Relatos de Anderian: Viaje de un heredero

17 de Octubre de 2012, a las 11:28 - Órewen
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21. Audiencia

La gran velocidad de Séher, no le permitió determinar la distancia que recorrieron aquella noche; ni tampoco el tiempo que transcurrió, todo era atemporal mientras la loba corría. Pero ese momento terminó al ir disminuyendo la carrera, de esa manera Ílhan vio el cielo nocturno plagado de estrellas blancas y resplandecientes. Frente a ellos vio unas cuantas lucecillas que brillaban en la tierra, le parecía extraño pues no divisaba alguna casa a la que pertenecieran. De hecho, las luces aparentemente iluminaban de manera modesta el contorno de algunas colinas. A parte de eso, el terreno se veía solitario y sin una vida morando ahí.

― Hemos llegado. Bienvenidos a Nirmlos.

Se sorprendió al escuchar el anuncio, no siendo el único, pues también los reyes estaban estupefactos. Ílhan no alcanzaba a vislumbrar el reino, pareciera que estuviese oculto a sus ojos. La marcha en ningún momento se detuvo, por lo que mantuvo su vista fija, con la esperanza de que así, Nirmlos se mostrara finalmente.

Como un velo que se desvanece, así fue apareciendo los cimientos del reino. Las sombras fueron moviéndose de lugar, moldeando así casas y edificios cubiertos por una capa de hierba, dejando de lado la idea inicial de ver sólo pequeñas colinas. Ílhan quedó maravillado, pues sentía que Nirmlos cobraba vida y salía a recibirlos.

La forma que tomaba era similar a la de una herradura, pues las viviendas y demás edificaciones de igual índole, se encontraban formando una parábola en torno a la última construcción; situada a la mitad de la figura, y hacia el fondo. Todo esto estaba dispuesto en una inclinación suave, mostrando así, con mayor altura, el lugar más importante. Y precisamente ahí iban dirigidos.

La compañía, aún liderada por el gran lobo, fue directamente hacia el palacio. A su paso, pudieron hacer notar que, en ese reino, los Geváudan caminaban entre las calles y los habitantes mismos. Estos últimos tomaban eso como habitual. Sin embargo, había desconcierto en sus rostros, sus voces y sus expresiones; y la llegada de ellos, simplemente avivó más la confusión. A pesar de su notorio estado, y de la presencia de gente extraña, los nirmlianos no olvidaron en saludar a su princesa con reverencias. A estas alturas, Ílhan se dio cuenta que todos los habitantes compartían las características de una palidez en sus cabellos y sus miradas; no importando si tuviesen cabellera castaña o rubia, ojos azules o color miel.

Después de esto, Ílhan no se maravilló más el resto del camino; excepto por la presencia de un único caballo, ubicado a las afueras del palacio. Parecía nervioso. Un hombre y una mujer, trataban de calmarlo, pero esto se vio frustrado cuando la comitiva pasó cerca de ellos; el equino le era bastante familiar, por no decir que era el mismo. Pero eso sería imposible, pensaba él, ya que debería estar en Veleryon.

A continuación, Eregos tomó ventaja al adelantarse. Séher, Lesso, Órlid y Averóth se quedarían en las afueras descansando, bajo la sombra del gran arco que daba paso a la callejuela serpenteante. Por esa misma ruta había pasado el gran lobo, al igual que lo harían ellos siguiendo a la princesa. Subieron por aquél paso empedrado, el cual se ubicaba a la izquierda del edificio y a medida que se acercaba a los cimientos de piedra, se tornaban en escalones que guiaban a lo alto de la base. Ahí, vieron más de cerca lo que sería una casa de mayor tamaño que las demás, pero tampoco resultaba ser menos sencillas que esas.

Caminaron hasta llegar a la parte frontal de la vivienda, la cual tenía una plataforma de donde podía verse todo el reino. Y ahí, se localizaba la entrada. El marco de la puerta era alto y ancho, eran tales sus dimensiones que un Geváudan adulto podría pasar sin problemas.

Entraron sin más demora, la princesa abrió la puerta auxiliada en parte por Ílhan. Lo que pasaría dentro de las cuatro paredes, estaba lleno de misterio e incertidumbre. Al cruzar el marco, pudieron notar que era una habitación amplia; aún cuando el exterior parecía demostrar lo contrario. No habían muchos ornamentos que decoraran el gran salón, sólo unas lámparas dispuestas de tal forma que habían muy pocas sombras al estar todas encendidas. Al fondo, había una silla con un alto respaldo; éste estaba situado sobre una elevación del suelo, exaltando más ese asiento. A ambos lados se localizaban unas camas suaves, de gran tamaño también. En la misma pared, se encontraban dos escaleras que daban a un segundo piso de contenido desconocido para los recién llegados. Eso es lo que había observado Ílhan, pero no era más que reconocer el lugar, pronto esto pasó a segundo plano.

Sobre esa silla, que hacía la función de trono, se encontraba sentado un hombre con el ceño fruncido y su barbilla apoyada en una mano. Cuando estuvieron dentro, éste salió de sus cavilaciones y dirigió su mirada hacia la compañía. Su cabellera era rubia, pálida como la de la joven Lirlen; pero además, podía notársele el paso de los años al estar teñida de unos rayos de plata. La mirada era azul, cubierta por una neblina, tal cual las características típicas de los nirmlianos; pero se veía en ella profundidad, acorde al tiempo vivido.

Al momento en que la princesa, el heredero y los reyes se acercaban al rústico trono, el señor de Nirmlos se ponía de pie, mostrando así su destacada estatura, más incluso que el señor Ellfhrinel o que el mismo señor Adanthir. A su lado, ellos se volvían ligeramente pequeños.

Él no estaba solo, se encontraba acompañado por Eregos, que descansaba en una de las camas; y en la otra, yacía tranquila pero vigilante la compañera del Geváudan. Ambos atentos a lo que ocurría.

― Eregos se preocupó demasiado cuando Lesso, Séher, Órlid y Averóth desaparecieron. Le diste un gran susto. Ahora bien, ¿quiénes son los que te acompañan? ―la voz profunda del rey resonó en la sala, dotándola de mayor presencia.

― Siento el haber actuado de esa manera. Ya le he pedido disculpas, con la promesa de que no volverá a ocurrir. En cuanto a mis invitados, me gustaría presentar a los reyes de Balfilias y de Ker Mirren ―con su mirada señaló a los monarcas, quienes tomaron la iniciativa de dar sus nombres.

― Mi nombre es Adanthir, señor de los Meheri.

― Yo soy Ellfhrinel, monarca de los Ceredyv.

― Es un gran honor tenerlos aquí, en mi casa. Como habrán visto, y seguro les han anunciado ―desvió brevemente su mirada para posarla sobre su hija, luego volvió a ver a los señores para continuar―, se encuentran en Nirmlos, el reino oculto de los Vannan. Aquí es mi poderío, convergiendo con el de Eregos; a quien ya conocieron. Arfalos es mi nombre.

Ílhan comenzó a sentirse relegado, pues sus superiores, en cuanto a título se refiere, estaban teniendo toda la atención. Mientras que él, parecía desvanecerse. Hasta que la princesa volvió a hablar.

― Y el que se encuentra a mi lado, es el joven heredero al trono de Veleryon.

― Soy Ílhan, señor.

― Veleryon. Ese nombre no se ha pronunciado desde hace mucho tiempo por aquí, sin embargo, se le ha escuchado más de una vez en menos de dos días. Eres bienvenido, joven Ílhan; así como a todos nuestros invitados, los recibimos con agrado.

A pesar de sus palabras amables, su rostro se volvía serio y pensativo, contrario a lo que mostraba unos instantes atrás. No veía a ninguno de sus invitados, su mirada estaba perdida en la nada, luego se cruzó con la de su hija.

― Estos grandes señores no habrían encontrado el camino hasta aquí, de no ser por tu ayuda. ¿Acaso tiene algo que ver con los refugiados que trajiste?

― Perdone mi intromisión, señor Arfalos. Pero nuestra venida no es, me temo, una visita amistosa ―tomó la palabra el rey Ellfhrinel, dando un paso al frente para atraer la atención hacia él.

― Sus palabras me intrigan, señor Ceredyv. ¿Qué es lo que le atañe a dos monarcas de grandes reinos, y que, al parecer, también me involucra?

― Veleryon, señor Arfalos ―respondió el señor Adanthir― Se encuentra en una situación que compromete la seguridad de sus habitantes.

― Ya veo, ya veo ―se incorporó y giró hacia su derecha, dando unos cuantos pasos mientras pronunciaba dichas palabras. Después, volvió a su trono, a lado de Eregos y Sechir, que en todo momento estuvieron pendientes― Pueden quedarse el tiempo que quieran; coman, beban si les hace falta para recuperar energías. No les detendré.

― Entonces, ¿nos ayudará? ―preguntó Ílhan esperanzado.

― Me temo que no.

La respuesta del señor Arfalos tomó por sorpresa a los presentes, no podían creer lo que acababan de escuchar. Inclusive Lirlen parecía no esperar eso de su padre.

― ¿Por qué no? ―esta vez era el rey Adanthir, aún con la sorpresa en sus palabras― ¿Qué es lo que le hace negar ayuda al reino hermano?

― Por un juramento, establecido por el primer señor de Nirmlos.

― De eso ya mucho tiempo, no puede permitir que enemistades de antaño perduren ―dijo el señor Ellfhrinel.

― Y usted tiene el poder de romperlo ―agregó el rey de los Meheri.

― Sé que lo tengo, pero no lo haré. Siento mucho el que hayan venido en vano.

― Explíqueme cuál es ese juramento, señor. Quiero saber por qué no ayudará a mi pueblo.

La voz de Ílhan sonó más fuerte que nunca, no era un grito, sino un tono más elevado que captó la atención de todos. Inclusive los Geváudan movieron sus orejas hacia el origen del sonido. El señor Arfalos, extrañado por la potencia de su voz, accedió a aclararle las dudas; un ligero cambio de su ceño fruncido y su ventajosa altura hicieron de él, una presencia amenazante.

― Bien, joven Ílhan. Te concederé ese privilegio. Los fundadores de Nirmlos y Veleryon eran hermanos. Al más joven, y primer señor de Veleryon, le fue obsequiado un anillo único en su clase. Éste le concedió el valor que le hacía falta, sin embargo, el tiempo no le favoreció. Ese valor se volvió prepotencia y orgullo. Pese a los intentos de su hermano mayor, no se pudo hacer nada; rompieron lazos, y el primer señor de Nirmlos hizo un juramento. Ningún nirmliano se acercaría a Veleryon, no hasta que ese anillo desaparezca o sea destruido.

― Veleryon necesita de Nirmlos, éste no puede simplemente voltear la mirada.

― Veleryon ha volteado la mirada a Nirmlos, para ti no existíamos hasta ahora. Mientras que ustedes han permanecido siempre a nuestra vista, pues les es fácil crear caos y conflictos entre ustedes mismos. Cuidamos el Aritrel, del desastre que llegan a causar. He visto de lo que son capaces, como aquél conflicto de casi dos décadas atrás. Ese día vi que es mejor mantener intacto el juramento.

Cuando escuchó eso, un día lejano llegó a su mente, un día que, a pesar de haber marcado su vida, no era parte de sus recuerdos. Permaneció mudo, sin ninguna objeción que hacerle. Hubo silencio en la habitación.

― Lirlen les indicará el camino de regreso, adiós.

El rey Arfalos se retiró, no esperando alguna respuesta de los visitantes; tomó una de las escaleras y desapareció pronto, entre sus pesados pasos y el rechinar de la madera debajo de sus pies.


― Lo siento, esto no lo esperaba de mi padre ―se disculpó muy apenada la princesa, evadiendo las miradas de los reyes, enfocando la suya hacia el suelo― Normalmente busca la justicia, es benevolente y comprometido con el cumplimiento del deber.

― Quizás para él, ésta es la forma de hacer justicia ―dijo el señor de los Ceredyv.

― Entiendo muy bien ese punto, más del que yo quisiera ―comentó el rey Adanthir, recordando sus acciones pasadas.

― Tal vez quieran recobrar fuerzas, en lo que los Geváudan se recuperan. Les guiaré a un lugar donde puedan descansar. Por aquí ―con el brazo, apuntó la escalera opuesta por la que su padre había subido.

― Princesa ―comenzó a decir Ílhan, ya cuando los reyes se adelantaron―, ese caballo que trataban de calmar allá afuera ¿es de los refugiados que mencionó tu padre?

― Así es, es una pareja que rescaté. Son velerynos.

― ¿Dónde los puedo encontrar?

― ¿Quieres hablar con ellos? Seguramente han de estar en el segundo piso, si esperas un momento enseguida bajan.

― Preferiría esperar afuera, quiero respirar aire fresco.

― Está bien. Ílhan, disculpa que haya pasado de esta manera -dicho esto, se dirigió escaleras arriba.



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