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Ver tema#511 Respondiendo a: Abârmil
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“- Creo que ya es suficiente por hoy - dije-, tomemos un descanso. Vete a por agua, Lendor, y tú, Bilmos, enciende un fuego, la noche está próxima y es mejor buscar la madera con el sol de nuestro lado.
Me senté tranquilamente sobre la espesa hierba que cubría cual alfombra la cima de la pe...
Acción
Las palabras de Serke, Inglor y Abarmil despertaron a Dimas, sumido en un profundo sueño de dragones, fuego y dolor. Al abrir los ojos tardó pocos segundos en comprender lo que había sucedido. Quizá un milagro lo había salvado de morir calcinado ante el dragón. Lo importante es que estaba vivo y que quien sabe si podría ver a sus hijos y mujer de las Colinas de Hierro. Al instante fue consciente del lugar donde se hallaba: una hedionda galería, llena de viejas estanterías y paredes cochambrosas… como si se tratase de una vieja estancia olvidada de Moria durante los años de la ocupación orca. Mientras sus compañeros cavilaban sobre lo sucedido, el enano cayó en la cuenta de que sus heridas habían sido vendadas y de que alguien debía haberlos llevado hasta allí. La carne enana cicatrizaba con facilidad. Ansioso por saber del lugar, se incorporó de su lecho e inspeccionó con sumo detalle. No tardó en prestar atención a lo poco que ofrecía el lugar. Después de un rastreo milimétrico dio con unas señales en la pared. No había duda. Eran runas
[quote]
- ¡Escuchad amigos! ¡estamos en una mazmorra enana! -el enano mostró una súbita alegría pero pronto volvió el temor a sus labios-. Inglor acércame esa luz. Por cierto. ¿cómo la has conseguido?
- Maese enano. Se encendió sola. Eso ahora no importa. Quizá las palabras de la pared nos puedan, o quieran, decir algo.
- A ver, veamos…., ummm- Dimas acercó sus ojos a las runas-. ¡Que raro! El trazado de las runas no responde a la caligrafía de los enanos de las Colinas de Hierro, ni siquiera se utilizan las abreviaturas de la era de Frar, Thar y Nar, príncipes de las Ered Mithrin antes de la destrucción de los dragones.
- ¿Averiguas algo Dimas?- interrumpió impaciente Serke al hijo de Durin.
- ¡Por las barbas de Aule!, faltan tantos trazos que apenas se entienden más que fragmentos dispersos: “Para salir”… “encontrar”, “celda”, “vida”, “secreto”- Dimas permaneció unos segundos en silencio mesándose las barbas mientras todos esperaban su veredicto. De pronto su rostro cambió- ¿cómo no me he dado cuenta antes?, esta caligrafía es de cuño y letra de algún enano mezquino.
- Mez… ¿qué? – prorrumpió Inglor extrañado
- Se trata de una desviación bastarda de la raza de Durin, según tengo entendido -sentenció concluyente un observador Abarmil
- ¡Y tanto que bastarda! -concluyó Dimas-. Estamos nada más y nada menos que en una cámara de sacrificios, tal y como se explica en las crónicas de Burio, un enano mezquino reconvertido a nuestra raza.
- ¿Desde cuándo hacéis sacrificios?- inquirió sorprendido el montaraz, pues en sus largos viajes por la Tierra Media no tenía noticia de tal bárbara costumbre por un pueblo que se llamaba refinado, aunque fuera de las profundidades de la tierra.
- El común de los enanos abominamos esa costumbre en la I Edad del Sol, pero los mezquinos prosiguieron con ella.
[/quote]
Serke, Abarmil e Inglor no daban crédito a lo que el enano les había explicado. Dimas sabía más de lo que creía sobre los enanos mezquinos. Y ello porque cuando era un adolescente barbilampiño su padre le había relatado terribles historias de aquella rama desviada de su pueblo. Se recordaba en la casa paterna, junto a otros familiares, acurrucado junto al crepitante fuego del hogar, fumando pipa y escuchando al viejo Thranios y a otros ancianos del lugar contando historias en tono de leyenda. Historias pretéritas, sí, pero no por ello menos sorprendentes.
[quote]- Todo encaja ahora- señaló Dimas saliendo del interior de sus pensamientos y rompiendo el silencio-. Ahora recuerdo lo que decía la referida Crónica de Burio sobre los descendientes de Mim, sus incestos y vesania asesina contra sus vástagos deformes, que sospecho fueron sacrificados en este altar. Como pago a sus atrocidades, todos, -o casi todos- murieron masacrados por los dragones de las Ered.r[/quote]
Los compañeros de Dimas se encontraban perplejos. La historia relatada por el hijo de Thranios parecía una monstruosa pesadilla. Mientras todos hablaban consternados sobre el relato de Dimas, éste encontró huesos en una de las celdas. No eran unos huesos de enanos, sino de humanos, lo que confirmaba la tesis sobre la ocupación orca de aquellas lúgubres estancias. No había tiempo que perder. Quizá algunos de los compañeros estuviesen en aquellas oquedades insondables.
Mientras todos comenzaron a rebuscar, el corazón de Dimasalang - “el intocable” en su oculto idioma- comenzó a latir violentamente. Por aquellos pasadizos angostos corría el mismo aire mefítico y cargado que circulaba por los niveles más profundos de su querida Khazad-dum. El mismo aire que inundaba sus pulmones antes de que el corazón bombease sangre a todo el cuerpo para entrar en combate contra los temibles orcos de Moria. Todo le resultaba muy familiar. De pronto, sintió unas ansias irrefrenables de empuñar su hacha y abalanzarse por la oscuridad de las galerías al grito de “Baruk Khazad”, con el que Náin, Balin, y Dáin habían ofrecido sus vidas a las profundidades del mundo. “¡Mithril despierta!”. Notó el sudor frío que recorría todo su cuerpo antes de Azanulbizar. Creyó escuchar el ruido seco que hacían los cuerpos al caer en los abismos infinitos de Barazimbar o Zirak-Zigil. Todo –sensaciones, olores, rocas con estalactitas, cadencioso goteo del agua- era familiar, por eso se encontraba inexplicablemente a gusto en aquel lugar.
La aparición de Gandalf, de la mano de Abarmil, alivió las inquietudes del grupo. Inglor dio unos metros más adelante con otros montaraces. Entre los aparecidos, Farahir, a quien no pocos daban por muerto. Gandalf habló de la necesidad de huir del lugar. Todos convinieron con él. La única salida apuntaba hacia las entrañas de la tierra. Ante ellos una escalera acaracolada, húmeda y angustiosamente estrecha. Dimas no pudo disimular una sonrisa en su rostro barbado. Ello a pesar de que algunos como Serke habrían vendido su alma al mismísimo Morgoth por evitar adentrarse en lo profundo.
Mientras descendían, Dimas buscaba en la escalera runas u objetos de los viejos enanos mezquinos. De lejos, voces, sonidos de tambores y ruidos aislados hacían barruntar lo peor.
- Vive Aule que esto no ha hecho más que empezar- pensó para sus adentros.
Las palabras de Serke, Inglor y Abarmil despertaron a Dimas, sumido en un profundo sueño de dragones, fuego y dolor. Al abrir los ojos tardó pocos segundos en comprender lo que había sucedido. Quizá un milagro lo había salvado de morir calcinado ante el dragón. Lo importante es que estaba vivo y que quien sabe si podría ver a sus hijos y mujer de las Colinas de Hierro. Al instante fue consciente del lugar donde se hallaba: una hedionda galería, llena de viejas estanterías y paredes cochambrosas… como si se tratase de una vieja estancia olvidada de Moria durante los años de la ocupación orca. Mientras sus compañeros cavilaban sobre lo sucedido, el enano cayó en la cuenta de que sus heridas habían sido vendadas y de que alguien debía haberlos llevado hasta allí. La carne enana cicatrizaba con facilidad. Ansioso por saber del lugar, se incorporó de su lecho e inspeccionó con sumo detalle. No tardó en prestar atención a lo poco que ofrecía el lugar. Después de un rastreo milimétrico dio con unas señales en la pared. No había duda. Eran runas
[quote]
- ¡Escuchad amigos! ¡estamos en una mazmorra enana! -el enano mostró una súbita alegría pero pronto volvió el temor a sus labios-. Inglor acércame esa luz. Por cierto. ¿cómo la has conseguido?
- Maese enano. Se encendió sola. Eso ahora no importa. Quizá las palabras de la pared nos puedan, o quieran, decir algo.
- A ver, veamos…., ummm- Dimas acercó sus ojos a las runas-. ¡Que raro! El trazado de las runas no responde a la caligrafía de los enanos de las Colinas de Hierro, ni siquiera se utilizan las abreviaturas de la era de Frar, Thar y Nar, príncipes de las Ered Mithrin antes de la destrucción de los dragones.
- ¿Averiguas algo Dimas?- interrumpió impaciente Serke al hijo de Durin.
- ¡Por las barbas de Aule!, faltan tantos trazos que apenas se entienden más que fragmentos dispersos: “Para salir”… “encontrar”, “celda”, “vida”, “secreto”- Dimas permaneció unos segundos en silencio mesándose las barbas mientras todos esperaban su veredicto. De pronto su rostro cambió- ¿cómo no me he dado cuenta antes?, esta caligrafía es de cuño y letra de algún enano mezquino.
- Mez… ¿qué? – prorrumpió Inglor extrañado
- Se trata de una desviación bastarda de la raza de Durin, según tengo entendido -sentenció concluyente un observador Abarmil
- ¡Y tanto que bastarda! -concluyó Dimas-. Estamos nada más y nada menos que en una cámara de sacrificios, tal y como se explica en las crónicas de Burio, un enano mezquino reconvertido a nuestra raza.
- ¿Desde cuándo hacéis sacrificios?- inquirió sorprendido el montaraz, pues en sus largos viajes por la Tierra Media no tenía noticia de tal bárbara costumbre por un pueblo que se llamaba refinado, aunque fuera de las profundidades de la tierra.
- El común de los enanos abominamos esa costumbre en la I Edad del Sol, pero los mezquinos prosiguieron con ella.
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Serke, Abarmil e Inglor no daban crédito a lo que el enano les había explicado. Dimas sabía más de lo que creía sobre los enanos mezquinos. Y ello porque cuando era un adolescente barbilampiño su padre le había relatado terribles historias de aquella rama desviada de su pueblo. Se recordaba en la casa paterna, junto a otros familiares, acurrucado junto al crepitante fuego del hogar, fumando pipa y escuchando al viejo Thranios y a otros ancianos del lugar contando historias en tono de leyenda. Historias pretéritas, sí, pero no por ello menos sorprendentes.
[quote]- Todo encaja ahora- señaló Dimas saliendo del interior de sus pensamientos y rompiendo el silencio-. Ahora recuerdo lo que decía la referida Crónica de Burio sobre los descendientes de Mim, sus incestos y vesania asesina contra sus vástagos deformes, que sospecho fueron sacrificados en este altar. Como pago a sus atrocidades, todos, -o casi todos- murieron masacrados por los dragones de las Ered.r[/quote]
Los compañeros de Dimas se encontraban perplejos. La historia relatada por el hijo de Thranios parecía una monstruosa pesadilla. Mientras todos hablaban consternados sobre el relato de Dimas, éste encontró huesos en una de las celdas. No eran unos huesos de enanos, sino de humanos, lo que confirmaba la tesis sobre la ocupación orca de aquellas lúgubres estancias. No había tiempo que perder. Quizá algunos de los compañeros estuviesen en aquellas oquedades insondables.
Mientras todos comenzaron a rebuscar, el corazón de Dimasalang - “el intocable” en su oculto idioma- comenzó a latir violentamente. Por aquellos pasadizos angostos corría el mismo aire mefítico y cargado que circulaba por los niveles más profundos de su querida Khazad-dum. El mismo aire que inundaba sus pulmones antes de que el corazón bombease sangre a todo el cuerpo para entrar en combate contra los temibles orcos de Moria. Todo le resultaba muy familiar. De pronto, sintió unas ansias irrefrenables de empuñar su hacha y abalanzarse por la oscuridad de las galerías al grito de “Baruk Khazad”, con el que Náin, Balin, y Dáin habían ofrecido sus vidas a las profundidades del mundo. “¡Mithril despierta!”. Notó el sudor frío que recorría todo su cuerpo antes de Azanulbizar. Creyó escuchar el ruido seco que hacían los cuerpos al caer en los abismos infinitos de Barazimbar o Zirak-Zigil. Todo –sensaciones, olores, rocas con estalactitas, cadencioso goteo del agua- era familiar, por eso se encontraba inexplicablemente a gusto en aquel lugar.
La aparición de Gandalf, de la mano de Abarmil, alivió las inquietudes del grupo. Inglor dio unos metros más adelante con otros montaraces. Entre los aparecidos, Farahir, a quien no pocos daban por muerto. Gandalf habló de la necesidad de huir del lugar. Todos convinieron con él. La única salida apuntaba hacia las entrañas de la tierra. Ante ellos una escalera acaracolada, húmeda y angustiosamente estrecha. Dimas no pudo disimular una sonrisa en su rostro barbado. Ello a pesar de que algunos como Serke habrían vendido su alma al mismísimo Morgoth por evitar adentrarse en lo profundo.
Mientras descendían, Dimas buscaba en la escalera runas u objetos de los viejos enanos mezquinos. De lejos, voces, sonidos de tambores y ruidos aislados hacían barruntar lo peor.
- Vive Aule que esto no ha hecho más que empezar- pensó para sus adentros.
"Así lucharemos a la sombra"- dijo Dieneces en las Termópilas al saber que los persas harían una nube con sus flechas.