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Ver tema#8 Respondiendo a: Turambar
Gracias
Te cuento que escribo desde el trabajo por lo que implicarme en otro foro ademas de este me complicaria la vida (o al menos eso pensaria mi jefe XD XD )
De todas formas te agradezco la invitación y tal vez puedas contarme mas sobre tu dominio en la 4ª edad como hijo de Sauron![]()
Novela de la 4ª edad!!!!!
Aquí tienes una novelilla que hice pa los compis: Montaraz, Legolas y Aragorn el rey.... un poco falsa... pero bueno.
Así soy yo:
http://perso.wanadoo.es/ufopage/extras/ego.jpg
El orco se ajustó el yelmo. Sudoroso y maloliente, el uruk-hai oteaba el horizonte desde la rejilla de su casco.
-¡Strigz!-gritaban los orcos-¡Guerra!
Desde lo alto de la colina, el ejército orco contemplaba Erebor y Esgaroth. Al fondo, la montaña solitaria, que antaño, el gran dragón Smaug había convertido en su pequeño feudo.
Una sombra negra emergió del repecho y se dio a ver. Montado en su corcel negro de ojos orcos, con su armadura de negras con trazos de oro y tocado con el yelmo-mascara que tanto le gustaba, el señor oscuro contempló el paisaje. En sus ojos brillaba la malicia.
Desenvainó la negra espada mágica, ang-gúl, y la alzó hacía las negras nubes que cubrían el cielo.
-¡Guerra!
Los orcos secundaron a su señor, gritando con orgullo el nombre de su señor.
Una avalancha oscura, iba a cernirse sobre Erebor.
Aragorn, rey elessar, paseaba por los bellos jardines de palacio en compañía de Arwen, su esposa. El intendente de palacio irrumpió en el claro del bosquecillo, donde el rey y la reina se besaban apasionadamente.
-Señor.....-dijo el intendente apartando los ojos del rey por miedo a su cólera.
El rey, se serenó de inmediato.
-Espero que sea algo importante....
-Lo es mi señor- el intendente ya miraba a los ojos del rey, que aparentemente no hacían temer ninguna represalia- nos ha llegado un mensajero desde Erebor.
El intendente caminaba delante del rey y se paró al cruzar la puerta de la sala de audiencias.
-¡Su majestad, el rey Aragorn!- pronunció solemnemente el intendente, y varios clarines tocaron al unísono la marcha reservada para grandes asuntos de estado.
El rey franqueó la doble puerta y tomó asiento en el trono, a su lado, en un trono idéntico al del rey, la reina Arwen se sentó junto a su marido.
El rey dió el gesto protocolario para que el mensajero entrase en la sala.
El mensajero era un hombre del lago, y parecía cansado y sudoroso.
-Y bien-dijo el rey-¿Cuál es tu mensaje?
-Mi señor, he cabalgado sin descanso dia y noche, reventado varios caballos para traerle esta carta firmada por el rey vajo la montaña, el rey de los bárdídos, y el rey elfo del bosque oscuro.
Dicho esto, el mensajero extendió la carta. El intendente la recogió, no sin antes formular la pregunta protocolaria preestablecida.
-Pública o Privada.
-Pública- dijo el mensajero.
El rey dió su aprovación. Acto seguido, el pregonero desenrolló el pergamino tras retirar el sello de lacre con su abrecartas.
-De Thráin IV rey bajo la montaña, Bardo III rey de los bárdidos y gobernador de Esgaroth, Legolas rey de los elfos del bosque de las hojas verdes y Ithilien, a Aragorn hijo de Arathorn rey elessar de Arnor y Gondor. Salve.
Una sombra oscura acecha nuestros reinos desde hace unos meses. Hace dos dias, vimos una gran mancha oscura sobre la llanura y las lomas. Se enviaron tres exploradores, uno por cada reino. Solo uno regresó. El mensajero tenía heridas de flecha, moribundo, nos dijo que un gran ejercito de orcos y trolls venía sobre Erebor. Las flechas que le dieron muerte eran orcas. Temo que nos enfrentamos a un nuevo y poderoso enemigo.
Rogamos a su majestad el rey elessar que nos ayude en la defensa de nuestros reinos. Si no recibimos ayuda pronto, tememos lo peor.
El rey se removió incomodo el trono, perplejo. Inmediatamente pensó en su aliado y amigo Legolas, con el que había luchado con codo durante la guerra del anillo.
El rey se levantó del trono y despachó al mensajero con otra carta que dictó a un escriba.
Aragorn se acercó a su consejero.
-Reune inmediatamente al consejo de guerra-dijo concisamente- hay que preparan las tropas para partir.
Legolas miraba angustiado como ardía Esgaroth. Los hombres del lago y los bárdidos habían sucumbido en cruel lucha contra los orcos, y la ciudad y el reino habian sido tomados. Las tropas que Legolas había enviado para apoyar al rey bárdido habían sido masacradas, y el mismo, tuvo que ser sacado a caballo del campo de batalla entre un mar de orcos, salvando la vida.
Un físico le estaba curando las heridas de la batalla, todas superficiales, menos una, una flecha se había introducido unos centímetros en su pierna. De haber chocado con más velocidad, el rey ya no podría caminar con esa pierna.
Legolas admiraba la masacre desde un balcón de la fortaleza-palacio, construida hacía poco. Los cuerpos de las arañas gigantes, que habían intentado asaltar la fortaleza, yacían sin vida alrededor de la muralla, con las cuencas de los ojos llenas de flechas élficas.
Las provisiones menguaban, la moral de los guerreros iba decayendo y los arsenales llenos de flechas estaban cada vez más vacios.
¿Cuánto más podrían aguantar?
La cabeza del rey Bardo III, estaba clavada en una alabarda. Con orgullo, el capitán de las legiones orcas, Truenoide (mi capi), alzaba una y otra vez la cabeza del rey por los aires.
-¡Muerte a los elfos!-gritaban los orcos-¡Muerte a los enanos!, ¡Larga vida a nuestro señor!
Targúl se recreaba viendo desde su caballo como las humanas eran violadas y asesinadas, como los niños eran matados de formas atroces, al igual que los ancianos y como las mascotas de las familias humanas eran desolladas y cocinadas por los orcos, que se daban un festín.
La victoria había sido genial. Sus tácticas militares superaban las expectativas del los bárdidos, que habían caido como moscas en la batalla campal y durante el asedio de Esgaroth.
Ahora, la mirada del señor oscuro se posaba sobre los dos reinos, el de los enanos y el de los elfos. Atacarían los dos a la vez, sus soldados eran legión y no le costaría acabar con sus dos reinos. Su única duda era decidir que ejército comandaría personalmente: el que atacaría a los elfos o a los enanos.
Los elfos habían perdido muchas tropas durante la batalla campal, y los enanos apenas habían llevado 2000 hombres. Así pues, confiaría el mando del ejercito que asaltaría la ciudadela élfica a su lugarteniente. Las instrucciones eran precias: Abusar del lanzamiento de proyectiles contra las almenas élficas, aprovechando que el rango de los arcos de madera de tejo era superior al de los arqueros elfos. Mientras tanto, las catapultas y ballistas batirían los muros de la ciudadela, hasta hacerlos añicos. Ipso facto, la legión de orcos tomaría lo que quedara de las almenas y se introduciría en la ciudad, matando al resto de los elfos.
Targúl se había instalado en la mansión del gobernador de la ciudad, residencia de verano del rey Bardo III. El señor oscuro dispensaba ordenes a sus capitanes orcos, desde la sala del trono.
Unos gritos humanos de dolor que provenían del pasillo hicieron que los capitanes se callaran momentaniamente.
-¡Vesall!-gritaban los dos tres soldados que hacian avanzar al humano a base de puntapiés-¡Miserable!
El cabecilla orco agarró al humano por el jubón y con un puntapié en la rodilla hizo que se arrodillase ante Targúl.
La mirada del señor oscuro infundía tanto pavor en el humano que no se atrevía a mirarle más a los ojos.
-Mi señor-dijo el cabecilla- hemos capturado a este mensajero que cabalgaba hacia aquí.
- Llevaba esta carta-añadió el cabecilla, entregándosela a Truenoide.
Targúl rompió el sello con su propia daga y examinó el contenido de la carta.
De Aragorn, hijo de Arathorn rey elessar del reino unificado de Arnor y Gondor, a Bardo III rey bárdido y gobernador de Esgaroth, Legolas rey de los elfos del bosque de las hojas verdes y Ithilien y Thráin IV rey bajo la montaña. Salve.
Acudo a vuestra llamada de inmediato. Mis ejércitos estarán en camino cuando esta carta os llegue. Espero que resistais la avalancha oscura que se cierne sobre vuestros reinos. ¡Resistid!
Targúl rió de una manera espeluznante, y su risa retumbó por toda la mansión.
- ¿Noticias importantes, mi señor?- Preguntó Truenoide.
-Vienen invitados para mi fiesta-dijo con una sonrisa malévola en los labios.
Montaraz cabalgaba cerca del rey. Este era uno de los privilegios de ser un dúnedain del norte, uno de aquellos hombres que había vagado por la Tierra Media junto a su señor. Era, como todos los montaraces, un hombre de severa expresión, vestía una capa gris con un broche con forma de estrella de plata en el hombro izquierdo. Iba armado con una espada de grandes gavilanes y una lanza, y llevaba unas altas botas de cuero.
El ejército se dirigía hacia Esgaroth, tras haber acampado en Caras Galadon, donde el rey había hablado con Celeborn y Galadriel. A raíz de esta conversación, Aragorn consiguió el apoyo del reino élfico de Lothlórien y una tropa de 3500 arqueros elfos, que se habían unido ya a las tropas de Arnor y Gondor.
Se avecinaba algo importante. ”Pero sea lo que sea- pensó Montaraz- se acabará rápido con un ejército tan grande como el nuestro”.
Thráin IV, rey bajo la montaña, alzó su hacha y gritó a pleno pulmón:
-¡Khazad!, ¡Khazad!
El ejército enano que ocupaba parte de la llanura se avalanzó sobre el enemigo a la señal del grito de guerra de su señor.
Targúl dio la señal, y los arqueros orcos y humanos dispararon sus arcos de tiro largo con pasmosa precisión sobre los atónitos enanos. Cientos de ellos dieron con sus huesos sobre la polvorienta tierra de la llanura. Otra descarga de flechas provocó senda nube negra de mortíferos proyectiles. Los enanos, hicieron uso del escudo redondo que todos llevaban en la espalda durante la batalla. Muchas flechas rebotaron indefensas, otras se clavaron en los escudos y otras muchas dieron en sus blancos.
-¡Khazad!, ¡Khazad!- gritaban cuando se avalanzaron sobre las líneas orcas.
Targúl dió la señal de formación, y se tocó el gigantesco tambor . Los orcos abandonaron su formación desordenada y se alinearon, escudo con escudo. Las gigantescas lanzas fueron pasando de orco en orco hasta la primera fila.
En cuestión de segundos se había creado un gigantesco e infranqueable puerco espín.
Muchos enanos perecieron bajo la aguzada punta de las lanzas orcas. Mientras los que conseguían desviar las lanzas con sus escudos, encontraban fiera lucha con los orcos armados con espadas y cimitarras.
La primera línea que había cargado contra los ejércitos del señor oscuro ya no era nada más que un montón de cadáveres. Thráin, reorganizó a sus tropas para lanzar un segundo ataque. Pero no tuvo tiempo de más, porque el ejercito orco se avalanzaba sobre ellos en una ordenada carrera, mil veces ensayada.
A intervalos regulares, la masa oscura se detenía momentaniamente para dejar que los arqueros de tiro largo dispararan una salva de aquellos destructores proyectiles.
Los enanos se protejian con sus escudos cada vez que se disparaba una salva de flechas.
Justo antes de lanzarse al cuerpo a cuerpo, los orcos descargaron sus “pila”, las lanzas arrojadizas que partían los escudos y atravesaban las cotas de malla. Cientos de espadas orcas se desenvainaron al unísono antes de que los dos ejércitos chocaran violentamente.
Thráin se abrió paso a hachazos y derribó a tres orcos antes de que sus guerreros acudieran en su ayuda, entonces le vió.
Debía de ser el cabecilla de aquellos orcos, pero no era un cabecilla, sino alguien más poderoso. Montado sobre un negro corcel de ojos endiablados, que parecía tener una piel de hierro, se erguía la figura de un hombre, pero no era un hombre. Lo que estaba montado sobre aquella infernal criatura era una sombra oscura, vestida con una armadura de placas negra con unas líneas de color oro. De los codos y del casco le salían unos pequeños cuernos, y su cara estaba tapada por una mascara que dejaba ver sus ojos rojos y sus afilados dientes.
Targúl le vió, entre aquel mar de guerreros se distinguía un enano especialmente vistoso, ya que su cota de malla era de color oro y plata, combatía con un vistoso yelmo empenachado y una espada con un mango ricamente labrado. Si, era el rey de los enanos. Sí lo mataba, habría destruido la moral de sus tropas.
Targúl ordenó a los orcos que estaban junto a él que atacaran a los guerreros que protegían al rey Thráin. Y se lanzó sobre el rey, abriéndose paso matando a los enanos que le barraban el paso a base de estocadas que propinaba desde la grupa de su negro corcel.
De repente, varios enanos y orcos cayeron y se hizo un pequeño pasadizo por el cual Targúl se avalanzó sobre el rey, espada en alto. Thráin alzó su espada y describió un circulo con ella sobre su cabeza, con la mano alzada.
El choque fué brutal, y el espadazo de Targúl dio en la espada de Thráin que, involuntariamente paró la estocada. La violencia del choque hizo que Thráin perdiera el equilibrio y estuviese a punto de caer. Targúl no podía atacar a un adversario tan pequeño, que estaba de rodillas, sobre su enorme caballo, así que desmontó rapidamente palmeó el torso del caballo que se abrió paso hacia las líneas orcas, aplastando bajo sus cascos tanto a enanos muertos como vivos.
Thráin se levantó mirando a su adversario, que acababa de cercenarle la cabeza a unos de sus guerreros. Y entre aquel griterío el rey enano desafió a su oponente.
-¡Ven aquí, sombra oscura!
Targúl sonrió friamente y señaló con su espada al rey bajo la montaña.
-¡Miserable moral!, ¿Osas desafiarme?
Thráin se lanzó sobre el oscuro y descargó su espada, que impactó contra el escudo elíptico de Targúl. Este, a su vez, lanzó una estocada al yelmo de Thráin, pero este paró con su escudo de acero. Pero el impacto fue tan fuerte que el escudo se melló y el rey enano dió un traspies. Como una centella, la espada del oscuro traspasó la cota de malla enana y produjo un profundo corte, perforando el higado derecho del rey.
-¡Maldito!-gritó Thráin mientras descargaba su espada con tal violencia que al impactar con la espada de Targúl le hizo perder la fuerza de la estocada con la que iba a rematar al rey.
Los dos se miraron, frente a frente, Targúl podía escuchar la respiración del rey, que como la suya, no estaba en nada agitada.
-¿Quién eres?-preguntó mientras los dos prolongaban aquella situación.
Targúl sonrió esta vez más fuertemente que antes.
-Soy Targúl, hijo de Sauron, señor de la oscuridad-dijo friamente, con una voz potente que helaba la sangre.
Thráin gritó a pleno pulmón mientras descargó una estocada baja, muy rápida, que hizo que Targúl se protegiera rapidamente. El canto del escudo redondo del rey impactó contra la mascara de Targúl, que hechó la cara hacia atrás, aturdido. Thráin descargó una tremenda estocada a la cabeza del señor oscuro mientras gritaba: ¡Muere!
Pero Targúl no dejó que el filo de aquella espada volara mucho por los aires, por que la paró con la suya frenando el impulso de aquella tremenda estocada. Esta vez fue el escudo de Targúl el que impactó contra la cara de Thráin que retrocedió unos pasos, confuso y aturdido. Con un rápido movimiento, ang-gúl cercenó la cabeza del rey bajo la montaña que voló unos metros, junto con su yelmo, antes de caer al suelo, junto a los cadáveres de los guerreros que habían muerto protegiéndole.
La caida de la ciudad bajo la montaña era inminente.
Legolas disparaba su arco desde un torreón de la muralla este de la ciudadela. Sus precisos proyectiles alcanzaban muchas veces la garganta de los orcos. La tierra tembló otra vez en el torreón, a causa de las ballistas, que ya habían abierto una brecha por donde los orcos entraban cual horda negra dentro de la ciudadela.
El fuego élfico en las almenas había decaido mucho tras las sucesivas descargas de los arcos largos de los orcos y hombres. La gran mayoría de los arqueros elfos yacian sin vida en las almenas, traspasados por las oscuras flechas de los orcos.
Los guerreros elfos intentaban contener a espadazos la marea negra que invadía el patio de la ciudadela.
-¡Tul!, ¡Tul!-gritaban los capitanes orcos-¡ a ellos!
Legolas desvió la mirada hacia la llanura de la montaña solitaria, donde se estaba librando una batalla. Para su desesperación, solo se veía una gran mancha oscura, y unos surtidores de humo negro que salía del interior de la montaña. El reino bajo la montaña había caido.
Un guerrero elfo entró en el torreón lleno de sangre orca y con una espada élfica, que ahora era negra en la mano.
-¡Mi señor!, ¡Los orcos están por todas partes!, ¡debeis escapar y salvar la vida!-dijo casi sin aliento.
-¡Jamás!-contestó furioso Legolas-no dejaré aquí a mis hermanos para que mueran solos.
-Mi señor-dijo el guerrero, ya con más aliento-os aseguro que ya no hay escapatoria.
-¡Sin vos, Ithilien caerá!-protestó el arquero que estaba a su lado.
-¡No podemos escapar!-dijo Legolas furioso-¡No veis que estamos rodeados!
-¡Cojed vuestro caballo señor, nosotros os despejaremos camino!-dijo solemnemente el guerrero.
El grupo de elfos salió del torreón hacia las escaleras que descendían al patio de la fortaleza. En el patio se estaba haciendo una mantanza, y los elfos eran cada vez menos. Mientras bajaban las escaleras un par de orcos derribaron al guerrero que intentaba subirlas y unirse al grupo que bajaba.
-¡A Elbereth!-Gritó Legolas soltando una flecha que se clavó en la garganta del orco más corpulento.
El guerrero elfo de la espada ensangrentada acabó con el otro orco tras una pequeña serie de cortas estocadas.
-¡A los establos señor!-gritó un elfo del grupo entre la algarabía-¡rápido!
Legolas no tuvo tiempo de descargar el arco mientras corría hacia los establos, que estaba enfrente de las escaleras, una veintena de metros más adelante.
Los orcos se interponían entre ellos, y los guerreros del grupo se quedaban a luchar contra ellos para abrirle camino a su rey.
Cuando iban a cruzar la puerta del establo, dos orcos salieron ella, cimitarra en mano. El guerrero de la espada ensangrentada, el único que quedaba del grupo, se avalanzó sobre ellos. Una flecha se clavó en el cuello de uno de los orcos, pero el otro, que tenía la espada del guerrero elfo clavada hasta la empuñadura, empujó al elfo cubierto de sangre, y con su ultimo esfuerzo, le hundió su cimitarra en la cara, y cayó al suelo, echando borbotones de sangre negra por la boca.
Legolas entró en el establo, donde varios caballos habían sido descuartizados por aquellos dos orcos. Sin embargo, quedaban tres corceles listos para cabalgar. En ese preciso momento, dos elfos del grupo del torreón entraron en el establo, sin aliento.
-Montad y acompañadme-les ordenó Legolas.
Truenoide se divertía viendo como los elfos caian y la plaza se iba vaciando, ya solo quedaban apenas unos 100. Tomó su espada larga y su escudo de acero y se unió a la algarabía alentando a sus tropas y gritando victoria.
Entonces, las puertas de la ciudadela, que no habian sido destruidas, se abrieron, para dejar pasar a tres jinetes que se abrían paso a mandobles entre el mar de orcos. Los elfos comprendieron que esa era su ultima baza, y luchando codo con codo, abrieron una brecha por la que los tres jinetes escaparon a toda pisa.
-¡Skrarfa!-gritó el capitán orco-¡Cobarde!
No había apenas orcos por aquella parte de la muralla cuando Legolas franqueó a caballo la puerta que un par de elfos habían abierto rapidamente.
-¡Hacia el bosque!-gritó Legolas-¡Cabalguemos hacia el viejo camino del bosque!
Raudos como tres flechas, los jinetes elfos cabalgaron lo más rápido que pudieron hacia el bosque profundo, guiados por Legolas. Como ultima despedida, unas flechas de los arqueros de tiro largo del señor oscuro, erraron los blancos antes de perderlos en la espesura del bosque.
Montaraz admiraba preocupado como unas nubes negras tapaban el que antaño había sido el bosque oscuro, ahora el bosque de las hojas verdes.
El ejército de Aragorn, avanzaba formando una larga línea, através del camino viejo del bosque, por el que antaño Bilbo y compañía cruzaron hasta llegar al reino de los elfos.
De repente, se escucharon unos gritos. Parecían proceder de la espesura. Eran gritos de elfo.
La columna del ejército se detuvo.
-Montaraz-dijo Aragorn- tu y otros cuatro explorad hacia aquella dirección.
Asintió con la cabeza mientras ordenaba a un par de gondorianos que le acompañasen.
El bosque estaba desierto..... ni siquiera una lagartija cruzaba por encima de las viejas y crujientes hojas caidas. Otro grito sonó, esta vez más cercano. Se escucharon también los cascos de un caballo hacia aquella dirección, y al cabo un sonido como si algo pesado cayese sobre las hojas.
Montaraz lo vió al fondo, entre los troncos de los árboles. Era un jinete, de rasgos élficos, que disparaba un gran arco.
-¡A Elbereth!- gritó el elfo, mientras descargaba una vez más su arco.
Montaraz espoleó a su caballo y corrió hacia el jinete elfo, los gondorianos le imitaron.
Los cadáveres de dos elfos yacían sobre el suelo, un caballo estaba muerto, y otro coceaba de dolor con una profunda herida en el lomo.
-¡Cuidado!-gritó Légolas.
Desprevenido, un gondoriano fue golpeado por la negra garra y cayó de su montura.
Era una araña, una araña gigantesca, negra como la noche, fétida y de ojos malévolos. Tres flechas habían herido tres de los ojos de la criatura. Los cinco ojos sanos miraron fijamente al arco de Legolas, que descargó otra flecha que hirió a un cuarto ojo. Un grito profundo, de dolor y angustia, retumbó en el bosque.
Aprovechando el estado de la situación, Montaraz, lanza en ristre, cargó sobre la cabeza del animal, en busca de los ojos.
Pero la araña, descargó una garra delantera contra Montaraz, que paró el golpe a duras penas. La araña aplicó una presión enorme sobre esa pata mientras Montaraz, con los músculos en tensión, detenía la punta de la garra con su escudo. La araña era demasiado fuerte, no tardaría en ceder.
Sin que lo esperara, el gondoriano se lanzó contra la criatura y hundió la punta de su lanza en otro de los ojos de la araña. La lanza se quedó dentro del ojo de bestia, que retrocedió, liberando a Montaraz.
Este, se avalanzó sobre las patas de la araña, y con un golpe formidable, consiguió cortarle una. La araña, iracunda, se avalanzó sobre Montaraz e hizo que cayera al suelo. Abrió sus mandíbulas para asestar el golpe final, y aplastar la cabeza de Montaraz.
Otro profundo corte hizo que la araña se tambalease: el gondoriano le había clavado dos cuartas de su espada dentro de un ojo. La araña se avalanzó sobre el gondoriano y con un rápido golpe, cerró sus mandíbulas, que aplastaron la cabeza y el yelmo del soldado.
Una flecha silbó, y se introdujo dentro del séptimo ojo de la bestia, que no tuvo tiempo para aullar de dolor, pues Montaraz hundió su espada hasta la empuñadura en el octavo ojo.
Corcoveante, la araña cayó boca arriba, y flexionó sus patas por ultima vez, echando borbotones de sangre negra por la boca.
Montaraz limpiaba su espada, mientras Legolas desmontó y apoyó su mano en el hombro del montaraz.
-Te debo la vida amigo- e interrumpió la tertulia, pues llegaron varios caballeros del ejército del rey elessar, que habían escuchado los gritos-¿Sois tropas del rey elessar?
-Si- respondió Montaraz, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano- Aragorn viene en socorro de los elfos y los enanos.
-Debo hablar inmediatamente con el rey elessar- dijo Legolas en tono solemne.
Aragorn abrazó al viejo amigo y compañero de fatigas.
-¡Es un placer verte de nuevo!- dijo el rey elessar
-Cuanto tiempo, Trancos- contestó el elfo con una sonrisa en la boca, y una lágrima de alegría en la mejilla.
Se dieron sendas palmadas en el hombro antes de pasar a los asuntos importantes.
-¿Cómo es que estais fuera de vuestra fortaleza?- preguntó Aragorn.
-¡Una desgracia!, ¡Los orcos han caido sobre nosotros!
-Lo imaginaba- dijo el rey elessar con un rostro de preocupación- ¿Son muchos?
-Cientos de miles, y bien entrenados. Tiene unas armas muy buenas y armas de asedio como nunca se ha visto. Me temo que no son como los orcos contra los que tu y yo luchamos en Córmallen.
Aquí lo llevas!
Ah gente... plagio= 0
Me voy! Mañana guelbo. Mi correro es: davidnievas@yahoo.es
(Mensaje original de: Targúl)
Aquí tienes una novelilla que hice pa los compis: Montaraz, Legolas y Aragorn el rey.... un poco falsa... pero bueno.
Así soy yo:
http://perso.wanadoo.es/ufopage/extras/ego.jpg
El orco se ajustó el yelmo. Sudoroso y maloliente, el uruk-hai oteaba el horizonte desde la rejilla de su casco.
-¡Strigz!-gritaban los orcos-¡Guerra!
Desde lo alto de la colina, el ejército orco contemplaba Erebor y Esgaroth. Al fondo, la montaña solitaria, que antaño, el gran dragón Smaug había convertido en su pequeño feudo.
Una sombra negra emergió del repecho y se dio a ver. Montado en su corcel negro de ojos orcos, con su armadura de negras con trazos de oro y tocado con el yelmo-mascara que tanto le gustaba, el señor oscuro contempló el paisaje. En sus ojos brillaba la malicia.
Desenvainó la negra espada mágica, ang-gúl, y la alzó hacía las negras nubes que cubrían el cielo.
-¡Guerra!
Los orcos secundaron a su señor, gritando con orgullo el nombre de su señor.
Una avalancha oscura, iba a cernirse sobre Erebor.
Aragorn, rey elessar, paseaba por los bellos jardines de palacio en compañía de Arwen, su esposa. El intendente de palacio irrumpió en el claro del bosquecillo, donde el rey y la reina se besaban apasionadamente.
-Señor.....-dijo el intendente apartando los ojos del rey por miedo a su cólera.
El rey, se serenó de inmediato.
-Espero que sea algo importante....
-Lo es mi señor- el intendente ya miraba a los ojos del rey, que aparentemente no hacían temer ninguna represalia- nos ha llegado un mensajero desde Erebor.
El intendente caminaba delante del rey y se paró al cruzar la puerta de la sala de audiencias.
-¡Su majestad, el rey Aragorn!- pronunció solemnemente el intendente, y varios clarines tocaron al unísono la marcha reservada para grandes asuntos de estado.
El rey franqueó la doble puerta y tomó asiento en el trono, a su lado, en un trono idéntico al del rey, la reina Arwen se sentó junto a su marido.
El rey dió el gesto protocolario para que el mensajero entrase en la sala.
El mensajero era un hombre del lago, y parecía cansado y sudoroso.
-Y bien-dijo el rey-¿Cuál es tu mensaje?
-Mi señor, he cabalgado sin descanso dia y noche, reventado varios caballos para traerle esta carta firmada por el rey vajo la montaña, el rey de los bárdídos, y el rey elfo del bosque oscuro.
Dicho esto, el mensajero extendió la carta. El intendente la recogió, no sin antes formular la pregunta protocolaria preestablecida.
-Pública o Privada.
-Pública- dijo el mensajero.
El rey dió su aprovación. Acto seguido, el pregonero desenrolló el pergamino tras retirar el sello de lacre con su abrecartas.
-De Thráin IV rey bajo la montaña, Bardo III rey de los bárdidos y gobernador de Esgaroth, Legolas rey de los elfos del bosque de las hojas verdes y Ithilien, a Aragorn hijo de Arathorn rey elessar de Arnor y Gondor. Salve.
Una sombra oscura acecha nuestros reinos desde hace unos meses. Hace dos dias, vimos una gran mancha oscura sobre la llanura y las lomas. Se enviaron tres exploradores, uno por cada reino. Solo uno regresó. El mensajero tenía heridas de flecha, moribundo, nos dijo que un gran ejercito de orcos y trolls venía sobre Erebor. Las flechas que le dieron muerte eran orcas. Temo que nos enfrentamos a un nuevo y poderoso enemigo.
Rogamos a su majestad el rey elessar que nos ayude en la defensa de nuestros reinos. Si no recibimos ayuda pronto, tememos lo peor.
El rey se removió incomodo el trono, perplejo. Inmediatamente pensó en su aliado y amigo Legolas, con el que había luchado con codo durante la guerra del anillo.
El rey se levantó del trono y despachó al mensajero con otra carta que dictó a un escriba.
Aragorn se acercó a su consejero.
-Reune inmediatamente al consejo de guerra-dijo concisamente- hay que preparan las tropas para partir.
Legolas miraba angustiado como ardía Esgaroth. Los hombres del lago y los bárdidos habían sucumbido en cruel lucha contra los orcos, y la ciudad y el reino habian sido tomados. Las tropas que Legolas había enviado para apoyar al rey bárdido habían sido masacradas, y el mismo, tuvo que ser sacado a caballo del campo de batalla entre un mar de orcos, salvando la vida.
Un físico le estaba curando las heridas de la batalla, todas superficiales, menos una, una flecha se había introducido unos centímetros en su pierna. De haber chocado con más velocidad, el rey ya no podría caminar con esa pierna.
Legolas admiraba la masacre desde un balcón de la fortaleza-palacio, construida hacía poco. Los cuerpos de las arañas gigantes, que habían intentado asaltar la fortaleza, yacían sin vida alrededor de la muralla, con las cuencas de los ojos llenas de flechas élficas.
Las provisiones menguaban, la moral de los guerreros iba decayendo y los arsenales llenos de flechas estaban cada vez más vacios.
¿Cuánto más podrían aguantar?
La cabeza del rey Bardo III, estaba clavada en una alabarda. Con orgullo, el capitán de las legiones orcas, Truenoide (mi capi), alzaba una y otra vez la cabeza del rey por los aires.
-¡Muerte a los elfos!-gritaban los orcos-¡Muerte a los enanos!, ¡Larga vida a nuestro señor!
Targúl se recreaba viendo desde su caballo como las humanas eran violadas y asesinadas, como los niños eran matados de formas atroces, al igual que los ancianos y como las mascotas de las familias humanas eran desolladas y cocinadas por los orcos, que se daban un festín.
La victoria había sido genial. Sus tácticas militares superaban las expectativas del los bárdidos, que habían caido como moscas en la batalla campal y durante el asedio de Esgaroth.
Ahora, la mirada del señor oscuro se posaba sobre los dos reinos, el de los enanos y el de los elfos. Atacarían los dos a la vez, sus soldados eran legión y no le costaría acabar con sus dos reinos. Su única duda era decidir que ejército comandaría personalmente: el que atacaría a los elfos o a los enanos.
Los elfos habían perdido muchas tropas durante la batalla campal, y los enanos apenas habían llevado 2000 hombres. Así pues, confiaría el mando del ejercito que asaltaría la ciudadela élfica a su lugarteniente. Las instrucciones eran precias: Abusar del lanzamiento de proyectiles contra las almenas élficas, aprovechando que el rango de los arcos de madera de tejo era superior al de los arqueros elfos. Mientras tanto, las catapultas y ballistas batirían los muros de la ciudadela, hasta hacerlos añicos. Ipso facto, la legión de orcos tomaría lo que quedara de las almenas y se introduciría en la ciudad, matando al resto de los elfos.
Targúl se había instalado en la mansión del gobernador de la ciudad, residencia de verano del rey Bardo III. El señor oscuro dispensaba ordenes a sus capitanes orcos, desde la sala del trono.
Unos gritos humanos de dolor que provenían del pasillo hicieron que los capitanes se callaran momentaniamente.
-¡Vesall!-gritaban los dos tres soldados que hacian avanzar al humano a base de puntapiés-¡Miserable!
El cabecilla orco agarró al humano por el jubón y con un puntapié en la rodilla hizo que se arrodillase ante Targúl.
La mirada del señor oscuro infundía tanto pavor en el humano que no se atrevía a mirarle más a los ojos.
-Mi señor-dijo el cabecilla- hemos capturado a este mensajero que cabalgaba hacia aquí.
- Llevaba esta carta-añadió el cabecilla, entregándosela a Truenoide.
Targúl rompió el sello con su propia daga y examinó el contenido de la carta.
De Aragorn, hijo de Arathorn rey elessar del reino unificado de Arnor y Gondor, a Bardo III rey bárdido y gobernador de Esgaroth, Legolas rey de los elfos del bosque de las hojas verdes y Ithilien y Thráin IV rey bajo la montaña. Salve.
Acudo a vuestra llamada de inmediato. Mis ejércitos estarán en camino cuando esta carta os llegue. Espero que resistais la avalancha oscura que se cierne sobre vuestros reinos. ¡Resistid!
Targúl rió de una manera espeluznante, y su risa retumbó por toda la mansión.
- ¿Noticias importantes, mi señor?- Preguntó Truenoide.
-Vienen invitados para mi fiesta-dijo con una sonrisa malévola en los labios.
Montaraz cabalgaba cerca del rey. Este era uno de los privilegios de ser un dúnedain del norte, uno de aquellos hombres que había vagado por la Tierra Media junto a su señor. Era, como todos los montaraces, un hombre de severa expresión, vestía una capa gris con un broche con forma de estrella de plata en el hombro izquierdo. Iba armado con una espada de grandes gavilanes y una lanza, y llevaba unas altas botas de cuero.
El ejército se dirigía hacia Esgaroth, tras haber acampado en Caras Galadon, donde el rey había hablado con Celeborn y Galadriel. A raíz de esta conversación, Aragorn consiguió el apoyo del reino élfico de Lothlórien y una tropa de 3500 arqueros elfos, que se habían unido ya a las tropas de Arnor y Gondor.
Se avecinaba algo importante. ”Pero sea lo que sea- pensó Montaraz- se acabará rápido con un ejército tan grande como el nuestro”.
Thráin IV, rey bajo la montaña, alzó su hacha y gritó a pleno pulmón:
-¡Khazad!, ¡Khazad!
El ejército enano que ocupaba parte de la llanura se avalanzó sobre el enemigo a la señal del grito de guerra de su señor.
Targúl dio la señal, y los arqueros orcos y humanos dispararon sus arcos de tiro largo con pasmosa precisión sobre los atónitos enanos. Cientos de ellos dieron con sus huesos sobre la polvorienta tierra de la llanura. Otra descarga de flechas provocó senda nube negra de mortíferos proyectiles. Los enanos, hicieron uso del escudo redondo que todos llevaban en la espalda durante la batalla. Muchas flechas rebotaron indefensas, otras se clavaron en los escudos y otras muchas dieron en sus blancos.
-¡Khazad!, ¡Khazad!- gritaban cuando se avalanzaron sobre las líneas orcas.
Targúl dió la señal de formación, y se tocó el gigantesco tambor . Los orcos abandonaron su formación desordenada y se alinearon, escudo con escudo. Las gigantescas lanzas fueron pasando de orco en orco hasta la primera fila.
En cuestión de segundos se había creado un gigantesco e infranqueable puerco espín.
Muchos enanos perecieron bajo la aguzada punta de las lanzas orcas. Mientras los que conseguían desviar las lanzas con sus escudos, encontraban fiera lucha con los orcos armados con espadas y cimitarras.
La primera línea que había cargado contra los ejércitos del señor oscuro ya no era nada más que un montón de cadáveres. Thráin, reorganizó a sus tropas para lanzar un segundo ataque. Pero no tuvo tiempo de más, porque el ejercito orco se avalanzaba sobre ellos en una ordenada carrera, mil veces ensayada.
A intervalos regulares, la masa oscura se detenía momentaniamente para dejar que los arqueros de tiro largo dispararan una salva de aquellos destructores proyectiles.
Los enanos se protejian con sus escudos cada vez que se disparaba una salva de flechas.
Justo antes de lanzarse al cuerpo a cuerpo, los orcos descargaron sus “pila”, las lanzas arrojadizas que partían los escudos y atravesaban las cotas de malla. Cientos de espadas orcas se desenvainaron al unísono antes de que los dos ejércitos chocaran violentamente.
Thráin se abrió paso a hachazos y derribó a tres orcos antes de que sus guerreros acudieran en su ayuda, entonces le vió.
Debía de ser el cabecilla de aquellos orcos, pero no era un cabecilla, sino alguien más poderoso. Montado sobre un negro corcel de ojos endiablados, que parecía tener una piel de hierro, se erguía la figura de un hombre, pero no era un hombre. Lo que estaba montado sobre aquella infernal criatura era una sombra oscura, vestida con una armadura de placas negra con unas líneas de color oro. De los codos y del casco le salían unos pequeños cuernos, y su cara estaba tapada por una mascara que dejaba ver sus ojos rojos y sus afilados dientes.
Targúl le vió, entre aquel mar de guerreros se distinguía un enano especialmente vistoso, ya que su cota de malla era de color oro y plata, combatía con un vistoso yelmo empenachado y una espada con un mango ricamente labrado. Si, era el rey de los enanos. Sí lo mataba, habría destruido la moral de sus tropas.
Targúl ordenó a los orcos que estaban junto a él que atacaran a los guerreros que protegían al rey Thráin. Y se lanzó sobre el rey, abriéndose paso matando a los enanos que le barraban el paso a base de estocadas que propinaba desde la grupa de su negro corcel.
De repente, varios enanos y orcos cayeron y se hizo un pequeño pasadizo por el cual Targúl se avalanzó sobre el rey, espada en alto. Thráin alzó su espada y describió un circulo con ella sobre su cabeza, con la mano alzada.
El choque fué brutal, y el espadazo de Targúl dio en la espada de Thráin que, involuntariamente paró la estocada. La violencia del choque hizo que Thráin perdiera el equilibrio y estuviese a punto de caer. Targúl no podía atacar a un adversario tan pequeño, que estaba de rodillas, sobre su enorme caballo, así que desmontó rapidamente palmeó el torso del caballo que se abrió paso hacia las líneas orcas, aplastando bajo sus cascos tanto a enanos muertos como vivos.
Thráin se levantó mirando a su adversario, que acababa de cercenarle la cabeza a unos de sus guerreros. Y entre aquel griterío el rey enano desafió a su oponente.
-¡Ven aquí, sombra oscura!
Targúl sonrió friamente y señaló con su espada al rey bajo la montaña.
-¡Miserable moral!, ¿Osas desafiarme?
Thráin se lanzó sobre el oscuro y descargó su espada, que impactó contra el escudo elíptico de Targúl. Este, a su vez, lanzó una estocada al yelmo de Thráin, pero este paró con su escudo de acero. Pero el impacto fue tan fuerte que el escudo se melló y el rey enano dió un traspies. Como una centella, la espada del oscuro traspasó la cota de malla enana y produjo un profundo corte, perforando el higado derecho del rey.
-¡Maldito!-gritó Thráin mientras descargaba su espada con tal violencia que al impactar con la espada de Targúl le hizo perder la fuerza de la estocada con la que iba a rematar al rey.
Los dos se miraron, frente a frente, Targúl podía escuchar la respiración del rey, que como la suya, no estaba en nada agitada.
-¿Quién eres?-preguntó mientras los dos prolongaban aquella situación.
Targúl sonrió esta vez más fuertemente que antes.
-Soy Targúl, hijo de Sauron, señor de la oscuridad-dijo friamente, con una voz potente que helaba la sangre.
Thráin gritó a pleno pulmón mientras descargó una estocada baja, muy rápida, que hizo que Targúl se protegiera rapidamente. El canto del escudo redondo del rey impactó contra la mascara de Targúl, que hechó la cara hacia atrás, aturdido. Thráin descargó una tremenda estocada a la cabeza del señor oscuro mientras gritaba: ¡Muere!
Pero Targúl no dejó que el filo de aquella espada volara mucho por los aires, por que la paró con la suya frenando el impulso de aquella tremenda estocada. Esta vez fue el escudo de Targúl el que impactó contra la cara de Thráin que retrocedió unos pasos, confuso y aturdido. Con un rápido movimiento, ang-gúl cercenó la cabeza del rey bajo la montaña que voló unos metros, junto con su yelmo, antes de caer al suelo, junto a los cadáveres de los guerreros que habían muerto protegiéndole.
La caida de la ciudad bajo la montaña era inminente.
Legolas disparaba su arco desde un torreón de la muralla este de la ciudadela. Sus precisos proyectiles alcanzaban muchas veces la garganta de los orcos. La tierra tembló otra vez en el torreón, a causa de las ballistas, que ya habían abierto una brecha por donde los orcos entraban cual horda negra dentro de la ciudadela.
El fuego élfico en las almenas había decaido mucho tras las sucesivas descargas de los arcos largos de los orcos y hombres. La gran mayoría de los arqueros elfos yacian sin vida en las almenas, traspasados por las oscuras flechas de los orcos.
Los guerreros elfos intentaban contener a espadazos la marea negra que invadía el patio de la ciudadela.
-¡Tul!, ¡Tul!-gritaban los capitanes orcos-¡ a ellos!
Legolas desvió la mirada hacia la llanura de la montaña solitaria, donde se estaba librando una batalla. Para su desesperación, solo se veía una gran mancha oscura, y unos surtidores de humo negro que salía del interior de la montaña. El reino bajo la montaña había caido.
Un guerrero elfo entró en el torreón lleno de sangre orca y con una espada élfica, que ahora era negra en la mano.
-¡Mi señor!, ¡Los orcos están por todas partes!, ¡debeis escapar y salvar la vida!-dijo casi sin aliento.
-¡Jamás!-contestó furioso Legolas-no dejaré aquí a mis hermanos para que mueran solos.
-Mi señor-dijo el guerrero, ya con más aliento-os aseguro que ya no hay escapatoria.
-¡Sin vos, Ithilien caerá!-protestó el arquero que estaba a su lado.
-¡No podemos escapar!-dijo Legolas furioso-¡No veis que estamos rodeados!
-¡Cojed vuestro caballo señor, nosotros os despejaremos camino!-dijo solemnemente el guerrero.
El grupo de elfos salió del torreón hacia las escaleras que descendían al patio de la fortaleza. En el patio se estaba haciendo una mantanza, y los elfos eran cada vez menos. Mientras bajaban las escaleras un par de orcos derribaron al guerrero que intentaba subirlas y unirse al grupo que bajaba.
-¡A Elbereth!-Gritó Legolas soltando una flecha que se clavó en la garganta del orco más corpulento.
El guerrero elfo de la espada ensangrentada acabó con el otro orco tras una pequeña serie de cortas estocadas.
-¡A los establos señor!-gritó un elfo del grupo entre la algarabía-¡rápido!
Legolas no tuvo tiempo de descargar el arco mientras corría hacia los establos, que estaba enfrente de las escaleras, una veintena de metros más adelante.
Los orcos se interponían entre ellos, y los guerreros del grupo se quedaban a luchar contra ellos para abrirle camino a su rey.
Cuando iban a cruzar la puerta del establo, dos orcos salieron ella, cimitarra en mano. El guerrero de la espada ensangrentada, el único que quedaba del grupo, se avalanzó sobre ellos. Una flecha se clavó en el cuello de uno de los orcos, pero el otro, que tenía la espada del guerrero elfo clavada hasta la empuñadura, empujó al elfo cubierto de sangre, y con su ultimo esfuerzo, le hundió su cimitarra en la cara, y cayó al suelo, echando borbotones de sangre negra por la boca.
Legolas entró en el establo, donde varios caballos habían sido descuartizados por aquellos dos orcos. Sin embargo, quedaban tres corceles listos para cabalgar. En ese preciso momento, dos elfos del grupo del torreón entraron en el establo, sin aliento.
-Montad y acompañadme-les ordenó Legolas.
Truenoide se divertía viendo como los elfos caian y la plaza se iba vaciando, ya solo quedaban apenas unos 100. Tomó su espada larga y su escudo de acero y se unió a la algarabía alentando a sus tropas y gritando victoria.
Entonces, las puertas de la ciudadela, que no habian sido destruidas, se abrieron, para dejar pasar a tres jinetes que se abrían paso a mandobles entre el mar de orcos. Los elfos comprendieron que esa era su ultima baza, y luchando codo con codo, abrieron una brecha por la que los tres jinetes escaparon a toda pisa.
-¡Skrarfa!-gritó el capitán orco-¡Cobarde!
No había apenas orcos por aquella parte de la muralla cuando Legolas franqueó a caballo la puerta que un par de elfos habían abierto rapidamente.
-¡Hacia el bosque!-gritó Legolas-¡Cabalguemos hacia el viejo camino del bosque!
Raudos como tres flechas, los jinetes elfos cabalgaron lo más rápido que pudieron hacia el bosque profundo, guiados por Legolas. Como ultima despedida, unas flechas de los arqueros de tiro largo del señor oscuro, erraron los blancos antes de perderlos en la espesura del bosque.
Montaraz admiraba preocupado como unas nubes negras tapaban el que antaño había sido el bosque oscuro, ahora el bosque de las hojas verdes.
El ejército de Aragorn, avanzaba formando una larga línea, através del camino viejo del bosque, por el que antaño Bilbo y compañía cruzaron hasta llegar al reino de los elfos.
De repente, se escucharon unos gritos. Parecían proceder de la espesura. Eran gritos de elfo.
La columna del ejército se detuvo.
-Montaraz-dijo Aragorn- tu y otros cuatro explorad hacia aquella dirección.
Asintió con la cabeza mientras ordenaba a un par de gondorianos que le acompañasen.
El bosque estaba desierto..... ni siquiera una lagartija cruzaba por encima de las viejas y crujientes hojas caidas. Otro grito sonó, esta vez más cercano. Se escucharon también los cascos de un caballo hacia aquella dirección, y al cabo un sonido como si algo pesado cayese sobre las hojas.
Montaraz lo vió al fondo, entre los troncos de los árboles. Era un jinete, de rasgos élficos, que disparaba un gran arco.
-¡A Elbereth!- gritó el elfo, mientras descargaba una vez más su arco.
Montaraz espoleó a su caballo y corrió hacia el jinete elfo, los gondorianos le imitaron.
Los cadáveres de dos elfos yacían sobre el suelo, un caballo estaba muerto, y otro coceaba de dolor con una profunda herida en el lomo.
-¡Cuidado!-gritó Légolas.
Desprevenido, un gondoriano fue golpeado por la negra garra y cayó de su montura.
Era una araña, una araña gigantesca, negra como la noche, fétida y de ojos malévolos. Tres flechas habían herido tres de los ojos de la criatura. Los cinco ojos sanos miraron fijamente al arco de Legolas, que descargó otra flecha que hirió a un cuarto ojo. Un grito profundo, de dolor y angustia, retumbó en el bosque.
Aprovechando el estado de la situación, Montaraz, lanza en ristre, cargó sobre la cabeza del animal, en busca de los ojos.
Pero la araña, descargó una garra delantera contra Montaraz, que paró el golpe a duras penas. La araña aplicó una presión enorme sobre esa pata mientras Montaraz, con los músculos en tensión, detenía la punta de la garra con su escudo. La araña era demasiado fuerte, no tardaría en ceder.
Sin que lo esperara, el gondoriano se lanzó contra la criatura y hundió la punta de su lanza en otro de los ojos de la araña. La lanza se quedó dentro del ojo de bestia, que retrocedió, liberando a Montaraz.
Este, se avalanzó sobre las patas de la araña, y con un golpe formidable, consiguió cortarle una. La araña, iracunda, se avalanzó sobre Montaraz e hizo que cayera al suelo. Abrió sus mandíbulas para asestar el golpe final, y aplastar la cabeza de Montaraz.
Otro profundo corte hizo que la araña se tambalease: el gondoriano le había clavado dos cuartas de su espada dentro de un ojo. La araña se avalanzó sobre el gondoriano y con un rápido golpe, cerró sus mandíbulas, que aplastaron la cabeza y el yelmo del soldado.
Una flecha silbó, y se introdujo dentro del séptimo ojo de la bestia, que no tuvo tiempo para aullar de dolor, pues Montaraz hundió su espada hasta la empuñadura en el octavo ojo.
Corcoveante, la araña cayó boca arriba, y flexionó sus patas por ultima vez, echando borbotones de sangre negra por la boca.
Montaraz limpiaba su espada, mientras Legolas desmontó y apoyó su mano en el hombro del montaraz.
-Te debo la vida amigo- e interrumpió la tertulia, pues llegaron varios caballeros del ejército del rey elessar, que habían escuchado los gritos-¿Sois tropas del rey elessar?
-Si- respondió Montaraz, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano- Aragorn viene en socorro de los elfos y los enanos.
-Debo hablar inmediatamente con el rey elessar- dijo Legolas en tono solemne.
Aragorn abrazó al viejo amigo y compañero de fatigas.
-¡Es un placer verte de nuevo!- dijo el rey elessar
-Cuanto tiempo, Trancos- contestó el elfo con una sonrisa en la boca, y una lágrima de alegría en la mejilla.
Se dieron sendas palmadas en el hombro antes de pasar a los asuntos importantes.
-¿Cómo es que estais fuera de vuestra fortaleza?- preguntó Aragorn.
-¡Una desgracia!, ¡Los orcos han caido sobre nosotros!
-Lo imaginaba- dijo el rey elessar con un rostro de preocupación- ¿Son muchos?
-Cientos de miles, y bien entrenados. Tiene unas armas muy buenas y armas de asedio como nunca se ha visto. Me temo que no son como los orcos contra los que tu y yo luchamos en Córmallen.
Aquí lo llevas!
Ah gente... plagio= 0
Me voy! Mañana guelbo. Mi correro es: davidnievas@yahoo.es
(Mensaje original de: Targúl)