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LIBROS He aquà la muerte de Roldán: (18 de Agosto de 2002, a las 21:15)
Roldán siente que está próximo su fin. Se le derrama por ls oÃdos su cerebro. Ruega a Dios por sus pares para que Él los acoja. Después, por sà mismo, ruega al arcángel Gabriel. Coge el olifante [cuerno de caza hecho de marfil] para evitar todo reproche, y on la otra mano empuña a Durandarte, su espada. Avanza algo más lejos que un tiro de ballesta, hacia España, por un barbecho. Sube a un alcor. AllÃ, bajo un árbol frondoso, hay cuatro gradas de mármol. Sobre la hierba verde se desploma hacia arriba. Allà queda sin sentido, porque la muerte está cerca [...].
Advierte Roldán que sus ojos se enturbian. Se yerque y agota las fuerzas de su ánimo. La color de su rostro se ha desvanecido. Hay anteél un oscuro peñasc; ¡diez veces lo hiere, lleno de enojo y aflicción! Rechina el acero, pero no se rompe ni se mella.
-¡Ah! -dice el conde- ¡Ven en mi ayuda, Santa MarÃa! ¡Durandarte, qué pena siento por vos! ¡Cuando yo muera, no podréis ya estar bajo mi guarda! ¡Cuántas batallas he ganado por vos! ¡Cuántas tierras conquisté para Carlos, que ya tien la barba encanecida! ¡No vendréis a mano de hombre que pueda huir delante de otro! Un buen vasallo que os poseyó largo tiempo: nunca habrá otro parecido en Francia, la santa.
Roldán golpea las gradas de sardónica. Rechina el acero, pero no estalla ni se mella. Cuando él ve que no puede romperlo, comienza a plañir su corazón:
-¡Ah! Durandarte, qué bella eres: qué clara y bruñida! ¡Como resplandeces y fulguras al sol! [..] Contigo he conquistado tantas y tantas comarcas como posee Carlos, que ya tiene blanca la barba. ¡Por esta espada sufro pesadumbre y dolor! ¡Antes morir que dejarla en manos de infieles! ¡Dios, nuestro Padre, no consintáis que Francia padezca tal afrenta!
Golpea Roldán contra un negro peñasco, y lo hiende hasta el punto que yo no sé deciros. La espada ni cruje ni se quiebra, sino que salta hacia el cielo. Cuando ve el conde que no ha de poder romperla, muy dulcemente la llora desde su corazón: ¡Ah, Durandarte, qué bella y santa eres! [..]
Siente Roldán que a muerte le va haciendo su presa. De su cabeza le va bajando hasta su corazón. Se precipita a acogerse bajo un pino, y allà se tiende, postrado sobre la verde hierba. Bajo él pone su espada y su olifante. Ha vuelto su rostro hacia la gente infiel, porque quiere que Carlos y los suyos digan que él, el conde esforzado, ha muerto victorioso. Con débil impulso y reiteradamene confiesa sus culpas.
Siente Roldán que su tiempo es acabado. Está tendido sobre una empinada colina, vuelto el rostro hacia España. Con una mano golpea su pecho:
-¡Dios! -dice- ¡Qué tu gracia borre mis culpas, mis pecados graves y pequeños, que cometà desde la hora en que nacà hasta el dÃa en que me veis aquà quebrantado!
Y tiende hacia Dios su guante derecho. Los ángeles del cielo descienden hasta él.
Cantar de Roldán
Espero que os haya gustado...
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