Los caballeros fénix

02 de Septiembre de 2007, a las 22:48 - Serke
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Soy un nuevo escritor con mucho interés en escribir un buen relato basado en el mundo de la Tierra Media. Dedico este relato por adelantado a todo aquel que explore esta historia fantástica y por lo tanto se asome a algunos recovecos de mi mente.



Capítulo 1: El bosque

-Mi cabeza…

Un hombre se levanta del catre y mira alrededor. Le cuesta moverse y notaba una herida en el brazo.

-Puñeteros orcos.

La batalla de ayer había sido dura, el alto mando había decidido evacuar el fuerte del bosque. Se veían cadáveres por todo el perímetro del fuerte, en su mayoría orcos aunque también algunos caballos y algunos de los suyos que habían caído fuera al ser atravesados por los dardos orcos.

El hombre se levantó y se dirigió al barril de agua. Al verse reflejado le devuelve la mirada un hombre alto, con el pelo blanco (a pesar de ser joven, lo tenía así desde que nació) y corto, una nariz ancha y unos ojos claros, demasiado claros para ser normales.
Tenía una barba de un par de días, que extrañamente era de color oscuro, no blanca como su pelo. Se sirve un vaso de agua y vuelve a mirar alrededor.

La mayoría de los hombres se afanan en reparar el fuerte, aunque no continúen en él mucho tiempo debe aguantar los embates de los orcos hasta entonces. Deja el vaso donde lo encontró y se dirige hacia su compañía, la 3ª compañía de los montaraces de Arnor. La compañía de la que forma parte está más o menos en forma, ya que no participaban directamente en las batallas, sino que saboteaban transportes orcos y caravanas de suministros.

Hoy empezaría la evacuación del fuerte. Los primeros en salir serían su compañía para despejar el camino de orcos para dejar paso a las caravanas de heridos que saldrían unas horas después.

Arnor ya no era un lugar seguro, el bosque donde se encontraba el fuerte era el antiguo Bosque Viejo, ahora convertido en un bosque fantasma donde sólo se levantan árboles calcinados y donde nada crece. La ciudad de Annuminas (Reconstruida en el 30 de la C. E.) está siendo asediada desde hace un mes. En Bree los bandidos atemorizaban la población y en Rivendel (El último lugar además de los puertos donde quedan elfos) se cuenta que la han atacado trolls en esta última semana. Los hobbits se han tenido que retirar de sus hogares en La Comarca porque los lobos los mataban a cientos, y ahora se refugian en los Puertos Grises, el único lugar de Arnor que no está siendo atacado, de momento. No se sabía de donde habían salido estos orcos, porque Moria volvía ha estar habitada por enanos y Mordor estaba vacío, aunque eso queda demasiado lejos.

-¡Aracart! Ve ahora.

El hombre se dirige hacia su superior, un veterano capitán de montaraces que dirigía la 3ª compañía. Se llamaba Erken

- Aracart, avisa a los hombres de que tenemos que salir ya.
- ¿Ahora? Pero si quedan más de dos horas para la que tengamos que salir.
- Los exploradores nos han informado de que el ejército orco se reagrupa y atacarán de un momento a otro. Los heridos tienen que salir ahora.
- De acuerdo capitán.

Aracart se dirige a los hombres y los despierta y los ordenen que formen el la puerta. Él se pone en primera fila y espera al capitán. Todos tenían el equipo reglamentario, arco y flechas, una espada, pedernal y yesca para encender un fuego, un afilador, una cacerola (No se sabía muy bien porqué, ya que los montaraces solían comer raciones de campaña) y una capa de camuflaje con una capucha. Esas capas eran una maravilla de la tecnomagia, el campo científico que mezcla la tecnología y la magia para facilitar la vida del hombre, aunque no creaban armas porque los tecnomagos sostenían que si las creaban serían demasiado poderosas y acabarían por destruir a sus dueños. Y viendo en lo que quedaron los tecnomagos que lo intentaros tienen razón. Volviendo a las capas, eran como las capas élficas que antaño se hacían el Lórien, pero eran más fáciles de crear y bastante más comunes.

Cuando Erken llegó la compañía partió en el acto. Avanzaron por el camino con precaución, se encontraron con un pequeño grupo de batidores orcos que silenciaron en el acto. Nunca volverían con sus líderes.

Cuando llegaron a recodo del camino Erken les ordenó parar. Se puso en el suelo y pegó la oreja a la tierra. Se levantó y se dirigió a la compañía:

-Se acerca un grupo de orcos. Puede que sean más que nosotros. Preparaos en posiciones de combate, no hay tiempo para tenderles una emboscada. ¡Sacad los arcos, rápido joder! ¡Todos en línea! Unos rodilla en tierra delante y otros en pié detrás ¡Rápido!

La orden fue obedecida de inmediato por los montaraces. Aracart sacó una flecha del carcaj y tensó su arco. Se encontraba delante, rodilla en tierra, preparado para disparar y llegar a las espadas luego. Escucharon los sonidos de los orcos al otro lado del recodo y salieron corriendo, eran unos 20, todos llevaban armaduras pesadas. Aracart maldijo, solo podrían matarlos dándole en el cuello. La primera andanadas salió de los arcos y solo cayó un orco de los pequeños, la segunda andanada se llevó por delante a otros tres. Ya no dio tiempo a más, los orcos estaban muy cerca. Por encima del griterío de los orcos se oyó la voz de Erken.

-¡Espadas!

Todos desenfundamos y nos lanzamos a la batalla. Aracart rezó a los Valar para que su chaleco de cuero reforzado por la tecnomagia aguantara las espadas orcas. Justo antes de chocar contra los orcos se dio cuenta de que el líder no era ni más ni menos que un Uruk-Hai. Después ya no pensó en eso sólo se preocupó de matar cuantos más orcos mejor. Al primero que se encontró le hizo una finta y le clavó la espada bajo las costillas, su armadura no resistió y se oyó el crujido de las placas de metal, así como el de la columna vertebral cuando la punta de la espada llegó hasta ella. Cayó entre convulsiones y Aracart se dirigió por el segundo. Este orco estaba apunto de matar a uno de sus compañeros, con una sonrisa malévola en el rostro, que se le quedó aún cuando su cabeza salió volando y calló al suelo. En el fragor de la batalla escuchó el grito de su capitán. Se giró y vio como era atravesado de parte a parte por el Uruk-Hai. Aracart se dirigió a toda velocidad hacia el orco, y entonces ocurrió algo increíble, al levantar la espada, ésta se inflamó en llamas anaranjadas. El Uruk se dio la vuelta y lo miró con el terror marcado en sus horribles facciones. Intentó poner su espada entre su cuerpo y Aracart pero la espada se partió por la fuerza de la hoja en llamas. En ese mismo tajo la espada cayó sobre la cabeza del orco y rompió casco y hueso al mismo tiempo y no paró de bajar hasta que llegó a las ingles. Al ver como su líder caía bajo aquel ser de pelo blanco con una espada de fuego, los restantes orcos intentaron huir, aunque no llegaron muy lejos. Los montaraces querían vengar a su capitán y ninguno de los orcos pudo volver a sus cuevas en las montañas.

Nada más terminar la batalla, las llamas de la espada de Aracart se extinguieron y la espada quedó hecha un hierro al rojo vivo pero nada más, no quedaba rastro de lo que antes era una espada de acero. Aracart lanzó la espada al suelo y miró alrededor. Había tres cadáveres de montaraces tirados en el camino, además de su capitán y una docena de heridos, además de la veintena de orcos. Habían tenido suerte, si no hubiera matado al capitán orco puede que fueran más los caídos. Se dirigió al cuerpo inerte de su capitán. Dijo una oración a Tulkas y le cerró los ojos. Miró la espada que colgaba de su mano inerte y se la guardó en el cinto, Erken no la necesitaría en las estancias de Mandos. Ahora él era el capitán de la compañía, “Por qué yo” pensó amargamente.

Al ver la cantidad de heridos decidió esperar a la caravana que llegaría en poco tiempo a su posición. Mandó a sus ahora subordinados atender a los heridos y enterrar a sus muertos, aunque no los orcos, a ellos los apilarían en la cuneta del camino para que los devoraran los buitres, los únicos animales que prosperan con esta guerra.

Al poco rato llegó la caravana. Estaba dirigida por un capitán de la soldadesca de Arnor, armado con una armadura plateada y un casco adornado con unas alas de gaviota, igual que en Gondor. Aracart creía recortad que se llamaba Incrit.

- ¿Qué ha pasado?- Preguntó Incrit.
- ¿No es obvio?- Respondió Aracart- Los exploradores no se equivocaron, los orcos se están reuniendo y nosotros nos hemos encontrado con un grupo.-
- ¿Y Erken?-
- Atravesado por las espadas orcas.-
- Pobre- dijo con verdadera pena- era un buen compañero. ¿Quién está al mando ahora?-
- Yo- respondió Aracart- tenemos varios heridos y necesitamos que los llevéis con vosotros.-
- De acuerdos, subidlos a los carromatos.

Incrit mandó a algunos de sus hombres para que ayudaran a los montaraces a subir a sus heridos. Cuando todos estuvieron en los carromatos y algunos sanadores los atendían, se pusieron en marcha. No ocurrió nada hasta que uno de los exploradores montados volvió con un bulto en la grupa de su caballo.

- Señor- informó- es una clérigo de Manwë.


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