Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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21: En el Bosque Negro

Nada más entrar en el bosque la oscuridad les rodeó. Los árboles retorcidos se combaban sobre el bosque creando una cúpula que no dejaba pasar los rayos de sol. El aire era húmedo y costaba respirarlo. El camino no era más que un sendero que la maleza apenas dejaba ver. Pero aquello no era lo peor. Lo peor era el miedo. Un miedo atenazante los dejó clavados en el sitio apenas unos metros de haber entrado. Era un terror parecido al de los Balrogs, pero a mayor escala. Daba la impresión de que cada árbol, cada mata, cada brizna de hierba exhalaba un halo de terror de gran poder. Los dos hombres comenzaron a sudar de miedo. Nunca antes habían sentido algo así. El terror les doblegaba las piernas y pronto Barahir cayó de rodillas. Aracart se mantuvo en pié sosteniéndose en un árbol. Las piernas les comenzaron a temblar convulsivamente y al final el suelo salió al encuentro de Aracart. El único sonido eran los sollozos de Barahir arrodillado y con la vista en el suelo. Aracart estaba tumbado boca abajo con la cara hacia un lado. Tenía los ojos cerrados, deseando que cuando los abriera todo hubiera acabado. No ocurrió. Cuando los abrió se encontró en el mismo lugar desolado y oscuro. Volvió a cerrar los ojos y pensó en su hogar destruido. Sus hermanos y padres muertos. Todo lo que había hecho hasta ahora lo había hecho para descubrir la destrucción de su ciudad natal y de tantas otras, no se iba a echar atrás ahora. “Debo continuar” Se levantó lentamente, en contra de su propio cuerpo. Los músculos le respondieron lentamente mientras los obligaba a moverse. Se puso en pié con ayuda de un árbol. Comenzó a andar en dirección a Barahir.

- Vamos Barahir, tenemos que avanzar.

- No puedo- Gimoteó- Igual que en mi sueño, no tengo valor para entrar más. No me obligues a entrar. – Le suplicó con los ojos bañados en lágrimas.

Aracart lo arrastró con dificultad hasta el linde del bosque.

- Vete- Dijo mirándole a los ojos. En ellos se leía gratitud por dejarle ir. Pero Barahir leyó en los ojos de su compañero la certeza de la muerte. Uno de los sueños se había cumplido, el otro no tardaría. Mientras Aracart se disponía a entrar de nuevo Barahir le gritó.

- ¡Si entras morirás!-

- Lo sé- respondió- es mi destino. – Dijo mientras entraba.

- ¡Tú puedes evitar el destino!- Le dijo Barahir cuando penetró en el bosque- ¡Lo sabes!

“Lo sé” pensó Aracart “pero voy directamente hacia él” Con este pensamiento caminó por el sendero. En poco tiempo la luz dejó de entrar por entre las hojas de los árboles, encendió una antorcha y volvió a caminar. El miedo le daba latigazos, como un torturador, pero ya lo conocía y no le fue tan duro entrar, auque aún le costaba algo caminar. Con paso bamboleante recorrió el sendero que le conduciría al interior del Bosque. Caminó durante horas. Nunca supo cuanto tiempo estuvo caminando sin comer, al final cayó derribado por el hambre y el miedo. Agotado, clavó la antorcha al suelo. En aquel Bosque maldito no podía saber si era de día o de noche. Sacó la comida y comió algo mientras escudriñaba las sombras del bosque. Le había parecido que algo se movía entre las hojas de los árboles, siguiéndolo. Notaba un picazón en la nuca, como si alguien le mirara continuamente. Tenía miedo de dormir, de bajar la guardia. Quién sabe lo que se ocultaba en aquellos bosques. Dormido sería un blanco demasiado fácil. En vez de dormir caminó. Continuó andando hasta que se le agotaron las fuerzas, que fue en poco tiempo. La atmósfera viciada del bosque cansaba mucho más rápido de lo normal. Con cada inspiración notaba pinchazos en el pecho. Se sentó con la espalda apoyada en un retorcido árbol y clavó la antorcha en el suelo. Cerró los ojos intentando recuperar fuerzas. Cada inspiración le restaba fuerzas, como si sus pulmones protestaran por el aire viciado y húmedo del bosque. El sueño le llamaba. Cabeceó un par de veces intentando luchar contra el sueño, pero con la tercera cabezada no hubo más, había caído en las redes del sueño.

*********

Barahir no pudo moverse hasta pasadas unas horas. Cuando pudo moverse se levantó y miró al bosque, volvió a intentarlo. No pudo. El miedo volvió con toda su fuerza y empujó a Barahir al lindero. Volvió a mirar al Bosque y después a la encrucijada, ahí estaba Tasare, si volvía ahora estaría con ella antes del amanecer… Era muy tentador. Dio unos pasos en aquella dirección antes de agitar la cabeza y volver al linde del bosque, cogió unas ramas que encontró en el suelo y encendió una hoguera. Mientras ardía, sacó su manta y comió algo. Si no podía entrar, al menos esperaría allí hasta que Aracart volviera. Aunque se quedara sin provisiones podía volver en pocas horas al asentamiento y comprar más comida para volver a ocupar su puesto. Esperaría el tiempo que hiciera falta.

*********

Tasare estaba muy inquieta. No paraba de andar de un lado para otro mientras lanzaba miradas intranquilas al boque por el que habían entrado sus compañeros. Uno de los dos más que eso. No podía tranquilizarse. Al mediodía el beórnida le dijo que la comida estaba lista. Tasare no comió prácticamente nada. El Beórnida intentó consolarla.

- Seguro que vuelven sanos y salvos. Parecían fuertes.

- ¿Parecían?- A Tasare no le gustó que hablara de ellos en pasado. El Beórnida bajó la cabeza y miró al palto delatando lo que pensaba. No volverían. Morirían en aquel bosque alejados de todo. Tasare alejó el plato de sí y salió de la cabaña ante la triste mirada del Beórnida. “Pobre mujer. Tiene esperanzas de que vuelvan, pero no lo harán. Desde que los muertos se levantaron nadie lo ha hecho.” Con un suspiro volvió a centrar su atención en la comida.

Tasare volvió a mirar hacia el Bosque, desde ahí no podría ver a nadie que saliera o entrara del bosque, estaba demasiado lejos. Cerró los ojos y les envió una señal. Levantó la mano y brilló como si una estrella se hubiera posado sobre la tierra ante las miradas de sus compañeros y del extrañado beórnida.

********************

Unos chasquidos despertaron de su sueño a Aracart. La antorcha seguía encendida, no había pasado mucho tiempo. Se incorporó frotándose con la mano izquierda los ojos mientras que su mano derecha se crispaba alrededor de la empuñadura de Ígnea. Se escuchaban chasquidos a su alrededor y crujidos de ramas rotas. Aracart desclavó la antorcha del suelo y la levantó para que le diera mayor visión. Lo que producía los chasquidos entró en su campo de visión. Arañas. Decenas de ellas, del tamaño de un lobo huargo. Aracart retrocedió asustado mientras intentaba desenvainar torpemente su espada. La punta de Ígnea temblaba a causa del temblor de su portador. Nunca se había enfrentado a nada parecido. De repente, en un flash, le vino a la mente la imagen de un pequeño ser de pies descalzos luchando contra esas arañas, aunque de menor tamaño, con una espada de bella manufactura. La imagen le dio valor. Apretó la empuñadura de su espada y plantó los pies firmemente en tierra y esperó el ataque de las arañas. No le hicieron esperar. La primera de ellas saltó hacia él con sus fauces abiertas. Aracart encendió su espada y cortó a la araña por la mitad. Cayó al suelo retorciéndose en un último espasmo mientras las otras arañas se lanzaban hacia él. No tenían miedo de la luz de la espada, atacaban de forma suicida. Aracart esquivaba y lanzaba tajos casi a ciegas mientras que con la antorcha golpeaba a las que se le acercaban demasiado. En poco tiempo el lugar se llenó de arañas muertas o ardiendo. Las arañas tenían un extraño pelaje que se prendía al mero contacto, Aracart aprovechó eso. La espada mataba las arañas, aunque ardieran por las llamas de su espada, ya estaban muertas. Las arañas que estaban vivas y ardiendo comenzaban a correr y pasaban las llamas a sus compañeras. Aracart comenzó a golpear más veces con la antorcha. Las enormes arañas habían sufrido muchas bajas, pero siempre había más para sustituir a las muertas. Aracart comenzaba a cansarse. Gotas de sudor le recorrían el rostro y sus cansados brazos. Debido al gran tamaño de las arañas no podía parar sus ataques, que se reducían a saltar hacia él intentando derribarlo y solo podía esquivarlas y atacarlas cuando pasaban junto a él. Después de casi una hora de lucha constante las arañas se retiraron. Aracart se apoyó en un árbol retorcido. El suelo estaba lleno de arañas muertas o moribundas. Estaba terriblemente cansado y tenía una herida en la pierna. Al inspeccionarla descubrió que estaba recubierta de un líquido verdoso y espeso. Los párpados le empezaron a pesar, se tambaleó y cayó al suelo. Intentó mantenerse despierto, pero el veneno de las arañas era muy eficaz, en pocos segundos se encontraba en un sueño profundo inducido por la toxina de las arañas.

- Uhhhh- Aracart notaba que su cabeza estaba a punto de estallar. Se encontraba terriblemente cansado, como si el sueño lo hubiera cansado más todavía… O que alguna criatura se había ensañado con su cuerpo sin matarlo. Intentó mover los brazos, pero se encontraban atrapados en una tela blanca y pegajosa. Tela de araña. Abrió los ojos, solo vio tela de araña, solo asomaba al exterior su nariz. Se movió desesperadamente intentando liberarse de la tela. Escuchó el sonido de unas pinzas que chascaban. Algo lo movió. Dentro del saco sintió como lo movían y en poco tiempo se encontraba en el suelo. Escuchó como un cuchillo rasgaba la tela, sintió que la esperanza renacía en él “Será Barahir, me ha encontrado”. Sus esperanzas se vieron frustradas cuando vio a la persona que lo había liberado. O que alguna vez lo fue. Era un esqueleto. Jirones de carne putrefacta le colgaban de los huesos. Iba armado con un cuchillo y en aquel momento le amenazaba con él. Sobre los huesos desnudos llevaba lo que en su día fue una coraza al estilo rohirrim. Aquella visión espantó a Aracart más allá de lo que él mismo hubiera creído posible. Intentó apartarse, pero el esqueleto le acercó el cuchillo al cuello.

- No te muevas- No había movido la mandíbula que le colgaba inerte de la cabeza. Aquella voz la había escuchado en su cabeza. Aracart se mantuvo inmóvil con el corazón latiéndole fuertemente en el pecho, como si quisiera escapar de aquel sueño infernal.

- Tráelo- Aquella voz era espantosa, gorgoteante, salida de las profundidades de la tierra. El esqueleto que le amenazaba con el cuchillo se irguió y le asestó una patada en la boca del estómago.

- Arriba, saco de carne.- Aracart se levantó lentamente mirando al esqueleto que le amenazaba. Éste le golpeó en la cara con su mano huesuda y le hizo mirar detrás de él. Aracart se volvió y vio la figura de un hombre sentado en un trono de huesos. Quería creer que eran de animales, pero sabía que no lo eran. Se fue acercando lentamente, hostigado por la punta del cuchillo oxidado y la llave que le había hecho el esqueleto. Al acercarse pudo ver qué era el que había hablado. Estaba muerto, la carne se le descomponía en la cara y en el cuerpo, estaba desgarrada en torno al ojo derecho, como si una bestia enorme le hubiera arrancado con sus mandíbulas ese pedazo de carne. Estaba vestido como un guerrero noble, con ropas lujosas bajo una armadura oxidada. En su cabeza reposaba una corona que Aracart reconoció. Era parecida a los cascos que usó cuando era guardia de la ciudadela, solo que tenía unas enormes alas de gaviota, era la corona de…

- Sí, es la corona de Gondor. – Dijo el muerto leyéndole los pensamientos. – Porque yo soy su legítimo dueño. ¿Acaso no me reconoces?

Aracart retrocedió espantado. Lo acabada de reconocer. Tenía la carne putrefacta y destrozada, pero tenía la misma expresión, el mismo porte del que en su día fue su rey.

- ¿Aragorn III?- Preguntó temiendo la respuesta.

- Has tardado, esperaba que me reconocieras antes. Después de todo me serviste durante un año, aunque me dejaste tirado, destrozado por el Balrog. Esto- Dijo señalándose la cara- Me lo hicieron los orcos, mancillando mi cadáver sin vida.

- ¿Cómo es posible?

- ¿Qué este “vivo”? No lo sé, un día me desperté aquí, con la corona a mi lado. Una voz me dijo en mi cabeza que debía formar un ejército y esperar a alguien. El ejército ya lo tengo y ya he recibido la visita que esperaba. Tenías que devolverme mi espada. -Dijo mientras acariciaba el mango de Andúril. Tenía la espada sobre sus rodillas mientras la acariciaba amorosamente, junto a él, descansando contra el trono, se encontraba Ígnea. Al ver que la miraba Aragorn le habló. – Sí, es tu espada. Es demasiado valiosa para dejarla tirada por ahí.

Aracart sentía que el miedo iba dejando paso a la rabia. Aragorn percibió su inquietud.

- Yo que tú no lo haría, estás rodeado de mi ejército.

Por primera vez, Aracart miró a su alrededor. Había un gran número de cadáveres en menor o mayor estado de descomposición rodeándole y armados. Lo observaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Sintió como sus esperanzas se desvanecían mientras miraba a su alrededor.

- No puedes hacer nada. Ahora que parece que estás lo suficientemente bajo de moral, te contaré un secreto. No te esperaba para que me trajeras mi espada, aunque ha sido una grata sorpresa. Tú papel en esta historia es aún mayor de lo que tú mismo piensas. Mi amo Sauron me ordenó que esperara al que tiene el poder de…
- ¿Al que tiene del poder de qué?- Gritó Aracart.

- Ya he hablado bastante. No te importa, lo único que tienes que saber es que no eran los Valar los que te guiaron hasta aquí… sino Sauron. Te hizo venir para eliminarte, eres una molestia para los planes de mi amo. No debes vivir. – Acto seguido se incorporó y empuñó su espada. Miró fijamente a los ojos de Aracart mientras avanzaba hacia él. Aracart emitió un grito de furia. Sintió que las energías volvían a él. Su propio cuerpo emitió una luz blanca y pura. Primero débilmente y luego con una intensidad cegadora. El esqueleto que le agarraba el brazo le soltó retrocediendo mientras su mano se deshacía al contacto de aquella luz blanca. Aracart se lanzó hacia delante golpeando al Rey Muerto en el pecho derribándolo. Corrió hacia su espada y la desenvainó. Sintió que su fuerza pasaba a la espada, que se iluminó con la luz blanca de las estrellas. Aracart vio como los muertos se le echaban encima. Con un tajo semicircular barrió a todos los que le atacaban por delante. La espada deshacía a los esqueletos con solo tocarlos. Se defendió furiosamente mientras los muertos le atacaban, lanzando tajos y estocada a diestro y siniestro. Vio como el Rey Muerto se levantaba y corrió hacia él barriendo a sus enemigos. El rey interpuso a Andúril entre él e Ígnea. La espada resistió el golpe. El rey movió rápidamente la espada lanzando un tajo que hirió a Aracart en el pecho. En ese momento otra espada le atravesó el abdomen desde detrás asomándole por el estómago. Aracart se quedó mirando como la sangre le salía de su vientre mutilado. Calló de rodillas y miró como el rey se acercaba con una sonrisa victoriosa en su podrido rostro. Levantó la espada para asestar el golpe definitivo. Aracart levantó la espada concentrando todas sus energías en una última estocada, recordando las palabras del armero del Templo. Él y su espada quedarían destruidos, igual que todo lo que le rodeara. Aracart lanzó un grito desafiante al cielo mientras su espada atravesaba de parte a parte al rey maldito. En el momento en que el golpe se detuvo la espada vibró y explotó. “Padre, madre, hermanos. Voy con vosotros” Pensó Aracart en aquellos momentos.

*********

En los lindes del bosque Barahir se puso en pié de un salto, asustado por el inmenso ruido y la explosión de luz blanca.

- No… - Dijo por lo bajo sabiendo que solo una persona del bosque podría haber causado aquella explosión- ¡Noooo!- Gritó con desesperación mirando al cielo sembrado de indiferentes estrellas. Calló de rodillas y miró de nuevo al cielo. El ese momento vio como una estrella se encendía, luminosa y solitaria en el cielo. – Adiós- Susurró al viento.

*********

En el asentamiento beórnida, Tasare vio el resplandor de luz.
- ¿Qué balrogs ha sido eso?- Dijo a su lado el Beórnida.

- La despedida de un amigo. – Respondió con voz queda Tasare mientras silenciosas lágrimas caían por sus mejillas.



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