balfilias le dio el mando sobre el ejército a su hijo. Los hombres que custodiaban a los Geváudan se acercaron, dando instrucciones precisas sobre el trato hacia los animales. Vio a los monarcas, quería saber si tendrían inconvenientes. Sin embargo, el señor Adanthir era quien menos dificultad tenía; de hecho no era necesario que le ayudaran, él de inmediato tuvo una especie de entendimiento con el animal.

― Qué problemas tendrá si es un Meheri ―pensó Ílhan.

Uno de los nirmlianos le habló al joven de cabellos dorados, desviando totalmente su atención.

― Si un jinete está dominado por el miedo, ellos lo sabrán e incluso le desobedecerán. Y Séher no es la excepción. Así que, sé el jinete al que ella respetará sin dudar.

La loba era un poco más pequeña que los otros tres, los cuales estaban entrando a la madurez, algo a lo que ella distaba en alcanzar. Sin embargo, esa condición no privaba a ninguno de la cantidad de energía que poseía cada uno, pues era equitativa entre ellos. Ésta cruzó su mirada con la de Ílhan, era de un color dorado hermoso, que fascinaba a todo aquél que la admirase; intentaba comunicarse por medio de sus ojos con él. Algo que el joven había notado y trataba de hacer lo mismo, sin mucho éxito.

― De acuerdo, entiendo.

― Será un poco más difícil al no usar el anillo, pero será mayor la dicha al provenir de tu propio esfuerzo, sin ayuda de artefactos engañosos ―dijo el príncipe Ossmeth. No había notado el momento en el que se acercó, y ahí estaba, admirando a la Geváudan y después al heredero para finalizar.

Sus palabras tenían razón, aunque ahora ya no sabía de qué lado estaba el príncipe, después de la traumática lección que recibió. Resolvió que esa había sido su manera de ayudarlo, aunque no fue amable, no obstante sí directa y clara. Terminó recibiendo de buen agrado el mensaje.

El Quelpheras no esperó recibir alguna respuesta, fue hacia donde se encontraban los señores Adanthir y Ellfhrinel. Ílhan entonces centró su atención a Séher, la cual le miró con alegría y aceptación, logrando así que el heredero se sintiera más cómodo.

En seguida subió al lomo de la enorme loba. Era como montar a caballo, según recordaba; además tenía un pelaje suave, de un color que no lograba definir por la penumbra gobernante. Su mano derecha acarició el grueso cuello de la creatura, ganando confianza y perdiendo cualquier indicio de miedo o inseguridad. Sonrió y le dio unas palmaditas, en señal de que todo estaría bien.

― Buen trabajo, sigue así y no habrá ningún problema en el camino ―señaló el nirmliano con una sonrisa.

Terminada la frase, la princesa dio inicio al recorrido. Se sujetó muy bien de la cresta y, con una increíble velocidad, dejaron pronto el campamento.

El viento pasaba silbando en sus oídos, rozando sus mejillas y llevándose su calidez. Sus cabellos se agitaban violentamente, en ocasiones golpeando su rostro cual pequeños latigazos. Se sujetaba con fuerza, apretando tanto las manos que sus palmas enrojecían entre el pelo del animal. Si su vista no era tan buena en tanta oscuridad, ahora sentía que no habría diferencia entre mantener sus ojos abiertos o cerrados. De hecho lo primero no podía lograrlo, así que estando entre cerrados trataba de distinguir lo que estaba frente a ellos.

― Confío en ti, Séher ―le dijo esperanzado a que las ráfagas no se hayan llevado sus palabras.

Continuó la travesía, la cual le comenzaba a parecerle atemporal, pues había estado demasiado tiempo sufriendo las inclemencias. La loba parecía hacer un buen trabajo, pues notaba que cuando se agachaba, casi de inmediato podía ver una rama solitaria peligrosamente cercana a su cabeza. Después de un largo camino recorrido, los sonidos del ambiente aumentaron en unas pisadas, situadas a su derecha. Éstas podían escucharse veloces y pesadas, más que las de la loba, probablemente pertenecientes a un animal más grande. Era una sombra inmensa, de presencia imponente. En el breve momento que estuvo a su lado, Ílhan dio con que Séher le conocía, pues agachó ligeramente su cabeza. Pronto el desconocido los dejó atrás sin ninguna dificultad.

Más adelante se oyó cómo la princesa daba la señal para detenerse, acatando la orden tan pronto como pudieron. Mientras, trataban también de disminuir gradualmente la rapidez con la que iban, logrando así, el evitar un tropiezo o inclusive una caída.

La luz de la luna se filtraba entre las copas de los árboles, entraba más luminosidad que en el campamento, por lo que veía un poco más que los contornos. Sólo así fue capaz de ver mejor. Tenía presente que Séher era de menor estatura que los otros tres Geváudan, pero incluso éstos se veían pequeños en presencia de aquél lobo enorme.

Su figura era imponente, el pelaje que le cubría era de un rojo muy oscuro, y la mirada aguda de tono ambarino. Tenía poder y autoridad sobre los otros, pues éstos tomaron una posición sumisa.


Siempre que ella se paraba frente al Geváudan, era oscurecida totalmente por su sombra, escondiendo inclusive a sus ojos, la luminosidad que se encontraba detrás de la cabeza del animal. Y así sucedió, todo lo que veía era aquella figura recortada por un halo brillante.

― ¿Qué sucede, princesa? ―era la voz del señor Ellfhrinel, sonaba tranquila pero preocupada.

Al voltear vio que éste y el señor Adanthir habían bajado de los lobos; igualmente hizo el heredero, un poco más atrás. Lesso, así como también Averóth, Órlid y Séher, se los veía un poco nerviosos sobre lo que podría pasar. Dio unas palmadas al costado de Lesso, para que así se tranquilizara; esperando que de esa manera, los demás Geváudan hayan notado el gesto e imitado la postura de la loba. Continuó sosteniendo la mirada del poderoso animal, con Lesso ya unos pasos atrás.

― Él es Eregos, señor de los Grandes Lobos ―aclaró a sus acompañantes.

El que Eregos estuviera ahí podría indicar dos cosas. Desde lo sucedido con Íaron, se había mostrado sobreprotector con el resto de los Geváudan; más por los jóvenes, como Séher y compañía. Ésa podría ser una razón. La otra, y la que menos quería, por orden de su padre.

De Eregos, se hizo escuchar un sonido bajo, proveniente desde el tórax. Era un gruñido suave, una advertencia hecha con gran seguridad. Lirlen no dio un paso hacia atrás, ni tampoco titubeó. Pero, de ninguna manera, se atrevió a mirarle fijamente por mucho tiempo; optó por inclinar ligeramente su cabeza, en señal de lamentar su acto.

― Perdóname, no volverá a suceder. Ninguno está herido, puedes verlo por ti mismo.

Esperó pacientemente a que aquella voz amenazadora se apagara, y no hizo falta esperar el amanecer para que llegara ese momento. Ya no se oía y la sombra desapareció, escuchándose sus pisadas a un lado. Pasó por su derecha, dejando un sonido profundo en la tierra. Examinaba a cada uno de los lobos con detenimiento, asegurando de esa manera el bienestar de ellos; la princesa lo único que le preocupaba era a quienes no estaban familiarizados con eso. Ella se había acostumbrado a tener cerca un Geváudan de tales proporciones, la mayoría de los nirmlianos también, y todos habían aprendido a tratar con esa raza. Siguió con la cabeza gacha durante el resto de la inspección, la cual marchó sin inconvenientes.

La luz volvió a eclipsarse frente a ella, lo que interpretó como una señal de poder levantar la mirada con libertad. Y así lo hizo, encontrándose nuevamente con los ojos de Eregos. Había sido aceptada su petición de perdón, lo que le hizo sentir un alivio en su interior; sin embargo, había algo más. En la mirada del lobo vio un mensaje que faltaba por comunicarle, ya no se trataba de haber llevado a cuatro Geváudan consigo. De hecho no podría evitarlo, era cuestión de tiempo para que se enteraran.

No importaba, debía de afrontar las consecuencias de sus actos. Algo de lo que no se arrepentía, pues era lo que le dictaba su corazón; el cual procuró escuchar, y nunca dejó de hacerlo, desde el descubrimiento de los nazerinos.

La postura de Eregos se volvió más relajada, su mirada reflejaba que, en adelante, él los acompañaría. Ahí supo Lirlen que esperaba a que ella estuviera lista, se permitió entonces girar hacia los reyes y el heredero, para dar a conocer la reciente decisión.

― No se preocupen, todo está bien. Nos escoltará hasta Nirmlos.

Subió al lomo de Lesso, haciendo lo mismo el rey Adanthir, con Órlid; el señor Ellfhrinel, al de Averóth; e Ílhan volvió al de Séher. Finalmente se dio la orden de continuar, la cual fue hecha por Eregos, que también iba al frente de la agrupación.

Ahora esperaba a que todo saliera bien, conforme a lo poco que había planeado, debido al tiempo tan apremiante. Confió en que la presencia de los monarcas de Balfilias y Ker Mirren, así también la del heredero de Veleryon; fueran un factor determinante en los acontecimientos que estaban por suceder. Todo parecía incierto.

 



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