El Secreto de Adra

07 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Javier Pérez, Uilos
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Capítulo 1: El Comienzo

        El viento soplaba a través de las ventanas del edificio de la guarnición principal que Gondor mantenía en Dor Rhúnen (Rhovanión), una región entre en el sur del Bosque Negro y la cordillera de Mordor llamada Ered Lithui. Una región que nada tenía que ver con las grandes praderas rohírricas que se encontraban más al oeste. Dicha guarnición se encontraba cerca de los Rauros y, por esa razón, rara vez cruzaban el río sin antes ir a Tir-Anduín, una ciudad no muy lejana, que era el único núcleo civilizado en muchos kilómetros a la redonda.

        El jefe de la guarnición, un gondoriano leal a los antiguos ideales de convertir Gondor en un legado digno de los antiguos Numenoreanos, había invitado a un grupo de aventureros, cuya fama había empezado a crecer debido a sus éxitos en la lucha contra el Señor Oscuro de Mordor; no eran soldados entrenados, ni habían dirigido ejércitos, pero su valor era de renombre, y no pocos en Gondor o Rohan, habían oído hablar de ellos. Un grupo variopinto, como les decían a veces, una mezcla de razas demasiado extraña para esos tiempos... ni siquiera al jefe de la guarnición le gustaba eso, pero su amistad parecía que les unían hasta llegar a límites insospechados. No obedecían a ningún patrón excepto a la lucha contra Sauron, y no se sometían a ningún rey, ni senescal... solo la lealtad entre ellos y sus misiones eran los que les hacía relacionarse con este tipo de estatus. Pero ellos se arrodillaban ante los mandatarios que eran afines a la causa, pues eran humildes con respecto a sus aliados y feroces con sus enemigos. Eso era lo que de ellos se decía, y la causa de que Gondor quisiera tenerles como afines a sus proyectos.

        Baranor cerró la ventana, entraba frío, y, aunque estaba cerca de su casa, el clima no era normal en esta época. Baranor era un Variag de Riavod, había desertado de su orden a causa de que la moral de él y ésta diferían demasiado... tanto que tuvo que traicionarla hace unos años para defender a ciertas personas, las cuales habían llegado a ser su familia.

- Es viento del Este... no trae buenos presagios...- dijo el Variag.
- Tranquilo Baranor, unas buenas vacaciones nos vienen bien- respondió una mujer que se encontraba cerca.
- Vacaciones...- dijo pensativo.- Curiosa manera de expresarlo Silvara.

        Silvara sonrió a su compañero, hacía tiempo que no se encontraban tan a gusto en un lugar, y no le gustaba que los demás no sintieran lo mismo, pues habían sido demasiadas aventuras, demasiadas para su gusto. Demasiados caminos enfangados y días bajo la lluvia, mientras que buscas a tu alrededor cualquier enemigo, que casi siempre llega a ser imaginario. Demasiadas guardias por la noche, siempre temiendo por los compañeros que duermen cerca tuya, confiándote tus vidas. Era demasiado para Silvara, que, aunque nunca flaqueaba, le encantó la idea de quedarse por un tiempo estancada en un sitio (aunque fuese una guarnición gondoriana). La Variag sentía mucho aprecio por su amigo, todavía recordaba la decisión que tomaron juntos, aquella noche... "Esto nos puede costar la vida, y nadie lo ha hecho sin morir poco después... nos encontrarán". Pero Baranor y Silvara trazaron su camino juntos.

        El Elfo no estaba muy atento a la conversación, estaba distraído en tensar el arco que le había regalado su padre décadas atrás. Hacía unos días que no reparaba aquel infortunio que sucedió en el rio, en el cual se le había roto la liviana cuerda del arco. El Elfo tenía la belleza especial de los de su raza, y era altivo y noble, y no descuidaba detalle. Su melena era rubia, algo poco corriente en los Noldor. Ahora sus perspicaces ojos estaban sumidos en cómo arreglar su preciado arco, que lo había acompañado siempre... Elhumen era su nombre, y hacía tiempo que no regresaba a su hogar, con los suyos, el Bosque negro estaba cerca y podía notarlo, casi olerlo.

        De repente, sin previo aviso, la puerta de la estancia se abrió. Los dos Variags reaccionaron rápidos, como si de un ataque se tratase, a Elhumen se le saltó la cuerda, la figura que había en la esquina, fumando pipa, ni se inmutó...

- ¡Y por fin, leña para un placentero fuego!- gritó el Enano que entró velozmente en la habitación.
- ¡Gracias Dark!, nadie lo hubiese hecho mejor- dijo Elhumen recogiendo la cuerda del suelo.

        El Enano gruñó en dirección al Elfo y puso la leña en la chimenea, de tal forma que prendiera bien. Hacía mucho que Dark conocía a Elhumen, y el antagonismo entre el Elfos y Enanos había desaparecido por completo, primero por pura necesidad, pero después uno vio en el otro un compañero formidable, en el cual confiar sus espaldas en un momento crítico. Llevaba la barba revuelta a causa del viento que soplaba en el exterior. No le molestaba en absoluto y no se cuidó en ordenarla un poco. Con riesgo de prenderse fuego a sí mismo, sacó su yesca y pedernal y comenzó a encender un fuego.

- ¿Dónde has dejado a Thar?- preguntó la figura que ocupaba el lugar más oscura de la estancia.
- Está en el establo, cuidando de que a los caballos no les falten nada, el amor que les tiene es extravagante en cierto modo, ¿no creeis? - respondió Dark.
- No creas, ya sabes que los rohirrines son los señores de los caballos, y de algo viene su nombre... además, los considera de sus propia familia, ¿qué dirias tú si un dragón vuelve a Erebor?- dijo Elhumen
- No olvides que algunos de nosotros formó parte de la batalla... - pero el Enano se callo al instante, se dio cuenta de su error.
- No lo olvido...- respondió silencioso el Elfo.

        El Dunedain tragó otra bocanada de humo, y se quitó la capucha que todavía le cubría el rostro. Las facciones de sus ancestros seguían incorruptas en él, aunque su aspecto no era precisamente el más adecuado, pues los días de gloria habían pasado hacía ya mucho, mucho tiempo... los Dunedain no eran la gran raza que llegó la Tierra Media, esta era una época oscura para ellos... pero mientras hubiera una brizna de esperanza los Dunedain seguirían allí. Había estado ya en sus años jóvenes con los montaraces, vigilando los caminos de Arthedain, de donde procedía, pero la llamada de conocer toda la Tierra Media le animó a seguir pasajes extraños, muchas venturas y desventuras había vivido. Pero los senderos de la magía se habían abierto a él hace tiempo, en una ciudad llamada Onodrith. Tanto tiempo y tanto en qué pensar y recapacitar habían hecho de él un ser pensativo y calculador.

        En el exterior los soldados gondorianos seguían sus guardias con normalidad, paraban los caminantes que se acercaban, y revisaban los carros que iban y venían. En las torretas no había ningún arquero, parecía ser que la guarnición no era tan fuerte como se presumía, solo dos soldados estaban en la puerta inspeccionando. La mañana no era tan movida y había pocos mercaderes que se dirigían a Tir-Anduin. Los edificios de madera estaban construidos para su función, y habían sufrido varias remodelaciones, pues se produjeron algunos ataques de los Orientales en el invierno pasado, como les dijo el capitán. Había varios niños jugando cerca de la puerta, pero los soldados les echaron rápido, no sin antes algunas regañinas. Baranor divisaba el paisaje desde la ventana, sin prestar mucha atención a lo que ocurría. Se fijó sin embargo en un carro que estaba a punto de salir por la puerta que estaba frente a él, seguramente habría entrado por la puerta del sur. Los soldados se prepararon para la inspección rutinaria. No había nadie más en la salida. Un hombre se bajó del carro y empezó a hablar con uno de los guardias. El otro guardia miró por abajo del carro, y se fue a la parte trasera para ver el cargamento. El guardia retiró la lona despreocupado... un resplandor salió del carro, el guardia se quedó ciego al momento y cayó al suelo, pero no gritó.

- ¿Pero qué..? -dijo Baranor estupefacto.

        Mientras el guardia que conversaba al ver que su compañero no decía nada dejó vía libre al carro, que se movió silencioso hacia delante; el soldado se dirigió hacia la torreta, andando delante del carro. Baranor vio todo suceder milésimas de segundo, rápidamente abrió la ventana y gritó en Oestron al guardia. El guardia miró hacia la ventana, pero cayó fulminado por una flecha proveniente de una segunda persona que acompañaba al conductor, el carro comenzó a correr, y no había nadie que lo parase.


Capitulo 2 (Todavía no hemos recibido la continuación al primer capítulo)

  
 

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