Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
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Capítulo 22: Dolor

Barahir volvió al amanecer siguiente. Tenía la cara demarcada, por el dolor y el miedo. Llegó arrastrando los pies y con la cabeza gacha.

- ¡Barahir!- Le gritó Tasare cuando lo vio llegar. Había pensado que había muerto junto a Aracart, porque sabía que aquella explosión solo la puede causar un fénix cuando hace un último ataque mortal.

- Tasare… - Barahir estaba como aturdido. Calló de rodillas y Tasare lo rodeó con sus brazos. – Ha muerto… Lo sabía, él sabía que moriría en el bosque y fue de todos modos ¿Por qué?

- Era su destino – Dijo Tasare con voz queda.

- ¿Destino? No existe el destino-

Tasare no supo que responder, solamente se quedó callada abrazando a su amado. Sabía cuanto había significado Aracart para él. Lo había salvado de la inanición hace tiempo y desde entonces había confiado siempre en él, auque sabía que había algo oscuro en su corazón.

- ¿Entraste al bosque?- Le preguntó Tasare después de un rato.

- No me atreví- Respondió Barahir. - Entré solo unos pocos metros, pero no pude continuar. Tenía miedo, un miedo que no pude soportar. Aracart sí entró y encontró la muerte. – Barahir enmudeció. No pudo continuar hablando. Tasare lo llevó dentro.

- ¿Necesita algo tu amigo? – Le preguntó el beórnida compadeciéndose del aspecto triste y cansado de Barahir.

- Solo dormir. Mañana partiremos, no quiero estar cerca de este bosque maldito más tiempo del necesario.- Acto seguido entró a la cabaña y tumbó a Barahir en la cama del beórnida. En seguida vuelve a aparecer por la puerta. – Por favor, deje dormir a mi amigo en su cama. Ha pasado mucho.

El beórnida la mira y ve tristeza y miedo en sus ojos.

- De acuerdo, puede dormir allí por esta noche.

El beórnida observo como la mujer entraba en la cabaña con su compañero. Después desvió la vista hacia las estrellas. Vio que había una estrella especialmente brillante en el cielo, no le dio mayor importancia y entró a la cabaña. Comprobó que sus dos inquilinos estaban dormidos y les dejó las provisiones encima de la mesa. Luego salió al exterior y salió de la encrucijada. Se arrodilló y cerró los ojos. Cuando los abrió ya no estaba el corpulento beórnida, sino un enorme oso negro. Se levantó rápidamente y corrió hacia la Carroca, debía avisar a sus compañeros.


Al día siguiente, Tasare y Barahir encontraron la comida en la mesa, pero el beórnida no estaba. La cogieron y partieron sin demora. Desandaron el camino que habían hecho hasta entonces, volviendo a Moria. Atravesaron los campos Gladios, la malograda Lórien y al fin regresaron a Moria. Encontraron la ciudad en plena ebullición. Había muchos guardias en la puerta, los pararon.

- No se puede entrar, estamos en guerra. – Dijo uno de los guardias.

- ¿Contra quién? – Preguntó Barahir.

- Contra los orcos ¿Quién si no? Atacaron la puerta de la Acebeda hace unos días, la cerramos y no pueden entrar ahora, pero algunos orcos entraron en la ciudad y se internaron en los túneles. Estamos buscándolos y además tememos un ataque desde esta puerta. Si entráis no podréis salir hasta que esto acabe.

- Os ofrezco mi espada. – Dijo Barahir al guardia.

- ¿Un humano luchando por nosotros? ¿Por qué? –

- Lucho contra los orcos esté donde esté.

El guardia evaluó la expresión de Barahir, debió de encontrarla decidida, por lo que añadió después:

- Entra a la ciudad, a la derecha hay un gran pasillo abandonado. Allí está nuestro general esperando a los orcos.

Barahir se despidió del guardia y entró a la ciudad y al gran pasillo. Allí el general lo colocó entre los de la retaguardia. Le dijo donde tendría que dormir y continuó con sus asuntos. Barahir se acostó un poco contrariado porque le había puesto en la retaguardia, pero no protestó.

La espada de Barahir no tardó en ser desenvainada. A la noche siguiente los orcos atacaron las minas. Los guardias de la puerta los vieron a lo lejos y cerraron las puertas de piedra. Los enanos se pusieron en movimiento, ya estaban armados, dormían con las cotas de malla puestas y fue cuestión de coger su arma y dirigirse a la puerta. Se colocaron en contra la misma para evitar que los orcos derribaran las puertas, no eran como las de la Acebeda. En seguida se escuchó y sintió un golpe. Y otro. Y otro. El ariete de los orcos castigaba sin cesar la puerta de piedra. Empezaba a agrietarse y a ceder. En unos pocos golpes más la puerta cayó echa pedazos mientras una multitud de orcos entraba lanzando gritos de victoria. Esos gritos se transformaron en alaridos de dolor cuando se encontraron con las afiladas hachas enanas. Los enanos formaban un grupo compacto que ocupaba todo el pasillo evitando que los orcos pudieran entrar. Cuando caía un enano otro de detrás corría a sustituirlo y continuaba luchado y matando orcos. Los enanos estaban armados con hachas y escudos, enfrentado el brillante acero enano al oscuro metal orco. Había un millar de enanos ante una cantidad ingente de orcos, pero lo enanos no cedían ni un solo paso ante aquella marea negra. Barahir se encontraba en la retaguardia con Tasare. Había desenvainado su espada, a sabiendas de que posiblemente nunca llegaría a luchar, los orcos desistirían antes de que pudieran derrotar a la falange enana.
Los orcos comenzaron a desistir. Su gran número nada valía en los estrechos pasillos de Moria. Los enanos avanzaron poco apoco hasta las mismas puertas y los orcos se retiraron, corrieron hacia el este, en dirección a la destruida Lórien, tal vez para refugiarse del sol hasta la noche siguiente. Barahir envainó su espada. No había hecho nada. Aunque hubiera estado en las primeras filas no habría hecho gran cosa, el estilo de guerra de los enanos era muy diferente al que conocía, no habría sabido luchar de esa forma. Tasare ya no esta a su lado. Paseaba entre los caídos sanado a unos y cerrando los ojos a otros. Barahir intentó ayudar llevando a los enanos heridos a los catres de la sala cercana, pero tuvo que desistir al comprobar que no podía levantarlos, pesaban tres veces más que él, además el peso de la pesada armadura los retenía en el suelo. Se dedicó a traer agua para los heridos. Pronto sus compañeros les atendieron. Cada enano era llevado por dos de sus compañeros para que un médico los atendiera, auque ya habían sido prácticamente sanados por Tasare. La mitad del ejército, los que se habían quedado en la retaguardia, quedó de guardia, cinco soldados en turnos de dos horas. Barahir era uno de ellos. Se sentó junto a un enano que tampoco había participado en la batalla.

- ¿Qué puede mover a un humano a luchar por los enanos? – Preguntó.

- El odio – Respondió Barahir.

- Buena causa. – El enano se le quedó mirando un momento. - ¿De dónde vienes? Has llegado por la puerta este y nadie viene de ahí.

- Vengo del Bosque Negro.

- Mal lugar, dicen que se ha vuelto más oscuro que nunca, más que en los tiempo de Sauron. ¿Es verdad?

- Lo es. – Barahir no dijo más. El enano se dio cuenta de que tocaba un tema sensible y cambió de tema.

- No nos hemos presentado, Andûm a tu servicio. – Dijo mientras se incorporaba para hacer una reverencia.

- Barahir, a tu servicio. – Contestó Barahir. Le hizo una pregunta que llevaba tiempo queriendo hacer. – ¿Como llegasteis aquí? Hace tiempo este lugar estaba lleno de orcos y varias expediciones fracasaron.

El enano sonrió contento de que le hicieran una pregunta de ese tipo, cuentan que los enanos se sienten complacidos cuando les preguntan sobre su hogar. – Me encantará responderte.-

“La historia comienza hace unos trescientos años, cuando los enanos estábamos en pleno apogeo. Nunca, desde que la historia se escribe, había habido tal número de enanos. Llenábamos las estancias de nuestros padres y empezaron a haber problemas de convivencia. Faltaba espacio y no sabíamos que hacer. Entonces un enano llamado Thorek propuso que volviéramos a Moria. A la memoria de todos acudieron los recuerdos de lo ocurrido en Moria, aunque no había nadie vivo que hubiera estado vivo en aquella época, la historia había ido pasando de padres a hijos como un cuento, cuya moraleja es que, a veces, hay que dejar las cosas como están y no tocarlas. Un buen número de enanos de varios reinos hizo oídos sordos a los cuentos y leyendas y se unieron a Thorek. Había soldados, pero también mujeres y niños. Nadie les impidió partir, los reyes enanos dieron permiso a todo el que quiso para partir, que fueron casi un cuarto de cada ciudad. La hueste llegó a Moria por la Puerta Este. Abrieron las puertas y entraron. Ante su sorpresa descubrieron que no había casi orcos dentro. Apenas unos pequeños grupos diseminados por la inmensidad de la minas. Cerca de la puerta Este se asentaron al principio. Allí liberaron la zona de orcos y comenzaron la reconstrucción. Al principio las cosas fueron difíciles, pero redescubrieron las minas de Mithril. Cuando las recuperaron la calidad de vida de los habitantes aumentó. Llegaron mineros enanos que querían excavar en las minas y también mercaderes de todos los rincones del mundo dispuestos a pagar el astronómico precio del Mithril. Pronto llegaron más enanos a la ciudad y necesitaron explorar más. Ahora no lo puedes apreciar, pero en esta zona vive la mayoría de la población del reino, auque también vive una importante cantidad de gente en la puerta oeste y en el centro del reino. Se dice que dentro de un siglo la población llenará totalmente, al menos, la ruta principal y comenzaremos con la exploración de las rutas laterales.

Barahir escuchó atentamente todo el relato del enano. Andûm continuó explicando mil y una cosas más que Barahir no entendió. Pasaron las dos horas y la guardia cambió. Barahir se despidió del enano y se fue junto a Tasare.

- Hola - Susurró mientras la besaba en el cuello. La respiración de Tasare era lenta y profunda, estaba dormida. Barahir se tumbó junto a ella con los brazos cruzados bajo la nuca y mirando al techo mientras pensaba. Tasare estaba muy silenciosa, más incluso desde que murió Aracart. Seguramente Moria le trajera más malos recuerdos. Cuando Barahir ofreció su espada en la batalla su cara se contrajo de malestar pero no había protestado. Tal vez deberían irse, pero con la puerta Este cerrada no podrían ir a ningún lado, ahora que esta puerta estaba siendo atacada. Reflexionando mientras miraba el techo de piedra se durmió.

*********

- ¡Ahhhhhhhhhh! – El grito recorrió el lugar. El hombre que había proferido aquel alarido de dolor se levantó del suelo en el que estaba tumbado. Se tocó el cuerpo comprobando con asombro que no tenía ninguna herida. El dolor que le había poseído hace escasos instantes se había evaporado. Después de comprobar su estado miró su alrededor. Se encontraba en una inmensa estancia de piedra, tan grande que no se podían vislumbrar las paredes. Lo más increíble era que no había ni una sola columna para sostener el alto techo de piedra.

- ¿Dónde estoy? – Preguntó a las piedras de la sala.



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