Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 17: La acebeda

- Debemos parar-

Aracart se sentó en un tronco caído al borde del camino mientras hacía un leve gesto de dolor y se tocaba el costado.

- Debíamos haber esperado a que te curases del todo- Dijo irritada Tasare, que nunca había estado de acuerdo en partir tan pronto.

- Debíamos partir y punto. Esto se pasará pronto. Además, podemos aprovechar para comer. Barahir, enciende una hoguera.

- De acuerdo quejica.

Se quitó la mochila y empezó a reunir madera seca para hacer la hoguera mientras Tasare le inspeccionaba la herida a Aracart. Se había curado bien, aunque le quedaría una cicatriz enorme. Estaba enrojecida por el roce con la ropa, pero parecía estar bien. Aun llevaba los puntos, se los quitaría en una semana, pero Aracart se negó a esperar en Rivendell para quitárselos allí. Tenía mucha prisa y ninguno sabía por qué. Puede que Barahir tuviera alguna idea, pero se las guardaba para sí. “Debe tener relación con aquellos sueños” pensó Tasare “Deben de ser horribles, ni siquiera Barahir me los ha querido contar.” Se escuchaba a Barahir hacer entrechocar el pedernal y la yesca, intentando que saltaran chispas. Al final lo consiguió y la hoguera empezó a chisporrotear. Tasare volvió a poner la venda a Aracart y se acercó a Barahir. Desde que Aracart había confesado que lo sabía desde hacía tiempo y no tenía nada en contra de su amor, demostraban su cariño a menudo. Tasare se le acercó por detrás y le besó en el cuello, Barahir le sonrió y la besó en los labios. Aracart retiró la vista, consentía su amor, pero lo consentiría mejor si fueran tiempos de paz y si ambos estuvieran en una ciudad, si fuera así, incluso les animaría a tener hijos, pero no en aquellos momentos. Posiblemente alguno de los tres saldría herido de esta aventura, tal vez muriera. Si era Barahir o Tasare, el otro podría reaccionar fatalmente. Era un riesgo muy grande, si ocurriera en una lucha contra aquellos asesinos… podrían no contarlo ninguno. Lo peor era si en algún momento del viaje Tasare se quedaba embarazada. Tendría que ir a alguna ciudad y tardaría meses, o incluso años en volver a partir y entonces Barahir se quedaría con ella y Aracart tendría que continuar solo. Aracart agachó la cabeza abatido. “Ahora que lo pienso, no debí consentirlo desde un principio. Sabía que una mujer sería una distracción.”

- ¿Estás bien?- Tasare le preguntó desde la hoguera.

- Sí- Se forzó a sonreír- perfectamente.

Tasare respondió con otra sonrisa y continuó cocinando. Era la única que tenía cierta idea de los tres de cocinar decentemente. Antes, cuando Aracart servía con los montaraces, solo llevaban raciones de campaña, pero Tasare la aborreció en su viaje a Rivendell y decidió que las llevarían solo por si acaso, que ella cocinaría. Como Aracart desconocía el uso de cualquier utensilio de cocina y Barahir era tremendamente torpe para medir las cantidades, Tasare se encargaba de cocinar. Aunque tampoco tenía mucha idea, también intentó que Barahir cocinara pero Aracart, tras probar un estofado hecho por su compañero, rogó por su vida y le suplicó que no volviera a cocinar. Barahir se encontraba en aquél momento hablando con Tasare, sobre la comida. Pese a su delgadez, Barahir era un devorador nato, solía bromear con que tenía un agujero en el estómago y que por eso comía tanto y no engordaba. En aquél momento insistía en que añadiera más carne al estofado.

- ¿Por qué no? Las raciones serán míseras.

- Las raciones serán apropiadas para lo que comería un hombre que llevara una semana sin comer, así que no insistas en que ponga más carne. No quiero verte gordo dentro de unos años.

- No engordaré- Dijo mientras sonreía- ya sabes que…

- Sí, que tienes un agujero en el estómago- Estaba algo exasperada- ahora déjame cocinar. Si quieres más carne para la cena, ve a cazar algo. Esta zona está llena de pájaros.

Era verdad. La acebeda, el lugar en dónde se encontraban, estaba lleno de vida avícola. El trinar continuo de los pájaros, agradable en la mañana, se convertía en un sonido desquiciante al caer la noche, cuando los grajos y los cuervos empezaban a cantar. Habían decidido atravesar las Minas de Moria, el Paso Alto era un lugar peligroso desde hacía unos años. El número de los trasgos era cada vez mayor y cada vez eran más atrevidos. Moria, hasta hace un siglo un lugar de oscuridad, ahora estaba reconstruido en parte. Desde que Gandalf matara al Balrog de Moria, los trasgos que antaño infestaran las minas habían huido para unirse a sus compañeros de las montañas nubladas. Las Minas se habían quedado desiertas durante casi nueve siglos, hasta que un gran grupo de enanos de las Colinas de Hierro habían decidido reconstruirlas buscando un lugar nuevo para habitar, huyendo de las superpobladas Colinas. El resultado era que el Reino de la Mina del Enano ahora era transitable, eliminado el Guardián de la Puerta, no sin lucha, se había abierto un camino transitable para cruzar las montañas rápidamente. Los enanos se habían concentrado en los alrededores del camino principal. Cobraban un peaje por cruzar, y se podían alquilar poneys en la entrada para reducir el viaje bajo las minas. Esto estaba pensado sobre todo para los humanos, poco acostumbrados a la oscuridad de las Minas. En los elfos no pensaron, nunca querrían cruzar las minas voluntariamente. Los enanos también habían reabierto las minas de Mithril, creando una gran armería donde se trabajaba este metal por encargo y una joyería, para engarzar la plata de Moria con los preciosos minerales que también se encontraban en las minas, sobre todo diamantes. También se habían reabierto las minas de acero y eran los principales fabricantes de armas de toda la Tierra Media, seguidos de los enanos de la Montaña Solitaria. La decisión de viajar por las minas no había sido tomada fácilmente. Barahir le tenía un pánico irracional e inconfesable hasta entonces a las cuevas y se había negado a ir en esa dirección. Solo las amenazas de llevárselo atado y amordazado todo el viaje le habían convencido de ir libremente.

- ¡Por todos los…! ¡Está ardiendo!- Exclamaba Barahir.

- Te avisé de que la comida quemaba. ¡Ni siquiera la he retirado del fuego!- Respondía Tasare divertida.
- Y encima me he moddido la lengua. Gedial, quemada y moddida, la no podé hablad bien en una semana.

- Te pasa por ansioso- le dijo Aracart con una sonrisa- Debes aprender a controlar tus instintos…

Barahir bebía de forma exagerada del odre de agua que llevaba, al final le dio la vuelta y confirmó que lo había vaciado.

- Ahora tendrás que ir a llenarlo de nuevo. El arrollo pilla algo lejos, pero tendrás que aguantarte- Le reprochó Tasare.

Barahir desapareció entre los arbustos refunfuñando y maldiciendo. Con la sonrisa aún en la cara, Tasare continuó cocinando. Barahir volvió al cabo de un rato con las cantimploras llenas, sin mediar palabra comenzó a comer. La apatía le duró poco tiempo, durante la tarde volvió a hablar con normalidad. Así transcurrieron los monótonos días, viajando por la Acebeda sin incidentes. Durante una semana no ocurrió nada, pero, al anochecer del octavo día desde que entraron en la Acebeda, los lobos aullaron.

- Lobos, una manada- informó Barahir- No parecen que esté muy lejos- Estaba preocupado, nunca se había encontrado con una manada de lobos y no sabía que hacer.

- Dudo que nos ataquen- le tranquilizó Aracart- los lobos le temen al fuego, no se acercarán a la hoguera.- No parecía muy seguro se sí mismo y Barahir lo notó.

- Si fueran lobos normales sí, pero ¿y si son huargos? No le temen tanto al fuego y si están hambrientos nos atacarán de todas formas.

- Si nos atacan, les enseñaremos a temer esta colina.

Habían acampado en una colina en la que había un árbol quemado, pensaron que era el mejor lugar en caso de que los lobos les atacaran. Prendieron una hoguera y esperaron, montaron guardias de dos personas y esperaron tensos. Sobre la media noche los lobos les atacaron.

- ¡Despierta Barahir! ¡Los lobos nos atacan!- Gritó Tasare mientras cogía su maza.

- ¡Sabía que nos atacarían!- Exclamó Barahir mientras desenvainaba la espada

- ¡Calla y lucha!- Gritaba Aracart mientras le cortaba una pata a un huargo y se encaraba con otro. Los lobos atacaban por oleadas, primero una, con los lobos más débiles y después con cada vez mayores huargos.

- ¡Esto no es normal!- Decía Aracart- ¡Los lobos nunca atacan así!

- ¡Son huargos no lobos!- Respondió Barahir.

Cada vez estaban más cansados, tenían todos varias heridas menores y muchos rasguños provocados por las garras de los huargos. Muchos habían caído por entonces pero seguían llegando más, la colina estaba llena de cuerpos y los tres se habían replegado hacia el árbol quemado. Aracart y Barahir encendieron sus espadas, la de Aracart brilló con su luz anaranjada y la de Barahir con luz azulada. Los lobos no se amedrentaron ante esta novedad, pero murieron más. Se olía a carne quemada y se sentía calor por el lado de Aracart y frío donde estaba Barahir, con su espada helada. Lucharon durante mucho tiempo y cuando la pérdida de sangre por las heridas les había debilitado tanto que luchaban contra el desmayo, amaneció. Los huargos huyeron ante la luz de la Cara Brillante dejando a los compañeros exhaustos y asombrados. Con la luz no solo habían huido los huargos, también habían desaparecido los cadáveres de huargos. El lugar seguía oliendo a carne y pelo quemado, pero no había lobos muertos.

- Sabía que estos lobos no eran normales, no eran ni huargos ni lobos normales. No sé lo que eran- Dijo Aracart con voz cansada mientras se apoyaba contra el árbol. La herida del costado le latía de dolor y sangraba por una mordedura en el brazo izquierdo. Barahir y Tasare no presentaban mejor aspecto, Barahir tenía el brazo derecho desgarrado por la altura del hombro y sostenía la espada con la izquierda torpemente y Tasare tenía una fea mordedura en la pierna, a la altura de la rodilla. Tasare les curó como pudo antes de curarse ella misma, la sangre dejó de manar de las heridas pero seguían doliendo y molestando como antes. Tuvieron que ponerle el brazo en cabestrillo a Aracart porque no podía moverlo y le dolía si se balanceaba. En lugar del desgarrón en el hombro, Barahir tenía una gran costra que parecía un pedazo de tierra y Tasare cojeaba visiblemente. Continuaron avanzando como pudieron a marchas forzadas, Moria estaba a un día de allí y no querían que se les echara la noche encima y tener que luchar contra los lobos otra vez, les había costado salir con vida esta vez y no podrían volver a conseguirlo. Avanzaban espoleados por el miedo, Tasare era llevada por Barahir y Aracart por turnos para no fatigarse en exceso. Siguieron el sendero que discurría cerca del Arrollo de la Puerta lo más rápido posible y al anochecer llegaron a las puertas de Moria.

Las puertas estaban abiertas con dos guardias vestidos de acero vigilando la puerta armados con hachas que sostenían apoyadas al suelo y con cuernos colgados al pecho. Frente a las puertas había un estanque de aguas claras, antaño un pequeño lago que había encogido desde que muriera el guardián de la puerta. Los guardias alzaron las hachas de doble filo y les pidieron identificarse mientras les miraban con incertidumbre. Aracart lo entendía, ellos veían a tres viajeros armados heridos, uno con una mujer armada con una maza, algo muy raro en aquellos tiempos.

- Somos viajeros que venimos desde Annuminas- Anunció Barahir, que cargaba con Tasare- Hemos sido atacado por los lobos durante el camino y pedimos poder entrar.

- ¿Tenéis dinero?- Inquirió uno de los guardias dirigiéndoles una torva mirada.

- Tenemos- Respondió Aracart al tiempo que sacaba una bolsa repleta de monedas de plata- ¿Cuándo es el peaje para tres personas?-

- Cincuenta monedas de plata-

- ¿Cincuenta?- Era la mitad de lo que llevaban en la bolsa- ¿Por qué tanto dinero?

- Estamos preparándonos para la guerra y necesitamos dinero.
- ¿La guerra?- Era normal, viendo los últimos ataques a las ciudades humanas, los enanos estarían preocupados de ser los siguientes.

- Sí, la guerra. ¿Pagáis? Si no lo vais a hacer dejadme en paz e iros de aquí.

- Pagaremos- Respondió Aracart asqueado- Aquí tienes. Antes de irme, déjame decirte algo. Esto es un atraco a los viajeros.

- Será un atraco, pero siguen pasando por aquí. Les parecerá un peaje barato en comparación con ser capturados por los trasgos.

Los tres se dirigieron al interior. Los pasillos estaban alumbrados por miles de antorchas, marcando el camino transitable y explorado. Los hogares alrededor del camino estaban ocupados, se veía que el reino de Moria prosperaba. Aunque aún quedaban lugares oscuros, cordados por tablones de madera para que nadie se aventurase y perdiese por los caminos inexplorados. En las calles se veía cierta animación, había tenderos, unos pocos, anunciando sus productos y unos cuantos enanos que estaban comprando. Se acercaron a uno.

- Señor- Preguntó educadamente Barahir- ¿Hay algún sanador en estos lares?

- Sí, lo hay. Pero deberéis tener plata, no es de los que curan gratis. ¿Es para la mujer?

- Sí-

- Entonces puede que os salga más barato- Dijo riéndose por lo bajo, les indicó el camino dejándoles a los tres una duda en la cabeza. El hogar del doctor estaba cerca de allí, en una bifurcación del camino principal. La puerta tenía revestimientos de acero, se notaba que allí vivía una persona adinerada. Llamaron a la puerta y, ante la sorpresa de los tres, les abrió un hombre delgado y con gestos nerviosos.

- ¿Qué queréis?- Preguntó sin un asomo de cortesía-

- Nuestra compañera está herida, pedimos que la ayudes- Dijo Barahir

- Entradla- Respondió el médico entrando él mismo. Les indicó que la dejaran en una mesa de piedra- Ponedla ahí boca arriba y dejadnos solos-

- ¿Por qué?- Preguntó Barahir asqueado- Yo me quedo- Anunció.

- Debéis salir para poder usar mis artes- Dijo el sanador- es una medida de seguridad.

- ¿Seguridad para quién?- Preguntó mordazmente Barahir.

- Para vosotros- Respondió sorprendido en sanador.

- No me pasará nada- Aseguró Tasare acariciando la maza que llevaba al cinto- podéis salir tranquilos.

- Cuando terminemos, hablaremos del precio- Intervino el sanador mientras les señalaba la puerta.

Aracart y Barahir salieron y se quedaron esperando fuera.

- No me gusta ese sanador- Dijo Barahir al cabo de un rato- no parece de confianza. ¿Recuerdas lo que dijo en enano?

- Me acuerdo, pero no podemos cargar a Tasare todo el camino hasta el Bosque Negro y tampoco podemos esperar a que se cure. Aunque te daré la razón- Dijo mirando hacia la puerta- ese sanador no es de fiar.

En el interior de la casa, el sanador estaba recogiendo algunos aparatos esparcidos por la habitación y acercándolos a la mesa.

- Desvístete- ordenó el sanador.

- Solo me duele el tobillo- Respondió Tasare desconfiada- Nada más- Repitió.

- Eso es lo que piensas, puede haber otras lesiones que no hayas notado. Desvístete- Repitió.

- Cuando me mires el tobillo, antes no.

- De acuerdo- Dijo el sanador con un suspiro.

Se acercó a la mesa de piedra y le miró el tobillo. Lo estuvo tocando un momento, buscando huesos rotos o astillados. Sus manos, más que inspeccionar, acariciaban. Al final encontró una rotura en el tobillo, una ligera rotura que sanaría sola en un tiempo.

- Es una ligera fisura, pero si pagáis te la curaré ahora. Si no te lo entablillaré y te irás.

- Pagaremos- Dijo Tasare.

- De acuerdo. Ahora verás por lo que he hecho salir a tus amigos. Te dolerá y gritarás bastante, pero es lo que hay que hacer. Más de un compañero de algún herido de golpeó para que parara, por eso les he hecho salir.- Decía mientras cogía uno de los instrumentos que había cerca. Era como una pinza circular, se la puso en el tobillo y apretó. Tasare no pudo reprimir un grito de dolor mientras sentía crujir sus huesos. El sanador terminó de apretar dejando el aparato terriblemente apretado, se acercó a una estantería que tenía muchos frascos.

- Esto- dijo mientras le enseñaba un tarro con un líquido oscuro y espeso- es un ungüento para las roturas, casi mágico. Te curará la fisura en cuestión de minutos.

- Entonces para qué esto- Dijo señalándose el tobillo con los ojos llorosos.

- Te tengo que romper el tobillo del todo para que el ungüento funcione. Por eso te he roto el tobillo. El proceso de regeneración es muy doloroso – Informó- Por eso te daré un anestesiante para dormir unos minutos. ¿O prefieres el dolor y la vigilia?
- De acuerdo, duérmeme- Dijo mientras cogía un frasco que le había acercado el sanador y bebía de él.

En seguida le entró sueño y a los pocos segundos se durmió. No soñó en los breves minutos de descanso. Pero cuando se despertó se encontró una pesadilla. Estaba desnuda y tenía al sanador encima de ella frotándose con ella y lamiendo sus pechos. Tasare intentó gritar, pero tenía la boca tapada con una tela. Sentía un gran asco al ver que el sanador se quitaba los pantalones y se acercaba a ella. Estaba desesperada, no se podía mover por unas telas que le amarraban manos y pies al suelo, pero cuando el sanador se le acercó para penetrarla, se liberó de una de las telas de los pies y pudo golpearle. En los escasos instantes que el sanador se tambaleó, se pudo liberar las manos y buscó con ahínco su maza. La encontró junto a sus ropas, en el suelo. La cogió y golpeó al sanador en el rostro que se intentaba cubrir con las manos. Escuchó el sonido de huesos rotos, pero no paró. Siguió golpeándole hasta que su cabeza se redujo a una masa sanguinolenta. Cuando solo quedaban unos pedazos de hueso en la cabeza y nadie podría reconocerle jamás, dejó caer la maza al suelo y se echó a llorar. Así la encontraron Barahir y Aracart horas después, cuando consiguieron derribar la puerta tras mucho tiempo sin que nadie respondiera sus llamadas.

- Hijo de puta- Fue todo lo que dijo Aracart al entrar en la habitación llena de sangre y ver a Tasare desnuda en un rincón. Barahir no pudo hablar mientras cubría a Tasare con su capa y la sacaba fuera.

- Sabía que no era de fiar- Dijo innecesariamente Aracart cuando salió después de recoger la maza y las ropas de Tasare.



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