Civilización

29 de Junio de 2003, a las 00:00 - Demerzel
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Jarda avanzó temerosamente por el desolador campo de batalla. La lucha había concluido una o dos horas atrás, debido a la huída de uno de los bandos. Las crónicas dirían que había sido una valerosa victoria conseguida gracias a la profesionalidad y unión de su ejército y un sinfín de cosas parecidas destinadas únicamente a ocultar la verdad: la enorme pérdida de vidas que representaba ganar un simple palmo de terreno.


 Aquellos que libraban la guerra -gente rica que vivía lejos del frente, en la comodidad de sus castillos y mansiones-, pensaría que lo que sucedía no era tan terrible. Mientras, miles de soldados, ex-campesinos o artesanos obligados a tomar las armas bajo la amenaza de pena de muerte y expropiación de todos sus bienes -incluida la familia, que serían vendidos como esclavos-, vivían en las más inhumanas condiciones para luego tener que combatir casi a diario, en una lucha de la que desconocían los motivos y en la que su máxima aspiración residía en salir vivos de ella. Jarda miró apesadumbrado al suelo, entristecido por la realidad de aquel suceso, pero sus ojos toparon con un cadáver que yacía boca arriba.

 Tenía bellísimos rasgos y un porte noble. Se trataba de un elfo. Incluso después de  una muerte violenta, reflejaba una serenidad y una majestuosidad tales que mirándole se podría pensar que no estaba muerto, sino solamente dormido o reposando relajadamente. Pero este pensamiento desaparecía tan pronto como los ojos bajaban hasta la tétrica herida que se abría en su pecho. Una cruel hoja se había abierto paso a través de su armadura para rasgar a continuación la blanda carne. Jarda se estremeció e intentó desviar de nuevo la mirada, pero mirase donde mirase lo único que abarcaba su vista era muerte y desolación.

 Siguió avanzando, intentando evitar que su mente reconstruyese la escena de la batalla cada vez que veía un cadáver (lo que era extremadamente difícil, pues no había un palmo de terreno libre de cuerpos, miembros, o, simplemente, sangre). No pudo evitar pararse ante el cuerpo de un humano. La calidad de su armadura y las adornadas ropas que llevaba reflejaban su alta posición. Se trataba de un caballero, seguramente un terrateniente. Dicha armadura ?que, seguramente, le había salvado repetidas veces durante innumerables combates? había acabado por ser su perdición, pues su caballo ?que yacía a escasa distancia? había sido destripado desde abajo, cayendo inmediatamente, junto con su jinete. El enorme peso de la armadura le había impedido levantarse, de forma que había sido un objetivo fácil (inmóvil e indefenso, en el suelo... poco más que una vulgar cucaracha) para una enorme maza manejada por manos pesadas ?posiblemente las de un enano que yacía cerca con el torso desnudo atravesado por varias flechas?, que le había reducido la cabeza a un repugnante y amorfo amasijo de carne, sesos y hueso triturado.

 Jarda luchó para contener sus nauseas ante tan horripilante visión. Dio media vuelta tan rápido como pudo y se alejó de aquella masa irreconocible que una vez había sido una cabeza. Esa imagen se había alojado en su mente y no podía ahuyentarla. Un sudor frío le recorrió la espalda. ¿Cómo criaturas con un mínimo de sentido común podían cometer semejantes actos? ¿Qué sentido tenía toda esa destrucción? Aún con la cabeza del caballero en la mente, Jarda recordó que todos y cada uno de aquellos cuerpos que yacían desparramados tenía unos padres que lo llorarían, y quizá incluso una mujer y unos hijos que quedarían indefensos en este cruel mundo. Puede que, por una ironía de la irracionalidad de aquellas razas, esas mujeres e hijos acabasen siendo vendidos como esclavos de todos modos, pese al enrolamiento del cabeza de familia.

 Jarda corrió. Corrió tan rápido como pudo, anhelando abandonar aquel lugar maldito de una vez. Odiaba el mundo. Odiaba las criaturas que lo habitaban. No podía comprender la irracionalidad de tales hechos. No podía comprender la salvajez a la que llegaban esas criaturas que se llamaban "civilizadas" e "inteligentes".  No podía comprender nada. Lo único que sabía era que no podía hacer nada por cambiar esa realidad. Sabía que no era más que un insignificante orco salvaje.


  
 

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