La muerte de Denethor

01 de Agosto de 2003, a las 00:00 - Quentin Tarantino
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La batalla recrudecía en el ala oriental. Los orcos llevaban calzas de hierro; tenían cotas de malla, corazas de metal, petos de cuero y armaduras de escamas; escudos también de hierro, espadas de hoja ancha y bacinetes con visera del mismo material. Y aunque estaban  atrapados entre los elfos  de Región y los elfos de Ossiriand, los orcos estaban mejor equipados que éstos últimos.

Los Orcos arremetieron contra las gentes de los siete ríos, éstos llevaban armas livianas y poco podían hacer contra esos demonios. Y los Sindar no pudieron socorrer a tiempo  a sus hermanos de Ossiriand.

Denethor, hijo de Lenwe, se había separado de la Gran Marcha hacia la Tierra Bendecida hacía tiempo. Pertenecía  a la casa de Elwe Singollo que  gobernaba a los Teleri; mas su padre y un grupo de elfos de su clan, se amedrentaron cuando vieron las imponentes montañas Nubladas y decidieron abandonar la travesía y vivir libres bajo el cobijo de las estrellas. Se convirtieron en elfos silvanos y a su pueblo se le  llamó Nandor.

Al cabo, acabaron cruzando la Gran Cordillera y llegaron a Eriador. Allí fueron acosados por las bestias que había creado Melkor en tiempos inmemoriales. El hijo de Lenwe había escuchado que tras las montañas azules reinaba un Señor poderoso que mantenía a los lobos fuera de su reino; éste Señor  era Elwe, que también había abandonado la marcha junto con un resto de su pueblo y se dieron el nombre así mismos de Eglath, los abandonados; después fueron conocidos como los Sindar o Elfos Grises, también se los llamó Elfos del Crepúsculo.

Ahora Denethor, Señor de los Nandor a ese lado de las montañas, instaba a sus guerreros a aguantar.:
-¡Tenemos que reagruparnos y aguantar hasta que lleguen las gentes de Thingol!-
 
El pueblo de Denethor estaba armado con arcos, puñales, jabalinas y algunas lanzas. Los orcos rodearon a Denethor y a su gente mientras éste reculaba hacia una gran colina que se alzaba a sus espaldas; Amon Ereb se llamaba.

Los arcos  chasqueaban una y otra vez sembrando  el campo de espigas y cadáveres. Una nube de flechas atravesó el  cuello y la mano de más de un enemigo, e incluso penetraron los pectorales de algunas armaduras. El gran arco de Denethor estaba echo con madera de tejo y en ese instante disparaba a un gran orco que subía por la colina introduciendo la flecha por  la boca, horadando  y saliendo la punta por la cogotera.
A otro le atravesó el casco  y la visera, clavándose en el ojo y destrozando  a su paso membrana, seso y hueso.

Las  cimitarras de los orcos se mojaron con la sangre de los Nandor. Hendieron  cráneos con sus hachas y mazas. Destriparon y acuchillaron,  afanándose  en descuartizar los cuerpos con ahínco. Desgarraban la carne con sus dientes. Una lluvia de sangre humeante  empapó sus feos y achaparrados rostros. Jirones de carne colgaban de sus  uñas.


Los nandor tiraban jabalinas, flechas y piedras con hondas. Denethor había abandonado el arco y ahora mecía un hacha leñera con gran precisión sobre las cabezas orcas, decapitando allí donde se ponían a su alcance.

Finalmente se vio solo y rodeado por infinidad de enemigos. Allí, en  lo alto de la colina, encima de cuerpos amigos y enemigos, cubierto de sangre, a la luz de las estrellas, clamó a los cielos:

-¿¡Por qué!?- se preguntaba mentalmente -¡Siervos del Mal!- espetó- Volved  a vuestros cubiles, engendros demoniacos.  ¡¡Yrch!!

Un grupo de orcos negros, de las razas que creó Morgoth la más pura y poderosa, todos tan grandes como Denethor, y en la cuál se inspiraría más tarde Sauron  para hacer sus temibles guerreros Uruk-hai; secundados por decenas de trasgos rodearon a Denethor con las cimitarras prestas.

Dos poderosos orcos se abalanzaron sobre él desde distintos lados con las lanzas enhiestas. El del flanco derecho se aproximó a él con mucha rapidez y justo en el momento de hincar, Denethor se giró sobre sus talones y dio una vuelta completa a la vez que hacheaba  la cabeza del orco destrozándole el almete y desparramando sus sesos por el aire; éste a su vez,  con la inercia, clavó la punta en la garganta  del compañero que atacaba por la izquierda; al momento su cráneo fue hendido por el hacha de Denethor, que estuvo presto,  hasta  llegarle a los dientes, que saltaron en todas las direcciones.

Ahora  estrecharon el cerco y cerraron filas en torno a él. Un trasgo se le aproximó mucho y recibió un hachazo que  le partió el pecho, cortando malla, hierro y salpicándolo todo de carne y sangre, de fluidos y órganos.

Era una escena caótica, salida del infierno; ni en las peores estancias de Utumno se pintaría un cuadro así. Denethor sangraba a borbotones por una docena de heridas, pero seguía gritando y luchando -¡Morid, perros del Infierno! ¡AAHHHH!-  gritó al sentir el hierro frío de la punta de una lanza en el costado. -¡AHHHH!- otra lanzada le atravesó  de lado a lado. La boca se le llenó de espumarajos y comenzó a vomitar sangre. Infinidad de lanzas se clavaron en cuestión de segundos.

-¡¡¡Uaaggggghhhhhhhhhh!!!- todos los orcos querían su parte, y clavaban sus cimitarras y sus lanzas y sus hachas y lo despedazaron ahí mismo.

Mas en ese momento, sonaron las trompetas que anunciaban la llegada de los hombres del Rey Thingol. Y lucían cotas de anillos eslabonados que habían conseguido comerciando con los enanos.  Y espadas largas empuñaban, y yelmos de acero les cubría la cabeza, y escudos redondos  acolchados sostenían en los brazos.

Y Thingol empezó a masacrar, no dejando títere con cabeza. A su paso todo era sangre y enemigos muertos. Ningún orco podía sostener su mirada, pues aunque era un moriqueindi se podía contar entre los eldar que vieron la luz, ya que había viajado a Aman y conservaba en su mirada buena parte de ésta. Y la luz que reflejaban sus ojos traspasaba la carne y quemaba, y orcos y trasgos se retorcían a su paso dejándose matar como corderillos.
Así llegó hasta lo que quedaba de Denethor. Y lloró por su amigo. Y  reuniendo los pedazos sueltos lo enterraron allí mismo. Lo cubrieron con piedras y entonaron una balada de despedida por él y por todos los elfos que perdieron la vida en esa batalla, la primera de todas las batallas de Beleriand.

De los orcos que huyeron, algunos murieron  a manos de  los  Naugrim que salieron del Monte Dolmed, y otros fueron destrozados por los Ents; en verdad pocos regresaron a Angband.

El  pueblo de Denethor le lloró siempre y no volvió a tener rey. Después de la batalla, algunos regresaron a Ossiriand, y las nuevas que allí llevaron llenaron de temor al resto del pueblo, de modo que ya no guerrearon abiertamente, sino que se atuvieron a la cautela  y el secreto; y fueron llamados los Laiquendi, los Elfos Verdes, pues llevaban vestiduras del color de las hojas. Pero muchos se encaminaron al norte y entraron en el reino guardado de Thingol, donde se mezclaron con el pueblo.


  
 

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