Adiós en Lórien

10 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Parma Ruin
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Mucho tiempo había pasado desde que un día, perdido ya en su memoria, conociera a Elessar, en los idílicos jardines de Imladris, cuando él la confundiera con la misma Lúthien. Largo tiempo hacía de la llegada de Undómiel a Minas Tirith, donde reinó junto a Elessar, heredero de Isildur. Largo era también el viaje que Undómiel llevaba a sus espaldas cuando llegó a los bosques de Lórien, donde flotaban recuerdos, se respiraba tristeza y se oía melancolía. Ya no moraba allí nadie más que los mallorn. Ya no estaban allí ni la Dama Galadriel ni el Señor Celeborn, el de los cabellos plateados. Aún permanecían allí, no obstante, las extrañas construcciones, tan características de los Eldar. Se acercó Undómiel al espejo, ya sin fuentes ni agua para llenarlo. Tocó suavemente con el dedo la piedra sobre la que descansaba el flamante Espejo de Galadriel. Miró dentro, y estaba, prodigiosamente, lleno. Observó detenidamente, y vio entonces a su padre, Elrond, sonriendo. Vio también a Aragorn, hijo de Arathorn, en aquel momento en que sus vidas quedaron unidas para siempre. Y, recordando sus jardines, Undómiel tuvo el súbito deseo de ir allí, a Imladris, por última vez. En aquel instante, un hilo de plata resbaló por su mejilla cayendo al Espejo y deshaciendo aquella mágica visión. Undómiel alzó la vista, y fue llevada por la magia, recorriendo Lothlórien de norte a sur, de este a oeste. Aunque esto, sencillamente, no era posible, pues Lórien era ya un paraíso infinito. Infinito en la mente, infinito en el espacio, pero no en el tiempo, porque aquellas tierras no eran eternas, sino que con el tiempo partirían, silenciosamente, como lo hicieron un día sus habitantes. Volvió a ver Undómiel a los elfos silvanos, apuntando con sus arcos a un grupo de sorprendidos viajeros. Vio al Señor Celeborn, monumental, poderoso. Entonces, como por un impulso, se echó la mano al cuello, y encontró allí un colgante, regalo del pueblo de los enanos a Elrond, una obra maestra de artesanía. Esbozó entonces una agónica sonrisa y miró su vestido, tejido en Imladris, de colores rojos y ocres, el complemento perfecto que hacía de ella la cosa más bella, por un instante, de toda Arda. Súbitamente, una carga desconocida se cayó pesada sobre su corazón. No conocía qué era, sólo que le oprimía el alma. Observó Lórien por última vez, y fue esa la imagen que se llevó de Arda. Se recostó y cerró los ojos. Una segunda lágrima fue emanada de sus ojos, tocando finalmente el suelo de Lothlórien, donde creció una hermosa flor, nombrada por distintos nombres por los distintos pueblos. Arwen, Undómiel, la Estrella de la Tarde, moría. Su corazón se apagaba. Allá donde estuviera, Elrond la lloró hasta el fin de los días. No volvió a sonreír, dicen.
Undómiel murió, pero sólo un segundo antes de extinguirse, sonrió, seguramente, porque había encontrado a Elessar.


A todos los fenómenos, a los que lo lean, a Tolkien y, como no, a mi queridas Vilya.
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