El Anillo de Fuego

10 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Rubén
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   El cielo se oscurecía, y las olas, batientes contra la costa, eran de espuma blanca y cresta plateada, y se extendían a lo largo y ancho del estuario gris. El aire era frío, como de escarcha, pero limpio a su vez de toda impureza, y soplaba fuerte y parecía ser empujado desde el Norte, como un aliento gélido y penetrante que balancea los árboles y hace agitarse a las capas y los cabellos. Era aquel, situado en el norte de la Tierra Media, el último puerto por el que los Elfos partían hacia más allá del Mar, rumbo al Oeste. Y en aquella noche del año Mil de la Tercera Edad del Sol, el Señor de los Puertos Grises -llamados Mithlon por los Elfos-, Círdan el Carpintero, el Constructor de barcos y Señor de los Falathrim, esperaba al pie de la escalinata de madera el atardecer de un nuevo día. Estaba solo, pues así él lo había dispuesto, y, con los brazos cruzados a la espalda, eran sus ropajes ondeados por los vientos, y en su frente lucía una diadema de plata, reluciente al reflejar los últimos rayos de la estrella de fuego, así como en su mano diestra flotaba un ligero resplandor escarlata. La luz de Eärendil el Marinero, a bordo de su navío Vingilot, brillaba más arriba y más lejos que el sol, y su luz era relumbrante como el Silmaril custodiado por el hijo de Tuor e Idril Celebrindal hija de Turgon de Gondolin, y arrebatado por Beren hijo de Barahir y Lúthien hija de Melian y Thingol, señores de Doriath. Los inmortales ojos de Círdan, azules como la superficie de las aguas que ahora contemplaba mezclarse con las postreras fuerzas del sol, se tornaron húmedos y frágiles al recordar a su amigo Eärendil, cuando él, Círdan, vivía en la isla de Balar junto a aquellos que habían huido del saqueo de los puertos de Brithombar y Eglarest. ¿Quién sino Círdan había ayudado al padre de Elrond Medio Elfo a construir Vigilot, el más bello de todos los navíos, con sus remos dorados y su madera blanca tomada de los abedules de Nimbrethil, y sus velas de plateadas como la luna? Sí, las canciones mencionaban a aquella nave, llamada también la Flor de Espuma, como la más bella y hermosa embarcación construida por siempre. ¿A bordo de qué navío flotante disparó Eärendil la flecha certera que acabó con Ancalagon el Negro, dragón alado de fuego y el más grande y poderoso de cuantos poblaron la faz de Arda? Sí…, ahora los recuerdos revivían con fuerza en su mente, sacudidos por el fuerte oleaje, y no se apagaban mientras avanzaba el crepúsculo y la luz disminuía, sino que parecían ser más claros y de mayor fuerza, y la tristeza que le hacían pasar intentaba huir por sus iris marinos, huyendo en forma de lágrimas, si bien no Innumerables, como aquellas que se vertieron en la batalla del mismo nombre, allá por el año Cuatrocientos cincuenta y tres de la Segunda Edad. Él, el Carpintero y Constructor de Barcos, nacido bajo la luz de las Estrellas, había visto, escuchado y oído infinidad de desgracias y anhelos, y se había estremecido de espanto y llorado de alegría en otras tantas ocasiones, y no en vano era considerado como uno de los Elfos más sabios de la Tierra Media. Sin embargo, ahora, cuando las sombras empezaban a invadir el Bosque Negro, y al oeste descendía el sol por el abismo del mundo, Círdan sentía el crepitar de una advertencia en su interior, como un eco lejano que advierte del peligro cuando éste no se ha presentado aún en toda su magnitud y fortaleza, o como un siseo apenas audible, que murmura constantemente a los oídos de las conciencias cuando éstas parecen confiarse y sumirse por completo a la suerte de los destinos.
   Una sombra pareció interponerse entre el bello rostro de Círdan y el débil relumbrar anaranjado del sol, en lontananza. Entonces, Círdan cantó alto y fuerte, y su voz la escucharon muchos oídos, arrastrada por los vientos y dotada de la fuerza de los cascos dorados de Nahar, corcel del poderoso cazador Oromë y que, con su resplandor plateado, ahuyentaba a los servidores y a las criaturas salvajes de Melkor, sumiéndolos en las sombras que el Enemigo Oscuro había creado.

¡Salve, Eärendil,
portador de la luz de antes del Sol y de la Luna!
¡Esplendor de los Hijos de la Tierra,
estrella en la oscuridad,
joya en el crepúsculo,
radiante en la mañana!

   Y sus palabras sonaron clamorosas como el aire expelido por el Valaróma, el Gran Cuerno que Oromë hacía sonar en los crepúsculos matinales, y que recorría las llanuras de Arda, y atravesaba las montañas y los ríos, y las sombras huían y hasta Morgoth se escondía en su fortaleza Utumno.
   ¿Qué había sucedido desde que Eru, el Único, clamara con su voz omnipotente?: "¡Eä! ¡Que sean estas cosas! Y enviaré al Vacío la Llama Imperecedera, y se convertirá en el corazón del Mundo, y el Mundo Será; y aquellos de entre vosotros que lo deseen podrán descender a él"
   Pues descendieron entonces aquellos a quien Ilúvatar hablaba, y sus cánticos tomaron múltiples formas, y el Mundo se hizo. Eran ellos los Ainur, vástagos del pensamiento de Eru, y de los Ainur no todos descendieron, y los que así lo hicieron fueron llamados los Valar, "Los que Tienen Poder". Ahora bien, con los Valar llegaron a Arda otros espíritus, de su mismo orden pero de menor jerarquía, y que eran sus servidores y asistentes, llamados los Maiar. Pero, una vez que los Valar y los Maiar hubieron derrotado a Morgoth por vez tercera, y dado muerte a todas las bestias y criaturas de las que él se sirvió en la Guerra de la Ira, en el Seiscientos Uno de la Primera Edad, y una vez que hubieron arrojado al Enemigo Oscuro al Vacío, y que las Montañas Azules y las de Hierro fueran desgarradas y dejaran paso a las aguas del Mar, y que toda Beleriand quedara arrasada…, Eru prohibió a los Valar, y a los servidores de éstos, inmiscuirse más en los asuntos de Arda, y concluyó de aquella forma la Primera Edad del Sol. Ahora bien, grandes catástrofes se sucedieron por cierto en la Segunda Edad, y todas ellas fueron contempladas por los ojos de Círdan, que ahora miraban ocultarse el sol, y ganar terreno la noche, mas aún brillaban a lo lejos los últimos rayos dorados, tiñendo el mar de un verde azulado. Pero… ¿qué ocurrió en aquellos Tres Mil Cuatrocientos Cuarenta y Un años? Los Hombres poblaron Númeror, la Isla entre Amán y la Tierra Media, y alcanzaron en ella grandes prosperidades; los elfos que sobrevivieron a la Primera Edad y que permanecieron en la Tierra Media, se reunieron bajo el mando de Ereiron, hijo del Gran Rey Fingon y llamado Gil-Galad, que significa "Estrella Luminosa", entorno a los confines del Reino de Lindon. Y hubo reinos élficos en los bosques de Lothlórien y el Bosque Verde, y los elfos comandados por Celebrimbor, nieto de Fëanor e hijo de Fingon, fundaron el reino de Eregion, con los Herreros elfos… Mas esa fue su perdición, pues aunque Melkor fue expulsado al Vacío, no sufrió el mismo destino Gorthaur el Cruel, llamado Sauron que significa "el Aborrecido", y que era un maia lugarteniente de Melkor, y que permaneció en la Tierra Media, presentándose a los elfos de Eregion como Annatar, el Señor de los Dones, y bajo su hermosa apariencia, sedujo a los Herreros elfos para que forjaran los Anillos de Poder…
   Las olas se encresparon y creció el oleaje. El viento ululó con más fuerza, y se levantaron las aguas allá a lo lejos, formando grandes crestas de espuma blanca. Círdan se estremeció al recordar al Enemigo… Ni siquiera ahora, solo, perdida su mirada en la inmensidad de las aguas mientras contemplaba la caída del día, ni siquiera ahora podía pronunciar el nombre de aquél que forjó el Anillo Regente. Pensaba en él, y se estremecía como sacudido por una inmensa mano de hielo. Recordaba la enorme y escalofriante armadura negra, el hierro oscuro que la recubría… y el fulgor dorado del Único, forjado en los fuegos del Orodruim… Larga era la historia de aquellos días, desde que el sirviente de Melkor retornara a la Tierra Media, entorno al año Mil de la Segunda Edad; en aquel entonces, comenzó Sauron a urdir con maliciosa e inteligente espera los cimientos de su reino de Mordor, y a edificar su fortaleza, llamada Barad-Dûr, la Torre Oscura. Fue entonces cuando bajo su hermosa apariencia sedujo a los Herreros elfos, y en cien años se forjaron los Diecinueve Anillos de Poder…

Tres Anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en Palacios de Piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.

   Pero todo ello no formaba sino parte de un plan urdido por Sauron, y el propio Celebrimbor se dio cuenta del engaño, cuando ya no había remedio alguno. En Mordor, en los rugientes Fuegos del Orodruim, en el Monte del Destino, forjó Sauron el Anillo que doblegaría el resto de ellos a su voluntad…

Un Anillo para el Señor Oscuro, sobre el Trono Oscuro,
En la tierra de Mordor, donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos.
Un Anillo para atraerlos a todos, y atarlos en las tinieblas.
En la tierra de Mordor, donde se extienden las Sombras.

   Ahora bien, he aquí que los elfos no se sometieron a Sauron sin luchar, y se rebelaron contra él, y se mantuvieron en guerra contra el Señor de los Anillos durante siete años; en la lucha cayó muerto Celebrimbor, y Eregion fue arrasada por las huestes de Mordor, y los Enanos cerraron las puertas de su reino de Khazad-Dûm, que pasó a llamarse Moria, el Abismo Negro; y Elrond Medio Elfo, hijo de Eärendil, guió a los elfos a las proximidades de las Montañas Nubladas, y allí instauraron el reino de Imladris, y lo protegieron de las tinieblas de Mordor. Pero entonces, cuando Sauron, tras su victoria sobre Celebrimbor, marchaba sobre Lindon para hacer frente a Gil-Galad, una imponente flota de Hombres de Númeror desembarcó en ayuda de los elfos de Ereiron, y marchó sobre Mordor, y Sauron, ante la fuerza unida de los númenóreanos y los Elfos, decidió descender de Barad-Dûr y entregarse a sus enemigos, que lo encadenaron y llevaron preso a Númeror. Pero el servidor de Melkor era inferior a él en maldad tan solo mientras su maestro permanecía en la tierra, y recurriendo a engaños y palabras de envoltorio dulce pero relleno ácido y venenoso, convenció a los Hombres para que hicieran planes de enfrentamiento contra los Valar, mas, mientras la mayor flota jamás reunida hasta entonces zarpaba rumbo a Amán para hacer frente a los Poderes, el mismo Ilúvatar hundió la isla de Númeror, y las Tierras Imperecederas se situaron fuera de los confines del mundo, y a partir de entonces solo los navíos élficos podrían llegar a ella. Sin embargo, varias huestes de Hombres Fieles, comandadas por Elendil el Alto, alcanzaron las costas de la Tierra Media, y fundaron en ella el reino de Gondor. Mas, gracias al poder del Anillo, pudo Sauron huir de la isla y regresar a Mordor, pero en aquella ocasión, no salió indemne: Elfos y Hombres, encabezados por los reyes Gil-Galad y Elendil, forjaron la Última Alianza, y derrotaron a los ejércitos del Señor Oscuro en la Batalla de Dagorlad, y pusieron sitio a Barad-Dûr durante siete años. Y, a pesar de la victoria, grandes penurias se cernieron sobre la tierra, pues muertos resultaron Elendil y Gil-Galad, y también Anarion, hijo de Elendil. Mas, cuando Elendil caía muerto por el propio Sauron, su espada Narsil se le quebró bajo la armadura gondoriana, y su hijo, el Príncipe Isildur, la recogió y con su hoja quebrada cortó la mano en la que Sauron portaba el Anillo Único, y el Señor Oscuro se desvaneció, y sus ejércitos arrojaron al suelo las armas y comenzaron a vagar perdidos y sin saber qué había sucedido. E Isildur tomó para sí el Único…

"Esto lo conservaré como indemnización por la muerte de mi padre y por la de mi hermano. ¿No fui yo el que asestó al Enemigo el golpe de muerte?"

   El sol era ya la corona del horizonte, pálido y apenas sin luz. El viento sopló con más fuerza aún, y las olas fueron más altas y vigorosas. Sin abandonar la postura de sus brazos, Círdan se volvió en silencio; las praderas se oscurecían, y las copas de los árboles se tornaban oscuras, y, de nuevo al frente, la luz de Eärendil brillaba en todo su esplendor plateado, y el sol desaparecía por momentos. Su capa ondeaba al compás de sus cabellos negros, y el resplandor de su mano diestra era más claro y fuerte.
   Sentía avanzar en su interior una inquietud informe, de orígenes ignotos.
   Otra vez se estremeció al recordar el rostro de Isildur, en las grietas del Orodruim, salpicando aquel cráter lava y fuego por doquier. Sostenía en su mano el Único, y junto a Isildur estaba Elrond Medio Elfo, y también él mismo, Círdan, que le aconsejó y le rogó que arrojara aquel instrumento de poder al fuego donde se forjó, el verdadero lugar de su origen y destrucción; mas Isildur, tentando por el Anillo, sucumbió a su poder, y lo conservó para sí. Ahora, mientras se recrudecía el oleaje, Círdan sentía tristeza ante aquel hecho cargado de Historia. Dos años más tarde, mientras Isildur cabalgaba junto a tres de sus hijos por la cuenca del Anduin, en los Campos Glaudos, los Orcos hicieron presa de ellos, e Isildur cayó abatido en la superficie del Río Grande por las flechas orcas, y nada más se supo del Anillo Único.
   Círdan se preguntaba dónde estaría, y quien lo encontraría, y a la vez, deseaba que nadie lo hallara nunca, y que se perdiera para siempre, y con él, el poder de codicia y maldad que de él emanaban, pues eran la esencia del propio Sauron, y nunca obedecería el Único la voluntad de quien no fuera su Señor. Por su parte, los Tres Anillos élficos, llamados Narya, el anillo de Fuego, Nenya, anillo del Agua, y Vilya, el anillo del Aire, habían sido repartidos por Celebrimbor una vez que fueron forjados: Gil-Galad recibió a Narya, Galadriel hija de Finarfin portó a Nenya, y Vilya, portado en primer lugar por Gil-Galad, fue entregado por éste a Elrond Medio Elfo, en los días de la Última Alianza. Y del resto de los Anillos de Poder, nada se supo de los Siete, y los Nueve sirvieron para que Sauron esclavizara a los Hombres que los portaban, y se convirtieron en los Nazgûl, los Espectros del Anillo, atados a la voluntad de su Señor.
   Y, mientras esto sucedía, una sombra misteriosa tomaba forma y condensaba oscuridad y negrura en las entrañas del Bosque Negro…
   Pues bien; él, Círdan el Constructor de Barcos, era poseedor ahora del Anillo de Fuego, el que tenía incrustado en su superficie un hermoso rubí; pero él no lo deseaba. Él amaba más al Mar que a todos los Anillos de Poder, pues no era poder lo que él ansiaba, sino calma y sosiego, y hacer barcos y guardar los Puertos. Pero ahora Narya brillaba como pocas veces lo había hecho, aunque el sol dotara al mundo de sus últimas y débiles fuerzas, y la noche llamara a las puertas de los cielos. Y entonces, sobre la cada vez más oscura línea del horizonte, surgió la figura de un velero, y las velas brillaban en plata al contraste con el negro del cielo, y parecían perlas relucientes en el fondo de un mar oscuro. Entonces Círdan levantó a Narya, y éste relumbró como una estrella de fuego. Y Círdan albergó la esperanza de que aquel barco viniera del Oeste, de Amán, de más allá del Mar.
   Con el Anillo Rojo en alto aguardó la llegada de aquella embarcación.
   Y cuando ésta arribó, sintió renacer la esperanza en su corazón, que hasta entonces había permanecido tibio y apesadumbrado. Y las velas refulgieron, y del barco descendieron cinco tripulantes: todos tenían apariencia de Hombres, y el primero de ellos iba ataviado de blanco inmaculado, y tenía los cabellos negros y brillantes, y una gran figura, y pasó junto a él mientras hablaba con los que le seguían, y ni tan siquiera le miró, aunque Círdan pudo apreciar, entre el viento y el romper de las olas, que su voz era suave y convincente. Le seguían otros dos individuos, cubiertos por ropajes azul marino y con embozo sobre sus rostros. Y a éstos, se les unía un cuarto, vestido de color pardo como la tierra, de cabellos castaños, con expresión ausente y aire distraído. Círdan estaba rígido como Aeglos, la lanza de Gil-Galad, pues sentía que una gran fuerza y un gran poder se abría paso delante de aquellos individuos con apariencia mortal. Mas, cuando parecía que el velero iba a zarpar de nuevo, surgió de sus entrañas un quinto sujeto, y al verlo, Círdan comenzó a entender el porqué de algunas acciones: sin duda, éste parecía el menor en importancia, pues era el más bajo de todos y el de aspecto más envejecido. Sus cabellos eran grises, al igual que sus vestiduras, y caminaba con aire cansino, apoyándose en una vara. Y, mientras sus cuatro predecesores habían pasado de largo ante Círdan, éste último se detuvo a su altura, y ambos se miraron fijamente por un momento, y al instante, cuando el sol desaparecía por completo y la luna se reflejaba plateada en el mar, Círdan se inclinó profundamente ante él. Y el anciano le sonrió con dulzura, mientras el viento hacía ondear sus cabellos grises. El guardián de los Puertos Grises miró entonces su Anillo, y posó después sus ojos en aquel peregrino gris. Y dijo:
   -Toma ahora este Anillo, porque trabajos y cuidados te pasarán, pero él te apoyará en todo y te defenderá de la fatiga.
   Levantó entonces a Narya, y se lo sacó del dedo, tendiéndoselo.
   -Porque este es el Anillo del Fuego, y quizá con él puedas reanimar los corazones, y procurarles el valor de antaño en un mundo que se enfría.
   El anciano enarcó las cejas, espesas y también grisáceas, y miró compungido hacia Círdan. Éste suspiró gravemente, y miró el horizonte. Estaba oscuro, como un presagio.
   -En cuanto a mí, mi corazón está con el Mar, y viviré junto a las costas grises guardando los Puertos hasta que parta el último barco…
   Entonces volvió la vista al anciano, y le miró a los ojos. Y, como en un destello, vio praderas y montañas, y Enanos y Medianos, y humo de pipa, y siseos y gritos en cavernas húmedas y oscuras; también vio nieve, y un fuego inmenso por delante de una sombra no menos densa y terrible; divisó sendas ignotas y árboles florecientes, y vestiduras blancas, y traiciones. Y vio el Poder, brillante y redondo. Y vio lágrimas y suspiros, e innumerables muertes en grandes batallas; y un rostro ajado por el dolor junto a lava rugiente y salvaje. Vio cómo una voluntad, la más férrea de todas, sucumbía. Y vio al Destino hacer justicia. Y un dolor nunca reparado, junto a un poder extinguido, y un tenue resplandor rojo escondido. Vio el Final.
   -…Entonces… -dijo, sonriendo mientras las lágrimas le resbalaban por el rostro barbado-, te esperaré.

"Muilelya yéva muina. Hilyal´arin yéva vinyaré"

(Tu secreto estará oculto. Mañana será un nuevo día)

  
 

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